Talon despertó al sentir que le ardía el brazo.
Dejó escapar un siseo y apartó la mano de la luz del sol que entraba a raudales por la ventana y se derramaba sobre la cama, de un color rosa intenso. Se incorporó para apoyarse sobre el cabecero de mimbre blanco con la intención de evitar que alguna otra parte de su cuerpo entrara en contacto con los letales rayos del sol.
Se sopló la mano chamuscada, aunque el aire fresco no disminuyó el dolor.
¿Dónde coño estaba?
Por primera vez desde hacía siglos se sentía desorientado. Él nunca perdía el control, ni el equilibrio. Su vida se regía por la moderación y la sensatez.
Desde que se convirtiera en Cazador Oscuro jamás se había sentido inseguro o confundido.
No obstante, en ese momento no tenía ni la más remota idea de dónde se encontraba, de la hora que era, ni de quiénes podían ser las mujeres que conversaban al otro lado de las cortinas rosas.
Tras entrecerrar los ojos para protegerlos de la brillante luz que le estaba haciendo daño, echó un vistazo a la extraña habitación y se dio cuenta de que estaba atrapado entre dos ventanas abiertas. Su corazón comenzó a latir con fuerza. No había forma segura de abandonar la cama. La única dirección en la que podía huir era hacia la izquierda, hacia el rincón que estaba ocupado por una ridícula mesita de noche de color rosa.
Joder.
Pese al punzante dolor de cabeza, los recuerdos de la noche anterior regresaron con total claridad. El ataque.
La mujer…
Esa cosa enorme que lo golpeó.
Aunque sentía todo el cuerpo dolorido y magullado, sus poderes de Cazador Oscuro le habían permitido sanar durante el sueño. En unas cuantas horas más las molestias habrían desaparecido.
Hasta que eso sucediera tenía que salir de la trampa mortal en la que se encontraba. Cerró los ojos y convocó una enorme nube oscura que cubriera el sol con el fin de que la intensa luz dejara de causarle estragos en los ojos.
De haber querido, habría podido convocar nubes suficientes para que el día se hiciera tan oscuro como la noche. Pero eso no lo beneficiaría en nada.
La luz del sol era la luz del sol…
Sus poderes de Cazador Oscuro, únicos y personales, le otorgaban poder sobre los elementos de la naturaleza, el clima y la curación, pero no sobre el reino de Apolo. Las horas diurnas, ya fuesen soleadas o nubladas, seguían perteneciendo a Apolo; y aunque el dios estaba técnicamente jubilado, jamás permitiría que un Cazador Oscuro se paseara por ahí durante su guardia.
Si el dios griego lo viera en la calle o junto a una de las ventanas a plena luz del día, acabaría siendo una loncha de beicon crujiente sobre la acera.
Y no le apetecía nada acabar convertido en un celta extra crujiente.
Una vez que cesaron las molestias en los ojos, hizo ademán de salir de la cama, pero se detuvo de inmediato. No había nada entre su cuerpo y las sábanas con olor a pachulí… y trementina.
¿Qué ha pasado con mi ropa?, se preguntó.
Estaba bastante seguro de que la noche anterior no se había desnudado.
¿La chica y él habrían…?
Frunció el ceño mientras intentaba recordar. No, era imposible. Si hubiera estado lo bastante lúcido como para echar un polvo con ella, se habría despertado a tiempo de salir del lugar mucho antes del amanecer.
—¿Dónde está?
Talon alzó la mirada al escuchar una voz desconocida al otro lado de las cortinas rosas que mantenían la cama oculta por completo. Dos segundos después, las cortinas se abrieron y apareció una mujer muy atractiva que parecía rondar los cuarenta. El pelo negro le caía en una gruesa y larga trenza sobre la espalda e iba vestida con una falda negra, larga y amplia, y una camisa suelta.
Se parecía tanto a la chica que había conocido la noche anterior que a primera vista no habría sido difícil confundirlas.
—¡Oye, Sunshine! Tu amigo está despierto. ¿Cómo se llama?
—No lo sé, Starla. No se lo pregunté.
Esto cada vez es más extraño, pensó Talon.
Impasible ante su presencia, la desconocida entró en la habitación y se acercó a la mesita de noche.
—Tienes pinta de ser un Steve —le dijo mientras se inclinaba, alzaba la faldilla rosa que cubría la mesilla y comenzaba a rebuscar entre un montón de revistas ocultas bajo la tela—. ¿Tienes hambre, Steve?
Antes de que Talon pudiese contestar, la mujer alzó la voz:
—No está aquí.
—Mira debajo de los números antiguos de Art Papers.
—No está.
En ese instante Sunshine entró en la habitación con la elegancia de un hada, ataviada con un vestido de manga larga de un morado tan intenso que Talon tuvo que entornar los párpados. Cuando pasó frente a las ventanas, Talon se percató de que la tela del vestido era tan diáfana que al trasluz revelaba todas y cada una de sus voluptuosas curvas, desnudas por completo bajo la prenda.
Lo único que había bajo la tela era su piel morena.
Se le secó la boca de repente.
Su salvadora se estaba limpiando la pintura de las manos con una toalla mientras se acercaba a la mesilla sin ni siquiera dirigirle una miradita.
—Está aquí —le dijo a la otra mujer, al tiempo que sacaba una revista para dársela.
Por fin Sunshine miró hacia la cama y se dirigió a él.
—¿Tienes hambre?
—¿Dónde está mi ropa?
La chica miró a Starla con timidez.
—¿Le has preguntado su nombre?
—Se llama Steve.
—No me llamo Steve.
Sunshine no le prestó atención y se acercó a la otra mujer para girarla y colocarla frente a él. Ambas lo observaron mientras él seguía tumbado en la cama, como si se tratara de un objeto inanimado que despertase su curiosidad.
Talon se subió la sábana rosa hasta la cintura y, consciente de lo que revelaba, se apresuró a meter la pierna bajo la tela y a doblar la rodilla, de modo que la parte central de su cuerpo no fuese tan obvia bajo la escasa cobertura que proporcionaba el tejido de algodón.
Aun así, las mujeres no dejaron de observarlo.
—¿Ves lo que te decía? —preguntó Sunshine—. ¿A que tiene el aura más increíble que has visto en la vida?
—No me cabe la menor duda deque es un alma antigua. Y con sangre druida. Estoy segura.
—¿Tú crees? —preguntó Sunshine.
—Sí. Tenemos que convencerlo para que nos permita realizar una sesión de hipnosis regresiva y ver qué averiguamos.
Vale, las dos están como cabras, pensó Talon.
—Mujeres… —masculló con brusquedad—. Necesito mi ropa y la necesito ya.
—¿Lo ves? —volvió a preguntar Sunshine a la otra mujer—. Mira cómo cambia su aura. Tiene una vitalidad increíble.
—¿Sabes? Es la primera vez que veo algo así. Es diferente por completo de las demás. —Y con esas palabras, Starla salió de la habitación hojeando la revista.
Sunshine siguió limpiándose los restos de pintura de las manos.
—¿Tienes hambre?
¿Cómo era capaz de hacer eso? ¿Cómo podía saltar de un tema a otro y volver de nuevo al anterior sin detenerse siquiera?
—No —le contestó él, intentado devolverla al tema principal—. Quiero que me devuelvas la ropa.
La chica se encogió.
—¿Qué ha sucedido con las etiquetas de tus pantalones?
Talon frunció el ceño al escuchar la extraña pregunta. Estaba intentando mantener a raya tanto la irritación que sentía como su mal genio, pero había algo en ella que lo obligaba a esforzarse mucho para lograrlo.
—¿Cómo dices?
—Bueno, ya sabes que estaban llenos de sangre…
De repente, lo asaltó un mal presentimiento que le provocó un nudo en el estómago.
—¿Y…?
—Fui a limpiarlos y…
—¡Mierda! ¿Los has lavado?
—Lo que los estropeó no fue el agua, sino más bien la secadora…
—¿Has metido en la secadora mis pantalones de piel?
—Bueno, no sabía que eran de piel —se defendió ella sin alzar la voz—. Eran tan suaves y tenían una textura tan rara que creí que eran sintéticos o algo así. Estoy harta de lavar mi vestido de piel sintética, y ni se desintegra ni se arruga como ha ocurrido con tus pantalones.
Talon se pasó una mano por la frente. Las cosas iban de mal en peor. ¿Cómo coño iba a salir de ese apartamento en mitad del día y sin nada encima?
—Un consejo —prosiguió ella—: no deberías cortarle la etiqueta a la ropa.
Hacía mucho, mucho tiempo que no se sentía tan furioso como en esos momentos.
—Eran unos pantalones de piel hechos a medida. Ese tipo de prenda nunca lleva etiqueta.
—¡Vaya! —exclamó la chica, que parecía aun más avergonzada—. Habría ido a comprarte otros, pero como no tenían etiqueta no sabía qué talla usabas.
—Genial. Me encanta quedarme atrapado desnudo en lugares desconocidos.
Ella comenzó a esbozar una sonrisa, pero al instante apretó los labios como si se lo hubiera pensado mejor.
—Tengo unos pantalones rosas de chándal que la verdad es que no te entrarían; pero aunque te quedasen bien, estoy segura de que no te los pondrías, ¿verdad?
—No. ¿También has lavado mi cartera?
—¡Ah, no! La saqué de los pantalones.
—Estupendo. ¿Dónde está?
Sunshine guardó silencio de nuevo y Talon volvió a sentir un funesto presagio.
—¿Va a gustarme la respuesta? —le preguntó.
—Bueno…
Estaba empezando a odiar esa expresión de «Bueno…», ya que parecía ser la antesala a la desgracia tanto para él como para sus pertenencias.
—La dejé sobre la lavadora en la lavandería, junto con tus llaves, y entonces me di cuenta de que no tenía monedas; así que fui a la máquina para cambiar. Solo me alejé un segundo, pero cuando volví tu cartera había desaparecido.
Talon compuso una mueca.
—¿Y mis llaves?
—Bueno… ¿te has dado cuenta alguna vez de que cuando lavas una sola prenda la lavadora se desequilibra? Pues tus llaves se cayeron al suelo y acabaron en el desagüe.
—¿Las cogiste?
—Lo intenté, pero no pude alcanzarlas. Le pedí a dos o tres personas que me ayudaran, pero tampoco pudieron.
Talon permaneció sentado, totalmente estupefacto. Ni siquiera podía enfadarse con ella, ya que solo había tratado de ayudarlo. No obstante, lo que en realidad le apetecía era cabrearse; cabrearse de verdad.
—No tengo dinero, ni pantalones, ni llaves. ¿Todavía tengo la chupa?
—Sí, está a salvo. Y también salvé tu bote de caramelos Pez de Snoopy; no lo metí en la lavadora. Y tus botas y esa daga rara están aquí —le dijo mientras lo alzaba todo del suelo.
Talon asintió con la cabeza, embargado por una extraña sensación de alivio al saber que esa mujer no había destrozado todo lo que llevaba encima la noche anterior. Gracias a los dioses que había dejado la moto en el Brewery. Temblaba con solo pensar lo que podría haberle hecho.
—¿Puedo usar el teléfono?
—Está en la cocina.
—¿Me lo puedes traer, por favor?
—No es un inalámbrico. Suelo perderlos o dejarlos caer en algún sitio y romperlos. El último que tuve acabó ahogado en el lavabo…
Talon observó con inquietud a la chica y se fijó en la débil luz que se filtraba en la habitación. Comenzó a preguntarse cuál de las dos le resultaría más letal.
—¿Te importaría bajar las persianas? —le preguntó.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—¿Te molesta el sol?
—Soy alérgico —contestó, echando mano de la mentira que los Cazadores Oscuros usaban cuando se veían atrapados en una situación semejante.
Aunque dudaba mucho de que cualquier otro se hubiese visto nunca en semejante situación.
—¿En serio? Nunca he conocido a nadie con alergia al sol.
—Pues aquí tienes a uno.
—¿Eso quiere decir que eres como un vampiro?
La palabra se acercaba mucho a la realidad.
—No exactamente.
Ella se acercó a la ventana, pero cuando tiró de la persiana para bajarla por completo, esta se cayó al suelo.
La grisácea luz del sol alcanzó la cama.
Talon soltó un taco y salió disparado hacia el rincón, alejándose justo a tiempo de los débiles rayos.
—Sunshine, yo… —dijo la voz de Starla, que acababa de entrar en la habitación y se había detenido al verlo desnudo y de pie en el rincón.
La mujer lo observó con una expresión extraña y desapasionada, como si estuviera contemplando un mueble interesante.
Talon y el pudor eran completos desconocidos, pero semejante escrutinio resultaba de lo más incómodo. Sin preocuparse por la luz del sol, arrancó la sábana de la cama de un tirón y se la enrolló en torno a la cintura.
—¿Sabes lo que te digo, Sunshine? Tienes que encontrar a un hombre como este y casarte con él. Alguien con una tranca tan grande como esa que aún después de tener tres o cuatro niños siga levantándose como un mástil.
Talon la miró con la boca abierta.
Sunshine soltó una carcajada.
—Starla, lo estás avergonzando.
—¡Venga ya! Eso no es para avergonzarse. Deberías estar orgulloso y presumir de ella. Confía en mí, jovencito. Las mujeres de tu edad estarían encantadas de encontrarse con algo así.
Talon cerró la boca, aún abierta por la estupefacción. Esas dos eran las mujeres más extrañas que jamás había tenido la mala suerte de conocer.
¡Ojalá los dioses lo sacaran de ese apartamento!
Starla miró a Sunshine, que todavía estaba de pie junto a la ventana.
—¿Qué estás haciendo?
—Tiene alergia al sol.
—Pero si está tan nublado que casi parece de noche.
—Ya lo sé, pero dice que de todos modos no puede darle la luz.
—¿De verdad? ¿Has traído un vampiro a casa? Genial.
—No soy un vampiro —repitió.
—«No exactamente», me ha dicho hace un momento —comentó Sunshine—. ¿Cómo se puede ser no exactamente un vampiro?
—Pues será un hombre lobo —contestó Starla—. Con esa aura, no me extrañaría. Vaya, Sunny, has encontrado tú solita a un hombre lobo.
—No soy un hombre lobo.
Starla pareció de lo más decepcionada por la noticia.
—Es una pena. ¿Sabes? Cuando vives en Nueva Orleans, te pasas toda la vida esperando encontrarte a un no-muerto o a una criatura maldita a la vuelta de la esquina. —Volvió a mirar a Sunshine—. ¿Crees que deberíamos mudarnos? Quizá si viviéramos cerca de Anne Rice tendríamos la oportunidad de echarle un vistazo a un vampiro o a un hombre lobo.
Sunshine colocó la persiana en su sitio.
—Me encantaría ver a un zombi.
—¡Sí! —exclamó la otra mujer, totalmente de acuerdo—. Tu padre dice que vio uno una vez en los pantanos, justo antes de que nos casáramos.
—Seguro que fue el peyote, mamá.
—¡Ja! Esa ha sido buena.
Talon volvió a quedarse boquiabierto mientras miraba de forma alternativa a una mujer y a otra. ¿Madre e hija? Desde luego no se comportaban como tales y Starla no parecía mucho mayor que Sunshine; sin embargo, resultaba imposible negar la similitud de sus rasgos. O lo excéntrico que resultaba su comportamiento.
No había duda de que la locura estaba bien enraizada en ese árbol genealógico.
La chica bajó la persiana de la otra ventana.
Talon se envolvió mejor en la sábana y cruzó la habitación con pies de plomo. Se sintió aliviado al descubrir que tras las cortinas había un ático bastante grande y apenas amueblado.
Había otra hilera de ventanas a su izquierda, lugar que Sunshine había elegido para habilitar un pequeño estudio de dibujo. Por fortuna, el resto del lugar estaba a oscuras y no entraba ni un rayo de sol. Tras sujetar la sábana con fuerza alrededor de sus caderas, se encaminó hacia la cocina en busca del teléfono.
—Bueno, Sunshine, ahora que ya está despierto y que he comprobado que no es peligroso…
Talon arqueó una ceja al oír el comentario. ¡Él había sido peligroso desde el día que nació! Era un Cazador Oscuro. La simple mención de ese nombre inspiraba temor en criaturas que dejaban al diablo a la altura del betún.
—Voy a bajar al bar a pagar unas cuantas facturas y a hacer unos cuantos pedidos… En fin, que voy a trabajar.
—Muy bien, Starla. Luego nos vemos.
Tenía que salir de ese lugar. Esas mujeres no solo carecían de sentido común, sino que además eran tan raras que ni siquiera podía encontrar un adjetivo que las definiera.
Starla le dio un beso a su hija en la mejilla y se marchó.
Tras unos minutos de búsqueda Talon consiguió encontrar el cable del teléfono y lo siguió hasta el anticuado aparato, oculto en un cajón de la cocina junto a una amplia variedad de pinceles secos y de tubos de pintura acrílica.
Sacó el teléfono, pintado con unos llamativos tonos fluorescentes, y lo puso sobre la encimera, justo al lado de una jarra rosa con forma de cerdito llena de galletas de arroz con aroma a canela.
Cogió el auricular y marcó el número de Nick Gautier, el que fuera escudero —o ayudante humano— de Kirian de Tracia. Desde que este se casara con Amanda Devereaux unos meses atrás, abandonando así su cargo oficial de Cazador Oscuro, el muchacho había pasado a ser su escudero no oficial a tiempo parcial. A decir verdad, no necesitaba un escudero. Los humanos tenían la desagradable costumbre de morirse, además del pequeño detalle de que Nick tenía una boca que conseguiría que lo mataran el día menos pensado.
Sin embargo, había ocasiones en las que venía bien tener un escudero a mano. Y esa era, sin lugar a dudas, una de ellas.
El teléfono siguió sonando hasta que saltó el mensaje que informaba de que el número marcado estaba fuera de servicio.
Joder.
Eso significaba que tendría que llamar a alguien con quien no le apetecía nada hablar. Antes prefería la muerte. Si los restantes Cazadores se enteraban de lo que le había sucedido, se pasarían toda la eternidad recordándoselo. Los escuderos hacían voto de silencio; les estaba prohibido revelar cualquier cosa que resultara embarazosa para un Cazador Oscuro o que pudiera ponerlo en peligro.
Por desgracia, el resto de los humanos que los ayudaban no estaba sometido a ese juramento.
En cuanto le pusiera las manos encima, Nick Gautier era hombre muerto.
Talon se preparó mentalmente para lo que estaba por venir y llamó a Kirian de Tracia, quien contestó al primer tono.
—¿Talon? —preguntó Kirian en cuanto reconoció la voz de su amigo—. Es mediodía, ¿te pasa algo?
Talon miró de reojo a Sunshine, que pasó junto a él cantando «Puff the Magic Dragon».
—Sí, verás… necesito que me hagas un favor.
—Lo que sea.
—Ve a mi casa y coge un juego de llaves de repuesto, un móvil y dinero.
—Vale. ¿Abandonaste la moto?
—Sí. Está en el aparcamiento del Brewery, así que tendrás que traerla hasta aquí.
—De acuerdo. ¿Y dónde te lo llevo todo?
—Espera. —Se alejó el auricular para hablar con Sunshine—. ¿Sunshine?
Ella se dio la vuelta para mirarlo.
—¿Dónde coño estoy? —Aun con el auricular apoyado sobre el hombro, escuchó la carcajada burlona de Kirian.
—¿Conoces el Club Runningwolf’s, en Canal Street?
Él asintió con la cabeza.
—Estamos justo encima.
—Gracias. —Y le pasó la información a Kirian.
—Talon, tus hormonas serán algún día la causa de tu perdición…
Ni siquiera se molestó en corregirlo. Se conocían desde hacía siglos y jamás se había encontrado atrapado en una situación como esa. Kirian no podría creer cómo había llegado a acabar en el ático de Sunshine. Qué coño, él mismo tenía dificultades para creerlo.
—También necesito que me traigas ropa.
El silencio que siguió a esas palabras resultó ensordecedor.
Sí, Nick sería hombre muerto en cuanto le pusiera las manos encima.
—¿Cómo? —preguntó Kirian, confuso.
—He perdido la ropa.
Kirian estalló en carcajadas.
—Cierra la boca, Kirian; yo no le veo la gracia.
—Oye, desde mi punto de vista es para descojonarse.
Sí, claro. Pues desde su punto de vista, con una sábana rosa alrededor de la cintura, no tenía la más mínima gracia.
—Vale —le dijo Kirian, intentando contener la risa—. Estaremos allí dentro de nada.
—¿Estaréis?
—Julian y yo.
Talon volvió a encogerse. Un antiguo Cazador Oscuro y un Oráculo. Genial. Sencillamente genial. Jamás le permitirían olvidar lo sucedido. En cuanto llegara la noche, uno de los dos lo contaría en la web para que todos se desternillaran de la risa.
—Muy bien —le contestó Talon, reprimiendo la irritación—. Hasta ahora.
—¿Sabes? —preguntó Sunshine en cuanto colgó—. Podría salir a comprarte algo de ropa. Es lo menos que debería hacer.
Talon echó un vistazo al ático. Daba la sensación de que la Pantera Rosa hubiera decorado el lugar. El rosa lo dominaba todo. Aunque lo más sorprendente eran los muebles tan desvencijados y la pintoresca decoración. Estaba claro que una artista callejera sin dinero no podría permitirse el lujo de comprarle unos pantalones de dos mil dólares, y la Tierra se detendría y estallaría en pedazos antes de que él permitiera que un solo centímetro de tela vaquera cubriera su cuerpo.
—No te preocupes —la tranquilizó—. Mis amigos se encargarán de todo.
La chica le puso delante un plato con una magdalena y lo que parecía ser… hierba.
—¿Qué es esto?
—El desayuno… o el almuerzo. —Al ver que no hacía intento de empezar a comer, añadió—: Tienes que comer algo. Esto es muy sano. Una magdalena de arándanos con semillas de lino y brotes de alfalfa.
Nada de lo que había en el plato recordaba, ni por asomo, a algo comestible. Sobre todo a los ojos de un hombre nacido y educado para ser un jefe celta.
Muy bien, Talon. Tú puedes con esto.
—¿Tienes café?
—¡Puaj! No, esa porquería acabaría contigo. Tengo infusiones de hierbas.
—¿Infusiones de hierbas? Eso es paja, no una bebida.
—¡Vaya! Don Delicado se ha levantado con el pie izquierdo.
Ningún humano se había atrevido jamás a comportarse de ese modo con él. Hasta Nick sabía que había un límite. Puesto que se sentía en extremo desconcertado, Talon lo dejó pasar.
—Vale. ¿Dónde está el cuarto de baño?
Y en ese momento, nada más preguntarlo, llegó la incertidumbre.
Por favor, dime que tienes baño en el ático y que no está fuera en el aparcamiento, pensó.
Sunshine hizo un gesto en dirección a un rincón oscuro del apartamento.
—Allí.
Otra zona separada por una cortina. ¿No era maravilloso? Y él que pensaba que la Edad Media había quedado atrás…
¡Preciosos recuerdos los de aquella época…! ¡Y una mierda!
Talon no había hecho más que entrar en el baño, cerrar las cortinas y arrojar la sábana al suelo, cuando Sunshine llegó tras él. La chica le ofreció una manopla y una toalla, ambas de color rosa, y se quedó paralizada al verlo desnudo. Tras dejar la toalla sobre el lavabo, dio una vuelta completa a su alrededor para observarlo de arriba abajo.
—Eres la perfección masculina personificada, ¿lo sabías?
Se habría sentido halagado si ella no lo hubiera contemplado como si de un coche se tratara. Esa mujer no hablaba así movida por el deseo. Su voz carecía de entonación; igual que la de su madre poco antes.
Sunshine le pasó una mano suave y cálida por la espalda, justo sobre el tatuaje.
—Quien te haya hecho este tatuaje es un artista con mucho talento.
Talon sintió que un escalofrío le recorría la espalda mientras ella bajaba la mano en dirección a la cadera.
—Lo hizo mi tío —le dijo sin pensar. Hacía siglos que no le hablaba a nadie de su tío.
—¿En serio? ¡Caray! —Deslizó la mano por los hombros hasta detenerse sobre la marca que lo identificaba como Cazador Oscuro: el arco doble grabado en la parte derecha de su espalda, sobre el omóplato—. ¿Y esto?
Talon se encogió de hombros y se apartó de ella. Jamás hablaría de esa marca con un humano no iniciado.
—No es nada.
En ese momento la mirada de la mujer se posó sobre su erección y su rostro adquirió el mismo tono rosado que la toalla.
—Lo siento —se disculpó con rapidez—. Suelo hacer las cosas sin pararme a pensar.
—Ya lo he notado. —Sin embargo, lo que hacía que la situación fuera tan incómoda era que ella seguía con los ojos clavados en su erección. Ni siquiera había hecho el intento de mirar hacia otro lado.
—No se puede negar que eres… grande.
Talon sintió que se sonrojaba por primera vez desde hacía siglos. Agarró la toalla y se cubrió con ella.
Solo entonces Sunshine apartó la mirada.
—Espera, voy a buscarte una cuchilla de afeitar. —Se puso de rodillas y le ofreció a Talon una encantadora vista de su trasero mientras rebuscaba en un armarito rosa de mimbre que había junto al lavabo. Movía las caderas de forma tan incitante que estaba logrando avivar su deseo.
Talon tensó la mandíbula. Esa mujer tenía el culo más sexy que había visto en la vida. Uno que le prendió fuego a su entrepierna cuando comenzó a imaginarse que le alzaba esa falda medio transparente para hundirse hasta el fondo en ella. O que se deslizaba dentro y fuera de ese cuerpo húmedo por el deseo hasta que los dos acabaran sudorosos y exhaustos.
No había duda de que esa mujer dejaría bien satisfecho a un hombre. Y él siempre había sentido debilidad por las mujeres de curvas generosas y…
Sunshine se puso en pie con una cuchilla de afeitar y un cepillo de dientes, ambos de color rosa.
Talon frunció los labios ante la posibilidad de usar algo tan femenino.
—¿Tienes algo que no sea rosa?
—Tengo una cuchilla morada si lo prefieres.
—Te lo agradecería.
Al instante, la chica sacó una cuchilla de color rosa oscuro.
—Eso no es morado —protestó Talon—. Es rosa.
Ella puso los ojos en blanco.
—Bueno, pues es lo único que tengo; a menos que quieras usar mi cúter.
Demasiado tentado por la sugerencia, Talon cogió la cuchilla.
Sunshine no se movió hasta que lo vio entrar en la antigua bañera de patas con forma de garra y cerrar la cortina a su alrededor. Solo entonces cedió a la tentación de morderse los nudillos ante la visión de esa espalda desnuda. Definitivamente, tenía que dibujarlo.
Ese hombre estaba buenísimo. Como un tren. Y cada vez que hablaba con ese acento tan exótico… ella se derretía. Su acento era una extraña mezcla de inglés británico y gaélico.
Sin dejar de abanicarse el rostro, se obligó a salir del cuarto de baño y regresar a la cocina. Aunque lo que en realidad le apetecía hacer era arrancarse la ropa, meterse en la ducha con él y enjabonarle todo ese enorme cuerpo, fibroso y sensual, hasta que pidiera clemencia.
Sentir toda esa piel suave y firme bajo las manos sería el paraíso. El verdadero paraíso.
¡Y ni siquiera se había enfadado por lo de sus pantalones! Aún no podía creer lo bien que se lo había tomado. Por regla general, cualquier otro hombre estaría dándole voces a esas alturas y ella tendría que darle largas e indicarle el camino de salida.
Sin embargo, él se había limitado a encogerse de hombros. ¡Cómo le gustaba ese detalle!
Claro que si lo pensaba… en realidad no parecía demostrar sus emociones. Ese hombre era la paciencia personificada, lo cual era un cambio muy refrescante.
—Oye, Steve —lo llamó.
—No me llamo Steve —la corrigió él desde la ducha—. Me llamo Talon.
—¿Talon qué más?
—Talon y punto.
Sunshine sonrió. Talon. Le pegaba.
—¿Qué quieres? —le preguntó él.
—¿Cómo dices?
—Me has llamado para hacerme una pregunta. ¿Qué era?
Sunshine se mordió el labio, intentando recordar. Mmm.
—Se me ha olvidado.
Y en ese momento lo oyó soltar una carcajada. ¡Caray! Vamos bien, se dijo mentalmente.
Cualquier otro tío estaría fuera de sus casillas.
Sunshine pasó los siguientes cinco minutos buscando su cuaderno de bocetos que, sin saber muy bien cómo, había acabado en el frigorífico… otra vez. Se sentó en un taburete junto a la encimera y comenzó a dibujar su último descubrimiento: Talon.
Se tomó el tiempo necesario para plasmar los ángulos de su rostro y el intrincado tatuaje que le cubría la mitad del torso. Nunca había visto un hombre con unas proporciones tan perfectas. Y antes de darse cuenta, se perdió en lo que estaba haciendo. Su mente comenzó a vagar y dejó que la creatividad fluyera mientras reproducía los detalles tan fascinantes del desconocido que estaba en su bañera.
De repente, él cerró el grifo y salió de la bañera con una toalla húmeda enrollada alrededor de la cintura.
¡Madre mía!
Sunshine volvió a sentir el impulso de morderse la mano en señal de admiración. Salvo las dos trenzas, que se agitaban al compás de sus movimientos, el resto de su melena dorada estaba humedecida y peinada hacia atrás. Sus ojos, oscuros como el azabache, tenían un brillo inteligente y enigmático. Jamás había visto unos ojos tan negros, sobre todo en un hombre rubio.
Su presencia era tan intensa que Sunshine se quedaba sin aliento con solo mirarlo. Daba la sensación de que el aire que lo rodeaba estuviera cargado de energía, algo que a ella le encantaría poder captar en su dibujo.
Aunque nadie sería capaz de reproducir, ni de crear, un aura tan intensa. La única forma de percibirla era viéndolo en persona.
Su corazón empezó a latir con más fuerza a medida que Talon se acercaba. Era tan abrumadoramente masculino… tan magnífico…
El magnetismo animal que desprendía y su intensidad estaban logrando que le hirviera la sangre.
Si la noche anterior lo había creído guapo al verlo acostado en su cama, en esos momentos, de pie y consciente, solo podía catalogarlo como devastador.
—¿Sabes una cosa, Talon? —le preguntó mientras recorría el contorno de sus músculos con la mirada—. Las toallas te sientan fenomenal. Si salieras así, sería el comienzo de una nueva moda.
Una sonrisa juguetona asomó a los labios del hombre.
—¿Siempre dices todo lo que se te pasa por la cabeza?
—Casi siempre. Pero algunos pensamientos me los reservo. Antes tenía por costumbre contarlo todo, pero en una ocasión mi compañera de habitación de la facultad avisó a la unidad de psiquiatría para que vinieran a por mí. ¿Sabes? Es cierto que tienen camisas de fuerza.
Talon alzó una ceja al percibir la sinceridad de la mujer. Estaba diciendo la verdad. Sin duda, Sunshine era una persona excéntrica, pero no estaba chiflada ni mucho menos.
Aunque para ser sinceros… le faltaba muy poco.
Sunshine extendió el brazo en busca del «desayuno» que él no había tocado, y cogió la supuesta magdalena, cubierta por unas diminutas y brillantes partículas que ni siquiera era capaz de identificar…
—No te has comido la magdalena.
¿No me digas?, pensó. Tampoco se había comido las botas, y prefería darse un festín con una de ellas antes que probar lo que ella sostenía en la mano.
—No tengo hambre.
Al menos, no de comida…
Ella dejó caer la magdalena sobre la encimera y Talon habría jurado que pudo escuchar el golpe. Con expresión ceñuda, Sunshine alzó la mano y tocó su colgante. Cuando sus dedos le rozaron la piel del cuello, Talon sintió que una oleada de escalofríos —amén de otras cosas— le recorría el cuerpo.
—¡Qué bonito! Siempre he deseado tener un colgante celta, pero nunca he encontrado un diseño que encajara conmigo. —Pasó el pulgar sobre la cabeza del dragón de la derecha—. ¿Eres escocés?
—No exactamente —contestó él, observándola mientras ella estudiaba el colgante que había sido el regalo de bodas de su tío.
Tanto Ninia como él habían recibido uno igual. No tenía muy claro por qué seguía llevándolo, aparte del hecho de que quitárselo sería más doloroso de lo que podría soportar. De algún modo extraño, separarse de él sería como volver a perder a su esposa.
En contra de su voluntad, rememoró el momento en el que Ninia le había colocado el colgante alrededor del cuello. Lo había mirado con una sonrisa deslumbrante y una expresión rebosante de amor mientras lo besaba en los labios.
Por los dioses, cómo la echaba de menos. Aun después de tantos siglos…
En ocasiones habría podido jurar que olía el suave perfume de sus cabellos. Oque sentía sus caricias. Del mismo modo que las personas que sufrían una amputación seguían sintiendo el miembro que les faltaba, él todavía podía seguir sintiendo a Ninia.
Y Sunshine tenía algo que le recordaba a ella. Y no solo era el hecho de que las dos poseían la habilidad de volverlo loco.
Sunshine era una mujer extraña y fascinante. Al igual que él, veía cosas pertenecientes a otro nivel; cosas que permanecían ocultas en ese plano de existencia.
Su mente parecía volar de un pensamiento a otro a la velocidad del rayo, lo cual resultaba bastante confuso y a la vez curioso. Solo había conocido a una persona que compartiera esa misma habilidad: Ninia.
En su vida mortal la singular lógica de su esposa siempre había logrado confundirlo.
—¿Sabes? —volvió a preguntarle Sunshine—. Tienes la costumbre de utilizar la expresión «No exactamente» con mucha frecuencia. No eres exactamente un vampiro; no eres exactamente escocés, y eres alérgico a la luz del sol. ¿Qué más?
—Odio las magdalenas de muesli y la hierba.
Ella dejó escapar una carcajada profunda y gutural que despertó una extraña calidez en su interior. Fascinado, observó cómo la mujer se limpiaba las manchas de carboncillo de las manos con un trapo lleno de pintura. Sus dedos eran largos y elegantes.
—¿Cuánto tardarán en llegar tus amigos?
—Supongo que un par de horas. Mi casa está a las afueras de la ciudad.
Sunshine miró la toalla que le cubría las caderas. Si Talon seguía en su casa ataviado de ese modo, no era necesario decir lo que podría llegar a suceder…
De hecho, ya estaba sucediendo. Y eso significaba que tenía que conseguirle ropa… cuanto antes.
Talon respiró hondo y el gesto hizo que esos duros abdominales se marcaran aún más.
Sí… tenía que cubrir semejante tentación.
—Voy a decirle algo, señor Talon Sin Apellido, ¿le parece bien que salga a buscarle algo de ropa mientras llegan sus amigos?
No, no quiero que me dejes solo.
Talon parpadeó al percatarse del insólito rumbo que habían tomado sus pensamientos. ¿De dónde habría salido esa respuesta?
Esa mujer tenía algo irresistible. Era fuerte y vulnerable a la vez. Estaba claro que necesitaba reparar el daño que le había causado. Aunque él no acababa de entender sus motivos. Sobre todo porque le había salvado la vida.
Si lo hubiera dejado en la calle, en esos momentos estaría muerto. No sería más que una mancha en la acera.
—No tienes por qué molestarte, ya lo sabes.
—Lo sé, pero insisto. Es lo menos que puedo hacer después de haber destrozado tus pantalones.
Mientras observaba ese rostro dulce y arrebatador, enmarcado por un cabello negro como el ala de un cuervo, se descubrió fascinado por el modo en que esa mujer curvaba los labios. Unos labios que parecían esbozar una sonrisa incluso cuando estaba seria. El nombre le sentaba a la perfección. «Sunshine» reflejaba su forma de ser: alegre y cálida como la luz del sol.
Era una mujer cautivadora y ansiaba probarla con tanta desesperación que no estaba muy seguro de cómo había podido contenerse.
Tenía que saborearla. Sentirla.
Sunshine era consciente de que Talon no apartaba los ojos de sus labios. Esa mirada oscura era tan ardiente que habría podido derretir un glaciar. Ni siquiera la había tocado y ya se sentía envuelta por su pasión y su deseo.
El aire que los rodeaba pareció cargarse de sensualidad. El erotismo y el deseo parecían restallar a su alrededor. Nunca había sentido algo así.
La atracción sexual que exudaba ese hombre no era normal. Había algo en él que la atraía como jamás lo había hecho ningún otro.
Tras entornar los párpados, él bajó la cabeza y tomó posesión de sus labios con un beso tan magistral que hizo que la cabeza de Sunshine comenzara a dar vueltas y que todo su cuerpo se derritiera. De su garganta brotó un gemido al sentir el roce de sus labios y el asalto de su lengua.
Él la levantó del taburete y la estrechó entre sus brazos mientras le acariciaba la espalda, antes de aferrarle el vestido con ambas manos.
El aroma tan masculino que desprendía invadía todos los sentidos de Sunshine. La forma en que esos músculos se contraían a su alrededor y la virilidad tan patente que lo rodeaba eran más de lo que podía soportar. Ese hombre sí que sabía cómo tratar a una mujer. Su forma de besar y el modo en que la acariciaba en el lugar preciso lo dejaban muy claro.
Con el cuerpo enfebrecido por el deseo, Sunshine se aferró a sus hombros y sintió que Talon se endurecía aún más contra su abdomen. Nunca había experimentado algo parecido. Tenía la sensación de que él ardía en deseos de devorarla.
Como si solo existiera ella en el mundo.
Cuando Talon por fin se apartó, ella se dio cuenta de que la tenía cogida en brazos y que no parecía costarle ningún esfuerzo. ¡Por el amor de Dios! Menuda fuerza…
Él le acarició los labios hinchados con el pulgar y la observó con una mirada tan tierna e intensa que resultó ser más letal que el beso.
—Tengo una cuarenta y dos.
—Mmm —musitó sin prestarle atención antes de inclinarse para besarlo de nuevo.
Talon sintió una especie de estremecimiento interior al contemplar la expresión aturdida y fascinada de la mujer.
—Bésame otra vez —le susurró ella justo antes de asaltar sus labios con otro beso.
Acunó la cabeza de la mujer entre las manos mientras exploraba el interior de su boca cuidándose de que ella no rozara sus colmillos con la lengua de forma accidental, a fin de que no descubriera la verdad acerca de él.
No obstante, era muy difícil contenerse cuando su sabor lo estaba llevando al borde de la locura. Su aroma a pachulí y trementina lo intoxicaba, haciéndolo arder en deseos de levantar el borde del vestido y deslizar las manos sobre esos voluptuosos muslos hasta llegar a su…
La lengua de Sunshine pasó muy cerca de sus colmillos.
Talon se apartó y la soltó.
Eso había estado cerca… aunque no tanto como le gustaría. Su mirada recorrió el cuerpo femenino, cuyas curvas quedaban resaltadas por el vestido. No era ni pequeña ni delgada; era toda una mujer. Y tenía unos pechos grandes y voluptuosos… detalle por el que siempre había sentido cierta debilidad.
Apretó los dientes y luchó contra la apremiante necesidad de tomarla en brazos y probar esos pechos con la boca. Con las manos.
Con la lengua.
Mejor aún, con los colmillos…
—Vale —dijo ella con una voz extraña y aguda—. Eso ha estado bien —dijo, uniendo las manos por delante del cuerpo mientras retrocedía un poco. Sin embargo, sus oscuros ojos castaños no recobraron la expresión lúcida hasta que se posaron sobre la toalla—. Ropa. Necesitas ropa antes de que me lance y haga algo de lo que podría no arrepentirme después. ¿Cuál era tu talla, Steve?
—Talon.
—Talon. Talla. Ropa. Taparlo.
Él sonrió y observó los desesperados esfuerzos de Sunshine por mantener la concentración mientras seguía devorándolo con la mirada. Le gustaba esa mujer. A pesar de sus rarezas, tenía algo muy refrescante y natural.
—Voy a comprarle ropa a Talon. —Salió del apartamento y regresó unos segundos después—. Las llaves —dijo antes de acercarse a una lata de color rosa que había en la encimera de la cocina—. Necesito las llaves del coche. —Volvió a salir y de nuevo regresó al momento—. El monedero. Dinero para la ropa.
Talon se pasó la mano por el cabello, todavía húmedo, mientras la veía salir otra vez y se preguntaba si habría olvidado algo más.
Y así fue.
—Zapatos —dijo al entrar—. Tengo que ponerme los zapatos para ir a comprar y que no se me enfríen los pies. —Se calzó un par de sandalias que había junto a la entrada.
—¿Y si te pusieras un abrigo? —le preguntó Talon al darse cuenta de que se marchaba de nuevo—. Estamos en invierno.
—Un abrigo en invierno es una buena idea —contestó ella, de camino hacia el perchero que había tras la puerta y que hacía las veces de vestidor. Cogió un desgastado abrigo tres cuartos de color marrón que no parecía ir con su estilo en absoluto—. No tardo.
—Espera.
Ella se detuvo para mirarlo.
Talon intentó contener la sonrisa mientras cruzaba la distancia que los separaba para desabrocharle el abrigo y volvérselo a abotonar… esa vez, de la forma adecuada.
—Gracias —dijo ella con una sonrisa que hizo estragos en su entrepierna y en su estómago.
En respuesta, solo acertó a hacer un pequeño gesto con la cabeza, ya que lo que en realidad deseaba era tomarla en brazos y llevarla hasta la cama para pasar el resto de la tarde haciéndole el amor.
—Volveré —le dijo al salir.
En cuanto se hubo marchado, Talon se permitió el lujo de sonreír abiertamente. No había ninguna duda de que esa mujer era especial. Tan especial que le recordaba a un cálido día de primavera después del crudo invierno. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien lo afectara de esa manera; mucho tiempo desde que alguien se colara en sus pensamientos.
—Te gusta.
Miró hacia atrás, por encima del hombro, y vio al tenue espíritu que acababa de hablarle.
—Es interesante —le contestó.
Ceara se acercó a él. Sus pálidas mejillas adquirieron un rubor etéreo al pasar del plano espiritual al terrenal. Debería haber cruzado el portal por completo y aceptar el descanso eterno o la reencarnación siglos atrás, pero se negaba a dejarlo solo.
Y pese al terrible egoísmo de su actitud, Talon estaba más que agradecido por su compañía. Sobre todo durante todos aquellos años en los que no había podido estar en contacto con sus hermanos Cazadores debido a la falta de adelantos tecnológicos. En aquel entonces la soledad había sido un infierno. Había pasado días y días sin compañía, sin atreverse a dejar que un humano se le acercara por temor a la maldición. Sin atreverse a pedir un favor a cualquier persona.
Su único consuelo habían sido las escasas visitas de su hermana.
Sin embargo, cada vez que la contemplaba recordaba el modo tan atroz en que le había fallado. Tendría que haber sido capaz de ayudarla el día que murió. Si no se hubiera comportado como un imbécil, ella habría tenido la vida que se merecía. Una vida plena, con un marido e hijos.
En cambio, la habían sacrificado porque él se comportó como un asno arrogante.
La primera que vez que Ceara se apareció ante él, después de que los dos hubieran muerto, lo dejó hecho polvo. Su hermana no le recriminó nada, ni demostró sentir el más mínimo rencor aunque se lo tuviera bien merecido.
Solo le demostró su amor y su compasión.
«Te prometí que jamás te dejaría solo, bràthair. Y no lo haré. Siempre estaré aquí, contigo.»
A lo largo de los siglos la presencia de su hermana había sido su ancla y le había dado fuerzas para continuar. Su amistad y su amor lo eran todo para él.
En un gesto fraternal Ceara pasó una mano sobre el moratón que aún tenía en el muslo derecho. Talon no pudo sentirlo de forma física, pero el simple movimiento le erizó la piel.
—¿Ya no te duele?
—No, estoy bien.
—Speirr —le dijo Ceara, llamándolo por su nombre celta—. No me mientas, bràthair.
Él extendió el brazo para apartarle un mechón rubio de la mejilla y el gesto solo sirvió para recordarle que no podía tocarla.
Cerró los ojos mientras rememoraba el pasado.
Su clan la había asesinado pocos días antes de que cumpliera los dieciséis años.
«Ella será el sacrificio que ofreceremos a nuestros dioses para que perdonen las faltas de nuestro líder…»
Talon tensó la mandíbula ante el asalto del dolor y la culpa. Él había sido el culpable de la muerte de Ceara. Era tan responsable como aquel que le clavó el cuchillo.
De todos modos, alejó esos pensamientos y volvió a recobrar el entumecimiento sensorial que le permitía seguir adelante.
«Ya no soy humano y el pasado no existe.» La letanía de Aquerón resonó en su mente, permitiéndole alejar todo lo demás.
Solo existían el presente y el futuro. Había dejado muy atrás su etapa como humano; era un Cazador Oscuro que vivía para perseguir y destruir a los demonios que atacaban a los humanos, totalmente ajenos a lo que se ocultaba en la oscuridad.
—La pierna —al contrario de lo que le ocurría a su corazón— apenas me duele.
Ceara meneó la cabeza.
—Este lugar no es seguro para ti, Speirr. Hay demasiada luz. No me gusta que estés aquí.
—Lo sé. Me iré en cuanto sea posible.
—Muy bien, en ese caso me marcharé hasta que me necesites.
Y se desvaneció, dejándolo solo. De nuevo.
Los ojos de Talon se posaron sobre la encimera, allí donde Sunshine había estado sentada mientras él estaba en el baño. Frunció el ceño al ver el boceto en el que ella había estado trabajando.
En cuanto lo cogió, se sintió impresionado por la destreza con que lo había plasmado.
La mujer era una artista impresionante, capaz de reflejar emociones y movimientos con los trazos más sencillos. Nunca había visto nada igual.
Por desgracia, no podía dejarlo allí.
Arrancó la página del cuaderno y utilizó sus poderes para prenderle fuego. Los Cazadores Oscuros tenían prohibido dejar que su imagen se hiciera pública, fuera del modo que fuese. Nadie podía tener pruebas de su inmortalidad. Esa evidencia traería consigo interrogantes y complicaciones que ninguno de ellos deseaba.
Solo esperaba que Sunshine no volviera a dibujarlo cuando se marchara.
Su mirada vagó por el ático y se dio cuenta de que todo el lugar estaba lleno de obras artísticas, algunas enmarcadas y otras aún no. Había proyectos sin terminar en el suelo, en una mesa de dibujo bastante grande y en tres caballetes.
Atravesó la habitación para examinarlos más de cerca. Perdió la noción del tiempo mientras los observaba y encontró más pinturas apoyadas en las paredes del dormitorio. A Sunshine le gustaba usar colores intensos en sus trabajos, y las pinceladas que cubrían los lienzos eran tan ligeras y suaves como ella misma.
No obstante, lo que más llamó su atención fueron los objetos de barro. Cada una de las piezas era una amalgama de colores fuertes cuyos diseños estaban muy lejos de ser actuales. Debía de haber estudiado en profundidad el arte griego y el celta para ser capaz de realizar unas copias tan auténticas. El parecido con las vasijas antiguas era increíble. De no haber sabido lo contrario, habría jurado que un Cazador Oscuro las había conservado a lo largo de los siglos.
En ese momento llamaron a la puerta.
Dejó el cuenco que estaba observando junto a las demás vasijas, en una estantería situada al lado de la puerta. Al abrir se encontró con Kirian y Julian.
Ambos se quedaron boquiabiertos cuando lo vieron prácticamente desnudo en el interior del ático.
Talon se apresuró a cerrar la puerta con todas sus fuerzas.
Kirian estalló en carcajadas y Talon compuso una mueca.
—Venga, Tally —se burló Kirian desde el otro lado de la puerta—. ¿No quieres la ropa y las llaves? Espera, espera… ¿Qué tal te vendría un poco de dignidad?
Talon abrió la puerta, agarró a Kirian de la camisa y lo arrastró de un tirón al interior.
—Eres un gilipollas.
Kirian rió aún más fuerte mientras Julian entraba en el apartamento. A juzgar por la expresión del griego, Talon dedujo que estaba deseando reírse, aunque se contenía a duras penas. Detalle que le agradecía sobremanera.
Kirian, por el contrario, no se mostraba tan comprensivo.
—Bonitas rodillas, tío; pero a esas piernas tan peludas les vendría muy bien un cortacésped.
—Cierra la boca. —Talon arrebató la bolsa con su ropa de las manos de Kirian y sacó sus pantalones de cuero—. Julian, te agradezco mucho que te comportes como el hombre adulto que eres y que no te rías a mi costa.
Julian, que tenía las manos en los bolsillos del pantalón, asintió con la cabeza.
—Bueno, después de haber pasado por lo mismo que tú, te comprendo. Claro que a mi favor he de decir que por lo menos mi toalla era verde oscuro en lugar de rosa.
Y en ese momento Kirian y Julian prorrumpieron al unísono en estruendosas carcajadas que hicieron que Talon soltara un gruñido.
Kirian dio un golpecito en el borde de la toalla.
—¿Qué es esto? ¿Encaje?
—No —contestó Julian—. Creo que se llama «ganchillo».
Talon les enseñó los colmillos.
—Tened cuidado, humanos, porque podría decidir alimentarme de vosotros.
—Perdón, medio humano en mi caso —lo corrigió Julian—. Aliméntate de mí y conseguirás una bonita indigestión.
Sin dejar de refunfuñar, Talon cambió la toalla por los pantalones en un santiamén.
—A ver —dijo Kirian—, ¿se te ha pegado algo de Ravin? ¿Tengo que advertir a Nick de que vas a tomar por costumbre deshacerte de tu ropa o qué?
Talon puso los ojos en blanco cuando oyó el nombre del Cazador Oscuro katagario. No eran pocas las ocasiones en las que el amanecer lo había pillado sin ropa.
—No, esto ha sido una excepción. O eso espero. Y hablando de Nick, ¿dónde está? Lo he estado llamando para que me ayudara.
—Está en clase.
—Ya, bueno, pues todavía está en nómina, así que dile que deje el móvil conectado.
—Vaya, vaya… —comentó Kirian—. La desnudez te pone muy quisquilloso.
Talon pasó por alto el comentario mientras se ponía una camiseta negra.
Sunshine se detuvo junto al puestecillo donde Selena Laurens leía las cartas del tarot en Jackson Square. Selena llevaba sus encrespados rizos castaños sujetos con un pañuelo con estampado de leopardo, y su menudo cuerpo aparecía cubierto por un abrigo de cuadros de pata de gallo en blanco y negro.
—¡Hola, Sunny! —la saludó—. Al ver que no llegabas hoy con tu mercancía ya me estaba preguntando si estarías enferma o algo.
—¡Qué va! Es que tengo a alguien en casa.
Selena la miró y alzó una ceja.
—¿Alguien nuevo o conocido?
—Nuevo.
Selena la miró con suspicacia.
—Espero que este sea más agradable que el último idiota con el que saliste.
Sunshine arrugó la nariz al pensar en Greg. Un motero rudo, bastante indeseable, que nunca había dejado de confundirla con su ex novia Sara. Nada mejor que te llamen por el nombre de otra persona mientras estás echando un polvo… Por no mencionar que un día antes de que lo echara del apartamento el tipo había cogido «prestados» trescientos dólares. Aunque a decir verdad, era dinero bien empleado si así había conseguido librarse de él.
—Eso parece. —Dio unas palmaditas a las bolsas donde llevaba la ropa para Talon—. Bueno, tengo que regresar…
—¡Sunshine! —la llamó Selena—. Dime que no lo has hecho.
—¿El qué?
—Dejarlo solo en tu apartamento sin nadie que lo vigile.
—No pasa nada, allí está a salvo.
Selena dejó escapar un gruñido.
—Nena, ese pedazo de corazón que tienes te meterá algún día en un buen lío. ¿Conoces a ese tío de algo?
Sunshine respiró hondo. Estaba cansada de que todo el mundo le diera sermones.
—Te veo luego, Madame Selene. —Y se alejó tan rápido como pudo en dirección al coche mientras Selena seguía rezongando a sus espaldas.
¿Será posible?, pensó. ¿Por qué nadie confiaba en ella? Ya era mayorcita, y el hecho de ser un poco despistada no la convertía en una completa imbécil. Si su generosidad acababa matándola, que así fuera; era mucho mejor que tener una vida fría e insensible sin más propósito que el de preocuparse por sus sentimientos y sus posesiones.
Además, Talon no era como el resto de los hombres. Estaba segura. Parecía tener mejor corazón que la mayoría de sus conocidos.
Era electrizante. Peligroso. Misterioso.
Y lo mejor de todo era que la esperaba en su apartamento… desnudo.
Entró en el coche y se dirigió a casa.
No tardó mucho en llegar al club de su padre y en doblar la esquina para aparcar en la parte trasera, como siempre. Frunció el ceño al ver una enorme Harley negra aparcada junto a un Lamborghini del mismo color.
¿Los amigos de Talon?
Mmm, quizá Wayne tuviera razón. Quizá Talon fuera un traficante de drogas.
Con una ligera sospecha, salió del coche y entró en el solitario club por la puerta trasera. Subió a toda velocidad las escaleras de acero y hormigón que llevaban a su ático.
Se detuvo en seco en cuanto abrió la puerta y vio a los tres hombres. Todos ellos tenían niveles de testosterona que se salían de la escala de Richter. Eran absolutamente devastadores.
¡Caray! Necesitaba un cuaderno de bocetos. Ya.
Talon se había puesto unos pantalones negros de piel y una camiseta de manga corta muy estrecha, que delineaba el contorno de ese cuerpo que era la perfección de la virilidad. Estaba de pie en su cocina entre los dos desconocidos… dos desconocidos que también eran guapísimos. Aunque iban vestidos como ejecutivos fuera de hora de trabajo y no como moteros.
¡Qué cambio más refrescante!
—¡Hola, Sunshine! —saludó Talon—. Estos son mis amigos.
Un tipo que era tan alto como Talon le tendió la mano.
—Kirian Hunter —se presentó, con un acento encantador que no se parecía en nada al de Talon.
Sunshine aceptó la mano que le ofrecía, fuerte y endurecida, y en ese momento reconoció el nombre.
—Tú debes de ser el cuñado de Selena. Se pasa todo el día hablando de Amanda y de ti.
Kirian era menos corpulento que Talon, de sonrisa fácil y con unos risueños ojos verdes. Su pelo era más oscuro que el de Talon y lo llevaba cortado a la última moda.
—Supongo que debería darme miedo lo que haya podido contarte. Conociéndola, no quiero ni imaginármelo.
Sunshine sonrió.
—Todo lo que dice es bueno, te lo prometo.
—Este es el profesor Julian Alexander —dijo Talon, presentándole al otro hombre, que estaba ataviado con un jersey azul marino y unos chinos.
—Encantado de conocerte —dijo Julian al tiempo que le tendía la mano para saludarla.
Sunshine aceptó el saludo. Julian era un poco más bajo que los otros dos hombres, pero el aura que lo rodeaba era igual de fuerte y poderosa. Tenía unos ojos de un fascinante color azul y su pelo era del mismo tono rubio que el de Kirian. También era el más reservado de los tres, aunque no por ello su expresión resultaba menos agradable.
—¿Profesor? —preguntó.
—Doy clase de Historia griega y romana en Loyola.
—¡Vaya! ¿También conoces a Selena Laurens?
Julian asintió.
—La conozco muy bien; es la mejor amiga de mi esposa.
—¿Grace? —aventuró Sunshine—. ¿Estás casado con Grace?
Los dos se reconocieron a la vez.
—¿¡Ese eras tú!? —preguntó Sunshine, que dio la vuelta alrededor de Julian para colocarse a su espalda. ¡Claro que sí! Por supuesto que lo recordaba—. Eres don Culo Diez…
El rostro de Julian se sonrojó por la incomodidad.
—¿Don Culo Diez? —preguntó Talon—. Esto tienes que explicármelo.
—Por supuesto que sí —añadió Kirian.
—Tenemos que irnos —dijo Julian, que comenzó a empujar a Kirian en dirección a la puerta.
—Sí, claro. ¡Y una mierda! —protestó Kirian—. Hasta que no me entere, no nos vamos.
—Ha sido un placer volver a verte, Sunshine —añadió Julian mientras hacía salir a Kirian a empujones.
—No te preocupes, Kirian —gritó Talon—. Te lo contaré con pelos y señales.
Sunshine dejó la bolsa con la ropa en la encimera y escuchó cómo la puerta se cerraba con un fuerte golpe.
—Supongo que después de todo no vas a necesitar lo que te he traído.
—Lo siento —se disculpó él, apoyándose en la encimera mientras la observaba—. Cuéntame cómo conociste a Julian.
Sunshine se encogió de hombros.
—Vendo mis cuadros y las vasijas de barro en Jackson Square. Mi puesto está justo al lado del de Selena. Hace un par de años fue a trabajar acompañada de ese pedazo de hombre, vestido con una camiseta de tirantes estrecha y unos pantalones cortos. En aquella época Julian llevaba el pelo muy largo. El resultado fue que una enorme multitud de mujeres se congregó alrededor del tenderete de Selena para verlo de cerca. Ella se lo tomó como una catástrofe, pero yo vendí tantos bocetos de él que no me importó en lo más mínimo.
Talon frunció el ceño mientras lo asaltaba un extraño ramalazo de celos. Antes de poder contenerse, le preguntó:
—¿Has guardado alguno de los bocetos?
—Solo me quedé con uno, pero se lo regalé a Grace hace un año más o menos.
Más aliviado de lo que en realidad quería sentirse, Talon se percató de que ella lo estaba observando. Sunshine contemplaba sus labios y la línea de su mentón, lo que le hacía desear poseerla a toda costa y besar esa boca una vez más.
—¿Sabes una cosa? Estás mucho más guapo cuando sonríes.
—¿Sí? —preguntó él, curiosamente satisfecho por el cumplido.
—En serio.
Sunshine tragó saliva al caer en la cuenta de que no existía ninguna razón para que él demorara su partida. Claro que no debería importarle, porque tenía que volver al trabajo. Pero de todos modos no le apetecía que se marchara.
—Supongo que ahora que estás vestido te irás.
Talon miró de reojo la luz del sol.
—Me temo que no puedo irme hasta que se ponga el sol.
—¡Vaya! —exclamó ella, intentando controlar la oleada de vértigo que acababa de invadirla.
Talon se aclaró la garganta.
—Si tienes cosas que hacer…
—¡No, no! —le contestó ella sin pérdida de tiempo—. Quiero decir… que… esto… supongo que sería de muy mala educación dejarte aquí solo. Sobre todo teniendo en cuenta que no tengo televisor y que no tendrás nada que hacer. —Se humedeció los labios—. Así que… ya que no puedes marcharte, ¿qué te apetece hacer durante el resto de la tarde?
—¿Sinceramente?
—Sí.
—Me encantaría hacerte el amor.