—Hemos venido a este mundo en misión de paz, Patriarca Vanya —aseguró Menju el Hechicero con voz suave y melancólica—. Cometimos el error, como ahora nos resulta bien evidente, de ir a parar en medio de vuestros… hum… juegos de guerra. Se nos atacó, totalmente por error, según vos. —Esto último fue pronunciado en tono tranquilizador, al ver que Vanya parecía a punto de elevar una protesta—, pero, al no saberlo, no pudimos más que suponer que Joram, un conocido criminal que está huyendo de la justicia de nuestro mundo, había descubierto nuestros planes y nos esperaba para destruirnos. —El Hechicero suspiró con fuerza—. La verdad es que es un lamentable incidente. Totalmente deplorable la pérdida de vidas por ambos bandos. ¿No es así, mayor Boris?
El Patriarca Vanya dirigió una rápida mirada al militar, que había permanecido todo el tiempo sentado, muy tieso, en el borde de un sillón acolchado y blando, con la mirada fija frente a él. Simkin había hecho desaparecer los disfraces que los dos hombres habían usado en el Corredor, y el mayor volvía a vestir lo que para Vanya debía ser el uniforme militar de los suyos.
—¿No es así, mayor? —repitió el Hechicero.
El mayor no respondió. No había dicho una sola palabra en todo el tiempo que él, Simkin y aquel hombre que se llamaba a sí mismo el Hechicero llevaban en la habitación. Vanya aguardó atentamente para ver la reacción de éste ante la repetida petición del mago para que confirmara sus palabras y no le pasó inadvertido el destello de odio y desafío que apareció por un instante en los claros ojos del rubio mayor. Sus fuertes mandíbulas de bulldog estaban tan apretadas que las venas del grueso cuello quedaban claramente visibles.
Vanya aguardó con interés la reacción del Hechicero. Fue bastante curiosa. El mago levantó la mano derecha en el aire y la flexionó varias veces, distraídamente hizo que sus dedos adoptaran la forma de la garra de un ave. El Patriarca consideró muy interesante comprobar que el mayor palidecía ante aquel gesto. La mirada llena de odio quedó suavizada por el temor, los enormes hombros se hundieron, y el hombre pareció encogerse dentro de su horrible uniforme.
—¿No es verdad, mayor? —el Hechicero repitió la pregunta.
—Sí —respondió éste brevemente, con calma, pero volvió a apretar los labios con fuerza.
—El mayor se siente muy incómodo en este mundo mágico y, desde luego, se siente muy extraño aquí —se disculpó Menju ante Vanya—. Aunque ha estudiado el idioma durante varios meses y comprende lo que hemos estado diciendo bastante bien, no se siente lo bastante seguro para conversar aún. Espero que le perdonaréis su deficiente conversación.
—Naturalmente, naturalmente —repuso el Patriarca, agitando la mano rechoncha que podía mover. La otra permanecía oculta bajo el pesado escritorio ante el que se sentaba Su Divinidad.
El Patriarca se había recuperado con rapidez de su sobresalto inicial al recibir visitantes de un mundo que una hora antes no existía para él. A pesar de su apoplejía, seguía conservando todo el astuto poder de observación y conocimientos sobre la humanidad que lo habían mantenido en el poder durante muchos años. Mientras empezaba a charlar ociosamente con el Hechicero sobre las diferencias y similaridades existentes entre los idiomas de los dos mundos, y que provenían de un antiquísimo tronco común, en realidad estaba evaluando mentalmente a los dos extraños, intentando adivinar los motivos que los habían conducido a su presencia.
Los dos hombres eran similares a cualquier habitante de Thimhallan, se percató Vanya, con la excepción de que el mayor estaba bien Muerto y que el Hechicero, desprovisto de magia durante varios años, la utilizaba ahora de un modo algo torpe y desmañado.
Tras estudiar al oficial, Vanya lo dejó casi inmediatamente de lado. El mayor, un militar franco y honesto, era evidente que no comprendía nada y se sentía perdido en medio de aquellas diplomacias. Se sentía intimidado por este mundo y temía al Hechicero, el cual lo mantenía bajo su control, con lo que se convertía en el único jugador acreditado.
Menju mentía cuando afirmaba que había venido con intenciones pacíficas. De eso, Vanya no guardaba la menor duda. El Hechicero no recordaba a Vanya, pero éste sí lo había reconocido. La memoria del Patriarca rememoró algunos datos de la historia de aquel hombre. Menju, que practicaba en secreto las Artes Arcanas de la Tecnología, había intentado utilizar su fuerza para apoderarse de un ducado cerca de Zith–el; capturado por los Duuk–tsarith, se lo había juzgado sumariamente y sentenciado a ser expulsado al Más Allá. La ejecución se había llevado a cabo con rapidez y sin demasiado revuelo; la mayoría de los habitantes de Thimhallan probablemente ni se enteraron del hecho. Aquello había tenido lugar hacía ¿cuánto? ¿Cuatro años? Menju tenía veinte entonces, ahora parecía tener unos sesenta, y había pasado, según le había confesado a Vanya, cuarenta años en el mundo del Más Allá.
El Patriarca no comprendía en absoluto aquella circunstancia, a pesar de que el Hechicero había intentado explicárselo pacientemente con referencias a la velocidad de la luz y a las distintas dimensiones. «Almin utiliza sendas misteriosas», se dijo el Patriarca, y dejó de lado el asunto por considerarlo insignificante. Pero a lo que sí otorgó capital importancia fue a que aquel hombre poderoso se hallaba aquí ahora con unas determinadas pretensiones. ¿Qué era lo que quería? ¿Y qué estaba dispuesto a ofrecer a cambio? Aquéllas constituían preguntas urgentes.
En cuanto a sus aspiraciones, desde el principio le resultaron evidentes al Patriarca: Menju quería la magia. Cuarenta años sin Vida habían despertado la ambición en aquel Hechicero. Vanya podía ver el ansia que se reflejaba en los ojos de Menju. Ahora, de regreso a su mundo, el Hechicero había tenido de nuevo acceso a la Vida. Se había dado un banquete, y el Patriarca veía claramente el firme propósito de Menju de no volver a pasar jamás necesidad de ella.
Aunque seguía hablando de sustantivos, gerundios y verbos, Vanya reflexionaba interiormente: «Está mintiendo cuando afirma haber venido aquí en paz», se repitió; «el ataque a nuestras fuerzas no fue ningún accidente; fue demasiado rápido y organizado. Lo sé por los primeros informes que me llegaron de Lauryen. Según los Duuk–tsarith, el ejército de estos extraños humanos tiene problemas graves ahora. Nuestros magos produjeron ingentes bajas en sus filas, los obligaron a retirarse. ¿Por qué está aquí el Hechicero? ¿Cuál es su plan? ¿Qué utilidad puede tener para mí?»
—Hablando de idiomas, me sorprende que Simkin aprendiera el nuestro con tanta rapidez —dijo el Hechicero.
—Nada relacionado con Simkin me sorprende —gruñó Vanya, con una mirada furiosa a la figura vestida de rojo.
Tumbado cómodamente en un diván del lujoso despacho del Patriarca, el joven, aparentemente, se había quedado dormido durante la discusión sobre locuciones preposicionales y roncaba con fuerza.
—Joram tiene una teoría sobre él, ¿sabéis? —comentó el Hechicero despreocupadamente, aunque el Patriarca creyó detectar un destello en los ojos del hombre: la mirada de un jugador que intenta calcular las cartas que posee su oponente—. Según él, Simkin es la personificación de este mundo: la magia en su forma más pura.
—Una idea lamentable y típica de Joram —replicó Vanya con aspereza, disgustándole aquel repentino interés por Simkin. El Bufón era una carta estrafalaria dentro de cualquier baraja, y el Patriarca llevaba más de una hora intentando pensar en la mejor manera de desembarazarse de él—. Confío en que nosotros como personas alcancemos mejor consideración que la que puede otorgarse a este ser indisciplinado, amoral e insensible.
—¡Eh! —Simkin se sentó en el diván, parpadeando y mirando a su alrededor aturdido—. ¿He oído pronunciar mi nombre?
Vanya lanzó un bufido.
—Si te aburres, ¿por qué no nos dejas?
—¡Cielos! —bostezó Simkin mientras se recostaba de nuevo en el diván—. ¿Va a alargarse mucho más la discusión sobre el vocabulario? Porque, de ser así, me iré a balancear mi participio en un ambiente más divertido e interesante…
—No, no —lo interrumpió Menju, mostrando los dientes en una encantadora sonrisa—. Te pido perdón, Simkin, mi buen amigo, por haber provocado tu sueño. La lingüística es mi pasatiempo —añadió, volviéndose de nuevo hacia el Patriarca Vanya—, y esta discusión con alguien tan erudito como vos me resulta un auténtico placer. Espero que en el futuro podremos pasar muchas horas agradables examinando este tema, si Su Eminencia está de acuerdo. —Vanya asintió con frialdad—. Pero Simkin muy correctamente nos recuerda que no disponemos de demasiado tiempo. Debemos cambiar estos agradables temas de conversación por otros de naturaleza más grave.
El apuesto rostro de Menju se tornó solemne.
—Sé que coincidiréis con nuestro sincero deseo de que esta guerra trágica y fortuita finalice antes de que dañen irreparablemente cualquier tipo de relaciones que pudieran establecerse entre nuestros dos mundos, Divinidad.
—¡Amén! —dijo el Cardinal con fervor.
Vanya se sobresaltó, ya que había olvidado la presencia de su ministro, y, con una mirada glacial, lo reprendió en silencio por hablar cuando no debía. El Cardinal se encogió sobre sí mismo mientras Simkin, con un portentoso bostezo, colocó sus pies sobre el brazo del sofá y permaneció en esta posición admirando las puntas enroscadas de sus zapatos, al tiempo que tarareaba una cancioncilla con voz aguda y desafinada que produjo el efecto de irritar de inmediato a todos los presentes.
—Coincido con vuestro deseo de paz —corroboró el Patriarca con cautela, tanteando el camino, su mano rechoncha se arrastró por encima de la mesa—, pero, tal como habéis dicho, hubo desgraciadamente una pérdida enorme de vidas. Entre ellas la de nuestro querido Emperador Lauryen. La gente siente terriblemente su muerte. ¡Harás el favor de parar! —Esta exclamación fue dirigida a Simkin, quien había empezado a entonar un canto fúnebre.
—Lo siento —se disculpó Simkin mansamente—. ¡Me dejé llevar por mis sentimientos hacia el fallecido! —Se cubrió el rostro con uno de los almohadones del sofá y rompió a llorar ruidosamente.
Vanya aspiró con fuerza por la nariz y agitó su enorme mole en la silla, mientras apretaba los labios para no decir nada que pudiera lamentar más tarde. Vio aparecer una apenas perceptible sonrisa de complicidad en los labios del Hechicero. Resultaba evidente que el mago conocía a Simkin…
«Pero ¿por qué debiera sorprenderme eso?», pensó Vanya con resignación, mientras dejaba escapar el aire con un soplido, cual un globo que se deshincha. Todo el mundo conoce a Simkin.
—Comprendo el dolor de vuestra gente —afirmaba Menju—, y estoy seguro de que, aunque no hay nada que podamos hacer para devolverles a su querido líder, podrá considerarse algún tipo de satisfacción.
—Quizá, quizá. —Vanya suspiró pesadamente—. Pero, a pesar de que estoy de acuerdo con vos, señor, me temo que el asunto se halla fuera de mi control. Joram, ese notorio criminal, ha engañado no sólo a vuestra gente sino también a la mía. Corren rumores, incluso —añadió el Patriarca sin darle importancia—, de que fue él el responsable de la muerte de Lauryen…
Menju sonrió, comprendiendo al instante el plan de Vanya.
El Patriarca giró la gordezuela mano, mostrando todas sus cartas de mala gana.
—Sea como fuere, Joram ha conseguido que lo proclamen Emperador de Merilon. Él y un tipo engreído llamado Garald, príncipe de la ciudad–estado de Sharakan, van a proseguir con esta guerra terrible.
El mago y el mayor intercambiaron una mirada al oír esto, la fría y forzada de los aliados reacios, pero obligados a serlo.
—Sé que técnicamente somos enemigos, Patriarca Vanya —comenzó el Hechicero, vacilante—, pero, en nombre de la paz, si pudierais explicarnos lo que conocéis sobre sus planes, quizá podríamos encontrar una forma de anticiparnos a ellos y evitar que se perdieran más vidas.
El Patriarca frunció el ceño, su mano se crispó.
—No soy ningún traidor, señor…
—Os van a atacar mañana por la noche —interrumpió Simkin lánguidamente. Arrojó a un lado el almohadón y se sonó con el pañuelo de seda naranja—. Joram y Garald planean acabar con todos vosotros, borraros de la faz de este mundo; no quedará ni un solo vestigio de vuestros cuerpos —continuó alegremente, lanzando el pañuelo de seda al aire, donde desapareció—. Fue idea de Joram. Cuando vuestro mundo se encuentre sin noticias vuestras, pensarán que ha ocurrido lo peor. El cascarón ha sido aplastado, el polluelo ha muerto y el cuco se lo pensará dos veces antes de volver a poner sus huevos en este nido de nuevo. Para entonces, desde luego, habremos reparado el gallinero, la Frontera mágica volverá a estar intacta. Encantador, ¿verdad?
—¡Traidor! ¿Por qué se lo has dicho? —exclamó el Patriarca con una gran demostración de cólera, al tiempo que estrellaba la mano activa contra el escritorio.
—Es justo —repuso Simkin, mirando al Patriarca con sorpresa—. Después de todo —continuó, levantando un pie en el aire y haciendo que la punta del zapato se desenrollara—, le conté a Joram todos los planes de ellos, incluso lo de los refuerzos que van a venir. Exactamente como se me indicó.
—¡Refuerzos! ¡A Simkin se le dieron instrucciones! ¿Qué significa todo esto? —exigió Vanya—. ¡Habéis asegurado que vuestra visita era pacífica! Ahora resulta que, al parecer, intentáis aumentar vuestro poderío militar, y no sólo eso —señaló a Simkin—, ¡sino que estáis utilizando a este joven como espía! ¡A lo mejor ésa es la causa de vuestra presencia aquí! Llamaré a los Duuk–tsarith.
La compostura del Hechicero se alteró imperceptiblemente, pero el Patriarca no dejó de observar la rápida e intensa llamarada airada que apareció en sus ojos, ni la ojeada que lanzó a Simkin. Si aquel Hechicero fuera un Duuk–tsarith, Simkin sería ahora una mancha de grasa sobre el sofá. «Así que Menju no conoce al Bufón tan bien, después de todo», pensó Vanya con aire satisfecho.
—Por favor, no os precipitéis, Divinidad —dijo Menju en tono apaciguador—. ¡Seguramente comprenderéis que debemos actuar para protegernos! Las tropas adicionales que hemos pedido serán utilizadas únicamente si vuestro pueblo nos ataca.
La bota del mayor Boris chirrió contra el suelo. Vanya lo miró veloz y observó cómo el hombre se removía inquieto en su asiento.
—En cuanto a espías, nos tropezamos con este tipo espiando en nuestro cuartel general y…
Simkin, con una sonrisa, hizo que se volviera a arrollar la punta de su zapato.
—¿Qué puedo decir? —respondió con modestia—. Me sentía aburrido.
—… Al ver que adoptaba un punto de vista razonable de la situación, lo enviamos de vuelta a Joram, esperando, lo confieso, asustarlo para que pidiera la paz —continuó el Hechicero, algo irritado por la interrupción.
Menju se detuvo, luego se inclinó hacia adelante, su mano se posó sobre el escritorio de Vanya. Cuando volvió a hablar su voz era profunda y solemne.
—Seamos francos el uno con el otro, Divinidad. Joram es la causa de esta terrible guerra. Una naturaleza sombría y apasionada como la suya, combinada con una fina inteligencia, lo convierte en un criminal, en un proscrito de cualquier sociedad —el atractivo rostro del Hechicero se ensombreció—. Se me ha contado que asesinó en este mundo. En el nuestro se ha conducido incluso con más vileza.
El Patriarca Vanya se mostraba cuidadosamente indeciso.
—¡Joram estuvo fuera de Thimhallan diez años! ¿Por qué creéis que se molestó en regresar? ¿A causa de su gran amor por él? —El Hechicero se mofó de la idea—. ¡Ambos sabemos muy bien la razón! Joram se jactaba muy a menudo ante mí de cómo había escapado al castigo que tanto merecía. De la misma forma huyó de la pena que se le impuso en nuestro mundo. ¡Volvió aquí porque se lo buscaba, se lo perseguía! ¡Volvió aquí, así me lo confesó, para obtener su venganza! ¡Para cumplir la Profecía!
El mayor Boris se puso en pie de un salto. Hundió las manos en los bolsillos y anduvo rápidamente hasta el otro extremo de la habitación. Vanya pudo apreciar el rubor que recorría la parte trasera de su grueso cuello, justo por encima de la camisa. Cuando estuvo ante la pared transparente, el mayor extendió una mano para apartar el tapiz.
—Yo no tocaría eso, si fuera vos, mayor —advirtió Vanya con frialdad—. Los Duuk–tsarith montan guardia fuera de la Catedral. Si os ven, no podré hacer nada para protegeros.
—¡Hace demasiado calor aquí dentro! —exclamó el mayor con voz ronca, tirando del cuello de su camisa.
—El mayor padece de claustrofobia —empezó el Hechicero.
—No tenéis que disculpar al mayor —interrumpió Vanya—. Conozco su tipo.
Menju se recostó en su asiento y estudió al Patriarca con una mirada especulativa por entre sus entornados párpados. De pie al otro extremo de la habitación, el oficial se secaba el sudor que cubría su rostro y se pasaba un dedo por entre el cuello de la camisa y el suyo. El Cardinal, en respuesta a un rápido gesto de su Patriarca, se levantó sin hacer ruido de su silla y fue a hacerle compañía al militar. Se colocó junto a él, e inició una conversación inconexa y unilateral.
Vanya miró en dirección a Simkin, pero un ronquido proveniente del sofá le indicó que el joven había vuelto a dormirse.
Su Divinidad, tras dar la impresión de que se permitía ser persuadido, contempló a Menju con la debida seriedad.
—Escucharé, por el bien del mundo, lo que tenéis que ofrecer. No considero necesario involucrar a los militares en estos asuntos, ¿estáis de acuerdo? Ellos comprenden bien poco del arte de la negociación y la diplomacia.
El Hechicero hizo un gesto de asentimiento con su elegante mano.
—No podría compartir más vuestra opinión, Divinidad.
—Muy bien. Mi único deseo es que terminemos con esta trágica guerra. Tal como decís, yo también creo que Joram es su causante. ¿Qué es, pues, lo que queréis de mí?
—A Joram… y a su esposa. Vivos.
—Imposible.
—¿Por qué? —El Hechicero se encogió de hombros—. Seguramente vos…
Vanya lo interrumpió.
—A Joram lo protegen los Duuk–tsarith. Habéis estado fuera mucho tiempo, pero debéis recordarlos, ¿verdad?
Era evidente que el Hechicero no los habría olvidado. Con el rostro algo más pálido, miró a Vanya, irritado.
—Recuerdo que vosotros, los catalistas, tenéis a un miembro de los Duuk–tsarith que actúa únicamente para vosotros.
—¡Ah! El Verdugo —asintió el Patriarca.
El Hechicero palideció aún más, su respiración se hizo fatigosa.
—¿Confío en que no padeceréis claustrofobia vos también? —preguntó Vanya.
—No —respondió el otro con una sonrisa demudada—. Me afligen… viejos recuerdos. —Se ajustó nerviosamente los puños de su camisa.
—El Verdugo puede sernos útil —empezó Vanya, frunciendo el ceño, aunque se sintió muy satisfecho al ver el desconcierto del mago—. No obstante, El Manantial tiene oídos y ojos y una boca. Joram es ahora el niño mimado de las masas. No puedo verme involucrado en ningún incidente.
—Veamos —se oyó decir a una voz fatigada—, exactamente, ¿qué es lo que pensáis hacer con Joram de todos modos?
El Patriarca dirigió una penetrante mirada al mago, quien se la devolvió a su vez. Ambos dirigieron la vista cautelosamente a Simkin. Tendido todavía en el diván, la cabeza levantada y descansando en su mano, el joven los miraba con aburrida curiosidad.
—Será devuelto a mi mundo para recibir su justo castigo —afirmó Menju.
—¿Y su esposa demente?
—¡Recibirá los cuidados que necesita! —repuso el Hechicero con severidad—. En mi mundo hay personas preparadas para tratar la demencia. Joram se ha negado siempre a que se acercaran a ella…
—Así que Joram tiene que regresar a tu mundo —continuó Simkin con un vago énfasis en sus palabras—, mientras que todos los habitantes de este mundo…
—Permanecerán aquí para vivir en paz y seguridad, a salvo de las maquinaciones de Joram, su archienemigo, tal y como discutimos antes —interpuso el Hechicero limpiamente, su mirada fija e inmutable sobre Simkin.
—Ya —dijo Simkin, y volvió a tumbarse.
—De hecho —prosiguió Menju, volviéndose en dirección al Patriarca tras observar prolongadamente a Simkin—, puedo arreglar que el juicio de Joram se retransmita a este planeta. Sería un vínculo entre nuestros mundos. Creo que os parecería fascinante, Eminencia. Poseemos enormes cajas de metal que podemos instalar aquí en vuestro despacho. Si adosamos algunos cordones y cables, vos podréis contemplar esa caja y ver imágenes de lo que está sucediendo en nuestro mundo a millones de kilómetros de distancia…
—¡Cajas de metal! ¡Cordones y cables! ¡Herramientas de las Artes Arcanas! —tronó Vanya—. ¡Llevaos a Joram de este mundo, y luego dejadnos en paz!
Menju sonrió, encogiéndose de hombros.
—Como queráis, Eminencia. Lo que nos devuelve a la cuestión de Joram.
—¡Cuántas tonterías! —exclamó Simkin de mal talante, al tiempo que se incorporaba—. ¿Os dais cuenta de que hace horas que deberíamos haber cenado? ¡Y yo no he probado bocado en todo el día! Toda esta charla sobre Duuk–tsarith y Verdugos no es muy apropiada para despertar el apetito. —El pedazo de seda naranja se materializó en el aire y revoloteó hasta la mano de Simkin—. ¿Queréis a Joram? Nada más fácil. Tú, Dientes Largos —agitó el pañuelo en dirección al Hechicero—, eres, supongo, perfectamente capaz de capturarlo.
—Sí, desde luego. Pero se los debe coger desprevenidos a él y a su esposa. No debe sospechar.
—¡Nada más simple! Tengo un plan —interpuso Simkin arrogante—. Dejádmelo todo a mí.
El Hechicero y Vanya miraron a Simkin con desconfianza.
—Te pido perdón, amigo Simkin —se disculpó Menju—, si parezco vacilar en aceptar tu generosa oferta. Pero conozco muy poco sobre ti, a excepción de lo que me ha contado Joram, y sabemos que puede tramar cualquier falsedad o engaño. ¿Debo confiar en ti?
—Yo no lo haría —afirmó Simkin con franqueza mientras se alisaba el bigote—. No hay un alma que lo haga, excepto una —empezó a canturrear para sí y le dio forma de lazo al pañuelo naranja.
—¿Y ésta es?
—Joram.
—¡Joram! ¿Por qué iba a confiar él en ti?
—Porque es terco por naturaleza. —El joven anudó el pañuelo naranja por encima del lazo—. Porque jamás le he dado ningún motivo para que confíe en mí. Muy al contrario y, sin embargo, lo hace, lo cual me resulta una constante fuente de diversión.
Simkin metió la cabeza a través del lazo que había hecho con el pedazo de seda, miró al Hechicero y le guiñó un ojo.
Menju arrugó el ceño.
—Protesto, Divinidad. No me gusta esta idea.
Simkin bostezó.
—¡Oh, vamos! Sé honrado. No es la propuesta lo que no te agrada. ¡Soy yo! —Aspiró con indignación—. Me siento terriblemente insultado, o me sentiría —añadió tras un momento de reflexión—, si no estuviera tan hambriento.
El Patriarca Vanya emitió un ruidito que bien podría haber sido una carcajada a expensas del Hechicero. Al volverse para mirarlo, el mago vio la expresión de desprecio en el rostro del Patriarca y enrojeció.
—¡Él mismo admite que no podemos confiar en él! —dijo Menju con alguna aspereza.
—Es su forma de ser —respondió Vanya tajante—. Simkin ha hecho trabajos para nosotros con anterioridad de forma satisfactoria y, por lo que habéis contado, también para vos. No hay mucho tiempo. ¿Tenéis alguna alternativa?
Menju contempló al Patriarca fría y pensativamente.
—No —replicó.
—¡Ah! —Simkin lanzó una risa regocijada—. Como exclamó la duquesa d’Longville cuando su sexto esposo cayó muerto a sus pies: «¡Al fin!». Ahora, pongámonos a prepararlo. —Se frotó las manos excitado—. ¡Esto va a ser una gran juerga! ¿Cuándo lo haremos?
—Debe ser mañana —apremió el Hechicero—. Si, según tú, planea atacar al anochecer, debemos detenerlo antes. Tras su captura podremos iniciar las negociaciones de paz.
—Sólo hay un pequeño detalle —interpuso el Patriarca—. Podéis quedaros a Joram y hacer lo que queráis con él, pero se nos ha de devolver la Espada Arcana.
—Me temo que eso es totalmente imposible —respondió con suavidad el Hechicero.
Vanya lo miró furioso, frunciendo el ceño.
—¡Entonces no sirve de nada negociar! ¡Vuestras condiciones son inaceptables!
—¡Vamos, vamos, Divinidad! ¡Después de todo, somos nosotros los que estamos amenazados por vuestras fuerzas! ¡Debemos protegernos de un posible ataque! Nosotros guardaremos la Espada Arcana.
El Patriarca frunció aún más el ceño, tarea harto difícil con una parte del rostro paralizado y fláccido como su brazo inútil.
—¿Por qué? ¿Qué puede importaros ella a vos?
El Hechicero se encogió de hombros.
—La Espada Arcana se ha convertido en un símbolo para vuestra gente. Su pérdida, y el descubrimiento de que su Emperador es, en realidad, un asesino, los desmoralizará. ¿Dudáis por esta nadería, Eminencia? ¡No es más que una espada!, ¿no es así? —preguntó con suavidad.
—¡Es un arma diabólica! —replicó Vanya con dureza—. ¡Un instrumento del demonio!
—¡Entonces deberíais dar gracias por poderos deshacer de ella! —El Hechicero extendió los brazos y se ajustó de nuevo los puños de la camisa. Esta vez, no obstante, parecía seguro de sí mismo, había recuperado su compostura—. A cambio de esta muestra de buena voluntad por parte de vuestro mundo, pediré al mayor Boris que envíe un mensaje a mi mundo para cancelar la demanda de refuerzos. Entonces vuestro pueblo y el mío podrán iniciar las negociaciones de paz formalmente. ¿Estáis de acuerdo?
Los orificios de la nariz del Patriarca Vanya se ensancharon. Con una furiosa mirada a Menju, aspiró con fuerza por la nariz, su mano rechoncha dejó súbitamente de arrastrarse por encima del escritorio, sus dedos se curvaron como las puntas de los zapatos de Simkin.
—Parece que no disponemos de mucho donde escoger.
—Bien, ¿tenéis alguna sugerencia sobre dónde y cómo capturar a Joram?
El Patriarca cambió de posición en el sillón y al hacerlo, su mano paralizada resbaló de su regazo. Subrepticiamente, la sujetó con la otra mano, mirando de reojo al mago para comprobar si lo observaba. «¡Piensa que soy un estúpido!», se dijo Vanya, colocando la mano de nuevo en su lugar. «¡De modo que es la espada lo que quiere! ¿Por qué? ¿Qué sabe sobre ella?»
El Patriarca adoptó una expresión de indiferencia.
—La captura de Joram es cosa vuestra y de Simkin, me temo. Yo no entiendo de estas sórdidas cuestiones. Soy un clérigo, después de todo.
—¡Oh, claro! —Simkin suspiró exasperado—. ¡Esto está durando demasiado! Frase también pronunciada por la duquesa, al ver que su esposo tardaba una barbaridad de tiempo en morir. Ya os he dicho que lo tengo todo planeado.
Simkin extendió el pañuelo de seda sobre la mesa de Vanya y paseó la mano por encima de él, al instante aparecieron unas letras en su superficie.
—Chisst… —siseó al ver que Menju las iba a leer en voz alta—. El Manantial tiene oídos y ojos, ya lo sabéis. Encontraos conmigo aquí —indicó un nombre de lugar sobre el pañuelo de seda—, mañana al mediodía. Tendréis a Joram y a su esposa, ambos totalmente a vuestra merced y tan confiados como bebés.
El Patriarca Vanya, los labios muy apretados, los ojos prácticamente enterrados en varias capas de grasa, examinó el nombre escrito y palideció intensamente.
—¡Ahí no es en absoluto posible!
—¿Por qué? —lo interrogó Menju fríamente.
—¡Sin duda debéis conocer su historia! —exclamó Vanya, observando al Hechicero con incredulidad.
—¡Bah! ¡No creo en fantasmas desde que tenía cinco años! Por las descripciones que recuerdo vagamente haber leído sobre ese lugar, se ajustará muy bien a mis planes. Además, empiezo a comprender en qué consiste el plan de Simkin para llevar a Joram allí sin que sospeche. De lo más ingenioso, amigo mío. —El mago se dirigió con suspicacia al Patriarca—. No estaréis utilizando este pretexto para libraros de nuestro acuerdo, ¿verdad, Divinidad?
—¡Muy al contrario! —protestó con ardor Vanya—. Me preocupa únicamente vuestra seguridad, Menju.
—Gracias, Eminencia. —El Hechicero se levantó de su silla.
—Recordad que se os ha advertido. ¿Os encargaréis vos de todo? —Vanya permaneció sentado para ocultar su defecto físico.
—Desde luego, Divinidad.
—Entonces, me parece que nuestra conversación ha concluido.
—Sí, aunque aún falta una cosa por aclarar. —El Hechicero se volvió hacia el joven—. Te corresponde una buena recompensa por tus servicios, Simkin. Entiendo que por eso estás haciendo todo esto, después de todo.
—¡No, no! —protestó Simkin, mostrándose terriblemente ofendido—. Patriotismo. Lamento no tener más que un amigo al que sacrificar por mi país.
—¡Insisto en que aceptes algo!
—No podría, la verdad —repuso el muchacho con orgullo, pero dirigiendo una mirada a Menju por entre los entornados párpados.
—Mi mundo y éste —Menju señaló a Vanya—, te estarán eternamente agradecidos.
—Bueno, a lo mejor existe un pequeño favor que puedes facilitarme, ahora que lo mencionas. —Simkin pasó el pañuelo naranja lentamente por entre sus dedos.
—¡Nómbralo! ¿Joyas? ¿Oro?
—¡Bah! ¿Para qué necesito yo el vil metal? Pido tan sólo que me llevéis a vuestro mundo.
El Hechicero pareció sorprenderse de forma considerable ante aquella petición.
—¿Lo dices en serio?
—Tan en serio como acostumbro a hablar —replicó Simkin con desenvoltura—. No, espera. Retiro eso. Creo que mi petición está planteada más en serio de lo normal.
—Bien, bien. ¿Es eso todo? ¿Que te lleve con nosotros? —Menju lanzó una gran carcajada—. ¡Nada más fácil! ¡Es una idea brillante, en realidad! ¡Harás sensación como parte de mi actuación! ¡Te convertirás en una celebridad en todo el universo, amigo mío! ¡Ya puedo ver las marquesinas! —El mago agitó una mano en el aire—. ¡EL HECHICERO y Simkin!
—Hummm… —el joven se atusó el bigote pensativo—. Bien, bien. Podemos discutir eso después. Ahora debemos marcharnos ya. Recoge al mayor, pongámonos nuestros disfraces, y regresemos a esos extraordinariamente horribles edificios en los que a vosotros os gusta vivir.
Simkin se alzó en el aire lentamente, su bata de brocado rojo resplandeciendo como una llama bajo las brillantes luces de los aposentos del Patriarca, y flotó en dirección a la pared cubierta por el tapiz.
Al pasar junto a Menju, un murmullo flotó hasta ellos.
—SIMKIN y el Hechicero.