El Más Allá

Dejo este relato con el Padre Saryon para ser leído en el caso de que no sobreviva a mi primer encuentro con el enemigo…

El enemigo.

Los llamo así y, sin embargo, ¿cuántos de ellos no se han convertido en mis amigos durante estos últimos diez años? Pienso en ellos, especialmente en aquellos que han atendido con tanta amabilidad a mi esposa y que me ayudaron durante esos primeros meses terribles en los que, también yo, temí volverme loco. No obstante, si alguna vez se enteran de mi comportamiento, sé que lo comprenderán. Porque ellos lo han combatido —a aquel al que se conoce como el Hechicero— durante mucho más tiempo que yo.

Te lo voy a contar todo, a ti que lees esto. Me pregunto, haciendo un inciso, quién serás. ¿Mi viejo amigo, el príncipe Garald? ¿Mis viejos enemigos, Lauryen, el Patriarca Vanya? Supongo que no importa, ya que todos os encontraréis en el mismo bando en este conflicto. Por lo tanto trataré de narrar todo lo que me ha sucedido lo mejor que pueda. Es indispensable que comprendáis a ese enemigo por si os veis obligados a luchar solos contra él, sin mi ayuda.

Empezaré por el principio, o quizá debería decir el fin.

Poco puedo yo contaros de mis pensamientos y sentimientos cuando me encaminé hacia la muerte, hacia el Más Allá. Algunas veces se apodera de mí una oscuridad que no puedo controlar. Aquellos que viven en el mundo que llamaré el Más Allá han diagnosticado esta oscuridad como una forma de psicosis, palabra que ellos utilizan para describir un trastorno mental que no tiene causa física.

Al poco tiempo de mi regreso a Thimhallan, el Padre Saryon me preguntó si pensaba conscientemente en la Profecía cuando tomé mi decisión de dirigirme a la muerte. ¿Actuaba yo de forma activa para provocar su cumplimiento como una especie de venganza contra el mundo?

De nuevo examino las palabras de la Profecía. Éstas están grabadas, como podéis imaginar, en mi corazón de la misma forma en que el Patriarca Vanya amenazó con grabar la imagen de la Espada Arcana sobre mi pecho de piedra.

«Nacerá de la Casa Real alguien que está muerto y que no obstante vivirá, que morirá de nuevo y volverá a vivir. Y cuando regrese, en su mano llevará la destrucción del mundo…»

Redundaría en mi propio mérito si pudiera contestar afirmativamente a la pregunta de Saryon. Al menos eso demostraría que estaba pensando de una forma clara y racional. Por desgracia, no era así. Al mirar atrás, me veo a mí mismo tal y como era entonces —arrogante, orgulloso, egoísta— y considero un milagro que tuviera la fuerza física y mental necesaria para sobrevivir, aunque tal circunstancia se la debo más al Padre Saryon que a mí.

Las horas anteriores a la Transformación las pasé solo en una celda. Allí, mi mente cayó víctima de la oscuridad que acecha en mi interior. El temor y la desesperación se adueñaron de mí. El descubrimiento repentino de mi auténtico linaje y del extraño accidente que había marcado mi vida, el conocer el terrible destino que me aguardaba para evitar que realizase la Profecía, todo esto estuvo a punto de volverme loco. Aquel día, allí de pie sobre la arena, apenas si me daba cuenta de lo que sucedía a mi alrededor. Era como si ya me hubiese convertido en piedra.

El terrible y noble sacrificio que el Padre Saryon hizo en su amor por mí fue como una brillante luz en las tinieblas de mi espíritu. Bajo su brillante resplandor vi todo el mal que me había hecho a mí mismo y a aquellos a los que amaba. Postrado de dolor por un hombre al que había aprendido a amar y a admirar demasiado tarde, asqueado de la corrupción que veía en el mundo, y que sabía que se reflejaba en mí, mi único pensamiento fue librar al mundo del mal que había traído a él. Puse la Espada Arcana en las manos sin vida de Saryon y me encaminé hacia la muerte.

Entonces no sabía —tan absorto estaba en mi propia desesperación— que Gwendolyn me había seguido. Recuerdo haber oído su voz cuando me introduje entre las brumas, pidiéndome que esperara, y puede que incluso vacilara en ese punto, pero mi amor por ella, como todo en mi vida, era puro egoísmo. La aparté de mis pensamientos en cuanto la helada neblina se cerró sobre mí, y no volví a pensar en ella hasta que la encontré, inconsciente sobre el suelo, al otro lado.

El otro lado.

Casi puedo ver cómo el pergamino tiembla en tus manos mientras lees esto.

El otro lado.

Anduve durante mucho tiempo. No sé cuánto, ya que el mismo tiempo está deformado y alterado por el campo de magia que rodea a este mundo y lo mantiene aislado del resto del universo. No me daba cuenta de nada excepto de que caminaba, de que había tierra firme bajo mis pies y de que estaba perdido y errante en una nada de color gris.

No recuerdo haber estado asustado, y creo que debía de estar algo conmocionado. He oído, sin embargo, de otros que he conocido en el Más Allá, de otros que han atravesado esa frontera mágica, que no estaba asustado porque estaba Muerto. Para aquellos que poseen magia, es una experiencia aterradora; los que sobrevivieron sin perder la razón (y no hay muchos) no pueden hablar de ello sin dificultad. Jamás olvidaré, mientras viva, la expresión de terror y espanto que vi en los ojos de Gwendolyn cuando los abrió por primera vez.

Pienso que, con toda probabilidad, en mi desesperado e irracional estado, hubiera seguido andando sin rumbo por entre las grises y cambiantes brumas hasta desplomarme y morir. Entonces —de una forma tan repentina que literalmente me dejó sin aliento— las brumas llegaron a su fin. De la misma forma en que se puede nadar por una zona de espesa niebla y encontrarse de pronto a plena luz del sol, emergí yo del reino de la muerte (así lo pensé) y me encontré de pie en medio de un prado.

Era de noche, una noche clara y hermosa. El cielo sobre mi cabeza aparecía tranquilo y de un profundo color negro, y cada centímetro de él resplandecía de estrellas. Nunca supuse que hubiera tantas estrellas. El aire era frío y vivificante, una brillante luna llena derramaba su plateada luz sobre la tierra que tenía a sus pies. Aspiré el aire con fuerza, lo expulsé, volví a aspirar, lo expulsé —no sé durante cuánto tiempo—, y sencillamente permanecí allí, respirando. La oscuridad desapareció de mi espíritu. Me puse a pensar en lo que había hecho y supe que por primera vez en mi vida había hecho algo bueno.

Mi educación religiosa había sido descuidada durante mi caótica infancia, y, cuando crecí, no sentía ninguna fe en la humanidad ni en mí mismo; en consecuencia tampoco tenía fe en Almin; no había pensado demasiado en la posibilidad de una vida después de la muerte, excepto posiblemente para temerla si existía. Después de todo, para mí, la vida misma era una pesada carga diaria. ¿Por qué iba a desear prolongarla? No obstante, en aquel momento creí que había encontrado el cielo. La belleza de la noche, la quietud y la soledad que me rodeaban, aquella bendita sensación de estar solo…

Mi alma estaba contenta de poderse elevar y perderse en la noche, pero mi cuerpo, no obstante, se empeñaba tozudamente en seguir viviendo y en recordarme —mediante su debilidad— que estaba vivo. Un viento helado sopló por entre las hierbas. No llevaba camisa. No llevaba más que los viejos pantalones que los Duuk–tsarith me habían dado en la prisión. Empecé a temblar de frío y como reacción, sin duda, a mis recientes experiencias. También tenía hambre y sed ya que no había querido comer ni beber nada durante mi cautiverio.

Fue en aquel momento cuando empecé a preguntarme dónde estaba y cómo había llegado allí. No podía divisar nada en ninguna dirección, excepto enormes extensiones de pastos vacíos e iluminados por la luna y —algo muy curioso— una pequeña y parpadeante luz roja a unos tres metros de mí. Supongo que la luz había iluminado intermitentemente todo el tiempo, pero mi espíritu había estado flotando con las estrellas y no le había prestado atención. Empecé a andar hacia ella con la vaga idea, creo recordar, de que podría tratarse de un fuego de leña, lo cual no hace más que demostrar la confusión de mis pensamientos, pues, de lo contrario, me hubiera dado cuenta de que ningún fuego puede titilar de aquella forma tan persistente. Fue mientras me dirigía a la luz cuando encontré a Gwendolyn.

Yacía sobre la hierba, inconsciente. Me arrodillé junto a ella, la tomé en mis brazos y la apreté con fuerza contra mí antes de que se me ocurriera pensar siquiera cómo y por qué se encontraba ella allí. Recordé de pronto haber oído su voz mientras penetraba en las brumas y haber distinguido como un revoloteo de su blanco vestido. A lo mejor habíamos estado a pocos metros el uno del otro y no nos habíamos visto de tan espesa como era la niebla. No importaba. De alguna forma todo parecía responder a un plan previo.

Al tocarla, ella se despertó. Observé su rostro con claridad bajo la luz de la luna y fue entonces cuando percibí la locura en sus ojos. La reconocí enseguida. ¿Cómo no hacerlo? Había vivido con ella toda mi infancia. Sin embargo, tuvieron que pasar muchos meses antes de que finalmente lo admitiera. Desde luego, en aquel instante no osé planteármelo.

—¡Gwendolyn! —susurré, meciéndola en mis brazos.

Al oír mi voz, el extraño destello de sus ojos desapareció. Me miró con la misma expresión enamorada que había sido como una bendición para mí. ¡Una bendición que yo había transformado en maldición!

—Joram —dijo con suavidad, mientras alzaba una mano para tocar mi rostro.

Vi mi perfil en sus ojos y, después, éste empezó a vacilar y a empañarse a medida que el horror y la locura me desterraban de ellos. La apreté con fuerza, como si me abandonara físicamente. Su cuerpo permaneció entre mis brazos, pero no pude evitar que su espíritu se escapara.

El viento soplaba con más furia. Un fuego blanco iluminó la noche y se oyó un tremendo estrépito. Alcé la cabeza y contemplé cómo la oscuridad engullía las estrellas como un enorme monstruo que se arrastrase por los cielos. Los rayos se desperdigaban desde el cielo a la tierra, y a pesar de que la tormenta se hallaba aún a cierta distancia, la fuerza del viento estuvo a punto de arrastrarme. Las nubes se dirigían hacia nosotros, la luna desapareció mientras observaba el firmamento y pude sentir el olor de la lluvia que empezaba a azotarme el rostro.

No podía creer en la rapidez y la fuerza de aquella tormenta. Miré a mi alrededor aterrado. No había ningún lugar donde refugiarse. Un rayo cayó tan cerca de nosotros que su estruendo me ensordeció; enormes pedazos de tierra volaban por los aires; el viento arreció, aullando en mis oídos; la lluvia empezó a caer, manando del cielo con la fuerza del rayo. En un instante, tanto Gwendolyn como yo quedamos empapados, aunque hice todo lo posible por protegerla con mi cuerpo.

¡Tenía que encontrar ayuda! Los relámpagos se encendían a nuestro alrededor; el viento era cada vez más fuerte; bolas de hielo me golpearon el rostro, magullando e hiriéndome la carne. Todo se envolvía con una completa oscuridad ahora, a excepción de los breves intervalos de terrible claridad, cada vez que un rayo iluminaba el cielo. Y entonces percibí, a través de aquella lluvia torrencial, la luz roja que seguía parpadeando, insensible a la tormenta. Quizás habría gente allí, reunida alrededor de un fuego, utilizando su magia para mantenerlo encendido. Levanté a Gwen en mis brazos, y la conduje hacia aquel lugar, pronunciando la primera plegaria desinteresada que haya rezado jamás, y en la que imploraba que Almin enviara a alguien para salvarla.

¿A quién esperaba encontrar junto al juego? No lo sé. No me hubiera sorprendido demasiado ver ángeles o demonios. Hubiera dado la bienvenida a cualquiera de ellos. No podríamos sobrevivir a aquella tormenta por mucho tiempo; aumentaba en ferocidad y tuve la indefinida y vaga idea que nos asalta a veces cuando estamos aterrorizados: que la tempestad golpeaba la Frontera del mundo en un intento por derribarla.

Hubo momentos en los que literalmente no pude moverme a causa de la tremenda fuerza del viento; ocasiones en las que tuve que usar todas mis fuerzas para poder mantenerme en pie, mientras sujetaba el cuerpo inerte y frío de Gwendolyn contra el mío y el aire me abofeteaba y la lluvia y el hielo se clavaban en mi carne como afiladas agujas.

Con un supremo esfuerzo de voluntad, seguí adelante, y por fin llegué a la luz roja. No era un fuego. No había nadie allí, ni ángel ni demonio. Aquel fulgor intermitente procedía de un curioso objeto que sobresalía del empapado suelo, y ni siquiera daba calor. La frustración y el desespero se apoderaron de mí. Mis piernas cedieron y caí, con Gwen en brazos, al suelo.

En ese momento, por encima del rugir de la tormenta, escuché un ruido sordo. Lo percibía cada vez más fuerte, al tiempo que sentía cómo la tierra se estremecía. Los relámpagos ahora eran incesantes y, atisbando por entre la lluvia, divisé iluminado por brillantes destellos un enorme monstruo que se arrastraba hacia nosotros. ¡Tenía forma achaparrada y angular, con dos enormes ojos resplandecientes al frente, y se acercaba a nosotros a una velocidad increíble!

«De modo que así es como termina todo», pensé, «despedazados por una bestia asquerosa». Me abandoné a la oscuridad de mi interior. Mi última idea fue de agradecimiento porque Gwen estaba inconsciente y moriría sin conocer aquellos postreros momentos de terror.

Me dijeron que estaba consciente cuando me encontraron, que les hablé y que les pareció —porque no podían entenderme— que estaba dispuesto a luchar. Me contaron —y sonrieron al recordarlo— que no hubiera podido luchar ni con un niño. Me opuse débilmente y me desmayé.

En lo que a mí respecta, no recuerdo nada hasta que me despertó un sonido de voces. Me asaltó el terror, luego me calmé. ¡Era un sueño! Mi corazón latió con fuerza, esperanzado. El juicio, la sentencia, la ejecución, la tormenta… todo era un sueño y cuando abriera los ojos me encontraría de nuevo en casa de lord Samuels…

Abrí los párpados y me encontré bajo una fuerte luz, tan brillante que me lastimaba las pupilas. Mi cama era dura e incómoda y comprendí de repente que estaba en el interior de algo fabricado por completo de hierro. Parecía que nos movíamos, ya que nos balanceábamos adelante y atrás con un mareante movimiento oscilatorio. Mi sueño no era tal, lo ocurrido había sido completamente real.

Sin embargo, seguía oyendo voces. Me senté en la cama e intenté ver, protegiéndome los ojos de la luz. Las voces sonaban muy cerca. De una forma confusa, distinguí dos figuras, de pie, junto a mí, que se movían vacilantes a causa del movimiento del recinto metálico. Se dieron cuenta de que me había incorporado y uno acudió a mi lado.

El hombre me habló en un idioma que no podía comprender, y al parecer lo advirtió porque me daba abundantes palmadas en la espalda mientras hablaba, para tranquilizarme, de la misma forma en que se tranquiliza a un niño asustado.

Yo no estaba asustado. ¡Por Almin que no! Después de todo lo que había pasado, no creía que pudiera volver a asustarme de nada. Lo único que me preocupaba era la pobre muchacha que lo había abandonado todo por mí. ¿Dónde estaba? Miré a mi alrededor, pero no pude verla. Intenté levantarme, pero el hombre me mantuvo echado, aunque con gran suavidad. No resultaba difícil evitar que me moviera, me encontraba demasiado débil incluso para permanecer sentado por mucho tiempo.

Durante todo ese lapso, la otra figura que había en el interior de la cosa de hierro permaneció hablando con otra persona, alguien que hablaba con voz chisporroteante.

Ahora sé, claro, que hablaba por un aparato de comunicaciones, situado en el interior de aquel transporte (una especie de vehículo parecido a un carruaje excepto que funciona mediante las Artes Arcanas de la Tecnología y no de la magia). Todavía puedo oír las palabras del hombre con bastante claridad, aunque entonces no sabía lo que querían decir. En los meses siguientes, durante mi lucha contra la locura, sus palabras regresaban a mí una y otra vez en mis pesadillas.

—Hemos comprobado la alarma. Hay dos de ellos en la Frontera esta vez: un hombre y una mujer.

No recuerdo nada más después de esto. El hombre que estaba arrodillado junto a mí hundió algo frío en mi brazo, y me dormí.

Cuando me desperté, descubrí que a Gwen y a mí nos habían transportado a un nuevo mundo —o quizá se pueda considerar uno muy antiguo— para iniciar una nueva vida. Me casé con mi pobre Gwen para mantenerla segura y a salvo, y parte del día lo pasaba con ella en el tranquilo y encantador lugar donde permaneció mientras los hacedores de salud del Más Allá intentaban encontrar alguna forma de ayudarla.

Hace diez años… diez años en nuestro nuevo mundo… que ella no me ha dicho una sola palabra ni a mí ni a ninguna persona viva. Habla únicamente con aquellos a quienes sólo sus ojos pueden ver, con los muertos.

En el mundo del Más Allá conocí a mucha gente, incluido un hombre que no era de ese mundo sino del nuestro. Su nombre es Menju, pero se llama a sí mismo Hechicero, y he pasado la mayor parte de estos diez años aprendiendo a conocerlo y haciendo todo lo posible para evitar su ascensión al poder.

No tengo tiempo, ni tampoco es la intención de este documento, de describir el mundo del Más Allá. Baste con decir que el mundo del Más Allá es un mundo de Tecnología, una forma de vida que queda más allá de nuestra comprensión. No captarías, y aún menos creerías, lo que yo podría contarte. Pero es posible, por desgracia, que llegues a conocerlo demasiado bien…

Para concluir, te dejaré algunas consideraciones con respecto a nuestro mundo y su relación con el universo. Ruego por que uno de vosotros tenga la sensatez suficiente como para entenderlo y aceptarlo, en lugar de obviarlo como se ha estado procediendo durante siglos.

Los antiguos magos, al verse perseguidos porque eran «diferentes», huyeron de lo que consideraron un mundo moribundo, que empezaba a depender demasiado de la tecnología y que negaba e, incluso, temía la magia. En busca de un lugar donde pudieran vivir en paz, los antiguos viajaron por el tiempo y el espacio. Su llegada a este mundo no fue accidental, ya que aquí se originó la magia que hay en el universo. Los brujos llegaron aquí atraídos por el canto de sirena de la magia, y una vez en sus acogedoras orillas, los antiguos quemaron sus naves y juraron no abandonarlo jamás.

No sólo cortaron todo contacto con su antiguo mundo, sino que construyeron una barrera alrededor de éste, de modo que no hubiera forma posible de que alguien de Fuera pudiera entrar. Sin embargo, tan poderosa era esta barrera mágica, que no sólo dejó fuera al Universo, sino que encerró a la magia en su interior.

En su ardiente deseo de asegurar el presente, los antiguos destruyeron el pasado. En lugar de mantener vivo el recuerdo del antiguo mundo —y de esta forma recordarse que seguía ahí fuera—, destruyeron los documentos y desterraron los recuerdos hasta que ahora se ha convertido, para nosotros, en el relato de un Mago–Servidor, menos real que el reino de las hadas.

Y porque os olvidasteis de que había un mundo en el exterior, aunque distante y remoto, os sentisteis a salvo y seguros, tanto como para arrojar fuera a aquellos que pensabais que no pertenecían a este mundo, ni siquiera en la muerte. De esta forma se desarrolló la costumbre de enviar gente al «Más Allá». Es una manera simple y limpia de ocuparse de los que son diferentes. Libra de ellos al mundo rápida y eficientemente. El castigo es tan terrible que tiene un efectivo poder disuasorio. Lo que no advertisteis era que no enviabais a la muerte, sino a la vida.

Aunque nosotros nos olvidamos de él, el mundo del Más Allá nunca nos ha olvidado. La mayor parte de la magia quedó encerrada, fuera de su alcance, eso es verdad. Pero diminutas partículas de ella se escapan de cuando en cuando a través de fisuras en la barrera. El mundo del Más Allá ansia obtener Vida, y, cuando consiguió los medios promoviendo una avanzada utilización de la Tecnología, sus habitantes salieron en busca de la magia.

La encontraron, desde luego, pero no podían alcanzarla. La barrera mágica era demasiado poderosa para que pudieran atravesarla. Sin embargo, sí encontraron a aquellos que habían sido arrojados al exterior, deambulando —como Gwen y yo— por las tierras que hay al otro lado de la Frontera. Son unos terrenos espantosos, arrasados casi cada hora por terribles tormentas como la que yo experimenté. Hay muy poca gente allí. Es un puesto avanzado, y las gentes que lo ocupan tienen un único objetivo: buscar la forma de obtener la magia.

De esta forma nos encontraron a nosotros, igual que hallaron a otros. Hay alarmas —esas luces rojas intermitentes— colocadas por toda la Frontera para detectar cualquier cosa que se mueva. Siempre que han podido, han rescatado magos, y ahora estos parias viven en el mundo del Más Allá.

Muchos están locos, como mi pobre Gwen. Pero algunos —uno en particular, ese hombre conocido como «Hechicero»— están muy cuerdos. Ése ha intentado muchas veces volver a atravesar la Frontera. Según él, la barrera es un campo de energía compuesto de la energía mágica que hay en el interior de este mundo y en cada uno de los Vivos. Los Vivos que son expulsados no pueden volver a entrar debido a su propia energía. Algo muy parecido a dos campos magnéticos que se repelen el uno al otro; la magia del mundo repele la magia del mago. Todos estos años, él ha esperado a que este mundo cometiera un error, un error que le permitiera volver a entrar.

Yo fui vuestro error.

Un hombre Muerto cruzó la frontera mágica. El hechizo se hizo añicos, el cerrojo se rompió. Yo, al no tener energía mágica, no sería repelido. Yo podía regresar. Y si lo hacía, en teoría alteraría el campo de energía; dejaría la puerta abierta tras de mí.

Como he dicho, el Hechicero llegó a esta conclusión después de meses de estudio. No siempre fuimos enemigos, ¿sabes? Hubo una época en que confiaba en él y lo admiraba…

Pero ésa es otra historia.

Aquellos que ostentan el poder consiguieron convencerme de que los dos mundos debían fundirse, convertirse en uno. Pensé que esto podría ser una bendición para Thimhallan. Creí que la posible combinación traería un nuevo orden al universo. Mis sueños eran resplandecientes. Sin embargo, los sueños de otros eran retorcidos y deformados.

Regresé… y entonces ellos me siguieron, trayendo la guerra.

Ellos me engañaron y traicionaron. Me doy cuenta ahora de que su intención es conquistar este mundo de la misma forma que se han apoderado de otros.

¿Se cumplirá la Profecía? ¿Nos estamos precipitando hacia nuestra destrucción como las rocas que ruedan por un precipicio? La idea es aterradora; aún más, porque parece como si no pudiésemos escoger nuestro propio destino, como si un omnisciente e indiferente Señor controlara nuestras insignificantes vidas desde tiempo inmemorial.

Realmente ¿no hay escapatoria? Estoy empezando a pensar que no. Las dos únicas cosas acertadas y buenas que he hecho en mi vida —determinar abandonar este mundo y escoger regresar a él— aparentemente no han hecho más que acercar la Profecía a su cumplimiento.

Si esto es verdad, si nuestras vidas nos son repartidas como las cartas del tarot, si se nos arroja para obtener un triunfo o para desaparecer según le parezca a nuestro Jugador y la vida sólo consiste en ese azar, entonces empiezo a comprender a Simkin y a su forma de comportarse en este mundo.

El juego no es nada, el jugar lo es todo.