Capítulo 28

Las fauces reptilianas se cierran tras él, y la tercera cabeza se retrae hacia el interior de la boca de la segunda.

Mick se encuentra de pie en medio de una oscuridad total con el corazón retumbando como un timbal. De repente la entrada parece absorberlo hacia delante sin moverlo en realidad, una sensación nauseabunda que desplaza sus órganos internos, como si le estuvieran desenrollando los intestinos. Mareado, cierra los ojos y aprieta la hoja de obsidiana contra su pecho.

Luz.

Abre de nuevo los ojos. La sensación de malestar ha desaparecido. Ya no está dentro de la boca de la serpiente, sino de pie en el Gran Juego de Pelota, el cual se encuentra ahora encerrado en un enorme cilindro rotatorio de energía esmeralda.

«He penetrado en el portal… Estoy en la cúspide de otra dimensión…».

Es como si estuviera viendo el mundo a través de unos cristales de vívidos colores. Más allá del entorno giratorio que lo rodea, distingue un cielo de una tonalidad lavanda cuajado de un millón de estrellas, todas las cuales exudan un caleidoscopio de ondas de energía al moverse sobre el tapiz de fondo del universo. Directamente encima de él se encuentra la franja oscura, semejante a un río cósmico de gas púrpura que atraviesa el centro mismo del cosmos de color magenta.

Da un paso adelante, y los objetos que lo rodean se vuelven borrosos en su visión periférica, como si estuviera moviéndose más deprisa de lo que alcanza su enfoque visual.

A un centenar de metros, en el fondo del recinto del Juego de Pelota, ve la segunda boca de la serpiente, situada debajo del Templo del Hombre Barbudo.

De las mandíbulas abiertas comienza a salir… una figura… cubierta con una capa negra de la cabeza a los pies.

Mick siente que le tiembla todo el cuerpo a causa de la adrenalina y el miedo, y aferra la daga con más fuerza.

La figura se aproxima. Entonces las mangas se alzan y se colocan a uno y otro lado de la capucha y unas manos invisibles empujan ésta hacia atrás dejando al descubierto el rostro…

Los ojos de Mick se agrandan en un gesto de incredulidad. Los músculos de sus piernas se vuelven de gelatina. Cae de rodillas, y la intensidad de sus emociones ahoga cualquier otro sentimiento que pueda albergar su mente extenuada.

Maria Gabriel baja la vista y mira sonriente a su hijo.

Es otra vez joven, una mujer de belleza deslumbrante, de treinta y pocos años. El cáncer ha desaparecido y la palidez de su piel ha sido sustituida por un resplandor de salud. El cabello negro y ondulado le cae alrededor del cuello y sus ojos ébano se clavan en los ojos de él con amor maternal.

—Michael.

—No… No puedes… No puedes ser real —dice él con voz ahogada.

Ella le toca la mejilla.

—Sí que soy real, Michael. Y te he echado mucho de menos.

—Dios mío, yo también te he echado de menos. —Se aferra de su mano y le mira la cara—. Mamá… ¿cómo?

—Hay muchas cosas que no entiendes. Nuestra finalidad en la vida, la metamorfosis de la muerte… Cada cosa es un proceso que nos permite desprendernos de nuestras limitaciones físicas para poder evolucionar y pasar a un plano superior.

—Pero ¿por qué estás tú aquí? ¿Qué lugar es éste?

—Un nexo, un portal viviente que comunica un mundo con otro. He sido enviada para guiarte, Michael. Has sido desorientado, cariño, engañado por el Guardián. Todo lo que te ha dicho son mentiras. La apertura del portal es en sí la Segunda Venida. El malvado es el Guardián. El espíritu de Xibalba se mueve a través del cosmos; pasará por encima de la Tierra y traerá paz y amor a la humanidad. Ése es el destino de la humanidad, hijo mío, y el tuyo.

—No… no lo entiendo. Ella le sonríe y le aparta el cabello de la frente.

—Tú eres Hun-Hunahpú, el Primer Padre. Estás llamado a ser el guía, el conducto de unión entre la carne y el otro mundo.

Maria levanta el brazo en un elegante gesto y señala hacia el fondo del Juego de Pelota. De la boca de la serpiente surge otra figura, esta vez vestida de blanco.

—¿Lo ves? La Primera Madre está esperando.

Mick se queda con la boca abierta. ¡Es Dominique!

Pero su madre lo detiene.

—Aguarda. Sé suave, Michael. Ella se siente confusa, todavía se encuentra en un estado de flujo.

—¿Qué quieres decir?

Maria se da la vuelta y coge de la mano a Dominique. La muchacha tiene los ojos muy abiertos e inocentes como los de un cordero, su belleza resulta verdaderamente embriagadora.

—No podía soportar vivir sin ti.

—¿Está muerta?

—Se ha suicidado. Mick deja escapar una exclamación ahogada cuando su madre retira delicadamente el pelo de la sien derecha de Dominique y deja a la vista un orificio de bala todavía rezumante.

—Oh, Dios…

Pero, ante sus propios ojos, la herida se cura sola.

—Su destino está entrelazado con el tuyo. Ella está llamada a ser la Eva de tu Adán. Son vuestros espíritus los que favorecerán el inicio de una nueva era en la Tierra, un nuevo entendimiento del mundo espiritual.

La mirada en trance de Dominique parece enfocarse.

—¿Mick? —Una enorme sonrisa ilumina su rostro. Con paso tembloroso, se echa en los brazos de Mick y se abraza a él.

La pasión desborda el corazón de Mick al abrazar estrechamente a Dominique.

Pero entonces se separa de ella; una vocecilla en su cabeza le exige que ponga los pies en el suelo.

—Un momento… ¿A qué te refieres con eso de «nuestros espíritus»? ¿Es que estoy muerto?

—No, cariño, todavía no. —Maria señala la hoja de obsidiana—. Debes realizar el acto tú mismo, el sacrificio supremo, para salvar a nuestro pueblo.

Mick mira fijamente el cuchillo y se le echan a temblar las manos.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué tengo que morir?

—La muerte es un concepto tridimensional. Hay muchas cosas que tú no eres capaz de comprender, pero has de confiar en mí… y confiar en el creador. —Maria le toca la mejilla—. Ya sé que estás asustado. No pasa nada; simplemente un breve instante de dolor para romper los lazos físicos de la vida, nada más. Y después… la paz eterna.

Dominique lo besa en la otra mejilla.

—Te quiero, Mick. Ahora lo entiendo todo. He entrado en otro mundo. Siento tu presencia en mi corazón. Estábamos destinados a estar juntos.

Mick toca con el dedo la afilada punta de la daga y hace brotar la sangre.

¡Es de color azul!

Por su mente pasa una imagen subliminal de Tezcatilpoca, seguida de las palabras del Guardián susurradas en lo más recóndito de su cerebro:

«Los malvados Señores del Mundo Inferior saldrán a desafiarte. Intentarán impedir que selles el portal antes de que llegue Él…».

—Mick, ¿te encuentras bien? —Dominique se acerca un poco más, con una mirada de preocupación. Le aprieta la mano en que sostiene la daga—. Yo te quiero.

—Y yo a ti.

Ella lo abraza haciéndole cosquillas en el cuello, asiendo con más empeño la mano de Mick que sostiene la daga.

—He sacrificado mi vida en la Tierra porque no podía soportar estar sin ti. No sé cómo, pero sabía que tú y yo estábamos destinados a ser almas gemelas.

«¿Almas gemelas?». Mick se gira hacia Maria.

—¿Dónde está mi padre?

—Julius se encuentra en el otro reino. Has de morir antes de poder verle.

—Pero estoy viendo a Dominique. Y también te veo a ti.

—Dominique es la Primera Madre. Yo soy tu guía. Verás a los demás cuando pases al otro lado.

En su imaginación, Mick ve a su padre asfixiando a su madre con una almohada. Entonces levanta en alto el cuchillo y la mira fijamente.

—Mamá, Julius te quería de verdad, ¿no es así?

—Sí.

—Siempre decía que los dos erais almas gemelas, que estabais destinados a estar juntos… para siempre.

—Igual que nosotros —confirma Dominique sin soltarle la mano.

Mick no le hace caso; su mente va centrándose cada vez más.

—La verdad es que lo que te hizo a ti lo dejó destrozado. Pasó el resto de su vida sufriendo.

—Lo sé.

—He sido muy egoísta. Jamás me he permitido a mí mismo comprender lo que hizo en realidad y por qué lo hizo. —Mick mira a su madre—. Papá te quería mucho, estaba dispuesto a vivir el resto de sus días sintiéndose desgraciado antes que verte a ti sufrir un minuto más. Pero él no se mató; él siguió adelante, aguantó el tipo. Y lo hizo… por mí.

Mick se gira para mirar a Dominique. Se acerca un poco más a ella, le acaricia la mejilla con una mano y agarra con fuerza la daga en la otra.

—Ahora lo entiendo. Lo que hizo mi padre, matar a su alma gemela, librarla de aquel sufrimiento. Escogió el camino más difícil, hizo el sacrificio supremo.

Maria sonríe.

—Ha llegado el momento de que tú hagas ese mismo sacrificio, Michael.

Dominique suelta la mano cuando Mick apoya la punta de la hoja sobre su propio pecho. Entonces levanta la mirada hacia el cielo y sus sentimientos, reprimidos durante tanto tiempo, desbordan su corazón.

—¡Papá, te quiero! ¡Me oyes, papá! ¡Te quiero… te perdono!

Sus ojos oscuros taladran los de Dominique igual que dos haces de luz negra que le perforasen el alma. Su pecho deja de agitarse, la garganta se le pone en tensión al tiempo que las venas se le contraen por la rabia.

—¡Yo soy Hunahpú —brama con los ojos muy abiertos—, y sé quiénes sois vosotros!

Acto seguido, con un rápido movimiento, se gira y hunde el cuchillo en la garganta de Dominique. El golpe la hace perder el equilibrio y precipitarse de espaldas al suelo. Mick hunde un poco más el cuchillo haciendo brotar una sustancia negra parecida al silicio, y después tuerce la hoja hacia un lado con la intención de decapitar a su enemigo.

La criatura se debate presa del intenso dolor, gruñe, ruge; su piel se marchita y se oscurece hasta adquirir un ajado color bermellón, una vez deshecho el disfraz.

Después, con un grito propio de un guerrero, Michael Gabriel le separa la cabeza del cuerpo al demonio.

El ser disfrazado de madre de Michael le lanza un siseo y las ranuras doradas de sus ojos carmesíes brillan destilando odio al tiempo que de los colmillos de su boca gotea veneno negro.

En un solo movimiento, Mick gira sobre sí y hunde la hoja de obsidiana en el corazón del Señor del Inframundo.

El rostro de Maria se vacía de carne y deja al descubierto sus apergaminadas facciones satánicas. Estas permanecen en su sitio durante una fracción de segundo y luego se descomponen y se convierten en cenizas.

Dominique deja escapar un chillido cuando ve el cuerpo de la serpiente alienígena vaporizarse ante sus ojos. Se lleva una mano al corazón y cae desmayada antes de que Chaney pueda sostenerla.

A BORDO DEL JOHN C. STENNIS

El jefe de operaciones Gordon enfoca sus prismáticos sobre la estructura alienígena en el momento en que el Tomahawk hace explosión en su casco metálico.

—¡El último misil sí ha detonado! El escudo ha desaparecido; ¡sigan disparando!

Se lanza una lluvia de misiles crucero TLAM. El almirante observa cómo los proyectiles se estrellan contra la nave de iridio y la hacen desaparecer en el olvido.