Capítulo 26

20 de diciembre de 2012

HOSPITAL DE MÉRIDA

PENÍNSULA DEL YUCATÁN

Una suave brisa se filtra por las persianas venecianas y le refresca la cara. Cuando se alivia unos instantes el sopor de la fiebre, oye a lo lejos la voz de un ángel que pronuncia unas palabras muy conocidas para él:

«¿Ya te has ido, amado, esposo, amante? De ti he de saber cada hora del día, pues hay tantos días en cada minuto».

Nadando a contracorriente en la marea de la inconsciencia, Mick obliga a sus ojos a abrirse unas rendijas, lo suficiente para verla a ella sentada a su lado, leyendo un libro en edición rústica.

—«¡Dios mío, mi alma presiente desgracias! Estando ahí abajo, me parece verte como un muerto en el fondo de una tumba. Si la vista no me engaña, estás pálido…».

—«Y créeme, amor» —continúa él con voz ronca—, «tú a mi vista le dices lo mismo».

—¡Mick!

Mick abre los ojos cuando Dominique acerca su mejilla a la de él y siente sus lágrimas calientes y un dolor insoportable en el pecho cuando ella lo abraza, susurrando:

—Te quiero.

—Y yo a ti. —Mick intenta hablar, pero nota la garganta seca.

Ella le acerca a los labios un vaso de agua, y Mick bebe unos pocos sorbos.

—¿Dónde…?

—Estás en un hospital de Mérida. Te ha disparado Raymond. El médico dice que la bala se detuvo a escasos milímetros del corazón. Todos dicen que deberías estar muerto.

Mick lucha por sonreír y deja escapar un gemido ronco.

—Se ríe de las cicatrices el que nunca ha tenido una herida —cita. Intenta incorporarse, pero el dolor lo obliga a tenderse de nuevo—. Bueno, quizá una herida pequeña.

—Mick, han pasado muchas cosas…

—¿Qué día es hoy?

—Veinte. Mañana es el solsticio de invierno y todo el mundo está muerto de miedo…

En eso se abre la puerta y entra un médico norteamericano, seguido por Ennis Chaney, una enfermera mexicana y Marvin Teperman. Mick se fija en que en el pasillo hay varios soldados americanos fuertemente armados.

El médico se inclina sobre él y le examina los ojos con una pequeña linterna de bolsillo.

—Bienvenido, señor Gabriel. ¿Qué tal nos encontramos hoy?

—Dolorido. Hambriento. Y un poco desorientado.

—No es de extrañar, ha estado usted inconsciente cinco días. Vamos a echar un vistazo a esa herida. —El médico retira el vendaje—. Asombroso, realmente asombroso. Nunca he visto una herida que se curase tan deprisa.

Chaney da un paso al frente.

—¿Se encuentra lo bastante bien para hablar?

—Creo que sí. Enfermera, cámbiele el vendaje y después póngale otro suero intravenoso de…

—Ahora no, doctor —lo interrumpe Chaney—. Necesitamos unos minutos con el señor Gabriel. A solas.

—Por supuesto, señor presidente.

Mick ve cómo se marchan el médico y la enfermera y cómo un policía militar cierra la puerta tras ellos.

—¿Señor presidente? Por lo visto, cada vez que nos vemos obtiene usted una promoción.

Los ojos de mapache no muestran diversión alguna.

—El presidente Maller ha muerto. Se pegó un tiro en la cabeza hace cinco días, en el intento de convencer a los rusos y a los chinos de que abortasen un ataque nuclear total.

—Dios mío…

—El mundo está en deuda con usted. Lo que usted activó dentro de esa pirámide maya, fuera lo que fuese, destruyó los misiles.

Mick cierra los ojos. «Dios mío, ha sucedido de verdad. Y yo que creía que había sido un sueño…».

Dominique le aprieta la mano.

—Se trata de una especie de configuración electromagnética de gran potencia —dice Marvin—, nunca he visto nada parecido. La señal sigue estando activa, gracias a Dios, porque está impidiendo que exploten esos zánganos…

—¿Zánganos? —Mick abre los ojos—. ¿Qué zánganos?

Marvin saca una fotografía de su maletín y se la entrega.

—Treinta y ocho objetos como éste han aterrizado por todo el planeta desde que usted ingresó aquí.

Mick observa fijamente la foto de una criatura negra con forma de murciélago, posada en la cima de una montaña con las alas extendidas.

—Es el objeto que yo vi salir de la nave espacial, la que está enterrada en el golfo de México. —Levanta la vista hacia Dominique—. Ya sé dónde la he visto antes: en Nazca. Por toda la meseta hay imágenes de criaturas como ésta de tamaño natural.

Marvin mira a Chaney con cierta incertidumbre.

—Esta foto fue tomada hace varios días en una montaña cercana a Arecibo.

Chaney acerca una silla.

—La criatura que usted afirmó haber visto en el interior de esa nave alienígena, ese zángano, aterrizó en Australia y destruyó la mayor parte de la llanura de Nullarbor. Ahora sabemos que cada uno de esos objetos cuenta con una especie de dispositivo de fusión pura, un explosivo capaz de vaporizar un paisaje entero. En estas dos últimas semanas han explotado seis de estos zánganos en Asia, y los tres últimos han matado a más de dos millones de personas en China y Rusia.

Mick siente que le tiemblan las manos.

—¿Esas detonaciones precipitaron el ataque nuclear?

Chaney afirma con la cabeza.

—Como ha dicho Marvin, en las últimas cinco noches han salido de esa nave alienígena otras treinta y ocho cosas como ésta. Pero de momento no ha explotado ninguna.

Mick recuerda las palabras del Guardián: «La configuración de los Nephilim retrasará el fin, pero tan sólo la destrucción de Tezcatilpoca y del Camino Negro puede impedir que nuestro enemigo llegue a vuestro mundo».

—Hemos elaborado una lista de los zánganos que no han explotado. Gabriel, ¿está escuchando?

—¿Eh? Perdón. ¿Dice que esas cosas son zánganos?

—Así es como los denominan nuestros científicos. Las Fuerzas Aéreas los comparan a una versión alienígena de nuestros Vehículos Aéreos No Tripulados.

—Cada uno de esos zánganos es esencialmente un arma de fusión pura con alas —explica Marvin—. Al igual que nuestros UAV, los zánganos son naves teledirigidas, están conectados a su centro de control por alguna especie de señal de radio…

—¿La nave que hay en el Golfo?

—Sí. Una vez que el zángano se posa en la zona escogida como objetivo, se emite una señal de radio que activa el explosivo. La criatura lleva en la cola varias filas de sensores bastante peculiares que en nuestra opinión son células fotovoltaicas de gran potencia. El mecanismo activador se sirve de la energía solar para detonar el explosivo a la salida del sol.

—Lo cual explica por qué esas cosas siempre salen de noche —añade Chaney—. Antes de que se activara esta configuración, explotaron siete zánganos, y los siete se habían dispersado hacia el oeste después de salir de la nave del Golfo. La velocidad en el aire de esos zánganos era la misma que la de la rotación de la Tierra, y eso les permitió volar a oscuras hasta alcanzar su objetivo.

—¿Dice que se han lanzado otros treinta y ocho zánganos como ése?

—Enséñale la lista, Marvin.

El exobiólogo rebusca en su maletín y extrae un papel impreso por ordenador.

OBJETIVOS DE ZÁNGANOS

AUSTRALIA

Llanura de Nullarbor (D).

ASIA

Malaisia (D), Irian Jaya (D), Nueva Guinea Papua (D), provincia de Yunnan, China (D), cuenca de Vilyui, Rusia (D), cordillera Kugitangtau, Turkmenistán (D).

ÁFRICA

Argelia, Botswana, Egipto, Costa de Marfil, Israel, Libia, Madagascar, Marruecos (montes Atlas), Níger, Nigeria, Arabia Saudí, Sudán, Túnez.

EUROPA

Austria, Bosnia-Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia, España.

NORTEAMÉRICA

Canadá: Montreal.

Cuba.

Estados Unidos: Arecibo (Puerto Rico), valle de los Apalaches, Colorado, Florida (centro y sureste), Georgia, Kentucky, Indiana (sur), montes Ozark, Nuevo México, Texas (noroeste).

SUDAMERICA

Salvador (Brasil).

CENTROAMÉRICA

Honduras, Chichén Itzá (Yucatán).

Mick examina la lista y se detiene en el nombre del último emplazamiento.

—¿Ha aterrizado un zángano en Chichén Itzá?

—Ya basta de tonterías —salta Chaney—. Gabriel, necesito respuestas, y las necesito ahora. Mientras usted estaba durmiendo en esta cama, el mundo ha perdido la razón. Los fanáticos religiosos afirman que esos zánganos forman parte de las profecías del Apocalipsis referidas al nuevo milenio. La economía mundial se ha quedado paralizada. Las masas, aterrorizadas, están preparándose para el Armagedón. La gente está acumulando munición y víveres y se está atrincherando en casa. Hemos tenido que imponer el toque de queda desde el anochecer hasta el amanecer. Y lo que está echando más leña al fuego es precisamente nuestra incapacidad para calmar la preocupación del público.

—Hasta el momento, nuestros intentos de neutralizar esos zánganos han resultado infructuosos —dice Marvin—. Esas criaturas están protegidas por una especie de campo de fuerza que las hace invulnerables a cualquier ataque. Y aunque la configuración electromagnética está impidiendo que exploten, también tiene bloqueados nuestros satélites. Y más increíble aún es la manera como la señal de la configuración rebota por todo el planeta. —Saca su bloc de notas—. Hemos aislado tres estaciones repetidoras, y también varias firmas de otras varias antenas. Ni se lo imagina…

—La Gran Pirámide de Giza, Angkor Wat y la Pirámide del Sol de Teotihuacán.

El exobiólogo se queda con la boca abierta.

Los ojos de Chaney refulgen como dos láseres oscuros.

—¿Cómo diablos sabe usted eso? —Se vuelve hacia Dominique—. ¿Se lo ha dicho usted?

—No me lo ha dicho ella —responde Mick, obligándose a sí mismo a incorporarse—. Mis padres estudiaron esas estructuras durante varias décadas. Cada una comparte determinadas similitudes con las demás, y una de dichas similitudes es que todas han sido construidas en puntos esenciales de la red natural de energía de la Tierra.

—Disculpe, ahí me he perdido —dice Marvin, tomando notas—. ¿Ha dicho red de energía?

—La Tierra no es simplemente un pedazo de roca que flota en el espacio, Marvin; también es una esfera viviente, armónica, que tiene dentro un núcleo magnético que canaliza energía. Existen determinados lugares de la superficie del planeta, sobre todo en las inmediaciones del Ecuador, que se consideran zonas de energía, puntos dinámicos que irradian grandes cantidades de energía geotérmica, geofísica o magnética.

—Y esos tres emplazamientos antiguos, ¿fueron todos construidos encima de zonas de energía?

—Así es. Además, el diseño de cada una de esas estructuras indica un profundo conocimiento del movimiento de precesión, de matemáticas y de astronomía.

Marvin deja de escribir.

—También hemos descubierto dispositivos alienígenas que parecen funcionar a modo de antenas, enterrados debajo de Stonehenge y de la ciudad de Tiahuanaco. Estamos convencidos de que posiblemente hay otro bajo la capa de hielo de la Antártida.

Mick asiente. «El mapa de Piri Reis. El Guardián debió de construir la antena antes de que se formaran los hielos».

Mira a Dominique.

—¿Les has hablado de los Nephilim?

—Les he contado todo lo que sé, que no es gran cosa.

—¿Una raza avanzada de humanoides? —Marvin sacude la cabeza en un gesto negativo—. Se supone que aquí el exobiólogo soy yo, y estoy hecho un verdadero lío.

—Marvin, los seres que construyeron esa configuración tenían que estar seguros de que las estaciones repetidoras y las antenas no iban a ser molestadas a lo largo de miles de años. Ni siquiera el hecho de ocultarlas bajo tierra constituía una garantía de que estuvieran a salvo. El hecho de construir una inmensa maravilla arquitectónica como Stonehenge o la Gran Pirámide directamente encima del lugar en cuestión fue una auténtica inspiración. Incluso el hombre moderno sabía lo suficiente como para dejar en paz esas ruinas.

—¿Y qué pasa con la configuración? —pregunta Chaney—. ¿Durante cuánto tiempo impedirá que exploten esos zánganos?

Mick todavía siente en sus oídos el eco de las palabras del Guardián: «Tan sólo un Hunahpú puede expulsar al mal de vuestro jardín y salvar a vuestra especie de la aniquilación».

Lo recorre un escalofrío.

—Tenemos un problema. Esa nave alienígena… va a ascender mañana…

Los ojos de Chaney se agrandan.

—¿Cómo sabe eso?

—Forma parte de una profecía maya de tres mil años de antigüedad. La entidad que se encuentra en el interior de la nave, tenemos que destruirla. Tenemos que entrar en ella.

—¿Y cómo podemos entrar? —inquiere Marvin.

—No lo sé. Quiero decir, supongo que del mismo modo como entramos Dom y yo, a través del sistema de ventilación. —Enseguida lo invade una oleada de agotamiento y cierra los ojos.

Dominique le toca la frente y nota que tiene fiebre.

—Ya no puede más, presidente Chaney. Ha hecho lo que estaba en su mano para salvar al mundo; ahora vaya y haga lo que le corresponde a usted.

Los ojos de Chaney pierden un poco de su dureza.

—Resulta que nuestros científicos están de acuerdo con usted, Gabriel. Opinan que debemos destruir la nave alienígena para terminar con la amenaza de que exploten los zánganos. He ordenado que el John C. Stennis y su flota acudan al golfo de México a llevar a cabo esa tarea. Si de verdad esa nave va a ascender mañana, nosotros la haremos volar por los aires.

El nuevo presidente se levanta para marcharse.

—Para las siete en punto de esta tarde está programada una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a bordo del Stennis. Esperamos contar con representantes de todos los países, así como con algunos de los científicos más importantes de todo el mundo. Usted y Dominique vendrán con nosotros. Uno de mis ayudantes le traerá algo de ropa.

—Aguarde —interviene Dominique—. Cuéntele lo de Borgia.

—Su supuesto asesino nos condujo directamente hasta el doctor Foletta. En su confesión incluyó información acerca del modo como se las arregló Borgia para meterlo a usted en un psiquiátrico hace once años. Hasta nos proporcionó una cinta en la que el secretario de Estado lo contrata para que lo mate a usted. —Chaney le ofrece una sonrisa triste—. Cuando se calmen las cosas, pienso clavarle el culo a la pared. Mientras tanto, Dominique y su madre han quedado libres de cargos y a usted se le ha declarado capacitado, así que es un hombre libre, Gabriel, y tan lunático como todos nosotros.

Dominique susurra al oído de Mick:

—Tu pesadilla se ha terminado. Se acabaron los psiquiátricos y el confinamiento en solitario. Eres libre. —Le aprieta la mano—. Ahora ya podemos pasar juntos el resto de nuestra vida.

A BORDO DEL PORTAAVIONES JOHN C. STENNIS

18.43 horas

Mick mira por la ventanilla del helicóptero mientras éste desciende sobre la enorme cubierta de vuelo de dieciocho mil metros cuadrados del John C. Stennis, ahora convertido prácticamente en un aparcamiento para helicópteros.

Dominique le aprieta la mano.

—¿Te encuentras bien? No has dicho ni una palabra en todo el vuelo.

—Perdona.

—Estás preocupado por algo. ¿Qué es lo que no quieres decirme?

—Mis recuerdos sobre la conversación con el Guardián son borrosos. Todavía hay muchas cosas que no comprendo, cosas que podrían representar una diferencia entre la vida y la muerte.

—¿Pero sigues convencido de que la configuración del Guardián fue diseñada para impedir que exploten esos zánganos?

—Sí.

—Entonces el presidente tiene razón; si destruimos la nave alienígena, pondremos fin a esa amenaza.

—Ojalá fuera así de simple.

—¿Y por qué no lo es? —Se apean del helicóptero y pisan la esponjosa cubierta gris del portaaviones. Dominique señala con la mano la batería de armas del buque—. Mira a tu alrededor, Mick. A bordo de este barco hay armamento suficiente para borrar del mapa un país no muy grande. —Le pasa un brazo por la cintura y le susurra al oído—: Afróntalo, eres un héroe. En contra de todas las predicciones, conseguiste entrar en la pirámide y activar la configuración. No sólo has reivindicado la labor realizada por tus padres, sino además tu hazaña ha salvado la vida a dos mil millones de personas. Ya es hora de que te tomes un respiro. Hazte a un lado y deja que terminen el trabajo los peces gordos. —A continuación lo besa apasionadamente en los labios, lo cual arranca un par de silbidos por parte de algunos marineros.

Un teniente los escolta al interior de la superestructura, y bajan por una estrecha escalera que lleva a la cubierta hangar.

Atraviesan un puesto de seguridad fuertemente guardado y seguidamente penetran en la zona de hangares, una cuarta parte de la cual ha sido transformada a toda prisa en un auditorio. Se ha instalado un conjunto de mesas y sillas plegables dispuestas en forma de herradura, en tres hileras, de cara a un podio y un gigantesco mapa del mundo computarizado, de seis metros de alto por doce de largo, montado sobre un tramo del mamparo de acero del hangar. Treinta y ocho puntos rojos luminosos, más otros seis azules, indican los lugares de aterrizaje de los zánganos.

El teniente los lleva a una mesa reservada, situada en el costado izquierdo de la herradura. Varios delegados parecen reconocer a Mick y lo señalan afirmando con la cabeza mientras él camina. Surgen unos cuantos aplausos inconexos que enseguida se convierten en una ovación en pie.

Marvin Teperman levanta la vista desde su asiento y le sonríe.

—Por lo menos conteste, ¿no?

Mick responde con un breve gesto de la mano y acto seguido, sintiéndose ridículo, toma asiento al lado del exobiólogo. La presidenta del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Megan Jackson, se acerca hasta él y lo saluda con una sonrisa cálida y un apretón de manos.

—Es un honor conocerlo, señor Gabriel. Estamos todos en deuda con usted. ¿Hay algo que yo pueda hacer?

—Puede decirme por qué estoy aquí. Yo no soy un político.

—El presidente y yo abrigábamos la esperanza de que su presencia pudiera mitigar en parte la hostilidad que reina en este recinto. —Señala a la delegación rusa—. El individuo del centro es Viktor Grozny. Me atrevería a decir que la mitad de la gente que se encuentra aquí preferiría verlo muerto. La paranoia que existe ahora entre Rusia y Estados Unidos hace que la guerra fría parezca una excursión familiar.

Le ofrece una sonrisa maternal y a continuación ocupa su sitio en el podio.

—Declaro abierta la sesión.

Los delegados ocupan sus asientos. Marvin entrega a Mick y Dominique unos pequeños auriculares. Ellos les quitan la envoltura de celofán, ponen el traductor en la posición INGLES y se los colocan en los oídos.

—Llamo primero al estrado al profesor Nathan Fowler, Director Adjunto del Centro de Investigación Ames de la NASA y jefe del equipo internacional que está investigando los zánganos alienígenas. ¿Profesor?

Sube al estrado un hombre de cabello canoso y con gafas, de sesenta y muchos años.

—Señora presidenta, respetados delegados, colegas científicos, me encuentro aquí esta tarde para ponerles al día sobre los objetos alienígenas cuyas detonaciones ya han causado la muerte a más de dos millones de personas. A pesar de esta tragedia, las pruebas que voy a mostrarles a ustedes indican con toda claridad que el principal objetivo de los extraterrestres no era aniquilar nuestra especie. De hecho, nuestra presencia en este planeta tiene tanta importancia para esa inteligencia alienígena como puede tener una pulga para un perro.

Se elevan murmullos entre el público.

—Nuestro equipo ha llevado a cabo un concienzudo análisis comparativo entre todos y cada uno de los cuarenta y cuatro objetivos de los zánganos que hemos identificado. Todos estos lugares tienen un rasgo en común: en todos los casos su geología está formada enteramente por piedra caliza. De hecho, permítanme que dé un paso más a ese respecto: la mayoría de los emplazamientos tomados como objetivo reúnen los requisitos para ser denominados paisajes cársticos, es decir, una densa formación de piedra caliza compuesta por altas concentraciones de carbonato cálcico.

»Los paisajes cársticos forman un sexta parte de la masa de nuestro planeta. Se crearon hace aproximadamente cuatrocientos millones de años, cuando se depositaron grandes cantidades de carbonato cálcico en lo que en aquel entonces era el lecho de mares tropicales de…

—Profesor, con el fin de abreviar…

—¿Eh? Oh, por supuesto, señora presidenta. Si me permite unos momentos para explicar la importancia de la piedra caliza en nuestro planeta, creo que todo el mundo podrá comprender mejor los motivos por los que se han lanzado esos zánganos.

—Proceda, pero sea breve.

—Las formaciones cársticas, y la piedra caliza en general, desempeñan una función crítica en la Tierra, pues sirven de inmensos depósitos de dióxido de carbono. El carbonato cálcico de los karst absorbe el dióxido de carbono disuelto como si fuera una esponja, y así ayuda a regular y estabilizar nuestro entorno de oxígeno. De hecho, la cantidad de dióxido de carbono acumulado en las rocas sedimentarias es más de seiscientas veces mayor que el contenido total de carbono que hay en el aire, el agua y las células vivas, sumados todos.

Dominique mira a Mick, cuyo rostro ha adquirido una palidez mortal.

El director de la NASA retira un teclado por control remoto conectado con el mapa computarizado.

—Señora presidenta, voy a servirme de nuestro ordenador para simular lo que sucedería si explotaran simultáneamente los treinta y ocho zánganos que quedan. Les ruego que se fijen de forma especial en la temperatura y la lectura de dióxido de carbono de la atmósfera.

El silencio se abate sobre la delegación mientras el profesor teclea una serie de comandos.

En el borde inferior del gigantesco mapa aparecen dos iconos en color azul.

Temperatura media de la superficie del planeta: 20/dic/12

70 grados F. (21 grados C.) Contenido de C02: 0,03%

Fowler pulsa otra tecla. Los brillantes puntos rojos parpadean todos a la vez y a continuación se iluminan y se transforman en círculos de energía, luminosos como el alabastro. En cuestión de segundos, las explosiones se apagan y dan paso a un denso manto de nubes de escombros de una tonalidad amarillo naranja que se extiende rápidamente sobre las áreas circundantes y abarca casi un tercio de la superficie de la Tierra.

Temperatura media de la superficie del planeta: 20/dic/12 (detonación más 10 horas).

132 grados F. (55,5 grados C.) Contenido de C02:39,23%

Fowler se ajusta las gafas.

—El calor generado por las explosiones vaporizaría de inmediato la piedra caliza de los karst y liberaría a la atmósfera dióxido de carbono en cantidades tóxicas. La nube que están viendo expandirse por el mapa es una densa capa de CO2 suficiente para matar a todo organismo que respire en el planeta.

Un centenar de conversaciones estallan al mismo tiempo.

Fowler vuelve a pulsar su teclado mientras la presidenta llama al orden.

El mapa cambia. Ahora presenta unas turbulentas nubes de color amarillo naranja que cubren todo el globo.

Temperatura media de la superficie del planeta: 20/dic/22 (detonación más 10 años).

230 grados F. (100 grados C.) Contenido de C02: 47,85% Contenido de S02: 23.21%

En la sala se hace el silencio.

—Aquí podemos ver la evolución del medio ambiente terrestre al cabo de diez años. Lo que estamos viendo es la reorganización catastrófica de la atmósfera de nuestro planeta, el inicio de un desbocado efecto invernadero, similar al que creemos que tuvo lugar en Venus hace más de seiscientos millones de años. Venus, un planeta hermano de la Tierra, en otra época tuvo océanos cálidos y una estratosfera húmeda. A medida que fue aumentando el dióxido de carbono de su atmósfera, fue formando una gruesa manta aislante. Esto condujo a la aparición de un volcanismo de ámbito global, y las erupciones sirvieron para multiplicar el efecto invernadero al liberar grandes cantidades de dióxido de azufre a la atmósfera y al mismo tiempo continuar aumentando la temperatura de la superficie. Con el tiempo, los océanos de Venus se evaporaron del todo y formaron densas nubes de precipitación. Parte de dicha precipitación continúa rodeando el planeta, y el resto se dispersó al espacio.

—Profesor, ¿han aumentado sensiblemente los niveles de CO2 desde que explotaron los siete primeros zánganos?

—Sí, señora presidenta. En efecto, los niveles de dióxido de carbono se han incrementado entre un seis y un siete por ciento en…

—¡Basta ya! —grita Viktor Grozny, de pie y con el rostro congestionado—. He venido aquí a renegociar las condiciones de un armisticio, no a escuchar tonterías sobre extraterrestres.

La presidenta alza la voz por encima de un estallido de protestas.

—Presidente Grozny, ¿está cuestionando la existencia de esta amenaza extraterrestre?

—Se nos ha informado de que la amenaza que suponían los zánganos ha sido eliminada, que ese… esa configuración impide que exploten. ¿No es así, señor Fowler?

Fowler se muestra aprensivo.

—Según parece, los zánganos no explotarán mientras se mantenga intacta la configuración de la pirámide. Pero la amenaza sigue…

—Entonces, ¿por qué perdemos el tiempo en hablar de esto? Yo digo que debemos dejar este asunto a los científicos. Tenía entendido que esta asamblea iba a ser de índole política. Pese a las numerosas amenazas de muerte que he recibido, he acudido a esta reunión de buena fe. Fueron ciudadanos rusos y chinos los que murieron en esos holocaustos de fusión pura. La muerte es la muerte, señora presidenta, ya venga de la aniquilación nuclear, de la asfixia o de la hambruna. Que Occidente y su superior armamento destruyan esa nave alienígena. En este preciso instante, miles de ciudadanos de mi país están muriendo de hambre. De lo que tenemos que hablar es de cómo vamos a cambiar el mundo…

—¿Y quién es usted para exigir un cambio? —responde el general Fecondo, en pie y con los puños cerrados con fuerza—. Su concepto de cambio fue comprometer a Estados Unidos en una guerra nuclear. Occidente le ha dado a su país miles de millones de dólares como ayuda para que dé de comer a su pueblo y estimule su economía, y en lugar de eso usted se lo ha gastado en armas…

Mick cierra los ojos para aislarse de esa justa verbal y concentrarse en lo que ha dicho el profesor Fowler. Se acuerda de cuando estuvo en el interior de la cámara alienígena, en el Golfo. Recuerda que se hizo un corte en la pierna.

«Tenía la sangre de color azul. La atmósfera de aquella cámara debía de estar compuesta por dióxido de carbono».

Luego recuerda las palabras del Guardián: «… El ambiente de vuestro mundo no era adecuado, el objetivo inicial era Venus… vuestro mundo está siendo aclimatado».

—Usted acude a nosotros en busca de ayuda —brama Dick Pryzstas—, ¡y en cambio se ha dado mucha prisa en morder la mano que ahora pide que alimente a su pueblo!

—¿Y qué otra alternativa teníamos? —replica Grozny—. Ustedes nos presionan para que firmemos tratados sobre armas estratégicas mientras sus científicos continúan buscando métodos de destruirnos. ¿De qué sirven los tratados cuando las recientes tecnologías de Estados Unidos son más letales que los misiles anticuados que ustedes han eliminado con tanta elegancia? —Grozny se gira hacia el resto de la asamblea—. Sí, fue Rusia la que lanzó primero, pero nos provocaron. Estados Unidos lleva décadas haciendo alarde de su poderío militar. Nuestros informantes nos dicen que a los norteamericanos les quedan menos de dos años para tener a punto sus explosivos de fusión pura. ¡Dos años! Si esos extraterrestres no hubieran atacado, lo hubiera hecho Estados Unidos.

De nuevo la sala se llena de protestas airadas.

Grozny apunta a Chaney con un dedo acusador.

—Le pregunto al nuevo presidente de Estados Unidos: ¿es la paz su verdadero objetivo, o lo es la guerra?

Chaney se pone de pie y aguarda a que se haga el silencio.

—Todos los que nos hallamos presentes en esta sala tenemos las manos manchadas de sangre, presidente Grozny. Todos tenemos la conciencia abrumada por un sentimiento de culpa, a todos nos agobia el miedo. Pero, a no ser por la gracia de Dios, todos podríamos estar muertos. Nos hemos comportado como niños egoístas, todos nosotros, y si nos queda alguna esperanza de sobrevivir como especie, hemos de dejar a un lado nuestras insignificantes diferencias de una vez por todas y convertirnos en adultos.

El presidente da un paso al frente.

—Estoy de acuerdo en que se necesita un cambio, un cambio drástico. La humanidad no puede continuar tolerando la amenaza de la autodestrucción. No puede seguir habiendo ricos y pobres. Debemos reorganizar nuestras economías y crear un orden mundial nuevo, un orden de paz. Presidente Grozny, Estados Unidos le está ofreciendo una rama de olivo. ¿Está usted dispuesto a aceptarla?

Una calurosa ovación se extiende por todo el hangar cuando Viktor Grozny se acerca hasta el presidente y lo abraza.

Dominique está de pie, aplaudiendo con lágrimas en los ojos, cuando de pronto repara en que Mick se está aproximando al podio.

Se hace el silencio en la sala.

Mick se sitúa frente a la asamblea con el mensaje apocalíptico todavía bullendo en su mente.

—El presidente Chaney es un hombre juicioso. El mensaje que tengo yo en mi cabeza también proviene de un hombre juicioso, un hombre que creó una configuración especial para contribuir a nuestra salvación. Mientras nuestras naciones discuten de política, nuestro mundo está siendo preparado, aclimatado para albergar a otra especie, una infinitamente más antigua, una que no aspira a la guerra ni a la paz. Para ese enemigo, la Tierra no es más que una incubadora, y la humanidad un inquilino que la ha ocupado durante dos millones de años y está a punto de ser expulsado.

»Unidos o divididos, no debemos equivocarnos. Mañana es efectivamente el día del juicio. Cuando amanezca, se abrirá un portal cósmico, un portal que debe ser sellado para que sobreviva nuestra especie. Si fracasamos, ya no tendrá importancia nada de lo que se diga o se haga en esta sala. Para cuando mañana se ponga el sol marcando el solsticio, toda criatura viviente de este planeta habrá muerto.