Capítulo 9

21 de octubre de 2012

EL PENTÁGONO

ARLINGTON, VIRGINIA

Pierre Borgia entra en la sala de reuniones y toma asiento a la mesa ovalada, entre el secretario de Defensa, Dick Pryzstas, y el jefe de Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos, James Adams. Sentado justo enfrente de él está el director de la CIA, Patrick Hurley, el jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas, general Arne Cohen, y el jefe de Operaciones Navales, Jeffrey Gordon. El jefe de Operaciones Navales, que tiene una estatura de uno noventa y cinco, saluda a Borgia con una breve inclinación de cabeza.

El general Costolo, apodado «Mike el Gigante», comandante del Cuerpo de Marines, entra a continuación de Borgia y ocupa su sitio a la derecha de Gordon.

A la cabecera de la mesa se halla el general Joseph Fecondo, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor y veterano de las guerras de Vietnam y del golfo Pérsico. Se pasa la palma de su mano, de perfecta manicura, por la línea de crecimiento del cabello, bronceada y en recesión, a la vez que lanza una mirada a Borgia y Costolo con un gesto de fastidio.

—Bien, ahora que por fin ya estamos todos, supongo que podemos empezar ¿Director Hurley?

Patrick Hurley ocupa su puesto en el podio. De aspecto cuidado y en buena forma física, un individuo de cincuenta y dos años, antigua estrella del baloncesto del Notre Dame en la posición de escolta, por su constitución parece como si aún se dedicara al baloncesto de competición.

Hurley activa un interruptor de control en el podio. Las luces se atenúan y en la gran pantalla que hay a su derecha aparece una foto por satélite en blanco y negro.

Borgia reconoce la calidad de la imagen. La fotografía digitalizada ha sido tomada por una cámara de calor C-8236 de alta resolución, montada a bordo del Darkstar, la nave supersecreta de las Fuerzas Aéreas. El sigiloso Vehículo Aéreo No Tripulado (en inglés, UAV) es una nave plana y en forma de almeja dotada de unas alas enormes. El Darkstar opera a altitudes de sesenta y cinco mil pies y es capaz de transmitir imágenes en primer plano en todas las circunstancias atmosféricas, de día o de noche.

Aparece un cuadrado computerizado en rojo. Hurley lo coloca donde desea y seguidamente amplía la imagen abarcada por él. Entonces aparecen los detalles de una pequeña escuela con su patio para jugar. Junto a la escuela se ve un aparcamiento de hormigón rodeado por una valla.

El director de la CIA se aclara la garganta.

—Las fotos que van a ver a continuación han sido tomadas sobre un área situada ligeramente al noreste de Pyongyang, en la costa occidental de Corea del Norte. A primera vista, dicho emplazamiento no parece ser más que una escuela primaria. Pero 1,3 kilómetros por debajo de este aparcamiento se encuentra la instalación subterránea de armas nucleares Kim Jong Il, la misma que utilizaron los norcoreanos cuando empezaron con las pruebas de los misiles de alcance medio y de dos etapas, ya en 1998. Sospechamos que dicho emplazamiento es posible que albergue también el nuevo misil balístico TAEPODONG II, un ICBM con un alcance de tres mil quinientos kilómetros, capaz de transportar múltiples cabezas nucleares.

Hurley pasa a la foto siguiente.

—El Darkstar lleva dos semanas supervisando esta instalación. Las fotos que voy a mostrarles ahora fueron tomadas ayer por la noche, entre las once y la una de la madrugada, hora de Seúl.

Hurley amplía la imagen para dejar ver las figuras de dos hombres que se apean de un Mercedes-Benz negro.

—El caballero de la derecha es el presidente de Irán, Ali Shamjani. El de la izquierda es el nuevo líder del partido comunista de China y antiguo comandante militar, el general Li Xiliang. Como les dirá Pierre, el general ha representado siempre a la línea dura de los comunistas.

Hurley pasa varias fotos más y se detiene en un individuo vestido con un abrigo negro de cuero que parece mirar hacia el cielo, como si supiera que le están haciendo una foto.

—Dios santo —susurra Borgia—. Es Viktor Grozny.

—Casi da la impresión de estar mirando a la cámara —agrega el general Cohen.

—Aún no hemos terminado de pasar lista, ni mucho menos. —El director de la CIA cambia de imagen—. Y nuestro anfitrión de esta noche es…

A Borgia se le acelera el corazón.

—Kim Jong Il.

Hurley vuelve a encender las luces y regresa a su sitio en la mesa de reuniones.

—Hace dos semanas se celebró la cumbre de Viktor Grozny sobre fuerza nuclear disuasoria. Así que, ¿por qué los dirigentes de cuatro naciones que representan el treinta y ocho por ciento del armamento nuclear del planeta iban a elegir reunirse secretamente en ese lugar en concreto?

El secretario de Defensa, Dick Pryzstas, se reclina en su asiento y se alisa hacia atrás la mata de pelo blanco que tiene.

—Almirante Gordon, ¿le importa transmitir la información de la que hemos hablado usted y yo?

El larguirucho almirante pulsa una tecla de su ordenador portátil.

—Los datos enviados recientemente por nuestro satélite indican que los iraníes han aumentado de forma considerable su presencia militar en las costas septentrionales del golfo Pérsico. Además de colocar de nuevo en posición sus Howitzers y sus emplazamientos móviles SAM, Irán ha comprado hace poco a China una remesa adicional de cuarenta y seis patrulleras tipo Hudong. Cada uno de esos buques va equipado con misiles crucero antibarco C-802. Además, los iraníes están duplicando los emplazamientos de misiles chinos Silkworm a lo largo de toda la costa y, a pesar de las protestas de la ONU, han seguido reforzando sus baterías de misiles tierra-aire y tierra-tierra en Qeshm, Abu Musa y las islas Sirri. Esencialmente, Irán está preparándose para montar una especie de baqueta en el tramo más cerrado del estrecho de Ormuz, un punto de tan sólo cincuenta kilómetros de anchura.

—Los iraníes afirman que ese rearme militar está destinado a los ejercicios militares que va a llevar a cabo Grozny en diciembre —replica el secretario de Defensa Pryzstas—. Por supuesto, si estallaran las hostilidades en Oriente Próximo, la baqueta de Irán impediría a nuestra flota acceder al golfo Pérsico.

—No es mi intención contribuir a la paranoia, pero ¿qué pasa con las armas nucleares? —El general Costolo se aparta de la mesa—. Los israelíes afirman que Grozny vendió a los iraníes misiles soviéticos con cabezas nucleares cuando los ayudó a negociar el Acuerdo de Paz en Oriente Próximo de 2007.

El almirante Gordon se gira hacia Costolo.

—Irán cuenta con la fuerza y la geografía necesarias para asegurarse por sí solo el dominio en Oriente Próximo. Si estallase una guerra, Rusia se encontraría en situación de consolidar Oriente Próximo como una hegemonía.

—Desde luego, da toda la impresión de que Grozny está preparándose para una guerra nuclear —interviene Borgia.

—Pierre, Rusia lleva sesenta años preparándose para una guerra nuclear —lo interrumpe el general Fecondo—. No olvidemos que fue nuestro empeño en construir un Escudo de Defensa anti-Misiles lo que contribuyó a su propia paranoia.

—Es posible que haya otra variable oculta que tener en cuenta, general —dice el director de la CIA—. La Agencia de Seguridad Nacional ha interceptado una comunicación entre el primer ministro ruso, Makashov, y el ministro de Defensa de China. La conversación tenía que ver con una especie de arma nueva de alta tecnología.

—¿Qué clase de arma? —inquiere Pryzstas.

—Se mencionó la fusión, nada más.

ISLA SANIBEL,

COSTA OCCIDENTAL DE FLORIDA

Dominique aminora la velocidad del descapotable negro Pronto Spyder y se mantiene justo por debajo de ochenta por hora al pasar por el peaje del puente de la isla Sanibel. Los sensores electrónicos registran la matrícula del vehículo y el número de identificación del mismo, y envían inmediatamente dicha información al Departamento de Transportes, el cual suma el importe del peaje a su factura mensual de tránsito. Durante el kilómetro siguiente mantiene la velocidad por debajo de ochenta, pues sabe que sigue dentro del radio del sistema de radar automático.

A continuación conduce el Spyder por el puente de la bahía que lleva a las islas Sanibel y Captiva, una zona residencial y turística situada en una pequeña isla de la costa de Florida que da al Golfo. Después toma rumbo norte por la sombreada carretera de un solo carril y vira hacia el oeste, pasa por delante de varios hoteles grandes y penetra en un área residencial.

Edith e Isadore Axler viven en una casa en la playa, de dos plantas y con forma cúbica, situada en una parcela de dos mil metros cuadrados que mira hacia el golfo de México. A primera vista, la fachada exterior de listones de madera de secoya que rodea la vivienda le da el aspecto de un enorme farol de jardín, sobre todo por la noche. Esa capa protege la estructura contra huracanes creando, efectivamente, una casa dentro de otra casa.

El ala sur de la vivienda de los Axler ha sido renovada para que cupiera un sofisticado laboratorio de acústica, uno de los tres que hay en la costa del Golfo que están conectados con el SOSUS, el Sistema de Vigilancia Sónica Submarina de la Marina de Estados Unidos. Esa red de micrófonos submarinos de dieciséis mil millones de dólares, construida por el gobierno federal durante la guerra fría para espiar a los submarinos enemigos, forma un entramado global unido por unos cuarenta y ocho mil kilómetros de cables bajo el agua a las estaciones que la Marina tiene en tierra.

Dado que el uso militar del SOSUS comenzó a disminuir a principios de la década de 1990, numerosos científicos, universidades y empresas privadas empezaron a solicitar a la Marina poder acceder a dicha red de escucha. Para los oceanógrafos, el SOSUS se convirtió en el telescopio Hubble de la exploración submarina. Ahora los científicos podían oír las vibraciones de bajísima frecuencia que provocan los bloques de hielo al partirse, los temblores del lecho marino y la erupción de volcanes sumergidos, sonidos que normalmente quedan muy por debajo de la capacidad auditiva del ser humano.

Para los biólogos marinos como Isadore Axler, el SOSUS ofrecía un nuevo medio para estudiar los seres vivos marinos más inteligentes del planeta: los cetáceos. Con la ayuda de la Fundación Nacional de Pesca y Fauna, el hogar de los Axler se transformó en una estación acústica, centrada específicamente en los cetáceos que habitan el golfo de México. Empleando el SOSUS, los Axler podían ahora grabar y analizar los sonidos emitidos por las ballenas, identificar especies, hacer recuento de poblaciones, y hasta llevar un seguimiento de individuos concretos por todo el hemisferio norte.

Dominique gira a la izquierda para tomar la calle sin salida y después a la derecha para meterse en la entrada de la última casa; se siente reconfortada al oír el crujido familiar de los guijarros bajo el peso del coche.

Edith Axler sale a recibirla cuando la capota del descapotable termina de cerrarse. Edie es una mujer sagaz, de cabello gris y setenta y pocos años, con unos ojos castaños que irradian la sabiduría de una profesora y una sonrisa cálida que proyecta un amor de madre.

—Hola, cariño. ¿Qué tal el viaje?

—Bien. —Dominique da un abrazo a su madre adoptiva y la estrecha con fuerza.

—¿Ocurre algo? —Edith se aparta un poco y se fija en las lágrimas—. ¿Qué pasa?

—Nada. Es que me siento muy contenta de estar en casa.

—No me tomes por una vieja senil. Es ese paciente tuyo, ¿a que sí? Cómo se llama… ¿Mick?

Dominique asiente con la cabeza.

—Ex paciente mío.

—Ven, vamos a charlar un poco, antes de que salga Iz.

Edith la lleva de la mano hacia el canal de acceso al mar que hay en el lado sur de la parcela. Contra la pared de hormigón hay dos embarcaciones amarradas, la más pequeña es un barco de pesca de diez metros de eslora, propiedad de los Axler.

Se sientan juntas, cogidas de las manos, en un banco de madera que mira hacia el mar.

Dominique contempla un pelícano blanco y gris que está tomando el sol encaramado a un pilote de madera.

—Recuerdo que cuando era pequeña, cada vez que tenía un mal día tú te sentabas a mi lado aquí fuera.

Edie afirma con la cabeza.

—Este ha sido siempre mi sitio favorito.

—Tú me decías: «Los problemas no pueden ser tan graves si uno tiene la posibilidad de disfrutar de un paisaje como este». —Señala el barco de catorce metros y de aire rústico que está amarrado detrás del pesquero de los Axler—. ¿De quién es ese barco?

—Pertenece al Club de Buscadores de Tesoros de Sanibel. ¿Te acuerdas de Rex y Dory Simpson? Iz les alquila a ellos el amarre. ¿Ves esa lona? Pues debajo de ella hay un minisubmarino de dos plazas sujeto a la cubierta. Si quieres, mañana Iz puede llevarte a dar un paseo en él.

—¿En un minisubmarino? Qué divertido.

Edie aprieta la mano de su hija.

—Háblame de Mick. ¿Por qué estás tan angustiada?

Dominique se enjuga una lágrima.

—Desde que ese cabrón de Foletta me cambió la asignación de paciente, tiene a Mick sometido a grandes dosis de Thorazina. Por Dios, es una crueldad tan grande que no puedo… ya no puedo soportar ni mirarlo, siquiera. Está tan atontado por la medicación, que no hace otra cosa que quedarse sentado, sujeto con correas a una silla de ruedas como si fuera un vegetal babeante. Foletta lo saca al patio todas las tardes y lo deja allí sentado, en la zona de artes y oficios, como si fuera un paciente geriátrico sin futuro alguno.

—Dom, ya sé que te preocupas mucho por Mick, pero tienes que comprender que tú eres sólo una persona. No puedes esperar salvar el mundo.

—¿Cómo? ¿Qué has dicho?

—Sólo pretendo decir que, como psiquiatra que eres, no puedes esperar ayudar a todos los pacientes institucionalizados que entran en contacto contigo. Llevas un mes trabajando con Mick. Te guste o no, eso no está en tus manos. Tienes que saber cuándo retirarte.

—Tú me conoces demasiado bien. No puedo retirarme sin más, cuando se está cometiendo una injusticia con una persona.

Edie vuelve a apretarle la mano. Ambas guardan silencio, observando cómo el pelícano agita las alas conservando su precario equilibrio sobre el pilote.

«Cuando se está cometiendo una injusticia con una persona». Al oírse a sí misma, Edie recuerda el día en que conoció a aquella niña asustada que venía de Guatemala. Llevaba un tiempo trabajando a media jornada como maestra y consultora de educación preescolar. Le llevaron a aquella niña, que se quejaba de calambres en el estómago. Edie la tuvo cogida de la mano hasta que se le pasó el dolor. Aquel pequeño gesto de amor maternal sirvió para unir a Dominique a la mujer para siempre, y a ella misma se le rompió el corazón al enterarse de los abusos sexuales que había sufrido la pequeña por parte de sus primos mayores. Edie presentó un informe y realizó las gestiones necesarias para la adopción. Seis meses después, Iz y ella adoptaron a Dominique.

—Está bien, cariño, dime qué podemos hacer para ayudar a Mick.

—Sólo hay una solución. Tenemos que sacarlo de allí.

—Cuando dices sacarlo, supongo que te refieres a ingresarlo en otro psiquiátrico.

—No, me refiero a sacarlo a la calle, de manera permanente.

—¿Cómo asaltar la cárcel?

—Pues sí. Puede que Mick esté un poco atontado, pero no está loco. Su sitio no está en una institución mental.

—¿Estás segura? Porque no me lo pareces. ¿No me habías dicho que Mick está convencido de que el mundo va a acabarse?

—No es el mundo, sino la humanidad, y sí, está convencido de ello. Sólo está un poco paranoide, pero quién no lo estaría después de once años de confinamiento en solitario.

Edie observa que Dominique se revuelve inquieta.

—Hay algo más que no me has dicho.

Dominique se gira hacia ella.

—Va a parecerte una locura, pero por lo visto, en muchas de las fantasías de Mick hay algo de verdad. Su teoría del día del juicio final se basa en una profecía maya de tres mil años de antigüedad. Estoy leyendo el diario de su padre, y estoy encontrando cosas que resultan alucinantes. Prácticamente, Mick predijo la llegada de esa señal de radio del espacio profundo coincidiendo con el equinoccio de otoño. Edie, cuando yo vivía en Guatemala, mi abuela me contaba anécdotas sobre mis antepasados maternos. Y las cosas que decía daban mucho miedo.

Edie sonríe.

—Estás empezando a asustarme.

—Oh, ya sé que es una tonta superstición, pero tengo la sensación de deberle a Mick por lo menos comprobar algunas de esas cosas. Tal vez lo ayude a aliviar en parte sus miedos.

—¿Qué cosas?

—Mick está convencido de que lo que va a destruir a la humanidad se halla oculto en el golfo de México. —Dominique introduce la mano en el bolsillo de los vaqueros y saca varios papeles doblados, que entrega a Edie.

Edie echa un vistazo a lo que contienen.

—¿El cráter por impacto de Chicxulub? ¿Cómo va a matar a la humanidad una depresión enterrada un kilómetro y medio bajo el fondo del mar?

—No lo sé. Ni tampoco lo sabía Mick. Pero yo tenía la esperanza de que…

—Tú tenías la esperanza de que a lo mejor Iz podía comprobarlo con la ayuda del SOSUS.

Dominique sonríe.

—Eso me haría sentirme mucho mejor.

Edie da un abrazo a su hija.

—Vamos. Iz está en el laboratorio.

El profesor Isadore Axler se encuentra en la estación del SOSUS, con los auriculares puestos y los ojos cerrados, escuchando los hipnóticos ecos de los cetáceos. Su rostro, salpicado de manchas de vejez, transmite serenidad.

Dominique le da unos golpecitos en el hombro.

Iz abre los ojos y su difusa perilla gris se ensancha en una breve sonrisa al tiempo que se quita los auriculares.

—Ballenas rorcuales.

—¿Qué forma de saludar es ésa? Ballenas rorcuales.

Iz se pone de pie y le da un abrazo.

—Pareces cansada, mi niña.

—Estoy bien.

Edie da un paso al frente.

—Iz, Dominique tiene un favor que pedirte.

—¿Cómo, otro más?

—¿Cuándo fue el último?

—Cuando tenías dieciséis años. Me pediste que te dejara el coche. Fue la noche más traumática de toda mi vida. —Iz le acaricia la mejilla—. Habla.

Ella le entrega la información sobre el cráter de Chicxulub.

—Necesito que uses el SOSUS y me digas si se oye algo allí abajo.

—¿Y qué se supone que debo escuchar?

—No sé. Algo fuera de lo normal, supongo.

Iz le lanza su famosa mirada que significa: «No me hagas perder tiempo», y al hacerlo se juntan sus enmarañadas cejas grises.

—Iz, deja de mirarla y ponte a ello —le ordena Edie.

El anciano biólogo regresa a su silla, musitando:

—Algo fuera de lo normal, ya. A lo mejor oímos a una ballena tirarse un pedo.

Teclea las coordenadas en el ordenador y vuelve a ponerse los auriculares.

Dominique lo abraza desde atrás y lo besa en la mejilla.

—Está bien, está bien, ya basta de sobornos. Mira, pequeña, no sé lo que pretendes conseguir, pero ese cráter abarca un área muy amplia. Lo que voy a hacer es una estimación del punto central, el cual parece estar situado cerca de la plataforma de Campeche, un poco al suroeste del arrecife de Alacan.

Programaré el ordenador para que inicie un rastreo de baja frecuencia. Empezaremos por cincuenta hercios e iremos incrementando los ciclos poco a poco. El problema es que quieres concentrarte en una zona que está repleta de yacimientos de petróleo y gas. La cuenca del Golfo es toda de caliza y arenisca, rocas que contienen trampas geológicas porosas; el petróleo y el gas se escapan constantemente por las fisuras del lecho marino, y el SOSUS va a registrar todas esas filtraciones.

—Entonces, ¿qué sugieres tú?

—Sugiero que almorcemos. —Iz termina de programar el ordenador—. Si se produce cualquier alteración acústica en esa zona, el sistema se centrará automáticamente en ella.

—¿Cuánto tiempo calculas que tardará el SOSUS en encontrar algo? —Esta observación le vale a Dominique otra mirada como la de antes.

—¿Quién soy yo, Dios? Horas, días, semanas, puede que no lo encuentre nunca. ¿Y qué más da? Al final, lo más probable es que no encontremos más que un montón de ruido de fondo sin valor alguno.

WASHINGTON, DC

El maître esboza una sonrisa cuando entra en el estirado restaurante francés la cuarta persona más poderosa de Estados Unidos.

Bon soir, monsieur Borgia.

Bon soir, Felipe. Creo que me están esperando.

Oui, certainement. Sígame, por favor.

El maître lo conduce por entre varias mesas iluminadas con velas hasta un salón privado situado junto a la barra. Llama dos veces con los nudillos a las puertas dobles y acto seguido se vuelve hacia Borgia.

—Sus acompañantes lo están esperando dentro.

Merci. —Borgia desliza el billete de veinte en la mano enguantada del maître al tiempo que la puerta se abre desde dentro.

—Pierre, pasa. —El copresidente del Partido Republicano, Charlie Myers, estrecha la mano de Borgia y le da una palmada de afecto en el hombro—. Tarde, como siempre. Ya llevamos dos rondas de adelanto. Un Bloody Mary, ¿verdad?

—Sí, perfecto.

El reservado está forrado de un tono castaño oscuro, al igual que el resto del restaurante. Está insonorizado y ocupado por media docena de mesas de mantel blanco. Sentados a la mesa del centro se encuentran dos hombres; el mayor de los dos, un caballero de cabellos blancos, es Joseph H. Randolph, padre, un multimillonario de Texas que lleva más de veinte años actuando como padre sustituto y amigo de Borgia. Borgia no reconoce al individuo corpulento que está sentado frente a él.

Randolph se levanta para abrazarlo.

—Pierre, qué sorpresa. Me alegro de verte, hijo. A ver, que te mire. ¿Has engordado unos cuantos kilos?

Borgia se ruboriza.

—Puede que sí.

—Bienvenido al club. —El individuo corpulento se levanta y le tiende una mano gigantesca—. Pete Mabus, de Mabus Tech Industries.

Borgia reconoce el nombre de la empresa, contratada por el Departamento de Defensa.

—Encantado de conocerlo.

—El placer es mío. Tome asiento y relájese.

Charlie Myers le trae la copa a Borgia.

—Caballeros, tendrán que perdonarme, pero he de ir al baño.

Randolph espera a que Myers haya salido de la habitación.

—Pierre, la semana pasada vi a tu gente en Rehobeth. Todos nosotros nos sentimos muy contrariados de saber que no vas a ser nominado como candidato a la vicepresidencia. La verdad es que Maller le está haciendo un flaco servicio al partido entero.

Borgia asiente.

—Al presidente lo preocupa salir reelegido. Las encuestas dicen que Chaney le proporcionará el apoyo que necesita el partido en el sur.

—Maller no está pensando en el futuro. —Mabus apunta con un dedo regordete—. Lo que necesita este país en este momento es un líder fuerte, no otra palomita como Chaney como segundo al mando.

—No puedo estar más de acuerdo, pero yo no tengo voz en este asunto.

Randolph se acerca un poco más.

—Es posible que ahora no, hijo, pero dentro de cuatro años tu voz será muy importante. Ya he hablado con algunas de las autoridades al respecto, y existe el consenso general de que tú representarás al partido en 2016.

Borgia reprime una sonrisa.

—Joe, me encanta oírte decir eso, pero cuatro años sigue siendo mucho tiempo.

Mabus sacude la cabeza en un gesto negativo.

—Tiene que prepararse ahora, joven. Voy a ponerle un ejemplo. Mi hijo Lucien es un jodido genio. No es broma, no tiene más que tres años y ya sabe navegar por Internet. Pienso educarlo para que se ponga al frente de Mabus Tech cuando cumpla los dieciséis. Si jugamos bien nuestras cartas en la política, para cuando tenga la edad de usted será un maldito multimillonario. Lo que quiero decir es que todos tenemos que prepararnos mucho antes de que surja la oportunidad, y a usted ya le ha surgido. Esos ejercicios militares de Rusia y China, por ejemplo; hay muchos votantes cabreados, y eso es justamente lo que puede encumbrar o derribar a un candidato a presidente.

—Pete tiene razón, Pierre. La manera como el público perciba tu presencia autoritaria durante los próximos meses podría ayudar a determinar el resultado de las próximas elecciones. Necesitan ver a un tipo que manda, un halcón que no está dispuesto a permitir que los malditos rusos ni los negratas nos digan cómo hemos de gobernar nuestro país. Diablos, no tenemos una presencia fuerte en la Casa Blanca desde que Bush dejó el cargo.

Mabus está ya lo bastante cerca como para que Borgia perciba por el olor lo que ha tomado para almorzar.

—Pierre, este conflicto nos ofrece la gran oportunidad de demostrar al público su fuerza de carácter.

Borgia se recuesta en su silla.

—Entendido.

—Bien, bien. En fin, queda un último punto en nuestra agenda, un asunto que opino que debemos resolver.

Mabus se tira de un padrastro de la uña.

—Un esqueleto que tiene guardado en el armario.

Randolph asiente mientras enciende un cigarrillo.

—Se trata de ese tal Gabriel, Pierre, el tipo con el que la tienes tomada desde el accidente que sufriste. Cuando anunciemos tu nominación, la prensa va a ponerse a indagar. Y no tardará mucho en descubrir lo que hiciste para manipular las cosas en Massachusetts. Podría resultar bastante desagradable.

Borgia se pone rojo como la grana.

—Mire este ojo, señor Mabus. Esto me lo hizo ese loco hijo de puta. ¿Y ahora quiere que lo deje libre?

—Presta atención, hijo. Pete no ha dicho en ningún momento que tengas que dejarlo en la calle. Lo que has de hacer es atar ese cabo suelto antes del inicio de la campaña. Todos tenemos algo que ocultar. Lo único que queremos es que lo tuyo lo saques y lo entierres… señor presidente.

Borgia respira hondo para calmarse y a continuación asiente con la cabeza.

—Entiendo lo que están diciendo, caballeros, y agradezco su apoyo. Creo saber lo que hay que hacer.

Mabus le tiende una mano.

—Y nosotros le damos las gracias a usted, señor secretario. También nosotros sabemos que cuando llegue el momento, no olvidará quiénes son sus amigos.

Borgia estrecha la mano sudorosa de Mabus.

—Díganme sinceramente, caballeros, dejando a un lado la presencia de mi familia en la política: cuando fui elegido, ¿influyó en algo el hecho de que da la casualidad de que el senador Chaney es negro?

Randolph responde con una sonrisa radiante.

—Bueno, hijo, digamos simplemente que por algo la llaman la Casa Blanca.