26 de septiembre de 2012
MIAMI, FLORIDA
Hay cinco residentes congregados en la sección conocida como 7-C. Dos están sentados en el suelo, jugando lo que ellos creen que es ajedrez, otro está dormido en el sofá. Un cuarto se halla de pie junto a la puerta, esperando a que llegue un miembro de su equipo de rehabilitación que lo acompañará a la sesión de terapia de esta mañana.
El último residente de la 7-C permanece inmóvil delante de un televisor colgado del techo. Está escuchando al presidente Maller, que ensalza la tremenda labor que realizan los hombres y las mujeres de la NASA y el SETI. Oye al presidente hablar con emoción de la paz y la cooperación en el mundo, del programa espacial internacional y del impacto que tendrá éste para el futuro de la humanidad. Tenemos ante nosotros el albor de una nueva era, anuncia. Ya no estamos solos.
A diferencia de los miles de millones de otros espectadores de todo el mundo que están viendo la rueda de prensa en directo, Michael Gabriel no se sorprende al oír eso, tan sólo se entristece. Sus ojos de ébano no parpadean; su cuerpo, en postura rígida, no se mueve lo más mínimo. La expresión vacía de su semblante no cambia en ningún momento, ni siquiera cuando aparece en la pantalla el rostro de Pierre Borgia, detrás del hombro del presidente. Cuesta trabajo distinguir si Mick está respirando siquiera.
En ese momento entra en la sección Dominique. Se detiene y dedica unos momentos a observar a su paciente atento al boletín informativo especial, mientras verifica que la grabadora que lleva debajo de la camiseta quede bien disimulada por la bata de laboratorio.
Se sitúa a su lado. Ahora ambos están hombro con hombro frente al televisor, la mano derecha de ella junto a la izquierda de él.
Sus dedos se entrelazan.
—Mick, ¿quieres ver el resto del informativo, o podemos hablar?
—En mi habitación.
Mick la conduce por el pasillo y entra en la habitación 714.
Mick se pone a pasear nervioso por su celda, igual que un animal enjaulado; su mente confusa intenta analizar un millar de detalles a la vez.
Dominique toma asiento en el borde de la cama y lo observa.
—Tú sabías que iba a suceder esto, ¿verdad? ¿Cómo? ¿Cómo lo sabías? Mick…
—No sabía lo que iba a suceder, sólo sabía que iba a suceder algo.
—Pero sabías que iba a tener lugar un acontecimiento celeste, algo que tuviera que ver con el equinoccio. Mick, ¿te importa dejar de pasear? Así resulta difícil mantener una conversación. Ven aquí. Siéntate a mi lado.
Él titubea, pero al final se sienta con ella. Dominique se fija en que le tiemblan las manos.
—Habla conmigo.
—Lo noto, Dom.
—¿Qué es lo que notas?
—No sé… No sé describirlo. Es algo que está ahí, una presencia. Aún se encuentra lejos, pero se va acercando. Ya lo había notado antes, pero no como ahora.
Dominique toca el cabello que le cae a Mick por la nuca y acaricia un mechón grueso y de color castaño.
—Intenta relajarte. Hablemos de esa transmisión de radio del espacio profundo. Quiero que me digas cómo sabías que estaba a punto de tener lugar el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad.
Mick levanta la vista hacia ella, con miedo en los ojos.
—Esto no es nada. Esto no es más que el principio del acto final. El acontecimiento más grande tendrá lugar el 21 de diciembre, cuando mueran miles de millones de personas.
—¿Y cómo sabes eso? Ya sé lo que dice el calendario maya, pero tú eres demasiado inteligente para simplemente aceptar una profecía de tres mil años de antigüedad sin una prueba científica que la corrobore. Explícame los hechos, Mick. No quiero folclore maya, sino tan sólo las pruebas.
Mick niega con la cabeza.
—Por eso te pedí que leyeras el diario de mi padre.
—He empezado a leerlo, pero prefiero que me lo expliques tú en persona. La última vez que estuvimos hablando, me advertiste acerca de una especie de alineación galáctica que iba a orientarse hacia la Tierra a partir del equinoccio de otoño. Explícame eso.
Mick cierra los ojos y empieza a aspirar profundamente, despacio, para obligar a relajarse a sus músculos repletos de adrenalina.
Dominique oye el zumbido de la grabadora. Se aclara la garganta para ahogar el ruido.
Mick vuelve a abrir los ojos. Ahora su mirada es más suave.
—¿Te suena el Popol Vuh?
Sé que es el libro maya de la creación, el equivalente de nuestra Biblia.
Mick asiente.
—Los mayas creían en cinco soles o cinco Grandes Círculos de la creación, el quinto y último de los cuales está previsto que finalice el 21 de diciembre, el día del solsticio de invierno de este año. Según el Popol Vuh, el universo estaba organizado en un Mundo Superior, un Mundo Intermedio y un Mundo Inferior. El Mundo Superior representaba los cielos, y el Mundo Intermedio era la Tierra. Los mayas llamaban al Mundo Inferior Xibalba, un lugar oscuro y malvado que, según se creía, estaba regido por Hurakan, el dios de la muerte. La leyenda maya afirma que el gran maestro Kukulcán se enzarzó en una larga batalla cósmica con Hurakan, en la que lucharon las fuerzas del bien y de la luz contra las del mal y las tinieblas. Está escrito que el cuarto ciclo finalizó bruscamente cuando Hurakan desató un gran diluvio que se tragó al mundo. La palabra «huracán» proviene de «Hurakan» en lengua maya. Los mayas creían que la entidad del diablo existía en el interior de un violento torbellino. Los aztecas creían en esa misma leyenda, sólo que el nombre que dieron ellos al gran maestro fue Quetzalcoatl, y a la deidad del inframundo la denominaron Tezcatilpoca, un nombre que significa «espejo que despide humo».
—Mick, espera, para un momento, ¿vale? Olvídate del mito maya. Lo que necesito es que te centres en los hechos que rodean al calendario y en la relación que tienen éstos con esa transmisión procedente del espacio profundo.
Los oscuros ojos la miran centelleantes como el ónice, una mirada que hace a Dominique encogerse.
—No puedo hablar de que la ciencia corrobore la profecía del fin del mundo sin explicar el mito de la creación. Todo está relacionado. Los mayas están rodeados por una paradoja. La mayoría de la gente cree que los mayas no eran más que una panda de salvajes de la selva que construyeron unas cuantas pirámides muy bonitas. Lo cierto es que los mayas fueron increíbles astrónomos y matemáticos que poseían profundos conocimientos de la existencia de nuestro planeta dentro de la galaxia. Y fueron esos conocimientos los que les permitieron predecir la alineación celeste que dio lugar a la señal de radio de ayer.
—No entiendo…
Mick se agita y comienza a pasear de nuevo.
—Tenemos pruebas que demuestran que los mayas y sus predecesores los olmecas se valieron de la Vía Láctea como fondo celeste para calcular el calendario. La Vía Láctea es una galaxia espiral, de unos cien mil años luz de diámetro y compuesta aproximadamente por doscientos mil millones de estrellas. Nuestro sol está situado en uno de los brazos de la espiral, el brazo de Orión, que se encuentra a unos treinta y cinco mil años luz del centro de la galaxia, en donde los astrónomos actuales están convencidos de que hay un gigantesco agujero negro, que pasa directamente a través de Sagitario. El centro de la galaxia funciona como una especie de imán celeste que atrae a la Vía Láctea en forma de un potente remolino. En este momento, nuestro sistema solar está girando alrededor de ese punto central a una velocidad de doscientos kilómetros por segundo. A pesar de esa velocidad, la Tierra tarda sus buenos doscientos veintiséis millones de años en dar una vuelta completa alrededor de la Vía Láctea.
«Te estás quedando sin cinta».
—Mick, la señal…
—Ten paciencia. Mientras nuestro sistema solar gira alrededor de la galaxia, sigue una trayectoria de catorce grados de anchura denominada la eclíptica. La eclíptica cruza la Vía Láctea de tal manera que periódicamente se alinea con el abultamiento central de la galaxia. Cuando los mayas observaban el cielo nocturno, veían una franja oscura, una especie de banda alargada de densas nubes interestelares que empezaba en el punto en que la eclíptica cruza la Vía Láctea en la constelación de Sagitario. El mito de la creación contenido en el Popol Vuh denomina a esa franja oscura el Camino Negro o Xibalba Be, un nexo en forma de serpiente gigante que conecta la vida y la muerte, la Tierra y el Mundo Inferior.
—Ya te digo que todo eso es fascinante, pero ¿qué relación tiene con la señal de radio del espacio profundo?
Mick deja de pasear.
—Dominique, esa señal de radio no es simplemente una transmisión al azar enviada al universo; fue dirigida a propósito hacia nuestro sistema solar. Desde un punto de vista tecnológico, no se puede transmitir un radiofaro hasta la mitad de la galaxia y esperar que de algún modo se las arregle para alcanzar un planeta concreto, una mota de polvo como es la Tierra. Cuanto más lejos tiene que viajar el radiofaro, más se fragmenta la señal y más fuerza va perdiendo. La transmisión de radio que ha detectado el SETI es un radiofaro muy potente, preciso y estrecho, lo cual a mí me indica, como mínimo, que quien sea o lo que sea que lo haya enviado necesitaba una alineación galáctica particular, una especie de pasillo cósmico que apuntara desde el punto de origen hasta la Tierra. Esencialmente, esa señal ha viajado por una especie de pasillo celeste. No sé explicar ni cómo ni por qué, pero percibí que el portal de dicho pasillo estaba empezando a abrirse.
Dominique ve el miedo en sus ojos.
—¿Percibiste que estaba abriéndose? ¿Y qué es lo que sentiste?
—Una sensación de malestar, como si hubiera unos dedos de hielo moviéndose por mis intestinos.
—¿Y estás convencido de que ese pasillo cósmico debe haberse abierto lo suficiente para dejar pasar la señal de radio?
—Sí, y el portal sigue abriéndose un poco más cada día. Para el solsticio de diciembre ya se habrá abierto del todo.
—El solsticio de diciembre… ¿el día del fin del mundo para los mayas?
—Eso es. Los astrónomos hace años que saben que nuestro sol entrará en alineación con el centro exacto de la galaxia el 21 de diciembre de 2012, el último día del quinto ciclo del calendario. Al mismo tiempo, la franja oscura de la Vía Láctea se alineará con nuestro horizonte este y en la noche del solsticio aparecerá directamente en la vertical de la ciudad maya de Chichén Itzá. Esta combinación de acontecimientos celestes ocurre sólo cada veinticinco mil ochocientos años, y aun así, de alguna manera, los mayas fueron capaces de predecir la alineación.
—La transmisión del espacio profundo, ¿qué objeto tiene?
—No lo sé, pero es un presagio de muerte.
«Justifica su esquizofrenia. Echa la culpa a los padres».
—Mick, me da la impresión de que, aparte de un único episodio aislado de violencia, tu continuada encarcelación tiene más que ver con tu creencia fanática en el apocalipsis, una creencia que comparten decenas de millones de personas. Cuando dices que la humanidad está tocando a su fin, lo que percibo yo es un sistema de creencias que probablemente te fue inculcado desde la cuna. ¿No podría ser que tus padres…?
—Mis padres no eran fanáticos religiosos ni milenaristas. No pasaban el tiempo construyendo refugios subterráneos. No se dedicaron a aprovisionarse de armas de asalto y de víveres con el fin de prepararse para el día del juicio. No creían en la Segunda Venida de Cristo ni en el mesías, ya que vamos a eso, y no se dedicaban a acusar a todos los líderes autocráticos del mundo dotados de un gran bigote de ser el Anticristo. Eran arqueólogos, Dominique, científicos, lo bastante inteligentes para no ignorar las señales que apuntan a un desastre que barrerá a nuestra especie entera de un plumazo. Llámalo Armagedón, o Apocalipsis, o la profecía de los mayas, lo que más te guste; ¡pero sácame de aquí de una vez para que pueda hacer algo!
—Mick, no te alteres. Ya sé que te sientes frustrado, y estoy intentando ayudarte, más de lo que imaginas. Pero para poder conseguir tu libertad, tengo que solicitar otra evaluación psiquiátrica.
—¿Cuánto tiempo tardarás?
—No lo sé.
—Por Dios… —Se pone a pasear más deprisa.
—Supongamos que te pusieran en libertad mañana. ¿Qué harías? ¿Adónde irías?
—A Chichén Itzá. La única posibilidad que tenemos de salvarnos estriba en encontrar un camino al interior de la pirámide de Kukulcán.
—¿Qué hay dentro de la pirámide?
—No lo sé. No lo sabe nadie. Nunca se ha hallado la entrada.
—Entonces, ¿por qué…?
—Porque percibo que allí dentro hay algo. No me preguntes cómo lo sé, lo sé sin más. Es como cuando vas andando por la calle y tienes la sensación de que te están siguiendo.
—Los miembros del consejo van a querer algo más sólido que una mera sensación.
Mick deja de pasear y mira a Dominique con exasperación.
—Por eso te pedí que leyeras el diario de mi padre. En Chichén Itzá hay dos estructuras que guardan relación con nuestra salvación. La primera es el Gran Juego de Pelota, que está alineado con precisión para ser un espejo de Xibalba Be, la franja oscura de la Vía Láctea, tal como se verá en la fecha cuatro Ahau, tres Kankin. La segunda es la pirámide de Kukulcán, la piedra angular de toda la profecía del fin del mundo. Todos los equinoccios, en la escalinata norte de la pirámide aparece la sombra de una serpiente. Mi padre estaba convencido de que ese efecto celeste era una advertencia que nos dejó Kukulcán y que representa el ascenso del mal sobre la humanidad. La sombra dura exactamente tres horas y veintidós minutos, el mismo intervalo de tiempo que duró la transmisión procedente del espacio profundo.
—¿Estás seguro de eso? —«Cerciórate de verificar estos datos en tu informe».
—Tan seguro como de que estoy aquí de pie, pudriéndome en esta celda. —Y reanuda otra vez el paseo.
Dominique capta el chasquido de la grabadora al llegar al final de la cinta y desconectarse sola.
—Dom, en la CNN han hablado de otra cosa, sólo he llegado a enterarme del final. Era algo sobre un terremoto que ha golpeado la cuenca del Yucatán. Necesito averiguar qué es lo que ha pasado. Necesito saber si ese terremoto se ha originado en Chichén Itzá o en el golfo de México.
—¿Por qué el Golfo?
—¿Ni siquiera has leído la parte del diario que hace referencia a los mapas de Piri Reis?
—Lo siento. He estado bastante liada.
—Por Dios, Dom, si fueras interna mía, a estas alturas ya te hubiera puesto un suspenso. Piri Reis fue un famoso almirante turco que, en el siglo XIV, encontró una serie de misteriosas cartas del mundo. Sirviéndose de dichas cartas como referencia, construyó un conjunto de mapas que actualmente los historiadores están seguros de que los utilizó Colón para atravesar el Atlántico.
—Un momento, ¿esas cartas eran auténticas?
—Naturalmente que eran auténticas. Y además revelaban detalles topográficos que sólo podrían haber sido adquiridos empleando complejos sondeos sísmicos. Por ejemplo, el perfil de la costa de la Antártida aparece como si ni siquiera estuviera presente la capa de hielo que la cubre.
—¿Y qué tiene eso de significativo?
—Dom, ese mapa tiene más de quinientos años de antigüedad. La Antártida no se descubrió hasta 1818.
Dominique se queda mirándolo, no muy segura de qué creer.
—Si dudas de mí, ponte en contacto con la Marina de Estados Unidos. Fue su análisis lo que confirmó la exactitud de esa cartografía.
—¿Y qué tiene que ver ese mapa con el Golfo o con la profecía del fin del mundo?
—Hace quince años, mi padre y yo encontramos un mapa similar, sólo que éste era uno original, de una antigüedad de miles de años, como el que encontró Piri Reis. Estaba sellado en el interior de un recipiente de iridio, enterrado en un punto concreto de la meseta de Nazca. Yo conseguí hacerle una foto justo antes de que se desintegrara. Encontrarás esa foto en la parte de atrás del diario de mi padre. Cuando la veas, descubrirás una zona marcada en rojo, situada en el golfo de México, justo al norte de la península del Yucatán.
—¿Qué representa esa marca?
—No lo sé.
«Termina ya».
—Mick, no dudo de todo lo que me estás contando, pero ¿y si… en fin, y si esa transmisión del espacio profundo no tuviera nada que ver en absoluto con la profecía maya? La NASA dice que la señal de radio se ha originado en algún punto situado a más de mil ochocientos años luz. Eso debería tranquilizarte un poco, ¿no? Quiero decir, vamos —sonríe—, es un poco improbable que veamos llegar a extraterrestres del Cinturón de Orión dentro de los próximos sesenta días.
Mick abre los ojos desmesuradamente. Da un paso atrás y se agarra las sienes con las dos manos.
«Joder, está perdiendo el control. Lo has presionado demasiado».
—Mick, ¿qué ocurre? ¿Te encuentras bien?
El levanta un dedo para indicarle que no se acerque, que guarde silencio.
Dominique lo ve arrodillarse en el suelo. Sus ojos son como dos ventanas que se asoman a una mente que funciona a mil kilómetros por hora. «A lo mejor te has equivocado con él. A lo mejor es verdad que está loco».
Por fin pasan los momentos de tensión. Mick alza la vista. La intensidad de su mirada da miedo de verdad.
—Tienes razón, Dominique, tienes toda la razón —susurra—. Sea lo que sea lo que está predestinado para erradicar a la humanidad, no llegará del espacio profundo. Se encuentra en el Golfo. Ya está aquí.