23 de septiembre de 2012
MIAMI, FLORIDA
3.30 horas
El sueño de Michael Gabriel se transforma en un terror nocturno. Peor que ninguna pesadilla, es un sueño violento y recurrente que se desliza en su subconsciente, un susurro en su cerebro que lo transporta hasta un momento crítico de su pasado.
Se encuentra en Perú, siendo otra vez un niño, pues aun no ha cumplido los doce años Contempla desde la ventana de su dormitorio la adormecida aldea de Ingenio y escucha las voces apagadas que proceden de la habitación contigua. Oye a su padre hablar en español con el médico. Oye a su padre sollozar
En eso se abre la puerta de al lado. «Michael, pasa, por favor».
Michael percibe el olor a enfermedad. Es un olor a rancio, un tufo a sábanas empapadas en sudor y bolsas intravenosas, a vómito, a dolor y a angustia humana.
Su madre se encuentra tendida en la cama, con el rostro marcado por la ictericia. Lo mira con unos ojos hundidos y le aprieta débilmente la mano.
«Michael, el doctor te va a enseñar cómo debes darle a tu madre la medicina. Es muy importante que prestes mucha atención y que lo hagas correctamente».
El médico de cabellos plateados se vuelve hacia él. «Es un poco joven, señor…».
«Enséñele».
El médico retira la sábana y deja al descubierto un tubo portacatéter que sobresale del vendaje del hombro derecho de su madre.
Mick ve el tubo y se asusta. «Papá, por favor, ¿no puede la enfermera…?».
«Ya no podemos permitirnos una enfermera, y yo tengo que terminar mi trabajo en Nazca. Ya hemos hablado de esto, hijo. Puedes hacerlo tú. Yo vendré a casa todas las noches. Ahora concéntrate, y pon toda la atención en lo que va a enseñarte el médico».
Mick se sitúa junto a la cama y observa atentamente cómo el médico llena la jeringa con morfina. Memoriza la dosis, y siente un vuelco en el estómago cuando ve entrar la aguja en el portacatéter al tiempo que su madre pone los ojos en blanco…
—¡No! ¡No! ¡No!
Los gritos de Michael despiertan a todos los residentes de su sección.
EL ESPACIO PROFUNDO
La sonda ligera Pluto-Kuiper Express recorre el espacio a una distancia de ocho años, diez meses y trece días de casa, a tan sólo cincuenta y ocho días y once horas de su destino, el planeta Plutón y su luna Quirón. Semejante a un satélite de alta tecnología en forma de lente, este ingenio científico continúa emitiendo hacia la Tierra su señal sin codificar por medio de su antena de alta ganancia de un metro y medio.
Sin previo aviso, estalla en mitad del espacio un inmenso océano de energía de radio, que se desplaza a la velocidad de la luz, y el extremo inferior de un pulso de hiperonda baña el satélite en su transmisión de alto número de decibelios. En el intervalo de un nanosegundo, el subsistema de telecomunicaciones de la sonda y los monolíticos circuitos integrados de microondas (MMIC) quedan destruidos y de todo punto irreconocibles.
ESTACIÓN DE LA RED DE ESPACIO PROFUNDO
DE LA NASA
14.06 horas
Jonathan Lunine, jefe del equipo científico de Pluto Express, se encuentra apoyado sobre una fila de consolas de control de la misión, escuchando a medias al ingeniero Jeremy Armentrout, que está hablándoles a los nuevos miembros del equipo de tierra.
—… La antena de alta ganancia de la sonda PKE transmite uno de tres posibles tomos. En esencial, se traducen como: «Todo va bien, datos listos para ser enviados, o existe un problema grave que requiere atención inmediata». Durante estos últimos ocho años, dichas señales vienen siendo monitorizadas por…
Lunine reprime un bostezo. Tres turnos consecutivos de dieciocho horas le están pasando factura, y está deseando que empiece el fin de semana. «Otra hora más en la sala de instrucciones, y a casita a echar una siesta. Mañana juegan los Redskins con los Eagles, va a ser un buen partido…».
—¡Jon, puedo hablar contigo, por favor!
Hay un técnico de pie junto a su consola de control, haciéndole señas con urgencia. Lunine repara en que tiene la frente perlada de sudor. Los operadores sentados a uno y otro lado parecen trabajar enfebrecidos.
—¿Cuál es la situación?
—Hemos perdido el contacto con la PKE.
—¿Por el viento solar?
—Esta vez, no. Mi panel indica una sobrecarga masiva de potencia que afecta a todo el sistema de comunicaciones SDST y a los dos ordenadores de vuelo. Los sensores, la electrónica, los efectores de propulsión, se ha caído todo. He ordenado un análisis completo del sistema, pero sólo Dios sabe qué efecto está ejerciendo sobre la trayectoria de la PKE.
Lunine hace una seña a Armentrout para que se acerque.
—Control de vuelo ha perdido el contacto con la trayectoria de la PKE.
—¿Y los sistemas de seguridad?
—Se ha caído todo.
—Maldición. —Armentrout se frota la sien—. Por supuesto, la primera prioridad es restablecer el contacto. También es imperativo que localicemos de nuevo la sonda y continuemos su seguimiento antes de que pase demasiado tiempo y la perdamos en el espacio profundo.
—¿Tienes alguna sugerencia?
—¿Te acuerdas del verano del 98, cuando perdimos el contacto con el SOHO durante un mes, más o menos? Antes de recuperarlo, conseguimos localizarlo mediante señales de radio de la antena de Arecibo y después recogiendo el rebote con la antena de la NASA en California.
—Voy a llamar a Arecibo.
CENTRO NACIONAL DE ASTRONOMÍA E IONOSFERA
ARECIBO, PUERTO RICO
—Entendido, Jon. —Robert Pasquale, director de operaciones de Arecibo, cuelga el teléfono y se suena la nariz por enésima vez antes de llamar por el busca a su ayudante—. Arthur, ven aquí, por favor.
El astrofísico Arthur Krawitz entra en el despacho de su director.
—Dios santo, Bob, tienes muy mala pinta.
—Es por esta maldita sinusitis. El primer día del otoño ya tengo la cabeza como un bombo. ¿Han terminado con la antena esos astrónomos rusos?
—Hará unos diez minutos. ¿Qué ocurre?
—Acabo de recibir una llamada de emergencia de la NASA. Por lo visto han perdido el contacto con la Pluto-Kuiper y quieren que nosotros les ayudemos a localizarla de nuevo. En este momento están enviando a tu ordenador las últimas coordenadas conocidas de la sonda, y nos piden que utilicemos la gran antena para lanzar una baliza de radio al espacio. Si tenemos suerte, recibiremos rebotada una señal que la NASA podrá detectar con la antena de Goldstone.
—Enseguida estoy con ello. Ah, por cierto, ¿qué hay del SETI? ¿Sabes que Kenny Wong quiere ponerse a la escucha empleando los receptores del SERENDIP? Es un problema que…
—Por Dios, Arthur, me importa un bledo. Si ese chico quiere desperdiciar su vida esperando a que nos llame E.T., a mí me la trae absolutamente floja. Si me necesitas, estaré en mi habitación, dopándome con Sudafed.
Cuando la Universidad Cornell de Ingeniería concibió la idea de construir el radiotelescopio más potente del mundo, pasaron años buscando un emplazamiento que ofreciera una depresión geológica natural y que poseyera las dimensiones aproximadas de un gigantesco cuenco reflector. Dicho emplazamiento debía encontrarse dentro de la jurisdicción de Estados Unidos, y como no iba a moverse, el lugar debía estar también lo más cerca posible de la línea del ecuador para que la Luna y los planetas se vieran casi en la vertical. Dicha búsqueda los llevó hasta la cordillera cárstica y de piedra caliza que hay al norte de Puerto Rico, un terreno exuberante y aislado que contiene valles profundos rodeados de altas colinas que protegerían al telescopio de interferencias de radio externas.
Terminado de construir en 1963, y mejorado posteriormente en 1974, 1997 y 2010, el telescopio de Arecibo se presenta ante quienes lo ven por primera vez como una enorme y extraña estructura de acero y hormigón. La antena parabólica, de trescientos metros de diámetro y formada por casi cuarenta mil paneles de aluminio perforados, cuelga con el lado cóncavo orientado hacia arriba, llenando toda la hondonada cárstica en forma de cráter como si fuera un gigantesco cuenco de ensalada de cincuenta metros de profundidad. Suspendido ciento veintinueve metros sobre el centro de la antena se encuentra el brazo azimut del telescopio, la cúpula gregoriana y otras antenas parabólicas secundarias y terciarias. Esta telaraña de acero de seiscientas toneladas se sostiene por medio de doce cables unidos a tres inmensas torres soporte con forma de obelisco y numerosos bloques de anclaje repartidos por el perímetro del valle.
En el interior de la ladera de piedra caliza que mira al telescopio se encuentra el laboratorio de Arecibo, una estructura de hormigón de varios pisos de altura que contiene los ordenadores y los equipos técnicos que se usan para operar en toda la instalación. Contigua al laboratorio se encuentra una zona de residencia de cuatro plantas que incluye un comedor y una biblioteca, así como una piscina climatizada y una pista de tenis.
El gigantesco telescopio de Arecibo se diseñó para que lo utilizaran científicos de cuatro campos distintos. Los radioastrónomos usan la antena para analizar la energía natural de radio que emiten las galaxias, los pulsares y otros cuerpos celestes que se encuentran a distancias de hasta diez millones de años luz. Los astrónomos de radares acuden a Arecibo a lanzar y recoger el eco de potentes rayos de energía de radio de objetos que pertenecen a nuestro sistema solar para después registrar y estudiar dicho eco. Los científicos de la atmósfera y los astrónomos utilizan este telescopio para estudiar la ionosfera de la Tierra y analizarla atmósfera y su relación dinámica con nuestro planeta.
El último campo de investigación es el del programa SETI, que significa Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. El objetivo del SETI consiste en encontrar vida inteligente dentro del cosmos y tiene un enfoque doble. El primero es enviar transmisiones de radio al espacio profundo con la esperanza de que algún día una especie inteligente reciba nuestro mensaje de paz. El segundo emplea la cúpula gregoriana y sus dos parabólicas más pequeñas para recibir ondas de radio del espacio profundo, en un intento de discernir una pauta inteligible que demuestre que no estamos solos en el universo.
Los astrónomos comparan la tarea de pescar señales de radio en la inmensidad del espacio con la de buscar una aguja en un pajar. Con el fin de simplificar la búsqueda, el profesor Frank Drake y sus colegas del Proyecto Ozama, los fundadores del SETI, llegaron a la conclusión de que cualquier vida inteligente que exista en el cosmos habrá de estar asociada (lógicamente) con el agua. Con todas las frecuencias de radio entre las que se puede elegir, los astrónomos establecieron la hipótesis de que una inteligencia extraterrestre emitiría sus señales en la frecuencia de 1,42 gigahercios, el punto del espectro electromagnético en el que el hidrógeno libera energía. Drake bautizó esa región como el «abrevadero», y desde entonces constituye la exclusiva finca de caza de todas las señales de radio interestelares.
Un anexo del proyecto SETI es el SERENDIP, siglas en inglés de Búsqueda de Emisiones de Radio de Poblaciones Cercanas Inteligentes y Desarrolladas. Dado que el tiempo de uso del telescopio es caro y difícil de conseguir, SERENDIP simplemente coloca sus receptores en la gran antena durante todas las observaciones. La mayor limitación que sufren esos científicos del SETI es la de no poder escoger qué escuchar, ya que los objetivos los elige el anfitrión.
Kenny Wong se encuentra en el mirador de acero y hormigón ubicado justo frente a los enormes ventanales del laboratorio. Con un gesto de contrariedad, este estudiante de posgrado de Princeton se apoya sobre la barandilla de protección y contempla la maraña de cables y metal suspendida por encima del corazón de la gran antena.
«Jodida NASA. No les basta con recortarnos los fondos, ahora tienen que quitarnos tiempo de uso del telescopio para encontrar su maldita sonda…».
—Eh, Kenny…
«Colocar nuestros receptores es una maldita pérdida de tiempo, si ni siquiera nos van a sintonizar con el abrevadero. Mejor haría en bajarme a la playa, para lo que estoy haciendo aquí…».
—¡Kenny, haz el favor de venir, tu equipo me está dando dolor de cabeza!
—¿Eh?
El estudiante de posgrado corre al laboratorio, y se le acelera el pulso al oír un sonido que no ha oído jamás.
—Ese maldito ordenador tuyo lleva ya cinco minutos pitando de ese modo. —Arthur Krawitz se quita las gafas bifocales y le lanza una mirada asesina—. Desconéctalo de una vez, ¿quieres?, me está volviendo loco.
Kenny pasa raudo a su lado y se apresura a teclear los comandos necesarios para activar el programa de búsqueda e identificación. El programa SERENDIP-IV es capaz de examinar simultáneamente ciento sesenta y ocho millones de canales de frecuencia cada 1,7 segundos.
En cuestión de unos instantes, comienza a parpadear una respuesta en el ordenador que lo deja sin respiración.
Señal del candidato: detectada
—Oh, santo cielo…
Kenny corre al analizador de espectro con el corazón bombeando en los oídos. Verifica que la señal analógica está siendo grabada y formateada digitalmente.
Señal del candidato: no aleatoria
—¡Santo Dios! ¡Es una jodida señal auténtica! ¡Joder, Arthur, tengo que llamar, tengo que verificarla antes de que la perdamos!
Arthur está riendo histérico.
—Kenny, no es más que la sonda de Plutón. La NASA debe de haberla recuperado.
—¿Qué? Oh, joder. —Kenny se derrumba en una silla, sin resuello—. Dios, por un segundo he pensado…
—Por un segundo, parecías el pájaro loco. Siéntate y cálmate mientras yo contacto con la NASA para verificarlo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
El físico pulsa una tecla preprogramada de su videoteléfono que le pone directamente en línea con la NASA. En el monitor aparece el rostro de Armentrout.
—Arthur, me alegro de verte. Oye, gracias por echarnos una mano.
—¿Gracias por qué? Veo que ya habéis recuperado el contacto con la PKE.
—Negativo, esto sigue estando más muerto que mi abuela. ¿Qué te hace pensar eso?
En ese momento interviene Kenny a toda prisa.
—NASA, soy Kenny Wong, del SETI. Estamos recibiendo una transmisión de radio del espacio profundo. Creíamos que era la sonda PKE.
—No procede de nosotros, pero debéis tener en cuenta que la sonda de Plutón utiliza una portadora no codificada. Hay mucho bromista por ahí suelto, SETI. ¿Cuál es la frecuencia de la señal?
—Aguarda un momento. —Kenny regresa a su ordenador y teclea una serie de comandos—. Oh, Dios, estamos en 4320 megahercios. Maldita sea, Arthur, esa banda de microondas está demasiado arriba para proceder de un satélite de comunicaciones de la Tierra o incluso de uno geosíncrono. Espera, voy a pasar la señal por un altavoz para que podamos oírla.
—Kenny, espera…
En ese momento los altavoces proyectan un penetrante chirrido de un tono muy agudo, un estallido tan fuerte que su vibración hace añicos las gafas bifocales de Arthur y consigue que los ventanales repiqueteen dentro del marco.
Kenny tira del enchufe y se frota los oídos, que le silban.
Arthur está mirando los fragmentos de cristal que tiene en las manos.
—Increíble. ¿Qué fuerza tiene esa señal? ¿De dónde procede?
—Todavía estoy calculando la fuente, pero la fuerza se sale del gráfico. Estamos recibiendo una potencia de radio aproximadamente mil veces más intensa que nada que podamos transmitir nosotros desde Arecibo. —Kenny siente un escalofrío que le baja por la columna vertebral—. ¡Maldita sea, Arthur, esto es de verdad!
—Cálmate un momento. Antes de que terminemos pareciendo los pájaros locos del nuevo milenio, llama y procede a confirmar la señal. Empieza por el VLA de Nuevo México. Yo voy a llamar al estado de Ohio…
—Arthur…
Krawitz se gira para mirar el monitor de vídeo.
—Adelante, Jeremy.
Alrededor de Armentrout, al que se le ve pálido, se han apiñado media docena de técnicos.
—Arthur, acabamos de confirmar nosotros la señal.
—Que acabáis de confirmar… —Krawitz se siente un poco mareado, como si estuviera viviendo en un mundo de ensueño—. ¿Habéis localizado el origen?
—Aún estamos en ello. Estamos sufriendo un montón de interferencias debido a…
—¡Arthur, tengo una trayectoria preliminar! —exclama Kenny poniéndose en pie, muy alterado—. La señal se origina en la constelación de Orión, en las inmediaciones del Cinturón de Orión.
CHICHÉN ITZÁ
PENÍNSULA DEL YUCATÁN
16.00 horas
La antigua ciudad maya de Chichén Itzá, situada en las tierras bajas de la península del Yucatán, es una de las grandes maravillas arqueológicas del mundo. Este lugar en medio de la selva se halla ocupado por varios cientos de edificios de una antigüedad de mil doscientos años, entre ellos algunos de los templos y santuarios más intrincadamente tallados de toda Mesoamérica.
Los orígenes reales de la ciudad conocida como Chichén Itzá se remontan al año 435 de nuestra era. Tras un período de abandono, esta ciudad fue descubierta de nuevo por los itzaes, una tribu de lengua maya que ocupó esa región hasta finales del siglo VIII, cuando los toltecas emigraron de Teotihuacán y se dirigieron hacia el este. Bajo la tutela y el liderazgo del gran maestro Kukulcán, las dos culturas se fusionaron y la ciudad floreció hasta llegar a dominar esa región como centro religioso, ceremonial y cultural. La desaparición de Kukulcán en el siglo XI dio lugar al declive de Chichén Itzá, la cual perdió población y cayó en una depravación que la llevó hasta el extremo de practicar sacrificios humanos. En el siglo XVI, lo poco que quedaba de esa cultura sucumbió rápidamente al dominio de los españoles.
Dominando Chichén Itzá se encuentra la que posiblemente sea la estructura más espléndida de toda Mesoamérica: la Pirámide de Kukulcán. Apodada por los españoles «El Castillo», esa imponente torre en forma de zigurat de nueve escalones se alza casi treinta y tres metros por encima de una amplia extensión de hierba segada.
La de Kukulcán es mucho más que simplemente una pirámide: es un calendario de piedra. Cada uno de sus cuatro lados mide noventa y un pasos. Con la plataforma, la suma total es de 365, igual que los días del año.
Para los arqueólogos y los científicos, esta pirámide de color rojo sangre sigue siendo un enigma, ya que su diseño demuestra unos conocimientos de astronomía y matemáticas que rivalizan con los del hombre moderno. Su estructura está alineada geológicamente de tal forma que dos veces al año, en los equinoccios de primavera y de otoño, comienzan a ondular unas extrañas sombras a lo largo de la escalinata norte. Cuando se pone el sol por la tarde, empieza a bajar por los escalones la enorme sombra de una serpiente hasta que se encuentra con la cabeza, una escultura que descansa en la base de la pirámide. (En primavera la serpiente desciende por la escalinata, en otoño es al revés).
En la cumbre de la pirámide hay un templo de cuatro lados, que originalmente se usaba para el culto y tan sólo más tarde, tras la desaparición de Kukulcán, para realizar sacrificios humanos.
Se cree que esta pirámide fue construida en el año 830 de nuestra era y que al principio estaba encima de otra estructura mucho más antigua, a cuyos restos sólo se puede acceder a través de una entrada situada en la base norte. Se abre un pasadizo claustrofóbico que conduce a una angosta escalera cuyos peldaños de piedra caliza están resbaladizos a causa de la humedad. Al subir la escalera uno se topa con dos estrechas cámaras interiores. La primera contiene la figura reclinada de un Chac Mool, una estatua maya que sostiene un plato ceremonial destinado a contener los corazones de las víctimas de los sacrificios. Detrás de la valla de seguridad de la segunda cámara se encuentra el trono de un jaguar rojo, con ojos de jade de un brillante color verde.
Brent Nakamura pulsa el interruptor de su cámara de vídeo SONY y acto seguido efectúa un barrido por el mar de cuerpos sudorosos que lo rodean. «Dios, aquí debe de haber como cien mil personas. Voy a pasarme horas en el atasco de tráfico».
Brent, nativo de San Francisco, apunta de nuevo la cámara hacia la escalinata de la cara norte y acciona el zoom sobre la cola de la sombra de la serpiente, que continúa su ascensión de doscientos dos minutos por la escalera de caliza de esa pirámide de mil doscientos años de antigüedad.
En el aire húmedo de la tarde flota el penetrante olor a sudor humano. Nakamura graba a una pareja canadiense que discute con dos encargados del parque y después apaga la cámara, al tiempo que por su lado se abre paso a empujones un turista alemán con su familia.
Consulta su reloj y decide que lo mejor será tomar unas imágenes del cenote sagrado antes de que se vaya la luz. Después de pasar por encima de una miríada de personas comiendo al aire libre, se encamina en dirección norte, hacia el antiguo sache, un sendero de tierra elevado que se encuentra muy próximo a la cara norte de la pirámide de Kukulcán. El sache es el único medio de atravesar la densa selva para llegar al segundo lugar más sagrado de Chichén Itzá: un pozo de agua de manantial conocido como el cenote, o fuente del sacrificio para los mayas.
Tras cinco minutos de marcha llega a la boca de un foso de cincuenta y ocho metros de ancho, un lugar en el que en otro tiempo fueron sacrificadas miles de muchachas vírgenes. Se asoma a mirar. Allá abajo, a veinte metros, distingue unas aguas oscuras e infestadas de algas que apestan a podrido.
En eso, atrae su atención el estampido de un trueno a lo lejos.
«Qué raro. No hay ni una sola nube en el cielo. ¿Habrá sido un avión?».
El retumbar se intensifica. Varios cientos de turistas se miran unos a otros, intranquilos. Una mujer lanza un chillido.
Nakamura siente un temblor en todo el cuerpo. Vuelve a asomarse al pozo; sobre la superficie del agua, antes en calma, se ven ahora unos anillos.
«¡Hijo de puta, es un terremoto!».
Sonriendo de emoción, Nakamura enfoca la videocámara hacia la boca del cenote. Después de haber sobrevivido al gran terremoto de 2005, van a hacer falta más que unos cuantos temblores para alterar el ánimo de este nativo de San Francisco.
La muchedumbre retrocede conforme va aumentando el temblor. Muchos vuelven corriendo por el sache en dirección a la salida del parque. Otros se ponen a gritar al sentir que el suelo rebota igual que un trampolín.
Nakamura deja de sonreír. «¿Qué demonios…?».
El agua del interior del pozo está girando como un torbellino.
Y en eso, con la misma brusquedad con que empezaron, los temblores cesan.
PLAYA DE HOLLYWOOD, FLORIDA
La sinagoga está llena a rebosar en este Yom Kippur, el día más santo del calendario judío.
Dominique está sentada entre sus padres adoptivos, Edie e Iz Axler. El rabino Steinberg se encuentra de pie en su púlpito, escuchando la voz angelical de su cantora, que interpreta una conmovedora plegaria frente a la congregación.
Dominique tiene hambre, pues ha ayunado durante veinticuatro horas, desde que comenzó el Día de la Expiación. Además, sufre síndrome premenstrual. Quizá sea por eso por lo que se siente tan sensible e incapaz de concentrarse. Quizá sea por eso por lo que su cerebro no deja de volver una y otra vez a la persona de Michael Gabriel.
El rabino retoma la lectura:
—En el Rosh Hashanah reflexionamos. En el Yom Kippur consideramos. ¿Quién ha de vivir por el bien de los demás? ¿Quién, muriendo, ha de dejar un legado de vida? ¿Quién ha de abrasarse en el fuego de la avaricia? ¿Quién ha de ahogarse en las aguas de la desesperanza? ¿Quién ha de sufrir hambre de bien? ¿Quién ha de sufrir sed de justicia? ¿Quién ha de verse acosado por el miedo del mundo? ¿Quién ha de verse estrangulado por la falta de amigos? ¿Quién ha de descansar al final de la jornada? ¿Quién ha de yacer insomne en un lecho de dolor?
Dominique siente que se reavivan sus sentimientos al imaginarse a Mick tumbado en su celda. «Basta…».
—¿Qué lengua ha de ser una espada? ¿Quién ha de pronunciar palabras de paz? ¿Quién ha de salir en busca de la verdad? ¿Quién ha de permanecer encerrado en la prisión de sí mismo?
En su mente, Dominique ve a Mick paseando por el jardín mientras el sol del equinoccio comienza a ponerse por detrás de la pared de hormigón.
—… Los ángeles, atenazados por el miedo y temblorosos, declaran con admiración y respeto: ¡Hoy es el día del juicio! Porque hasta las legiones de los cielos serán juzgadas, al igual que todos los que habitan la tierra deberán postrarse ante ti.
La barrera emocional se desmorona y comienzan a rodar por sus mejillas unas gruesas lágrimas manchadas de lápiz de ojos. Confusa, pasa por delante de Iz y corre por el pasillo central para salir del templo.