Diario de Julius Gabriel

Chichén Itzá, la ciudad maya más esplendida de toda Mesoamérica. Traducido, su nombre quiere decir «a la orilla del pozo en el que viven los sabios del agua».

Los sabios del agua.

La ciudad en si se divide en una parte vieja y otra parte nueva. Los mayas se establecieron en la vieja Chichén en el año 435 de nuestra era, y su civilización se unió más tarde a la tribu de Itzá, alrededor del año 900. Es poco lo que se sabe de los rituales cotidianos y del estilo de vida de este pueblo, aunque sí sabemos que estaban gobernados por su rey-dios Kukulcán, cuyo legado como gran maestro maya domina esta antigua ciudad.

Maria, Michael y yo íbamos a pasar muchos años explorando las antiguas ruinas de Chichen Itzá y las junglas que la rodean. Al final quedamos convencidos de la abrumadora importancia de que gozaban tres estructuras en particular: el cenote sagrado, el Gran Juego de Pelota maya y la pirámide de Kukulcán.

Expresado en términos sencillos, no existe en todo el mundo otra construcción como la pirámide de Kukulcán. Esta milenaria estructura se eleva sobre la Gran Explanada de Chichén Itzá, y su precisión y su situación astronómica aún tienen confusos a arquitectos e ingenieros de todo el mundo.

Maria y yo terminamos por estar de acuerdo en que la pirámide de Kukulcán era la que pretendía representar el dibujo de Nazca. El jaguar boca abajo inscrito en el dibujo del desierto, las columnas en forma de serpiente situadas a la entrada del pasillo norte del templo, la imagen del mono y de las ballenas; todo parecía encajar. En algún punto de aquella ciudad, escondido en el interior de la misma, tenía que haber un pasadizo secreto que condujera a la estructura interna de Kukulcán. La pregunta era: ¿dónde?

La solución primera y más evidente que se nos ocurrió fue que la entrada se hallaba oculta dentro del cenote sagrado, una sima tallada por la naturaleza que se encontraba al norte de la pirámide. El cenote era otro símbolo más del portal que daba acceso al Mundo Inferior de los mayas, y no había en todo el Yucatán un cenote más importante que el pozo sagrado de Chichén Itzá, ya que era allí donde se habían sacrificado tantas vírgenes tras la brusca partida de Kukulcán.

Más importante aún era la posible conexión entre el cenote y el dibujo de la pirámide de Nazca. Vistas desde arriba (como en Nazca) las paredes escalonadas y circulares del pozo sagrado bien podían interpretarse como una serie de círculos concéntricos. Además, las cabezas de las serpientes mayas, situadas en la base norte de la pirámide de Kukulcán, apuntan directamente al pozo.

Intrigados y emocionados, Maria y yo organizamos una expedición de buceo para explorar el cenote maya. Al final, lo único que encontramos fueron los restos de los esqueletos de los muertos, y nada más.

Por desgracia, sería otra construcción de Chichén Itzá la que cambiaría para siempre nuestra vida.

En Mesoamérica hay decenas de canchas de juego de pelota antiguas, pero ninguna está a la altura del Gran Juego de Pelota de Chichén Itzá. Además de ser la más grande de todo el Yucatán, el Gran Juego de Pelota, al igual que ocurre con la pirámide de Kukulcán, es una construcción que se encuentra cuidadosamente alineada con los cielos, en este caso con la galaxia de la Vía Láctea. En la medianoche de todos los solsticios de junio, el eje largo de esta cancha se orienta hacia el punto en que la Vía Láctea toca el horizonte, y de hecho se convierte en un reflejo exacto de la franja oscura de la misma.

El significado astronómico de este increíble diseño no puede exagerarse, ya que, como he dicho anteriormente, la franja oscura de la Vía Láctea es uno de los símbolos más importantes de la cultura maya. Según el Popol Vuh, el libro maya de la creación, dicha franja oscura es el camino que lleva al Mundo Inferior o Xibalba. A través de ella viajó al Mundo Inferior el héroe maya Hun-Hunahpú para desafiar a los dioses malignos, un reto heroico aunque fatídico, ritualizado por los mayas en el antiguo juego de pelota. (Todos los miembros del equipo perdedor eran ejecutados).

Según el calendario maya, el nombre Hun(Uno).-Hunahpú se equipara al uno Ahau, el primer día del quinto ciclo (y el último), el día del juicio final según la profecía. Empleando un avanzado programa de astronomía, he elaborado un mapa del cielo tal como aparecerá en el año 2012. El Gran Juego de Pelota volverá a alinearse con la franja oscura, sólo que esta vez será en el solsticio de invierno, el cuatro Ahau, tres Kankin, es decir: el día del juicio final de la humanidad.

Fue un fresco día de otoño de 1983 cuando llegó a Chichén Itzá un equipo de arqueólogos mexicanos. Armados con picos y palas, se dirigieron al Gran Juego de Pelota en busca de un objeto conocido como el marcador del centro, una piedra ornamental que se ha encontrado enterrada en el lugar que señala el centro de otros muchos juegos de pelota de Mesoamérica.

Maria y yo estuvimos presentes y observamos cómo los arqueólogos desenterraban la antigua piedra. Aquel objeto no se parecía a nada de lo que habíamos visto: era de jade en vez de roca, estaba hueco por dentro y tenía el tamaño de una lata de café. Además, presentaba un mango en forma de una cuchilla de obsidiana que sobresalía de uno de sus extremos, como si fuera una espada incrustada en la piedra, semejante a la del rey Arturo. Pese a los numerosos intentos por arrancarla, la espada siguió fuertemente encajada.

Adornando los lados de aquel objeto de jade había unas imágenes simbólicas de la eclíptica y de la franja oscura. En la base se veía la cara de un gran guerrero maya pintada con todo detalle.

Maria y yo contemplamos esta última imagen conmocionados, porque los rasgos faciales de aquel individuo resultaban inconfundibles. De mala gana, devolvimos el marcador del centro al jefe de la expedición y regresamos a nuestra caravana, abrumados por las potenciales implicaciones del objeto que acabábamos de tener en nuestras manos.

Maria fue la que finalmente rompió el silencio. «Julius, de alguna manera… de alguna manera tu destino y el mío se encuentran directamente entrelazados con la salvación misma de nuestra especie. La imagen del marcador… es una señal de que debemos continuar nuestro viaje, que debemos encontrar la forma de entrar en la pirámide de Kukulcán».

Yo sabía que mi esposa estaba en lo cierto. Con un renovado vigor nacido de un sentimiento de turbación, proseguimos nuestra búsqueda y pasamos los tres años siguientes examinando hasta la última piedra, explorando hasta la última ruina, levantando hasta la última planta de la selva, investigando hasta la última cueva.

Y aun así… no hallamos nada.

Para el verano de 1985, nuestra frustración había llegado a tal punto, que comprendimos que necesitábamos un cambio de aires aunque sólo fuera para conservar la escasa cordura que nos quedaba. Nuestro plan original era viajar a Camboya a explorar las magníficas ruinas de Angkor Wat, un emplazamiento apocalíptico que estábamos convencidos de que guardaba relación con Giza y con Teotihuacán. Por desgracia, los jemeres rojos todavía negaban el acceso a esa área a todos los extranjeros.

A María se le ocurrieron otras ideas. Razonó que nuestros antepasados extraterrestres jamás habrían construido una entrada a la pirámide de Kukulcán que pudiera ser descubierta por los saqueadores, y llegó a la conclusión de que lo que más nos convenía era regresar a Nazca e intentar descifrar el resto del antiguo mensaje.

Por más que yo rechazara la idea de volver a aquel paisaje de Perú, no pude cuestionar el razonamiento lógico de mi mujer. Era evidente que en Chichén Itzá no estábamos llegando a ninguna parte, a pesar del hecho de que ambos estábamos convencidos de que dicha ciudad estaba destinada a ser el escenario de la batalla final.

Antes de partir, había una última tarea que yo debía llevar a cabo para después embarcarnos en el que iba a ser nuestro último y fatídico viaje juntos.

Armado con una palanqueta y una máscara, una noche irrumpí en el camión de los arqueólogos… y rescaté el marcador del centro del juego de pelota de sus secuestradores.

Extracto del diario del profesor Julius Gabriel,

ref. Catálogo 1981-1984, páginas 08-154

Disquetes 7 y 8 de fotos; nombre de archivo: MESO,

fotos 223, 328, 344