Diario de Julius Gabriel

Fue en el otoño de 1977 cuando Maria y yo regresamos a Mesoamérica, ella embarazada de seis meses. Desesperados por la urgente necesidad de fondos, decidimos presentar el conjunto de nuestro trabajo a Cambridge y a Harvard, con cuidado de omitir toda información pertinente a la presencia de una raza alienígena de seres humanos. Impresionadas con nuestras investigaciones, las autoridades competentes nos concedieron a cada uno una beca para que continuáramos trabajando.

Tras adquirir una autocaravana de segunda mano en la que vivir, partimos para explorar las ruinas mayas, con la esperanza de identificar la pirámide mesoamericana que el artista de Nazca había dibujado en la desértica pampa, y también el modo de salvar a la humanidad de la destrucción que indicaba la profecía.

A pesar del carácter morboso de nuestra misión, los años que pasamos en México fueron muy felices. Nuestro momento favorito fue el nacimiento de nuestro hijo Michael, que tuvo lugar al amanecer del día de Navidad, en la sala de espera de una diminuta clínica de Mérida.

He de reconocer que me causaba bastante preocupación criar a un hijo en condiciones tan duras, y temía que el hecho de que Michael creciera aislado de otros niños de su edad pudiera impedirle desarrollarse socialmente. En un momento dado, incluso le sugerí a mi esposa que lo enviáramos a un internado privado cuando cumpliera los cinco años. Pero Maria no quiso ni pensar en ello. Finalmente accedí a sus deseos, pues me di cuenta de que ella necesitaba la compañía del pequeño tanto como él necesitaba la suya.

Para Michael, Maria era más que una madre; era su mentora, su guía y su mejor amiga. Y él, su preciado alumno. Ya desde una temprana edad resultaba evidente que el niño poseía la aguda mente de su madre, además de los mismos ojos de color ébano y la misma mirada capaz de desarmar a cualquiera.

Durante siete años, nuestra familia buscó por entre la intrincada jungla de los actuales países de México, Belice, Guatemala, Honduras y El Salvador. Mientras otros padres enseñaban a sus hijos a jugar al béisbol, yo enseñaba al mío a desenterrar objetos; mientras otros estudiantes aprendían un idioma extranjero, Michael aprendía a traducir jeroglíficos mayas. Los tres juntos subimos a los templos de Uxmal, Palenque y Tikal, exploramos las fortificaciones de Labna, Churihuhu y Kewik y nos maravillamos ante el castillo de Tulum. Investigamos la capital zapoteca de Monte Albán y los centros religiosos de Kaminaljuyu y Copán. Nos metimos en tumbas y buceamos en cuevas subterráneas. Desenterramos plataformas antiguas y hablamos con ancianos mayas. Y al final redujimos las posibilidades acerca de la identidad de la pirámide dibujada en la meseta de Nazca a uno de dos yacimientos antiguos, los cuales estábamos convencidos de que eran piezas del rompecabezas del día del juicio que contenía el calendario maya.

El primer lugar era Teotihuacán, una magnífica ciudad tolteca situada a dos mil metros de altitud, en una meseta de las tierras altas de México que se encuentra aproximadamente cincuenta kilómetros al noreste de la actual Ciudad de México. Teotihuacán, que según se cree fue fundada en la época de Cristo, fue la primera gran metrópoli del Hemisferio Occidental, y se calcula que una de las más grandes.

Al igual que ocurre con las estructuras de Giza, los orígenes de Teotihuacán siguen siendo un misterio. No tenemos ni idea de qué cultura diseñó esta ciudad, cómo llevaron a cabo semejante hazaña ni qué lengua hablaban sus habitantes. Lo mismo que en el caso de la Esfinge y las pirámides de Giza, la fecha de construcción de Teotihuacán aún es objeto de amplio debate. Hasta el nombre mismo del complejo y sus pirámides nos ha llegado a través de la civilización tolteca, que se trasladó allí varios siglos después de que fuera abandonada la ciudad.

Se ha calculado que la mano de obra que se necesitó para construir las estructuras de Teotihuacán debió de suponer un ejército de veinte mil hombres y más de cuarenta años de trabajo. Con todo, no fue el misterio de cómo fue construida esta ciudad lo que primero atrajo nuestra atención, sino el diseño de la misma y las obvias similitudes con el plan del emplazamiento de Giza.

Tal como he mencionado más arriba, en Giza hay tres pirámides principales, ubicadas haciendo referencia a las estrellas del Cinturón de Orión y con el Nilo como reflejo de la franja oscura de la Vía Láctea. En Teotihuacán también hay tres pirámides, dispuestas en una formación similar, escalonada, aunque la orientación difiere casi ciento ochenta grados. Ambos extremos de la ciudad están unidos por la Calzada de los Muertos, la principal ruta de acceso del complejo. Dicha calzada, como el río Nilo en Giza, tenía como finalidad representar la franja oscura de la Vía Láctea.

Para los antiguos indios mesoamericanos, esa franja oscura era conocida como Xibalba Be, el Camino Negro que conduce a Xibalba, el Mundo Inferior. Las nuevas excavaciones realizadas en Teotihuacán han descubierto grandes canales existentes debajo de esa calzada, los cuales ahora sabemos que se diseñaron para recoger el agua de lluvia. Esto indicaría que la Calzada de los Muertos quizá no fuera una calle, sino un magnífico estanque que reflejaba el cosmos.

Las similitudes entre Giza y Teotihuacán no acaban ahí. El más grande de los tres templos de esta ciudad de Mesoamérica se llama la Pirámide del Sol, y es una estructura precisa, de cuatro costados, cuya base, de casi doscientos veintiséis metros de largo, es tan sólo cuatro metros más corta que su homologa egipcia, la Gran Pirámide de Giza. Eso convierte a la Pirámide del Sol en la estructura más grande fabricada por la mano del hombre de todo el Hemisferio Occidental, ya que la Gran Pirámide es la más grande del Oriental. Un dato interesante es que la Pirámide del Sol apunta hacia el oeste, mientras que la Gran Pirámide está orientada hacia el este, lo cual hizo pensar a Maria que esas dos inmensas estructuras eran como dos gigantescos sujetalibros a escala planetaria.

Una medición precisa de la Gran Pirámide y de la Pirámide del Sol indica claramente que los antiguos arquitectos de ambos yacimientos poseían firmes conocimientos de matemáticas avanzadas y de geometría, y que conocían el valor de pi. El perímetro de la Pirámide del Sol es igual a su altura multiplicada por 2pi, y el de la Gran Pirámide es dos veces su altura por 4pi.

Puede que haya un indicio de quién diseñó Teotihuacán en la más pequeña de las tres estructuras: la pirámide de Quetzalcoatl. Este templo se encuentra ubicado dentro de un enorme recinto cuadrado llamado la Ciudadela, una plaza lo bastante grande para albergar a cien mil personas. Esta pirámide, que constituye la estructura más profusamente ornamentada de todo Teotihuacán, contiene un sinfín de esculturas y fachadas tridimensionales que muestran un personaje muy concreto: una serpiente emplumada de aspecto amenazador.

Para los toltecas y los aztecas, la serpiente con plumas simbolizaba al gran sabio caucásico Quetzalcoatl.

Una vez más, la presencia de un misterioso maestro barbado parecía guiar nuestro viaje al pasado.

Cuando abandonaron Teotihuacán, los toltecas y su jefe migraron hacia el este y se asentaron en la ciudad maya de Chichén Itzá. Fue allí donde ambas culturas se fusionaron nuevamente en una sola y crearon la estructura más espléndida y asombrosa de todo el mundo antiguo: la pirámide de Kukulcán.

Yo no lo sabía en aquel momento, pero iba a ser en Chichén Itzá cuando nos toparíamos de frente con un descubrimiento que no sólo iba a cambiar el destino de mi familia, sino que además iba a condenarnos a continuar nuestro viaje para siempre.

Extracto del diario del profesor Julius Gabriel,

ref. Catálogo 1977-1981, páginas 12-349

Disquete 5 de fotos; nombre de archivo: MESO,

foto desde globo aerostático 176