Diario de Julius Gabriel

La meseta de Nazca, situada en el sur de Perú, es un árido desierto de sesenta y cuatro kilómetros de largo por diez de ancho. Se trata de una llanura desolada, implacable, una zona muerta rodeada por la cordillera de los Andes. También da la casualidad de que posee una geología extraordinariamente singular, dado que el suelo contiene altos niveles de yeso, un adhesivo natural. Rehumedecida cada día por el rocío matinal, el yeso literalmente mantiene el hierro y las piedras silíceas que proliferan en ese desierto adheridos a la superficie. Esos guijarros de color oscuro retienen el calor del sol, lo cual da lugar a un escudo protector de aire templado que prácticamente elimina los efectos del viento y además convierte esta meseta en uno de los lugares más secos de la Tierra, ya que recibe menos de dos centímetros de lluvia cada década.

Para el artista que desee expresarse a la mayor de las escalas, la meseta de Nazca es el lienzo perfecto, porque lo que se dibuje en ella tiende a permanecer. Sin embargo, cuando en 1947 un piloto sobrevoló esta llanura, fue cuando el hombre moderno descubrió los misteriosos dibujos y las líneas geométricas que fueron trazadas en ese paisaje de Perú hace miles de años.

Hay más de trece mil líneas que cruzan el desierto de Nazca. Unas pocas de ellas se prolongan hasta una distancia de más de ocho kilómetros a través de un terreno áspero, y sin embargo, milagrosamente, siguen siendo totalmente rectas. Aunque a algunos les gustaría creer que dichas líneas representan pistas prehistóricas para antiguos astronautas, ahora sabemos que están alineadas astronómicamente y que marcan las posiciones del solsticio de invierno, el equinoccio, la constelación de Orión y tal vez otros cuerpos celestes aún desconocidos para nosotros.

Más extraños son los centenares de dibujos de animales. Vistos desde el suelo, estos colosales zoomorfos aparecen simplemente como muescas al azar producidas por el desplazamiento de toneladas de piedra volcánica que ha dejado al descubierto el yeso amarillo de debajo. Pero cuando se observan desde el aire, los dibujos de Nazca cobran vida, lo cual representa una visión artística unificada y un logro de ingeniería que ha sobrevivido sin sufrir menoscabo alguno a lo largo de miles de años.

Los dibujos de la meseta de Nazca se realizaron en dos períodos de tiempo muy diferenciados. Aunque pueda parecer que ello va en contra de nuestro sentido de la evolución, son los dibujos más antiguos los que resultan, con mucho, superiores. Me refiero al mono, la araña, la pirámide y la serpiente. No sólo el parecido es de una exactitud increíble, sino que además las figuras en sí, en su mayoría más grandes que un campo de fútbol, se dibujaron todas con una única línea, continua y sin fragmentaciones.

¿Quiénes fueron los misteriosos artistas que crearon estas imágenes en el desierto? ¿Cómo lograron realizar semejante hazaña a una escala tan grande? Y lo más importante: ¿qué fue lo que los movió a trazar esas figuras en la meseta?

Fue en el verano de 1972 cuando Maria, Pierre y yo llegamos a esta horrible llanura desértica de Sudamérica. En aquella época no nos interesaban nada los dibujos, nuestra intención era simplemente determinar la relación existente entre los cráneos alargados de Mesoamérica y los hallados en Nazca.

Todavía recuerdo la primera semana de trabajo en la meseta, maldiciendo sin parar el inclemente sol de Perú que me torturaba cada día y me levantaba ampollas en la cara y en los brazos. Si alguien me hubiera dicho que con el tiempo iba a regresar a este purgatorio de arena y roca para acabar aquí mis días, lo hubiera tomado por loco.

Loco.

Me cuesta trabajo incluso escribir esta maldita palabra. A estas alturas, es posible que muchos de vosotros no sepáis si estáis leyendo el diario de un científico o el de un loco. He de confesar que no pasa un solo día sin que yo mismo me lo pregunte. Si en efecto he perdido la razón, ha sido por culpa de Nazca; su incesante calor ha hecho que se me hinche el cerebro, su despiadada superficie lleva décadas filtrándome la artritis en los huesos. Toda posibilidad de alcanzar la paz interior se esfumó el día en que condené a mi familia a este desierto. Ruego a Dios que Michael me perdone por haberlo criado en este agujero infernal y por las demás injusticias cometidas contra su infancia que por mi causa pesan en su alma torturada.

Desde el verano de 1972 hasta el invierno de 1974, nuestro pequeño trío estuvo trabajando con ahínco en Nazca, exhumando cientos de cráneos deformados que encontramos en lugares de enterramientos ceremoniales situados cerca de los Andes. Un examen exhaustivo de cada cráneo reveló que las deformaciones habían sido provocadas atando fuertemente tablillas de madera a la cabeza de los niños a muy temprana edad.

Fue en enero de 1974 cuando descubrimos un lugar de enterramiento de la realeza, localizado muy cerca de los Andes. Las paredes de esa increíble tumba estaban hechas por enormes columnas de roca, cada una de un peso de entre diez y veinte toneladas. En el interior de la cámara subterránea había trece momias de varones, todas ellas con el cráneo alargado. Nuestra emoción alcanzó nuevas cotas cuando las sometimos largamente a rayos X y a otras pruebas que revelaron que los muertos, al igual que el cráneo descubierto por Maria en La Venta, ¡tenían el cráneo alargado simplemente por razones genéticas!

El hecho de haber descubierto una raza nueva de hombres resultó ser tan controvertido como desconcertante. Al enterarse de nuestro hallazgo, el presidente de Perú ordenó que todos los objetos encontrados fueran depositados en un sótano del Museo Arqueológico de Ica, fuera de la vista del público. (En la actualidad, estos cráneos sólo pueden contemplarse mediante una invitación especial).

¿Quiénes eran los individuos de esa raza misteriosa? ¿Qué hizo que nacieran con un cráneo de un tamaño el doble de lo normal?

Sabemos que los primeros pueblos que llegaron a la región andina eran cazadores y pescadores que se asentaron a lo largo de la costa de Perú alrededor del 10000 a.C. Más tarde, alrededor del 400 a.C., llegó otro grupo a la meseta de Nazca. Es poco lo que sabemos acerca de esas misteriosas gentes, aparte de que mencionaron que sus jefes eran los viracochas, unos semidioses que por lo visto habían emigrado a Sudamérica justo después del Diluvio Universal. Los viracochas fueron descritos como hombres sabios de piel clara, ojos azules y profundos, y cabellos y barba blancos y largos. Al parecer, estos antiguos gobernadores poseían una inteligencia superior y un cráneo más grande de lo normal, y su extraño aspecto físico sin duda influyó en sus seguidores, quienes practicaron el arte de deformar los cráneos en el intento de emular a sus gobernantes de la realeza.

El parecido físico entre los viracochas y el gran maestro maya Kukulcán es demasiado increíble para ignorarlo. El hecho de que haya un individuo de raza caucásica alto y barbudo que aparece también en las leyendas de numerosas culturas andinas antiguas proporciona nuevas pistas acerca de un vínculo existente entre los indios mesoamericanos y los de Sudamérica.

La civilización india más dominante que surgió de las selvas montañosas de Sudamérica fue la inca. Al igual que los mayas, los incas también adoraban a un gran maestro, un sabio que hizo avanzar a su pueblo enseñándole ciencia, agricultura y arquitectura. Aunque ahora sabemos que la mayor parte de las hazañas atribuidas a la inventiva de los incas en realidad tuvo su origen en grupos étnicos anteriores, los textos escritos nos dicen que fue ese caucásico barbudo el que inspiró la creación de las grandes carreteras incas y también de las famosas terrazas de cultivo construidas en las laderas de pendiente pronunciada. Se cree asimismo que el barbudo fue el artista que creó los dibujos de Nazca, más antiguos y más complejos. Aunque se le conoce por distintos nombres entre las diversas culturas andinas, los incas lo veneraban simplemente como Viracocha, que significa «espuma que viene del mar».

Al igual que el Kukulcán de los mayas y el Quetzalcoatl de los aztecas, Viracocha es la figura más reverenciada de la historia de los incas. ¿Fueron sus antepasados los viracochas del año 400 a. C.? ¿Podría ser un pariente lejano de Kukulcán? En ese caso, ¿tiene algo que ver su presencia en la antigua Sudamérica con el calendario maya y su predicción del día del juicio?

Buscando respuestas, nos fuimos del desierto de Nazca y nos encaminamos hacia los Andes, empeñados en explorar dos antiguos yacimientos que se supone que fueron creados por la deidad de los incas. El primero de ellos era la fortaleza de Sacsayhuamán, una estructura monstruosa erigida ligeramente al norte de Cuzco. Al igual que la tumba real, las paredes de esta impresionante ciudadela estaban compuestas por gigantescas moles de granito de forma irregular, que de modo milagroso encajaban con tal perfección que yo no era capaz de introducir mi navaja entre una piedra y otra.

Supone un esfuerzo para la imaginación pensar cómo los indios andinos lograron transportar desde la cantera piedras que pesaban cien toneladas o más a lo largo de quince kilómetros de terreno montañoso, y después encajarlas perfectamente en su sitio de la fortificación. (Una mole de ocho metros y medio de altura pesa más de trescientos mil kilos). Los arqueólogos, que todavía están esforzándose en explicar esta increíble hazaña, han intentado duplicar una pequeña fracción del legado de Viracocha transportando una roca de tamaño mediano desde una cantera alejada, valiéndose de principios de ingeniería avanzados y de un pequeño ejército de voluntarios. Hasta la fecha, todos los intentos han resultado fallidos.

Sabemos que la fortaleza de Sacsayhuamán se levantó con el fin de proteger a sus habitantes de fuerzas hostiles. El verdadero propósito del diseño de la otra estructura de Viracocha, la antigua ciudad andina de Tiahuanaco, continúa siendo un misterio.

Situadas en los Andes de Bolivia, a tres mil ochocientos metros por encima del océano Pacífico, las ruinas de Tiahuanaco descansan sobre la antigua orilla del lago Titicaca, el enclave de aguas navegables más alto del planeta. Después de haber visto las imposibles proezas de ingeniería de Sacsayhuamán, hubiera jurado que ya no había nada que pudiera sorprenderme. A pesar de eso, el yacimiento de Tiahuanaco resultó simplemente abrumador. El trazado de esta antigua ciudad consiste en tres templos de piedra caliza y otras cuatro estructuras, todas dispuestas sobre una serie de plataformas elevadas y rectángulos hundidos. Igual que en Sacsayhuamán, la mayoría de las construcciones consta de numerosos bloques de piedra de un tamaño imposible que encajan perfectamente entre sí.

Pero está claro que Tiahuanaco tiene mucho más de lo que parece a simple vista. Aquí hay algo oculto, algo que posiblemente guarda relación con la salvación misma de nuestra especie.

Dominando la ciudad se encuentran los restos de la Akapana, una pirámide escalonada cuyos cuatro lados, orientados hacia los cuatro puntos cardinales, miden cada uno doscientos diez metros. Por desgracia, la finalidad de Akapana seguirá siendo un enigma, ya que los españoles la utilizaron como cantera y le robaron el noventa por ciento de la fachada.

La estructura más increíble de Tiahuanaco es la Puerta del Sol, un inmenso bloque de piedra de cien toneladas de peso. Esta gigantesca obra de arte señala el ángulo noroeste del complejo como si fuera un Arco de Triunfo prehistórico. No sabemos cómo, pero su creador se las arregló para transportar este enorme bloque de piedra desde una cantera situada a varios kilómetros, grabar en él el perfecto portal de una puerta utilizando sabe Dios qué clase de herramienta y a continuación izarlo y colocarlo en posición vertical.

En Tiahuanaco proliferan los pilares gigantes. En el centro de un foso rectangular al aire libre hay una figura del propio Viracocha, grabada en una roca de color rojo de más de dos metros de altura. Presenta el cráneo alargado, así como la frente prominente, la nariz recta y la barba que le cubre la mandíbula. Los brazos y las manos están plegados. Un último rasgo que merece ser mencionado: a uno y otro lado de la túnica del sabio se aprecian dos serpientes similares a las que aparecen representadas por toda Mesoamérica.

La estructura más controvertida de Tiahuanaco es el Kalasasaya, un templo hundido situado en el centro de la ciudad, rodeado de enormes muros. Dentro de sus confines se han levantado bloques de piedra de tres metros y medio de altura. Aunque Pierre llegó a la conclusión de que el Kalasasaya tenía que haber sido una fortaleza, Maria no opinaba lo mismo, pues se dio cuenta de que la alineación de aquellos bloques monolíticos era similar a los de Stonehenge.

Como de costumbre, resultó que Maria estaba en lo cierto. El Kalasasaya no es una fortaleza, sino un observatorio celeste, quizá el más antiguo del mundo.

Y bien, ¿qué quiere decir todo eso?

Cinco años después de salir de Cambridge, mis colegas arqueólogos y yo descubrimos pruebas abrumadoras que indicaban que hubo una raza superior de origen caucásico que influyó en el desarrollo de los indios mesoamericanos y los sudamericanos. Esos hombres barbados, que poseían cráneos deformados genéticamente, de algún modo diseñaron y supervisaron la construcción de monumentos espléndidos cuyo propósito todavía nos tiene confusos.

Maria estaba convencida de que el diseño del observatorio de Kalasasaya se acercaba demasiado al de Stonehenge para tratarse de una mera coincidencia. Opinaba que era imperativo que continuáramos la pista de esa raza caucásica y de su antigua sabiduría en dirección este, para ver adonde nos conducía.

A Pierre Borgia eso no le gustó. Dos años en Nazca habían sido tiempo más que suficiente para saciar su apetito por la arqueología, y su acomodada familia lo estaba presionando para que regresara a Estados Unidos a iniciar una carrera en la política. El problema radicaba en que estaba enamorado de Maria y en que, de hecho, los dos tenían pensado casarse en primavera.

Pese a lo mucho que le importaba Pierre, Maria no estaba dispuesta a abandonar su investigación para resolver la profecía maya, e insistía en que continuáramos siguiendo la pista de aquellos hombres barbados hasta Stonehenge.

La idea de volver a Inglaterra era el único aliciente que necesitábamos, de modo que reservé los pasajes y tomamos un avión hacia la siguiente parte de nuestro viaje, que yo sabía que estaba destinado a romper para siempre nuestro pequeño triunvirato.

Extracto del diario del profesor Julius Gabriel,

ref. Catálogo 1972-1975, páginas 6-412

Disquete 2 de fotos; nombre de archivo: NAZCA, foto 109