Diario de Julius Gabriel

Antes de proseguir nuestro viaje a través de la historia del hombre, permíteme que te presente un término desconocido para la mayoría del público: arqueología prohibida. Por lo que parece, a la hora de hablar del origen y la antigüedad del ser humano, la comunidad científica no siempre se enfrenta con una mente abierta a las pruebas que pueden contradecir los modelos de evolución ya establecidos. Dicho de otro modo, a veces resulta más fácil refutar los hechos que intentar aportar una explicación viable de lo que no puede ser explicado.

Lo bueno es que Colón utilizó un mapa de Piri Reis en lugar de la versión aceptada en Europa, o de lo contrario habría navegado hasta precipitarse por el borde del mundo.

Cuando el hombre cree que lo sabe todo, deja de aprender. Esta desgraciada realidad ha llevado a la supresión de muchas investigaciones importantes. Como no podemos publicar nuestros trabajos sin la aprobación de una universidad importante, se hace casi imposible desafiar las opiniones dominantes hoy en día. Yo he visto intentarlo a colegas instruidos, que solo han conseguido ser condenados al ostracismo, ver su reputación hecha pedazos y su carrera destruida, aun cuando las pruebas en las que apoyaban sus polémicos puntos de vista parecían insuperables.

Los peores de todos son los egiptólogos egipcios, que odian que los científicos intenten desafiar la historia aceptada de sus antiguos yacimientos, y que se ponen especialmente desagradables cuando los extranjeros cuestionan la edad y el origen de sus estructuras monolíticas.

Esto nos lleva a los métodos de datación, el aspecto más controvertido de la arqueología. El uso del carbono 14 para datar huesos y residuos de carbón es fácil y exacto, pero dicha técnica no puede aplicarse a la piedra. Como consecuencia, con frecuencia los arqueólogos datan un yacimiento antiguo según otras reliquias más fáciles de datar halladas en las inmediaciones de la excavación o, cuando no se encuentra ninguna, meramente haciendo conjeturas, lo cual da lugar a un amplio abanico de errores humanos.

Una vez hecho constar esto, regresemos a nuestro viaje a través de la historia y del tiempo.

Fue algún tiempo después del Diluvio Universal cuando comenzaron a surgir por todo el mundo las primeras civilizaciones. Lo que actualmente aceptamos como verdadero es que la historia con documentos escritos se inició en Mesopotamia, en el valle que hay entre los ríos Tigris y Eufrates, hacia el 4000 a.C., si bien los restos más antiguos de una ciudad corresponden a Jericó, que data del 7000 a.C. Pero ahora existen pruebas de que existió otra civilización, una civilización superior, que floreció incluso antes junto a las orillas del Nilo, y fue esa cultura más antigua aún y el sabio jefe de la misma quienes nos dejaron la primera de las misteriosas maravillas que posiblemente sean responsables en última instancia de salvar a nuestra especie de la aniquilación.

Hay muchos templos, pirámides y monumentos esparcidos por el paisaje de Egipto, pero ninguno puede compararse con las grandiosas maravillas erigidas en Giza. Es aquí, en la orilla oeste del Nilo, donde se trazó un increíble plan, que constaba de la Esfinge, sus dos templos y las tres grandes pirámides de Egipto.

¿Por qué hablo de las grandes pirámides de Giza? ¿Qué relación pueden guardar esos antiguos monolitos con el calendario maya y con la cultura mesoamericana, situada al otro lado del mundo?

Después de tres décadas de investigaciones, finalmente me he dado cuenta de que para poder resolver el acertijo que plantea la profecía del juicio final, uno debe dejar a un lado las ideas preconcebidas del tiempo, la distancia, la culturas y impresiones superficiales a la hora de analizar los antiguos indicios que rodean el gran misterio de la humanidad.

Permíteme unos momentos para explicarme.

Las estructuras más grandes y más inexplicables jamás construidas por el hombre son las pirámides de Giza, los templos de Angkor situados en las selvas de Camboya, las pirámides de la antigua ciudad mesoamericana de Teotihuacán, los dibujos de Nazca, las ruinas de Tiahuanaco y la pirámide de Kukulcán que se encuentra en Chichén Itzá. Todas y cada una de estas maravillas antiguas, construidas por culturas distintas en partes distintas del mundo y en épocas muy diferentes de la prehistoria de la humanidad, no obstante están relacionadas con el inminente final de la especie humana que se indica en el calendario maya. Los arquitectos e ingenieros que levantaron esas ciudades poseían todos amplios conocimientos de astronomía y de matemáticas, que superaban con facilidad la base de conocimientos que se tenía en aquella época. Además, la localización de cada una de esas estructuras se estableció con gran esmero según el equinoccio y el solsticio, y, por increíble que parezca, guardando relación unas con otras, pues si se quisiera dividir la superficie de nuestro planeta empleando puntos de referencia nítidos, dichas estructuras completarían fácilmente esa tarea.

Pero lo que no podemos ver es precisamente lo que une para siempre esas estructuras monolíticas unas con otras, pues guardan en su diseño una ecuación matemática común que demuestra que sus constructores contaban con un conocimiento avanzado, el conocimiento de la precesión.

Una vez más, una breve explicación:

En el año que dura su viaje por el espacio alrededor del Sol, nuestro planeta gira sobre su eje una vez cada veinticuatro horas. Al rotar, la fuerza gravitatoria de la Luna lo obliga a inclinarse aproximadamente 23,5 grados respecto de la vertical. Si a ello se suma la atracción gravitatoria que ejerce el Sol sobre el abultamiento ecuatorial de la Tierra, se obtiene una oscilación del eje de la misma similar al de una peonza. Dicha oscilación se denomina precesión. Una vez cada veinticinco mil ochocientos años, el movimiento del eje dibuja una trayectoria circular en el cielo y cambia la posición de los polos celestes y de los equinoccios. Esta deriva gradual hacia el oeste es también la causa de que los signos del Zodíaco ya no se correspondan con sus respectivas constelaciones.

Al astrónomo y matemático griego Hiparco se le atribuye el mérito de haber descubierto el movimiento de precesión en el año 127 a.C. Actualmente sabemos que los egipcios, los mayas y los hindúes entendieron el movimiento de precesión cientos, si no miles, de años antes.

A principios de la década de 1990, la arqueoastrónoma Jane Sellers descubrió que el mito de Osiris del antiguo Egipto se había codificado empleando números clave que utilizaban los egipcios para calcular los grados de variación de la precesión de la Tierra. Entre ellos destacaba un conjunto de dígitos en particular: 4320.

Más de mil años antes de que naciera Hiparco, tanto los egipcios como los mayas consiguieron calcular el valor de pi, la relación entre la circunferencia de un círculo y su diámetro. La altura de la Gran Pirámide, 146,347 metros, multiplicada por 2 pi da una cifra exactamente igual que su base (919,058 metros). Por increíble que parezca, el perímetro de la pirámide es tan sólo seis metros inferior al diámetro de la Tierra, cuando las dimensiones de nuestro planeta se reducen a una escala de 1:43 200, números que representan nuestro código matemático de la precesión. Utilizando la misma relación, el radio de la Tierra en los polos es igual a la altura de la pirámide.

Resulta ser que la Gran Pirámide es un marcador geodésico situado casi exactamente sobre el paralelo 30. Si sus medidas se proyectaran sobre una superficie plana (su vértice representando el Polo Norte y su perímetro el Ecuador), sus dimensiones equivaldrían al Hemisferio Norte, de nuevo a una escala de 1:43 200.

Sabemos que en los equinoccios el Sol tarda 4320 años en completar un cambio precesional de dos constelaciones del Zodíaco, o sesenta grados. Si multiplicamos dicho número por 10, obtendremos 43 200, el número de días anotado en el calendario maya de Recuento Largo, que equivale a seis katuns, uno de los valores numéricos clave que empleaban los antiguos mayas para calcular la precesión. Un ciclo de precesión completo abarca veinticinco mil ochocientos años. Si se suman todos los años de los cinco ciclos del Popol Vuh, ese período de tiempo equivale exactamente a un ciclo precesional.

Ocultos en la densa jungla de Kampuchea, en Camboya, se encuentran los espléndidos templos hindúes de Angkor. Entre los bajorrelieves y las estatuas que proliferan por dicho complejo hay muchos signos indicativos de la precesión, el más popular de todos una serpiente gigante (Naga), cuya parte media se enrosca alrededor de una montaña sagrada que hay en el océano de leche, o Vía Láctea. Los dos extremos de la serpiente se usan a modo de soga en un concurso cósmico de «tira y afloja» entre dos equipos: uno que representa la luz y el bien, y otro que representa la oscuridad y el mal. Este movimiento, combinado con el de la Vía Láctea, representa la interpretación que hacían los hindúes de la precesión. Los Puranas, escrituras sagradas de los hindúes, denominan Yugas a las cuatro edades de la Tierra. La Yuga que vivimos en la actualidad, la Yuga Kali, tiene una duración de cuatrocientos treinta y dos mil años mortales. Al final de esa época, las escrituras afirman que la raza humana habrá de enfrentarse a su destrucción.

Los antiguos egipcios, los mayas y los hindúes; tres culturas diferentes situadas en tres tercios diferentes del mundo, y cada una de ellas desarrollada en distintos intervalos del pasado. Tres culturas que compartieron avanzados conocimientos comunes de ciencia, cosmología y matemáticas y que se valieron de esos conocimientos para crear misteriosas maravillas arquitectónicas, cada una con un único propósito oculto.

La más antigua de dichas estructuras son las grandes pirámides de Giza y su guardián atemporal, la Esfinge. Situada al noroeste del templo conocido como Casa de Osiris, esta magnífica figura de piedra caliza con forma de león de cabeza humana, tan alta como un edificio de seis pisos y con una longitud de ochenta metros, es la escultura más grande del mundo. La figura en sí es un marcador cósmico, ya que su mirada se orienta con precisión hacia el este exacto, como si esperase ver salir al Sol.

¿Qué antigüedad tiene el complejo de Giza? Los egiptólogos creen ciegamente en la fecha de 2475 a.C. (un período que encaja con el folclore egipcio). Durante mucho tiempo resultó muy difícil cuestionar dicha fecha, ya que ni la Gran Pirámide ni la Esfinge dejaron marcas determinantes.

O eso creíamos.

Entonces llegó el erudito norteamericano John Anthony West. West descubrió que la zanja de ocho metros y pico de profundidad que rodea a la Esfinge mostraba inconfundibles señales de erosión. Tras realizarse nuevas investigaciones, un equipo de geólogos determinó que aquel daño no había sido causado por el viento ni por la arena, sino tan sólo por las lluvias.

La última vez que el valle del Nilo sufrió ese tipo de clima fue hace aproximadamente trece mil años, como resultado del Diluvio Universal, el cual tuvo lugar a finales de la última glaciación. En el año 10450 a.C. Giza no sólo era fértil y verde, sino que además en el cielo del este se veía precisamente la figura que sirvió de modelo a la Esfinge: la constelación de Leo.

Mientras sucedía todo esto, Robert Bauval, un ingeniero belga, se dio cuenta de que las tres pirámides de Giza, vistas desde arriba, mostraban una posición exactamente igual que las tres estrellas del Cinturón de Orión.

Utilizando un complejo programa informático diseñado para dar cuenta de todos los movimientos precesionales partiendo de cualquier visión del cielo nocturno en cualquier punto geográfico, Bauval descubrió que aunque en el año 2475 a.C. las pirámides de Giza estaban bastante bien alineadas con el Cinturón de Orión, en el 10450 a.C. se había producido una alineación infinitamente más exacta. Durante esta última fecha, la franja oscura de la Vía Láctea no sólo había aparecido encima de Giza, sino que además constituía un reflejo exacto del curso meridional del río Nilo.

Tal como he mencionado más arriba, los antiguos mayas consideraban la Vía Láctea una serpiente cósmica y llamaban a esa franja oscura Xibalba Be, el Camino Negro que conducía al Mundo Inferior. Tanto el calendario maya como el Popol Vuh hacen referencia a los conceptos de creación y muerte y sitúan su origen en ese canal de parto cósmico.

¿Por qué se alinearon las pirámides de Giza con el Cinturón de Orión? ¿Qué importancia tiene el número precesional, el 4320? ¿Cuál fue la verdadera motivación que empujó a nuestros antepasados a erigir los monumentos de Giza, las pirámides de Teotihuacán y los templos de Angkor?

¿Cómo están relacionados esos tres emplazamientos con la profecía maya del juicio final?

Extracto del diario del profesor Julius Gabriel,

ref. Catálogo 1993-1994, páginas 3-108

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