Y aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la tierra y les nacieron hijas, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí cuantas de entre ellas más les gustaron… En aquel entonces había gigantes (NEPHILIM) en la tierra y también después de que los hijos de Dios se unieran a las hijas de los hombres, y ellas les engendraron hijos; ellos eran los HÉROES que desde la ANTIGÜEDAD fueron HOMBRES DE RENOMBRE.
GÉNESIS 6,1-2,4
La Biblia. El libro sagrado de las religiones judía y cristiana. Para el arqueólogo que busca la verdad, este documento de la Antigüedad puede ofrecer pistas de vital importancia que ayuden a llenar los huecos que faltan en la evolución del ser humano.
El capítulo 6 del Génesis es posiblemente el pasaje menos entendido de toda la Biblia, y en cambio puede que resulte ser el más revelador de todos. Anterior a las instrucciones que Dios impartió a Noé, nombra a los hijos de Dios y a los Nephilim, un nombre cuya traducción literal es «los caídos» o «aquellos que cayeron del cielo con fuego».
¿Quiénes eran esos «caídos», esos «hombres de renombre»? Se puede hallar una pista importante en el Génesis Apócrifo, uno de los textos antiguos descubiertos entre los Manuscritos del mar Muerto. En un pasaje clave, Lamec, el padre de Noé, cuestiona a su esposa porque cree que la concepción de su hijo fue el resultado de la relación sexual entre ella y un ángel o uno de sus vástagos, un Nephilim.
¿Corría sangre extraterrestre por las venas de Noé? El concepto de que unos ángeles «caídos» u «hombres de renombre» se mezclaran con mujeres humanas puede parecer descabellado, pero algo de verdad ha de haber en él, dado que ese relato, al igual que la historia de Noé y del Diluvio Universal, se repite en diferentes culturas y religiones del mundo entero.
Como ya he mencionado, he pasado toda mi vida investigando el misterio que envuelve a ciertas maravillas, estructuras magníficas que han quedado en la superficie de este planeta después de haber sobrevivido a las inclemencias del paso del tiempo. Tengo el convencimiento de que esas estructuras fueron creadas por esos «hombres antiguos, hombres de renombre» con un único propósito: salvar a nuestra especie de ser aniquilada.
Es posible que no lleguemos a saber nunca quiénes fueron los Nephilim, pero actualmente las pruebas geológicas nos permiten tomar como referencia la época en la que aparecieron por primera vez. El hecho es que sí hubo una inundación universal. La culpa la tuvo la última glaciación de la Tierra, un suceso que data de aproximadamente ciento quince mil años. En aquella época la mayor parte de los hemisferios norte y sur se hallaba cubierta por inmensos glaciares que avanzaban y retrocedían, y cuyo momento de máxima expansión tuvo lugar hace unos diecisiete mil años. La mayor parte de Europa estaba sepultada bajo un manto de hielo de tres kilómetros de grosor. Los glaciares de Norteamérica alcanzaban zonas tan al sur como el valle del Mississippi, y llegaban hasta el paralelo 37.
Era la época del Homo sapiens neanderthalensis, el hombre de Neandertal. También alrededor de esa época de la historia de nuestros antepasados fue cuando llegaron los misteriosos «caídos».
Quizá los clanes de los primeros Homo sapiens no impresionaron mucho a esos hombres de renombre. Quizá los Nephilim pensaron que era mejor que el hombre primitivo regresara al inicio de la evolución. Fuera cual fuese su reacción, lo único que sabemos es que milagrosamente, y de manera bastante repentina, el mundo comenzó a derretirse.
Ocurrió deprisa, desencadenado por algún cataclismo desconocido. Millones de kilómetros cúbicos de agua que habían tardado más de cuarenta mil años en avanzar de pronto se fundieron en menos de dos milenios. El mar se elevó entre cien y ciento treinta metros y se tragó la tierra. Algunas zonas del planeta, antes aplastadas por miles de millones de toneladas de hielo, comenzaron a emerger ocasionando terribles terremotos. Entraron en erupción numerosos volcanes que proyectaron enormes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera, lo cual incrementó el calentamiento global. Se formaron olas gigantescas que arrancaron de raíz selvas enteras llevándose por delante a los animales y asolando el terreno.
El planeta se convirtió en un lugar muy hostil.
Para el 13000 o el 11000 a.C. ya se había fundido la mayor parte del hielo y empezaba a estabilizarse el clima. De todo aquel barrizal comenzaba a surgir una nueva subespecie: el Homo sapiens sapiens, el hombre moderno.
Evolución o relato bíblico de la creación; ¿dónde radica la verdad del surgimiento del hombre moderno? Como científico, me inclino a creer en el darwinismo, pero como arqueólogo reconozco también que la verdad a menudo se halla oculta dentro de mitos transmitidos a lo largo de los milenios. La profecía del calendario maya pertenece a esa misma categoría. Como he mencionado anteriormente, dicho calendario es un instrumento científico de precisión que se sirve de avanzados principios de astronomía y matemáticas para derivar sus cálculos. Al mismo tiempo, el origen de dicho calendario se centra alrededor de la leyenda más importante de la historia de los mayas: el Popol Vuh, el libro maya de la creación.
El Popol Vuh es la Biblia de los indios mesoamericanos. Según el Popol Vuh, escrito cientos de años después de la muerte de Kukulcán, el mundo fue dividido en un Mundo Superior (el Cielo), un Mundo Intermedio (la Tierra) y un Mundo Inferior, un refugio del mal conocido como Xibalba. Cuando los antiguos mayas miraban el cielo nocturno, veían la franja oscura de la Vía Láctea y la interpretaban como parte de una oscura serpiente o un Camino Negro (Xibalba Be) que conducía al Mundo Inferior. Muy cerca de esa franja oscura se encontraban las tres estrellas del Cinturón de Orión. Para los mayas, esas estrellas eran las tres piedras de la creación.
Como he mencionado antes, el calendario maya se divide en cinco Grandes Ciclos, el primero de los cuales se inició hace unos veinticinco mil ochocientos años. Este período de tiempo no es arbitrario, sino que corresponde al plazo en años que la Tierra tarda en completar un ciclo de precesión, el lento movimiento pendular que efectúa nuestro planeta sobre su eje. (Más adelante volveré sobre esto).
El relato de la creación contado en el Popol Vuh comienza hace aproximadamente veinticinco mil ochocientos años, cuando los hielos aún cubrían una buena parte de la Tierra. El protagonista de dicho relato es un hombre primitivo conocido como Hun(Uno).-Hunahpú, más tarde venerado por los mayas como el «Primer Padre». La gran pasión de Hun-Hunahpú era jugar al antiguo juego de pelota conocido como Tlachtli. Un día, los Señores del Mundo Inferior, hablando a través del Xibalba Be (el Camino Negro), retaron a jugar a Hun-Hunahpú y al hermano de éste. Hun-Hunahpú aceptó y penetró por el portal que daba paso al Camino Negro, el cual estaba representado en las leyendas mayas por la boca de una gran serpiente.
Pero los Señores del Mundo Inferior no tenían intención de jugar. Valiéndose de trucos y engaños, derrotaron a los hermanos y los decapitaron, y colgaron la cabeza de Hun-Hunahpú de la rama de un árbol de la calabaza. Acto seguido, los malvados señores aislaron aquel árbol y prohibieron que nadie se acercase a él.
Al cabo de muchos años, una valiente joven llamada Luna de Sangre se aventuró a pasar por el Camino Negro para ver si la leyenda era auténtica. Cuando se acercó al árbol para coger unos cuantos frutos, se sorprendió al descubrir la cabeza de Hun-Hunahpú, que le escupió en la palma de la mano y así la impregnó de magia. La mujer huyó, pues los Señores del Mundo Inferior no pudieron destruirla antes de que lograra escapar.
Luna de Sangre (también conocida como la Primera Madre) dio a luz dos hijos gemelos. A medida que fueron pasando los años, los dos niños se convirtieron en guerreros fuertes y capaces. Cuando alcanzaron la edad adulta, su vocación genética los empujó a hacer el viaje de regreso a través del Camino Negro hasta Xibalba, con el fin de desafiar a los malvados y vengar la muerte de su padre. Una vez más, los Señores del Mundo Inferior se sirvieron del engaño, pero esta vez triunfaron los héroes gemelos y lograron desterrar el mal y resucitar a su progenitor.
¿Qué podemos extraer nosotros del mito de la creación? El nombre, Hun o Uno Hunahpú, equivale al nombre Uno Ahau presente en el calendario, un día de referencia que significa primer sol. El primer sol del año nuevo es el del solsticio de diciembre. La fecha del juicio final que indica la profecía termina en el solsticio de invierno del año 2012, exactamente un ciclo precesional de veinticinco mil ochocientos años contando a partir del primer día del calendario maya.
Sirviéndome de un programa informático que permite predecir el estado del cosmos en cualquier fecha de la historia, he calculado cómo será el cielo nocturno en el año 2012. Empezando en el momento del equinoccio de otoño, tendrá lugar una alineación astronómica sumamente insólita entre el plano del Sol y el plano de la galaxia. La franja oscura de la Vía Láctea parecerá apoyarse en el horizonte de la Tierra, y el Sol empezará a desplazarse para alinearse en el punto central. Este cambio culminará el día del solsticio de invierno, una fecha considerada por la mayoría de las culturas antiguas el Día de los Muertos. En esa fecha, por primera vez en veinticinco mil ochocientos años, el Sol se moverá en conjunción con el punto en el que la eclíptica cruza la Vía Láctea en la constelación de Sagitario, marcando la alineación del Ecuador de la galaxia, el centro exacto de la misma.
De alguna manera, el calendario maya predijo con exactitud este acontecimiento celeste hace más de tres mil años. Interpretando el mito de la creación, esta alineación galáctica alcanzará su punto máximo con la apertura de un portal cósmico que salvará la distancia que hay entre nuestro planeta y el Mundo Inferior de los mayas, Xibalba.
Llámese ficción, llámese ciencia, pero lo cierto es que esa alineación intragaláctica culminará en la muerte de todo hombre, mujer y niño que camine sobre la faz de la Tierra.
Extracto del diario del profesor Julius Gabriel,
ref. Catálogo 1978-1979, páginas 43-52
Catálogo 1998-1999, páginas 11-75