Fëanor fue el más grande de los Eldar en el ejercicio de las artes y de las ciencias, pero también el más orgulloso y el que menos se dejó regir por otra voluntad que la suya. Hizo las Tres Joyas, los Silmarilli, e incluyó en ellas el fulgor de los Dos Árboles, Telperion y Laurelin, que iluminaban la tierra de los Valar. Morgoth el Enemigo codiciaba las Joyas, y las robó después de destruir los Árboles, las llevó consigo a la Tierra Media y las ocultó en su gran fortaleza de Thangorodrim. En contra de la voluntad de los Valar, Fëanor abandonó el Reino Bienaventurado y se exilió en la Tierra Media, arrastrando consigo a gran parte de su pueblo; porque en su orgullo, se proponía arrebatar las Joyas a Morgoth por la fuerza. Después de eso tuvo lugar la desdichada guerra de los Eldar y los Edain contra Thangorodrim, en la que fueron por fin totalmente derrotados. Los Edain (Atani) eran tres pueblos de Hombres que, llegados los primeros al oeste de la Tierra Media y a las costas del Gran Mar, se aliaron con los Eldar contra el Enemigo.
Hubo tres uniones entre los Eldar y los Edain: Lúthien y Beren; Idril y Tuor; Arwen y Aragorn. Por esta última, las ramas desde tanto tiempo atrás divididas de los Medio Elfos, volvieron a unirse y el linaje fue restaurado.
Lúthien Tinúviel era hija del Rey Thingol Mantogrís de Doriath en la Primera Edad, pero su madre era Melian, del pueblo de los Valar. Beren era hijo de Barahir, de la Primera Casa de los Edain. Juntos arrancaron un silmaril de la Corona de Hierro de Morgoth. Lúthien se volvió mortal, y los Elfos la perdieron para siempre. Dior fue hijo de Lúthien. Elwing fue hija de Dior y tuvo en custodia el silmaril.
Idril Celebrindal fue la hija de Turgon, rey de la ciudad escondida de Gondolin. Tuor fue hijo de Huor, de la Casa de Hador, la Tercera Casa de los Edain y la que alcanzó mayor renombre en las guerras contra Morgoth. De ellos nació Eärendil el Marinero.
Eärendil desposó a Elwing, y con el poder del silmaril, dejó atrás las Sombras y llegó al Extremo Occidental; y hablando allí como embajador tanto de los Elfos como de los Hombres, obtuvo la ayuda con la que Morgoth fue vencido. No se le permitió a Eärendil volver a tierras mortales, y llevando en su barca el silmaril, se hizo a la vela por los cielos como una estrella, y como signo de esperanza para los habitantes de la Tierra Media oprimidos por el Gran Enemigo o sus servidores. Sólo en los Silmarill se preservó la antigua luz de los Dos Árboles de Valinor antes de que Morgoth los envenenara; pero los otros dos Silmarilli se perdieron al final de la Primera Edad. La historia completa de todas estas cosas, y mucho más relacionado con los Elfos y los Hombres, se cuenta en El Silmarillion.
Los hijos de Eärendil fueron Elros y Elrond, los Peredhil o Medio Elfos. Sólo en ellos se preservó la línea de los heroicos capitanes de los Edain de la Primera Edad; y después de la caída de Gil-galad, sólo los descendientes de los Altos Elfos representaron en la Tierra Media este linaje.
Al fin de la Primera Edad los Valar pidieron a los Medio Elfos una elección irrevocable entre ambos linajes: tenían que pertenecer a uno o a otro. Elrond escogió la especie de los Elfos, y se convirtió en maestro de sabiduría. A él, por tanto, se le concedió la misma gracia que a los Altos Elfos que todavía se demoraban en la Tierra Media: que cuando por fin se cansaran de las tierras mortales, podrían embarcarse en los Puertos Grises y trasladarse al Extremo Occidental; y esta gracia se continuó después del cambio del mundo. Pero a los hijos de Elrond también se les dio a elegir: abandonar con él los círculos del mundo; o, si no, volverse mortales y morir en la Tierra Media. Para Elrond, por tanto, todos los azares de la Guerra del Anillo estaban cargados de dolor.
Elros escogió pertenecer a la especie de los Hombres y quedarse con los Edain; pero se le concedió una larga vida, muchas veces más larga que la de los hombres ordinarios. Como recompensa por lo sufrido en la causa contra Morgoth, los Valar, los Guardianes del Mundo, concedieron a los Edain una tierra donde vivir, apartada de los peligros de la Tierra Media. La mayor parte de ellos, por tanto, navegó por el Mar, y guiados por la Estrella de Eärendil llegaron a la gran Isla de Elenna, al extremo oeste de las Tierras Mortales. Allí fundaron el reino de Númenor.
En medio de la tierra había una alta montaña, la Meneltarma, y desde su cima los de vista penetrante podían avistar la torre blanca del Puerto de los Eldar en Eressëa. Desde allí los Eldar visitaban a los Edain y los enriquecían con conocimientos y múltiples regalos; pero una orden habían impuesto los Valar a los Númenóreanos, la "Prohibición de los Valar": les estaba vedado navegar hacia el oeste perdiendo de vista sus propias costas, o intentar poner pie en las Tierras Imperecederas.
Porque aunque se les había concedido una larga vida, en un comienzo tres veces la de los Hombres ordinarios, tenían por fuerza que seguir siendo mortales, pues no les estaba permitido a los Valar quitarles el Don de los Hombres (o el Destino de los Hombres, como se lo llamó después).
Elros fue el primer Rey de Númenor, conocido luego por el nombre alto élfico de Tar-Minyatur. Los descendientes de Elros tuvieron larga vida, pero siguieron siendo mortales. Más tarde, cuando se volvieron poderosos, lamentaron amargamente la elección que había hecho Elros, pues deseaban la inmortalidad en el curso de la vida del mundo, que era el hado de los Eldar, y murmuraron contra la Prohibición. De este modo empezaron la rebelión que con ayuda de las malas enseñanzas de Sauron provocó la Caída de Númenor y la ruina del mundo antiguo, como se cuenta en la Akallabêth.
Éstos son los nombres de los Reyes y las Reinas de Númenor: Elros Tar-Minyatur, Vardamir, Tar-Amandil, Tar-Elendil, Tar-Meneldur, Tar-Aldarion, Tar-Anca lime (la primera Reina Regente), Tar-Anárion, Tar-Súrion, Tar-Telperiën (la segunda Reina), Tar-Minastir, Tar-Ciryatan, Tar-Atanamir el Grande, Tar-Ancalimon, Tar-Telemmaitë, Tar-Vanimeldë (la tercera Reina), Tar-Alcarin, Tar-Calmacil.
Después de Calmacil, los Reyes recibieron el cetro adoptando nombres en lengua Númenóreana (o Adûnaica): Ar-Adûnakhôr, Ar-Zimrathôn, Ar-Sakalthôr, Ar-Gimilzôr, Ar-Inziladûn. Inziladûn se arrepintió de la actitud de los Reyes y adoptó el nombre de Tar-Palantir, "El de Vista Penetrante". La hija de Inziladûn tuvo que haber sido la cuarta Reina, Tar-Míriel, pero el sobrino del Rey usurpó el cetro y se convirtió en Ar-Pharazôn el Dorado, último rey de los Númenóreanos.
En los días de Tar-Elendil, los primeros barcos de los Númenóreanos volvieron a la Tierra Media. La hija mayor de Tar-Elendil se llamaba Silmariën. El hijo de Silmariën fue Valandil, primero de los Señores de Andúnië en el oeste de la tierra, y fue renombrado por su amistad con los Eldar. De él descendieron Amandil, el último señor, y su hijo Elendil el Alto.
El sexto Rey tuvo sólo una hija. Ella fue la primera Reina; pues fue entonces cuando se promulgó una ley para la casa real: el mayor de los hijos del Rey, cualquiera fuera su sexo, recibiría el cetro.
El reino de Númenor perduró hasta el término de la Segunda Edad, y su poder y esplendor crecieron de continuo; y hasta bien pasada la mitad de la Edad también crecieron la sabiduría y la dicha de los Númenóreanos. El primer signo de la sombra que habría de caer sobre ellos apareció en los días de Tar-Minastir, undécimo Rey. Él fue quien envió una gran fuerza en ayuda de Gil-galad. Amaba a los Eldar, pero los envidiaba. Los Númenóreanos se habían convertido por entonces en grandes marineros, habían explorado todos los mares hacia el este y empezaban a añorar las aguas prohibidas del Occidente; y cuanto más dichosa era su vida, tanto más deseaban la inmortalidad de los Eldar.
Además, después de Minastir, los Reyes se hicieron codiciosos, y buscaban la riqueza y el poder. En un principio los Númenóreanos habían llegado a la Tierra Media como maestros o amigos de los Hombres menos afortunados, afligidos por Sauron; pero luego sus puertos se convirtieron en fortalezas, y dominaron vastas tierras costeras. Atanamir y sus sucesores impusieron altos tributos, y los barcos de los Númenóreanos volvían cargados de botín.
Fue Tar-Atanamir quien primero habló abiertamente en contra de la Prohibición y declaró que la vida de los Eldar le pertenecía por derecho. Así, la sombra creció y el pensamiento de la muerte oscurecía el corazón de la gente. Entonces los Númenóreanos se dividieron: por una parte, estaban los Reyes y quienes los seguían, y se apartaron de los Eldar y los Valar; por la otra, unos pocos que se llamaron a sí mismos los Fieles. Vivían casi todos al oeste de la tierra.
Los Reyes y sus seguidores fueron abandonando poco a poco el empleo de las lenguas Eldarin; y por último el vigésimo Rey tomó un nombre real de la lengua Númenóreana, y se llamó a sí mismo Ar-Adûnakhôr, "Señor del Occidente". Esto les pareció a los Fieles de mal agüero, porque hasta entonces sólo le habían dado ese título a uno de los Valar, o al mismo Rey Antiguo. Y, en verdad, Ar-Adûnakhôr empezó a perseguir a los Fieles y a castigar a los que empleaban las lenguas élficas abiertamente; y los Eldar ya no fueron a Númenor.
No obstante, el poder y la riqueza de los Númenóreanos siguieron aumentando, pero la edad que alcanzaban fue decreciendo a medida que crecía el temor a la muerte, y la alegría los abandonó. Tar-Palantir intentó poner remedio al mal; pero era demasiado tarde, y en Númenor hubo rebelión y lucha. Cuando murió, su sobrino, jefe de la rebelión, se apoderó del cetro y se convirtió en el Rey Ar-Pharazôn. Ar-Pharazôn el Dorado fue el más orgulloso y poderoso de todos los Reyes, y no deseaba nada menos que llegar a gobernar el mundo.
Decidió desafiar a Sauron el Grande por el dominio de la Tierra Media; y por fin él mismo se hizo a la mar en un gran navío y desembarcó en Umbar. Tan grandes eran los Númenóreanos en poderío y esplendor que los propios servidores de Sauron lo abandonaron; y Sauron se humilló rindiendo honores y pidiendo clemencia.
Entonces Ar-Pharazôn, en la locura de su orgullo, lo llevó como prisionero a Númenor. No transcurrió mucho tiempo antes de que Sauron hechizara al Rey y dominara a los consejeros y pronto cambió el corazón de todos los Númenóreanos, excepto los que quedaban de los Fieles, y los arrastró a la oscuridad.
Y Sauron le mintió al Rey, diciéndole que la vida sempiterna sería de quien se apoderara de las Tierras Imperecederas, y que la Prohibición había sido impuesta sólo para impedir que los Reyes de los Hombres superaran a los Valar.
—Pero los grandes Reyes toman lo que les pertenece por derecho —dijo.
Por fin Ar-Pharazôn escuchó este consejo, porque sentía la mengua de sus días y el temor de la Muerte le impedía todo otro pensamiento. Preparó entonces las más grandes fuerzas que nunca hubiera visto el mundo, y cuando todo estuvo dispuesto, hizo resonar las trompetas y se hizo a la mar; y quebrantó la Prohibición de los Valar, yendo a hacer la guerra para arrancarles a los Señores de Occidente la vida sempiterna. Pero cuando Ar-Pharazôn puso pie en las costas de Aman la Bienaventurada, los Valar recurrieron al único, y el mundo cambió. Númenor sucumbió y fue tragado por el Mar y las Tierras Imperecederas quedaron separadas para siempre de los círculos del mundo. Así llegó a su fin la gloria de Númenor.
Los últimos conductores de los Fieles, Elendil y sus hijos, escaparon de la Caída en nueve barcas llevando consigo un vástago de Nimloth y las siete Piedras Videntes (que los Eldar les habían regalado); y fueron arrastrados por un huracán y arrojados a las costas de la Tierra Media. Allí establecieron en el noroeste los reinos Númenóreanos en el exilio, Arnor y Gondor. Elendil fue el Alto Rey y vivió en el norte, en Annúminas; y el gobierno del sur fue encomendado a sus hijos, Isildur y Anárion. Fundaron allí Osgiliath, entre Minas Ithil y Minas Anor, no lejos de los confines de Mordor. Porque este bien al menos, creían ellos, había resultado de la ruina: que Sauron hubiera perecido también.
Pero no era así. Sauron, por cierto, había sido atrapado en la destrucción de Númenor, y la forma corpórea en que había andado tanto tiempo pereció entonces; pero huyó a la Tierra Media como un espíritu de odio transportado por un viento oscuro. Le fue imposible recobrar otra vez una forma que pareciera adecuada a los ojos de los hombres y se volvió negro y espantoso, y de ahí en adelante sólo mediante el terror conservó su poder. Dominó nuevamente Mordor y se escondió allí por un tiempo en silencio. Pero mucha fue su cólera cuando se enteró que Elendil, a quien odiaba por sobre todos, se le había escapado y gobernaba ahora un reino fronterizo.
Por tanto, al cabo de un tiempo, hizo la guerra a los Exiliados, antes de que hubieran echado raíces. Orodruin irrumpió una vez más en llamas y recibió un nuevo nombre en Gondor: Amon Amarth, el Monte del Destino.
Pero Sauron atacó demasiado pronto, antes de haber recuperado su propio poder, mientras que el poder de Gil-galad había aumentado en su ausencia; y con la última Alianza que se constituyó contra él, Sauron fue vencido y el Anillo único le fue arrebatado. Así llegó a su término la Segunda Edad.