47

DANNY

Eran las tres de la tarde de un día largo, muy largo.

Wendy y Danny estaban sentados en la cama grande, en sus habitaciones. Compulsivamente, Danny daba vueltas en las manos al «Volkswagen» en miniatura, color púrpura, con su monstruo asomándose por el techo corredizo.

Mientras atravesaban el vestíbulo habían oído todo el tiempo los golpes que daba su papá, los golpes y la voz, ronca y colérica, jactanciosa como si fuera la de un rey destronado, vomitando promesas de castigo, blasfemias, prometiéndoles a ambos que en la vida dejarían de lamentar haberlo traicionado, después de los años que Jack se había pasado sacrificándose por ellos.

Danny había pensado que desde arriba ya no llegarían a oírlo, pero los alaridos de furia les llegaban perfectamente por el hueco del montacargas. Mami estaba pálida, y tenía unas marcas horribles en el cuello, donde papito había tratado de…

Danny seguía dando vueltas y vueltas en las manos al «Volkswagen», el premio que le había dado papá por haber estudiado tan bien sus lecturas.

(… donde papá había tratado de abrazarla con demasiada fuerza). Mamá puso música en el pequeño tocadiscos, un disco rayado, lleno de corno y flauta, y le sonrió con aire de cansancio. Danny intentó devolverle la sonrisa, pero no pudo. Hasta con el máximo de volumen, le parecía que seguía oyendo a su papá que vociferaba y sacudía la puerta de la despensa como un animal enjaulado. ¿Y si tenía que ir al cuarto de baño? Entonces, ¿qué haría?

Danny se puso a llorar.

Wendy bajó inmediatamente el volumen del tocadiscos, lo abrazó, empezó a mecerlo en el regazo.

—Danny, amor, todo saldrá bien, ya verás. Si el señor Hallorann no recibió tu mensaje, alguien lo recibirá. Tan pronto como pase la tormenta.

De todas maneras, antes de que pare nadie puede llegar hasta aquí arriba, ni el señor Hallorann ni nadie. Pero cuando la tormenta termine todo se arreglará. Nos iremos de aquí, y, ¿sabes lo que haremos para la próxima primavera? ¿Los tres?

Con la cabeza apoyada en el pecho de ella, Danny hizo un gesto negativo. No, no sabía. Le parecía que jamás volvería a haber una primavera.

—Saldremos a pescar. Alquilaremos un bote y saldremos a pescar, como hicimos el año pasado en el lago Chatterton. Tú y yo, y papito. Y tal vez saques una lubina para la cena… y tal vez no saques nada, pero ¿te imaginas lo que nos divertiremos?

—Te quiero, mami —respondió el chico, abrazándose a ella.

—Oh, Danny… yo también te quiero.

Fuera, seguían los latigazos y los aullidos del viento.

Alrededor de las cuatro y media, cuando la luz del día empezaba a amortiguarse, los gritos cesaron.

Los dos estaban sumidos en una inquieta modorra, Wendy con Danny todavía en sus brazos, y ella no se despertó. Pero el chico sí. De alguna manera, el silencio era peor, más amenazador que los gritos y los golpes contra la recia puerta en la despensa. ¿Papito se habría dormido? ¿O se habría muerto? ¿O qué?

(¿Se habría escapado?).

Quince minutos más tarde, el silencio era quebrado por un traqueteo áspero, duro, metálico. Primero un chirrido, después un zumbido mecánico.

Con un grito, Wendy se despertó.

El ascensor estaba de nuevo funcionando.

Los dos se quedaron escuchándolo, con los ojos muy abiertos, abrazándose. Iba de una planta a otra, se oía el golpe de la puerta, al cerrarse y al abrirse. Se oían risas, gritos de borrachos, de vez en cuando alaridos y el ruido de algo que se rompía.

En torno de ellos, el «Overlook» cobraba vida nuevamente.