29

CONVERSACIÓN EN LA COCINA

Jack llevó a Danny a la cocina. El chico seguía sollozando desesperadamente, negándose a apartar la cara del pecho de Jack. En la cocina, Jack volvió a entregárselo a Wendy, que seguía pareciendo azorada e incrédula.

—Jack, no se de qué está hablando. Créeme, por favor.

—Te creo —asintió él, aunque para sus adentros tenía que admitir que le daba cierto placer ver la forma tan inesperada, tan desconcertante, en que se habían dado la vuelta las cosas. Sin embargo, su furia con Wendy no había sido más que un arranque del momento; en su fuero interno, Jack sabía que Wendy se vertería encima una lata de gasolina y se prendería fuego antes de dañar a Danny.

Sobre el quemador de atrás de la cocina, con fuego bajo, se mantenía la tetera. Jack puso un saquito de té en su gran tazón de cerámica y lo llenó de agua caliente hasta la mitad.

—¿Tienes jerez para cocinar, verdad? —presunto a Wendy.

—¿Cómo? Ah, si… hay dos o tres botellas.

—¿En qué armario?

Ella se lo señaló, y Jack bajó una de las botella, Echó un buen chorro en el tazón, volvió a guardar el jerez y llenó de leche el resto del tazón. Le agregó tres cucharadas de azúcar y lo revolvió. Después se lo alcanzó a Danny, cuyos sollozos habían disminuido hasta convertirse en un lloriqueo entrecortado. Pero seguía temblando de pies a cabeza y los ojos, muy abiertos, no habían perdido su fijeza.

—Haz el favor de beberte eso, doc —le pidió Jack—. Te va a parecer horrible, pero te hará sentir mejor. ¿Quieres bebértelo, por papá?

Con un gesto afirmativo, el chico cogió el tazón. Bebió un sorbo, hizo una mueca y miró interrogativamente a su padre. Jack asintió con la cabeza y Danny siguió bebiendo. Dentro de ella, Wendy sintió el familiar aguijonazo de los celos; sabía que su hijo no lo habría bebido por ella.

Inmediatamente se le ocurrió una idea inquietante, alarmante incluso: ¿habría deseado ella pensar que el culpable era Jack? ¿Estaría tan celosa?

Era la forma en que habría pensado su madre, y eso era lo más horrible de todo. Wendy recordaba un domingo en que su papá la había llevado al parque y que ella se había caído del armazón de gimnasia y se había lastimado las rodillas. Cuando su padre la llevó a casa, la madre le había gritado: «¿Y tú qué hacías? ¿Por qué no estabas vigilándola? ¿Qué clase de padre eres?».

(La madre lo había llevado a la tumba; cuando por fin él se divorció ya era demasiado tarde).

Wendy sentía que jamás había concedido a Jack el beneficio de la duda. Ni por asomo. Wendy sentía que le ardía la cara, y sin embargo sabía irremediablemente, que si todo hubiera de suceder otra vez, ella haría lo mismo y pensaría de la misma manera. Para bien o para mal, llevaba por siempre consigo una parte de su madre.

—Jack… —comenzó, no muy segura de si quería disculparse o justificarse, y sabiendo que ninguna de las dos cosas serviría de nada.

—Ahora no —la interrumpió él.

Danny tardó quince minutos en beberse la mitad del contenido del tazón, pero pasado ese rato se había calmado visiblemente Los estremecimientos casi habían desaparecido.

Jack apoyó solemnemente las manos en los hombros de su hijo.

—Danny, ¿crees que puedes contarnos exactamente lo que te sucedió?

Es muy importante.

Danny miró de Jack a Wendy y después volvió de nuevo los ojos a su padre En la pausa de silencio, se pusieron de relieve el marco en que se hallaban y su situación: afuera el alarido del viento, que seguía amontonando nieve desde el noroeste; adentro los crujidos y gemidos del viejo hotel que se preparaba para otra tormenta. La realidad de su aislamiento se abatió con inesperada fuerza sobre Wendy, como solía sucederle, como un impacto en el corazón.

—Quiero contaros todo —susurró Danny—. Ojalá lo hubiera hecho antes —volvió a levantar la taza y la sostuvo con ambas manos, como si la tibieza le diera seguridad.

—¿Por que no lo hiciste, hijo? —suavemente, Jack le aparto de la frente el pelo desordenado y sudoroso.

—Porque el tío Al te había conseguido el trabajo, y yo no podía entender que este lugar fuera bueno y malo para ti, al mismo tiempo. Era… —los miró pidiendo ayuda, al no poder encontrar la palabra necesaria—. ¿Un dilema? —le preguntó suavemente Wendy—. ¿Cuando nada de lo que puedes elegir parece bueno?

—Eso, si —asintió el chico, aliviado.

—El día que tú estuviste podando el cerco, Danny y yo tuvimos una conversación en la furgoneta —terció Wendy—. El día de la primera nevada en serio, ¿te acuerdas?

Jack hizo un gesto afirmativo. El día que arregló los setos estaba muy bien grabado en su memoria.

—Pues me parece que no hablamos lo suficiente —suspiró Wendy—. ¿No te parece, doc?

Danny, la imagen del infortunio, movió la cabeza.

—¿De qué hablasteis, exactamente? —preguntó Jack—. No estoy seguro de que me guste que mi mujer y mi hijo… —… hablen de lo mucho que te quieren.

—De lo que fuere, no lo entiendo. Me siento como si hubiera entrado a ver una película después del descanso.

—Hablamos de ti —reconoció Wendy en voz baja—. Y tal vez no lo dijéramos todo en palabras, pero los dos lo sabíamos. Yo porque soy tu mujer, y Danny porque él entiende cosas.

Jack siguió en silencio.

—Danny lo dijo con toda exactitud. El lugar parecía bueno para ti.

Estabas lejos de todas las presiones que tan desdichado te hacían en Stovington. Eras tu propio jefe, y estar trabajando con las manos te permitiría reservar tu cerebro, sin restricciones, para escribir por las noches.

Después… no sé exactamente en que momento, empezó a parecer que este lugar no era bueno para ti. Te pasabas todo el tiempo en el sótano, revisando esos papeles viejos, toda esa historia antigua. Hablas en sueños.

—¿En sueños? —preguntó Jack, mientras en su rostro aparecía una expresión entre sorprendida y cautelosa—. ¿Que yo hablo en sueños?

—La mayor parte no se entiende. Una vez que me levanté para ir al baño, tú estabas diciendo: «Demonios, traed las ranuras por lo menos, que nadie lo sabrá jamás». Otra vez me despertaste, vociferando prácticamente:

«Quitaos las máscaras, quitaos las máscaras».

—Cristo —susurró Jack y se pasó una mano por la cara. Parecía descompuesto.

—Y todos los hábitos de cuando bebías, también. Masticar «Excedrina». Frotarte continuamente la boca. Caprichoso por las mañanas. Y tampoco has podido terminar la obra todavía, ¿no es eso?

—No, todavía no, pero no es mas que cuestión de tiempo. Estuve pensando en otra cosa. Tengo un proyecto nuevo.

—Este hotel. Es el proyecto por el cual te llamó Al Shockley. El que no quería que pusieras en práctica.

—¿Y tú como lo sabes? —ladró Jack—. ¿Estabas escuchando? ¿Estabas…?

—No —respondió Wendy—. Aunque hubiera querido escuchar, no habría podido hacerlo, y tú te darías cuenta si usaras la cabeza. Esa noche, Danny y yo estábamos abajo. El conmutador está desconectado. Nuestro teléfono de arriba era el único que funcionaba en el hotel, porque está conectado directamente con la línea exterior. Tú mismo me lo dijiste.

—Entonces, ¿cómo pudiste saber lo que me dijo Al?

—Porque Danny me lo dijo. Danny sabía, de la misma manera que a veces sabe dónde están las cosas que se han perdido, o sabe que alguien está pensando en divorciarse.

—El médico dijo…

Wendy movió la cabeza con impaciencia.

—Ese médico era una mierda y los dos lo sabemos. Lo hemos sabido todo el tiempo. ¿Te acuerdas de cuando Danny dijo que quería ver los camiones de bomberos? Eso no fue una corazonada. Apenas si era un bebé. Danny sabe cosas. Y ahora tengo miedo —miró los magullones en el cuello del chico.

—¿Sabías de verdad que el tío Al me había llamado, Danny?

Danny afirmó con la cabeza.

—Y estaba de veras enfadado, papá. Porque tú habías llamado al señor Ullman, y el señor Ullman lo llamó a él. El tío Al no quería que tú escribieras nada sobre el hotel.

—Jesús —suspiró Jack—. Y los magullones, Danny… ¿quién intentó estrangularte?

El rostro de Danny se ensombreció.

Ella —respondió—. La mujer que hay en esa habitación. La 217. La señora muerta.

Nuevamente, los labios empezaron a temblarle, y volvió a tomar el tazón para beber.

Por encima de su cabeza inclinada, Jack y Wendy cambiaron una mirada de inquietud.

—¿Sabes tú algo de esto? —preguntó Jack. Wendy negó con la cabeza.

—No, de esto no sé nada.

—¿Danny? —Jack levantó la carita asustada de su hijo—. Inténtalo hijo, que estás con nosotros.

—Yo sabía que este lugar era malo —dijo Danny en voz baja—. Ya desde que estábamos en Boulder, porque Tony me hacía soñar con eso.

—¿Que clase de sueños?

—No los recuerdo todos. Me mostraba el «Overlook» de noche, con una calavera y tibias cruzadas en el frente. Y se oían golpes. Y había algo… no recuerdo qué… que me perseguía. Un monstruo. Y Tony me mostró lo de redrum.

—¿Y eso qué es, doc? —interrogo Wendy. El chico negó con la cabeza.

—No lo sé.

—¿Será ron, como lo de «ay, ay, ay la botella de ron»? —le preguntó Jack, pero Danny volvió a hacer un gesto negativo.

—No lo sé. Después llegamos aquí, y el señor Hallorann hablo conmigo en su coche. Porque él también tiene el esplendor.

—¿El esplendor?

—Es… —Danny abrió las manos en un gesto que lo abarcaba todo—. Es poder entender las cosas. Saber cosas. A veces uno ve cosas… como cuando yo supe que había llamado el tío Al. O el señor Hallorann, que sabía que vosotros me llamabais doc. Y el señor Hallorann, una vez que estaba pelando patatas en el Ejército, supo que su hermano se había matado en un choque de trenes. Y cuando llamó a su casa, era verdad.

—Santo Dios —susurró Jack—. ¿No estarás inventando todo esto, verdad, Danny?

El chico negó violentamente con la cabeza.

—No, lo juro por Dios. El señor Hallorann —añadió después con un toque de orgullo— dijo que yo tenía el mejor esplendor que él hubiera visto en su vida. Los dos podíamos hablarnos sin tener siquiera que abrir la boca.

Sus padres volvieron a mirarse entre si, francamente aturdidos.

—El señor Hallorann quiso hablar conmigo porque estaba preocupado —continuó Danny—. Me dijo que este es un mal lugar para la gente que esplende. Dijo que el había visto cosas. Yo también vi algo, después de haber hablado con él, mientras el señor Ullman nos llevaba a los tres por el hotel.

—¿Qué viste? —pregunto Jack.

—En la suite presidencial. Sobre la pared que hay junto a la puerta, yendo hacia el dormitorio. Había un montón de sangre y algo más. Algo desagradable. Creo… que eso desagradable deben de haber sido sesos.

—Ay, Dios mío —suspiró Jack.

Wendy estaba muy pálida, con los labios casi de color gris.

—De ese lugar —explicó Jack—, hace algún tiempo fueron propietarios unos tipos bastante siniestros. Gente de una organización de Las Vegas.

—¿Mafiosos? —preguntó Danny.

—Exactamente mafiosos —confirmó Jacky y miró a Wendy—. En 1966, allí mataron a un gángster llamado Vito Gienelli, y a sus dos guardaespaldas.

En el periódico se publicó una foto; es exactamente la imagen que acaba de describir Danny.

—Y el señor Hallorann dijo que él vio algunas otras cosas —siguió contando Danny—. Una vez, en la zona infantil. Y otra vez vio algo malo en ese cuarto, el 217. Una de las camareras lo vio y la echaron de su trabajo por contarlo. Entonces, el señor Hallorann subió, y él también lo vio, pero no se lo dijo a nadie porque no quería quedarse sin trabajo. Salvo que a mí me dijo que nunca entrara allí… pero yo entré, porque él también me dijo que las cosas que viera aquí no podían hacerme daño, y yo le creí —las últimas palabras fueron casi un susurro, emitido en voz baja y ronca, y Danny se tocó el hinchado círculo de magullones que le rodeaba el cuello.

—¿Y qué pasó con la zona infantil? —preguntó Jack con voz extrañamente diferente.

—Eso no sé. Él habló de la zona infantil, y de los animales del seto.

Jack se sobresaltó, y Wendy lo miró con curiosidad.

—¿Es que tú has visto algo allí, Jack?

—No, nada —negó él.

Danny lo miraba.

—Nada —repitió Jack, con más calma. Y era la verdad. Había sido víctima de una alucinación, y nada más.

—Danny, tienes que contarnos lo de esa mujer —lo animó suavemente Wendy.

El chico empezó a contar, pero las palabras le salían en cíclicos estallidos, que a ratos se convertían en un farfullar incomprensible, movidos por la prisa de sacarlo todo fuera y terminar de una vez. Mientras hablaba, iba oprimiéndose cada vez más contra el pecho de su madre.

—Entré —contó—. Robé la llave maestra y entré. Era como si no pudiera contenerme. Tenía que saber. Y ella… la señora… estaba en la bañera. Estaba muerta, toda hinchada. Estaba des… desnu… no tenía puesta nada de ropa —con aire lamentable, miró a su madre—. Y empezó a levantarse y quería atacarme. Yo lo sé, porque lo sentía. No es que ella pensara, así como pensáis papá y tú. Era algo negro… ruin… un pensar hiriente… como… ¡como las avispas, aquella noche en mi cuarto! Sólo quería herir. Como las avispas.

Tragó saliva y, durante un momento, mientras la imagen de las avispas se adueñaba de todos, reinó el silencio.

—Entonces corrí —prosiguió Danny—. Quise escapar, pero la puerta estaba cerrada. Yo la dejé abierta, pero estaba cerrada. No se me ocurrió que podía volver a abrirla y salir corriendo. Estaba asustado. Entonces… me apoyé contra la puerta y cerré los ojos y me puse a pensar que el señor Hallorann había dicho que las cosas de aquí eran como las figuras de un libro, y que si… me repetía a mí mismo… tú no existes, vete, tú no existes… ella se iría. Pero no resultó.

Su voz empezó a elevarse en tonos histéricos.

—Me cogió… me hizo dar la vuelta… y le vi los ojos… vi cómo eran los ojos… y empezó a asfixiarme… le sentí el olor… le sentí el olor a muerta

—Basta, shii… —interrumpió Wendy, alarmada—. Basta, Danny, ya está bien…

De nuevo se preparaba para empezar a arrullarlo. El Arrullo para Ocasiones Múltiples, de Wendy Torrance, patente en trámite.

—Déjalo terminar —intervino secamente Jack.

—No sé más —articuló el chico—. Me desmayé, no sé si porque ella me estaba ahogando o porque tenía miedo. Cuando reaccioné estaba soñando que tú y mami os peleabais por mí, y que tú querías hacer de nuevo Algo Malo, papito. Entonces me di cuenta de que no era un sueño y… me desperté del todo… y… me mojé los pantalones. Me mojé los pantalones como un bebé —volvió a dejar caer la cabeza sobre el pecho de Wendy y empezó a llorar con un desvalimiento horrible, las manos yertas e inmóviles sobre las piernas.

—Ocúpate de él —Jack se puso de pie.

—¿Qué vas a hacer? —la expresión de Wendy era de terror.

—Voy a subir a esa habitación, ¿qué pensabas que iba a hacer?

¿Prepararme café?

—¡No! ¡Jack, por favor, no!

—Wendy, si hay alguien más en el hotel, tenemos que saberlo.

¡No te atrevas a dejarnos solos! —le gritó ella con tal fuerza que una lluvia de gotitas de saliva brotó de sus labios.

Jack se detuvo.

—Wendy, estás haciendo una excelente imitación de tu madre.

Wendy estalló en llanto, sin poder ocultar la cara porque tenía a Danny sentado en el regazo.

—Lo lamento —se disculpó Jack—, pero tú sabes que tengo que hacerlo. Por algo soy el maldito vigilante, me pagan para eso.

Wendy siguió llorando, y llorando la dejó Jack al salir de la cocina, frotándose la boca con el pañuelo mientras la puerta se cerraba a sus espaldas.

—No te preocupes, mami —la tranquilizó Danny—. No le pasará nada.

Papá no esplende, y allí no hay nada que pueda hacerle daño.

—No, creo que no —suspiró ella, entre sus lágrimas.