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LA NIEVE

Oscurecía.

Los tres estaban en la terraza bajo la luz cada vez más tenue, Jack en el medio, con el brazo derecho sobre los hombros de Danny y rodeando con el izquierdo la cintura de Wendy; miraban cómo la posibilidad de decisión se les escapaba de las manos.

Hacia las dos y media, el cielo se había nublado completamente, y una hora más tarde había empezado a nevar. Y esa vez no hacía falta un hombre del tiempo para decir que era una nevada en serio, no unos cuantos copos que fueran a derretirse o a volarse cuando empezara a azotarlos el viento nocturno. Al principio, la nieve había caído en una vertical perfecta, formando una manta que lo cubría todo por igual, pero una hora después del comienzo de la nevada había empezado también a soplar el viento desde el noroeste, y la nieve ya se estaba acumulando contra la terraza y los lados de la entrada para coches del «Overlook». Más allá del parque, la carretera ya había desaparecido bajo una gruesa manta blanca. Los animales del jardín ornamental tampoco se veían, pero cuando Wendy y Danny regresaron, ella había elogiado a Jack por lo bien que había arreglado el cerco. ¿Te parece?, le había preguntado él, sin hacer más comentario. Ahora, el seto estaba cubierto por una amorfa capa blanca.

Curiosamente, los tres estaban pensando cosas diferentes, pero sintiendo la misma emoción: alivio. Por fin habían cruzado el puente.

—¿Llegará alguna vez la primavera? —murmuró Wendy. Jack la abrazó con más fuerza.

—Antes de que te des cuenta. ¿Qué te parece si entramos y cenamos algo? Hace frío aquí fuera.

Wendy sonrió. Durante toda la tarde, Jack le había parecido distante y… bueno, raro. Ahora parecía más normal.

—Por mí, espléndido. ¿Quieres tú, Danny?

—Claro.

Los tres entraron juntos, dejando que afuera el viento empezara a convertirse en el grave ulular que se prolongaría durante toda la noche, y al que no tardarían en acostumbrarse. Los copos de nieve danzaban, arremolinándose en la terraza. El «Overlook» les hacía frente de la misma manera que lo había hecho durante tres cuartos de siglo, con las oscuras ventanas flanqueadas ya por la nieve, indiferente a la realidad de verse aislado del mundo. Aunque tal vez la perspectiva lo regocijara. Dentro de su caparazón, sus tres habitantes iniciaron la rutina nocturna, como microbios atrapados en el intestino de un monstruo.