22

EN LA FURGONETA

Veo salir mala luna

Veo dificultades en el camino

Veo terremotos y rayos

Veo mal tiempo para hoy

No salgas esta noche

puede costarte la vida

Hay mala luna al salir.

Alguien había agregado al tablero de la furgoneta del hotel una vieja radio para automóvil, y el altavoz dejaba salir, metálico y lleno de descargas, el inconfundible sonido de la banda «Creedence Clearwater Revival» de John Fogerty. Wendy y Danny iban a Sidewinder. El día era claro y luminoso.

Danny jugaba interminablemente con la tarjeta anaranjada de lector de Jack y parecía bastante animado, pero a Wendy le parecía verlo fatigado y tenso, como si no viniera durmiendo lo suficiente y sólo la energía nerviosa lo mantuviera en pie.

La canción terminó y se oyó la voz del locutor.

—Acaban de escuchar a «Credence». Y hablando de mala luna, parece que no tardaremos en tenerla, por difícil que parezca con el hermoso tiempo primaveral que hemos disfrutado en los dos o tres últimos días. El pronóstico del tiempo anuncia que alrededor de la una de la tarde la presión alta cederá el paso a una zona de baja presión que llegará hasta donde nos encontramos, haciendo descender rápidamente las temperaturas y provocando precipitaciones hacia el anochecer. Las elevaciones inferiores a los dos mil metros, entre ellas la zona de Denver, tendrán precipitaciones de aguanieve y nieve. Es posible que se hielen algunos caminos. Más arriba sólo habrá nieve. Se espera un espesor de tres a ocho centímetros por debajo de los dos mil metros, y posibles acumulaciones de quince a veinticinco centímetros en la zona central de Colorado y en la montaña. Se recuerda a quienes deban viajar por las montañas esta tarde o esta noche que será obligado el uso de cadenas. Además, es preferible no salir a menos que sea imprescindible. Recuerden lo que pasó con el grupo «Donner» —agregó el locutor en tono de broma—. No estaban tan cerca del próximo refugio como habían pensado.

—¿No te importa si la apago? —preguntó Wendy a su hijo cuando empezaron los anuncios.

—No, está bien —Danny miró al cielo, de un color azul brillante—. Parece que papá eligió bien el día para recortar esos animales del cerco, ¿no?

—Parece que si —coincidió Wendy.

—Pero no parece mucho que vaya a nevar —comentó Danny, esperanzado.

—¿No se te están enfriando los pies? —preguntó Wendy, que seguía pensando en el chiste del locutor sobre el grupo «Donner».

—No, no creo.

Bueno, se dijo Wendy, es el momento. Si vas a traer el tema, hazlo ahora o jamás estarás tranquila.

—Danny —empezó, en el tono más casual que pudo—, ¿no te gustaría más que nos fuéramos del «Overlook»? ¿Que no pasáramos aquí el invierno?

Danny se miró las manos.

—Creo que sí —asintió—. Sí, pero es el trabajo de papá.

—A veces —prosiguió ella, cautelosamente—, tengo la idea de que papito también estaría mejor si nos fuéramos.

Pasaron junto a una señal que anunciaba SIDEWINDER 30 KM y Wendy entró con precaución en una curva muy cerrada, puso el coche en segunda.

No quería correr riesgos; esos lugares le daban miedo.

—¿Estás segura de eso? —le preguntó Danny, mirándola atentamente; después sacudió la cabeza—. No, a mí no me parece.

—¿Por qué no?

—Porque está preocupado por nosotros —respondió el chico, eligiendo cuidadosamente las palabras. Era difícil de explicar, porque no era mucho lo que el mismo entendía. Encontró que le volvía a la memoria un incidente que había comentado con el señor Hallorann, el del muchacho que en unos almacenes estaba viendo las radios, con intención de robar una. La situación había sido penosa, pero por lo menos entonces lo que sucedía estaba claro, incluso para el propio Danny, que no era mucho más que un bebé. Pero con los adultos todo era siempre más complicado, ya que cualquier acción posible se teñía con la idea de las consecuencias, la empañaban las dudas, la imagen de si mismo, los sentimientos de amor y de responsabilidad. Parecía que todas las elecciones posibles tuvieran alguna desventaja, y a veces Danny no entendía por qué esas desventajas eran desventajas. Era muy difícil.

—Piensa… —volvió a empezar Danny, y miró rápidamente a su madre.

Wendy no lo miraba, tenía los ojos puestos en el camino, y el chico sintió que podía seguir.

—Piensa que tal vez nos sentiremos solos. Y además piensa que este lugar le gusta y que para nosotros es bueno. Papá nos quiere y no quiere que nos sintamos solos… ni tristes, pero piensa que aún si lo estamos, es posible que sea para bien a LA LARGA. ¿Tú sabes lo que es a LA LARGA?

—Sí, tesoro, lo sé.

—Y le preocupa que si nos vamos tal vez no consiga otro trabajo. Que tengamos que pedir o algo así.

—¿Eso es todo?

—No, pero lo demás está todo mezclado, porque él ahora es diferente.

—Sí —asintió Wendy, casi en un suspiro. La pendiente se hizo menos abrupta y ella volvió cautelosamente a la tercera.

—Te juro por Dios que todo esto no lo estoy inventando, mami.

—Ya lo sé —le sonrió Wendy—. ¿Te lo dijo Tony?

—No, pero lo sé. ¿Ese doctor no creyó en Tony, no es cierto?

—No te preocupes por el doctor. Yo sí creo en Tony. No sé qué es ni quién es, si es una parte especial de ti o si viene de… fuera, pero creo en él, Danny. Y si tú… si Tony piensa que debemos irnos, nos iremos. Nos iremos tú y yo y nos reuniremos de nuevo con papito en la primavera.

El chico la miró, con súbita esperanza.

—¿A dónde? ¿A un motel?

—Tesoro, un motel es muy caro para nosotros. Nos iríamos a casa de mi madre.

En el rostro de Danny, la esperanza se extinguió.

—Yo sé… —empezó, y se detuvo.

—¿Qué?

—Nada —farfulló el chico.

Como la pendiente había vuelto a acentuarse. Wendy pasó a segunda.

—No digas eso, doc, por favor. Creo que hace semanas que deberíamos haber hablado de esto. Por favor, dime qué es lo que sabes, que yo no me enojaré. No puedo enojarme, porque esto es demasiado importante. Háblame con toda sinceridad.

—Sé como te sientes tú con ella —respondió Danny, y suspiró.

—¿Cómo me siento?

—Mal —declaró Danny y siguió enumerando en un sobrecogedor sonsonete—: Mal. Triste. Furiosa. Te sientes como si ella no fuera tu mamá.

Como si quisiera comerte —la miró asustado—. Y a mí no me gusta estar allí.

Ella siempre está pensando cómo puede ser conmigo mejor que tú, y cómo puede apartarme de ti. Mami, no quiero ir allá. Prefiero estar en el «Overlook» y no allá.

Wendy estaba atónita. ¿Tan malas eran las cosas entre ella y su madre? Dios, qué infierno para el chico si era así y él podía realmente leer el pensamiento. De pronto se sintió más desnuda que si estuviera desnuda, como si la hubieran sorprendido haciendo alguna obscenidad.

—Está bien —lo tranquilizó—. Está muy bien, Danny.

—Estás enfadada conmigo —dijo él con una vocecita próxima a las lágrimas.

—No, de veras que no, sólo estoy sorprendida —iban pasando frente a un cartel que anunciaba SIDEWINDER 25 KM, y Wendy se relajó un poco. A partir de allí el camino era mejor.

—Quiero preguntarte algo más, Danny, y quiero que me lo contestes con toda la sinceridad que puedas. ¿Lo harás?

—Sí, mami —la respuesta del chico era un susurro.

—¿Papito no ha vuelto a beber?

—No —respondió Danny, y ahogó las dos palabras que se le habían formado en los labios después de la negación escueta: Todavía no.

Wendy se tranquilizó un poco más. Apoyó la mano sobre el tejano que enfundaba la pierna de su hijo y se la apretó.

—Papito se ha esforzado muchísimo, porque nos quiere —expresó en voz baja—. Y nosotros también lo queremos, ¿verdad?

Él chico asintió en silencio, gravemente. Wendy siguió hablando, casi como para sí misma.

—Sin ser perfecto, se ha esforzado… Danny, ¡se ha esforzado tanto!

Cuando… dejó… pasó por una especie de infierno. Y todavía lo está pasando.

Creo que si no hubiera sido por nosotros, habría dejado de luchar. Quiero hacer lo que está bien, pero no sé. ¿Tendríamos que irnos? ¿O quedarnos? Es como elegir entre la sartén y las brasas.

—Sí, lo sé.

—¿Tú harías algo por mí, doc?

—¿Qué?

—Intenta hacer que venga Tony. Ahora. Pregúntale si estamos seguros en el «Overlook».

—Ya lo intenté, esta mañana —respondió lentamente Danny.

—¿Qué sucedió? ¿Qué te dijo? —le preguntó Wendy.

—No vino —suspiró el chico—. Tony no vino —súbitamente, estalló en lágrimas.

—Danny, tesoro, no hagas eso —dijo ella alarmada—. Por favor…

La furgoneta se pasó de la doble línea amarilla y Wendy la enderezó, asustada.

—No me lleves a casa de la abuela —pidió Danny entre sus lágrimas—. Por favor, mami, no quiero ir allí, quiero quedarme con papito…

—Está bien —aceptó suavemente ella—. Está bien, eso haremos.

Sacó un pañuelo de papel del bolsillo de la camisa vaquera y se lo ofreció.

—Nos quedaremos, y todo irá bien. Estupendo.