EL ÁLBUM DE RECORTES
Jack encontró el álbum de recortes el uno de noviembre, mientras su mujer y su hijo daban un paseo a pie por el viejo camino lleno de baches que desde la parte de atrás de la cancha de roque conducía a una serrería abandonada, a unos tres kilómetros de allí. El tiempo seguía siendo espléndido, y los tres habían adquirido un inverosímil bronceado otoñal.
Jack había bajado al sótano a aminorar la presión de la caldera y, siguiendo un impulso, había cogido la linterna del estante donde estaban los planos de la fontanería, decidido a echar un vistazo a los periódicos viejos.
Buscaba además lugares adecuados para instalar las ratoneras, aunque eso no pensaba hacerlo hasta un mes más adelante… cuando estuviera seguro de que todas las ratas habían vuelto de sus vacaciones, le explicó a Wendy.
Guiándose con la luz de la linterna, pasó junto al hueco del ascensor (que por insistencia de Wendy no había usado desde que llegaron) y bajo el pequeño arco de piedra. El olor del papel podrido le hizo arrugar la nariz.
Tras él, la caldera emitió un resoplido grave, como un trueno, que lo sobresaltó.
Recorrió el lugar con la luz, mientras silbaba entre dientes. Había una maqueta de la cordillera de los Andes: docenas de cajas y cajones atestados de papeles, la mayor parte de ellos en blanco, deformados por el tiempo y la humedad. Otras cajas se habían abierto y desparramaban por el suelo de piedra amarillentos montones de papel. Había fardos de periódicos atados con cuerdas. Algunas cajas contenían algo que parecían libros de contabilidad, y otros formularios sujetos con bandas de goma. Jack sacó uno y lo iluminó con la linterna.
ROCKY MOUNTAIN EXPRESS, INC.
A: «OVERLOOK HOTEL».
DE: SIDEY'S WAREHOUSE, 1210 16TH STREET, DENVER CO.
VÍA: CANADIAN PACIFIC RR.
CONTENIDO: 400 CAJAS PAPEL HIGIÉNICO «DELSEY».
Firmado: D. E. F.
Fecha: 24 agosto 1954.
Con una sonrisa, Jack volvió a dejar caer el papel dentro de la caja. Dirigió la luz hacia arriba e iluminó una bombilla colgada del techo, sepultada casi por las telarañas. No tenía cadena para encenderla. Se puso de puntillas para enroscar mejor la bombilla. Se encendió débilmente. Recogió la factura y la empleó para quitar algunas telarañas: la luz no aumentó mucho. Empleando aún la linterna se paseó entre las cajas y fardos de papel, en busca de rastros de ratas. Las había habido, pero hacía mucho tiempo… años tal vez. Encontró algunas cagarrutas pulverizadas por el tiempo y varios nidos hechos con trozos de papel, viejos y sin usar. Sacó un periódico de uno de los paquetes y echó un vistazo a los titulares.
«JOHNSON PROMETE UNA TRANSICIÓN ORDENADA
Dice que las obras empezadas por JFK
se continuarán el año próximo».
El periódico era el Rocky Mountain News, y la fecha el 19 de diciembre de 1963. Jack volvió a dejarlo en el montón.
Se sentía fascinado por esa elemental sensación del transcurrir histórico que cualquiera tiene al echar un vistazo a las noticias de diez o veinte años atrás. En el montón de periódicos y anotaciones había lagunas: nada de 1937 al 45, del 57 al 60, del 62 al 63. Se imaginó que eran las épocas en que el hotel había estado cerrado.
Las explicaciones que le había dado Ullman sobre la azarosa historia del «Overlook» no le parecían del todo convincentes. Parecía que sólo la situación espectacular del hotel garantizaría un éxito permanente. Los millonarios norteamericanos habían existido siempre, desde antes que se inventaran los jets, y a Jack le parecía que el «Overlook» debía de haber sido una de las bases que tocaran en sus migraciones. Era lo que sonaba más verosímil. El «Waldorf» en mayo, el «Bar Harbor House» en junio y julio, el «Overlook» en agosto y a comienzos de setiembre, antes de irse a las Bermudas, a La Habana, a Río… donde fuera. Encontró una pila de viejos registros de huéspedes, pero lo aburrieron. Nelson Rockefeller en 1950, Henry Ford y su familia en 1927, Jean Harlow en 1930. Clarck Cable y Carole Lombard. En 1956, «Darryl F. Zanuck y compañía» habían ocupado durante una semana todo el piso alto. El dinero debía de haber rebosado por los corredores y por las cajas registradoras como una inundación alucinante. Y la administración tuvo que ser espectacularmente mala.
Vaya si había historia allí, y no precisamente en los titulares de los periódicos. Estaba ahí enterrada en los asientos de los libros mayores y en los vales de servicios a las habitaciones donde no era fácil descubrirla. En 1922, Warren G. Harding había encargado, a las diez de la noche, un salmón entero y un cajón de cerveza «Coors». Pero ¿con quién había estado comiendo y bebiendo? ¿Había sido una partida de póquer, una reunión estratégica… o qué?
Jack miró el reloj y se sorprendió al ver que ya habían pasado cuarenta y cinco minutos desde que había bajado al sótano. Tenía las manos y los brazos mugrientos, y tal vez hasta oliera mal. Decidió subir a darse una ducha antes de que volvieran Wendy y Danny.
Andando lentamente, pasó por entre las montañas de papeles; se sentía mentalmente alerta y por su cabeza desfilaban posibilidades con euforizante rapidez. Hacía años que no se sentía así. De pronto tuvo la sensación de que el nuevo libro que, medio en broma, se había prometido escribir, podía ser algo muy real. Hasta era posible que estuviera allí mismo, sepultado entre esos desordenados montones de papel. Podría ser una obra de ficción o de historia, o las dos: un libro largo, que desde allí estallara en un centenar de direcciones.
De pie bajo la bombilla sucia de telarañas, sin darse cuenta sacó el pañuelo del bolsillo de atrás y se lo pasó por los labios. Y entonces fue cuando vio el álbum de recortes.
A su izquierda, como una torre de Pisa, se elevaba una pila de cinco cajas. La de más arriba estaba llena de libros comerciales y facturas, y sobre todo eso, en equilibrio desde sabría Dios cuántos años, había un grueso álbum de recortes con tapas de piel blanca, sujetas las páginas por dos trozos de cordón dorado que alguien había atado con ostentosos lazos. Por curiosidad lo alcanzó. La tapa de encima tenía una gruesa capa de polvo.
Jack la sostuvo al nivel de los labios, sopló el polvo que se disipó en una nube, y lo abrió. Al hacerlo, se escapó una tarjeta que Jack atrapó en el aire, antes de que pudiera llegar al suelo de piedra. Era suntuosa, color crema, dominada por un grabado en relieve del «Overlook» con todas las ventanas iluminadas. El parque y el campo de juegos estaban adornados con linternas japonesas encendidas. Daba casi la impresión de que se pudiera entrar en él, en un «Overlook Hotel» que había existido hacía treinta años.
Jack casi podía verlos en el comedor: los hombres más ricos de Norteamérica y sus esposas. Ellos de esmoquin e impecable camisa almidonada; ellas con vestidos de noche; la música de la orquesta; el repiqueteo de los tacones altos. Tintinear de cristales, estampidos de corchos de champaña. La guerra había terminado, o casi. El futuro se abría ante ellos, limpio y resplandeciente. Norteamérica era el coloso del mundo, y por fin ella misma lo sabía y lo aceptaba.
Y luego, a medianoche, el propio Derwent gritando:
—¡A quitarse las máscaras! ¡A quitarse las máscaras!
Y las máscaras que se apartan, y…
(Y sobre todos ellos la Muerte Roja).
Frunció el ceño. ¿De qué siniestro rincón le salía eso? Eso era de Poe, el insigne Escritorzuelo Norteamericano. E indudablemente el «Overlook» —ese «Overlook» iluminado y resplandeciente de la invitación que tenía en sus manos— era lo menos parecido a E. A. Poe que se pudiera imaginar.
Volvió a dejar la invitación dentro del libro y pasó a la página siguiente. Un recorte de uno de los periódicos de Denver, y debajo garabateada la fecha: 15 mayo, 1947.
REAPERTURA DE ELEGANTE HOTEL DE TEMPORADA
EN LA MONTAÑA, CON ESTRELLAS DE PRIMERA MAGNITUD
COMO HUÉSPEDES.
Derwent dice que el «Overlook» será
El «Espectáculo del mundo».
Por David Felton, redactor jefe.
En sus 38 años de historia, el «Overlook Hotel» ha sido inaugurado y vuelto a inaugurar, pero pocas veces con el estilo y brío que nos promete Horace Derwent, el misterioso millonario californiano que es el último propietario del establecimiento.
Derwent, que no hace ningún secreto del hecho de haberse gastado más de un millón de dólares en su última aventura —aunque hay quien dice que la cifra se acerca más a los tres millones—, declara que «El nuevo «Overlook» será uno de los espectáculos del mundo, uno de esos hoteles en los que, treinta años más tarde, se recordará haber pasado una noche».
Cuando a Derwent, de quien se rumorea que tiene cuantiosos intereses en Las Vegas, le preguntaron si el hecho de haber comprado y reformado el «Overlook» representaba el primer disparo en la batalla por la legalización del juego en casinos en el Estado de Colorado, el magnate de la aviación, el cine, las fábricas de armamentos y los astilleros lo negó… con una sonrisa. «Introducir el juego sería abaratar el «Overlook»», dijo «y tampoco pienso derrotar a Las Vegas. ¡Tengo demasiadas fichas allá para eso! No tengo interés en entrar en manejos para legalizar el juego en Colorado; sería como escupir contra el viento».
Cuando el «Overlook» abra oficialmente (en sus instalaciones hubo una gigantesca fiesta, de enorme éxito, hace un tiempo, cuando se terminaron los trabajos), sus habitaciones, pintadas, empapeladas y decoradas de nuevo, darán alojamiento a una lista estelar de huéspedes, que van desde el diseñador de modas Corbat Stani a…
Con una sonrisa divertida, Jack pasó la página y se quedó mirando un anuncio a doble página de lasección de viajes del New York Sunday Times.
En la página siguiente había una nota sobre el propio Derwent, un hombre calvo con ojos capaces de traspasarlo a uno incluso desde la foto de un periódico amarillento. Llevaba anteojos sin montura y un bigote como dibujado a lápiz, en el estilo de los años cuarenta, que en nada le hacía parecerse a Errol Flynn. Tenía cara de contable; eran los ojos los que le daban aire de ser algo —o alguien— más que eso.
Jack recorrió rápidamente el artículo. La mayor parte de la información le era conocida por una nota del Newsweek sobre Derwent aparecida el año anterior. Nacido pobre en St. Paul, no terminó el secundario y en cambio entró en la Armada. Tras un rápido ascenso se retiró en medio de un áspero pleito por la patente de un nuevo modelo de hélice que había diseñado. En el tira y afloja entre la Armada y un joven desconocido llamado Horace Derwent, el resultado era previsible: ganó el Tío Sam. Pero el Tío Sam jamás había vuelto a conseguir otra patente, y eso que había habido muchas.
A fines de la década del veinte y comienzos de la siguiente, Derwent se orientó hacia la aviación. Compró una compañía arruinada que no hacía más que juntar polvo, la convirtió en un servicio postal aéreo y la sacó adelante. Vinieron después más patentes: un nuevo diseño de alas para un monoplano; un dispositivo para bombas que se usó en las fortalezas volantes que habían vomitado fuego sobre Hamburgo, Dresde y Berlín; una ametralladora refrigerada por alcohol; un prototipo del asiento eyectable que más adelante se usó en los jets de los Estados Unidos.
Y durante todo el proceso, el contable que vivía bajo el mismo pellejo que el inventor seguía amontonando las inversiones. Una insignificante cadena de fábricas de munición en los Estados de Nueva York y de Nueva Jersey. Cinco hilanderías en Nueva Inglaterra. Fábricas de productos químicos en el Sur acosado por la miseria. Al término de la Depresión su riqueza no había consistido en otra cosa que en un puñado de intereses predominantes, comprados a precios abismalmente bajos y vendibles únicamente a precios más bajos aún. Hubo un momento en que Derwent se jactaba de que si vendía todo lo que tenía podía comprarse un «Chevrolet» de hacía tres años.
Jack recordaba que se habían difundido rumores de que algunos de los medios empleados por Derwent para mantenerse a flote no fueron muy delicados. Enredos con la fabricación clandestina de bebidas; prostitución en el Medio Oeste; contrabando en las zonas costeras del Sur, donde tenía sus fábricas de fertilizantes. Finalmente, vinculaciones con los intereses de las primeras casas de juego del Oeste.
Probablemente, la inversión más famosa de Derwent fuera la compra, en pleno naufragio, de los estudios Top Mark, que no habían tenido un solo acierto desde que su actriz infantil, Little Margery Morrys, se les había muerto de una dosis excesiva de heroína en 1934, a los catorce años. La versión oficial fue que la estrella —que se había especializado en deliciosas chiquillas de siete años que salvaban matrimonios y rescataban la vida de perros injustamente acusados de matar gallinas—, había contraído una «enfermedad consuntiva» mientras actuaba en un orfanato de Nueva York.
Top Mark le rindió el homenaje del funeral más suntuoso que se hubiera visto en la historia de Hollywood, aunque algunos cínicos insinuaron que los del estudio se habían gastado todo ese dinero porque sabían que a quien estaban enterrando era a Top Mark.
Derwent contrató a Henry Finkel, astuto hombre de negocios y desaforado maníaco sexual, para dirigir Top Mark, y en los dos años que precedieron a Peal Harbor el estudio vomitó sesenta películas, de las cuales cincuenta y cinco no pasaron por la Oficina Hayes más que para sacar la lengua en las propias narices del censor. Las otras cinco eran películas de propaganda del gobierno. Los filmes comerciales fueron éxito clamorosos.
Durante la filmación de uno de ellos un anónimo diseñador de modas había ideado un sostén sin hombreras para que lo luciera la heroína durante la escena del Gran Baile, en la que mostraba todo lo que tenía, a no ser —posiblemente— una marca de nacimiento un poco por debajo de donde se separan las nalgas. También el crédito por ese invento fue para Derwent, y para aumento de su reputación y notoriedad.
La guerra lo había enriquecido, y seguía siendo rico. Establecido en Chicago, rara vez se lo veía a no ser en las juntas directivas de «Derwent Enterprises» (que presidía con mano de hierro) y se rumoreaba que era dueño de «United Air Lines», Las Vegas (donde se sabía que tenía intereses predominantes en cuatro hoteles-casino, y la mano metida en otros seis, por lo menos), Los Angeles e incluso de los Estados Unidos. Conocido por sus amistades entre los nombres de la realeza, de los presidentes del hampa, muchos pensaban que era el hombre más rico del mundo.
Pero no había podido sacar adelante el «Overlook», pensó Jack.
Durante un momento, dejó el álbum de recortes para sacar la pequeña libreta de notas y el lápiz estilográfico que llevaba siempre en el bolsillo del pecho. «Buscar H. Derwent en bibl. Sidwndr.», anotó y volvió a guardar la libreta y a coger el álbum de recortes. Tenía la expresión preocupada, los ojos distantes y continuamente se frotaba la boca con la mano mientras seguía pasando páginas.
Recorrió rápidamente el material que seguía, mientras tomaba mentalmente nota para leerlo con más atención en otro momento. En muchas de las páginas había recortes de gacetillas de Prensa. Fulano era esperado en el «Overlook» la semana siguiente, zutano organizaba una recepción en el salón (el que en la época de Derwent se llamaba Red-Eye Lounge). Muchos de los que invitaban eran apellidos de Las Vegas, y muchos invitados eran ejecutivos y estrellas de Top Mark.
Después apareció un recorte fechado el 1.º de febrero de 1952:
MILLONARIO VENDE
INVERSIONES EN COLORADO.
Trato hecho con inversionistas californianos sobre el «Overlook»
y otras inversiones. Revelaciones de Derwent.
Por Rodney Concklin, redactor financiero.
En un sucinto comunicado proporcionado ayer por las oficinas en Chicago de la monolítica «Derwent Enterprises» se reveló que el millonario (billonario, tal vez). Horace Derwent ha vendido la totalidad de sus inversiones en Colorado, en una vertiginosa operación financiera que quedará completada el 1.º de octubre de 1954. Las inversiones de Derwent incluyen gas natural, carbón, energía hidroeléctrica y una compañía de bienes raíces, la Colorado Sushine, Inc., que es propietaria de una superficie de más de 200 000 Ha. de tierra en Colorado o tiene opciones sobre ella.
La inversión de capital más famosa de Derwent en Colorado, el «Overlook Hotel», ya ha sido vendido, según lo reveló Derwent en una excepcional entrevista concedida ayer. El comprador fue un grupo de inversionistas californianos encabezado por Charles Grondin, ex director de la «Corporación de Tierras de California». Aunque Derwent declinó hacer referencia al precio, según fuentes bien informadas…
Había vendido todo, absolutamente todo. No era solamente el «Overlook». Pero de alguna manera… de alguna manera… Jack volvió a enjugarse los labios con la mano y deseó poder beber algo. Eso iría mejor si tuviera algo para beber. Siguió pasando más páginas.
El grupo de California había abierto el hotel durante dos temporadas y después se lo vendió al «Mountainview Recorts», otro grupo de Colorado, que en 1957 se declaró en quiebra, entre acusaciones de corrupción, escamoteo de fondos y estafas a los accionistas. Dos días después de haber sido emplazado para comparecer ante un gran jurado, el presidente de la compañía se mató de un tiro.
Durante el resto del decenio el hotel había estado cerrado. Sobre esa época no había más que un artículo, en un periódico dominical, con el titular ANTIGUO GRAN HOTEL SUMIDO EN EL ABANDONO. Las fotos que lo ilustraban hicieron que a Jack se le encogiera el corazón: la pintura de la terraza delantera desconchada, el césped lleno de hierbas y de parches pelados, las ventanas destrozadas por tormentas y piedras. Eso también sería parte del libro, si es que llegaba a escribirlo: el fénix que se reduce a cenizas para después renacer. Jack se prometió que él cuidaría del hotel; lo cuidaría bien. Le parecía que antes de ese día no había entendido en realidad la magnitud de su responsabilidad con el «Overlook». Era casi como tener una responsabilidad ante la historia.
En 1961 cuatro escritores, dos de ellos ganadores del Premio Pulitzer, habían alquilado el hotel para reabrirlo como escuela para escritores. Eso había durado un año. Uno de los estudiantes se había emborrachado en su habitación del tercer piso, se había arrojado por la ventana y había ido a estrellarse en la terraza de cemento de abajo. El periódico insinuaba que podía haber sido un suicidio.
Todos los grandes hoteles tienen escándalos, había dicho Watson, lo mismo que cualquier gran hotel tiene un fantasma. ¿Por qué? Demonios, la gente viene y va…
De pronto le pareció que casi podía sentir el peso del «Overlook» como algo que lo oprimía desde arriba, con sus ciento diez habitaciones, los depósitos de provisiones, la cocina, la despensa, el congelador, el vestíbulo, el salón de baile, el comedor… (En el salón las mujeres vienen y van) (…y sobre todos ellos la Muerte Roja).
Se frotó los labios y pasó a la página siguiente del álbum de recortes.
Había llegado ya al último tercio de él y por primera vez se preguntó conscientemente de quién sería ese volumen abandonado encima del montón de papeles más alto del sótano.
Un nuevo titular, de fecha 10 de abril de 1963.
GRUPO DE LAS VEGAS COMPRA FAMOSO HOTEL EN COLORADO.
El pintoresco «Overlook» convertido en club reservado.
Como portavoz de un grupo de inversionistas reunidos bajo el nombre de «High Country Investments», Robert T. Leffing anunció hoy en Las Vegas que la «Hight Country» ha negociado la compra del famoso «Overlook Hotel», establecimiento de temporada situado en lo alto de las Montañas Rocosas. Leffing rehusó mencionar específicamente los nombres de los inversionistas, pero dijo que el hotel sería convertido en un club muy reservado. Dijo que el grupo que él representa espera contar entre sus miembros a los más altos ejecutivos de las compañías norteamericanas y extranjeras.
La «High Country» es también propietaria de hoteles en Montana, Wyoming y Utah.
El «Overlook» llegó a ser mundialmente conocido en los años 1946-1952, cuando fue propiedad del esquivo megamillonario Horace Derwent, quien"…
En la página siguiente había un breve suelto con fecha de cuatro meses más tarde. El «Overlook» había sido reabierto bajo nueva dirección.
Aparentemente el periódico no había podido descubrir quiénes eran los principales accionistas —o no le había interesado—, porque no se mencionaban apellidos sino que se hablaba solamente de «High Country Investments», la firma de apariencia más anónima de que Jack hubiera tenido noticias, a no ser una cadena de tiendas de bicicletas y electrodomésticos de Nueva Inglaterra bajo el nombre de «Negocios, Ltd.».
Jack pasó la página y se quedó mirando el recorte que tenía pegado:
¿VUELVE EL MILLONARIO DERWENT
A COLORADO POR LA PUERTA TRASERA?
Revélase que Ch. Grondin es un ejecutivo de la «High Country».
Por Rodney Concklin, director financiero.
"El hotel «Overlook», espectacular palacio situado en las tierras altas de Colorado, que fue en su momento el juguete particular del millonario Horace Derwent, constituye el centro de una maraña financiera que en este momento comienza a salir a la luz.
El 10 de abril del año pasado el hotel fue adquirido por «High Country Investments», empresa de Las Vegas, como club exclusivo para ejecutivos adinerados del país y del extranjero. Fuentes bien informadas afirman que «High Country» está presidida por Charles Grondin, 53, que fue director de «California Land Development Corp.» hasta 1959, fecha en la que renunció para asumir el cargo de vicepresidente ejecutivo en la oficina de «Derwent Enterprises» en Chicago.
Esto lleva a conjeturar que quizá «High Country Investments» esté controlada por Derwent, quien podría así haber adquirido por segunda vez el «Overlook», en circunstancias muy especiales.
No nos ha sido posible establecer contacto con Grondin, que en 1960 fue acusado y absuelto de una supuesta evasión de impuestos, y Horace Derwent, que guarda celosamente su aislamiento, no hizo ningún comentario cuando hablamos por teléfono con él. El representante en el Congreso Dick Bows, de Golden, ha pedido una investigación a fondo de"…
Ese recorte tenía fecha 27 de julio de 1964. El siguiente era una columna tomada de un suplemento dominical de setiembre del mismo año. El artículo estaba firmado por Josh Brannigar, periodista muy en la línea de Jack Anderson. Jack recordaba vagamente que había muerto en 1968 o 1969.
¿ZONA FRANCA DE LA MAFIA EN COLORADO?
Por Josh Brannigar.
"Parece posible que el ultimísimo refugio de los superseñores de la Organización en los EE.UU. se encuentre en un apartado hotel enclavado en el centro de las Montañas Rocosas. El «Overlook Hotel», un elefante blanco que fue dirigido sin suerte por casi una docena de grupos e individuos sucesivos desde que abrió sus puertas por primera vez en 1910, funciona ahora como un vigiladísimo «club exclusivo» para hombres de negocios en proceso ascendente. La pregunta que nos hacemos nosotros es ésta: ¿cuáles son realmente los negocios de los principales accionistas del «Overlook»?
Los miembros presentes durante la semana del 16 al 23 de agosto pueden darnos una idea. La lista que sigue fue obtenida por un antiguo empleado de «High Country Investments», compañía de la que primero se creyó que actuaba como testaferro de «Derwent Enterprises». Con los nuevos datos disponibles parece mas probable que los intereses de Derwent en «High Country» (si los tiene) sean superados en mucho por los de varias grandes figuras del juego en Las Vegas. Estos mismos tahúres de alto vuelo estuvieron vinculados con personajes a la vez sospechosos y convictos pertenecientes al mundo del hampa.
Durante aquella soleada semana de agosto estuvieron presentes en el «Overlook»:
Charles Grondin, presidente de «High Country Investments». Cuando en julio de este año se supo que Grondin pilotaba la nave de «High Country», se anunció —con retraso considerable— que había renunciado antes a su cargo en «Derwent Enterprises». El dignamente canoso Grondin, que se negó a formular declaraciones para esta columna, fue ya procesado y absuelto de cargos de evasión de impuestos, en el año 1960.
Charles «Baby Charlie». Battaglia, un sexagenario empresario de Las Vegas (con importantes intereses en «The Greenback» y «The Lucky Bones», en la calle principal de casas de juego en Las Vegas). Battaglia es íntimo amigo de Grondin. Su historial de arrestos se remonta a 1932, fecha en la que fué procesado y absuelto por el asesinato, al estilo gángster de Jack «Dutchy». Morgan. Las autoridades federales lo consideran comprometido en asuntos de tráfico de drogas, prostitución y asesinatos a sueldo, pero «Baby Charlie» no ha estado más que una vez entre rejas, por evasión de impuestos, en 1955-56.
Richard Scarne, principal accionista de «Fun Time Automatic Machines». La «Fun Time» fabrica máquinas tragaperras para el Estado de Nevada, billarines y tocadiscos tragaperras para el resto del país. Ha cumplido condenas por ataque con arma letal (1940), tenencia de armas (1948) y conspiración para cometer defraudación de impuestos (1961).
Peter Zeiss, importador domiciliado en Miami, próximo a los setenta.
En los últimos cinco años ha corrido el riesgo de ser deportado como persona indeseable. Ha sido condenado por aceptación y ocultación de bienes procedentes de robo (1958) y conspiración para cometer defraudación de impuestos (1954). Encantador, distinguido y mundano, Peter Zeiss, a quien sus íntimos llaman «Papá», ha sido procesado por asesinato y complicidad en asesinato. Importante accionista de la «Fun Time» de Scarne, se sabe que tiene también intereses en cuatro de los casinos de Las Vegas.
Vittorio Gienelli, conocido como «Vito el Descuartizador», procesado en dos ocasiones por homicidio en cuadrilla, uno de ellos el de Frank Scoffy, figura del hampa bostoniana, asesinado a hachazos. Gienelli ha sido acusado veintitrés veces, procesado catorce veces y condenado solamente una vez, en 1940, por raterías. Créese que en los últimos años se ha convertido en una de las figuras importantes de las operaciones de la Organización en el Oeste, que tienen por base Las Vegas.
Carl «Jimmy-Ricks». Prashkin, inversionista de San Francisco a quien se considera heredero forzoso del poder que ostenta ahora Gienelli. Prashkin posee un importante paquete de acciones de «Derwent Enterprises», «High Country Investments», «Fun Time Automatic Machines» y tres casinos de Las Vegas. No tiene historial en Norteamérica, pero en México fue acusado de fraude, aunque la acusación fue rápidamente retirada tres semanas después de presentada la querella. Se ha insinuado que quizá sea la persona encargada de «limpiar» el dinero obtenido del funcionamiento de los casinos de Las Vegas y de volver a canalizar la mayor parte de estas sumas hacia las operaciones legítimas de la Organización en el Oeste. Y es posible que en la actualidad tales operaciones incluyan al «Overlook Hotel» de Colorado.
Otros visitantes durante la actual temporada fueron"…
Había mas, pero Jack se limitó a recorrerlo rápidamente, sin dejar de enjugarse los labios con la mano. Un banquero con conexiones en Las Vegas.
Hombres de Nueva York cuya actividad en el mundo de la moda no se limitaba, aparentemente, a fabricar ropa. Hombres a quienes se sospechaba complicados en cuestiones de drogas, vicios, robos, asesinatos.
¡Dios mío, qué historia! Y todos habían estado ahí, encima de donde estaba él, en esas habitaciones vacías. Regodeándose con prostitutas de lujo en la tercera planta tal vez. Bebiendo botellones de champaña. Cerrando tratos que se traducirían en millones de dólares, tal vez en la misma suite donde se habían alojado presidentes. Vaya si había allí una historia. Una historia de mil demonios. Un poco alterado, volvió a sacar su libreta de notas; apuntó algunos otros datos para comprobar todo lo de esa gente en la biblioteca de Denver cuando terminara su trabajo de vigilante. Si todos los hoteles tenían un fantasma, el «Overlook» tenía todo un aquelarre de ellos.
Primero suicidio, después la mafia, después ¿qué?
El recorte siguiente era una furiosa denegación de las acusaciones de Brannigar, firmado por Charles Grondin. Jack sonrió escépticamente.
En la página siguiente, el recorte era tan grande que habían tenido que doblarlo. Al desplegarlo. Jack se quedó sin aliento. La fotografía del artículo parecía venírsele encima: desde junio de 1966 habían cambiado el empapelado, pero él conocía bien esa ventana y su visión panorámica. Eran las del lado oeste de la suite presidencial. Lo que venía después: asesinato. La pared del cuarto de estar, junto a la puerta que daba al dormitorio, estaba salpicada de sangre y de algo que no podían ser sino fragmentos de masa encefálica. Un policía de rostro inexpresivo estaba de guardia junto a un cadáver cubierto por una manta. Jack miró la foto, fascinado, y después sus ojos se dirigieron al texto.
ASESINATO MÚLTIPLE EN UN HOTEL DE COLORADO
Conocido personaje del hampa asesinado
en un club de montaña. Otros dos, muertos.
"Sidewinder. Colo (UPI). A sesenta y cinco kilómetros de este apacible pueblecito de Colorado, en el corazón de las Montañas Rocosas, se ha llevado a cabo en el estilo de la mafia, una ejecución múltiple. El «Overlook Hotel», adquirido hace tres años como club exclusivo por una empresa de Las Vegas, ha sido teatro de un triple asesinato con armas de fuego. Dos de los hombres eran compañeros o guardaespaldas de Vittorio Gienelli, conocido también como el Descuartizador por su supuesta intervención en un crimen cometido hace veinte años en Boston.
La Policía fue requerida por Robert Norman, gerente del «Overlook» quien declaró haber oído disparos, y que algunos huéspedes decían haber visto a dos hombres con la cara cubierta con medias y armados, que habían escapado por la escalera de incendio y se habían alejado en un convertible ultimo modelo, de color tostado.
El agente Benjaman Moorer descubrió dos cadáveres, identificados después como los de Víctor T. Boorman y Roger Macassi, ambos de Las Vegas, en el lado de afuera de la puerta de la suite donde se han alojado dos presidentes norteamericanos. En el interior, Moorer halló el cuerpo de Gienelli caído en el suelo. Aparentemente, Gienelli huía de sus atacantes cuando fue abatido.
Moorer dijo que le habían disparado a quemarropa con armas de gran calibre.
Charles Grondin, representante de la compañía que es en la actualidad propietaria del «Overlook» se mostró inaccesible"…
Debajo del recorte, con un bolígrafo, alguien había escrito con trazos gruesos: Le cortaron las pelotas. Jack se lo quedó mirando largo rato; sentía frío. ¿De quién era ese libro?
Finalmente, dio la vuelta a la página y tragó saliva con un chasquido en la garganta. Otra columna de Josh Brannigar, ésta con fecha de comienzos de 1967. Sólo leyó el encabezamiento:
TRAS EL ASESINATO DE UNA FIGURA DEL HAMPA, SE VENDE CONOCIDO HOTEL.
Las hojas que seguían estaban en blanco.
(Le cortaron las pelotas).
Volvió a hojearlo de atrás hacia delante, buscando un nombre, una dirección, hasta un número de habitación, porque estaba seguro de que quien fuera el que hubiese llevado ese pequeño libro de Memorias, había parado en el hotel. Pero no encontró nada. Se preparaba para leer de nuevo todos los recortes, con más atención esta vez, cuando una voz lo llamó desde lo alto de la escalera:
—¿Jack, cariño?
Wendy.
Se sobresalto, sintiéndose casi culpable, como si hubiera estado bebiendo a escondidas y ella pudiera olfatear los vapores. Era ridículo. Se frotó los labios con la mano.
—Sí, nena —contestó—. Estoy buscando ratas.
Wendy bajaba. Oyó sus pasos en la escalera, después al atravesar el cuarto de la caldera. Rápidamente, sin pensar por qué lo hacía, metió el álbum de recortes bajo un montón de cuentas y facturas, y se enderezó en el momento en que ella pasaba bajo el arco.
—Pero ¿qué es lo que has estado haciendo aquí? ¡Son casi las tres!
—¿Tan tarde es? —sonrió Jack—. Me quedé mirando todo esto… tratando de encontrar dónde están enterrados los cadáveres, me imagino.
Las palabras resonaron en su mente con un eco maligno.
Wendy se le acercó más, mirándolo, y él dio inconscientemente un paso atrás, sin poder evitarlo. Ya sabía lo que hacía Wendy: trataba de olfatear si él había bebido. Tal vez ella no se diera cuenta, pero él sí, y eso le hizo sentirse culpable y enojado a la vez.
—Te sangran los labios —señaló Wendy, con un tono curiosamente inexpresivo.
—¿Sí? —Jack se llevó la mano a la boca y dio un pequeño respingo, dolorido. Al retirar el dedo, vio sangre. Se sintió más culpable.
—Has estado otra vez frotándote la boca —señaló Wendy. Él bajó la vista, encogiéndose de hombros.
—Sí, parece que sí.
—¿Ha sido muy difícil para ti, no es eso?
—No, no tanto.
—¿No se te ha hecho más fácil?
Jack la miró y obligó a sus pies a que empezaran a moverse. Cuando ya estaban en movimiento era más fácil. Se acercó a su mujer y le pasó el brazo por la cintura. Apartándole un mechón de pelo rubio, la besó en el cuello.
—Sí —asintió—. ¿Dónde está Danny?
—Oh, por ahí. Afuera ha empezado a nublarse. ¿No tienes hambre?
Con fingida lascivia, él le pasó la mano por las nalgas tensamente enfundadas en los tejanos.
—Como un oso en celo, señora.
—Cuidado, gandul. No empieces lo que no vas a poder terminar.
—¿Jueguecitos, señora? —Jack mantuvo la caricia—. ¿Fotos porno? ¿Posiciones exóticas?
Mientras pasaban bajo el arco, se dio la vuelta para echar un vistazo a la caja donde el álbum (¿de quién?) estaba escondido. Una vez apagada la luz, no era más que una sombra. Se sintió aliviado por haber conseguido apartar a Wendy. Su deseo sensual empezó a hacerse más natural, menos fingido, a medida que se acercaban a la escalera.
—Tal vez —respondió Wendy—. Después de que te comas un sandwich… ¡Zas! —se apartó de él, riendo—. ¡Muy divertido!
—No tan divertido como lo que a Jack Torrance le gustaría divertirla, señora.
—Déjalo, Jack. ¿Qué te parece jamón y queso… para el primer plato?
Juntos subieron la escalera, sin que Jack se volviera a mirar por encima del hombro. Pero recordaba las palabras de Watson: Cualquier gran hotel tiene un fantasma. ¿Por qué? Demonios, la gente viene y va…
Después Wendy cerró tras ellos la puerta del sótano, dejando atrás la oscuridad.