EL PAÍS DE LAS SOMBRAS
Danny sintió debilidad y, a las cuatro y cuarto, subió en busca de su leche y sus galletas. Las engulló mientras miraba por la ventana y después entró a besar a su madre, que se había echado. Wendy le sugirió que se quedara dentro a ver un programa de TV, porque así el tiempo se le pasaría más rápido, pero el chico negó firmemente con la cabeza y volvió a sentarse al borde de la acera.
Ahora eran las cinco, y por más que no tuviera reloj ni pudiera todavía leer muy bien la hora, Danny se daba cuenta del paso del tiempo por el alargamiento de las sombras y por ese dejo dorado que empezaba a teñir la luz de la tarde.
Mientras daba vueltas al planeador entre sus manos, empezó a tararear por lo bajo: «Salta sobre mí, Lou, no me importa… salta sobre mí, Lou, no me importa… mi maestra se marchó… Lou, Lou, salta sobre mí…». Él y sus compañeros solían entonar juntos esa canción en el jardín de infancia Jack y Jill, donde iba cuando vivían en Stovington. Aquí en este pueblo no iba al jardín porque papá ya no tenía dinero suficiente para mandarle.
Danny sabía que su madre y su padre estaban preocupados por eso, preocupados porque era algo que aumentaba su soledad (y más profundamente aún, sin haberlo hablado entre ellos, les preocupaba que Danny pudiera culparlos), pero en realidad él no quería seguir yendo al viejo Jack y Jill. Eso era para bebés. Y aunque él todavía no era un chico grande, tampoco era un bebé. Los chicos grandes iban a la escuela de los grandes, donde les servían un almuerzo caliente. El año próximo, primer grado. Este año era como un lugar intermedio entre ser bebé y ser un chico grande. Pero estaba bien. Echaba de menos a Scott y a Andy —principalmente a Scott—, pero así y todo, estaba bien. Parecía mejor estar solo para esperar cualquier cosa que pudiera suceder.
Danny entendía muchísimas cosas de sus padres, y sabía que muchas veces a ellos no les gustaba que él entendiera, y que muchas otras se negaban a creer que así fuera. Pero algún día tendrían que creerlo. Él se conformaba con esperar.
Pero era una pena que no pudieran creerlo, especialmente en momentos como éste. Mamá estaba echada en su cama, en el apartamento, a punto de llorar de tan preocupada que estaba por papá. Algunas de las cosas que la preocupaban eran demasiado de adultos para que Danny las entendiera; cosas vagas que tenían que ver con la seguridad, con la imagen de sí mismo de papá, con sentimientos de culpa y de enojo y con el miedo por lo que podría suceder con ellos, pero las dos cosas principales que en ese momento la preocupaban eran que papá hubiera tenido una avería en la montaña (si no, ¿por qué no telefoneaba?) o que se hubiera ido a hacer Algo Malo. Danny sabía perfectamente qué era Algo Malo desde que se lo había explicado Scotty Aaronson, que tenía seis meses más que él. Y Scotty lo sabía porque también su papá había hecho Algo Malo. Scotty le había contado que una vez, su papá le había dado a su mamá un puñetazo en un ojo y la había derribado. Finalmente, el papá y la mamá de Scotty se habían DIVORCIADO por aquel Algo Malo, de modo que cuando Danny lo conoció, Scotty vivía con su madre y únicamente veía a su papá los fines de semana. El terror mayor de la vida de Danny era el DIVORCIO, palabra que siempre se le aparecía mentalmente como un cartel pintado con letras rojas cubiertas de serpientes sibilantes y venenosas. Cuándo había un DIVORCIO, los padres de uno ya no vivían juntos y se peleaban por el hijo en un tribunal, y uno tenía que irse a vivir con uno de ellos y al otro no lo veía prácticamente nunca, y ese con el que uno estaba podía casarse con alguien a quien uno no conocía siquiera, si les entraba mucha prisa. Lo que más aterrorizaba a Danny del DIVORCIO era que había notado que la palabra —o el concepto, o lo que fuere que se le presentaba en su comprensión— estaba flotando en la cabeza de sus padres, a veces en forma difusa y relativamente distante, pero otras como algo tan denso, oscuro e impresionante como las nubes de tormenta. Ocurría así desde esa vez que papá le castigó por desordenar y ensuciar los papeles que tenía arriba, en su estudio, y el médico tuvo que escayolarle el brazo. El recuerdo del episodio ya se había desvanecido, pero el recuerdo de las ideas de DIVORCIO era nítido y angustiante. Era una idea que por ese entonces había rondado principalmente a su mamá, y Danny había vivido en el terror constante de que ella se arrancara la palabra del cerebro y la echara por la boca convirtiéndola en realidad. DIVORCIO. Era una corriente subterránea constante en el pensamiento de sus padres, una de las pocas ideas que Danny podía detectar siempre, como se percibe un ritmo musical sencillo. Pero, lo mismo que un ritmo, la idea central no era más que la espina dorsal de otras ideas más complejas, de cosas que él todavía no podía siquiera empezar a interpretar, que se le presentaban apenas como colores y estados de ánimo. Las ideas de DIVORCIO de mamá, giraban en torno de lo que papá le había hecho en el brazo y de lo que había sucedido en Strovington cuando se quedó sin trabajo. Ese chico. Ese George Hatfield que se había enfadado con papá y le había pinchado las ruedas del coche. Las ideas de DIVORCIO de papá eran más complejas, de un color violeta oscuro y surcadas por aterradoras venas de negro intenso.
Parecía que papá pensara que ellos estarían mejor si él se iba, que las cosas dejarían de hacer daño. Su papá hacía daño todo el tiempo, principalmente por su deseo de hacer Algo Malo. Eso también era algo que Danny podía detectar casi siempre: la constante ansiedad de su padre por refugiarse en un lugar oscuro a mirar un televisor en colores y comer cacahuetes que iba sacando de un tazón y hacer Algo Malo hasta que el cerebro se le aquietara y le dejara en paz.
Pero esa tarde su madre no tenía necesidad de preocuparse, y Danny habría querido poder ir a decírselo. El coche no se había averiado, ni papá estaba en ninguna parte haciendo Algo Malo. En ese momento estaba casi llegando a casa, recorriendo la carretera entre Lyons y Boulder. Por el momento, papá no pensaba siquiera en hacer Algo Malo, Pensaba en… en… Danny miró furtivamente a sus espaldas, hacia la ventana de la cocina.
A veces, al esforzarse mucho en pensar le sucedía algo. Sucedía que las cosas —las cosas reales— se iban, y entonces Danny veía otras que no estaban. Una vez, durante la cena, le había sucedido eso, no mucho después de que le hubieran escayolado el brazo. En ese momento ninguno hablaba mucho con los otros. Pero pensaban, eso sí. Las ideas de DIVORCIO se cernían sobre la mesa de la cocina como una nube negra llena de lluvia, preñada, próxima a estallar. Él se sentía tan mal que no podía comer; la idea de comer con toda esa nube negra de DIVORCIO encima le daba ganas de vomitar. Y como todo le parecía tan desesperadamente importante, Danny se había sumergido por completo en la concentración y había sucedido algo. Cuando regresó al mundo de las cosas reales, estaba tendido en el suelo, sucio de judías y de puré de patatas, y su mamá lo tenía en brazos y lloraba mientras papá llamaba por teléfono. Él se había asustado y había tratado de explicarles que no pasaba nada, que eso era lo que le sucedía a veces cuando se concentraba para entender más de lo que normalmente podía. Intentó explicarle lo de Tony, a quien ellos llamaban su «compañero de juegos invisibles».
—Ha tenido una A Lu Ci Nación —había dicho su padre—. Y aunque ahora parece bien, de todas maneras quiero que lo vea el médico.
Cuando se fue el medico, mamá le había hecho prometer que jamás volvería a hacer eso, que nunca les volvería a asustar de esa manera, y Danny había accedido. Él también estaba asustado, porque al concentrarse, su mente había volado hacia su papá y durante un momento, antes de que apareciera Tony (desde lejos, como siempre, llamándolo a la distancia) y las cosas raras hubieran eclipsado la cocina y la tajada de asado sobre el plato azul, durante un momento apenas su propia conciencia había atravesado la oscuridad de su padre hasta hundirse en una palabra incomprensible, mucho más aterradora que DIVORCIO, y esa palabra era SUICIDIO. Danny jamás había vuelto a encontrarla en la mente de su papá, y ciertamente no había vuelto a buscarla. No tenía ningún interés en llegar a saber con exactitud el significado de esa palabra.
Pero concentrarse sí le gustaba, porque a veces venía Tony. No siempre. A veces las cosas simplemente se ponían inciertas y nebulosas durante un minuto y después se aclaraban… la mayoría de las veces, en realidad. Pero otras veces, en el límite mismo de la visión; se le aparecía Tony, llamándolo a la distancia, haciéndole señas…
Le había sucedido dos veces desde que se mudaron a Boulder, y Danny recordaba lo sorprendido y encantado que se había sentido al descubrir que Tony lo había seguido todo el camino desde Vermont. De manera que en definitiva no había perdido a todos sus amigos.
La primera vez él estaba afuera, en el patio del fondo, y lo sucedido no era mucho. Simplemente que Tony le había hecho señas y después hubo oscuridad y unos minutos más tarde Danny regresaba a las cosas reales con algunos vagos fragmentos de recuerdo, como de un sueño enmarañado. La segunda vez, dos semanas antes, había sido más interesante. Tony le hacía señas, le llamaba desde una distancia de cuatro metros: un solo «Danny… Ven a ver…». Parecía como si estuviera levantándose y después se hubiera caído en un profundo agujero, como Alicia en el País de las Maravillas.
Después, Danny bajó al sótano de la casa y Tony estuvo junto a él, señalándole en las sombras el baúl donde su papá guardaba todos los papeles importantes, especialmente «LA OBRA».
—¿Ves? —le había preguntado Tony con su voz musical y distante—. Está ahí bajo la escalera. Exactamente bajo la escalera. Los hombres de la mudanza lo pusieron exactamente… bajo… la escalera. Danny había dado un paso adelante para mirar más de cerca esa maravilla y entonces, de nuevo, se encontró cayendo, esta vez desde el columpio del patio del fondo, donde había estado sentado durante todo ese tiempo, y de golpe, hasta se quedó sin aliento.
Tres o cuatro días más tarde, papá estuvo paseándose furiosamente mientras le decía a mamá que se había recorrido todo el maldito sótano y el baúl no estaba, y que les iba a entablar juicio a los de la maldita empresa de mudanzas, que le habían perdido entre Vermont y Colorado. ¿Cómo iba a poder terminar «LA OBRA» si seguían sucediéndole cosas como ésa?
—No, papá —le había dicho Danny—. Está debajo de la escalera. Los de la mudanza lo pusieron directamente bajo la escalera.
Papá lo miró de una manera extraña y después fue a ver. Y el baúl estaba allí, exactamente donde Tony había dicho. Papá se lo llevó aparte, lo sentó en las rodillas y le preguntó quién le había dejado bajar al sótano.
¿Había sido Tom, el del piso de arriba? El sótano era peligroso, decía papá; por eso el casero lo mantenía cerrado con llave. Si alguien lo dejaba sin llave, papá quería saberlo. Aunque se alegraba de tener allí sus papeles y su «OBRA», eso no valdría la pena, le dijo, si Danny se caía por las escaleras y se rompía e… la pierna. Danny dijo con toda seriedad a su padre que él no había bajado al sótano. Esa puerta estaba siempre cerrada con llave. Y mamá dijo lo mismo. Danny nunca bajaba al vestíbulo del fondo, dijo, porque era húmedo y oscuro y estaba lleno de arañas. Y él no decía mentiras.
—Entonces, ¿cómo lo sabías, hijo? —le preguntó papá.
—Me lo mostró Tony.
Su madre y su padre habían cambiado una mirada por encima de su cabeza. Había sucedido otras veces, ocasionalmente. Y como eso los asustaba, lo apartaban cuanto antes de la cabeza. Pero Danny sabía que estaban preocupados por Tony, especialmente mamá, y él se cuidaba mucho de no pensar de la manera que podía hacer aparecer a Tony cuando ella podía verlo. Pero ahora que su madre estaba echada y no iría por el momento a la cocina, se concentró intensamente para ver si podía entender en qué estaba pensando papá.
Se le arrugó la frente y las manos, no demasiado limpias, se cerraron en tensos puños sobre los tejanos. Danny no cerró los ojos; no era necesario, sino que los entornó bastante, mientras se imaginaba la voz de papá, la voz de Jack, la voz de John Daniel Torrance, calma y profunda, que a veces se estremecía de risa o se hacía más grave aún por el enojo, o simplemente seguía siendo calma, porque su padre estaba pensando. Pensando en. Pensando sobre. Pensando… (pensando).
Danny suspiró, silenciosamente, y su cuerpo se aflojó sobre la acera como si de pronto se hubiera quedado sin músculos. Estaba totalmente consciente; veía la calle y la chica y el muchacho que venían por la acera del lado de enfrente, cogidos de la mano porque estaban (¿enamorados?) felices por el día y por estar juntos ese día. Veía las hojas de otoño arremolinándose en el arroyo, como ruedas amarillas de formas irregulares.
Veía la casa frente a la cual pasaban y se fijó en que el tejado estaba cubierto de (tejas, sí creo que no habrá problema si la caída de aguas está bien así estará perfecto, ese watson que personaje, ojalá le encuentre lugar en «LA OBRA», si no tengo cuidado terminaré por meter en ella a todo el maldito género humano, sí tejas, ¿habrá clavos ahí fuera?, a la mierda, me olvidé de preguntarle, bueno son fáciles de conseguir, en la ferretería de sidewinder avispas, es la época en que anidan, tal vez tendría que conseguir un pulverizador de insecticida para cuando saque las tejas viejas, las tejas nuevas, las) tejas. Así que estaba pensando en eso. Había conseguido el trabajo y estaba pensando en las tejas. Danny no sabía quién era Watson, pero todo lo demás le parecía bastante claro. Y por fin podría ver un avispero. Tan seguro como que se llamaba —Danny… Danny…
Levantó los ojos y allí estaba Tony, lejos como siempre, en la calle, de pie junto a una señal de stop, saludándolo con la mano. Danny, como siempre, sintió una cálida oleada de placer al ver a su viejo amigo, pero esa vez le pareció sentir también un aguijonazo de miedo, como si Tony hubiera venido con alguna sombra oculta a la espalda. Un bote lleno de avispas que, cuando quedaran en libertad, le picarían despiadadamente.
Pero no era cuestión de no ir. Se repantingó más sobre el bordillo de la acera, y las manos se le deslizaron, laxas, entre los muslos para quedar colgando por debajo del ángulo de la entrepierna. El mentón se hundió sobre el pecho. Después vino un tirón, leve e indoloro: una parte de él se levantó y echó a correr en pos de Tony, hacia un cono de oscuridad.
—Danny…
Ahora la oscuridad estaba surcada por una blancura remolineante. Un ruido convulsivo, como una tos, y sombras doblegadas, torturadas, que se revelaron como abetos sacudidos en la noche por una borrasca atronadora.
Nieve que giraba y danzaba. Nieve por todas partes.
—Demasiado profunda —dijo Tony desde la oscuridad, y en su voz había una tristeza que aterró a Danny—. Demasiado profunda para salir.
Otra forma, amenazante, en el fondo. Rectangular y enorme. Un tejado en pendiente; Blancura que se perdía en la oscuridad tormentosa.
Muchas ventanas. Un edificio largo con tejas de madera. Algunas tejas eran más verdes, más nuevas. Las había puesto su papá. Con clavos de la ferretería de Sidewinder. Ahora la nieve estaba cubriendo las tejas. Estaba cubriéndolo todo.
Una luz verde, sobrenatural, se encendió en el frente del edificio, parpadeó y se convirtió en una gigantesca calavera que sonreía sobre dos tibias cruzadas.
—Veneno —advirtió Tony desde la flotante oscuridad—. Veneno.
Otros signos parpadeaban ante sus ojos, algunos en letras verdes, algunos escritos en tablas que se inclinaban y torcían bajo el empuje de la ventisca. PROHIBIDO NADAR. ¡PELIGRO! CABLES ELECTRIZADOS. PROHIBIDO ENTRAR EN ESTA PROPIEDAD. ALTA TENSIÓN. TERCER RIEL. PELIGRO DE MUERTE. CUIDADO. NO ENTRAR. SE DISPARARÁ SOBRE LOS INFRACTORES.
Danny no entendía del todo ninguno de ellos (¡si no sabía leer!), pero todos le daban una sensación general de terror onírico que se le infiltró en todos los huecos oscuros del cuerpo, como esporas leves, oscuras, que se morirían a la luz del sol.
Los carteles se desvanecieron. Ahora estaba en un cuarto lleno de muebles extraños, un cuarto que estaba a oscuras. La nieve golpeaba contra las ventanas como si arrojaran arena. Danny sentía la garganta seca, los ojos ardientes, el corazón se le paseaba a martillazos por el pecho. Afuera había un ruido hueco, retumbante, como el de una puerta espantosa que se abre bruscamente de par en par. Ruido de pasos. Del otro lado de la habitación había un espejo, y en lo más hondo de su burbuja de plata aparecía una palabra escrita en fuego verde y esa palabra era REDRUM[2]".
El cuarto se esfumó. Otro cuarto. Danny lo conocía (lo conocería) bien. Una silla derribada. Una ventana rota por donde entraban remolinos de nieve; nieve que se había helado ya sobre el borde de la alfombra. Las cortinas habían sido arrancadas a tirones y pendían de su barrote, quebrado en ángulo. Un armario pequeño, caído boca abajo.
Más ruidos huecos y resonantes, constantes, rítmicos, horribles. De cristal que se rompe. De destrucción que se acerca. Una voz ronca, la voz de un loco, más terrible aún por ser familiar:
—¡Sal! ¡A ver si sales, mierda, a tomar tu medicina!
Crash. Crash. Crash. Madera que se parte. Un rugido de satisfacción y de rabia. REDRUM. Ya viene.
Recorriendo el cuarto, sin rumbo. Arrancando cuadros de las paredes.
Un tocadiscos (¿el tocadiscos de mamá?) arrojado sobre el piso. Los discos de ella, Grieg, Händel, los Beatles, Art Garfunkel, Bach, Liszt, desparramados por todas partes. Rotos, hechos pedazos. Un rayo de luz que llega desde otra habitación, desde el cuarto de baño, una luz blanca y cruda y una palabra que parpadea, encendiéndose y apagándose en el espejo del botiquín, como un ojo de color púrpura, REDRUM, REDRUM, REDRUM…
—No —susurró—. No, Tony, por favor…
Y pendiendo inerte por encima del labio blanco de la bañera, una mano. Laxa. Un lento hilo de sangre (REDRUM) que resbala por uno de los dedos, el del medio, y va a gotear sobre los azulejos desde la uña cuidadosamente manicurada…
No, oh no, no no…
(oh por favor, Tony, que me das miedo).
REDRUM REDRUM REDRUM
(no sigas Tony no sigas).
Se desvanecía.
En la oscuridad los ruidos retumbantes se hacían más fuertes, seguían creciendo, en ecos, por todas partes, por todos lados. Y ahora Danny estaba en cuclillas en un pasillo oscuro, agazapado sobre una alfombra azul con un tumulto de formas negras retorcidas entretejidas en la trama, escuchando los ruidos retumbantes que se acercaban y una Forma dobló por el pasillo y empezó a acercársele, tambaleante, oliendo a sangre y destrucción. En la mano llevaba un mazo que hacía girar (REDRUM) de un lado a otro describiendo arcos implacables, asestándolo contra las paredes, destrozando el empapelado y haciendo volar nubes fantasmales de polvo de yeso:
—¡Ven a tomar tu medicina! ¡Tómala como un hombre!
La Forma que avanzaba sobre él, apestando con un hedor agridulce, gigantesca, cortando el aire con el mazo con un maligno susurro sibilante y después el gran retumbo hueco al estrellarlo contra la pared, haciendo volar el polvo que se le metía a uno por las narices, seco e irritante. Minúsculos ojos de fuego que relucían en la oscuridad. El monstruo ya estaba sobre él; lo había descubierto, allí, acurrucado, con la espalda contra la pared. Y la puerta trampa del techo estaba cerrada con llave.
Oscuridad. Sin rumbo.
—Tony, por favor quiero volver, por favor, por favor…
Y volvió. Estaba sentado en la acera de Arapahoe Street, con la camisa húmeda pegada a la espalda y el cuerpo bañado en sudor. En los oídos le resonaba todavía el tremendo contrapunto retumbante de ese ruido y olió su propia orina que no había podido controlar por el terror. Seguía viendo esa mano que colgaba flojamente sobre el borde de la bañera mientras la sangre le corría por un dedo, el del medio, y esa palabra inexplicable que era mucho más horrible que ninguna de las otras: REDRUM.
Y ahora la luz del sol. Las cosas reales. A no ser por Tony, ya muy lejos, un puntito apenas, de pie en la esquina, hablándole con su voz débil, aguda, dulce.
—Cuídate, doc…
Después, en un instante, Tony desapareció y el destartalado cochecito rojo de papá apareció doblando la esquina, traqueteando por la calle, arrojando por el escape nubecitas de humo azul. En un segundo Danny estuvo de pie, saludando con la mano, saltando de un pie a otro, gritando:
—¡Papi! ¡Eh, papi! ¡Hola, hola!
Papá acercó el «Volkswagen» a la acera, paró el motor y abrió la puerta. Danny corrió hacia él, pero se quedó helado, con los ojos muy abiertos. El corazón se le subió hasta la garganta y allí se le quedó. Junto a su papá, en el otro asiento delantero, había un mazo de mango corto, todo pegoteado de sangre y pelos.
No, no era más que el bolso de la compra.
—Danny… ¿estás bien, doc?
—Sí, muy bien —se acercó a su padre y hundió la cara en el forro de piel de oveja de su chaqueta de dril y lo abrazó fuerte fuerte fuerte. Jack también lo abrazó, un poco perplejo.
—Oye, será mejor que no te quedes así sentado al sol, hijo. Estás todo sudoroso.
—Creo que me quedé un rato dormido. Te quiero, papá. Te estaba esperando.
—Yo también te quiero, Dan. Mira, he traído algunas cosas. ¿Crees que eres bastante grande para subirlas?
—¡Claro!
—Doc Torrance, el hombre más fuerte del mundo —anunció Jack, mientras le desordenaba el pelo—. Que se entretiene quedándose dormido en las esquinas.
Después los dos fueron hacia la puerta y mamá bajó al porche, a su encuentro, y Danny se quedó en el segundo escalón, mirando cómo se besaban sus padres. Estaban contentos de verse. El amor fluía de ellos de la misma manera que había fluido del muchacho y de la chica que se paseaban por la calle cogidos de la mano. Danny estaba contento.
El bolso de la compra —que no era más que el bolso de la compra— crujía entre sus brazos. Todo estaba bien. Papá había vuelto, mamá lo quería. No había nada de malo. Y no todo lo que Tony le mostraba sucedía siempre.
Pero el miedo se le había instalado en el corazón, profundo y terrible, en el corazón y en esa palabra indescifrable que había visto en el espejo de su espíritu.