Capítulo 6

Me quedé mirando la corbata azul. No. ¿La marrón? No. ¿Tan complicado iba a ser vestirse cada día?

Quería causar una buena primera impresión ante las chicas —y una buena segunda impresión a una de ellas—, y en aquel momento me pareció que todo dependía de escoger la corbata correcta. Suspiré. Aquellas chicas ya me estaban convirtiendo en un tonto.

Intenté seguir el consejo de mi madre y ser yo mismo, con mis defectos incluidos. Cogí la primera corbata que tuve a mano, me acabé de vestir y me eché el cabello hacia atrás.

Salí por la puerta y encontré a mis padres junto a la escalera, conversando en voz baja. Me planteé dar un rodeo para no interrumpirlos, pero mi madre me llamó con un gesto de la mano.

Cuando llegué a su altura, me colocó bien las mangas con la mano y luego se puso a mi espalda, alisándome la casaca.

—Recuerda que ellas están nerviosísimas, y lo que necesitan es que las hagas sentir como en casa.

—Actúa como un príncipe —añadió mi padre—. Recuerda quién eres.

—Tómate tu tiempo para decidir. No hay ninguna prisa —dijo mamá, tocándome la corbata—. Es muy bonita.

—Pero no te quedes con ninguna si ya sabes que no te interesa. Cuanto antes tengamos a las candidatas definitivas, mejor.

—Sé educado.

—Actúa con seguridad.

—Tú háblales.

Mi padre suspiró.

—Esto no es ninguna broma. Recuérdalo.

Mamá alargó la mano y me la puso sobre el hombro.

—Vas a estar fantástico. —Tiró de mí para darme un gran abrazo y volvió a apartarse y a quitarme las arrugas de la ropa con la mano.

—Muy bien, hijo. Adelante —dijo mi padre, indicándome las escaleras.

—Nosotros te esperaremos en el comedor.

Yo ya me estaba mareando.

—Ummm, sí. Gracias.

Me detuve un momento para coger aliento. Sabía que intentaban ayudarme, pero habían conseguido acabar con la poca serenidad que me quedaba. Me dije que se trataba únicamente de saludar a las chicas, que ellas estarían tan interesadas como yo en que aquello saliera bien.

Y entonces recordé que iba a volver a hablar con America. Al menos, sería entretenido. Con eso en la cabeza, bajé las escaleras rápidamente hasta la planta baja y me dirigí al Gran Salón. Respiré hondo y golpeé la puerta con los nudillos antes de entrar.

Allí, más allá de los guardias, esperaba todo el grupo de chicas. Saltaron los flashes de las cámaras, capturando sus reacciones y la mía. Sonreí a aquellos rostros esperanzados, sintiéndome más tranquilo al ver que todas parecían contentas de estar allí.

—Alteza —me dijeron. Me giré y me encontré a Silvia, que levantaba la cabeza tras hacer una reverencia. Casi había olvidado que iba a estar allí, enseñándoles el protocolo, del mismo modo que me había enseñado a mí cuando era más joven.

—Hola, Silvia. Si no te importa, me gustaría presentarme ante estas jóvenes.

—Por supuesto —repuso ella, con una nueva reverencia. A veces resultaba demasiado teatral.

Paseé la mirada por la sala, en busca de aquella melena de fuego. Tardé un momento, ya que me distraían los brillos procedentes de todas las muñecas, orejas y cuellos de la sala. Por fin la encontré, unas filas por delante, mirándome con una expresión diferente a la de las demás. Sonreí, pero ella, en lugar de devolverme la sonrisa, parecía confundida.

—Señoritas, si no les importa —les dije—, las iré llamando una por una para hablar con ustedes. Estoy seguro de que todas están deseosas de desayunar, como yo, así que no les quitaré demasiado tiempo. Les ruego me disculpen si me cuesta aprenderme los nombres; son ustedes bastantes.

Algunas de las chicas soltaron unas risitas contenidas, y me alegró constatar que podía identificar a más de las que creía. Me fui a la jovencita del extremo derecho de la primera fila y le tendí la mano. Ella la cogió con ilusión y nos dirigimos a los sofás que habían colocado específicamente para aquel fin.

Por desgracia, Lyssa no era más atractiva en persona que en la foto. Aun así, se merecía el beneficio de la duda, así que conversamos.

—Buenos días, Lyssa.

—Buenos días, alteza —dijo, con una sonrisa tan amplia que debía de dolerle.

—¿Qué te parece el palacio?

—Es precioso. Nunca he visto nada tan precioso. La verdad es que todo esto es precioso. Vaya, eso ya lo he dicho, ¿no?

Sonreí.

—Está bien. Me alegro de que te guste tanto. ¿A qué te dedicas?

—Soy una Cinco. Todos en mi familia somos escultores. Aquí tienen unas piezas increíbles. Realmente preciosas.

Intenté mostrarme interesado, pero no me despertaba la más mínima curiosidad. Aun así, ¿y si pasaba a alguna de ellas por alto y luego me arrepentía?

—Gracias. Umm, ¿cuántos hermanos tienes?

Tras unos minutos de conversación en los que usó la palabra «precioso» no menos de doce veces, tuve claro que no necesitaba saber nada más de aquella chica.

Era hora de seguir adelante, pero sabía que sería cruel mantenerla allí, sabiendo que no tenía ninguna posibilidad. Decidí que empezaría con una criba allí mismo, en aquel mismo momento. Sería más justo para las chicas, y quizá también impresionara a mi padre. Al fin y al cabo, él mismo me había dicho que quería que empezara a tomar decisiones.

—Lyssa, muchas gracias por tu tiempo. Cuando haya acabado con todas, ¿te importaría quedarte un poco más para que pudiera hablar contigo?

Ella se sonrojó.

—Por supuesto.

Nos pusimos en pie, y me sentí fatal al intuir que ella había interpretado aquella petición al contrario de lo que era.

—¿Te importaría decirle a la siguiente que se acerque?

Ella asintió e hizo una reverencia; luego se fue junto a la chica que tenía a su lado, que reconocí inmediatamente como Celeste Newsome. Desde luego habría que tener muy pocas luces para olvidarse de aquel rostro.

—Buenos días, Lady Celeste.

—Buenos días, alteza —contestó, esbozando una reverencia. Tenía una voz almibarada, y enseguida me di cuenta de que muchas de aquellas chicas podrían acabar cautivándome. A lo mejor todas esas preocupaciones sobre la posibilidad o no de enamorarme de ellas no tenían sentido; tal vez el problema acabara siendo que me enamorara de todas y que fuera incapaz de escoger.

Le indiqué con un gesto que se sentara frente a mí.

—Tengo entendido que eres modelo.

—Sí —contestó, encantada al ver que ya me había informado sobre ella—. Sobre todo de ropa. Dicen que tengo buen tipo y que se me da bien.

Por supuesto, al oír aquellas palabras, me vi obligado a mirar el tipo del que hablaba, y desde luego era impresionante.

—¿Te gusta tu trabajo?

—Oh, sí. Es sorprendente cómo la fotografía puede captar un momento particular de algo exquisito.

Aquello me llamó la atención.

—No sé si lo sabías, pero la verdad es que soy muy aficionado a la fotografía.

—¿De verdad? Pues deberíamos organizar una sesión en algún momento.

—Eso sería fantástico. —Ah, aquello iba a ser mejor de lo que pensaba. En apenas diez minutos ya había eliminado a una candidata inviable y había encontrado a alguien con la que compartía una afición.

Probablemente podría haber seguido hablando con Celeste una hora más, pero tenía que acelerar las cosas si quería acabar antes de la hora de comer.

—Querida, siento cortar aquí nuestra conversación, pero tengo que veros a todas esta mañana —me disculpé.

—Por supuesto. —Se puso en pie—. Espero que podamos retomar pronto nuestra charla.

Aquel modo de mirarme… No sabría muy bien cómo definirlo. Me hizo ruborizar, y bajé la cabeza en una leve reverencia para disimularlo. Respiré hondo varias veces y me concentré en la siguiente chica.

Bariel, Emmica, Tiny y otras muchas fueron pasando. Hasta aquel momento, la mayoría eran agradables y educadas. Pero yo esperaba mucho más.

Pasaron cinco chicas más antes de que ocurriera algo interesante. Cuando me levanté a saludar a la morena delgadita que venía a mi encuentro, ella me tendió la mano.

—Hola. Soy Kriss.

Me quedé mirando la mano tendida y me dispuse a estrechársela, pero entonces la retiró.

—¡Oh, vaya! ¡Me he olvidado de hacer la reverencia! —reaccionó, levantándose y meneando la cabeza.

Me reí.

—Me siento tan boba… Lo primero que hago, y lo hago mal —dijo, pero borró aquello con una sonrisa, y la verdad es que fue encantadora.

—No te preocupes, querida —contesté. Con un gesto le indiqué que se sentara—. Ha habido cosas peores.

—¿De verdad? —susurró, contenta de oír aquello.

—No te daré detalles, pero sí. Al menos tú has intentado ser educada.

Abrió más aún los ojos, y echó un vistazo a las chicas, preguntándose quién podría haber sido maleducada conmigo. Fue una buena idea ser discreto y no contarle que la noche anterior alguien me había llamado superficial.

—Bueno, Kriss, háblame de tu familia.

—Es típica, supongo —repuso, encogiéndose de hombros—. Vivo con mi madre y con mi padre; los dos son profesores. Creo que a mí también me gustaría enseñar, aunque hago mis pinitos escribiendo. Soy hija única, y creo que por fin me estoy acostumbrando. Durante años les pedí a mis padres que me dieran un hermano, pero no quisieron.

Sonreí. Era duro estar solo.

—Estoy seguro de que sería porque querían concentrar todo su amor en ti.

Ella soltó una risita.

—¿Es eso lo que le han dicho sus padres, alteza?

Me quedé de piedra. Era la primera que me preguntaba algo a mí.

—Bueno, no exactamente. Pero entiendo cómo te sientes —respondí.

Estaba a punto de seguir con mis preguntas estudiadas, pero ella se adelantó:

—¿Qué tal está hoy?

—Bien. Todo esto me supera un poco —dije, en una muestra de sinceridad quizás algo excesiva.

—Por lo menos usted no tiene que llevar uno de estos vestidos.

—Pero imagínate lo divertido que habría sido si lo llevara.

Se le escapó una risa, y yo me reí con ella. Me imaginé a Kriss junto a Celeste: eran polos opuestos. Aquella chica parecía una persona perfectamente íntegra. Se nos acabó el tiempo y yo no había conseguido hacerme una idea completa de cómo era, porque ella no dejaba de centrar la conversación en mí, pero reconocí en Kriss a una persona buena, en el mejor sentido de la palabra.

Pasó casi una hora antes de que le llegara el turno a America. En todo aquel tiempo, desde las primeras chicas hasta llegar a ella, ya había encontrado tres candidatas firmes, entre ellas Celeste y Kriss; estaba seguro de que al público le encantarían. No obstante, la chica que pasó justo delante de ella, Ashley, me decepcionó tan estrepitosamente que me quitó todos aquellos pensamientos de la cabeza. Cuando America se puso en pie y se me acercó, era la única persona que tenía in mente.

Tenía un aire travieso en los ojos, fuera buscado o no. Pensé en cómo había actuado la noche anterior, y reconocí en ella a una rebelde.

—America, ¿verdad? —bromeé, mientras se acercaba.

—Sí. Y sé que he oído su nombre en algún sitio, pero… ¿me lo puede recordar?

Me reí y la invité a sentarse.

—¿Has dormido bien, querida? —pregunté, inclinándome hacia ella.

Sus ojos me decían que estaba jugando con fuego, pero en sus labios había una sonrisa.

—Sigo sin ser su querida —respondió—. Pero sí. Una vez que me he calmado, he dormido muy bien. Mis doncellas han tenido que sacarme de la cama. Estaba muy a gusto. —Eso último parecía una confesión, como si fuera un secreto.

—Me alegro de que estuvieras a gusto, querida… —iba a tener que corregir esa costumbre con ella—, America.

Ella apreció mi esfuerzo.

—Gracias. —La sonrisa desapareció de su rostro, y se quedó pensativa, mordiéndose el labio mientras buscaba qué decir—. Siento mucho haberme portado así —dijo por fin, aparentemente ajena a mis miradas—. Cuando me acosté me di cuenta de que, aunque sea una situación extraña para mí, no debería culparle a usted. No es usted el motivo de que yo me vea envuelta en esto, y todo el montaje de la Selección ni siquiera es idea suya. —Era un alivio ver que alguien se había dado cuenta—. Además, yo estaba hundida y usted fue de lo más amable conmigo, aunque yo estuve…, bueno, odiosa. —Meneó la cabeza, como reprochándose algo, y observé que el corazón me latía algo más rápido—. Podía haberme echado anoche, y no lo hizo —concluyó—. Gracias.

Su gratitud me conmovió, pues sabía que era de las que no escondían nada. Eso me llevó a un tema que debía abordar si teníamos que seguir adelante. Me acerqué, apoyando los codos en las rodillas, adoptando un aire más informal y más intenso que con las anteriores.

—America, me has hablado muy claro desde el principio. Eso es una cualidad que admiro profundamente, y voy a pedirte que tengas la amabilidad de responderme una pregunta.

Ella asintió, vacilante.

—Dices que estás aquí por error, así que supongo que no quieres estar aquí. ¿Hay alguna posibilidad de que llegues a… sentir algo por mí?

Me dio la impresión de que jugueteaba con los volantes de su vestido durante horas mientras pensaba su respuesta, y quise creer que lo hacía solo por no mostrarse demasiado vehemente.

—Es usted muy amable, alteza —¡sí!—, y muy atractivo —¡sí!—, y detallista. —¡¡Sí!! Sonreí, poniendo cara de tonto, seguro, encantado por que viera algo positivo en mí después de lo de la noche anterior. Después añadió en voz baja—: Pero hay motivos de peso por los que no creo que pudiera.

Por primera vez, agradecí que mi padre me hubiera educado para mantener la compostura. Conseguí responder con serenidad:

—¿Quieres explicármelo?

Ella volvió a dudar.

—Me… temo que mi corazón está en otro lugar —dijo, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¡Oh, por favor, no llores! —le rogué, susurrando—. ¡Nunca sé qué hacer cuando las mujeres lloran!

Ella se rio por mi inutilidad en ese sentido, y se secó las comisuras de los párpados. Me alegré de verla así, despreocupada y genuina. Por supuesto, había alguien esperándola. Una chica tan auténtica como aquella seguro que tenía a algún jovencito espabilado pendiente de ella. No entendía muy bien cómo había acabado en la Selección, pero la verdad es que aquello no me preocupaba.

Lo único que sabía era que, aunque nunca fuera mía, quería que sonriera.

—¿Querrías que te dejara ir con tu amado hoy mismo? —le ofrecí.

Ella me sonrió, y no fue una sonrisa forzada.

—Ese es el problema… No quiero ir a casa.

—¿De verdad? —Me eché atrás, pasándome los dedos por el pelo, y ella volvió a reírse de mí.

Si no me quería, ni tampoco le quería a él, ¿qué narices quería?

—¿Puedo ser absolutamente honesta con usted?

Por supuesto. Asentí.

—Necesito estar aquí. Mi familia necesita que yo esté aquí. Aunque solo me dejara quedar una semana, para ellos sería una bendición.

Así pues, aunque no luchara por la corona, yo sí tenía algo que ella quería.

—¿Quieres decir que necesitáis el dinero?

—Sí. —Al menos tenía la decencia de avergonzarse—. Y además hay alguien… —añadió, levantando la mirada— a quien no soportaría ver ahora mismo.

Tardé un segundo en encajar todas las piezas. Ya no estaban juntos. Ella aún le quería, pero no le pertenecía. Asentí, ahora que entendía lo que pasaba. Si yo hubiera podido escapar de las presiones de mi mundo por una semana, también lo habría hecho.

—Si tiene la bondad de dejar que me quede, aunque sea un poco, podría ofrecerle algo a cambio —dijo.

Aquello se ponía interesante.

—¿A cambio?

¿Qué diantres podía ofrecerme ella?

Se mordió el labio.

—Si deja que me quede… —Suspiró—. Bueno, a ver, hay que ser realistas: usted es el príncipe. Está ocupado todo el día, gobernando el país y todo eso. ¿Y se supone que va a encontrar tiempo para reducir la búsqueda entre treinta y cinco…, bueno, treinta y cuatro chicas, a una sola? Eso es mucho pedir, ¿no le parece?

Sonaba a broma, pero lo cierto es que había dado con la mayor de mis preocupaciones. Volví a asentir, interesado.

—¿No sería mucho mejor para usted si tuviera a alguien dentro? ¿A alguien que le ayudara? Como… ¿una amiga?

—¿Una amiga?

—Sí. Déjeme quedarme y le ayudaré. Seré su amiga. No tiene que preocuparse por mí. Ya sabe que no estoy enamorada de usted. Pero puede hablar conmigo en cualquier momento, y yo intentaré ayudarle. Anoche dijo que le gustaría tener una confidente. Bueno, hasta que encuentre una definitiva, yo podría ser esa persona. Si quiere.

Si yo quería… No me parecía que pudiera servir de mucho, pero al menos así podría ayudar a aquella chica. Y quizá disfrutaría de su compañía un poco más. Por supuesto, mi padre se quedaría lívido si se enteraba de que iba a usar a una de las chicas con tal propósito…, lo cual hizo que la opción me gustara aún más.

—He hablado con casi todas las chicas de esta sala y no se me ocurre ninguna que pudiera ser mejor como amiga. Estaré encantado de que te quedes.

La tensión de su cuerpo pareció desvanecerse al instante. A pesar de saber que su afecto era algo inalcanzable para mí, no pude evitar sentir la tentación de luchar por conseguirlo.

—¿Tú crees —bromeé— que podría seguir llamándote «querida»?

—Ni hablar —me susurró.

No sabría decir si lo decía en serio o no, pero sonó como un desafío.

—Seguiré intentándolo. No tengo costumbre de rendirme.

Ella puso una mueca, casi de fastidio, pero no exactamente.

—¿Las ha llamado así a todas? —preguntó, indicando con un gesto de la cabeza a las otras.

—Sí, y parece que les gusta.

—Ese es precisamente el motivo por el que no me gusta a mí.

Se puso en pie, poniendo fin a nuestra entrevista, y no pude evitar sonreír de nuevo. Ninguna de las otras chicas había decidido ella misma acabar con la charla. La saludé inclinando un poco la cabeza. Ella me respondió con una reverencia algo forzada y se alejó.

Me quedé sonriendo, pensando en America, comparándola con las otras chicas. Era guapa, aunque quizás algo brusca. Era de una belleza poco común, y estaba claro que ella misma no era consciente de ello. No tenía aquel porte… aristocrático, pero desde luego su orgullo le daba un aire distinguido. Y, por supuesto, no me deseaba en absoluto. Aun así, yo tenía cada vez más claro que quería intentar ganármela.

Y así fue como acabó el primer acto de la Selección, con una concesión a mi favor: si ella seguía allí, al menos tendría la ocasión de intentarlo.