Capítulo 4

Solo quedaban cinco minutos para que todo mi futuro se desplegara ante mí, y yo tenía la sensación de que iba a vomitar en cualquier momento.

Una mujer muy amable me estaba secando el sudor de la frente.

—¿Se encuentra bien, señor? —me preguntó, apartando el trapito.

—Solo lamentaba que, con todos los pintalabios que tienen ahí, no hubiera ninguno de mi tono —dije. Mamá lo decía a veces: «no es de mi tono». No estaba muy seguro de qué quería decir.

La maquilladora soltó una risita, y también mamá y la que la maquillaba a ella.

—Creo que estoy bien —le dije, mirándome en los espejos que había en la parte posterior del estudio—. Gracias.

—Yo también —afirmó mamá, y las dos jóvenes se alejaron.

Me puse a juguetear con un contenedor de atrezo, intentando no pensar en los segundos que iban pasando.

—Maxon, cariño, ¿de verdad te encuentras bien? —preguntó mamá, mirándome no directamente, sino a través del reflejo.

La miré:

—Es solo… Es que…

—Ya sé. A todos nos pone muy nerviosos, pero, al fin y al cabo, solo vamos a oír los nombres de algunas de las chicas. Eso es todo.

Aspiré lentamente y asentí. Era una forma de verlo. Nombres. Eso era todo lo que iba a pasar. Darían una lista de nombres, y nada más.

Cogí aire otra vez.

Menos mal que no había comido mucho.

Me giré y me dirigí a mi asiento en el plató, donde ya estaba esperando mi padre.

—A ver si espabilas. Tienes un aspecto horrible.

—¿Cómo lo hiciste tú? —le pregunté.

—Lo afronté con confianza porque era el príncipe. Igual que harás tú. ¿Tengo que recordarte que tú eres el gran premio? —dijo, y volvió a poner cara de hastío, como si fuera algo que ya debía de saber—. Son ellas las que compiten por ti, no al revés. Tu vida no va a cambiar, salvo en que vas a tener que tratar con unas cuantas mujeres sobreexcitadas durante unas semanas.

—¿Y si no me gusta ninguna?

—Pues escoges a la que menos te disguste. Preferiblemente, una que resulte útil. Aunque no te preocupes por eso; yo te ayudaré.

Si esperaba que aquello me sirviera de consuelo, se equivocaba.

—Diez segundos —anunció alguien, y mi madre ocupó su asiento, lanzándome un guiño reconfortante.

—Recuerda sonreír —apuntó mi padre, y se giró hacia las cámaras con gesto tranquilo.

De pronto sonó el himno y alguien empezó a hablar. Sabía que debía prestar atención, pero estaba concentrado en mantener la calma y una expresión de felicidad en el rostro.

No me enteré de gran cosa hasta que oí la voz familiar de Gavril.

—Buenas noches, majestad —dijo. Tragué saliva, hasta que me di cuenta de que se dirigía a mi padre.

—Gavril, siempre es un placer —respondió él; parecía casi mareado.

—¿Esperando el anuncio?

—Sí, claro. Ayer estuve en la sala mientras se extraían algunos de los nombres; todas ellas, chicas preciosas —repuso, con toda naturalidad.

—Así pues, ¿ya sabe quiénes son?

—Solo algunas, solo algunas —mintió, y lo hizo con una facilidad increíble.

—¿Ha compartido su padre esa información con usted, señor? —me preguntó Gavril. Al girarse, el broche con su nombre brilló reflejando la luz de los focos.

Mi padre se volvió hacia mí, recordándome con los ojos que sonriera. Eso hice.

—En absoluto. Yo veré a las chicas al mismo tiempo que todos los demás. —Vaya. Tenía que haber dicho «las señoritas» en lugar de «las chicas». Eran invitadas, no mascotas. Me sequé discretamente el sudor de las palmas de las manos en los pantalones.

—Majestad —prosiguió Gavril, dirigiéndose esta vez a la reina—, ¿algún consejo para las elegidas?

La observé. ¿Cuánto tiempo le habría llevado hacer natural aquella presencia, aquella pose impecable? ¿O había sido siempre así? Ladeó tímidamente la cabeza. Hasta Gavril parecía emocionado.

—Que disfruten su última noche como una chica más. Mañana, pase lo que pase, su vida cambiará para siempre. —Sí, señoritas, la vuestra y la mía—. Y un consejo muy clásico, pero aun así válido: que sean ellas mismas.

—Sabias palabras, mi reina, sabias palabras. Y ahora pasemos a revelar los nombres de las treinta y cinco jóvenes elegidas para la Selección. ¡Damas y caballeros, compartan conmigo la felicitación para las siguientes hijas de Illéa!

Observé los monitores mientras aparecía el escudo nacional, con una ventanita en una esquina donde se veía mi rostro. ¿Qué? ¿Iban a estar enfocándome todo el rato?

Mamá me dio la mano sin que la cámara pudiera captarlo. Cogí aire. Lo solté. Y volví a cogerlo.

No era más que un puñado de nombres. Tampoco pasaba nada. No es que fueran a anunciar el nombre de la elegida.

—La señorita Elayna Stoles, de Hansport, Tres —leyó Gavril de una ficha. Intenté sonreír con más ganas—. La señorita Tuesday Keeper, de Waverly, Cuatro —prosiguió.

Sin perder la sonrisa, ladeé la cabeza hacia mi padre.

—Me estoy mareando —le susurré.

—Tú respira —respondió entre dientes—. Tenías que haber leído la lista ayer. Ya lo sabía yo.

—La señorita Fiona Castley, de Paloma, Tres.

Miré a mamá, que sonrió.

—Muy guapa.

—La señorita America Singer, de Carolina, Cinco.

Oí la palabra «Cinco» y pensé que debía de ser una de las elegidas como descartes por mi padre. Ni siquiera me fijé en la fotografía; había decidido mantener la vista fija por encima de los monitores y sonreír.

—La señorita Mia Blue de Otero, Tres.

Era demasiada información como para absorberla toda. Ya me aprendería sus nombres y sus caras más tarde, cuando todo el país no estuviera mirando.

—La señorita Celeste Newsome de Clermont, Dos. —Levanté las cejas; no es que la viera. Pero si era una Dos, debía de ser alguien importante, así que más valía poner cara de estar impresionado.

—Clarissa Kelley de Belcourt, Dos.

La lista iba avanzando y yo sonreí hasta que me dolieron las mejillas. Lo único en que podía pensar era en lo mucho que significaba aquello para mí —que una parte enorme de mi vida iba a ponerse en su sitio— y que ni siquiera podía disfrutar con ello. Si hubiera sacado los nombres yo mismo de un cuenco en una sala privada y los hubiera visto a solas, antes que ninguna otra persona, aquel momento habría sido muy diferente.

Aquellas chicas eran mías; lo único en el mundo que llegaría a serlo.

Y, por otra parte, no lo eran.

—¡Y ahí las tienen! —anunció Gavril—. Estas son nuestras preciosas candidatas para la Selección. Durante la semana que viene las prepararán para su viaje al palacio, y nosotros esperaremos ansiosos su llegada. Conéctense el viernes que viene y vean una edición especial del Report dedicada exclusivamente a conocer más a estas espectaculares mujeres. Príncipe Maxon —dijo, girándose hacia mí—, le felicito, señor. Es un grupo de jovencitas imponentes.

—La verdad es que estoy sin habla —respondí, y era cierto.

—No se preocupe, señor. Estoy seguro de que las chicas ya se encargarán de hablar más que suficiente cuando lleguen, el viernes que viene. Y ustedes —dijo, dirigiéndose a la cámara— no dejen de vernos para conocer las últimas noticias sobre la Selección en el Canal de Acceso Público. ¡Buenas noches, Illéa!

Sonó el himno, se apagaron las luces y por fin pude relajarme.

Mi padre se puso en pie y me dio una palmadita firme en la espalda.

—Bien hecho. Mucho mejor de lo que me esperaba.

—No tengo ni idea de lo que acaba de ocurrir.

Mi padre se rio, al igual que un puñado de asesores que seguían en el plató.

—Ya te lo he dicho, hijo: tú eres el premio. No tienes por qué estar nervioso. ¿No estás de acuerdo, Amberly?

—Te aseguro, Maxon, que las chicas tienen mucho más de lo que preocuparse que tú —confirmó ella, frotándome el brazo.

—Ahí lo tienes —concluyó mi padre—. Bueno, me muero de hambre. Disfrutemos de una de nuestras últimas comidas en paz.

Me puse de pie y eché a caminar lentamente. Mamá se mantuvo a mi lado.

—No me he enterado de nada —le susurré.

—Te pasaremos las fotografías y las solicitudes para que puedas estudiártelas con calma. Es como conocer a cualquier persona. Enfócalo como si le dedicaras tiempo a cualquiera de tus otros amigos.

—Yo no tengo tantos amigos, mamá.

Ella me lanzó una mirada cómplice.

—Sí, esto es algo cerrado —coincidió—. Bueno, piensa en Daphne.

—¿Qué pasa con Daphne? —pregunté, algo escamado.

Mamá no percibió mi tono.

—Cuenta como amiga, ¿no? Es una chica, y siempre habéis tenido buena relación. Hazte a la idea de que esas chicas también son amigas tuyas.

Volví a mirar hacia delante. Sin darse cuenta, mi madre había calmado un miedo enorme que crecía en mi interior y había avivado otro.

Desde nuestra discusión, cada vez que pensaba en Daphne no imaginaba cómo se llevaría con ese tal Frederick, ni le daba vueltas a cómo echaba de menos su compañía. Lo único en lo que podía pensar era en sus acusaciones.

Si hubiera estado enamorado de ella, sin duda tendría la cabeza puesta en su atractivo y sus virtudes. Y a medida que iban pasando la lista de las chicas seleccionadas, habría deseado que su nombre estuviera en ella.

Quizá Daphne tuviera razón y yo no sabía expresar amor. Pero, aunque así fuera, cada vez tenía más claro que no la quería a ella.

En un rincón de mi interior me alegré de saber que no me estaba perdiendo nada. Podía iniciar la Selección desde cero. Pero, por otra parte, tenía algo que lamentar. Si el problema hubiera sido que no sabía interpretar mis emociones, al menos podría presumir de que en algún momento había estado enamorado, y estar seguro de que sabía lo que se sentía. Pero continuaba sin tener ni idea. A lo mejor tenía que ser así.