Si Rashek no consigue desviar a Alendi, he instruido al muchacho para que lo mate.
¿Cómo puede Vin soportar esto?, se preguntó Elend. Apenas podía ver a seis metros en la bruma. Los árboles parecían fantasmas a su alrededor y sus ramas se curvaban sobre el camino. La bruma casi parecía viva: se movía, se agitaba y soplaba con el frío aire nocturno. Parecía agarrar su aliento, como si absorbiera una parte de sí mismo.
Elend tembló y siguió caminando. La nieve se había fundido a trozos en los últimos días y quedaban montones blancos en las zonas sombreadas. El camino del canal, afortunadamente, estaba casi completamente despejado.
Caminaba con un hatillo al hombro, llevando sólo lo necesario. A sugerencia de Fantasma, habían cambiado sus caballos en una aldea varios días antes. Habían agotado a los animales y Fantasma calculaba que tratar de alimentarlos y mantenerlos con vida durante el último tramo del viaje a Luthadel no merecería la pena.
Además, lo que fuera a suceder en la ciudad probablemente ya había tenido lugar. Así que Elend caminaba, solo, en la oscuridad. A pesar de lo fantasmagórico que era todo, mantuvo su palabra y viajó sólo de noche. No sólo era voluntad de Vin: también Fantasma decía que la noche era más segura. Pocos viajeros se enfrentaban a las brumas. Por tanto, la mayoría de los bandidos no se atrevían a recorrer los caminos de noche.
Fantasma iba delante. Sus agudos sentidos le permitían detectar el peligro antes de que Elend se topara con él. ¿Cómo funciona, por cierto?, se preguntó Elend mientras caminaba. Se supone que el estaño te permite ver mejor. Pero ¿qué importa hasta dónde puedas ver si las brumas lo ocultan todo?
Los escritores sostenían que la alomancia permitía a una persona penetrar de algún modo en las brumas. Elend siempre se había preguntado cómo sería. Naturalmente, también se había preguntado cómo sería sentir la fuerza del peltre o luchar con atium. Los alománticos eran poco corrientes, incluso en las Grandes Casas. Sin embargo, por la manera en que Straff lo había tratado siempre, Elend se había sentido culpable de no ser uno de ellos.
Pero acabé siendo rey, incluso sin alomancia, pensó, sonriendo para sí. Había perdido el trono, cierto. Pero, aunque ellos podían quitarle la corona, no podían hacer lo mismo con sus logros. Había demostrado que una Asamblea podía funcionar. Había protegido a los skaa, les había dado derechos y un gusto por la libertad que no olvidarían nunca. Había hecho más de lo que nadie esperaba de él.
Algo se agitó en las brumas.
Elend se detuvo, oteando la oscuridad. Parecen hojas, pensó, nervioso. ¿Algo que se mueve en ellas? ¿O… el viento las agita?
Decidió en ese momento que no había nada más inquietante que estar contemplando en la brumosa oscuridad las siluetas siempre cambiantes. Prefería enfrentarse al ejército de koloss que estar allí solo, de noche, en un bosque desconocido.
—Elend —susurró alguien.
Elend se volvió sobre sus talones. Se llevó una mano al pecho cuando vio acercarse a Fantasma. Pensó en reprender al muchacho por aproximarse de esa forma, pero… bueno, en realidad no había otra forma de hacerlo en medio de las brumas.
—¿Has visto algo? —preguntó Fantasma en voz baja.
Elend negó con la cabeza.
—Pero me parece haber oído algo.
Fantasma asintió y luego se perdió de nuevo en las brumas. Elend no supo si continuar o esperarlo. No tuvo que debatir mucho rato. Fantasma regresó al cabo de un instante.
—No hay nada de lo que preocuparse —dijo—. Es un espectro de la bruma.
—¿Qué?
—Un espectro de la bruma —dijo Fantasma—. Ya sabes. Esas cosas grandes y retorcidas relacionadas con los kandra. ¡No me digas que no has oído hablar de ellos!
—Sí que he oído —respondió Elend, escrutando nervioso la oscuridad—. Pero nunca había pensado verme en las brumas con uno.
Fantasma se encogió de hombros.
—Probablemente sigue nuestro rastro, esperando que dejemos basura que pueda comerse. Suelen ser inofensivos.
—¿Suelen?
—Probablemente sabes más sobre ellos que yo. Mira, no he venido a hablar de bichos carroñeros. Hay luz ahí delante.
—¿Una aldea? —preguntó Elend, tratando de recordar el camino que habían seguido antes.
Fantasma negó con la cabeza.
—Parecen hogueras.
—¿Un ejército?
—Tal vez. Estoy pensando que deberías esperar un poco. Podría ser embarazoso si te toparas con un puesto de guardia.
—De acuerdo.
Fantasma asintió y se perdió en las brumas.
Y Elend volvió a quedarse solo en la oscuridad. Tiritó, se arrebujó en su capa y miró las brumas en la dirección donde había oído al espectro. Sí, había leído cosas sobre ellos. Sabía que supuestamente eran inofensivos. Pero la idea de que hubiera algo reptando ahí fuera, con el esqueleto compuesto de huesos diversos, vigilándolo…
No pienses en eso, se dijo Elend.
Centró su atención en las brumas. Vin tenía razón en una cosa, al menos. Cada vez duraban más tras el amanecer. Algunas mañanas no se disipaban hasta una hora después de la salida del sol. Elend imaginaba el desastre que asolaría la tierra si las brumas persistían todo el día. Las cosechas se perderían, los animales morirían de hambre y la civilización se desplomaría.
¿Podría la Profundidad ser realmente algo tan simple? Las impresiones de Elend al respecto se basaban en la tradición culta. Algunos escritores lo descartaban todo, considerándolo una leyenda, un rumor difundido por los obligadores para aumentar el aura de divinidad de su dios. La mayoría aceptaba la definición histórica de la Profundidad: un oscuro monstruo al que el Lord Legislador había dado muerte.
Y sin embargo, pensar que eran las brumas tenía cierto sentido. ¿Cómo podía una sola bestia, por peligrosa que fuera, amenazar a toda la tierra? Sin embargo, las brumas… podían ser destructivas. Matar plantas. Quizás incluso… matar personas, como había sugerido Sazed.
Las vio agitarse a su alrededor, juguetonas, engañosas. Sin embargo, podía verlas como la Profundidad. Su reputación de ser más aterradoras que un monstruo, más peligrosas que un ejército, era merecida. De hecho, se las imaginaba intentando jugar con su mente. Por ejemplo, el banco de bruma que tenía directamente delante parecía dibujar formas. Elend sonrió cuando su mente detectó imágenes. Una casi parecía una persona, allí delante.
La persona dio un paso al frente.
Elend saltó hacia atrás y pisó la nieve congelada. No seas tonto, se dijo. La mente te está jugando malas pasadas. No hay nada…
La silueta brumosa dio otro paso. Era confusa, casi informe, y sin embargo parecía real. Movimientos aleatorios en la bruma formaban su cara, su cuerpo, sus piernas.
—¡Por el Lord Legislador! —gritó Elend, dando un salto atrás. La cosa continuó mirándolo.
Me estoy volviendo loco, pensó. Las manos le temblaban. La silueta de bruma se detuvo a unos pocos palmos de él, y entonces alzó la mano derecha y señaló.
Al norte. Lejos de Luthadel.
Elend frunció el ceño y miró hacia donde señalaba la figura. No había nada más que brumas vacías. Se volvió hacia ella, pero permanecía quieta, con el brazo levantado.
Vin me habló de esta cosa, recordó, controlando su miedo. Trató de advertirme. ¡Y yo creía que se lo estaba inventando! Tenía razón… igual que tenía razón al decir que las brumas permanecían más tiempo durante el día, y en cuanto a la posibilidad de que fueran la Profundidad. Elend estaba empezando a preguntarse cuál de los dos era el erudito.
La figura de bruma continuó señalando.
—¿Qué? —preguntó Elend, y su propia voz sonó fantasmal en el aire silencioso.
La figura dio un paso adelante, el brazo todavía levantado. Elend echó inútilmente mano a la espada, pero no retrocedió.
—¡Dime qué deseas de mí!
La criatura volvió a señalar. Elend ladeó la cabeza. Desde luego, no parecía amenazadora. De hecho, notaba una antinatural sensación de paz surgir de ella.
¿Alomancia?, pensó. ¡Está tirando de mis emociones!
—¿Elend? —la voz de Fantasma sonó entre las brumas.
La figura se disolvió de repente. Fantasma se acercó, el rostro oscuro y ensombrecido por la noche.
—¿Elend? ¿Qué estabas diciendo?
Elend apartó la mano de la espada y se enderezó. Miró las brumas, todavía no demasiado convencido de no estar viendo cosas.
—Nada —respondió.
Fantasma se volvió a mirar el lugar por donde había venido.
—Tendrías que venir a ver esto.
—¿El ejército? —preguntó Elend, frunciendo el ceño.
Fantasma negó con la cabeza…
—No. Los refugiados.
—Los guardadores están muertos, mi señor —dijo el anciano, sentado frente a Elend. No tenía tienda, sólo una manta tendida sobre varios palos—. O están muertos o han sido capturados.
Otro hombre le trajo a Elend una taza de té caliente, con servilismo. Ambos llevaban ropa de mayordomo y, aunque sus ojos indicaban agotamiento, sus túnicas y sus manos estaban limpias.
Viejas costumbres, pensó Elend, asintiendo agradecido mientras daba un sorbo. Los pueblos de Terris pueden haberse declarado independientes, pero mil años de servidumbre no se olvidan tan fácilmente.
El campamento era extraño. Fantasma decía haber contado casi un millar de personas en él, un número de pesadilla para cuidarlas, alimentarlas y organizarías en el frío invierno. Muchos eran ancianos, y los hombres eran casi todos mayordomos: eunucos criados para el servicio doméstico, sin ninguna experiencia como cazadores.
—Cuéntame qué ha pasado —pidió Elend.
El anciano mayordomo asintió, tembloroso. No parecía particularmente frágil (de hecho tenía el mismo aire de controlada dignidad que solían tener la mayoría de los mayordomos), pero su cuerpo se sacudía con un lento temblor crónico.
—El Sínodo salió de la clandestinidad, mi señor, cuando cayó el imperio. —Aceptó una taza de té. Elend advirtió que sólo estaba medio llena; una precaución afortunada, ya que con los temblores el anciano mayordomo casi derramó su contenido—. Sus miembros se convirtieron en nuestros gobernantes. Tal vez no fue sabio dejar la clandestinidad tan pronto.
No todos los terrisanos eran ferruquimistas; de hecho, muy pocos lo eran. Los guardadores, gente como Sazed y Tindwyl, se habían visto obligados a ocultarse hacía mucho tiempo por culpa del Lord Legislador. Su miedo a que las líneas ferruquímicas y alománticas pudieran mezclarse, y por tanto producir potencialmente a una persona con sus mismos poderes, le había llevado a intentar destruir a todos los ferruquimistas.
—He conocido a guardadores, amigo —dijo Elend amablemente—. Me resulta difícil creer que puedan haber sido derrotados con facilidad. ¿Quién lo ha hecho?
—Los inquisidores de Acero, mi señor.
Elend se estremeció. Así que es ahí donde han estado.
—Había docenas, mi señor —continuó el anciano—. Atacaron Tathingdwen con un ejército de brutos koloss. Pero eso no fue más que una maniobra de distracción, creo. Su verdadero objetivo eran el Sínodo y los guardadores mismos. Mientras nuestro ejército luchaba contra las bestias, los inquisidores atacaron a los guardadores.
Lord Legislador…, pensó Elend con un nudo en el estómago. ¿Qué hacemos ahora con el libro que Sazed nos dijo que entregáramos al Sínodo? ¿Se lo damos a estos hombres o lo conservamos?
—Se llevaron los cadáveres consigo, mi señor. Terris está en ruinas, y por eso nos dirigimos al sur. ¿Dices que conoces al rey Venture?
—Yo… lo conozco —dijo Elend—. Gobernaba Luthadel, mi ciudad.
—¿Crees que nos aceptará? —preguntó el anciano—. Ya apenas nos quedan esperanzas. Tathingdwen era la capital de Terris, pero no era muy grande. Somos pocos, hoy en día… El Lord Legislador se encargó de eso.
—Yo… no sé si Luthadel puede ayudaros, amigo.
—Podemos servir bien —prometió el anciano—. Fuimos demasiado orgullosos al declararnos libres, creo. Pugnábamos por sobrevivir incluso antes de que los inquisidores atacaran. Tal vez nos hicieron un favor al expulsarnos.
Elend negó con la cabeza.
—Los koloss atacaron Luthadel hace poco más de una semana —dijo en voz baja—. Yo mismo soy un refugiado, maese mayordomo. Por lo que sé, la ciudad ha caído.
El anciano guardó silencio.
—Ah, comprendo —dijo por fin.
—Lo siento. Regresaba para ver qué ha sucedido. Dime… Recorrí este camino no hace mucho. ¿Cómo es que no os encontré cuando me dirigía al norte?
—No vinimos por la ruta del canal, mi señor —explicó el anciano—. Vinimos a campo través, para avituallarnos en Suringshath. Entonces… ¿no sabes nada más de Luthadel? Allí vivía una miembro del Sínodo. Esperábamos que pudiera ofrecernos consejo.
—¿Lady Tindwyl? —preguntó Elend.
El anciano alzó la cabeza.
—Sí. ¿La conoces?
—Era ayudante en la corte del rey —dijo Elend.
—Podría considerarse que la guardadora Tindwyl es ahora nuestro líder —dijo el anciano—. No estamos seguros de cuántos guardadores ambulantes hay, pero ella es la única miembro conocida del Sínodo que estaba fuera de la ciudad cuando fuimos atacados.
—Seguía en Luthadel cuando me marché.
—Entonces puede que todavía esté viva. Podemos abrigar esperanzas, creo. Te doy las gracias por tu información, viajero. Por favor, siéntete cómodo en nuestro campamento.
Elend asintió y se puso en pie. Fantasma se encontraba cerca, junto a un par de árboles, en medio de la bruma. Elend se reunió con él.
La gente mantenía grandes hogueras encendidas de noche, como para desafiar a las brumas. La luz conseguía dispersar un poco su poder… pero también parecía acentuarlas creando sombras tridimensionales que engañaban al ojo. Fantasma estaba apoyado contra un tronco retorcido, contemplando cosas que Elend no podía ver. Sin embargo, oía lo que Fantasma debía de estar escuchando: niños que lloraban, mujeres que tosían, ganado que se agitaba.
—No tiene buen aspecto, ¿no? —dijo Elend en voz baja.
Fantasma meneó la cabeza.
—Ojalá apagaran esas hogueras —murmuró—. La luz me lastima los ojos.
—No son tan brillantes.
Fantasma se encogió de hombros.
—Sólo es un desperdicio de madera.
—Deja que disfruten de un poco de comodidad, por ahora. Tendrán poca en las semanas próximas.
Elend contempló el paso de un pelotón de «soldados» de Terris, criados obviamente. Su postura era excelente y caminaban con elegancia, pero Elend dudaba que supieran usar un arma que no fuera un cuchillo de cocina.
No, no hay ningún ejército en Terris para ayudar a mi pueblo.
—Enviaste a Vin de vuelta para reunir a nuestros aliados —dijo Fantasma en voz baja—. Para que vinieran a reunirse con nosotros y quizá para buscar refugio en Terris.
—Lo sé.
—No podremos reunirnos en Terris. No estando los inquisidores allí.
—Lo sé —repitió Elend.
Fantasma guardó silencio un momento.
—El mundo entero se está haciendo pedazos, El —dijo finalmente—. Terris, Luthadel…
—Luthadel no ha sido destruida —respondió Elend, mirando bruscamente a Fantasma.
—Los koloss…
—Vin habrá encontrado un modo de detenerlos. Por lo que sabemos, ya habrá encontrado el poder del Pozo de la Ascensión. Tenemos que continuar nuestro camino. Podremos reconstruir lo que se haya perdido, y lo haremos. Luego nos encargaremos de ayudar a Terris.
Fantasma vaciló, luego asintió y sonrió. A Elend le sorprendió ver cómo sus palabras de confianza parecían aliviar las preocupaciones del muchacho. Fantasma miraba la taza de té aún humeante de Elend, y éste se la entregó murmurando que no le gustaba el té de raíces rojas. Fantasma bebió feliz.
Elend, sin embargo, estaba más preocupado de lo que quería admitir. La Profundidad que regresa, fantasmas en la bruma y los inquisidores apoderándose de la dominación de Terris, ¿qué más he estado ignorando?