Capítulo 7

Rashek es un hombre alto; naturalmente, la mayoría de los terrisanos lo son. Es joven para que los otros porteadores lo respeten tanto. Tiene carisma y las mujeres de la corte probablemente lo describirían como guapo, a su manera un tanto basta.

Sin embargo, me sorprende que alguien preste atención a un hombre que predica tanto odio. Nunca ha visto Khlennium, pero maldice la ciudad. No me conoce, pero noto el odio y la hostilidad en sus ojos.

Tres años no habían cambiado mucho el aspecto de Marsh. Seguía siendo la persona severa e imponente que Kelsier conocía desde la infancia. Todavía ardía aquel brillo de decepción en sus ojos y hablaba con el mismo aire de desaprobación.

Sin embargo, si había que creer a Dockson, la actitud de Marsh había cambiado mucho desde aquel día, tres años antes. A Kelsier todavía le costaba trabajo creer que su hermano hubiese renunciado al liderazgo de la rebelión skaa. Siempre se había mostrado muy apasionado en su tarea.

Al parecer, esa pasión había menguado. Marsh dio un paso adelante y observó la pizarra con ojo crítico. Tenía la ropa levemente manchada de ceniza pero la cara relativamente limpia para tratarse de un skaa. Se detuvo un instante a examinar las notas de Kelsier. Finalmente, se dio la vuelta y arrojó una hoja de papel a la silla situada junto a su hermano.

—¿Qué es esto? —preguntó Kelsier, recogiéndola.

—Los nombres de los once hombres que mataste anoche —dijo Marsh—. Me ha parecido que al menos querrías saberlo.

Kelsier arrojó el papel a las llamas.

—Servían al Imperio Final.

—Eran hombres, Kelsier —replicó Marsh—. Tenían una vida, familia. Varios de ellos eran skaa.

—Traidores.

—Personas —dijo Marsh—. Gente que intentaba conseguir lo mejor posible con lo que les había dado la vida.

—Bueno, yo estoy haciendo lo mismo. Y, por fortuna, la vida me dio la habilidad de arrojar hombres como ésos desde lo alto de los edificios. Si quieren enfrentarse a mí como nobles, también pueden morir como nobles.

La expresión de Marsh se ensombreció.

—¿Cómo puedes dar tan poca importancia a algo así?

—Porque, Marsh, el humor es lo único que me queda. El humor y la determinación.

Marsh hizo una mueca.

—Deberías estar contento —dijo Kelsier—. Después de décadas de escuchar tus sermones, finalmente he decidido hacer con mis talentos algo que merezca la pena. Ahora que estás aquí para ayudarme, estoy seguro…

—No he venido a ayudar —lo interrumpió Marsh.

—Entonces ¿a qué has venido?

—Para hacerte una pregunta. —Marsh dio un paso al frente y se detuvo justo delante de Kelsier. Eran más o menos de la misma estatura, pero la recia personalidad de Marsh siempre le hacía parecer un palmo más alto—. ¿Cómo te atreves a hacer esto? —preguntó en voz baja—. Yo dediqué mi vida a derrocar al Imperio Final. Mientras tú y tus amigos ladrones os dedicabais a ir de farra, yo ocultaba a fugitivos. Mientras planeabas pequeños robos, yo organizaba revueltas. Mientras tú vivías en el lujo, yo veía a gente valiente morir de hambre.

Marsh marcó con un dedo el pecho de Kelsier.

¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a intentar robar la rebelión para uno de tus «trabajitos»? ¿Cómo te atreves a usar este sueño como medio para enriquecerte?

Kelsier apartó el dedo de su hermano.

—No se trata de eso.

—¿No? —preguntó Marsh, señalando la palabra «atium» de la pizarra—. ¿Por qué los juegos, Kelsier? ¿Por qué embaucar a Yeden, fingiendo aceptarlo como tu «patrón»? ¿Por qué actuar como si te preocuparan los skaa? Los dos sabemos lo que pretendes realmente.

Kelsier apretó los dientes y sintió que parte de su buen humor se esfumaba. Siempre ha podido hacerme esto.

—Ya no me conoces, Marsh —dijo en voz baja—. Esto no es por el dinero… Una vez tuve más riquezas de lo que ningún hombre pueda gastar. Este trabajo es algo diferente.

Marsh se acercó, estudiando los ojos de Kelsier, como buscando la verdad en ellos.

—Siempre fuiste un buen mentiroso —dijo por fin.

Kelsier se encogió de hombros.

—Bien, piensa lo que quieras. Pero no me des sermones. Derrocar al imperio tal vez fuera tu sueño una vez…, pero ahora te has convertido en un buen skaa, te quedas en tu taller y te inclinas ante los nobles.

—He aceptado la realidad —dijo Marsh—. Algo en lo que tú nunca has sido bueno. Aunque seas sincero en lo referente a este plan, fracasarás. Todo lo que han hecho los rebeldes (las incursiones, los robos, las muertes) no ha servido para nada. Nuestros mejores esfuerzos nunca llegaron a ser ni siquiera una pequeña molestia para el Lord Legislador.

—Ah, pero en ser una molestia soy muy bueno —contestó Kelsier—. De hecho, soy más que una «pequeña» molestia: la gente me dice que puedo ser absolutamente enervante. Bien podría usar ese talento para una buena causa, ¿no?

Marsh suspiró y se dio la vuelta.

—Esto no es ninguna «causa», Kelsier. Es una venganza. Tiene que ver contigo, como siempre. Creeré que no vas detrás del dinero, incluso que pretendes entregar a Yeden ese ejército por el que al parecer te está pagando. Pero no creo que te importe.

—En eso te equivocas, Marsh —dijo Kelsier suavemente—. En eso siempre te has equivocado conmigo.

Marsh frunció el ceño.

—Tal vez. ¿Pero cómo empezó todo? ¿Fue a verte Yeden o acudiste tú a él?

—¿Importa? —preguntó Kelsier—. Mira, Marsh. Necesito a alguien para que se infiltre en el Ministerio. Este plan no irá a ninguna parte si no descubrimos un modo de vigilar a esos inquisidores.

Marsh se volvió.

—¿Esperas de verdad que te ayude?

Kelsier asintió.

—Por eso has venido, digas lo que digas. Una vez me dijiste que creías que podría hacer grandes cosas si me aplicaba a un objetivo digno. Bueno, eso es lo que estoy haciendo ahora… Y tú me vas a ayudar.

—Ya no es tan fácil, Kell —dijo Marsh, sacudiendo la cabeza—. Algunas personas son ya distintas. Otras… ya no están.

Kelsier dejó que el silencio se apoderara de la habitación. Incluso el fuego de la chimenea empezaba a apagarse.

—Yo también la echo de menos.

—Estoy seguro de que sí… Pero tengo que ser sincero contigo, Kell. A pesar de lo que ella hizo… a veces deseo que no hubieras sido tú quien sobreviviera a los Pozos.

—Yo deseo lo mismo cada día.

Marsh se dio la vuelta, estudiando a Kelsier con mirada fría y escrutadora. Los ojos de un buscador. Lo que vio reflejado en los de Kelsier debió de merecer finalmente su aprobación.

—Me marcho —dijo Marsh—. Pero por algún motivo pareces sincero esta vez. Volveré y escucharé el plan loco que hayas pergeñado. Entonces… Bueno, entonces ya veremos.

Kelsier sonrió. En el fondo, Marsh era un buen hombre: mucho mejor que él mismo. Cuando su hermano se acercaba a la puerta, Kelsier captó la sombra de un movimiento más allá. Inmediatamente quemó hierro y las líneas azules translúcidas brotaron de su cuerpo conectándolo con las fuentes cercanas de metal. Marsh, naturalmente, no llevaba metal encima, ni siquiera monedas. Recorrer los sectores skaa de la ciudad podía ser muy peligroso para un hombre que pareciera incluso mínimamente próspero.

Sin embargo, había alguien que no había aprendido todavía a no llevar metal sobre su persona. Las líneas azules eran finas y débiles (no atravesaban bien la madera), pero fueron lo suficientemente fuertes para permitir a Kelsier localizar la hebilla del cinturón de la persona que se apartaba rápidamente de la puerta con pasos silenciosos. Sonrió para sí. La chica era extremadamente habilidosa. Su vida callejera, sin embargo, la había marcado profundamente. Con suerte él podría fomentar sus habilidades mientras la ayudaba a sanar esas cicatrices.

—Volveré mañana —dijo Marsh en la puerta.

—No vengas demasiado pronto —respondió Kelsier con un guiño—. Tengo algunas cosas que hacer esta noche.

Vin esperaba en su habitación a oscuras, prestando atención a las pisadas que bajaban las escaleras. Se agazapó junto a su puerta tratando de determinar si el sonido de los pasos había continuado bajando o no. El pasillo quedó en silencio, así que dejó escapar un callado suspiro de alivio.

Llamaron a la puerta apenas a unos centímetros de su cabeza.

El sobresalto casi la hizo caer al suelo. ¡Es bueno!, pensó.

Se despeinó rápidamente y se frotó los ojos, tratando de simular que estaba durmiendo. Se sacó la camisa y esperó a que volvieran a llamar antes de abrir la puerta.

Kelsier estaba apoyado en una jamba, recortado por la luz de la única linterna del pasillo. Alzó una ceja al ver su estado de desaliño.

—¿Sí? —preguntó Vin, tratando de hacerse la dormida.

—Bueno, ¿qué te parece Marsh?

—No sé —dijo Vin—. No lo he visto demasiado antes de que nos hiciera salir.

Kelsier sonrió.

—No vas a admitir que te he pillado, ¿eh?

Vin casi le devolvió la sonrisa. El entrenamiento de Reen acudió al rescate. Es al hombre que quiere que confíes en él al que más debes temer, la voz de su hermano pareció susurrarle al oído. Se había hecho más fuerte desde que conocía a Kelsier, como si sus instintos estuvieran siempre a prueba.

Kelsier la estudió brevemente y se apartó de la puerta.

—Remétete esa camisa y sígueme.

Vin frunció el ceño.

—¿Adónde vamos?

—A iniciar tu entrenamiento.

—¿Ahora? —preguntó Vin, mirando los postigos oscuros de su habitación.

—Naturalmente. Es una noche perfecta para dar un paseo.

Vin se alisó la ropa y se reunió con él en el pasillo. Si de verdad planeaba empezar a enseñarle cosas, no iba a quejarse. Daba igual la hora que fuera. Bajaron las escaleras. El taller estaba oscuro, los proyectos de muebles a medio terminar sumidos en las sombras. La cocina, sin embargo, estaba iluminada.

—Un momentito —dijo Kelsier, y se metió en la cocina.

Vin se detuvo en las sombras del taller, dejando que Kelsier entrara sin ella. Apenas podía ver el interior. Dockson, Brisa y Ham estaban sentados con Clubs y sus aprendices alrededor de una mesa redonda. Había vino y cerveza, aunque en pequeñas cantidades, y los hombres tomaban una cena sencilla de pastelitos de cebada hervida y verduras.

Escuchó risas. No risas estentóreas, como sonaban a menudo en la mesa de Camon. Eran más suaves, una muestra de alegría verdadera, de disfrute sano.

Vin no estaba segura de qué era lo que la mantenía fuera de la habitación. Vaciló, como si la luz y el humor fueran una barrera, y se quedó en el silencioso y solemne taller. No obstante, observó desde la oscuridad y no pudo suprimir por completo su ansia.

Kelsier regresó un momento después con su mochila y un pequeño hatillo. Vin miró el hatillo con curiosidad. Él se lo tendió con una sonrisa.

—Un regalo.

Notaba la tela lustrosa y suave entre los dedos y Vin supo inmediatamente de qué se trataba. Dejó que el tejido gris resbalara entre sus manos revelando una capa de nacido de la bruma. Como el atuendo que Kelsier llevaba la noche anterior, estaba hecho de tiras de tela separadas.

—Pareces sorprendida —comentó Kelsier.

—Yo… suponía que tendría que ganármelo de algún modo.

—¿Qué hay que ganar? —dijo Kelsier, poniéndose su propia capa—. Esto es quien eres, Vin.

Ella se detuvo, se echó la capa sobre los hombros y se la abrochó. Parecía… diferente. Gruesa y pesada sobre sus hombros, pero liviana y suelta alrededor de sus brazos y piernas. Las cintas estaban cosidas en la parte superior, lo que le permitía arrebujarse en ella si lo deseaba. Se sentía… envuelta. Protegida.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Kelsier.

—Bien —dijo ella simplemente.

Kelsier asintió y sacó varios frascos de cristal. Le ofreció dos.

—Bebe uno; guarda el otro por si lo necesitas. Te mostraré cómo mezclar frascos nuevos más tarde.

Vin asintió, apuró el primer frasco y se guardó el segundo en el cinturón.

—He mandado hacerte ropa nueva —informó Kelsier—. Querrás acostumbrarte a vestir cosas que no lleven metal: cinturones sin hebillas, zapatos que puedas calzarte y sacarte fácilmente, pantalones sin botones. Tal vez más adelante, si te atreves, te consigamos ropa de mujer.

Vin se ruborizó un poco. Kelsier se echó a reír.

—Me estoy burlando de ti. Sin embargo, ahora vas a entrar en un mundo nuevo… Puede que descubras que hay situaciones en las que te convendrá parecer una dama joven más que una ladrona.

Vin asintió y siguió a Kelsier hacia la parte delantera del taller. Abrió la puerta, revelando una muralla de oscuras brumas cambiantes. Se internó en ellas. Inspirando profundamente, Vin lo siguió.

Kelsier cerró la puerta tras ellos. La calle pavimentada parecía amordazada, las brumas lo humedecían todo. No veía muy lejos en ninguna dirección y los extremos de la calle parecían difuminarse en la nada, caminos hacia la eternidad. Arriba no había cielo, sólo remolinos de gris sobre gris.

—Muy bien, empecemos —dijo Kelsier.

Su voz sonaba con fuerza en la calle vacía y silenciosa. Había confianza en su tono, algo que, enfrentada a las brumas que la rodeaban, Vin desde luego no sentía.

—Tu primera lección —dijo Kelsier, saliendo a la calle seguido de Vin—, no es de alomancia, sino de actitud. —Tendió la mano hacia delante—. Esto, Vin. Esto es nuestro. La noche, las brumas: nos pertenecen. Los skaa evitan las brumas como si fueran la muerte. Los ladrones y los soldados salen de noche, pero también las temen. Los nobles fingen indiferencia, pero las brumas los incomodan. —Se volvió a mirarla—. Las brumas son tus amigas, Vin. Te ocultan, te protegen… y te dan poder. Según la doctrina del Ministerio, algo rara vez compartido con los skaa, los nacidos de la bruma son descendientes de los únicos hombres que permanecieron fieles al Lord Legislador durante los días anteriores a su Ascensión. Según otras leyendas somos algo que está incluso más allá del poder del Lord Legislador, algo que nació ese día cuando las brumas cayeron por primera vez sobre la tierra.

Vin asintió levemente. Le parecía extraño que Kelsier hablara con tanta franqueza. A cada lado de la calle se alzaban edificios llenos de skaa dormidos. Y sin embargo, los postigos oscuros y el aire silencioso la hacían sentirse como si Kelsier y ella estuvieran solos. Solos en la ciudad más densamente poblada, más abarrotada de todo el Imperio Secreto.

Kelsier continuó caminando, la viveza de su paso incongruente con la oscura penumbra.

—¿No deberían preocuparnos los soldados? —preguntó Vin en voz baja. Sus bandas siempre tenían que estar atentas a las patrullas nocturnas de la Guarnición.

Kelsier negó con la cabeza.

—Aunque fuéramos lo suficientemente descuidados para que nos localizaran, ninguna patrulla imperial se atrevería a molestar a un nacido de la bruma. Verían nuestras capas y fingirían no vernos. Recuerda, casi todos los nacidos de la bruma son miembros de las Grandes Casas… y el resto pertenece a casas menores de Luthadel. Sea como sea, son individuos muy importantes.

Vin frunció el ceño.

—Entonces ¿los guardias ignoran a los nacidos de la bruma?

Kelsier se encogió de hombros.

—No es conveniente reconocer que la figura agazapada que ves en el tejado es en realidad un señor de alcurnia muy distinguido… o incluso una dama de alcurnia. Los nacidos de la bruma son tan raros que las casas no pueden permitirse tener prejuicios de ningún tipo contra ellos.

»Además, la mayoría de los nacidos de la bruma vive dos vidas: la vida de los aristócratas de la corte y la vida de los sibilinos espías alománticos. La identidad de los nacidos de la bruma es uno de los secretos de las casas: los rumores sobre quiénes son los nacidos de la bruma son siempre el centro de los chismorreos de la alta nobleza.

Kelsier enfiló otra calle y Vin lo siguió, todavía un poco nerviosa. No estaba segura de adónde la llevaba; era fácil perderse en la noche. Tal vez ni siquiera tuviera un destino y sólo la estuviera acostumbrando a las brumas.

—Muy bien —dijo Kelsier—, empecemos a acostumbrarte a los metales básicos. ¿Puedes sentir tus reservas de metal?

Vin hizo una pausa. Si se concentraba, distinguía ocho fuentes de poder en su interior; cada una de ellas mucho más grande incluso que las dos que había notado el día en que Kelsier la puso a prueba. Se había sentido reacia a usar mucho su Suerte desde entonces. Estaba empezando a darse cuenta de que había estado empleando un arma que nunca había comprendido realmente, un arma que había llamado accidentalmente la atención de un inquisidor de acero.

—Empieza a quemarlos, uno a uno —dijo Kelsier.

—¿A quemarlos?

—Así es como llamamos cuando se activa una habilidad alomántica —dijo Kelsier—. «Quemas» el metal asociado con ese poder. Comprenderás a qué me refiero. Empieza con los metales que no conoces todavía… trabajaremos con las emociones para aplacar y causar ira en otro momento.

Vin asintió y se detuvo en medio de la calle. Vacilante, recurrió a una de las nuevas fuentes de poder. Una de ellas le resultaba levemente familiar. ¿La había usado antes sin darse cuenta? ¿Qué haría?

Sólo hay una forma de averiguarlo… Insegura de qué se suponía que tenía que hacer exactamente, Vin agarró la fuente de poder y trató de usarla.

De inmediato sintió una llamarada de calor dentro del pecho. No era incómodo, pero sí algo claro y diferente. Junto con el calor vino algo más: una sensación de euforia y de poder. Se sentía… más sólida, de algún modo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Kelsier.

—Me siento diferente —respondió Vin. Alzó la mano y pareció como si el miembro hubiera reaccionado demasiado rápidamente. Los músculos estaban ansiosos—. Mi cuerpo… es extraño. Ya no me siento cansada y sí en guardia.

—Ah —dijo Kelsier—. Eso es el peltre. Aumenta tus habilidades físicas y te hace más fuerte, más capaz de resistir la fatiga y el dolor. Reaccionarás con más rapidez cuando lo quemes y tu cuerpo será más duro.

Vin flexionó los músculos, experimentando. No parecían más grandes pero sentía su fuerza. Sin embargo, no se trataba sólo de sus músculos… era todo en ella. Sus huesos, su carne, su piel. Recurrió a su reserva y notó que menguaba.

—Me estoy quedando sin ella —dijo.

Kelsier asintió.

—El peltre se quema de manera relativamente rápida. El frasquito que te di estaba medido para contener diez minutos de quema continua…, aunque irá más rápido si avivas a menudo y más lento si tienes cuidado con cómo lo usas.

—¿Avivar?

—Puedes quemar tus metales un poco más vivamente si lo intentas —dijo Kelsier—. Se acaban mucho más rápido y es más difícil, pero puede darte un impulso extra.

Vin frunció el ceño y trató de hacer lo que él decía. Con un empujón de esfuerzo agitó las llamas dentro de su pecho, avivando el peltre.

Fue como el aire que uno toma antes de dar un salto atrevido. Un súbito arrebato de fuerza y poder. Su cuerpo se tensó de expectación y durante un momento se sintió invencible. Entonces pasó y su cuerpo se relajó lentamente.

Interesante, pensó, advirtiendo lo rápidamente que se había quemado el peltre durante ese breve instante.

—Hay algo que tienes que saber sobre los metales alománticos —dijo Kelsier mientras se internaban en las brumas—. Cuanto más puros son, más efectivos resultan. Los frasquitos que preparamos contienen metales absolutamente puros, preparados y vendidos específicamente para alománticos.

»Las aleaciones, como el peltre, son aún más difíciles, ya que hay que mezclar bien el porcentaje de metal si quieres un poder máximo. De hecho, si no tienes cuidado cuando compras los metales puedes acabar con la aleación equivocada.

Vin frunció el ceño.

—¿Quieres decir que pueden timarme?

—No de manera intencionada —respondió Kelsier—. La cosa es que la mayoría de los términos que utiliza la gente (palabras como «latón», «peltre» y «bronce») son bastante vagos. El peltre, por ejemplo, se considera generalmente una aleación de estaño y plomo con un poco de cobre o plata dependiendo del uso y las circunstancias. El peltre alomántico, sin embargo, es una aleación de estaño al noventa y uno por ciento y un nueve por ciento de plomo. Si quieres sacar fuerza máxima de tu metal, hay que usar esos porcentajes.

—Y… ¿si quemas el porcentaje equivocado?

—Si la mezcla sólo se desvía un poco, obtienes algo de poder. Sin embargo, si está muy desviada, quemarla te enfermará.

Vin asintió lentamente.

—Creo… creo que he quemado este metal antes. De vez en cuando, en muy pequeñas cantidades.

—Metales residuales —dijo Kelsier—. Por beber agua contaminada por metal o por comer en vajilla de peltre.

Vin asintió. Algunas de las jarras de la guarida de Camon eran de peltre.

—Muy bien. Apaga el peltre y pasemos a otro metal —dijo Kelsier.

Vin hizo lo que le pedía. La retirada de poder la dejó débil, cansada y expuesta.

—Ahora deberías poder notar una especie de emparejamiento entre tus reservas de metal.

—Como los dos metales emocionales —dijo Vin.

—Exactamente. Busca el metal emparejado con el peltre.

—Lo veo.

—Hay dos metales para cada poder —dijo Kelsier—. Uno empuja, otro tira: el segundo suele ser una aleación del primero. Para las emociones (los poderes mentales externos) tiras con cinc y empujas con latón. Acabas de usar peltre para empujar tu cuerpo. Ése es uno de los poderes físicos internos.

—Como Ham —dijo Vin—. Quema peltre.

Kelsier asintió.

—Los brumosos que pueden quemar peltre se llaman violentos. Un término burdo, supongo… pero tienden a ser gente bastante burda. Nuestro querido Hammond es una excepción a esa regla.

—¿Qué hace el otro metal físico interno?

—Prueba y verás.

Vin lo hizo ansiosamente y el mundo de pronto se volvió más brillante a su alrededor. Oh… bueno, eso no era cierto del todo. Podía ver mejor y más lejos, pero las brumas seguían allí. Eran tan sólo… más transparentes. La luz ambiental a su alrededor parecía de algún modo más brillante.

Había otros cambios. Notaba la ropa. Se dio cuenta de que siempre había podido notarla, pero normalmente la ignoraba. Ahora, sin embargo, la notaba más cerca. Sentía las texturas y era agudamente consciente de los lugares donde la tela le quedaba tirante.

Tenía hambre. También había estado ignorando eso: sin embargo, ahora su hambre era más acuciante. Notaba la piel más húmeda y podía oler el aire mezclado con olores de tierra, hollín y residuos.

—El estaño agudiza tus sentidos —dijo Kelsier, y su voz de pronto sonó muy fuerte—. Y es uno de los metales que se queman más despacio: el estaño de ese frasquito es suficiente para mantenerte durante horas. La mayoría de los nacidos de la bruma deja conectado su estaño cada vez que salen a las brumas: yo tengo conectado el mío desde que salimos del taller.

Vin asintió. El flujo de sensaciones era casi abrumador. Podía oír crujidos y roces en la oscuridad que le daban ganas de saltar de alarma, segura de que había alguien a su espalda.

Va a costarme acostumbrarme a esto.

—Déjalo ardiendo —dijo Kelsier, indicándole que caminara a su lado mientras continuaba calle abajo—. Querrás acostumbrarte a los sentidos ampliados. No lo avives continuamente. No sólo te quedarías muy pronto sin él, sino que avivar metales de manera constante hace… cosas extrañas a la gente.

—¿Extrañas?

—Los metales, sobre todo el estaño y el peltre, estiran tu cuerpo. Avivarlos sólo hace que ese estiramiento se pronuncie. Estíralo demasiado lejos durante demasiado tiempo y las cosas empiezan a romperse.

Vin asintió, incómoda. Kelsier guardó silencio y continuaron caminando para que Vin explorara sus nuevas sensaciones y el detallado mundo que revelaba el estaño. Antes, su visión quedaba reducida a un diminuto bolsillo dentro de la noche. Ahora, sin embargo, veía la ciudad entera envuelta en una manta de bruma cambiante y revuelta. Podía distinguir las fortalezas como pequeñas montañas oscuras en la distancia y veía motas de luz en las ventanas, como agujeritos en la noche. Y arriba… vio luces en el cielo.

Se detuvo, maravillada. Eran débiles, difusas incluso para sus ojos aumentados por el estaño, pero logró distinguirlas levemente. Cientos de ellas. Miles. Tan pequeñas como las ascuas moribundas de las velas recién apagadas.

—Estrellas —dijo Kelsier, caminando a su lado—. No se pueden ver muy a menudo, excepto con estaño. Debe ser una noche particularmente clara. Antes la gente podía mirar al cielo y verlas cada noche… Eso fue antes de que llegaran las brumas, antes de que los Montes de Ceniza escupieran ceniza y humo al cielo.

Vin lo miró.

—¿Cómo lo sabes?

Kelsier sonrió.

—El Lord Legislador ha intentado empecinadamente erradicar la memoria de aquellos días, pero aún quedan algunas.

Se volvió, sin haber respondido realmente a la pregunta, y continuó caminando. Vin se unió a él. De repente, con estaño, las brumas a su alrededor no parecían tan ominosas. Empezaba a entender cómo podía caminar Kelsier en la noche con tanta confianza.

—Muy bien —dijo Kelsier al cabo de un rato—. Probemos con otro metal.

Vin asintió, dejó su estaño encendido pero escogió otro metal para quemarlo también. Cuando así lo hizo, sucedió algo muy extraño: una multitud de finas líneas azules brotó de su pecho, extendiéndose hacia las brumas. Se detuvo, jadeando levemente, y se miró al pecho. La mayoría de las líneas eran finas, como pedazos transparentes de hilo, aunque un par eran tan gruesas como la lana.

Kelsier se echó a reír.

—Deja ese metal y su pareja por el momento. Son un poco más complicados que los demás.

—¿Qué…? —preguntó Vin, siguiendo las líneas de luz celeste con la mirada. Apuntaban a objetos aleatorios. Puertas, ventanas… Un par incluso apuntaba a Kelsier.

—Ya llegaremos a ello —prometió él—. Apágalo y prueba uno de los otros dos.

Vin apagó el extraño metal e ignoró su pareja, escogiendo uno de los últimos metales. De inmediato sintió una extraña vibración. Se detuvo. No oía los latidos, pero podía sentirlos recorriéndola. Parecían proceder de Kelsier. Lo miró, el ceño fruncido.

—Eso es probablemente bronce —dijo Kelsier—. El metal mental interno para tirar. Te permite sentir cuándo alguien usa la alomancia cerca de ti. Los buscadores, como mi hermano, lo utilizan. Normalmente no es muy útil… a menos que seas un inquisidor de acero en busca de brumosos skaa.

Vin palideció.

—¿Los inquisidores saben usar la alomancia?

Kelsier asintió.

—Todos son buscadores… no estoy seguro de si es porque eligen a los buscadores para convertirlos en inquisidores o porque el proceso de convertirte en inquisidor te concede ese poder. Sea como sea, como su principal trabajo es encontrar a niños mestizos y nobles que usen la alomancia indebidamente, les resulta una habilidad útil. Por desgracia, «útil» para ellos significa «bastante molesto» para nosotros.

Vin iba a asentir pero se detuvo. El latido había cesado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—He empezado a quemar cobre —respondió Kelsier—, la pareja del bronce. Cuando quemas cobre, ocultas tu uso de los poderes a otros alománticos. Puedes intentar quemarlo ahora, si quieres, aunque no sentirás mucho.

Vin así lo hizo. El único cambio fue una leve vibración en su interior.

—El cobre es un metal cuyo aprendizaje es vital —dijo Kelsier—. Te esconderá de los inquisidores. Probablemente no tenemos nada de qué preocuparnos esta noche: los inquisidores nos tomarán por nobles normales nacidos de la bruma que están entrenándose. Sin embargo, si alguna vez vas vestida de skaa y necesitas quemar metales, asegúrate de encender tu cobre primero.

Vin asintió, comprendiendo.

—De hecho, muchos nacidos de la bruma mantienen su cobre encendido todo el tiempo. Arde despacio y te hace invisible a otros alománticos. Te oculta del bronce y también impide que otros manipulen tus emociones.

Vin alzó la cabeza.

—Ya suponía que eso te interesaría —dijo Kelsier—. Todo el que quema cobre es inmune a la alomancia emocional. Además, la influencia del cobre crea una burbuja a tu alrededor. Esta nube, llamada nubecobre, oculta a todo el que está dentro de ella de los sentidos de un buscador, aunque no lo hace inmune a la alomancia emocional, como hará contigo.

—Clubs —dijo Vin—. Eso es lo que hace un ahumador.

Kelsier asintió.

—Si uno de nosotros es localizado por un buscador, puede volver corriendo a la guarida y desaparecer. También pueden practicar sus habilidades sin miedo a ser descubiertos. Los latidos alománticos que brotan de un taller en un sector skaa de la ciudad serían una revelación para un inquisidor que pasara por allí.

—Pero si tú puedes quemar cobre, ¿por qué te preocupaba tanto encontrar a un ahumador para la banda?

—Puedo quemar cobre, sí —dijo Kelsier—. Y tú también. Podemos usar todos los poderes, pero no podemos estar en todas partes. Un jefe necesita saber cómo dividir el trabajo, sobre todo uno tan grande como éste. El procedimiento normal es que haya un nubecobre permanentemente en la guarida. Clubs no lo hace todo él solo: algunos de sus aprendices son ahumadores también. Cuando contratas a un hombre como Clubs, se da por entendido que te proporcionará una base de operaciones y un equipo de ahumadores lo suficientemente competente para mantenerte oculto todo el tiempo.

Vin asintió. Sin embargo, estaba más interesada en la habilidad del cobre para proteger sus emociones. Necesitaría localizar suficiente para mantenerlo ardiendo continuamente.

Echaron a andar de nuevo y Kelsier le dio más tiempo para acostumbrarse a quemar estaño. No obstante, la mente de Vin empezó a divagar. Algo… le parecía raro. ¿Por qué le estaba contando Kelsier todas estas cosas? Le estaba revelando sus secretos demasiado fácilmente.

Excepto uno, pensó, recelosa. El metal de las líneas azules. No ha vuelto a él todavía. Tal vez eso lo iba a mantener apartado de ella, sería el poder que guardaría en reserva para controlarla.

Debe de ser fuerte. El más poderoso de los ocho.

Mientras caminaban por las silenciosas calles, Vin buscó en su interior. Miró a Kelsier y luego quemó con cuidado ese metal desconocido. De nuevo, las líneas brotaron a su alrededor, apuntando en direcciones aparentemente aleatorias.

Las líneas se movieron con ella. Un extremo de cada hilo permaneció pegado a su pecho mientras el otro permanecía unido a un sitio dado a lo largo de la calle. Nuevas líneas aparecieron mientras caminaba y las antiguas se difuminaron, desaparecieron detrás. Las líneas venían en anchuras diversas y algunas eran más brillantes que otras.

Curiosa, Vin las probó mentalmente, tratando de descubrir su secreto. Se concentró en una particularmente pequeña y de aspecto inocente, y se dio cuenta de que podía sentirla de manera individual si se concentraba. Casi sintió que podía tocarla. Buscó con su mente y le dio un leve tirón.

La línea se sacudió y algo salió inmediatamente de la oscuridad hacia ella. Vin soltó un gritito y trató de apartarse, pero el objeto (un clavo oxidado) voló directamente hacia ella.

De repente, algo agarró el clavo y lo envió de vuelta a la oscuridad.

Vin se incorporó, la capa aleteando a su alrededor. Escrutó la oscuridad y luego miró a Kelsier, quien reía en voz baja.

—Tendría que haber sabido que lo intentarías —dijo.

Vin se ruborizó, avergonzada.

—Vamos —dijo él—. No pasa nada.

—¡El clavo me atacó!

¿Daba vida a los objetos ese metal? Ése sí que sería un poder increíble.

—La verdad es que te atacaste tú misma.

Vin se levantó con cuidado y se reunió con él cuando empezaba a recorrer de nuevo la calle.

—Te explicaré lo que has hecho dentro de un momento —prometió—. Primero, hay algo que tienes que comprender sobre la alomancia.

—¿Otra regla?

—Más bien una filosofía. Tiene que ver con las consecuencias.

Vin frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Toda acción que emprendemos tiene sus consecuencias, Vin —dijo Kelsier—. He descubierto que tanto en la alomancia como en la vida la persona que mejor pueda juzgar las consecuencias de sus acciones será la que tenga más éxito. Pongamos por caso quemar peltre. ¿Cuáles son sus consecuencias?

Vin se encogió de hombros.

—Te haces más fuerte.

—¿Qué pasa si estás cargando algo pesado cuando se acaba el peltre?

Vin hizo una pausa.

—Supongo que lo dejas caer.

—Y, si es demasiado pesado, podrías lastimarte seriamente. Muchos violentos han sofocado una fea herida mientras peleaban, sólo para morir de esa misma herida cuando se les acaba el peltre.

—Comprendo.

—¡Ja!

Vin dio un salto y se llevó las manos a los oídos, ensordecida.

—¡Ay! —se quejó, mirando a Kelsier.

Él sonrió.

—Quemar estaño tiene también sus consecuencias. Si alguien enciende de repente una luz o produce un sonido fuerte, puedes quedarte ciega o sorda.

—¿Pero qué tiene eso que ver con los dos últimos metales?

—El hierro y el acero te dan habilidad para manipular otros metales que estén a tu alrededor —explicó Kelsier—. Con el hierro, puedes tirar de una fuente de metal hacia ti. Con el acero, puedes empujarla para apartarla. Ah, ya hemos llegado.

Kelsier se detuvo y alzó la mirada.

A través de la bruma, Vin vio la enorme muralla de la ciudad.

—¿Qué estamos haciendo aquí?

—Vamos a practicar tirar del hierro y empujar el acero —respondió Kelsier—. Pero primero, algunas cosas básicas. —Sacó algo de su cinturón: un óbolo, la moneda más pequeña existente. La alzó ante ella y se colocó a un lado—. Quema acero, el opuesto al metal que quemaste hace unos instantes.

Vin asintió. De nuevo, las líneas azules brotaron a su alrededor. Una de ellas apuntó directamente a la moneda que Kelsier tenía en la mano.

—Muy bien. Empújala.

Vin localizó el hilo adecuado y empujó levemente. La moneda salió despedida de la mano de Kelsier, alejándose de Vin. Ella continuó concentrándose, empujándola por el aire hasta que chocó contra la pared de una casa cercana.

Vin fue impelida violentamente hacia atrás con un súbito movimiento. Kelsier la sujetó e impidió que cayera al suelo.

Vin se tambaleó y se incorporó. Al otro lado de la calle la moneda, ahora liberada de su control, cayó al suelo.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Kelsier.

Ella sacudió la cabeza.

—No lo sé. He empujado la moneda y ha salido volando. Pero cuando ha golpeado la pared, he salido despedida.

—¿Por qué?

Vin frunció el ceño, pensativa.

—Supongo… supongo que la moneda no podía ir a ninguna parte, así que tuve que ser yo quien se moviera.

Kelsier asintió, aprobando su razonamiento.

—Consecuencias, Vin. Usas tu propio peso cuando empujas acero. Si eres mucho más pesada que tu anclaje, saldrá despedido de ti como hizo esa moneda. Sin embargo, si el objeto es más pesado que tú, o si se topa con algo que lo sea, tú serás impelida. Tirar de hierro es similar: o eres atraída hacia el objeto o el objeto es atraído hacia ti. Si vuestros pesos son similares, entonces ambos os moveréis.

»Ése es el gran arte de la alomancia, Vin. Saber lo mucho o poco que te moverás cuando quemes hierro o acero te dará una gran ventaja sobre tus oponentes. Descubrirás que éstas son las más versátiles y útiles de tus habilidades.

Vin asintió.

—Ahora, recuerda —continuó él—. En ambos casos, la fuerza de tu empujón o tu tirón es directa hacia ti o desde ti. No puedes dar la vuelta a las cosas con tu mente, controlándolas para que vayan a donde quieras. No es así como funciona la alomancia, porque no es así como funciona el mundo físico. Cuando empujas algo, ya sea con alomancia o con tus manos, va directamente en la dirección opuesta. Fuerza, reacciones, consecuencias. ¿Comprendes?

Vin volvió a asentir.

—Bien —respondió Kelsier alegremente—. Ahora, vamos a saltar sobre esa muralla.

—¿Qué?

La dejó allí, boquiabierta. Ella lo vio acercarse a la base de la muralla y corrió a su lado.

—¡Estás loco! —dijo entre susurros.

Kelsier sonrió.

—Creo que es la segunda vez que me lo dices hoy. Necesitas prestar más atención: si hubieras estado escuchando a todos los demás, sabrías que mi cordura desapareció hace mucho tiempo.

—Kelsier —dijo ella, mirando la muralla—. No puedo… quiero decir, ¡nunca había usado la alomancia hasta esta noche!

—Sí, pero aprendes rápido —respondió Kelsier, sacando algo de debajo de su capa. Parecía un cinturón—. Toma, ponte esto. Tiene pesos de metal. Si algo sale mal, probablemente podré agarrarte.

—¿Probablemente? —preguntó Vin nerviosa, mientras se ataba el cinturón.

Kelsier sonrió y dejó caer a sus pies un gran lingote de metal.

—Pon el lingote directamente debajo de ti, y acuérdate de empujar acero, no de tirar de hierro. No dejes de empujar hasta que llegues a lo alto de la muralla.

Dicho esto, se agachó y saltó. Salió despedido por los aires, su oscura forma desvaneciéndose entre las brumas. Vin esperó un momento, pero él no volvió a caer hacia su perdición.

Todo estaba en silencio, incluso para sus oídos amplificados. Las brumas revoloteaban juguetonas a su alrededor. Tentándola. Desafiándola.

Miró el lingote, quemando acero. La línea azul brillaba con una luz débil y espectral. Se situó junto al lingote, colocando un pie a cada lado. Miró hacia arriba y luego hacia abajo una última vez.

Finalmente, tomó aire y empujó contra el lingote con todas sus fuerzas.