Epílogo


Por encima de la mesa flotaba una mota de luz en el aire. Se expandió lentamente hasta convertirse en un globo del tamaño de la cabeza de un niño, y luego se elevó para flotar cerca del techo.

—Eso es —dijo Rothen—. Has creado un globo de luz.

Sonea sonrió.

—Ahora sí que me siento como una maga de verdad.

Rothen le miró el rostro y notó que se le alegraba el corazón. Era difícil resistir la tentación de enseñarle más y más magia cuando era tan evidente que Sonea lo disfrutaba muchísimo.

—A la velocidad que aprendes, cuando empieces las clases en la universidad llevarás semanas de ventaja a los demás aprendices —le dijo—. Por lo menos en lo que se refiere a magia. Pero… —Alcanzó un montón de libros que había junto a su silla y empezó a buscar entre ellos—. Tu habilidad con el cálculo está muy atrasada —dijo con firmeza—. Ya va siendo hora de que nos pongamos a ello en serio.

Sonea miró los libros y suspiró.

—Ojalá hubiera sabido las torturas que ibais a hacerme sufrir antes de decidir quedarme.

Riendo, Rothen le pasó un libro sobre la mesa. Se quedó quieto y luego la miró con ojos entornados.

—Todavía no has contestado a mi pregunta.

—¿Qué pregunta?

—¿Cuándo decidiste quedarte?

La mano que se desplazaba hacia el libro se quedó parada. Sonea levantó la mirada hacia el mago. Los ojos de la joven no acompañaron la sonrisa que le lanzó.

—Cuando me di cuenta de que debía hacerlo —dijo.

—Va, Sonea. —Rothen la señaló con un dedo—. No me vengas otra vez con evasivas.

Ella se reclinó en el asiento.

—Lo decidí durante la Vista —le dijo—. Fergun me hizo comprender a qué estaba renunciando, pero eso no fue lo que me hizo cambiar de idea. Cery me dijo que sería una idiota si volvía a casa; eso también ayudó.

Rothen soltó una carcajada.

—Me cae bien tu amigo. No lo apruebo, pero me cae bien.

Sonea asintió, y luego frunció los labios.

—Rothen, ¿existe la menor posibilidad de que nos pueda oír alguien? —preguntó—. ¿Los sirvientes? ¿Otros magos?

Él negó con la cabeza.

—No.

Sonea se inclinó hacia delante.

—¿Estás completamente seguro?

—Sí —dijo el mago.

—Hay… —Se detuvo, se dejó escurrir de la silla y quedó de rodillas junto al mago—. Hay una cosa que Lorlen me dijo que tenía que contarte.