9. Un visitante indeseado


Un viento helado zarandeaba la lluvia, la dispersaba en ráfagas y daba tirones a los gruesos capotes de invierno. Cery se arrebujó con su abrigolargo y encogió el cuello para hundirlo entre los pliegues de la bufanda. Hizo una mueca cuando la lluvia lo abofeteó, y después, resuelto, se volvió de cara al viento.

Estando en la casa de bol con Harrin había sentido un calor muy seductor. El padre de Donia tenía el día generoso, pero ni siquiera el bol gratis podía tentar a Cery para quedarse allí… no cuando Farén por fin le había dado permiso para visitar a Sonea.

Un hombre alto lo apartó de un empujón para adelantarle, y Cery soltó un gruñido. Miró furioso la espalda del desconocido, que caminaba con paso firme. Cery supuso que sería un mercader, por la forma en que la lluvia brillaba en su capa nueva y sus botas. Murmuró un insulto y siguió andando con dificultad.

Al regresar de la tienda de los matones, Farén lo había interrogado sobre el trabajo de aquella noche. El ladrón había escuchado el informe de Cery sin elogiarlo ni criticarlo: se había limitado a asentir al final.

«Está comprobando si le soy útil —caviló Cery—. Quiere saber dónde están mis límites. ¿Qué será lo próximo que me pida?»

Levantó la mirada y contempló la calle. Había algunos losdes corriendo bajo la lluvia. Nada raro. Por delante, el mercader se había detenido y estaba de pie junto a un edificio, sin ningún motivo que fuera evidente para Cery.

Siguió avanzando y echó un vistazo al mercader mientras pasaba a su altura. Aquel extraño tenía los ojos cerrados y el ceño arrugado, como si estuviera concentrado en algo. Al doblar hacia otro callejón, Cery miró atrás justo a tiempo de ver que el hombre levantaba de golpe la cabeza para mirar luego fijamente la calzada.

«No —pensó Cery con los pelos de punta—. Está mirando debajo de la calzada.»

Siguió examinando al hombre, observando sus ropas de mercader. Los zapatos le resultaban familiares y extraños al mismo tiempo. A la tenue luz, brillaba un pequeño símbolo…

A Cery le dio un vuelco el corazón. Giró sobre sí mismo y echó a correr.

Rothen distinguió entre la lluvia la silueta de un hombre alto y vestido con capa, en la esquina opuesta a la que ocupaba él.

Estamos cerca, envió Dannyl. La chica está en algún lugar debajo de estas casas.

Solo tenemos que encontrar la forma de entrar, contestó Rothen.

Había sido un día largo y frustrante. En ocasiones la chica usaba la magia varias veces seguidas y podían hacer progresos. Otras veces tenían que esperar varias horas y, cuando por fin hacía un intento, después volvía a detenerse.

No había tardado en comprender que la capa, aunque ocultaba su túnica, seguía destacando en las barriadas por su calidad.

También había pensado que si muchos hombres con capa merodeaban por la misma zona, llamarían la atención, así que a medida que los magos se acercaban a la chica, había ordenado a casi todos que se retirasen.

Lo sacó de sus pensamientos un sutil zumbido en su mente. Dannyl abandonó su posición y entró en una callejuela. Rothen contrastó la situación con los demás rastreadores y decidió que la chica tenía que estar debajo de la casa que había a la izquierda.

Creo que aquí hay una entrada a los pasadizos, envió Dannyl. Una reja de ventilación en la pared, como las que hemos visto antes.

No podemos acercarnos más sin mostrarnos como lo que somos, envió Rothen a todos los buscadores. Ha llegado el momento. Makin y yo vigilaremos la entrada delantera. Kiano y Yaldin, no perdáis de vista la puerta de atrás. Pero antes de que hagamos nada, Dannyl y Jolen entrarán en el pasadizo, ya que seguramente intentará escapar por ahí.

Esperó a que todos le hubieran confirmado que estaban en sus posiciones y dio a Dannyl y a Jolen la instrucción de entrar. Cuando Dannyl abrió la reja, empezó a enviar imágenes a todos.

Dannyl se coló por el hueco y se dejó caer al suelo del pasadizo. Creó un globo de luz y esperó a que bajara lord Jolen. Se separaron para internarse cada uno por un oscuro pasillo lateral.

Al cabo de unos cien pasos, Dannyl dejó de andar y envió su luz por delante. El globo recorrió unos cuantos pasos antes de llegar a un recodo.

Me parece que esto sigue por debajo de la calle. Voy a volver.

Un momento después, lord Jolen envió la imagen de una estrecha escalera descendente. Empezó a bajarla pero se detuvo cuando apareció alguien ante él. El hombre miró boquiabierto el globo de luz, dio media vuelta y huyó por un pasadizo lateral.

Nos han descubierto, envió Jolen.

Sigue adelante, respondió Rothen.

Dannyl había dejado de enviar imágenes para que Rothen pudiera seguir los avances de Jolen. Jolen llegó al pie de la escalera y acometió un estrecho pasadizo con paso firme. Al llegar a un recodo, el polvo, el ruido y una sensación de alarma abrumaron los sentidos de Rothen. Entonces llegó la confusión, cuando todos los magos empezaron a enviar preguntas al mismo tiempo.

Alguien ha derrumbado el pasadizo, respondió Jolen, enviando la imagen de un montón de escombros. Dannyl iba detrás de mí.

Rothen sintió una punzada de inquietud.

¿Dannyl?

Solo hubo silencio, hasta que le llegó una tenue voz mental.

Enterrado. Espera… ya he salido. No me ha pasado nada. Tú sigue, Jolen. Está claro que querían evitar que pasáramos de aquí. Sigue adelante y encuéntrala.

Adelante, confirmó Rothen. Jolen dio la espalda al muro de escombros y se lanzó a la carrera por el túnel.

Sonó una campanilla. Sonea apartó la mirada de la chimenea y se puso de pie. Un tablero de la pared se deslizó a un lado y Farén entró en la estancia. Con su ropa negra y sus llamativos ojos amarillos, era la viva imagen de un insecto peligroso. Sonrió y le entregó un paquete envuelto en tela y atado con un cordel.

—Esto es para ti.

Ella le dio la vuelta.

—¿Qué es?

—Ábrelo —la animó Farén, doblando sus largas extremidades sobre una de las sillas.

Sonea se sentó enfrente de él y desató el envoltorio. La tela se abrió para permitirle ver un viejo libro encuadernado en cuero. Muchas de sus páginas se habían soltado del lomo. Miró a Farén, dudosa.

—¿Un libro viejo?

—Mira el título —asintió él.

Sonea bajó la mirada y luego volvió a levantarla hacia los ojos del ladrón.

—No sé leer.

Farén parpadeó, sorprendido.

—Claro —dijo, meneando la cabeza—. Lo siento, tendría que haberlo pensado. Es un libro sobre magia. Mandé buscar en todas las casas de empeños y en las guaridas de los traperos. Parece ser que los magos queman todos sus libros viejos pero, según el tendero, este se lo vendió un sirviente indisciplinado y con iniciativa. Mira en el interior.

Sonea encontró un papel doblado debajo de la portada. Al cogerlo, se fijó de inmediato en lo grueso que era el pergamino. Una hoja de papel tan bien hecha podía costar más que la comida de una familia numerosa, o que una capa nueva. La desdobló, miró con atención las letras negras que se entrelazaban formando líneas perfectas que recorrían la página e inspiró de golpe al ver el cuño que había en una esquina. Un diamante dividido en forma de Y: el símbolo del Gremio.

—¿Qué es? —preguntó, casi sin voz.

—Un mensaje —respondió Farén—. Para ti.

—¿Para mí? —Sonea volvió a mirar al hombre. Él asintió—. ¿Cómo han podido hacérmelo llegar?

—No podían, pero se lo dieron a alguien que sabían que estaba en contacto con los ladrones, y él nos lo pasó.

Ella le ofreció el papel.

—¿Qué pone?

Farén se lo cogió de la mano.

—Dice: «A la joven dama con poderes mágicos. Dado que no podemos hablar con usted en persona, enviamos este mensaje por medio de los ladrones con la esperanza de que ellos puedan entregárselo. Querríamos garantizarle que no pretendemos hacerle daño alguno. Asimismo, le aseguramos que el día de la Purga no teníamos intención de herirla a usted ni tampoco al joven. Su muerte fue un trágico accidente. Nuestro único deseo es enseñarla a controlar su poder, y ofrecerle la oportunidad de unirse al Gremio. Es usted bienvenida entre nosotros». Y viene firmado: «Lord Rothen del Gremio de los Magos».

Sonea miró incrédula el mensaje. ¿El Gremio quería que ella, una chica de las barriadas, se uniera a ellos?

Decidió que tenía que ser un truco, un intento de sacarla de su escondite. Recordó al mago que había irrumpido en el refugio del desván, y cómo la había llamado enemiga del Gremio. No era consciente de que ella lo escuchaba. Probablemente lo que él había dicho era la verdad.

Farén dobló el pergamino y se lo guardó en un bolsillo. Al ver su sonrisa picara, el recelo se apoderó de Sonea. ¿Cómo podía saber si lo que Farén había dicho era de verdad lo que ponía en el mensaje?

Sin embargo, ¿por qué iba a inventárselo? Quería que ella trabajara para él, no que se marchara corriendo para unirse a los magos. A menos que fuera una prueba…

El ladrón alzó una ceja.

—¿Qué piensas, joven Sonea?

—No me creo lo que dicen.

—¿Por qué no?

—Porque nunca aceptarían a una losde.

Él frotó el brazo de su silla.

—¿Qué pasaría si descubrieras que de verdad te invitan a unirte a ellos? Mucha gente corriente sueña con hacerse mago. Es posible que al Gremio le interese redimirse a ojos del público.

Sonea negó con la cabeza.

—Es un truco. El error que cometieron fue abatir al losde equivocado, no matar a uno.

Farén asintió lentamente.

—Eso es lo que dicen casi todos los testigos. Bueno, rechazaremos la invitación del Gremio y nos dedicaremos a asuntos más importantes. —Señaló el libro que Sonea tenía en el regazo—. No sé si eso te servirá de algo. Tendré que buscar a alguien para que te lo lea. Tal vez sería mejor que aprendieras a leerlo tú misma.

—Mi tía me enseñó un poquito —le dijo Sonea, pasando páginas—. Pero fue hace mucho tiempo. —Alzó la vista—. ¿Podré ver a Jonna y a Ranel pronto? Estoy segura de que Jonna podría enseñarme a leer.

El ladrón rechazó la idea.

—No hasta que los magos paren de… —Frunció el ceño e inclinó la cabeza levemente a un lado.

Sonea entreoyó un leve zumbido.

—¿Qué ha sido eso?

Farén se incorporó.

—Espera aquí —dijo, y desapareció en la oscuridad que había tras el panel.

Sonea apartó el libro y fue hasta la chimenea. El tablero volvió a abrirse y Farén regresó a la sala.

—Rápido —dijo bruscamente—. Sígueme… y quédate callada.

Pasó junto a ella dando zancadas. Sonea lo observó durante un latido de corazón antes de seguirlo por la estancia.

Farén sacó un pequeño objeto de un bolsillo y lo pasó a un lado y a otro sobre el revestimiento de la pared. Sonea ya estaba bastante cerca para distinguir un nudo de la madera que estaba deslizándose a un lado hasta sobresalir medio dedo de longitud. Farén agarró la protuberancia y tiró de ella.

Un sector de la pared pivotó hacia dentro. Farén tomó del brazo a Sonea y la metió tras él en las sombras. Después de presionar el nudo para dejarlo otra vez alineado con el tablero, cerró la puerta.

Se quedaron en la oscuridad. Cuando los ojos se le fueron adaptando, distinguió cinco agujeros minúsculos repartidos en la puerta, a la altura de los hombros. Farén ya estaba acercando un ojo a uno de ellos.

—Hay formas más rápidas de salir de la sala —le dijo—, pero como teníamos tiempo, he pensado que nos convenía usar una puerta casi imposible de abrir. Mira.

Se apartó de la mirilla. Sonea parpadeó, deslumbrada por una llama que alumbró repentinamente la oscuridad. Farén levantó un farol diminuto y deslizó la tapa hasta que solo dejó un minúsculo rayo de luz en el pasadizo. Lo sostuvo para mostrarle varios cerrojos de metal y unos complicados engranajes que había en aquel lado de la puerta.

—¿Qué está pasando? —preguntó Sonea.

Los ojos amarillos de Farén brillaron en la luz tenue mientras pasaba los cerrojos.

—Solo te sigue buscando un puñado de magos. Ahora mis espías conocen su aspecto, sus nombres y sus movimientos. —Farén soltó una risita—. Hemos estado enviándoles informadores falsos, para mantenerlos ocupados.

»Hoy no han actuado como de costumbre. Han venido más de ellos a las barriadas y además llevaban capas por encima de las túnicas. Han tomado posiciones a lo largo y ancho de las calles, y parecían esperar algo. No sé qué será, pero se desplazaban una y otra vez a lugares diferentes. Cada vez que lo hacían, se acercaban más aquí. Y hace un momento Ceryni me ha dicho que pensaba que los magos te estaban rastreando. Dice que deben de ser capaces de notarlo cada vez que usas la magia. No me lo he creído hasta que…

Farén calló, y al momento desapareció la rendija de luz que daba el farol y la oscuridad volvió a llenar el pasadizo. Sonea lo oyó moverse hacia la pared. Se acercó ella también y puso un ojo contra uno de los agujeritos.

La entrada a la sala estaba abierta; desde su punto de vista, había un rectángulo de oscuridad. Al principio Sonea pensó que el escondrijo estaba vacío, pero de pronto una silueta entró en su campo de visión desde una de las habitaciones laterales, y su túnica verde se meció al detenerse.

—Mi gente ha conseguido pararlos derrumbando el túnel —susurró Farén—, pero ya había pasado uno. No te asustes. Esta puerta no puede atravesarla nadie. Es… —Cogió aire casi sin hacer ruido—. Interesante.

Sonea acercó un ojo al agujero y le dio un vuelco el corazón. Parecía que el mago la estaba mirando directamente.

—¿Podrá oírnos? —murmuró Farén—. He comprobado muchas veces estas paredes.

—A lo mejor es que ve la puerta —sugirió Sonea.

—No, tendría que examinar la pared muy de cerca. Y aunque se pusiera a buscar puertas, esta habitación tiene cinco salidas. ¿Por qué tendría que escoger esta?

El mago caminó hacia ellos y se detuvo. Miró fijamente la madera y luego cerró los ojos. Sonea notó que la embargaba una sensación que ya le era demasiado familiar. Cuando el mago volvió a abrir los ojos, sus arrugas de concentración habían desaparecido y miraba directamente a Farén.

—¿Cómo lo sabe? —susurró Farén—. ¿Ahora mismo estás haciendo magia?

—No —respondió Sonea, sorprendida por la confianza que transmitía su propia voz—. Yo puedo esconderme de él. Eres tú. Te está sintiendo a ti.

—¿A mí? —Farén apartó la cabeza del agujero y le dirigió una mirada intensa.

Sonea se encogió de hombros.

—No me preguntes por qué.

—¿Puedes ocultarme? —La voz de Farén sonaba tensa—. ¿Puedes escondernos a los dos?

Sonea se retiró de la mirilla. ¿Podría hacerlo? No sería capaz de ocultar lo que detectaba el mago sin antes notarlo ella. Miró a Farén, y entonces miró a Farén. Era como si hubiera expandido sus sentidos —no, en realidad otro sentido distinto a la vista o al oído— y pudiera percibir que allí había una persona.

Farén pronunció una palabrota.

—¡Deja de hacer eso! —Jadeó. Algo raspó contra la pared. Farén se apartó—. Está intentando abrirla. Ya me temía que intentara echarla abajo. Eso nos dará algo de tiempo.

Abrió la tapa del farol e indicó a Sonea que lo siguiera. Apenas habían dado unos pasos cuando los sorprendió el sonido de un cerrojo deslizándose por la madera. Farén se dio la vuelta y maldijo. Levantó el farol para iluminar la pared.

Uno tras otro, los cerrojos estaban descorriéndose, al parecer por sí mismos. Sonea vio que los engranajes de la puerta empezaban a girar, y de pronto el pasaje quedó sumido en la oscuridad cuando la lámpara repicó contra el suelo.

—¡Corre! —susurró Farén—. ¡Ven conmigo!

Sonea extendió un brazo para tocar la pared y siguió el golpeteo de los zapatos de Farén contra el suelo. No había avanzado más de veinte pasos cuando la rebasó una cuña de luz, que proyectó su sombra en el suelo. Oyó tras ella el eco de unos pies con botas en el pasadizo.

De repente el túnel se llenó de una luz brillante, y la sombra de Sonea empezó a encogerse a toda velocidad. Notó una oleada de calor que avanzaba a la altura de su oreja y dio un respingo cuando una refulgente bola de luz la adelantó. La bola pasó también delante de Farén y emitió un destello que se transformó en una barrera resplandeciente.

Farén resbaló al detenerse y acabó encarado a su perseguidor, con la cara pálida bajo la luz blanca. Sonea llegó junto a él y también se volvió. Una persona con túnica se les acercaba con paso firme. Con el corazón a punto de salírsele del pecho, Sonea dio unos pasos atrás hasta que pudo sentir la vibración y el calor emanando de la barrera que tenía a su espalda.

Farén inició un rugido que nació en el fondo de su garganta, cerró con fuerza los puños y empezó a desandar el pasadizo en dirección al mago. Sonea, sorprendida, no pudo más que mirarlo con asombro.

—¡Tú! —Farén señaló al mago—. ¿Quién te crees que eres? Esto son mis dominios. ¡Estás cometiendo allanamiento!

Su voz resonó en el túnel. El mago aflojó el paso y contempló al ladrón con cautela.

—La ley dice que podemos ir allá adonde debamos —replicó el mago.

—La ley también dice que no podéis hacer daño a la gente en su propiedad —contraatacó Farén—. Yo diría que estas dos semanas ya habéis hecho las dos en buen grado.

El mago dejó de andar y levantó las manos en un gesto apaciguador.

—No pretendíamos matar a ese chico. Fue una equivocación. —El mago posó la mirada en Sonea y le provocó un escalofrío en la espalda—. Debemos explicarte muchas cosas. Hay que enseñarte a controlar tus poderes…

—¿Es que no lo entendéis? —susurró Farén—. Ella no quiere hacerse maga. No quiere tener nada que ver con vosotros. Limitaos a dejarla en paz.

—Eso no puedo hacerlo —contestó el mago, negando con la cabeza—. Tiene que venir con nosotros…

—¡No! —gritó Farén.

Los ojos del mago se enfriaron y helaron la sangre de Sonea.

—¡No lo hagas, Farén! —chilló—. ¡Te matará!

Farén, sin hacerle ningún caso, separó un poco las piernas y colocó las manos en las dos paredes laterales del pasadizo.

—Si la quieres —dijo con voz grave—, tendrás que pasar por encima de mí.

El mago vaciló un momento antes de dar un paso, girando las palmas de sus manos hacia Farén. Un fuerte tañido metálico llenó de sonido el túnel.

El mago extendió los brazos y desapareció.

Sonea observó perpleja el suelo que había pisado el mago. Ahora había un cuadrado oscuro.

Farén dejó caer los brazos, echó la cabeza hacia atrás y empezó a carcajearse. El corazón de Sonea seguía latiendo con fuerza, pero se acercó poco a poco a su lado. Vio que aquel recuadro de oscuridad era un gran agujero en el suelo.

—¿Qué… qué ha pasado?

Las carcajadas de Farén amainaron hasta quedar en una risita. Levantó un brazo e hizo girar un ladrillo de la pared. Metió la mano en el hueco, agarró algo y, con un gruñido de esfuerzo, tiró de ello. Una trampilla subió, rodando lentamente sobre sus goznes, y se encajó en el hueco con un chasquido. Farén dio unas patadas al polvo para esparcirlo por encima.

—Ha sido facilísimo —dijo, limpiándose las manos con un pañuelo. Sonrió a Sonea y ensayó una breve reverencia—. ¿Qué te ha parecido mi actuación?

En los labios de Sonea empezó a formarse una sonrisa.

—Casi me duermo.

—¡Ja! —Farén arqueó las cejas—. Pues tú sí que parecías convencida. «¡No lo hagas, Farén! ¡Te matará!» —dijo, poniendo voz de falsete. Se llevó una mano al corazón y sonrió—. Que te preocupe mi bienestar me conmueve tanto…

—Disfrútalo —dijo ella—. A lo mejor no dura mucho. ¿Adónde va esto? —preguntó, tocando la trampilla con la punta del pie.

Farén se encogió de hombros.

—Bueno, cae directamente a un foso lleno de estacas de hierro.

Sonea puso los ojos como platos.

—Entonces… ¿está muerto?

—Muy muerto. —Los ojos del ladrón destellaron.

Sonea contempló la trampilla. Seguro que no… pero si Farén decía… aunque quizá el mago hubiera conseguido…

De pronto se sintió enferma y helada. Nunca había pensado que un mago pudiera morir. Salir herido, tal vez, pero no morir. ¿Cómo reaccionaría el Gremio cuando se enterara de que uno de los suyos estaba muerto?

—Sonea. —Farén le puso una mano en el hombro—. No está muerto. La trampa lleva a una fosa séptica. Está pensada como ruta de escape. Saldrá por su propio pie y olerá peor que el río Tarali, pero seguirá vivo.

Sonea asintió, más calmada.

—Pero piensa lo que te habría hecho él a ti, Sonea. Puede que un día tengas que matar por tu libertad. —Farén levantó una ceja—. ¿Se te había ocurrido?

Sin esperar su respuesta, se giró y observó la barrera de luz y calor que seguía bloqueando el pasadizo. Agitó la cabeza y empezó a desandar el camino por el túnel hasta el escondite. Sonea saltó la trampilla con inquietud y lo siguió.

—No podemos volver —razonó en voz alta mientras caminaba—; es posible que los magos hayan dado con otra entrada. Tendremos que… —Se desvió hacia una pared para inspeccionarla—. Ah, aquí está.

Tocó algo en el muro.

Sonea dio un grito ahogado cuando el suelo bajo sus pies desapareció. Su costado topó con algo duro y al instante estaba resbalando por una superficie lisa e inclinada. El aire empezó a calentarse con rapidez y adquirió un olor claramente desagradable.

De pronto se vio flotando en el aire, y luego cayó a una oscuridad mojada. Le entró agua en los oídos y en la nariz, pero mantuvo la boca cerrada. Movió las piernas, encontró el fondo y se propulsó hacia la superficie. Abrió los ojos a tiempo de ver cómo Farén salía volando de un túnel y caía al agua dando un chapuzón. El ladrón se revolvió, impulsándose hasta la superficie con una maldición en los labios.

—¡Arrrg! —rugió. Se limpió los ojos y soltó otra palabrota—. ¡Me he confundido de trampilla!

Sonea se cruzó de brazos.

—Entonces ¿dónde ha terminado el mago?

Farén levantó la mirada y sus ojos amarillos se llenaron de una luz maligna.

—En el vertedero de la casa de fermentado que hay aquí cerca, calle arriba —dijo en voz baja—. Cuando salga de allí, apestará a pulpa fermentada de tugor durante una semana.

Sonea dio un bufido y se dirigió al borde de la poza.

—¿Y lo suyo es peor que esto?

Él se encogió de hombros.

—Tal vez para un mago sí. Tengo entendido que odian esas cosas. —La siguió afuera de la poza y luego la miró de arriba abajo—. Supongo que te debo un baño y una muda de ropa limpia, ¿no?

—¿Porque te ha faltado poco para no poder protegerme? —Sonea también se encogió de hombros—. Tendrá que bastar, pero habrás de pensar en algo mejor por tirarme a una alcantarilla.

Farén sonrió de oreja a oreja.

—Veré qué puedo hacer.