Rothen volvía a solas desde las caballerizas y redujo el paso al entrar en los jardines. El aire era frío pero no se le hacía incómodo, y le apetecía disfrutar de aquella calma después del ajetreo de la ciudad. Inspiró con fuerza y dejó escapar el aire con un suspiro.
Aunque había interrogado a muchísimos confidentes, pocos de ellos le habían dado alguna información valiosa. La mayoría había acudido con la esperanza de que cualquier pista, por irrelevante que fuera, pudiera llevar a la captura de la chica y valer la recompensa. Algunos solo habían aprovechado la ocasión para expresar sus quejas sobre el Gremio.
Sin embargo, otros dijeron haber visto a chicas solitarias que intentaban esconderse. Unas cuantas excursiones a las barriadas demostraron que no había escasez de granujillas callejeras ocultándose en rincones oscuros. Las conversaciones de Rothen con los otros magos que entrevistaban a los informadores revelaron muchas decepciones similares.
Todo sería mucho más fácil si en los carteles de la recompensa se hubiera incluido un retrato de la chica. Recordó con nostalgia a su fallecido mentor, lord Margen, que había intentado, sin éxito, descubrir alguna forma de transferir imágenes mentales al papel. Dannyl había recogido el testigo, pero tampoco había hecho grandes progresos.
Se preguntó cómo le habría ido a Dannyl. Sabía, por una conversación mental con su amigo, que el joven mago estaba vivo e ileso, y que regresaría al anochecer. No podían comentar el auténtico propósito de su visita a las barriadas, ya que siempre era posible que algún otro mago escuchara la conversación involuntariamente. De todos modos, Rothen había captado una esperanzadora satisfacción en los envíos de su amigo.
—… sabe… Rothen…
Al escuchar su nombre, Rothen levantó la mirada. El espeso follaje de los setos que había en el jardín le impedía ver quién había hablado, pero Rothen estaba seguro de reconocer aquella voz.
—… a estas cosas no se les puede meter prisa.
Esta otra era la voz del administrador Lorlen. Él y su interlocutor se movían hacia el lugar donde estaba Rothen. Supuso que pasarían junto a él, así que se internó en uno de los pequeños patios que salpicaban el jardín. Se sentó en un banco y escuchó con atención mientras el diálogo se iba haciendo más claro.
—Tomo nota de su solicitud, lord Fergun —dijo Lorlen con paciencia—. Es lo único que puedo hacer. Cuando la encontremos, se tratará el asunto de la forma usual. De momento, lo único que me preocupa es su captura.
—Pero ¿tenemos que pasar por tanta… por tantas molestias? El primero en ser consciente de sus poderes no fue Rothen. ¡Fui yo! ¿Cómo va a defender su causa contra eso?
El administrador respondía con voz sosegada, pero sus pasos eran rápidos. Rothen sonrió para sí mismo mientras pasaban de largo.
—No es ninguna molestia, Fergun —replicó Lorlen con severidad—. Es la ley del Gremio. La ley dice que…
—«El primer mago que reconozca el potencial mágico en otro tiene derecho a reclamar su tutela» —recitó Fergun rápidamente—. Y el primero en notar los efectos de su poder fui yo, no Rothen.
—En cualquier caso, no podemos discutir el asunto hasta que demos con la chica…
Los magos ya se habían alejado de Rothen y sus voces, cada vez más tenues, se hicieron incomprensibles. Rothen se levantó del banco y empezó a pasear lentamente hacia el alojamiento de los magos.
Así que Fergun reclamaba la tutela de la chica. Al ofrecerse Rothen para instruir a la muchacha, no había pensado que algún otro mago fuera a querer aquel trabajo. Y mucho menos Fergun, que siempre había parecido sentir un gran desprecio por las clases bajas.
Sonrió para sí mismo. A Dannyl no le iba a hacer ninguna gracia. Su amigo había albergado un profundo desagrado por Fergun desde los tiempos en que ambos eran aprendices. Cuando Dannyl se enterara, pondría aún más empeño en ser él quien encontrara a la chica.
Habían pasado años desde la última vez que Cery había visitado una casa de baños, y nunca había visto el interior de las costosas salas privadas. Bien limpio, sin sentirse helado por primera vez en muchos días y envuelto en una gruesa toalla, estaba de un humor excelente mientras caminaba por detrás de la joven que le había traído la toalla hacia una habitación ventilada para secarse. Sonea estaba sentada en un tapete simba, con su delgado cuerpo enterrado bajo una pesada toalla y la cara brillante tras las atenciones de las chicas de la casa de baños. Verla tan relajada mejoró aún más el humor de Cery.
Sonrió de oreja a oreja.
—¡Yep! ¡Qué gustazo! Estoy seguro de que Jonna estaría encantada. —Sonea hizo un gesto de dolor al oírlo, y Cery se arrepintió al instante de sus palabras. Hizo una mueca de disculpa—. Lo siento, Sonea. No te lo tendría que haber recordado. —Se dejó caer a su lado sobre el tapete y apoyó la espalda en la pared—. Si no levantamos la voz, deberíamos poder hablar tranquilamente —añadió en un susurro.
Ella asintió.
—¿Y ahora, qué? No nos podemos quedar aquí.
—Ya lo sé. Lo he estado pensando. —Suspiró—. Las cosas están mal, Sonea. Habría sido fácil esconderte de los magos, pero desde que ofrecieron la recompensa se ha vuelto más complicado. Ahora no puedo fiarme de nadie. No puedo pedir que me devuelvan favores y… y se me han acabado los sitios donde ocultarte.
La cara de Sonea palideció.
—Entonces ¿qué vamos a hacer?
Cery vaciló. Después de la pelea se había dado cuenta de que solo le quedaba una opción. A Sonea no iba a gustarle. Ni a él tampoco, por cierto. Ojalá tuviera a alguien en quien confiar. Agitó la cabeza y se giró para enfrentarse a la mirada de Sonea.
—Creo que deberíamos pedir ayuda a los ladrones.
Sonea se sorprendió.
—¿Te has vuelto loco?
—Intentar esconderte por mi cuenta es lo que sería una locura. Tarde o temprano alguien te delataría.
—¿Y los ladrones, qué? ¿Por qué no van a traicionarme ellos?
—Porque tú tienes algo que ellos quieren. Sonea frunció el ceño y se le nubló el rostro.
—¿La magia?
—Exacto. Seguro que les encantaría tener a su propia maga. —Pasó los dedos por el tapete—. Si estás bajo su protección, nadie se atreverá a tocarte un pelo. Nadie se la juega con los ladrones, ni siquiera por cien monedas de oro.
Sonea cerró los ojos.
—Jonna y Ranel me dicen siempre que de los ladrones no se puede escapar. Que cuando te tienen, ya no te sueltan. Una vez has hecho un trato con ellos, aunque lo cumplas, nunca dejas de estar en deuda con ellos.
Cery negó con la cabeza.
—Ya sé que la gente cuenta historias muy feas. Las ha oído todo el mundo. Pero en realidad, si respetas sus normas, te tratan bien. Eso decía siempre mi padre.
—A tu padre lo mataron ellos.
—Porque fue un idiota. Les hizo la de blinga.
—¿Y si…? —Sonea suspiró y meneó la cabeza—. ¿Qué elección tengo? Si no lo hago, el Gremio me encontrará. Supongo que es mejor ser esclava de un ladrón que estar muerta.
Cery hizo una mueca.
—No va a ser así. Cuando hayas aprendido a usar tus poderes, serás importante y tendrás influencia. Te darán muchísima cuerda. No les quedará otro remedio. Al fin y al cabo, si decides que no quieres hacer una cosa, ¿cómo van a obligarte?
Ella lo miró, escrutando sus rasgos durante un tiempo insufriblemente largo.
—No estás nada seguro de esto, ¿verdad?
Cery se obligó a mirarla a los ojos.
—Estoy seguro de que es tu única opción. Estoy seguro de que te tratarán bien.
—¿Y luego?
—No sé lo que te pedirán que hagas a cambio.
Sonea asintió, se reclinó y pasó varios minutos mirando la pared de enfrente.
—Si crees que debo hacerlo, lo haré, Cery. Prefiero estar atrapada con los ladrones que rendirme al Gremio.
Mirando la cara pálida que tenía Sonea, Cery notó regresar aquella incomodidad que ya le era familiar, si bien esta vez era una sensación más parecida al remordimiento. Ella estaba asustada, pero se enfrentaría a los ladrones con su característica decisión inquebrantable. Y eso le hacía sentirse peor. Aunque no podía engañarse a sí mismo respecto a su capacidad para protegerla, llevarla con los ladrones se parecía demasiado a traicionarla. Y Cery no quería perderla de nuevo.
Pero no le quedaban opciones.
Se puso en pie y fue hasta la puerta.
—Voy a buscar a Harrin y a Donia —dijo—. ¿Te encuentras bien?
Sonea no alzó la mirada; se limitó a asentir.
La chica que repartía las toallas estaba en el pasillo, fuera de la habitación. Cery le preguntó por Harrin y Donia, y la chica señaló con la barbilla la puerta de la habitación contigua. Él se mordió el labio y llamó con los nudillos.
—Pasa —dijo Harrin desde dentro.
Harrin y Donia estaban sentados en sendos tapetes simba. Donia se estaba secando el pelo con una toalla.
—Se lo he dicho, y está de acuerdo.
Harrin frunció el ceño.
—Yo sigo sin verlo claro. ¿Por qué no la sacamos de la ciudad?
Cery se negó.
—No creo que llegáramos muy lejos. Puedes estar seguro de que a estas alturas los ladrones ya lo saben todo de ella. Habrán averiguado dónde ha estado y también dónde vivía. Sabrán qué pinta tiene, quiénes eran sus padres, dónde están sus tíos. No tardarán en enterarse por Búrril y sus amigos de que es…
—Si saben todo eso —interrumpió Donia—, ¿cómo es que no han venido a llevársela?
—Porque ellos no hacen las cosas así —respondió Cery—. Les gusta hacer tratos porque así tienen contenta a la gente que trabaja para ellos y luego no les dan problemas. Podrían haberse ofrecido a protegerla, pero no lo han hecho. Eso me hace pensar que no están seguros de que tenga magia. Si no vamos hasta ellos, harán que uno de los suyos la delate a los magos. Por eso nunca podríamos sacarla de la ciudad.
Donia y Harrin se miraron entre sí.
—¿Qué opina ella? —preguntó Donia.
—Ha oído historias. Está asustada, pero sabe que no tiene más opciones.
Harrin se incorporó.
—¿Estás seguro de esto, Cery? —preguntó—. Pensaba que te tenía un brillo. Puede que no vuelvas a verla nunca.
Cery parpadeó, sorprendido, y notó que se ruborizaba.
—Y si la atraparan los magos, ¿crees que volvería a verla?
—No —contestó Harrin, dejando caer los hombros.
Cery empezó a andar.
—Yo iré con ella. Necesitará tener cerca a alguien conocido. Puedo ser útil.
Harrin agarró el brazo de Cery. Lo miró fijamente, buscando algo en sus ojos, y finalmente lo soltó.
—Entonces ya no te veremos demasiado por aquí, ¿verdad?
Cery negó con la cabeza. Sintió una punzada de remordimiento. Harrin acababa de sufrir la deserción de cuatro miembros de su banda, y no estaba seguro de poder confiar en los demás. Y ahora quien se marchaba era su mejor amigo.
—Me pasaré siempre que pueda. De todas formas, Gellin ya piensa que trabajo para los ladrones.
Harrin sonrió.
—Muy bien, pues. ¿Cuándo la llevarás?
—Esta noche.
Donia apoyó una mano en el brazo de Cery.
—Pero… ¿y si no la quieren?
Cery sonrió con tristeza.
—La querrán.
El pasillo del alojamiento de los magos estaba silencioso y vacío. Solamente resonaban los pasos de Dannyl, que se dirigían a la puerta de Yaldin. Llamó con los nudillos y esperó, escuchando las tenues voces que escapaban de la habitación. Una voz de mujer se alzó por encima de las demás.
—¿Que ha hecho qué?
La puerta se abrió un momento después. Ezrille, la esposa de Yaldin, le dedicó una sonrisa distraída y se apartó para dejar entrar a Dannyl en la habitación. Había varias butacas situadas alrededor de una mesa baja, dos de ellas ocupadas por Yaldin y Rothen.
—Ha ordenado a la Guardia que desahuciara al hombre de su casa —dijo Yaldin.
—¿Solo por dejar que unos niños durmieran en el desván? ¡Qué horrible! —exclamó Ezrille, señalando una butaca a Dannyl.
Yaldin asintió.
—Buenas tardes, Dannyl. ¿Te apetece una taza de sumi?
—Buenas tardes —respondió Dannyl mientras se dejaba caer en la butaca—. Un poco de sumi está bien, muchas gracias. Ha sido un día larguísimo.
Rothen lo miró y arqueó las cejas, preguntando sin hablar. Dannyl respondió con una sonrisa y un encogimiento de hombros. Sabía que Rothen estaría impaciente por saber cómo le había ido con los ladrones, pero antes de explicárselo quería enterarse de lo que había enfurecido a Ezrille, que por lo general era una persona tranquila y comprensiva.
—¿Qué me he perdido?
—Ayer uno de nuestros buscadores siguió la pista que nos había dado un informador hasta una casa situada en la mejor zona de las barriadas —explicó Rothen—. El dueño dejaba que los niños sin hogar durmieran en su desván, y el informador insistía en que allí se escondía una chica más mayor. Nuestro colega afirma que la chica y su compañero escaparon justo antes de que llegara él, con la ayuda del propietario. Así que ha ordenado a la Guardia que los desahucie, al hombre y a su familia.
Dannyl torció el gesto.
—¿Nuestro colega? ¿Quién…? —Lanzó una mirada penetrante a Rothen—. No estaremos hablando por casualidad de cierto guerrero llamado Fergun, ¿verdad?
—Estamos.
Dannyl gruñó, pero dedicó una sonrisa a Ezrille mientras aceptaba una humeante taza de sumi.
—Gracias.
—¿Qué ocurrió al final? —preguntó Ezrille—. ¿Desahuciaron a ese hombre?
—Lorlen revocó la orden, por supuesto —respondió Yaldin—. Pero Fergun ya había puesto la casa patas arriba… buscando escondites, según él.
Ezrille negó con la cabeza.
—No puedo creer que Fergun sea tan… tan…
—¿Vengativo? —rezongó Dannyl—. Me extraña que no decidiera interrogar al pobre hombre.
—No se atrevería —dijo Yaldin, desdeñoso.
—Ahora no —convino Dannyl.
Rothen suspiró y se recostó en su butaca.
—Hay más. Esta noche he escuchado por casualidad una cosa interesante: Fergun quiere la tutela de la chica.
Dannyl sintió cómo se le helaba la sangre.
—¿Fergun? —Ezrille torció el gesto—. No es un mago poderoso. Yo pensaba que el Gremio prefería que los magos más débiles no tutelaran aprendices.
—Y así es —aseguró Yaldin—. Pero no hay ninguna regla que lo prohíba.
—¿Qué posibilidades tiene su solicitud?
—Dice que fue el primero en descubrir sus poderes porque sintió sus efectos antes que nadie —explicó Rothen.
—¿Y eso es buen argumento?
—Espero que no —murmuró Dannyl. Aquella noticia le perturbaba. Conocía bien a Fergun. Demasiado bien. En todo caso, ¿qué relación quería tener Fergun, que despreciaba a las clases bajas, con una chica de las barriadas?—. Quizá tenga pensado tomarse la revancha por la humillación que sufrió en la plaza Norte…
Rothen frunció el ceño.
—Venga, Dannyl…
—Hay que tener en cuenta esa posibilidad —insistió Dannyl.
—Fergun no va a complicarse tanto la existencia por un moretón de nada, aunque le haya herido el ego —dijo Rothen con firmeza—. Es solo que quiere ser él quien la capture… y no quiere que luego la gente se olvide de todo.
Dannyl apartó la mirada. Su viejo amigo nunca había comprendido que su antipatía por Fergun no era solo un rencor residual de sus días como aprendices. Dannyl sabía muy bien por propia experiencia cuánto podía obsesionarse Fergun con sus venganzas.
—Ya veo que tendremos una buena pelea —dijo Yaldin entre risas—. Esa pobre chica no tiene ni idea de cómo ha revolucionado al Gremio. No pasa a menudo que dos magos compitan por la tutela de un aprendiz.
Rothen bufó con suavidad.
—Estoy seguro de que eso es lo último que le preocupa. Después de lo que sucedió en la plaza Norte, probablemente crea que pretendemos matarla.
La sonrisa de Yaldin se marchitó.
—Por desgracia, no podremos convencerla de lo contrario hasta que la hayamos encontrado.
—Bueno, no estoy tan seguro de eso —dijo Dannyl en voz baja.
Rothen lo miró.
—¿Tienes alguna sugerencia, Dannyl?
—Supongo que mi nuevo amigo ladrón tiene sus propios métodos para distribuir información por las barriadas.
—¿Amigo? —Yaldin soltó una risita de incredulidad—. Ahora los estás llamando amigos a ellos.
—Socios —rectificó Dannyl con una sonrisa picara.
—Deduzco que has tenido éxito, ¿me equivoco? —Rothen levantó una ceja.
—Un poco. Solo es el principio. —Dannyl se encogió de hombros—. Por lo que creo, he hablado con uno de sus líderes.
Ezrille tenía los ojos muy abiertos.
—¿Cómo era?
—Se llama Gorín.
—¿Gorín? —se sorprendió Yaldin—. Es un nombre raro.
—Parece que sus líderes siempre adoptan nombres de animales. Supongo que escogen un título acorde a su talla, porque este desde luego se parecía a un gorín. Era enorme y lanudo. Casi me ha extrañado que no tuviera cuernos.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Rothen, lleno de curiosidad.
—No me ha prometido nada. Le he explicado lo peligroso que es que ronde por ahí una maga que no está adiestrada para controlar sus poderes. Me ha parecido que le preocupaba más eso que lo que pudiera obtener del Gremio a cambio de encontrarla.
Yaldin arrugó la frente.
—Los magos superiores no van a estar de acuerdo en intercambiar favores con los ladrones.
Dannyl quitó importancia a aquello con un gesto.
—Desde luego que no. Se lo he explicado y lo ha entendido. Creo que aceptaría dinero.
—¿Dinero? —dudó Yaldin—. No sé…
—Ya estamos ofreciendo una recompensa, así que no veo ningún problema en que vaya a parar a un ladrón. Todos sabemos que, en todo caso, el dinero será para alguien de las barriadas; los magos superiores ya deben de suponer que esa persona será alguien de moral cuestionable.
Ezrille puso los ojos en blanco.
—Solo tú podrías conseguir que algo como eso suene perfectamente razonable, Dannyl.
Dannyl sonrió.
—Pues aún es mejor. Si presentamos este tema con cuidado, todo el mundo acabará dándose palmaditas en la espalda por haber convencido a los ladrones de que hagan un buen servicio a la ciudad.
Ezrille soltó una carcajada.
—Espero que a los ladrones no se les ocurra lo mismo, o se negarán a ayudarte.
—Bueno, de momento debe seguir siendo un secreto —dijo Dannyl—. No quiero liar las cosas aquí arriba hasta que sepa si Gorín tiene intención de ayudarnos o no. ¿Puedo confiar en que estaréis callados?
Miró a los demás. Ezrille asintió con entusiasmo. Rothen inclinó la cabeza una vez. Yaldin tenía cara de preocupación, pero se encogió de hombros.
—Muy bien. Pero ve con cuidado, Dannyl. Lo que arriesgas no es solo tu propio pellejo.
—Lo sé. —Dannyl sonrió—. Lo sé.
Recorrer el Camino de los Ladrones a la luz de una lámpara era más rápido e interesante que andar tanteando en la oscuridad.
Las paredes de los pasadizos estaban construidas con una variedad de ladrillos que no parecía tener fin. Había símbolos tallados en las paredes y también señales en algunas intersecciones.
El guía se detuvo donde se cruzaban dos pasadizos y dejó la lámpara en el suelo. Sacó una venda negra de su abrigo.
—A partir de aquí, tenéis que seguir a ciegas.
Cery asintió y se quedó en silencio mientras el hombre le ataba una tira de tela delante de los ojos. El guía se situó detrás de Sonea y ella bajó los párpados mientras le apretaban aquel material áspero contra la cara. Notó una mano apoyándose en su hombro y luego otra la agarró por la muñeca y empezó a tirar de ella por el pasadizo.
Intentó memorizar los giros que iban dando, pero no tardó en perder la cuenta. Siguieron arrastrando los pies a oscuras. En ocasiones escuchaban algunos sonidos: voces, pasos, agua goteando y otros que no pudo identificar. La venda le picaba, pero no se atrevía a rascarse por si el guía pensaba que estaba intentando echar un vistazo furtivo.
Suspiró de alivio cuando el hombre se detuvo. Unos dedos le quitaron la venda de los ojos. Miró a Cery. Él le dedicó una sonrisa reconfortante.
El guía sacó un palo de madera de su abrigo y lo metió en un agujero de la pared. Al cabo de un momento, parte del muro giró hacia dentro y de allí salió un hombre fornido y musculoso.
—¿Sí?
—Ceryni y Sonea vienen a ver a Farén —informó el guía.
El hombre asintió, abrió más la puerta y saludó a Sonea y a Cery con un brusco movimiento de cabeza.
—Pasad.
Cery dudó un momento y luego se volvió hacia el guía.
—Yo he pedido ver a Ravi.
El hombre le dedicó una sonrisa torva.
—Pues Ravi debe de querer que hables con Farén.
Encogiéndose de hombros, Cery atravesó la puerta. Sonea, que caminaba tras él, se preguntó quién sería más peligroso: un ladrón con el nombre de un insecto venenoso de ocho patas o un ladrón que se hacía llamar como un roedor.
Entraron en una sala pequeña. Había otros dos hombres fornidos sentados en sillas a ambos lados, vigilándolos. El primero fue a cerrar la puerta del pasadizo; a continuación les abrió otra en la pared opuesta y los invitó a pasar.
La siguiente habitación tenía faroles colgados en las paredes, que proyectaban cálidos círculos de luz amarilla en el techo. El suelo estaba cubierto por una gran alfombra con borlas de punta dorada. Al fondo de la sala, sentado a una mesa, había un hombre de piel oscura con ropa negra y ajustada. Unos impresionantes ojos de color amarillo claro los examinaron con atención.
Sonea le sostuvo la mirada. El ladrón era lonmariano, miembro de una orgullosa raza del desierto cuyas tierras estaban muy lejos, al norte de Kyralia. Era raro encontrar lonmarianos en Imardin, ya que a muy pocos de ellos les gustaba la vida fuera de su rígida cultura. En Lonmar el robo se consideraba un acto de gran maldad: creían que cuando alguien robaba algo, por pequeño que fuera, perdía una parte de su alma. Y sin embargo, ahora tenían delante a un ladrón de esas latitudes.
El hombre entrecerró los ojos. Sonea se dio cuenta de que lo estaba observando con descaro y bajó enseguida la mirada. Él apoyó la espalda en el respaldo, sonrió y la señaló con un largo dedo marrón.
—Acércate, chica. —Sonea avanzó hasta quedar enfrente de la mesa—. Así que eres tú la que está buscando el Gremio, ¿eh?
—Sí.
—¿Sonea, te llamabas?
—Sí.
Farén apretó los labios.
—Esperaba algo más impresionante. —Con ademán de quitarle hierro al asunto, se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa—. ¿Cómo sé si eres lo que dices ser?
Sonea miró hacia atrás por encima del hombro.
—Cery dijo que seguramente tú ya sabrías lo que soy, y que me habrías tenido vigilada.
—Conque eso dijo, ¿eh? —Farén rió por lo bajo y dejó que su mirada se deslizara hasta el amigo de Sonea—. Este pequeño Ceryni es listo, igual que su padre. Es cierto, te hemos tenido vigilada; en realidad a los dos, aunque a Cery durante más tiempo. Acércate, Cery.
Cery se puso al lado de Sonea.
—Ravi te manda recuerdos.
—¿De un roedor a otro? —La voz de Cery sufrió la traición de un leve temblor.
Farén mostró unos dientes blancos, pero su sonrisa se apagó enseguida y volvió a mirar a Sonea con aquellos ojos amarillos.
—Entonces ¿es verdad que puedes hacer magia?
Sonea tragó saliva para humedecerse la garganta.
—Sí.
—¿La has vuelto a usar después de la pequeña sorpresa que nos diste en la plaza Norte?
—Sí.
Aquello sorprendió a Farén. Se pasó las manos por el pelo. Le plateaban las sienes, pero su piel era suave y tersa. En los dedos llevaba varios anillos, casi todos con grandes gemas engarzadas. Sonea jamás había visto gemas tan grandes en manos de alguien de las barriadas… pero aquel hombre no era un losde cualquiera.
—Elegiste un mal momento para descubrir que tienes poderes, Sonea —dijo Farén—. Ahora los magos están ansiosos por encontrarte. Su búsqueda nos ha causado un sinfín de inconvenientes. Y sin duda, la recompensa te está causando otro sinfín de inconvenientes a ti. Ahora quieres que nosotros te escondamos de ellos. ¿No nos convendría mucho más entregarte y cobrar la recompensa? Fin de la búsqueda. Yo me vuelvo un poco más rico. Esos magos tan molestos se marchan…
Sonea volvió a mirar a Cery.
—También podríamos hacer un trato.
Farén se encogió de hombros.
—Podríamos. ¿Qué nos ofreces a cambio?
—Mi padre me dijo que le debías un… —empezó a decir Cery.
Los ojos amarillos saltaron veloces hacia Cery.
—Tu padre perdió todos sus derechos al traicionarnos —lo interrumpió Farén en tono cortante.
Cery inclinó la cabeza, y un momento después levantó la barbilla y miró a los ojos del ladrón.
—Mi padre me enseñó mucho —empezó a decir—. Tal vez…
Farén resopló, burlón, y movió una mano.
—Algún día puede que nos sirvas de algo, pequeño Ceryni, pero por el momento no tienes los amigos que tenía tu padre… y este favor que me pides es muy grande. ¿Sabías que la pena por ocultar a un mago rebelde del Gremio es la muerte? No hay nada que guste menos al rey que tener un mago moviéndose por ahí a hurtadillas y haciendo cosas que él no ha ordenado. —Sus ojos volvieron a Sonea y le dedicó una sonrisa astuta—. Pero es una idea interesante. Una idea que me gusta mucho. —Juntó las manos—. ¿Para qué has usado tus poderes desde la Purga?
—Incendié una cosa.
Los ojos de Farén brillaron.
—¿De veras? ¿Has hecho alguna otra cosa?
—No.
—¿Por qué no me haces una demostración?
Ella se lo quedó mirando.
—¿Ahora mismo?
El ladrón señaló uno de los libros que tenía en la mesa.
—Intenta mover esto.
Sonea miró a Cery. Su amigo hizo un leve asentimiento de cabeza. Sonea se mordió el labio mientras se recordaba a sí misma que, desde el momento en que había aceptado pedir ayuda a los ladrones, se había resignado a usar la magia. Debía asumirlo, por muy incómodo que le resultara.
Farén se reclinó en su asiento.
—Venga.
Sonea respiró hondo, enfocó la vista en el libro y lo animó a moverse. No ocurrió nada.
Frunciendo el ceño, rememoró la plaza Norte y también la pelea con Búrril. Recordó que en ambas ocasiones había estado furiosa. Cerró los ojos y pensó en los magos. Le habían destrozado la vida. Era culpa de ellos que ahora estuviera vendiéndose a los ladrones a cambio de protección. Notó que se le acumulaba la rabia, abrió los ojos y proyectó su resentimiento en el libro.
El aire crujió y la sala se iluminó con un estallido de luz. Farén retrocedió a toda prisa soltando una maldición, mientras el libro empezaba a arder. Cogió un vaso rápidamente y lo vació encima del libro para extinguir el fuego.
—Lo siento —se apresuró a decir Sonea—. La otra vez tampoco hizo lo que yo quería. Yo…
Farén levantó una mano para silenciarla y sonrió.
—Creo que puedes tener algo que valga la pena proteger, joven Sonea.