29. Viviendo entre los magos


—Y me dijo que él lo hacía para que nadie pensara nunca que los losdes podían ser magos —terminó de explicar Cery.

El mago entrecerró los ojos.

—La verdad es que sí que parece obra de Fergun. —Mientras su mirada oscura volvía a Cery, en la frente del mago apareció una pequeña arruga—. La Vista está teniendo lugar ahora mismo. Puedo poner al descubierto los crímenes de Fergun, pero solo si tengo pruebas de que él es el hombre de quien hablas.

Cery suspiró y recorrió la habitación con la mirada.

—No tengo nada más que lo que él me dio, pero él tiene mi cuchillo y mis herramientas. Si las encontraras, ¿serían suficientes?

El hombre negó lentamente con la cabeza.

—No. Lo que necesito está en tus recuerdos. ¿Me permitirás que te lea la mente?

Cery miró fijamente al mago. ¿Que le leyera la mente?

Él guardaba secretos. Cosas que le había contado su padre. Cosas que le había contado Farén. Cosas que incluso Farén se sorprendería si supiera. ¿Y si el mago las veía?

«Pero si no le dejo leerme la mente, no puedo salvar a Sonea.»

No podía permitir que unos pocos secretos mohosos le impidieran salvarla… y era posible que el mago no los viera, de todos modos. Tragándose el miedo, Cery levantó la mirada hacia el mago.

—Claro. Adelante.

El mago observó a Cery con el semblante serio.

—No te dañará ni te dolerá. Cierra los ojos.

Con una profunda inspiración, Cery obedeció. Notó unos dedos en las sienes. Al instante, fue consciente de la presencia de otra mente. Pareció colarse por detrás de la suya, y entonces una voz le habló desde… algún lugar.

Piensa en el día en que capturaron a tu amiga.

Ante sus ojos apareció un recuerdo fugaz. La otra mente pareció capturarlo y fijarlo allí. Cery se vio en un callejón nevado. Era como una visión, clara y sin embargo carente de detalles. Vio a Sonea alejarse corriendo de él, y sintió un eco del miedo y la desesperación que había notado mientras aporreaba la barrera invisible que los había separado. Al volverse, vio a un hombre detrás de él, un hombre que llevaba puesta una capa.

¿Este es el hombre que te capturó?

Sí.

Muéstrame cómo lo hizo.

De nuevo desfiló un recuerdo por su mente, fue capturado y reproducido. Estaba fuera del edificio de los magos, mirando a Sonea en la ventana. Apareció Fergun. Le persiguió. Lo capturó. Aparecieron el mago de la túnica azul y su compañero, y llevaron a Cery con Sonea. Su memoria ganó velocidad. Ahora estaba dejando a Sonea y caminando por el edificio de los magos. Fergun sugería que atravesaran la universidad. Entraban en el edificio y recorrían los pasillos.

Entonces Fergun abrió la puerta secreta y lo obligó a pasar al otro lado. La venda para los ojos le tocó otra vez la cara, y escuchó sus propios pasos mientras avanzaba por el pasadizo subterráneo. Volvió a enfrentarse a la celda, a entrar en ella, a oír cómo se cerraba la puerta…

¿Cuándo volviste a verlo?

Llegaron los recuerdos de las visitas que le hacía el mago. Cery vio cómo lo registraban y le robaban sus posesiones, y luego revivió su ataque fallido y su curación. Vio a Sonea entrando en la habitación y volvió a oír la conversación que mantuvieron.

Después de aquello, la otra mente pasó rozando la suya y pareció desvanecerse. Cery notó que el mago le apartaba los dedos de las sienes. Abrió los ojos. El mago estaba asintiendo.

—Con esto hay más que suficiente —dijo—. Ven conmigo. Hemos de darnos prisa si queremos asistir a la Vista.

Giró sobre sus talones y salió de la habitación a buen paso. Detrás de él, Cery sintió una oleada de alivio al abandonar la celda. Miró atrás una vez, y luego se apresuró a seguir a su liberador.

El hombre recorrió el pasadizo rápidamente, obligando a Cery a trotar para seguirle el ritmo. El pasadizo desembocó en otro, y luego en varios más. No le sonaba ninguno de ellos.

Llegaron a una corta escalera. El mago la subió y luego se inclinó para mirar fijamente la pared. Al ver un pequeño punto luminoso en el ojo del mago, Cery supuso que allí había una mirilla.

—Gracias por ayudarme —dijo—. No creo que haya nada que un ladronzuelo pueda ofrecer a cambio, pero si necesitas cualquier cosa, solo tienes que pedirla.

El mago se irguió y dio media vuelta para contemplarlo con seriedad.

—¿Tú sabes quién soy?

Cery notó que se sonrojaba.

—Desde luego. No hay nada que los tuyos puedan necesitar nunca de mí. Pero me ha parecido correcto ofrecerme.

En los labios del mago asomó una sonrisa.

—¿De verdad lo decías en serio?

Incómodo de pronto, Cery cambió su peso de un pie al otro.

—Por supuesto —dijo con renuencia.

La sonrisa del hombre se acentuó un poco.

—No voy a forzarte a hacer un trato conmigo. Digas lo que digas, los actos de Fergun deben ser revelados y castigados. Tu amiga será libre de marcharse, si eso es lo que quiere. —Se detuvo, entornando levemente los ojos—. Pero es posible que yo contacte contigo en algún momento futuro. No te pediré nada que supere tus capacidades, ni que pueda perjudicar a tu posición entre los ladrones. Dependerá de ti decidir si lo que te pido es aceptable. —Arqueó una ceja—. ¿Te parece razonable?

Cery bajó la mirada. La propuesta del mago era más que razonable. Se descubrió asintiendo.

—Lo es.

El mago le ofreció la mano. Al estrecharla, Cery sintió un apretón fuerte. Miró a los ojos del hombre y le complació comprobar que aquella mirada oscura era firme.

—Trato hecho —dijo Cery.

—Trato hecho —repitió el mago.

A continuación, se giró hacia la pared. Volvió a comprobar la mirilla antes de agarrar una palanca y tirar de ella. Un panel se deslizó a un lado. El mago cruzó al otro lado, con su luz detrás de él.

Cery se apresuró a seguirlo y se halló en una extensa habitación. Había una mesa al fondo, con sillas dispuestas delante de ella.

—¿Dónde estoy?

—En la universidad —respondió el hombre, volviendo a poner el panel en su sitio—. Sígueme.

El mago cruzó la habitación con paso firme y abrió una puerta. Al otro lado había un amplio pasillo. Dos magos de túnica verde se quedaron parados mirándolo, luego vieron a su guía. La sorpresa les hizo parpadear, y entonces inclinaron las cabezas en señal de respeto.

Sin hacerles caso, el mago avanzó hasta el final del pasillo, con Cery pisándole los talones. Después de cruzar un umbral, Cery miró hacia arriba y dio un respingo. Habían entrado en una sala llena de fantásticas escaleras de caracol. A un lado se alzaban las puertas de la universidad, abiertas de par en par y dejando ver el terreno cubierto de nieve y la Ciudad Interior al fondo. Cery dio una vuelta completa sobre sí mismo, y entonces se dio cuenta de que el mago ya había avanzado varios pasos por el pasillo.

—Harrin no se lo va a creer en la vida —murmuró mientras se apresuraba a seguirlo.

—Eso no es lo que ocurrió —dijo Rothen a Sonea.

Ella apartó la mirada.

—Sé lo que vi —respondió—. ¿Quieres que mienta?

A Sonea, aquellas palabras le dejaron un sabor amargo en la boca. Tragó saliva e intentó mostrarse sorprendida por la afirmación del mago.

Rothen se la quedó mirando y luego negó con la cabeza.

—No, no quiero. Si se descubriese que hoy has mentido, muchos cuestionarían que se te deba permitir entrar en el Gremio.

—Por eso he tenido que hacerlo.

Rothen suspiró.

—Entonces ¿de verdad es así como lo recuerdas?

—Eso he dicho, ¿no? —Sonea le dedicó una mirada suplicante—. No me lo pongas más difícil aún, Rothen.

La expresión del mago se suavizó.

—De acuerdo. Es posible que se me pasara alguna cosa aquel día. Es una lástima, pero ¿qué vamos a hacerle? —Meneó la cabeza—. Voy a echar de menos nuestras clases, Sonea. Si hay…

—Lord Rothen.

Los dos se giraron para ver a Osen acercándose. Rothen suspiró y regresó a su asiento. Mientras Fergun empezaba a desplazarse hacia ella, Sonea reprimió un gemido.

Cuando Rothen había solicitado tiempo para hablar con ella, Fergun había pedido el mismo trato de inmediato. ¿Qué tenía pensado decirle el mago? Lo único que ella quería era que terminara de una vez la Vista.

Fergun le dedicó una sonrisa enfermiza al llegar a su lado.

—¿Todo va según lo planeado? —preguntó.

—Sí —dijo Sonea, asintiendo.

—Bien —gorjeó él—. Muy bien. Tu historia ha sido convincente, aunque te hayas expresado mal. Aun así, era de una sinceridad encantadora.

—Me alegro de que te haya gustado —replicó ella en tono seco.

Fergun levantó la mirada hacia los magos superiores.

—No creo que vayan a querer discutir sobre este asunto mucho más. Pronto tomarán una decisión. Después de eso, me ocuparé de que tengas una habitación en el alojamiento de los aprendices. Deberías sonreír, Sonea. Nos interesa que la gente piense que te llena de gozo la idea de ser aprendiz mía.

Con un suspiro, Sonea obligó a las comisuras de su boca a levantarse en lo que esperaba que pareciera una sonrisa a los lejanos magos.

—Ya he tenido bastante —dijo por lo bajo—. Volvamos y acabemos de una vez.

Las cejas de Fergun se arquearon.

—Oh, no. Quiero mis diez minutos enteros.

Apretando los labios, Sonea decidió que no diría una palabra más. Cuando Fergun volvió a hablarle, no le hizo ningún caso. Al ver el parpadeo de irritación que hizo el mago, le resultó mucho más fácil sonreír.

—¿Lord Fergun?

Sonea se giró y vio que lord Osen les indicaba que se acercaran. Dejando escapar un suspiro de alivio, siguió al mago hasta la parte delantera del estrado. El Salón seguía lleno de murmullos. Osen levantó las manos.

—Silencio, por favor.

Las caras se volvieron hacia la parte delantera y un silencio expectante se asentó en la estancia Sonea vio con el rabillo del ojo cómo la miraba Rothen. Sintió otra punzada de remordimiento.

—Los testimonios que hemos escuchado hoy dejan claro que lord Fergun fue el primero en reconocer las capacidades de Sonea —dijo lord Osen—. ¿Alguien desea refutar esta conclusión?

—Yo lo deseo.

Era una voz profunda y extrañamente familiar, y resonaba desde algún lugar a sus espaldas. Al moverse los magos en sus asientos, el roce y el frufrú de todas las túnicas invadió el Salón. Sonea se giró y vio que uno de los portones estaba entreabierto. Había dos figuras recorriendo el pasillo en dirección a ella.

Al reconocer a la más baja de las dos, gritó de alegría.

—¡Cery!

Dio un paso adelante, y entonces se quedó petrificada al ver al acompañante de Cery. Llegaron a sus oídos preguntas susurradas desde los dos lados. El mago se acercaba mientras la medía con la mirada. Perturbada por que aquel mago la mirara tan fijamente, Sonea desvió su atención hacia Cery.

Aunque estaba pulido y sucio, Cery sonreía de felicidad.

—Me ha encontrado y me ha soltado —le dijo—. Todo saldrá bien.

Sonea dirigió una mirada interrogativa al mago de túnica negra. Los labios se curvaron en media sonrisa, pero no dijo nada. Pasó junto a ella, asintió en dirección a Osen y empezó a subir los peldaños que había entre los magos superiores. Nadie protestó cuando aquel hombre ocupó el asiento que estaba encima del administrador.

—¿Por qué motivo refutáis esta conclusión, Gran Lord? —preguntó Osen.

La habitación pareció inclinarse bajo los pies de Sonea. Miró fijamente al mago de túnica negra. Ese hombre no era ningún asesino. Era el líder del Gremio.

—Tengo pruebas de que se ha producido un engaño —respondió el Gran Lord—. La chica ha sido obligada a mentir.

Sonea escuchó un sonido ahogado a su derecha. Al girarse, vio que la cara de Fergun se había puesto blanca. Notó una llamarada de triunfo y rabia y, olvidando al mago de túnica negra, señaló con el dedo a Fergun.

—¡Él hizo que mintiera! —lo acusó—. Me dijo que mataría a Cery si no hacía lo que él quería.

Por todo el Salón se produjeron exclamaciones y susurros de sorpresa. Sonea notó que Cery le agarraba el brazo con fuerza. Se volvió hacia Rothen, y al cruzar la mirada con él, supo que el mago lo comprendía todo.

—Se ha formulado una acusación —observó lady Vinara.

La estancia quedó en silencio. Rothen separó los labios para hablar, pero frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Sonea. ¿Conoces la ley relativa a las acusaciones? —preguntó lord Osen.

Sonea dio un respingo al recordarla.

—Sí —respondió con voz temblorosa—. ¿Una lectura de la verdad?

Osen asintió y se dirigió a los magos superiores.

—¿Quién llevará a cabo la lectura de la verdad?

Silencio. Los magos superiores se miraron entre ellos, y luego todos alzaron la mirada hacia Lorlen. El administrador asintió y se levantó de su asiento.

—Yo efectuaré la lectura de la verdad.

Mientras descendía al estrado, Cery tiró del brazo de Sonea.

—¿Qué va a hacer? —susurró.

—Me va a leer la mente —dijo ella.

—Ah —dijo él, tranquilizándose—. Solo era eso.

Sonea, divertida, se giró para contemplarlo.

—No es tan fácil como puedas pensar, Cery.

Él se encogió de hombros.

—A mí me ha parecido bastante fácil.

—Sonea.

La joven levantó la mirada para comprobar que Lorlen ya estaba a su lado.

—¿Ves ahí a Rothen, Cery? —preguntó Sonea, señalándoselo—. Es un buen hombre. Ponte a su lado.

Cery asintió, le dio un apretón en el brazo y se separó de ella. Mientras su amigo llegaba junto a Rothen, Sonea se giró en dirección a Lorlen. El administrador tenía la expresión seria.

—Ya has experimentado el proceso de compartir la mente mientras aprendías Control —dijo—. Esto será un poco distinto. Necesito ver tus recuerdos. Requerirá una gran concentración por tu parte para separar lo que quieres enseñarme de cualquier otra cosa que pienses. Iré haciéndote preguntas para ayudarte. ¿Estás lista?

Sonea asintió.

—Cierra los ojos.

Sonea obedeció y notó que las manos de Lorlen le tocaban la cabeza por los lados.

Muéstrame la habitación que es tu mente.

Sonea esbozó las paredes y puertas de madera y envió una imagen de la habitación a Lorlen. Notó una fugaz diversión.

Qué morada tan humilde. Ahora abre las puertas.

Se encaró hacia la puerta doble y la abrió. En lugar de ver calles y una ciudad, al otro lado no se extendía más que la oscuridad. En ella había una persona de pie, vestida con túnica azul.

Hola, Sonea.

La imagen de Lorlen sonrió. Cruzó la oscuridad con paso largo y se quedó plantado en el vano de la puerta. Extendió una mano e hizo un gesto con la cabeza.

Llévame adentro.

Ella le cogió la mano. Al tocarla, la habitación pareció deslizarse bajo sus pies.

No sientas miedo ni preocupación, dijo él. Voy a mirar tus recuerdos y luego me marcharé. Avanzó hasta una pared. Muéstrame a Fergun.

Concentrándose en la pared, Sonea creó un cuadro. Colocó en él la imagen de la cara de Fergun.

Bien. Ahora muéstrame lo que hizo para obligarte a mentir por él.

Animar la imagen de Fergun no requirió ninguna fuerza de voluntad por su parte. El cuadro se extendió hasta ocupar toda la pared y la imagen se convirtió en la sala de invitados de Rothen. Fergun caminó hacia ellos y dejó la daga de Cery en la mesa que Sonea tenía delante.

«Tengo al dueño de este cuchillo encerrado en un cuartucho oscuro que nadie de aquí conoce…»

La escena se volvió borrosa. Fergun estaba acuclillado delante de ellos, ocupando toda su realidad.

«Haz lo que yo te diga y liberaré a tu amigo. Cáusame algún problema y lo dejaré ahí para siempre… Cuando les digas eso, los magos superiores no tendrán más remedio que concederme tu tutela. Entrarás en el Gremio, pero te aseguro que no será por mucho tiempo. Una vez hayas hecho un pequeño encargo para mí, volverás al lugar que te corresponde.

»Tú conseguirás lo que quieres, y yo también. No pierdes nada por ayudarme, pero… —Recogió la daga y pasó un dedo por el filo—. Perderás a ese amiguito tuyo si no lo haces.»

Sonea sintió una oleada de rabia procedente de la presencia que tenía junto a ella. Distraída, miró de soslayo a Lorlen y el cuadro se fundió con la pared. Volvió a mirar la pared y ejerció su voluntad para que apareciera otra vez.

Invocando su memoria, llenó el cuadro con una imagen de Cery, sucio y flaco, y de la habitación donde había estado retenido. Fergun estaba de pie a un lado, con aire satisfecho. El olor a comida pasada y desperdicios humanos fluía desde el cuadro hacia la habitación.

¡Esto es intolerable! Ciertamente ha sido una suerte que el Gran Lord encontrase hoy a tu amigo.

Con la mención del mago de túnica negra, Sonea notó cómo cambiaba el cuadro. Al volverse hacia él, Lorlen también lo miró e inspiró repentinamente.

¿Qué es esto?

En el cuadro se veía al Gran Lord, ataviado con ropas de mendigo ensangrentadas. Lorlen se giró para mirarla fijamente.

¿Cuándo viste esto?

Hace muchas semanas.

¿Cómo? ¿Dónde?

Sonea dudó. Si le permitía ver el recuerdo, el administrador sabría que había irrumpido en el Gremio para espiar. No había entrado en su mente para ver aquello, y Sonea estaba segura de que no podría quejarse si lo expulsaba.

Pero una parte de ella quería que lo viera. Ahora no podría perjudicarle dejar que los magos supieran de su allanamiento, y anhelaba una respuesta al misterio del mago de la túnica negra.

De acuerdo. Todo empezó así…

El cuadro pasó a mostrar a Cery guiándola por dentro del Gremio. Notó la sorpresa de Lorlen, y luego una diversión creciente a medida que la imagen cambiaba de escena en escena. Ahora fisgaba por una ventana, ahora corría cruzando el bosque, ahora miraba los libros que había robado Cery. Sintió que el mago se sonreía.

Nunca habríamos adivinado que los libros que robaron a Jerrik eran para ti. Pero ¿qué ocurre con Akkarin?

Sonea dudó, reacia a descubrirle aquel recuerdo.

Por favor, Sonea. El es nuestro líder y mi amigo. Debo saberlo. ¿Estaba herido?

Sonea esbozó el recuerdo de un bosque y lo proyectó en el cuadro. Una vez más avanzó entre los árboles hasta la casa gris. Apareció el sirviente, y ella se agachó en el hueco que había entre los arbustos y la pared. El tintineo que la había llevado hasta la rejilla sonó en su habitación imaginaria.

El Gran Lord volvía a estar de pie en el cuadro, en esta ocasión vestido con una capa negra. Llegaba el sirviente cuando Sonea notó que Lorlen lo reconocía.

Takan.

«Está hecho —dijo el Gran Lord, y se quitó la capa dejando ver las ropas llenas de sangre. Se miró a sí mismo, disgustado—. ¿Has traído mi túnica?»

Tras el murmullo que dio el sirviente por respuesta, el Gran Lord se quitó la camisa de mendigo. Por debajo estaba el cinturón de cuero en su cintura y la vaina de la daga. Se limpió, se perdió de vista y regresó vestido con una túnica negra. Recogió el cinturón, sacó la daga reluciente y empezó a limpiarla con una toalla. En aquel momento Sonea notó la sorpresa e incomprensión de Lorlen. El Gran Lord miró a su sirviente.

«La pelea me ha debilitado —dijo—. Necesito tu fuerza.»

El sirviente, arrodillado, le ofreció su brazo. El Gran Lord pasó el filo por la piel del hombre, y puso una mano sobre la herida. Sonea sintió un eco del extraño aleteo que había notado en su interior.

¡No!

El terror la invadió. Asustada por la intensidad de las emociones de Lorlen, Sonea se desconcentró. El cuadro se volvió negro y luego desapareció por completo.

¡No puede ser! ¡Akkarin no!

¿Qué era eso? No lo comprendo. ¿Qué hizo?

Lorlen pareció hacer acopio de sus emociones, conteniéndolas. Su imagen se desvaneció poco a poco y Sonea comprendió que había salido de su mente.

No te muevas ni abras los ojos. Tengo que meditar sobre esto antes de volver a mirarlo a la cara.

El mago permaneció en silencio el tiempo que duran varios latidos de corazón, y a continuación regresó su presencia.

Lo que has visto está prohibido, le dijo. Es lo que llamamos magia negra. Al utilizarla, un mago puede tomar energía de cualquier criatura viva, sea humana o animal. Que Akkarin la ponga en práctica es… es más terrible de lo que se pueda creer. Es un mago poderoso, más fuerte que ninguno de nosotros… ¡Ah! ¡Esto debe de ser la fuente de su extraordinaria potencia! Si estoy en lo cierto, ya debía de practicar esas artes malévolas antes de volver del extranjero…

Lorlen se detuvo mientras consideraba aquello.

Ha roto su juramento. Debería ser desposeído de su categoría y expulsado. Si ha utilizado esos poderes para matar, el castigo es la muerte…

Sonea notó la angustia del mago. Hubo otro largo silencio.

¿Lorlen?

El mago pareció volver a contener sus emociones.

Vaya, lo siento, Sonea. Es amigo mío desde que los dos éramos aprendices. Han pasado tantos años… ¡Y tenía que ser yo quién descubriera algo como esto!

Cuando volvió a hablar, se notaba una gélida determinación tras el mensaje que envió.

Debemos eliminarlo, pero no ahora. Es demasiado poderoso. Si nos enfrentamos a él y se resiste, podría vencernos fácilmente… y cada muerte que diera lo volvería más fuerte. Revelado su secreto y sin motivos para ocultar su crimen, mataría sin pensárselo dos veces. La ciudad entera correría peligro.

Escandalizada por lo que describía el mago, Sonea sintió un escalofrío.

No temas, Sonea, la tranquilizó Lorlen. No permitiré que eso ocurra. No podemos enfrentarnos a él hasta que sepamos que podemos derrotarlo. Mientras llega ese momento, no debemos permitir que nadie se entere de esto. Hemos de prepararnos en secreto. Lo cual significa que no debes hablar de esto con nadie jamás. ¿Lo entiendes?

Sí, pero… ¿no hay más remedio que permitirle seguir liderando el Gremio?

Por desgracia, no. Cuando considere que somos lo bastante fuertes, reuniré a todos los magos. Tendré que moverme con rapidez, sin darle aviso. Hasta ese momento, solo podemos saber esto tú y yo.

Lo comprendo.

Ya sé que quieres regresar a las barriadas, Sonea, y no me sorprendería que este descubrimiento incrementara tu determinación de marcharte, pero debo pedirte que te quedes. Cuando llegue el momento, necesitaremos toda la ayuda disponible. Además, aunque no me guste la idea, me temo que podrías ser una víctima muy atractiva para él. Sabe que tus poderes son fuertes. Serías una abundante fuente de magia. Con tus poderes bloqueados, y viviendo lejos de quienes podrían reconocer la muerte causada por la magia negra, te convertirías en la víctima perfecta. Por favor, por tu bien y por el nuestro, quédate aquí con nosotros.

¿Quieres que viva aquí, en sus mismas narices?

Sí. Aquí estarás más a salvo.

Si no pudisteis encontrarme hasta que os ayudaron los ladrones, ¿cómo podría él?

Akkarin tiene los sentidos más agudos que el resto de nosotros. Fue el primero en saberlo cuando empezaste a utilizar los poderes. Me temo que no tendría ninguna dificultad en encontrarte.

Sonea notó que al mago de verdad le preocupaba su seguridad. ¿Cómo podía discutir con el administrador gremial? Si él creía que se hallaba en peligro, probablemente se hallaba.

No tenía elección. Debía quedarse. La sorprendió no sentir ninguna rabia ni decepción, solo alivio. Cery le había dicho que no debía verse como una traidora por hacerse maga. Aprendería a usar su magia, dominaría las habilidades de sanación y quizá, un día, echaría mano de sus conocimientos para ayudar a la gente que había dejado.

Y sería una gran satisfacción frustrar los planes de magos como Fergun, que creían que los losdes no debían unirse al Gremio.

, envió. Me quedaré.

Gracias, Sonea. En ese caso, hay otro a quien debemos confiar nuestro secreto. Como tutor tuyo, puede que Rothen vuelva a tener motivos para entrar en tu mente, sobre todo cuando llegue el momento de enseñarte sanación. Tal vez vislumbre lo que me has mostrado hoy. Debes hablar a Rothen de Akkarin, y de todo lo que te he dicho yo. Sé que podemos confiar en su silencio.

Así lo haré.

Bien. Ahora voy a soltarte y a confirmar el delito de Fergun. Procura no demostrar ningún miedo de Akkarin. Ni siquiera lo mires, si así te resulta más fácil. Y mantén bien enterrados tus pensamientos.

Notó que las manos del administrador se separaban de sus sienes y abrió los ojos. Lorlen la contemplaba con aire solemne, con los ojos brillantes, y entonces se le suavizó la expresión y se giró hacia los magos superiores.

—Lo que dice es cierto —anunció.

Sus palabras provocaron un silencio atónito, que al poco tiempo se empezó a llenar de exclamaciones y preguntas. Lorlen levantó una mano y la habitación volvió a quedar en silencio.

—Lord Fergun apresó a este joven —dijo Lorlen, señalando a Cery—, después de decirme que lo acompañaría hasta las puertas. Lo encerró en una habitación subterránea, y le dijo a Sonea que mataría a su amigo si ella no mentía en esta Vista para confirmar su historia. Después de obtener su tutela, pretendía obligarla a violar alguna de nuestras reglas para que fuera expulsada públicamente.

—¿Por qué? —susurró lady Vinara.

—Por lo que Sonea tiene entendido —respondió Lorlen—, su objetivo era disuadirnos de aceptar en el Gremio a otros plebeyos.

—Pero ella quería marcharse de todos modos.

Todas las miradas se volvieron hacia Fergun. El mago observó a los magos superiores con expresión desafiante.

—Admito que el asunto se me fue de las manos —dijo—, pero solo pretendía salvar al Gremio de sí mismo. Habrían hecho ustedes que diéramos la bienvenida a ladrones y mendigos sin considerar si nosotros mismos, o las Casas, o incluso el rey a quien servimos, lo deseábamos. Puede parecer una minucia admitir a una mendiga en el Gremio, pero ¿adónde nos habría llevado eso? —Fergun levantó la voz—. ¿Vamos a dejar que se nos unan más de ellos? ¿Vamos a convertirnos en el gremio de ladrones?

Se hizo un murmullo y, mirando a los magos de ambos lados, Sonea vio bastantes cabezas que negaban. Fergun la miró, sonriente.

—Ella quería que le bloqueáramos los poderes para poder regresar a su hogar. Pregúntenle a lord Rothen. No va a negarlo. Pregunten al administrador Lorlen. No le pedí hacer nada que no quisiera antes.

Sonea apretó los puños.

—¿Nada que no quisiera antes? —Escupió las palabras—. Pues no quería pronunciar el Juramento de los Aprendices y luego violarlo. No quería mentir. Tú encerraste a mi amigo. Tú amenazaste con matarlo. Eres… —Calló, de pronto consciente de tener todos los ojos fijos en ella. Respiró profundamente y se dirigió a los magos superiores—: Cuando llegué aquí por primera vez, pasó mucho tiempo antes de que comprendiera que no son ustedes unos… —Se detuvo, disgustada con la imagen de sí misma plantada en el Salón Gremial e insultando a los magos. En lugar de terminar la frase, señaló a Fergun—. Pero él sí es absolutamente todo lo que me habían enseñado a creer que son los magos.

El silencio subrayó sus palabras. Lorlen le dedicó una mirada solemne, y a continuación asintió lentamente. Se giró para encararse a Fergun.

—Ha cometido usted numerosos delitos, lord Fergun —dijo—. Algunos de ellos, de suma gravedad. No necesito pedirle explicaciones; ya nos ha dado usted más que suficientes. Dentro de tres días se celebrará una Vista para tratar sus actos y decidir cómo castigarlos. Mientras tanto, le sugiero que colabore con la investigación.

Pasó junto a Osen dando zancadas y subió la escalera que había entre las hileras de magos superiores. El Gran Lord lo estaba mirando, con los labios curvados en una media sonrisa. Sonea se estremeció al imaginarse las emociones enfrentadas que debía de sentir Lorlen bajo esa mirada.

—El asunto que íbamos a discutir en esta Reunión se ha vuelto irrelevante —proclamó Lorlen—. Por la presente, concedo la tutela de Sonea a lord Rothen y declaro concluida esta Vista.

El salón se llenó de voces y del sonido atronador de los pies con botas mientras los magos se levantaban de sus asientos. Sonea cerró los ojos y suspiró. «¡Se ha acabado!»

Y entonces se acordó de Akkarin. «No se ha acabado —se recordó a sí misma—. Pero de momento, no me corresponde a mí preocuparme de eso.»

—Deberías habérmelo contado, Sonea.

Al abrir los ojos encontró a Rothen de pie frente a ella, con Cery al lado. Bajó la mirada.

—Lo lamento.

Rothen la sorprendió dándole un rápido abrazo.

—No te disculpes —dijo—. Tenías que proteger a un amigo. —Se giró hacia Cery—. En nombre del Gremio, te ofrezco mis disculpas por el trato que has recibido.

Cery sonrió y quitó importancia al tema con un gesto.

—Con que me devolváis mis cosas, aquí no ha pasado nada.

Rothen frunció el ceño.

—¿Qué te falta?

—Dos dagas, algunas navajas y mis herramientas.

—¿Herramientas? —repitió Rothen.

—Ganzúas.

Rothen levantó una ceja mirando a Sonea.

—No bromea, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

—Veré qué puedo hacer. —Rothen suspiró, y luego miró por encima del hombro de Sonea—. ¡Ah! Por ahí viene un hombre más ducho en la forma de conducirse de los ladrones, lord Dannyl.

Sonea notó una palmadita en el hombro y se volvió para encontrarse con la sonrisa del mago más alto.

—¡Bien hecho! —le dijo él—. Me has hecho un gran favor, a mí y al Gremio.

Rothen sonrió con ironía.

—¿Estamos contentos por algo en particular, Dannyl?

Dannyl dirigió una mirada altiva a su amigo.

—¿Quién llevaba razón sobre Fergun, al final?

Suspirando, Rothen asintió.

—Tú.

—¿Entiendes ahora por qué me cae tan mal? —Al ver a Cery, la expresión de Dannyl se volvió pensativa—. Creo que los ladrones te están buscando. Me mandaron un mensaje preguntando si sabía dónde estaba el desaparecido acompañante de Sonea. Parecían bastante preocupados.

Cery midió con la mirada al mago.

—¿Quién envió el mensaje?

—Un hombre llamado Gorín.

Sonea arrugó la frente.

—Entonces fue Gorín quien le dijo al Gremio dónde podía encontrarme, no Farén.

Cery se la quedó mirando.

—¿Te traicionaron?

Ella se encogió de hombros.

—No tenían elección. En realidad es bueno que lo hicieran.

—Eso no tiene nada que ver. —Los ojos de Cery habían empezado a refulgir. Adivinando sus pensamientos, Sonea sonrió. «Sí que le quiero —pensó de repente—. Pero ahora mismo, es amor de amiga.» Quizá, si pudieran pasar algún tiempo juntos sin todas las distracciones que habían sufrido los últimos meses, se convertiría en algo más. Pero era imposible, ahora que ella se iba a unir al Gremio y él volvería, seguramente, con los ladrones. Pensarlo le provocó una punzada de arrepentimiento, pero la ignoró.

Paseó la mirada por el Salón y se sorprendió al encontrarlo casi vacío. Fergun seguía estando cerca, rodeado por un grupo de magos. Cuando lo miró Sonea, el mago le interceptó la mirada y le dedicó una mueca de desprecio.

—Miradlos —dijo—. Uno se junta con mendigas, el otro con ladrones.

Sus compañeros rieron.

—¿No debería estar encerrado, o algo así? —pensó Sonea en voz alta.

Rothen, Dannyl y Cery se giraron para observar al mago.

—No —respondió Rothen—. Estará controlado, pero sabe que tiene la posibilidad de que no lo expulsen si finge arrepentimiento. Seguramente le asignarán una tarea que no quiera nadie, probablemente algo que implique trabajar en algún lugar remoto durante varios años.

Fergun los miró con ferocidad antes de girar sobre sus talones y caminar hacia la puerta, seguido de sus compañeros. La sonrisa de Dannyl se hizo más ancha, pero Rothen movió la cabeza con tristeza. Cery se encogió de hombros y miró a Sonea.

—¿Qué ocurrirá contigo? —preguntó.

—Sonea es libre de marcharse —contestó Rothen—. Pero tendrá que quedarse otro día o dos. Por ley, sus poderes deben ser bloqueados antes de que regrese a las barriadas.

Cery la observó, con el entrecejo hecho un ovillo.

—¿Bloqueados? ¿Te van a bloquear la magia?

Sonea negó con la cabeza.

—No.

Rothen frunció el ceño y luego la examinó con atención.

—¿No?

—Claro que no. Si lo hicieran, sería un poco difícil enseñarme, ¿no es así?

El mago parpadeó.

—¿De verdad te quedas?

—Sí —respondió ella con una sonrisa—. Me quedo.