—No se preocupe, Sonea —susurró Tania mientras llegaban a la fachada principal de la universidad—. Todo irá bien. Los magos son solo una pandilla de viejos que preferirían estar en sus habitaciones bebiendo vino y no sentados en un salón lleno de corrientes de aire. Antes de que se dé cuenta, ya se habrá acabado todo.
Sonea no pudo reprimir una sonrisa ante la descripción del Gremio que había hecho Tania. Respiró profundamente y la siguió por la escalera del grandioso edificio. Mientras pasaban por los inmensos portones abiertos, contuvo el aliento.
Habían entrado en un salón abarrotado de escaleras. Todas estaban hechas de piedra y cristal emplomados, y parecían demasiado frágiles para soportar el peso de un hombre. Las escaleras trazaban espirales hacia arriba, hacia abajo y unas alrededor de otras, como si compusieran una elaborada joya.
—¡La otra parte de la universidad no es como esto! —exclamó Sonea.
Tania negó con la cabeza.
—La entrada de detrás es para los aprendices y los magos. Por aquí es por donde vienen los visitantes, así que tiene que ser impresionante.
La sirvienta siguió avanzando por la sala y tomó un pasillo corto. Al fondo, Sonea vio la parte inferior de otro par de enormes puertas. Cuando llegaron al final del pasillo, Sonea se quedó parada y miró sobrecogida a su alrededor.
Estaban en el umbral de una estancia gigantesca. Las paredes blancas se alzaban hasta un techo de paneles de cristal, que brillaban intensamente a la luz dorada del sol vespertino. Al nivel del tercer piso había una red de galerías que se entrecruzaban en la sala, tan delicadas que parecían estar flotando en el aire.
Delante de Sonea se alzaba un edificio. Un edificio dentro de un edificio. Sus paredes, grises y bastas, contrastaban teatralmente con el blanco liviano del recibidor. Tenía una hilera de ventanas estrechas distribuidas de lado a lado en la pared, como si fueran soldados.
—Esto es el Gran Salón —dijo Tania, abarcando la estancia con un gesto. Luego señaló el edificio—. Y eso es el Salón Gremial. Tiene más se siete siglos de antigüedad.
—¿Eso es el Salón Gremial? —Sonea movió la cabeza, incrédula—. Pensaba que lo habían sustituido.
—No —dijo Tania con una sonrisa—. Está bien construido y tiene valor histórico, así que habría sido una lástima echarlo abajo. Lo que hicieron fue quitarle las paredes interiores y convertirlo en un salón.
Sonea, impresionada, siguió a la sirvienta por el edificio. Había varios accesos más que salían del Gran Salón. Tania señaló un par de puertas que había en una fachada lateral del Salón Gremial.
—Usted entrará por ahí. Ahora los magos están teniendo su Reunión. Cuando terminen, empezará la Vista.
El estómago de Sonea volvió a llenarse de mariposas. Ahí dentro había cien magos sentados, esperando para decidir el futuro de Sonea. Y ella estaba a punto de presentarse ante todos ellos… y engañarlos.
La abrumó una enfermiza oleada de inquietud. ¿Y si, pese a su cooperación, la solicitud de Fergun no triunfaba? En ese caso, ¿dejaría marchar a Cery de todos modos? Cery…
Negó con la cabeza mientras recordaba su titubeante confesión en aquella celda oscura. «No quería descubrir que el Gremio de verdad quería ayudarte. Si pasaba eso, volverías, y yo no quería que te marcharas. No quería volver a perderte.»
Cery la amaba. Al enterarse, la sorpresa la había dejado sin habla, pero luego había pensado en todas las ocasiones en que lo había descubierto observándola, en cómo titubeaba a veces al hablar con ella, y en la forma en que se comportaba Farén de vez en cuando, como si Cery fuera más que un amigo fiel, y entonces todo tuvo sentido.
¿Albergaba ella los mismos sentimientos? Desde que se encontraron, se había hecho la pregunta una y mil veces, pero no daba con una respuesta certera. No se sentía como si estuviera enamorada, pero tal vez el miedo que la asolaba al pensar en el peligro que corría Cery significara que sí lo estaba. ¿O se preocuparía tanto por cualquier persona a quien quisiera, ya como amigo o como algo más?
Si lo amara, ¿acaso el corazón no le habría saltado de gozo ante su confesión? ¿No estaría satisfecha de que hubiera intentado rescatarla, en lugar de arrepentida porque la estima que Cery le profesaba hubiera llevado a su captura? Lo cierto era que si de verdad lo amara, no tendría que hacerse esas preguntas. Dejó el asunto de lado, inspiró profundamente y soltó el aire lentamente. Tania le dio una palmadita en el hombro.
—Con un poco de suerte, ya no tardarán mucho, aunque nunca se sabe…
Retumbó un fuerte chasquido por todo el Salón, y entonces se abrieron las puertas que había señalado Tania. Salió un mago del edificio, y luego otro más. A medida que fueron apareciendo personas con túnicas, Sonea empezó a preguntarse por qué se marchaban tantos de ellos. ¿Habían cancelado la Vista?
—¿Adonde van?
—Solo se quedarán los que estén interesados en asistir a la Vista —dijo Tania.
Algunos magos abandonaron el Gran Salón, pero otros empezaron a reunirse en pequeños grupos. Algunos la miraron, con los ojos llenos de curiosidad. Perturbada, Sonea rehuyó sus miradas.
¿Sonea?
La joven dio un respingo, y luego miró hacia el Salón Gremial.
¿Rothen?
Ha sido una reunión corta, se ha acabado enseguida. Te llamarán pronto.
Sonea, que aún estaba mirando los portones del Salón Gremial, vio salir a una figura tétrica. El corazón le dio un vuelco al reconocerla. «¡El asesino!»
Se quedó plantada mirándolo, convencida de que era el hombre que había visto la noche que entró en el Gremio a espiar. Lucía la misma expresión sombría y pensativa que recordaba. Su túnica negra se zarandeaba de un lado a otro mientras cruzaba la estancia dando zancadas.
Algunos magos se giraron y lo saludaron inclinando la cabeza, con el mismo respeto cauteloso que había visto en Farén cuando trataba con algún asesino de los ladrones. El mago de la túnica negra inclinaba también la cabeza, pero no se detenía a hablar con nadie. Sonea sabía que terminaría llamando su atención si no dejaba de mirarlo, pero no podía apartar sus ojos de él. La mirada del mago se cruzó con la suya, se quedó trabada un momento y luego la abandonó. Se sobresaltó al notar una mano en el hombro.
—Ahí está lord Osen —dijo Tania, señalando las puertas del Salón Gremial—. Es el ayudante del administrador.
Un mago joven la estaba observando. Cuando sus miradas se encontraron, el mago le indicó por gestos que se acercara.
—Adelante —susurró Tania, dando otra palmadita en el hombro de Sonea—. Todo irá bien.
Sonea respiró hondo y se obligó a cruzar el Salón hacia la puerta. Cuando llegó hasta donde estaba el mago joven, este inclinó la cabeza con educación.
—Mis saludos, Sonea —dijo—. Bienvenida al Salón Gremial.
—Gracias, lord Osen. —Sonea esbozó una torpe reverencia.
Con una sonrisa, el mago le indicó que lo acompañara al Salón Gremial.
Al poner un pie dentro, un aroma a madera y barniz invadió sus sentidos. El Salón parecía más grande que visto desde fuera, y las paredes se alzaban hasta un techo muy elevado y sumido en la oscuridad. Bajo las vigas flotaban varios globos mágicos de luz, que conferían un brillo dorado a la estancia.
A ambos lados del edificio había hileras de asientos formando gradas que se extendían hasta el fondo del Salón. Sonea notó que se le secaba la boca al ver a tantos hombres y mujeres con túnicas contemplándola. Tragó saliva y apartó la mirada.
Osen se detuvo y le indicó que debía quedarse donde estaba, y luego subió hasta un conjunto de asientos elevados que había a la derecha. Sonea ya sabía que estaban reservados para los magos superiores. Rothen le había dibujado un esquema con la disposición de los asientos, para que pudiera memorizar los nombres y los títulos de los magos.
Levantó la mirada y descubrió que la fila superior estaba vacía. Rothen le había asegurado que el rey solo acudía a las ceremonias del Gremio en contadas ocasiones. Su asiento, el del centro, era más grande que los demás, y tenía el incal real bordado en el respaldo acolchado.
Debajo de esa silla había otra, aislada. Sonea sintió una leve decepción al encontrarla vacía, ya que había esperado poder echar un vistazo al Gran Lord.
El administrador Lorlen estaba sentado en el centro de la hilera intermedia. Los asientos que tenía a ambos lados estaban sin ocupar. Estaba hablando con Osen y con un hombre de cara larga, en el asiento inferior, que llevaba un fajín negro sobre la túnica roja. Sonea recordó que se trataba de lord Balkan, el líder de guerreros.
A la izquierda de Balkan se sentaba la adusta lady Vinara, líder de sanadores, que había visitado a Rothen después de que este anunciara que Sonea iba a quedarse. A la izquierda del guerrero había un hombre con una cara angulosa y una nariz prominente: lord Sarrin, líder de alquimistas. Los dos miraban a Lorlen con mucha atención.
La fila más baja de asientos estaba reservada a los principales, los magos que gestionaban y organizaban las clases de la universidad. Solamente había dos sillas ocupadas. Sonea frunció el ceño mientras se esforzaba por recordar el motivo, pero entonces posó la mirada en lord Balkan. Recordó que el guerrero ostentaba ambos cargos.
Osen irguió la espalda y descendió al suelo de nuevo. Los magos superiores se giraron para observar el salón. El administrador Lorlen se puso de pie para inspeccionar a los magos presentes.
—Vamos a dar comienzo a la Vista para decidir quién será el tutor de Sonea —declamó—. Que lord Rothen y lord Fergun, como aspirantes a ese puesto, se acerquen a la parte delantera, por favor.
Sonea escuchó la rozadura de botas contra el suelo y levantó la mirada hacia las hileras de magos. Una figura familiar estaba avanzando hacia la tarima. Rothen se quedó a unos pasos de Osen, miró a Sonea y le dedicó una sonrisa.
Ella sintió una inesperada punzada de cariño y empezó a devolverle el gesto, pero entonces recordó lo que estaba a punto de hacer y bajó los ojos al suelo. Iba a decepcionarle tantísimo…
El sonido de otros pies caminando se apoderó del Salón. Sonea vio que Fergun se había detenido a unos pasos de Rothen. También él le dedicó una sonrisa. Sonea controló un estremecimiento y decidió mirar al administrador.
—Tanto lord Rothen como lord Fergun han reclamado la tutela de Sonea —dijo Lorlen al público—. Ambos se consideran el primer mago que reconoció su potencial. Ahora debemos decidir cuál de las solicitudes honraremos. Dejo los trámites de esta Vista en manos de mi ayudante, lord Osen.
El joven que la había llevado a aquella estancia dio un paso adelante. Respirando profundamente, Sonea clavó la mirada en el suelo y trató de reunir el valor que necesitaba para lo que debía hacer.
—Lord Rothen. —Rothen se volvió para mirar a lord Osen—. Cuéntenos, por favor, los acontecimientos que lo llevaron a usted a reconocer en Sonea a una maga potencial.
Rothen asintió y se aclaró la garganta.
—El día en que reconocí los poderes de Sonea, el día de la Purga, estaba emparejado con lord Fergun. Habíamos llegado a la plaza Norte y estábamos ayudando con el escudo de barrera. Como de costumbre, un grupo de jóvenes empezaron a arrojarnos piedras.
»En ese momento yo estaba de cara a lord Fergun. El escudo estaba a unos tres pasos de nosotros, a mi izquierda. Vi con el rabillo del ojo un estallido de luz cerca del escudo, y al mismo tiempo noté que el escudo se tambaleaba. Alcancé a ver una piedra que volaba por el aire justo antes de que golpeara a lord Fergun en la sien y lo dejara inconsciente. —Rothen guardó silencio un momento, contemplando a Fergun.
«Sostuve a lord Fergun cuando empezó a caer. Después de dejarlo en el suelo, busqué a la persona que había lanzado la piedra. Fue entonces cuando vi a Sonea.
Osen dio un paso hacia Rothen.
—Entonces ¿esa fue la primera vez que vio usted a Sonea?
—Sí.
Osen se cruzó de brazos.
—¿En algún momento vio que Sonea utilizara la magia?
Rothen vaciló antes de responder.
—No, no lo vi —admitió de mala gana.
Entre los magos sentados a su derecha se inició un murmullo, pero se acalló tan pronto como lord Osen miró hacia allí.
—¿Cómo supo que había sido ella quien había lanzado la piedra que penetró en el escudo?
—Deduje la dirección de donde provenía la piedra y concluí que tenía que haber sido uno de dos jóvenes —explicó Rothen—. El que tenía más cerca, un chico, ni siquiera estaba prestando atención. Pero Sonea se miraba las manos con cara de sorpresa. Mientras la miraba, ella levantó la vista hacia mí y supe, por su expresión, que la piedra la había arrojado ella.
—¿Y cree usted que lord Fergun no pudo haber visto a Sonea antes de eso?
—No, lord Fergun no pudo ver a Sonea durante todo aquel día —contestó Rothen con brusquedad—, debido a la desafortunada naturaleza de su herida.
En el salón retumbaron algunas risitas y carraspeos. Lord Osen asintió, y luego se apartó de Rothen para detenerse ante Fergun.
—Lord Fergun —dijo—. Por favor, nárrenos los acontecimientos de aquel día tal y como los recuerda usted.
Fergun inclinó la cabeza con elegancia.
—Yo estaba ayudando con la barrera de la plaza Norte, como ha descrito Rothen. Un grupo de jóvenes avanzó y empezó a tirarnos piedras. Me fijé en que había unos diez. Entre ellos había una chica joven. —Fergun lanzó una mirada a Sonea—. Pensé que actuaba de modo extraño, así que cuando giré la cabeza seguí observándola de reojo. Cuando ella lanzó la piedra no le di mayor importancia, por supuesto, hasta que fui testigo de un fogonazo de luz. Comprendí que debía de haber hecho algo que rompiese la barrera. —Fergun sonrió—. Aquello me sorprendió tanto que, en lugar de desviar la piedra, mi reacción instintiva fue mirarla para confirmar que, en efecto, había sido ella.
—Entonces usted comprendió que Sonea había empleado la magia después de que la piedra atravesara el escudo, pero antes de que le golpeara.
—Así es —respondió Fergun.
El Salón se llenó de voces que comentaban aquello. Los dientes de Rothen rechinaron, pero contuvo el impulso de mirar fijamente a Fergun. La historia del guerrero era una sarta de mentiras. Fergun nunca había mirado a Sonea. Rothen sí había desviado la mirada un instante hacia ella. La joven estaba de pie en silencio, entre las sombras, con los hombros caídos. El mago esperó que comprendiera lo importante que iba a ser su testimonio para aclarar aquella historia.
—Lord Fergun.
La intervención de una voz nueva consiguió silenciar la estancia. Rothen miró a lady Vinara. La sanadora estaba dedicando a Fergun su famosa mirada intensa y sin parpadeos.
—Si miraba usted a Sonea, ¿cómo es posible que la piedra lo alcanzara en la sien derecha? A mi juicio, eso indica que en aquel momento estaba mirando a Rothen.
Fergun asintió.
—Sucedió todo muy deprisa, milady —dijo—. Capté el fogonazo y eché una mirada rápida a Sonea. Fue solo un vistazo fugaz… y recuerdo que tenía la intención de preguntar a mi compañero si había visto lo que había hecho esa chica.
—¿Ni siquiera hizo un intento de esquivar? —preguntó lord Balkan, en tono de desconfianza.
Fergun compuso una sonrisa triste.
—No estoy acostumbrado a que me arrojen piedras. Creo que la sorpresa se impuso al instinto de evitar el golpe.
Lord Balkan miró a los magos que tenía al lado y recibió leves encogimientos de hombros. Osen, que lo observaba atentamente, asintió al comprender que no habría más preguntas. Se giró hacia Rothen.
—Lord Rothen, ¿vio usted a Fergun mirar a Sonea entre el momento en que la piedra atravesó la barrera y el del impacto?
—No —respondió Rothen, esforzándose por disimular la ira de su voz—. Estaba hablando conmigo. La pedrada lo interrumpió a media frase.
Osen enarcó las cejas. Miró a los magos superiores, y luego hacia el público.
—¿Alguno de ustedes tiene un testimonio que contradiga o apoye los que hemos escuchado?
Llegó el silencio. Asintiendo lentamente, Osen se volvió hacia Sonea.
—Llamo a Sonea como testigo de estos acontecimientos.
La joven salió de las sombras que había en la parte lateral del Salón y avanzó para quedarse a unos pasos de Fergun. Levantó la mirada hacia los magos superiores y compuso una rápida reverencia.
Rothen sintió lástima por ella. Hacía pocas semanas la chica estaba aterrorizada por su presencia, y ahora se enfrentaba a una estancia llena de magos, que la observaban con atención.
Osen le dedicó una fugaz sonrisa de ánimo.
—Sonea —dijo—, por favor, cuéntanos tu versión de los acontecimientos que estamos tratando.
Sonea tragó saliva y fijó la mirada en el suelo.
—Yo estaba con los otros jóvenes. Todos tiraban piedras. Yo no solía hacerlo… normalmente me quedaba con mi tía. —Alzó la vista, se sonrojó y siguió hablando a toda prisa.
«Supongo que me dejé llevar por la situación. No empecé a tirar piedras desde el principio. Miré a los demás, y también a los magos. Recuerdo que estaba… estaba enfadada, así que cuando al final lancé una piedra, le puse toda mi rabia dentro. Luego me di cuenta de que había hecho algo, pero en el momento todo fue muy… confuso. —Calló y pareció estar poniendo en orden sus ideas.
«Cuando arrojé la piedra, atravesó la barrera. Lord Fergun me miró, luego le dio la piedra y Ro… y lord Rothen agarró a lord Fergun. Los demás magos estaban mirando en todas direcciones, y entonces vi que lord Rothen me miraba. Después de eso, me fui corriendo.
Una fría oleada de incomprensión invadió a Rothen. Se quedó mirando a Sonea, pero los ojos de ella seguían fijos en el suelo. Dio un vistazo a Fergun y vio una sonrisa taimada en los labios del hombre. Cuando el guerrero se dio cuenta de que lo observaban, su sonrisa desapareció.
A Rothen, impotente, solo le quedó apretar los puños mientras el resto del Gremio coreaba su aprobación.
La visión borrosa del Salón Gremial tembló mientras por la mente de Dannyl fluían la rabia, la incredulidad y el dolor. Dejó de caminar, asustado.
¿Qué ocurre, Rothen?
¡Sonea ha mentido! ¡Ha apoyado la mentira de Fergun!
Cuidado, avisó Dannyl. Te van a oír
Me trae sin cuidado. ¡Sé que Fergun miente!
Tal vez él lo vio así.
No. Fergun no la miró ni una vez. Estaba hablando yo con él, ¿te acuerdas?
Dannyl suspiró y movió la cabeza de un lado a otro. Rothen había terminado viendo el auténtico carácter de Fergun. Debería alegrarse, pero ¿cómo iba a hacerlo? Fergun había vuelto a vencer. ¿O no?
¿Has encontrado alguna cosa?
No, pero sigo buscando.
Necesitamos más tiempo. Si Sonea apoya a Fergun, probablemente llegarán a una decisión en pocos minutos.
Entretenlos, sugirió Dannyl.
¿Cómo?
Dannyl hizo tamborilear los dedos en una pared.
Pide permiso para hablar con ella.
La presencia de Rothen se desvaneció cuando el mago devolvió su atención a la Vista. Con una mueca en el rostro, Dannyl contempló las paredes que lo rodeaban. Todos los magos sabían que existían accesos a los pasadizos subterráneos en el interior de la universidad. Él había supuesto que las entradas estarían bien ocultas, ya que de lo contrario los aprendices no harían más que desobedecer las reglas a todas horas.
Como había esperado, un simple registro de los pasillos no le había conducido a nada. Estaba seguro de que terminaría encontrando alguna cosa si examinaba a fondo las paredes, pero no tenía tiempo para ello.
Necesitaba más pistas. Unas pisadas, tal vez. Seguramente los pasadizos subterráneos estarían llenos de polvo. Fergun tenía que haber dejado alguna prueba de su paso. Mirando el suelo, Dannyl recorrió una vez más el pasillo.
Dobló un recodo y tropezó con una persona bajita y regordeta. La mujer dio un pequeño chillido de sorpresa y retrocedió un paso, llevándose una mano al corazón.
—¡Discúlpeme, milord! —dijo con una reverencia, mientras se le salía el agua del cubo que llevaba en la mano—. ¡Caminaba usted haciendo tan poco ruido que no lo he oído venir!
Dannyl miró el cubo y ahogó un gemido. Cualquier prueba del paso de Fergun habría sido borrada una y otra vez por los sirvientes. La mujer pasó por su lado y siguió pasillo abajo. Mirándola, a Dannyl se le ocurrió que probablemente ella sabría más de los pasillos interiores de la universidad que cualquier mago.
—¡Espere! —la llamó Dannyl.
La mujer se detuvo.
—¿Sí, milord?
Dannyl anduvo hacia ella.
—¿Siempre limpia esta parte de la universidad?
Ella asintió.
—¿Ha tenido que limpiar algo de suciedad que no fuera habitual? Huellas embarradas, por ejemplo.
La sirviente formó una fina línea con los labios.
—A alguien se le cayó comida al suelo. Se supone que los aprendices no pueden traerse la comida aquí.
—Comida, ¿eh? ¿Dónde cayó?
La sirvienta le dirigió una mirada extraña, pero lo llevó hasta un cuadro que había avanzando un poco por el pasillo.
—En el cuadro también había comida —dijo, señalando—. Como si alguien lo hubiera agarrado.
—Ya veo. —Dannyl miró el cuadro con ojos entrecerrados. Era un paisaje, una playa, y el marco tenía grabadas unas diminutas conchas espirales—. Muchas gracias. Puede retirarse.
La mujer levantó los hombros, hizo una rápida inclinación y se marchó a toda prisa. Dannyl examinó el cuadro meticulosamente, y luego lo quitó de la pared. Detrás tenía el revestimiento de madera normal de los pasillos interiores. El mago pasó una mano por encima, extendió sus sentidos al otro lado e inspiró bruscamente al detectar unas formas metálicas. Siguió sus contornos, que lo llevaron a una sección del panel que cedió al hacer presión con los dedos.
Se oyó un suave sonido de deslizamiento, y parte de la pared se movió a un lado. Dannyl se enfrentó a la oscuridad y al aire frío. Poseído por una emoción triunfal, colocó de nuevo el cuadro en su sitio, creó un globo de luz y pasó al otro lado.
A su izquierda había una abrupta escalera descendente. Dannyl localizó una palanca en aquel lado, la empujó y vio cómo se cerraba la puerta. Sonrió para sí mismo y empezó a bajar los peldaños.
Llegó a un pasadizo estrecho, donde tuvo que agacharse para que la cabeza no le rozara contra el techo. En las esquinas había algunas telas de farén. Cuando llegó al primer cruce, sacó del bolsillo un tarro de pasta coloreada, lo abrió y usó un poco para marcar una franja en la pared que tenía al lado.
Aquella pasta perdería lentamente el color blanco y al cabo de pocas horas se transformaría en una capa clara y resistente, que le serviría de indicador y pronto sería indistinguible del resto de la pared. Aunque siguiera explorando al cabo de unas horas, podría orientarse buscando la capa más clara.
Bajó la mirada y lanzó una sonora carcajada.
En la gruesa capa de polvo que cubría el suelo se distinguían claramente unas pisadas. Acuclillándose, Dannyl identificó la familiar pisada de unas botas de mago. Por la cantidad de huellas, resultaba evidente que alguien había recorrido muchas veces aquel pasadizo.
Se irguió y siguió el rastro varios cientos de pasos. Llegó a otro pasadizo lateral y descubrió consternado que las pisadas seguían por el pasillo principal y también por el nuevo. Volvió a agacharse y las examinó atentamente. En el túnel lateral solo había cuatro juegos de pisadas, dos de botas de mago y otros dos de zapatos más pequeños. Las huellas del pasillo principal eran más recientes y numerosas.
Entonces llegó a sus oídos un sonido tenue: un suspiro que sonaba muy humano. Dannyl se quedó paralizado mientras un escalofrío le recorría la espalda. La oscuridad que lo esperaba más allá de su globo de luz parecía densa y llena de posibilidades desagradables, y de pronto tuvo la sensación de que había algo observándolo.
«Qué tontería —se dijo—. Ahí no hay nada.»
Inspiró profundamente, se incorporó y puso todo su empeño en mirar solamente las huellas. Avanzó, siguiéndolas durante otros cien pasos y encontrando más pasadizos laterales con huellas más viejas.
De nuevo lo asaltó la punzante certeza de que lo seguían. Oía tras sus pasos el eco de otros más ligeros. Un tenue movimiento del aire le trajo un olor a podredumbre y otro de algo vivo, aunque mugriento…
Dobló un recodo y terminaron sus ensoñaciones. Por delante de él, a unos veinte pasos de distancia, las huellas morían en una puerta. Avanzó un paso y quedó aterido por el terror cuando alguien salió del pasadizo lateral que tenía al lado.
—Lord Dannyl. ¿Puedo preguntar el motivo de su presencia en este lugar?
Mirando fijamente a aquel hombre, la mente de Dannyl pareció dividirse en dos. Una parte balbucía excusas mientras la otra observaba impotente cómo la primera se ponía en un ridículo absoluto.
Y a las puertas de su mente, una presencia conocida estaba proyectando comprensión y también una satisfacción petulante.
Ya te dije que no bajaras ahí, envió Rothen.
En el silencio oscuro, los gruñidos de su estómago se oían con claridad. Cery se rascó la barriga y siguió caminando.
Estaba seguro de que ya había pasado más de un día desde la última vez que había comido, lo cual significaba que hacía una semana que había visto a Sonea. Apoyándose en la puerta, maldijo a Fergun con cada enfermedad indeseable que se le ocurrió. Mientras hablaba, oyó un sonido de pasos y se quedó muy quieto.
Su estómago rugió, feroz por el anhelo. Los pasos se hicieron más lentos, como si se burlaran de él. Se acercaban un poco y luego se detenían. Le llegó el tenue sonido de unas voces. Dos voces. Las dos masculinas.
Inspiró aire con rapidez y apretó la oreja contra la puerta.
—… túneles son muy vastos. Es fácil desorientarse. Algunos magos pasaron días enteros perdidos, y volvieron muertos de hambre. Le sugiero que vuelva sobre sus pasos.
Aquella voz era severa y desconocida.
Llegó otra voz en respuesta. Cery solo pudo captar algunas palabras, pero comprendió lo suficiente para saber que el otro mago se estaba disculpando. Tampoco conocía la segunda voz, pero no le costaba mucho imaginarse que la voz de Fergun pudiera volverse tan tenue y aguda si estaba farfullando de aquella manera.
Estaba claro que el mago adusto no aprobaba la presencia de Fergun en los pasadizos. Lo más probable era que tampoco aprobara que el mago tuviera prisioneros allí abajo. Lo único que tenía que hacer Cery era gritar, o aporrear la puerta, y haría saltar la trampa de Fergun.
Levantó el puño cerrado, pero se detuvo al cesar las voces. Unos pasos se marcharon a toda prisa, y entonces los otros se acercaron a la puerta. Cery, mordiéndose el labio, se alejó hacia el fondo de la celda. ¿De qué mago se trataba? ¿De Fergun o del desconocido de voz severa?
La cerradura dio un chasquido. Cery se apretó contra la pared opuesta. Al abrirse la puerta, la habitación se llenó de luz y lo obligó a cerrar los ojos para no deslumbrarse.
—¿Tú quién eres? —atronó una voz desconocida—. ¿Qué estás haciendo aquí abajo?
Al abrir los ojos, el alivio de Cery se convirtió en asombro cuando reconoció al hombre que estaba en el umbral.