Acurrucada en una silla, Sonea bostezó y repasó el día que había tenido.
Por la mañana la había visitado el administrador Lorlen para preguntarle por su decisión y para explicarle, otra vez, los detalles sobre la tutela y la Vista. Sonea se había sentido culpable cuando el administrador le había expresado una satisfacción genuina por que fuera a quedarse, y durante el día había tenido que acostumbrarse a ese remordimiento.
Había tenido más visitas: primero Dannyl, luego la adusta e intimidante líder de sanadores y una pareja de ancianos que eran amigos de Rothen. Cada vez que alguien llamaba a la puerta, Sonea se ponía en alerta, esperando a Fergun, pero el guerrero no había aparecido.
Supuso que no vendría hasta que estuviera sola, y casi se alegró cuando, después de cenar, Rothen se marchó diciendo que volvería tarde y que no lo esperara despierta.
—Yo me quedo y charlamos, si quiere —se ofreció Tania.
Sonea le dedicó una sonrisa de gratitud.
—Gracias, Tania, pero creo que esta noche me gustaría estar sola.
La sirvienta asintió.
—Comprendo. —Se volvió hacia la mesa pero alguien llamó a la puerta—. ¿Quiere que mire quién es, milady?
Sonea asintió. Respiró hondo y observó cómo la sirvienta abría una rendija en la puerta.
—¿Esta aquí lady Sonea?
Al oír aquella voz, a Sonea se le revolvió el estómago de temor.
—Sí, lord Fergun —respondió Tania. Miró a Sonea con preocupación—. Le preguntaré si desea recibirlo.
—Deja que pase, Tania. —Su corazón había empezado a desbocarse, pero Sonea consiguió que le saliera la voz calmada.
La sirvienta se apartó de la puerta para dejar que entrara el mago de túnica roja. Inclinó su cabeza en dirección a Sonea y se llevó una mano al pecho.
—Me llamo Fergun. Supongo que lord Rothen le habrá hablado de mí.
Los ojos de Fergun se desviaron un instante hacia Tania y luego volvieron a clavarse en ella. Sonea asintió.
—Sí —dijo—, me ha hablado. ¿Quiere usted sentarse?
—Gracias —respondió él, ocupando una silla con movimientos elegantes.
Haz que se vaya la mujer.
Sonea tragó saliva y miró a Tania.
—¿Tienes que hacer alguna cosa más, Tania?
La sirvienta echó un vistazo a la mesa y a continuación negó con la cabeza.
—No, milady. Volveré más tarde a por los platos.
Se inclinó y salió de la habitación.
Cuando se cerró la puerta tras ella, la expresión amistosa de Fergun se evaporó.
—Rothen no ha anunciado que estabas lista hasta esta misma mañana. Te ha costado decírselo.
—Tenía que esperar al momento oportuno —replicó ella—, o habría quedado raro.
Fergun la miró fijamente, y luego descartó el asunto con un gesto.
—Ya está hecho. Bien, ahora, solo para estar seguro de que comprendes mis instrucciones, quiero que me las repitas.
Él fue asintiendo mientras Sonea recitaba todo lo que él le había dicho que hiciera.
—Bien. ¿Tienes alguna pregunta?
—Sí —dijo Sonea—. ¿Cómo sé que tienes a Cery de verdad? Solamente me has enseñado una daga.
Él sonrió.
—Tendrás que confiar en mí.
—¿Confiar en ti? —dijo, soltando un gran bufido y obligándose a mirar a los ojos al mago—. Quiero verlo. Si no, tal vez tenga que preguntar al administrador si el Gremio considera el chantaje como un crimen.
El labio superior de Fergun se curvó en una mueca despectiva.
—No estás en posición de hacer amenazas como esa.
—¿Ah, no? —Se puso de pie, caminó lentamente hasta la mesa alta y se sirvió un vaso de agua. Le temblaron las manos, y se alegró de estar dando la espalda a Fergun—. Los chantajes como este no tienen secretos para mí. Vivía con los ladrones, ¿te acuerdas? Tienes que dejar claro que puedes cumplir tu amenaza. Lo único que he visto es una daga. ¿Por qué voy a creer que tienes a su propietario?
Se volvió para mirarlo y le satisfizo ver que Fergun no le mantenía la mirada. El mago apretó los puños y luego asintió lentamente.
—Muy bien —dijo, poniéndose en pie—. Te llevaré a verlo.
Sonea se emocionó por aquel triunfo, pero se le pasó enseguida. No habría aceptado si no tuviera encerrado a Cery de verdad. También sabía que, cuando se negociaba la vida de alguien a cambio de algo, lo más difícil era evitar que el secuestrador matara a su prisionero tan pronto como conseguía lo que buscaba.
Fergun abrió la puerta y esperó a que ella pasara. Cuando Sonea salió al pasillo, dos magos se detuvieron y la miraron alarmados, y luego se tranquilizaron al ver que salía Fergun detrás de ella.
—¿Rothen le ha hablado de los edificios del Gremio, milady? —preguntó Fergun en tono animado, mientras iban hacia la escalera.
—Sí —respondió ella.
—Los construyeron hace unos cuatrocientos años —dijo él, sin hacerle caso—. El Gremio se había hecho demasiado grande…
«¡Por fin se acaba la semana!», pensó Dannyl exultante mientras salía del aula. Algunos aprendices no habían considerado la posibilidad de que Sonea pudiera entrar en el Gremio hasta aquel día. En toda la mañana no habían hablado de otra cosa, y él se había visto obligado a separar a dos de ellos, que estaban distrayendo demasiado a los demás.
Suspirando, se puso los libros, el papel y el recado de escribir bajo el brazo y recorrió el pasillo de la universidad. Llegó a la escalera y se quedó helado, sin poder creerse lo que veía en el recibidor que tenía debajo.
Fergun y Sonea acababan de entrar en la universidad. El guerrero miró a un lado y al otro, y luego comprobó la escalera del otro lado. Dannyl dio un paso atrás para no quedar a la vista y escuchó los pasos de la pareja por debajo de él, que fueron menguando al entrar en el pasillo de la planta baja.
Dannyl bajó la escalera procurando que sus pasos fueran sigilosos al máximo. Cruzó el vestíbulo hasta la entrada del pasillo inferior y asomó un ojo por la esquina. Fergun y Sonea estaban a varios pasos de distancia, caminando con rapidez. Los vio girar por un pasadizo lateral.
Con el corazón latiendo ya más rápido, Dannyl tomó el pasillo. Anduvo más despacio al acercarse al pasadizo lateral, cayendo en la cuenta de que era el mismo por donde había visto meterse con prisas a Fergun unos días atrás. Arriesgó una mirada rápida.
El pasadizo estaba vacío. Empezó a recorrerlo, escuchando con atención. El débil sonido de la voz de Fergun lo llevó a una puerta que daba a los pasadizos interiores de la universidad. Dannyl la cruzó y persiguió la voz por algunos pasadizos más hasta que, de repente, la voz cesó.
El silencio le puso la piel de gallina. ¿Se habría dado cuenta Fergun de que alguien iba tras él? ¿Estaría esperando a que su perseguidor lo alcanzara?
Llegó a un recodo del pasillo y murmuró una maldición. Sin la voz de Fergun para guiarse, no podía saber si estaba a punto de toparse con el mago. Echó un vistazo cauteloso por la esquina y suspiró de alivio. Estaba vacío.
Empezó a avanzar, pero aflojó el paso al ver que aquello era un callejón sin salida. No lo era realmente, ya que en la universidad no había pasillos que no llevaran a ninguna parte. Una de las puertas daría a algún pasillo lateral que desembocaría en el corredor principal. Pero si Fergun hubiera ido por ahí, Dannyl habría oído la puerta cerrándose. Fergun no se había estado preocupando por el sigilo.
Pero tal vez habría empezado a preocuparse si se hubiera dado cuenta de que lo seguían.
Dannyl agarró la manecilla de la puerta que llevaba al pasadizo lateral y la giró. Las bisagras emitieron un chirrido espectacular al abrirse la puerta, como si quisieran confirmar a Dannyl que habría oído a Fergun abrirla. El mago pasó al otro lado y encontró el pasadizo lateral vacío.
Siguió explorando y vio que el corredor principal también estaba desierto. Perplejo, Dannyl volvió sobre sus pasos y probó otras puertas, pero no halló signo alguno de Sonea ni de Fergun.
Recorrió la universidad hacia el exterior con aire de preocupación y la cabeza rebosante de dudas. ¿Por qué había sacado Fergun a Sonea de los aposentos de Rothen? ¿Por qué la había llevado a los desiertos pasillos interiores de la universidad? ¿Cómo era posible que hubieran desaparecido?
Rothen.
Dannyl.
¿Dónde estás?
En el Salón de Noche.
Dannyl torció el gesto. Así que Fergun había esperado a que se marchara Rothen antes de ir a hablar a Sonea. Típico.
Quédate ahí. Voy a verte.
Arropándose los hombros con la manta, Cery escuchó el castañeteo de sus dientes. La temperatura de la habitación había descendido lentamente durante los últimos días y ahora hacía frío suficiente para congelar la humedad de las paredes. Allá arriba el viento estaba ensañándose con la ciudad.
El mago había empezado a traerle una vela con cada comida, pero solo le duraba unas pocas horas. Cuando volvía la oscuridad, Cery se echaba a dormir o paseaba por la habitación para calentarse, contando los pasos para no dar contra las paredes. Abrazaba la botella de agua contra el pecho para evitar que se congelara.
Le llamó la atención un sonido suave y dejó de andar, seguro de que había oído otros pasos además de los suyos. No había más que silencio. Suspirando, volvió a su paseo.
Ensayaba mentalmente innumerables conversaciones con el mago que lo había capturado. Tras su infructuoso intento de matar a Fergun, Cery había pasado muchas horas reflexionando sobre su situación. Escapar de la celda era imposible, y Cery no era rival para su captor. Su destino estaba, por completo, en manos del mago.
Sabía que su única posibilidad de escapar consistía en tragar bilis y ganarse la buena voluntad de Fergun. Parecía una tarea imposible, ya que el mago nunca se mostraba muy hablador y era evidente que despreciaba a Cery. «He de intentarlo por el bien de Sonea», pensó.
Sonea. Cery negó con la cabeza, suspirando. Era posible que la hubieran obligado a decirle que necesitaba al Gremio para aprender a controlar sus poderes, pero Cery no pensaba que fuera el caso. No había estado tensa ni asustada, solo resignada. Ya había visto la forma en que sus poderes respondían a sus emociones, y lo peligrosos que se habían vuelto. No costaba creer que su magia habría terminado matándola.
Lo cual significaba que llevar a Sonea con los ladrones había sido la peor decisión que podía haber tomado. La había puesto en una situación que la obligaba a utilizar cada día la magia, estimulando el crecimiento de sus poderes, quizá provocando que perdiera mucho antes su control sobre ellos.
En algún momento habría llegado a aquel punto, sin importar lo que hubiera hecho Cery. Tarde o temprano, el Gremio la habría encontrado… o habría muerto.
Haciendo muecas en la oscuridad, Cery recordó la carta que habían enviado los magos, en la que afirmaban que no pretendían lastimar a Sonea y le ofrecían un puesto en sus filas. Sonea no se la había creído. Farén tampoco.
Pero un viejo conocido de Cery trabajaba como sirviente en el Gremio. Aquel hombre podría haberle confirmado la verdad, y Cery no le había preguntado.
«No quería saberlo. Quería que estuviéramos juntos. Sonea y yo, trabajando para los ladrones… o simplemente juntos…»
Sonea no estaba destinada a los ladrones, ni a él. Tenía magia. Le gustara a ella o no, debía estar junto a los magos.
Cery sintió una punzada de celos, pero la ignoró. En aquella oscuridad, había empezado a cuestionarse su odio por el Gremio. Tenía que aceptar que si los magos se habían tomado tantas molestias para salvarla —a ella y a mucha gente de las barriadas— de sus poderes, no podían ser tan indiferentes como pensaban los losdes.
Además, ¿qué mejor futuro podía imaginar para Sonea? Tendría riquezas, conocimiento y poder. ¿Cómo podía negarle todo eso?
No podía. No tenía nada que ofrecerle. Comprenderlo le dolió como un cardenal en el pecho después de recibir un buen golpe. Aunque el corazón de Cery había volado en el momento en que ella reapareció en su vida, Sonea nunca había expresado nada más que un cariño amistoso.
Oyó un tenue sonido y se detuvo. Escuchó en la lejanía unas débiles pero crecientes pisadas de zapatos contra la piedra. Los pasos se acercaron y Cery se echó hacia atrás para dejar que entrara el mago. A juzgar por el ritmo, Fergun llevaba prisa.
Los pasos no se detuvieron ante la puerta, sino que continuaron.
Cery se adelantó. ¿Era su captor, que simplemente había pasado por delante hacia otro destino? ¿O era otra persona? Corrió hasta la puerta y levantó un puño para empezar a aporrearla, pero se quedó plantado sin hacer nada, asolado por la duda. Si tenía razón, si Fergun estaba utilizándolo para chantajear a Sonea, ¿la pondría en peligro si escapaba y daba al traste con los planes del mago?
Si Fergun había contado demasiado a Sonea, podría matarla para ocultar su crimen. Cery había oído muchas historias de secuestro y chantaje que habían acabado mal, y tembló al recordar algunos de esos finales desagradables.
Los pasos ya no se oían. Cery apoyó la cabeza en la puerta y lanzó una maldición. Era demasiado tarde. El desconocido se había ido.
Suspirando, decidió seguir intentando hacerse amigo de Fergun, aunque fuera solamente para enterarse de los planes del mago. De nuevo empezó a imaginar conversaciones. Cuando el sonido de pasos volvió a llegar a sus oídos, casi pensó que los estaba imaginando.
Pero cuando ganaron intensidad, supo que eran reales. Sus latidos empezaron a acelerarse al darse cuenta de que escuchaba dos grupos distintos de pasos. Los propietarios de ambos estaban delante de la puerta, y Cery escuchó la voz de Fergun, amortiguada por la madera.
—Para. Ya hemos llegado.
La cerradura dio un chasquido y la hoja se abrió. Fergun llevaba un globo de luz encima de la cabeza, que deslumbró a Cery. A pesar del brillo, reconoció la silueta de su otra visitante. El corazón le saltó.
—¡Sonea!
—¿Cery?
Sonea se llevó una mano a la cara y se arrancó una venda que le cubría los ojos. Parpadeó mirándolo, y luego sonrió y pasó al interior de la celda.
—¿Estás bien? ¿No estás enfermo? ¿Herido? —Los ojos de la joven recorrieron todo el cuerpo de su amigo, buscando señales de maltrato.
Cery negó con la cabeza.
—No. ¿Y tú?
—Estoy bien. —Sonea echó una mirada a Fergun, que los observaba con interés desde el pasillo—. ¿Fergun no te ha hecho daño?
Cery logró esbozar una sonrisa irónica.
—Solo cuando me lo he buscado.
Sonea arqueó las cejas. Se giró y miró a Fergun con los ojos entornados.
—Déjanos hablar un rato a solas.
Fergun vaciló un momento antes de encoger los hombros.
—Muy bien. Unos minutos, no más.
Hizo un gesto y la puerta se cerró, dejándolos en la oscuridad absoluta. Cery suspiró.
—Bueno, estamos atrapados los dos.
—A mí no me dejará aquí. Me necesita.
—¿Para qué?
—Es complicado. Quiere que acepte unirme al Gremio para luego obligarme a violar una ley y que me echen. Creo que es su forma de vengarse por la pedrada que le di durante la Purga… pero me parece que también es para convencer al Gremio de que no deben aceptar a los losdes. No tiene importancia. Si hago lo que él dice, te soltará. ¿Crees que lo hará?
Cery movió la cabeza, aunque sabía que Sonea no podía ver el gesto.
—No lo sé. No se ha puesto desagradable. Los ladrones habrían sido peores. —Dudó si seguir hablando—. No creo que sepa lo que se trae entre manos. Cuéntaselo a alguien.
—No —replicó ella—. Si hablo, Fergun se negará a decir dónde estás. Morirás de hambre.
—Tiene que haber alguien más que conozca estos pasadizos.
—Podrían tardar días en encontrarte, Cery. Para llegar aquí hemos andado mucho. Puede que estés incluso fuera del Gremio.
—A mí no me pareció tan lej…
—No tiene importancia, Cery. No pensaba quedarme aquí, así que tampoco tiene sentido arriesgar tu vida.
—¿No ibas a entrar en el Gremio?
—No.
Su corazón se aceleró.
—¿Por qué no?
—Por muchas razones. Para empezar, todo el mundo odia a los magos. Me sentiría como si estuviera traicionando a todos los que conozco si me uniera a ellos.
Cery sonrió. Era muy propio de Sonea ver las cosas de aquel modo. Respiró profundamente.
—Sonea, deberías quedarte. Has de aprender a usar tu magia.
—Pero todo el mundo me odiará.
—Eso no es cierto. La verdad es que a todo el mundo le encantaría ser un mago, si tuviera la menor oportunidad. Si rechazas a los magos, todos van a pensar que estás loca, o que eres tonta. Lo entenderían si te quedaras. No querrían que renunciaras a todo. —Tragó saliva y se obligó a mentir—. Yo no quiero que renuncies a todo.
Sonea se quedó callada un momento.
—¿No me odiarías?
—No.
—Yo sí lo haría.
—Tus conocidos no pensarían que está mal —le dijo Cery.
—Pero… me seguiría sintiendo como si me hubiera pasado al enemigo.
Cery suspiró.
—No seas tonta, Sonea. Si fueras maga, podrías ayudar a los demás. Podrías hacer algo para que se acabaran las Purgas. La gente escucharía lo que le dijeras.
—Pero… mi sitio está con Jonna y Ranel. Ellos me necesitan.
—No es verdad. Les está yendo bien. Piensa en lo orgullosos que se sentirían. Su propia sobrina, en el Gremio.
Sonea dio una patada al suelo.
—Qué más da, Cery. No puedo quedarme. Fergun dijo que te mataría. No voy a abandonar a un amigo solo para poder hacer unos trucos de magia.
Un amigo. Cery dejó caer los hombros. Cerró los ojos y soltó un largo suspiro.
—Sonea. ¿Te acuerdas de la noche que vinimos a espiar al Gremio?
—Claro. —La sonrisa se le coló en la voz.
—Te dije que conocía a una persona, un sirviente del Gremio. Podría haber vuelto a hablar con ese hombre, y preguntarle los planes que tenía el Gremio para ti, pero no lo hice. ¿Sabes por qué?
—No. —Ahora su voz sonaba confundida.
—No quería descubrir que el Gremio de verdad quería ayudarte. Si pasaba eso, volverías, y yo no quería que te marcharas. No quería volver a perderte.
Sonea no dijo nada. Su silencio no transmitió nada a Cery. Tragó saliva, notando la boca seca.
—Aquí he tenido mucho tiempo para pensar —le dijo—. Yo… bueno, me he dicho que era mejor afrontarlo. Entre tú y yo no hay nada aparte de la amistad, así que no es justo que…
Sonea dio un suave respingo.
—Oh, Cery —murmuró—. ¡Nunca habías dicho nada!
El joven notó que le ardía la cara, y por una vez agradeció la oscuridad. Contuvo la respiración y esperó a que hablara ella, deseando que dijera algo para indicar que sentía lo mismo, o, tal vez, que lo tocara… El silencio se prolongó hasta hacerse insoportable.
—Bueno, no importa —dijo Cery—. Lo que importa es que tu sitio no está en las barriadas. Dejó de estar allí cuando descubriste tu magia. Ahora puede que tampoco encajes del todo aquí, pero tienes que probar.
—No —respondió ella con firmeza—. Tengo que sacarte de aquí. No sé durante cuánto tiempo tiene pensado Fergun usarte para chantajearme, pero no te puede tener aquí abajo para siempre. Voy a hacer que me traiga mensajes tuyos para saber que sigues con vida. Si no me los trae, dejaré de cooperar. ¿Te acuerdas de la historia de Hurin el carpintero?
—Pues claro.
—Haremos lo mismo que él. No sé cuánto tiempo pasará hasta que te suelte, pero yo…
Calló al oír el chasquido de la puerta abriéndose. La luz del mago le iluminó la cara y Cery notó que le daba un vuelco el corazón.
—Ya has pasado bastante tiempo ahí dentro —espetó Fergun.
Sonea se giró de nuevo hacia Cery, le dio un rápido abrazo y se apartó. Cery tragó saliva otra vez. De algún modo, aquel breve contacto le dolía más que el silencio de antes.
—No te enfríes —dijo Sonea.
Retrocedió y pasó junto a Fergun hacia el pasadizo. Tan pronto como se cerró la puerta, Cery corrió hacia esta y apoyó la oreja contra la madera.
—Haz lo que te he dicho y volverás a verlo —decía Fergun—. De lo contrario…
—Lo sé, lo sé —respondió Sonea—. Pero tú recuerda lo que hacen los ladrones a quienes rompen sus promesas.
«Cuéntaselo», pensó Cery con una sonrisa triste.
Desde el momento en que Dannyl entró en el Salón de Noche, resultó evidente que estaba preocupado por algo. Rothen abandonó a un grupo de magos que estaban haciéndole preguntas y cruzó la estancia para saludar a su amigo.
—¿Qué ocurre?
—No puedo contártelo aquí —dijo Dannyl, mirando en todas direcciones.
—¿Vamos afuera? —sugirió Rothen.
Salieron del edificio, bajo la nevada. Los blancos copos revoloteaban a su alrededor, siseando al tocar el escudo de Rothen. Dannyl se acercó a la fuente.
—¿A que no sabes a quiénes he visto en la universidad hace un momento?
—¿A quiénes?
—A Fergun y a Sonea.
—¿Sonea? —Rothen notó una punzada de angustia, pero la desestimó—. Ahora tiene derecho a hablar con ella, Dannyl.
—A hablar con ella, sí, pero ¿también a sacarla de tus habitaciones?
Rothen se encogió de hombros.
—No lo prohíbe ninguna regla.
—¿Y no te preocupa?
—Sí, pero protestar no nos hará ningún bien, Dannyl. Es mejor que se vea a Fergun abusando de su permiso que a mí exigiendo cuentas de cada movimiento que hace. Dudo mucho que Sonea hubiera ido con él si no quisiera.
Dannyl frunció el ceño.
—¿No quieres saber adónde la ha llevado?
—¿Adónde?
Por la cara de Dannyl pasó una expresión afligida.
—No lo sé exactamente. Los he seguido por dentro de la universidad. Fergun la ha llevado por los pasillos interiores. Después los he perdido. Han desaparecido, sin más.
—¿Se han volatilizado ante tus ojos?
—No. Se oía hablar a Fergun y luego todo ha quedado en silencio. Demasiado silencio. Tendría que haber oído pasos, o una puerta cerrándose. Algo.
Una vez más, Rothen descartó una sensación de intranquilidad.
—Hum, la verdad es que sí me gustaría saber adónde la ha llevado. ¿Qué podría querer enseñarle en la universidad? Se lo preguntaré mañana a Sonea.
—¿Y si no te lo cuenta?
Rothen miró el suelo nevado, meditando. Los pasillos interiores de la universidad llevaban a pequeñas habitaciones privadas. Casi todas estaban vacías, o cerradas con llave. Allí no había nada… excepto…
—No creo que le haya enseñado los pasadizos subterráneos —murmuró.
—¡Pues claro! —La mirada de Dannyl se iluminó, haciendo que Rothen se arrepintiera de sus palabras—. ¡Eso es!
—Es muy poco probable, Dannyl. Nadie sabe dónde están las entradas salvo…
Dannyl no estaba escuchando.
—¡Ahora tiene sentido! ¿Cómo no se me había ocurrido? —dijo, apretándose las manos contra las sienes.
—Bueno, mi ferviente consejo es que te mantengas apartado de esos pasadizos. La prohibición de usarlos se apoya en buenas razones. Son viejos e inseguros.
Dannyl arqueó las cejas.
—¿Qué me dices de los rumores sobre cierto miembro del Gremio que los usa constantemente?
Rothen se cruzó de brazos.
—Ese miembro puede hacer lo que desee, y estoy seguro de que es perfectamente capaz de sobrevivir a un derrumbamiento. También estoy convencido de que no le parecería bien que metieras las narices. ¿Qué dirías si te descubriese allí dentro?
La luz de la mirada de Dannyl vaciló al considerar aquello.
—Tendría que buscar el momento con mucho cuidado. Asegurarme de que él estuviera en otro sitio.
—Ni se te ocurra —le advirtió Rothen—. Te perderías.
Dannyl resopló.
—No puede ser peor que las barriadas, ¿verdad?
—¡No vas a entrar allí, Dannyl!
Pero Rothen sabía que, cuando despertaba la curiosidad de Dannyl, no había nada capaz de detenerla salvo la amenaza de expulsión. El Gremio no iba a desterrarlo por quebrantar una regla poco importante.
—Piénsalo bien, Dannyl. No querrás echar a perder la oportunidad de ser embajador, ¿verdad?
Dannyl se encogió de hombros.
—Si me salí con la mía después de negociar con los ladrones, dudo mucho que cotillear un poco debajo de la universidad vaya a granjearme la desaprobación general.
Rothen, derrotado, se volvió y miró el Salón de Noche.
—Puede que sea así, pero a veces lo importante es de quién es la desaprobación que te ganas.