26. Empieza el engaño


En el aire que quedaba entre las dos palmas de manos (una grande y envejecida, la otra delgada y con callos) dos motas de luz de colores danzaban como insectos diminutos. Cada luz daba vueltas alrededor de la otra, se lanzaba en picado y trazaba círculos en un juego complejo. La luz azul se lanzó de repente contra la amarilla. La amarilla se transformó en un anillo luminoso y, cuando la azul lo atravesó a toda velocidad, Rothen soltó una carcajada.

—¡Ya basta! —exclamó.

Las sombras dejaron de bailar a su alrededor cuando las dos motas se apagaron. Rothen miró la habitación oscura y se sorprendió de lo tarde que se había hecho. Ejerciendo su voluntad, creó un globo de luz e hizo que las mamparas se deslizasen hasta cubrir las ventanas.

—Aprendes rápido —dijo a Sonea—. Tu Control sobre tu poder está creciendo.

—Dominé el Control hace días —replicó ella—. No me lo has dicho.

Sorprendido, Rothen se volvió para observarla. Sonea le sostuvo la mirada con decisión. En su voz no había habido ningún rastro de duda. Lo había averiguado por sí misma de algún modo.

Se reclinó y consideró la situación. Si lo negaba, lo único que conseguiría sería que la joven se resintiera más al saber la verdad. Sería mejor explicarle sus razones para retrasar el momento.

Lo cual significaba que se había quedado sin tiempo. No tenía motivos para mantenerla allí ni un minuto más. En un día o dos se habría ido. Podía pedir a Lorlen que pospusiera el bloqueo, pero sabía, mirándola en aquel instante, que no podría hacerla cambiar de opinión en esos pocos días de más.

Asintió.

—Hace algunas sesiones, pensé que habías llegado a un punto en el que normalmente consideraría que el Control de un aprendiz era suficiente. En tu caso, me pareció que era especialmente importante probar tu Control sobre tu poder, ya que no vamos a estar cerca para ayudarte si falla algo. —En lugar de alivio, solo vio preocupación en la mirada de Sonea—. No es que piense que vaya a fallar nada —le aseguró—. Tu Control es…

—Voy a quedarme —dijo ella.

Rothen la miró fijamente un momento, demasiado impresionado para hablar.

—¿Vas a quedarte? —exclamó—. ¿Has cambiado de opinión?

Sonea asintió. Rothen se puso en pie de un salto.

—¡Eso es maravilloso!

Sonea lo miraba con los ojos muy abiertos. Rothen quería ponerla de pie y darle un abrazo, pero sabía que solo conseguiría asustarla. Se conformó con dar unas zancadas hasta la vitrina que había al fondo de la habitación.

—¡Esto hay que celebrarlo! —dijo. Sacó una botella de vino de pachi y unas copas, y volvió con todo ello a las sillas.

Sonea miró, quieta y callada, cómo el mago sacaba el tapón de la botella y servía un poco de licor amarillo en las copas.

A Sonea le tembló la mano al coger la copa. Rothen se calmó, comprendiendo que debía de sentirse abrumada… y también un poco temerosa.

—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —preguntó mientras se sentaba. Ella se mordió suavemente el labio y luego miró hacia un lado.

—Quiero salvar la vida a alguien.

—¡Ah! —Rothen sonrió—. Entonces lo que más te ha impresionado han sido los sanadores.

—Sí —admitió Sonea. Tomó un sorbo y se le iluminó la cara de gozo—. ¡Vino de pachi!

—¿Ya lo habías probado?

—Un ladrón me regaló una botella una vez —contestó con una sonrisa.

—No me has contado mucho de los ladrones. No quería preguntarte por si pensabas que estaba intentando sonsacarte información.

—Tampoco averigüé demasiado sobre ellos —dijo Sonea, encogiéndose de hombros—. La mayor parte del tiempo me lo pasaba sola.

—Doy por hecho que querían que hicieras magia a cambio de su ayuda.

Sonea asintió.

—Pero al final nunca le di al ladrón lo que quería. —Apareció una arruga entre sus cejas—. Me pregunto si… ¿Pensará que he roto nuestro acuerdo por quedarme aquí?

—Él no logró ayudarte —señaló Rothen—. ¿Cómo va a esperar que tú cumplas tu parte del trato?

—Se esforzó mucho, y también se valió de muchos favores que le debían para esconderme.

Rothen meneó la cabeza.

—No te preocupes. Los ladrones no te molestarán. Fueron ellos quienes nos dijeron dónde encontrarte.

Aquello sorprendió a Sonea.

—¿Me traicionaron? —susurró.

La expresión de Rothen se ensombreció, perturbada por la furia que veía en los ojos de la joven.

—Eso me temo. No creo que quisieran hacerlo, pero estaba claro que tus poderes se estaban haciendo peligrosos.

Ella miró su copa y meditó un tiempo en silencio.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó de repente.

Rothen titubeó, al caer en que tendría que explicarle las solicitudes de tutela que pesaban sobre ella. La mera idea de que la pusieran bajo el cuidado de un mago que no conocía y en quien no confiaba podía bastar para que cambiase otra vez de opinión, pero debía advertirla de esa posibilidad.

—Hay algunas cuestiones que deben resolverse antes de que te tomemos juramento como aprendiz —le dijo—. Necesitas adquirir destreza en la lectura y la escritura, y hay que enseñarte a hacer cálculos básicos. También debes comprender las leyes y costumbres del Gremio. Antes que todo eso, debe tomarse una decisión sobre tu tutela.

—¿Tutela? —Sonea apoyó la espalda en la silla—. Dijiste que solo tenían tutores los aprendices muy dotados.

Rothen asintió.

—Yo supe desde el principio que necesitarías el apoyo de un tutor. Al ser la única aprendiz que no proviene de las Casas, puede que en ocasiones te encuentres en situaciones difíciles. Tener un mago dispuesto a ser tu tutor podría ayudarte a contrarrestar ese efecto, por lo que presenté una reclamación sobre ti.

»Pero no soy el único mago que aspira a ese honor. Hay otro, un mago más joven llamado Fergun. Cuando dos magos reclaman la tutela de un aprendiz, el Gremio debe celebrar una Vista para decidir qué reclamación se concede. Las reglas del Gremio establecen que en caso de que más de un mago solicite tutelar a un aprendiz, se concede el honor al que primero haya identificado el potencial mágico en ese aprendiz, por lo que normalmente se trata de una decisión fácil. —Hizo una mueca—. Pero esta vez no es así.

»No descubrimos tu magia mediante las pruebas normales. Algunos magos opinan que al ser yo el primero en verte, fui también quien antes reconoció tus poderes. Otros sostienen que Fergun, al ser golpeado por la piedra que lanzaste, fue el primero, ya que experimentó el efecto de tus poderes. —Rothen rió entre dientes—. Parece ser que el Gremio lleva meses discutiendo el tema. —Se detuvo para tomar otro sorbo de vino.

»La Vista se celebrará después de la próxima Reunión, que tendrá lugar dentro de una semana. Después de eso, continuarás tu aprendizaje conmigo o con Fergun.

Sonea arrugó la frente.

—Entonces ¿no dejáis que el aprendiz elija a su tutor?

—No —dijo Rothen, moviendo la cabeza.

—Pues será mejor que conozca a ese tal Fergun —dijo lentamente—. Debería saber cómo es.

Rothen la observó con atención, extrañado por que aceptara la situación con tanta calma. Se dijo que debería estar satisfecho, pero no pudo evitar cierta decepción. Habría sido más gratificante que Sonea renegara ante la idea de verse apartada de su orientación y su compañía.

—Puedo ocuparme de que os reunáis, si lo deseas —respondió—. Él querrá conocerte. Igual que otros magos. Pero antes debería enseñarte algunas de las reglas y costumbres del Gremio.

Ella levantó la mirada, con el interés brillando en sus ojos. Rothen sonrió, reconfortado al ver que regresaba su curiosidad.

—Para empezar, está la costumbre de inclinarse.

La expresión de Sonea pasó de la alegría a la consternación. Rothen soltó una risita de comprensión.

—Sí. Inclinarse. Se supone que todo aquel que no sea mago, salvo la realeza, por supuesto, se inclina ante los magos.

—¿Por qué? —replicó Sonea, haciendo una mueca de disgusto.

—En señal de respeto. —Rothen levantó los hombros—. Por muy tonto que pueda parecer, algunos de nosotros se ofenden bastante si la gente no se inclina ante ellos.

Sonea entrecerró los ojos.

—¿Tú te ofendes?

—En general, no —contestó el mago—. Pero hay veces en que saltarse la inclinación tiene claras intenciones ofensivas.

Ella lo examinó cuidadosamente.

—¿Esperas que me incline ante ti de ahora en adelante?

—Sí y no. No lo espero en privado, pero deberías inclinarte cuando estemos fuera de estas habitaciones, aunque sea solo para hacerte a la costumbre. También deberías usar el tratamiento honorífico. A los magos se les habla de usted y se utiliza «lord» o «lady», excepto en el caso de los directores, administradores y el Gran Lord, a los que se llama por su cargo. Además, al Gran Lord hay que tratarlo de «vos».

Rothen sonrió al ver la expresión de Sonea.

—No esperaba que te pareciera bien. Puede que hayas crecido en la clase social más baja, pero tienes el orgullo de un rey. —Se inclinó hacia delante para añadir—: Un día, todos se inclinarán ante ti, Sonea. Eso te resultará aún más difícil de aceptar. La joven frunció el ceño, cogió su copa y se la bebió entera.

—Además —siguió diciendo Rothen—, también hay que explicarte las reglas del Gremio. Toma. —Le sirvió otra copa de vino—. Vamos a ver si estas te sientan un poco mejor.

Rothen se marchó inmediatamente después de cenar, sin duda con el objetivo de difundir la noticia. Mientras Tania empezaba a recoger la mesa, Sonea fue hacia una ventana. Se detuvo para contemplar la mampara que la cubría y se dio cuenta por primera vez de que el complejo diseño que tenía estampado estaba compuesto de diminutos símbolos del Gremio.

Su tía había tenido un par de mamparas viejas y con manchas de moho. No encajaban con la ventana de su habitación en la casa de queda, pero Jonna las había apoyado contra el cristal de todos modos. Cuando los rayos del sol atravesaban el papel, era fácil no prestar atención a sus defectos.

En lugar de sentir el habitual retortijón de morriña por aquel recuerdo, notó una vaga nostalgia. Paseó la mirada por el lujoso trabajo de carpintería, por los libros y por los lustrosos muebles, y suspiró.

Echaría de menos las comodidades y la comida, pero a eso ya se había resignado. Dejar a Rothen no iba a ser tan sencillo, sin embargo. Le gustaba la compañía del mago: sus conversaciones, las clases y hablar de mente a mente.

«Me iba a ir de todas formas —se recordó por centésima vez—. Lo que pasa es que no había pensado en todo lo que he conseguido aquí.»

Saber que la obligarían a marcharse del Gremio le había hecho comprender lo que perdía. Fingir que quería quedarse iba a resultarle incluso demasiado fácil.

«Menos mal que eso no lo sabe Fergun —rumió—. Su venganza sería mucho más dulce.»

Fergun estaba arriesgándose mucho para vengarse de ella por haberlo humillado. Debía de estar muy furioso… o muy seguro de que podía salirse con la suya. En cualquier caso, el guerrero estaba dispuesto a invertir buenas dosis de esfuerzo para que la excluyeran del Gremio.

—¿Milady?

Sonea se volvió para encontrar a Tania detrás de ella. La sirvienta sonrió.

—Solo quería decirle que me alegro de que se quede —dijo—. Sería una lástima que se hubiera marchado.

Sonea notó que se acaloraba.

—Gracias, Tania.

La mujer juntó las manos.

—Da la impresión de que no lo tiene usted nada claro. Está haciendo lo que debe. El Gremio nunca admite a la gente pobre.

Les será positivo verla a usted haciendo todo lo que hacen ellos, y además igual de bien. Sonea notó una astilla helada recorriéndole la espalda. ¡Aquello no trataba solo de venganza!

El Gremio no tenía por qué invitarla a unirse a ellos. Podrían haberle bloqueado el poder y mandarla otra vez a las barriadas. Pero no lo habían hecho. Por primera vez en muchos siglos, los magos se habían planteado entrenar a alguien que no perteneciera a ninguna Casa.

Las palabras de Fergun resonaron en su mente: «Una vez hayas hecho un pequeño encargo para mí, volverás al lugar que te corresponde.» ¿Al lugar que le correspondía?

Había notado el desprecio en la voz del mago, pero no había comprendido el significado. Fergun no solo quería asegurarse de que ella no entraba en el Gremio. Quería asegurarse de que nunca jamás se concedería la oportunidad a ningún losde. Fuera cual fuese el «encargo» que Fergun tenía en mente para ella, demostraría que los losdes no eran dignos de confianza. El Gremio nunca volvería a plantearse invitar a un losde a entrar en sus filas.

Se agarró al alféizar, con el corazón latiendo de rabia. «¡Me están abriendo sus puertas, a mí, a una losde, pero yo voy a abandonar como si eso no significara nada!»

La acechó un familiar sentimiento de impotencia. No podía quedarse. La vida de Cery dependía de que se marchara.

—¿Milady?

Sonea parpadeó y miró a Tania. La sirvienta le apoyó ligeramente una mano en el brazo.

—Lo hará usted bien —le aseguró Tania—. Rothen dice que es muy fuerte, y que aprende rápido.

—¿Eso dice?

—Ya lo creo. —Tania se giró y recogió su cesta cargada de platos—. Bueno, por la mañana nos veremos. No se preocupe. Todo irá bien.

Sonea sonrió.

—Gracias, Tania.

La sirvienta le devolvió una amplia sonrisa.

—Buenas noches.

—Buenas noches.

Tania salió por la puerta, dejando sola a Sonea. Dejó escapar un suspiró y miró por la ventana. Fuera volvía a nevar y los copos blancos bailaban en la noche. «¿Dónde estás, Cery?»

Recordó la daga que le había enseñado Fergun y frunció el ceño. Era posible que se la hubiera encontrado, que no tuviera encerrado a su amigo…

Se apartó de la ventana y se dejó caer en una silla. Tenía tanto en qué pensar: Cery, Fergun, la Vista, la tutela. Aun con el aplomo que le había transmitido Tania, no iba a dormir demasiado en las semanas que estaban por venir.

Todos los tres días, Dannyl cenaba con Yaldin y su esposa. Ezrille había iniciado la costumbre años atrás, cuando, preocupada porque Dannyl no había encontrado esposa, empezó a inquietarse por que se volviera un solitario si tenía que acabar todos los días sin más compañía que la suya propia.

Mientras cedía su plato vacío al sirviente de Yaldin, Dannyl dio un pequeño suspiro de satisfacción. Dudaba mucho que se sumiera alguna vez en la melancolía que temía Ezrille, pero sin duda era mucho mejor cenar acompañado que solo.

—He oído rumores sobre ti, Dannyl —dijo Yaldin.

Dannyl puso cara larga y su satisfacción se evaporó. ¿Fergun ya había vuelto a hacer de las suyas?

—Vaya, ¿qué rumores?

—Que el administrador se ha quedado tan impresionado por tu negociación con los ladrones que está pensando en ti para un puesto de embajador.

Dannyl irguió la espalda y miró fijamente al viejo mago.

—¿En serio?

Yaldin asintió.

—¿Qué opinas? ¿Te atrae viajar?

—Yo… —Dannyl meneó la cabeza—. No lo había pensado nunca. ¿Yo? ¿Embajador?

—Sí. —Yaldin rió—. Ya no eres tan joven ni estúpido como fuiste una vez.

—Muchas gracias —replicó Dannyl en tono seco.

—Podría venirte bien —dijo Ezrille. Sonrió y lo señaló con un dedo—. Incluso podrías volver con esposa.

Dannyl le dirigió una mirada venenosa.

—No empieces otra vez con eso, Ezrille.

La maga se encogió de hombros.

—Bueno, es que como está tan claro que en Kyralia no hay ninguna mujer bastante buena para…

—Ezrille —dijo Dannyl con severidad—. La última joven que conocí me clavó un cuchillo. Ya sabes que estoy maldito en lo que se refiere a mujeres.

—Tonterías. Intentabas atraparla, no tener un romance con ella. ¿Cómo le va a Sonea, por cierto?

—Rothen dice que está progresando bien con las clases, aunque sigue decidida a marcharse. Ahora charla bastante con Tania.

—Me imagino que se sentirá más a gusto con los sirvientes que con nosotros —aventuró Yaldin—. No tienen una posición tan superior a ella como la nuestra.

Dannyl hizo una mueca. Hubo un tiempo en que no habría puesto pegas a aquel comentario —es más, habría estado de acuerdo—, pero después de conversar con Sonea, le parecía injusto, hasta insultante.

—A Rothen no le gustaría oírte decir eso.

—No —se mostró de acuerdo Yaldin—, pero Rothen tiene una opinión que nadie comparte. El resto del Gremio opina que la clase social y la posición son muy importantes.

—¿Y ahora qué están diciendo?

Yaldin levantó los hombros.

—Ya no son solo apuestas amistosas sobre la reclamación de tutela. Mucha gente cuestiona la sensatez de permitir que se una al Gremio alguien con un pasado tan dudoso.

—¿Otra vez? ¿Qué dudas plantean ahora?

—¿Hará honor al juramento? —dijo Yaldin—. ¿Será una mala influencia para los demás aprendices? —Se inclinó hacia delante—. Tú la conoces. ¿Qué piensas de ella?

Dannyl se encogió de hombros y se limpió el azúcar de los dedos con una servilleta.

—Yo soy el último a quien deberías preguntar. Me apuñaló, ¿te acuerdas?

—No dejarás que lo olvidemos nunca —observó Ezrille—. Venga, seguro que sabes más que eso.

—Habla con brusquedad, pero no con tanta como me esperaba. No tiene las maneras a las que estamos acostumbrados. Nada de inclinarse, nada de «milord».

—Eso se lo enseñará Rothen cuando esté preparada —dijo Ezrille.

Yaldin resopló con suavidad.

—Mejor que se asegure de que guarde las formas antes de la Vista.

—Estáis olvidando los dos que la chica no quiere quedarse. ¿Para qué molestarse en enseñarle protocolo?

—Tal vez sería mejor para todo el mundo si se fuera, sí.

Ezrille lanzó una mirada de reproche a su marido.

—Yaldin —le regañó—. ¿Serías capaz de mandar a esa chica a la pobreza después de que haya conocido la abundancia que tenemos aquí? Sería una crueldad.

El anciano levantó los hombros.

—Por supuesto que no, pero ella quiere marcharse y todo será más sencillo si lo hace. Para empezar, no se celebrará la Vista, y además se olvidará todo ese asunto de admitir a gente de fuera de las Casas.

—Todos gastan saliva, discutiendo sobre ese tema —dijo Dannyl—. Sabemos bien que el rey la quiere aquí, bajo nuestro control.

—Pues no se pondrá muy contento si ella sigue firme en su intención de irse.

—No —aceptó Dannyl—. Pero no puede obligarla a prestar el juramento contra su voluntad.

Yaldin frunció el ceño, y luego miró la puerta al oír a alguien llamando. Movió una mano con indolencia y la puerta giró sobre sus goznes.

Entró Rothen, sonriendo de oreja a oreja.

—¡Se queda!

—Bueno, todo resuelto —dijo Ezrille.

Yaldin asintió.

—No todo, Ezrille. Aún tenemos que preocuparnos de la Vista.

—¿La Vista? —Rothen descartó el tema con un gesto—. Dejémoslo para otro momento. Ahora mismo, solo quiero celebrarlo.