25. Cambio de planes


El sol pendía por encima de las lejanas torres de Palacio como si fuera el enorme globo de luz de un mago, enviando largas franjas de luz anaranjada al interior de los jardines.

Mientras recorrían el sendero, Sonea seguía callada. Rumiando. Rothen sabía que su alumna había adivinado el objetivo de las excursiones que estaban haciendo, y se estaba endureciendo mentalmente para que nada de lo que viera pudiera tentarla para quedarse en el Gremio.

El mago sonrió. Por muy decidida que estuviera Sonea a rechazar todo cuanto veía, Rothen tenía intención de enseñarle tanto del Gremio como pudiese. Tenía que ver lo que estaba rechazando.

Sorprendido de que siguiera decidida a marcharse, Rothen se había descubierto meditando sobre su propia vida. Como todos los niños de las Casas, le habían hecho la prueba de capacidad mágica cuando tenía unos diez años. Recordó cuánto se habían emocionado sus padres al saber que habían descubierto potencial en él. Le dijeron que era un niño afortunado y especial. Desde aquel día, había ansiado unirse al Gremio.

Para Sonea, hacerse maga nunca había sido una posibilidad. La habían criado para que los viera como un enemigo al que culpar de todo y al que odiar. A tenor de su educación, no era difícil ver por qué consideraba que unirse al Gremio era traicionar a las personas con las que había crecido.

Pero no tenía por qué serlo. Si lograba convencerla de que en algún momento podría usar sus poderes para ayudar a su gente, tal vez decidiera quedarse.

Llegaron al final de la universidad y Rothen giró a la derecha. Mientras cruzaban los jardines que había al otro lado del edificio sonó el gong, indicando el final de las clases. Rothen, sabiendo que detrás de aquel sonido vendría un alboroto de aprendices corriendo hacia sus habitaciones, había elegido una ruta más larga pero más tranquila para llegar al alojamiento de los sanadores.

Tenía ganas de hacer esa excursión. La sanación era la habilidad más noble que tenían los magos, y también la única magia que Sonea parecía valorar. Rothen sabía que las artes del guerrero probablemente no la impresionarían, por lo que la había llevado a verlas en primer lugar. Sin embargo, habían inquietado a Sonea más de lo que había esperado. Aunque el profesor había explicado las reglas y las protecciones que empleaban, ella se había acobardado tan pronto como los luchadores iniciaron su batalla fingida.

El experimento de Dannyl con la imprenta mental había servido para demostrarle un uso de la alquimia, pero no pasaba de ser un divertimiento. Si quería causar impresión en Sonea, tenía que mostrarle algo que fuera más útil para la ciudad. Aún no había decidido lo que debía ser.

Rothen volvió a mirar a Sonea cuando se acercaban al alojamiento circular de los sanadores. Aunque su expresión era cauta, sus ojos refulgían de interés. El mago se detuvo ante la entrada.

—Este es el segundo edificio que se construyó para los sanadores —dijo a Sonea—. El primero era bastante lujoso. Por desgracia, nuestros predecesores tuvieron algunos problemas con unos pacientes adinerados que dieron por hecho que podían pagar la residencia permanente. Cuando se construyeron la universidad y los demás edificios del Gremio, el viejo alojamiento de sanadores se derrumbó para sustituirlo por este.

Aunque su aspecto exterior era atractivo, el edificio de los sanadores no era tan impresionante como la universidad. Rothen cruzó las puertas abiertas, guiando a Sonea hasta un recibidor pequeño y sin decorar. El aire estaba embebido de un olor fresco y medicinal.

Dos sanadores, un hombre de mediana edad y una mujer más joven, levantaron la mirada cuando entraron Rothen y Sonea. El hombre dudó al ver a Sonea y dio media vuelta, pero la mujer les dedicó una sonrisa y se acercó a recibirlos.

—Saludos, lord Rothen —dijo.

—Saludos, lady Indria —respondió él—. Esta es Sonea.

Sonea inclinó la cabeza.

—Es un honor conocerte.

—También es un honor conocerte, Sonea —dijo Indria, imitando su gesto.

—Indria nos hará un recorrido por el alojamiento de los sanadores —explicó Rothen.

La sanadora sonrió a Sonea.

—Espero que encuentres interesantes mis explicaciones —dijo. Miró a Rothen—. ¿Empezamos?

Rothen asintió.

—Por aquí, entonces.

Los llevó hasta una puerta doble, la abrió con su voluntad e hizo entrar a Rothen y a Sonea a un pasillo amplio que describía una curva. Pasaron junto a varias puertas abiertas, y Sonea aprovechó la oportunidad para echar un vistazo a las habitaciones que había al otro lado.

—La planta baja del edificio se utiliza para tratar y alojar a los pacientes —dijo Indria—. No vamos a obligar a los enfermos a subir y bajar escaleras, ¿verdad? —Sonrió a Sonea, que consiguió levantar los hombros con expresión divertida como respuesta.

»El piso de arriba tiene aulas para las clases y habitaciones para los sanadores que viven aquí. La mayoría de nosotros vivimos en este edificio, no en el alojamiento de los magos. Así podemos responder rápidamente a cualquier emergencia. —Señaló a su izquierda—. Las habitaciones de los pacientes son las que tienen una buena vista a los jardines o al bosque. Las interiores —añadió, señalando a la derecha— son las salas de tratamiento. Venid, os enseñaré una de ellas.

Siguieron a la sanadora por una de las puertas abiertas, y Rothen observó a Sonea mientras ella examinaba la habitación. Era una estancia pequeña, ocupada solo por una cama, un armario y varias sillas de madera.

—Aquí hacemos curas menores y tratamientos sencillos —explicó Indria a Sonea. Abrió un armario y le enseñó varias hileras de botellas y cajas—. Los medicamentos que podemos preparar con rapidez o mezclar con antelación los guardamos al alcance de la mano. Arriba tenemos otras habitaciones donde hacemos los preparados más complejos.

Salieron de la habitación y siguieron a Indria hasta un pasillo que nacía junto a la sala de tratamiento. La sanadora señaló la puerta del fondo.

—Las estancias de sanación están en el centro del edificio —dijo—. Voy a ver si esa está vacía.

Recorrió deprisa el pasillo y miró por un panel de cristal que había en la puerta. Se volvió hacia ellos y asintió.

—Está libre —les dijo—. Venid.

Ya en el otro lado del pasillo, Rothen sonrió cuando Indria le sostuvo la puerta. La habitación a la que daba era más grande que la primera que habían visto. En el centro había una cama estrecha, y las paredes estaban repletas de armarios.

—Aquí es donde llevamos a cabo la sanación superior y la cirugía —les dijo Indria—. Durante el tratamiento no se permite la entrada a nadie excepto a los sanadores… y al paciente, por supuesto.

Los ojos de Sonea vagaron por la habitación. Se acercó a un hueco que había en la pared del fondo. Indria la siguió.

—Las salas donde preparamos las medicinas están justo encima de nosotros —dijo la sanadora, señalando hacia arriba dentro de la hornacina. Sonea se inclinó y miró hacia la habitación de arriba—. Tenemos sanadores especializados en preparar medicamentos. Los preparados recién hechos bajan por estas tolvas según los necesitamos.

Satisfecha su curiosidad, Sonea volvió junto a Rothen. Indria fue hasta un armario. Lo abrió y sacó una de las botellas.

—Aquí en el Gremio tenemos la mayor concentración de sabiduría médica de todo el mundo —dijo, sin esconder su orgullo—. No solo curamos a la gente con nuestro poder de sanación. Si así fuera, no podríamos hacer frente a la demanda de nuestros servicios. —Se encogió de hombros—. Tampoco es que podamos hacerle frente, de todos modos. Simplemente, no somos suficientes sanadores.

Sacó una pequeña gasa blanca de un cajón. Se volvió hacia Sonea, dudó y miró a Rothen con expresión interrogativa.

Comprendiendo lo que iba a hacer, Rothen movió la cabeza indicando que no. Indria se mordió el labio, miró a Sonea y luego a los objetos que llevaba en las manos.

—Bueno, nos saltaremos esta parte del recorrido.

Sonea miró la botella, con los ojos incandescentes de curiosidad.

—¿Qué parte?

Indria giró la botella para enseñarle su etiqueta a Sonea.

—Esto es una crema anestésica —informó—. Normalmente pongo un poco a los visitantes en la palma de la mano para demostrarles la potencia de nuestra medicina.

—¿Anestésica? —preguntó Sonea, sin entender.

—Te duerme la piel, de forma que no puedes notar nada. El efecto se pasa después de una hora.

Sonea enarcó las cejas, y a continuación levantó los hombros y extendió una mano.

—La probaré.

Rothen contuvo la respiración mientras miraba sorprendido a Sonea. Aquello era extraordinario. ¿Dónde estaba su desconfianza con los magos? Miró complacido cómo Indria destapaba la botella y vertía un poco de pasta en el tejido cuadrado.

Indria miró a Sonea con expresión seria y preocupada.

—Al principio no notarás nada. Al cabo de un minuto, notarás la piel como si fuera gruesa de verdad. ¿Estás segura de que quieres probarlo?

Sonea asintió. Indria frotó la pasta por la palma de la mano de Sonea mientras sonreía.

—Ten cuidado de que no te entre en los ojos. No te dejaría ciega pero, créeme, tener los párpados entumecidos es una sensación realmente peculiar.

Sonea sonrió y se miró la mano. Indria, después de devolver la botella a su estante, dejó caer la tela en un cubo que había dentro de un armario. Se frotó las manos.

—Ahora vamos arriba y echemos un vistazo a las aulas.

Los llevó de vuelta al pasillo principal. Se cruzaron con varios sanadores y con unos pocos aprendices mientras recorrían el edificio. Algunos observaron a Sonea con curiosidad. Otros, para consternación de Rothen, fruncieron el ceño en señal de rechazo.

—¡Indria!

La sanadora se giró, con la túnica verde revoloteando por el movimiento brusco.

—¿Darlen?

—Aquí dentro.

La voz venía de una de las salas de tratamiento más cercanas. Indria llegó a la puerta con rapidez.

—¿Sí?

—Échame una mano, ¿quieres?

Indria se volvió y dirigió una amplia sonrisa a Rothen.

—Voy a preguntar si al paciente no le importa tener público —dijo en voz baja.

Se metió en la habitación y Rothen oyó varias voces que hablaban casi en susurros. Sonea miró a Rothen con expresión indescifrable y luego apartó la mirada.

Indria apareció por el umbral y les indicó que se acercaran.

—Pasad.

Rothen asintió.

—Concédeme un momento.

Mientras la sanadora se retiraba, Rothen escrutó los rasgos de Sonea.

—No sé lo que vas a ver ahí dentro, pero no creo que Indria nos invitara si fuese a ser espantoso. Pero si te molesta ver sangre, probablemente no deberíamos pasar.

Sonea pareció encontrar aquello divertido.

—No habrá problema.

Levantando los hombros, Rothen le indicó la puerta. Pasaron y vieron que aquella sala tenía la misma disposición que la que habían visitado antes. En la cama había un chico de unos ocho años. Tenía la cara blanca y los ojos rojos por haber llorado. La voz que había pedido ayuda pertenecía a un joven vestido con túnica verde, lord Darlen, que estaba retirando con suavidad un vendaje empapado de sangre de la mano del chico. Había una pareja joven en dos sillas de madera, observando el procedimiento con ansiedad.

—Quedaos aquí, por favor —les ordenó Indria, con una voz que de pronto se había vuelto severa.

Rothen retrocedió hasta una esquina, seguido de Sonea. Darlen les echó un vistazo antes de volver a prestar atención al chico.

—¿Aún te duele?

El niño negó con la cabeza.

Rothen examinó a la pareja. Aunque parecían haberse vestido a toda prisa, sus ropajes eran ostentosos. El hombre llevaba una capa larga a la moda, con la capucha ribeteada de pieles.

Sonea hizo un débil sonido a su lado. Rothen volvió a mirar la cama y vio que ya habían quitado la venda de la mano al chico. Tenía dos cortes profundos de lado a lado de su palma, y manaba sangre de las heridas.

Darlen arremangó al niño y le agarró el brazo con fuerza. El flujo de sangre cesó. Miró a los padres.

—¿Cómo ha ocurrido?

El hombre se sonrojó y bajó la mirada hasta el suelo.

—El chico estaba jugando con mi espada. Se lo tenía prohibido, pero… —Negó con la cabeza, con tristeza en el semblante.

—Hum —dijo Darlen, girándole un poco la mano—. Debería curar bien, pero le quedarán cicatrices para lucirlas el resto de su vida.

La mujer emitió un ruidito ahogado y se deshizo en lágrimas. Su marido le pasó un brazo por los hombros y miró expectante al sanador.

Darlen giró la cabeza en dirección a Indria. Ella asintió y fue hacia los estantes. Sacó de un cajón más trozos de tejido blanco, un cuenco y una botella grande de agua. Volvió junto a la cama y lavó la mano suavemente. Cuando estuvo limpia, el sanador puso su mano sobre la palma del chico con mucho cuidado y cerró los ojos.

Se hizo el silencio. Aunque la madre se sorbía la nariz de vez en cuando, todos los sonidos se oían amortiguados. El chico empezó a inquietarse, pero Indria se inclinó y le puso una mano en el hombro.

—Quédate quieto. No lo desconcentres.

—Pero es que pica —protestó.

—Se acabará enseguida.

Rothen captó un movimiento a su lado y vio que Sonea se estaba frotando su propia palma. Darlen inspiró profundamente y abrió los ojos. Miró la mano y le pasó los dedos por encima. Donde antes había heridas profundas, ahora unas finas líneas rojas cruzaban la palma del niño. Darlen sonrió a su paciente.

—Ya tienes la mano curada. Quiero que te pongas vendas todos los días. No la uses por lo menos durante dos semanas. No querrás echar a perder todo el trabajo que acabo de hacer, ¿verdad?

El chico meneó la cabeza. Levantó la mano y recorrió las cicatrices con un dedo de la otra mano. Darlen le dio una palmada en el hombro.

—Cuando pasen las dos semanas, haz ejercicios suaves. —Miró a los padres—. No deberían quedar secuelas permanentes. Con el tiempo podrá hacer todo lo que hacía antes, incluso blandir la espada de su padre. —Se inclinó y dio un puñetazo amistoso en el pecho del chico—. Pero no hasta que haya crecido.

El chico sonrió, enseñando todos los dientes. Darlen le ayudó a bajar de la cama, sonriendo mientras el niño corría hacia sus padres y se dejaba envolver por sus brazos.

El padre miró a Darlen, con los ojos brillantes, y abrió la boca para hablar. El sanador levantó una mano para acallarlo, y se volvió para lanzar una mirada a Indria.

La mujer hizo un gesto a Rothen y a Sonea para que la siguieran. Salieron enseguida de la habitación. Mientras empezaban a pasear pasillo abajo, Rothen oyó al padre dando las gracias.

—Parece fácil, ¿verdad? —dijo Indria con una mueca—. En realidad es dificilísimo.

—La sanación es la disciplina más difícil de todas —aclaró Rothen—. Requiere un control más preciso, y muchos años de práctica.

—Razón por la que no atrae a algunos jóvenes —resopló Indria—. Son demasiado perezosos.

—Yo he tenido muchos aprendices que distaban mucho de ser perezosos —replicó Rothen, socarrón.

Indria sonrió.

—Pero tú eres un maestro estupendo, Rothen. ¿Cómo podrían no ser los discípulos más aplicados de la universidad?

Rothen rió.

—Tendría que visitar a los sanadores más a menudo. Sois lo más gratificante.

—Hum —respondió ella—. Por lo general nunca te vemos por aquí a no ser que sea para refunfuñar por alguna indigestión, o por quemarte con tus tontos experimentos.

—No digas eso —dijo Rothen, poniéndose un dedo en los labios—. Después voy a llevar a Sonea a ver las salas de alquimia.

Indria dirigió una mirada compasiva a Sonea.

—Buena suerte. Intenta no quedarte dormida.

Rothen irguió la espalda y señaló la escalera.

—Continúa con tu recorrido, muchacha insolente —ordenó a la sanadora—. Te graduaste hace un año y ya crees que puedes hablar con descaro a tus mayores.

—Sí, milord.

Con una amplia sonrisa, Indria hizo una reverencia burlona y echó a andar por el pasillo.

Sonea desplazó a un lado una de las mamparas de las ventanas de Rothen y miró por el cristal la nieve que se arremolinaba. Se frotó la palma de la mano, distraída. Aunque había recobrado la sensibilidad unas horas antes, el recuerdo del entumecimiento seguía presente.

Había esperado que Rothen le mostrara a los curanderos trabajando, y también que a ella le costara resistirse al deseo de poder hacerlo ella misma. Con toda su determinación para que nada la afectara, ver cómo curaban a un niño ante sus ojos había despertado en ella unos sentimientos que no deseaba. Ya era consciente de que podría hacer cosas como aquella, pero no había sido hasta ese momento cuando comprendió de cuánto podría ser capaz.

Esa había sido la intención de Rothen, por supuesto. Suspirando, dio unos golpecitos en el borde de la mampara. Como esperaba, el mago estaba intentando tentarla para que se quedara, mostrándole las cosas maravillosas que podía hacer con su magia.

Pero no podía haber esperado impresionarla con la exhibición de guerreros donde la había llevado el día anterior. Ver cómo unos aprendices se lanzaban magia mutuamente no iba a convencerla de quedarse.

Tal vez solo pretendiera enseñarle que las peleas eran inofensivas. Regidas por normas estrictas, eran más parecidas a juegos que a combates de verdad.

Al pensar aquello, ya no le costaba comprender por qué los magos habían reaccionado de aquella manera cuando los había «atacado» en la plaza Norte. Estaban demasiado habituados a los «escudos interiores» y a contar «toques». Debía de haberles sobrecogido presenciar lo que podía hacer la magia a una persona indefensa.

Volvió a suspirar. Lo siguiente sería, probablemente, un recorrido por las salas de alquimia. Contra su voluntad, sintió una punzada de curiosidad. De todas las disciplinas, la alquimia era la que menos comprendía.

Frunció el ceño cuando alguien llamó a la puerta. Tania les había dado las buenas noches horas atrás, y Rothen había salido hacía poco. Le dio un vuelco el corazón al pasarle un nombre por la mente.

«Fergun.»

El mago querría una respuesta, y ella aún no se había decidido. Cruzó la habitación a regañadientes, deseando que el visitante fuera otra persona.

—¿Quién es?

—Fergun. Déjame pasar, Sonea.

Respiró profundamente antes de agarrar la manecilla. Al momento, la puerta se abrió hacia dentro. El mago de túnica roja se deslizó con gracia al interior de la sala y cerró la puerta tras de sí.

—¿Cómo puedes abrirla? —preguntó la joven, mirando el pomo enfadada—. Pensaba que estaba atrancada.

Fergun sonrió.

—Y lo estaba, pero se abre si tocan el pomo a la vez alguien de dentro y alguien de fuera.

—¿Se supone que ha de ser así?

Fergun asintió.

—Es una medida de precaución. Podría ser que Rothen no estuviera presente para abrir la puerta en caso de emergencia. De esta forma, puede hacerlo otra persona si, por ejemplo, empezaras un incendio.

Sonea hizo una mueca.

—Con un poco de suerte, eso nunca volverá a ser problema —dijo, señalando las sillas—. Siéntate, Fergun.

El mago se movió con elegancia hacia las sillas y tomó asiento. Tan pronto como Sonea se sentó enfrente de él, se inclinó hacia delante con avidez.

—Bueno, ¿tus lecciones de Control van bien?

—Sí… creo.

—Hum, dime qué has hecho hoy.

Ella sonrió con pesar.

—He tenido que levantar una caja del suelo. Ha sido difícil.

Fergun inspiró bruscamente, con los ojos muy abiertos, y Sonea notó que le saltaba el corazón al verlo.

—Lo que te está enseñando no es un ejercicio de Control. Te está mostrando cómo usar tu magia. Si hace eso, es que ya debes de tener Control.

Sonea sintió una oleada de emoción y esperanza.

—Me ha dicho que estaba probando mi Control.

Fergun negó con la cabeza, con el rostro serio.

—Toda magia es una prueba de Control. No te estaría enseñando a levantar objetos si tu Control no estuviera suficientemente asentado. Estás preparada, Sonea.

Sonea se reclinó contra el respaldo y notó que una sonrisa le tiraba de las comisuras de la boca. «¡Por fin! —pensó—. ¡Puedo irme a casa!»

El pensamiento vino seguido de inmediato por una pizca de lástima. Cuando se marchara, tal vez nunca volvería a ver a Rothen…

—Bien, ¿te has convencido de que lo que te dije era cierto? ¿De que Rothen te ha estado ocultando información?

La joven miró a Fergun y asintió.

—Estoy segura de casi todo. El administrador Lorlen me explicó lo del bloqueo de poder.

Fergun pareció sorprenderse.

—Lorlen en persona. Bien.

—Me dijo que no sería desagradable, y que luego nunca notaría nada.

—En caso de que funcione bien. El Gremio no ha tenido que hacer un bloqueo desde hace muchos, muchos años —dijo poniendo una mueca—. La última vez que lo hicieron, lo fastidiaron un poco… pero no deberías preocuparte por eso. Tú acepta mi ayuda y no tendrás que correr ese riesgo. —Sonrió—. ¿Vamos a trabajar juntos?

Sonea vaciló. Su mente estaba surcada de dudas.

Al ver su expresión, Fergun preguntó:

—¿Has decidido quedarte, entonces?

—No.

—¿Sigues sin decidirte?

—No estoy segura de tu plan —admitió—. O al menos, no de algunas partes.

—¿Qué partes?

Sonea respiró hondo.

—Si me convierto en aprendiz, tendré que prestar un juramento que sé que voy a violar.

Él arrugó la frente.

—¿Y qué?

—Que no… no me gusta hacer eso.

Los ojos del guerrero se estrecharon un poco.

—¿Te preocupa romper un juramento? —lamentó—. Yo estoy dispuesto a violar la ley del rey por ti, Sonea. Seguro que podremos hacer que parezca que has huido por tu cuenta, pero existe la posibilidad de que descubran mi participación. Yo me ofrezco a correr ese riesgo por tu bien. —Se inclinó hacia delante—. Tú debes decidir si el rey tiene derecho a arrebatarte tu poder. Si no lo tiene, ¿qué valor posee el juramento?

Sonea asintió lentamente. Fergun tenía razón. Farén estaría de acuerdo, y también Cery. Las Casas llevaban demasiado tiempo guardándose la magia para ellas… y luego usándola contra los pobres en la Purga. Los losdes no le reprocharían haber roto el Juramento de los Aprendices. Y la opinión que contaba era la de ellos, no la del rey ni la de los magos.

Si regresaba a las barriadas sin que le encadenaran los poderes y aprendía magia por sí misma, también podría enseñar a otros. Podría iniciar su propio Gremio secreto.

Pero supondría confiar en Farén para que volviera a ocultarla del Gremio. Supondría no poder regresar con su familia. Supondría que en algún momento tal vez utilizara sus poderes para ayudar y curar a la gente… lo cual podría hacer que todos los riesgos valieran la pena.

Miró al mago que tenía sentado delante. ¿Fergun estaría tan dispuesto a dejarla marchar si supiera lo que estaba pensando? Frunció el ceño. Si se convertía en su aprendiz, tendría que dejarle entrar en su mente para las lecciones. El mago podría descubrir sus planes y, al no gustarle las consecuencias que acarreaba ayudarla, cambiar de opinión.

Buena parte de la propuesta la obligaba a depender de él. Y ella no lo conocía, no había mirado en su mente.

Si tan solo pudiera marcharse, no, escapar, sin su ayuda…

Sintió una repentina emoción. Tal vez pudiera. Ya había logrado el Control. Rothen desconocía que ella lo sabía. En algún momento tendría que admitirlo y, cuando lo hiciera, se volvería cauteloso por si ella intentaba escapar. El momento perfecto para intentarlo era ya mismo.

¿Y si no se le presentaba la oportunidad? ¿Y si fallaba?

Entonces aceptaría la oferta de Fergun. De momento, sin embargo, tenía que darle largas. Mirando a Fergun, suspiró y meneó la cabeza.

—No lo sé. Aunque tu plan funcione, seguiría teniendo al Gremio detrás de mí.

—No podrían encontrarte —le aseguró el mago—. Yo te enseñaré a esconder tus poderes. No les llegará ninguna pista que pueda llevarles a ti, y pasado un tiempo se rendirán. Tú no eres la única que acabó agotada con la última cacería, Sonea. No seguirán buscando para siempre.

—Hay algunas cosas que no sabes —dijo ella—. Si vuelvo a las barriadas con magia, los ladrones querrán que trabaje para ellos. No quiero ser su marioneta.

Fergun sonrió.

—Tendrás magia, Sonea. No podrán obligarte a hacer nada que no quieras.

Ella apartó la mirada y negó con la cabeza.

—Tengo familia, Fergun. A lo mejor los ladrones no pueden hacerme daño, pero se lo pueden hacer a otros. Yo… —Se frotó la cara y luego le dedicó una mirada de disculpa—. Necesito más tiempo para pensar.

La sonrisa del hombre se desvaneció.

—¿Cuánto tiempo?

—¿Unas semanas, tal vez? —probó Sonea, encogiéndose de hombros.

—No dispongo de tanto tiempo —dijo él, con la expresión ensombrecida—. no dispones de tanto tiempo.

—¿Por qué no? —preguntó Sonea, preocupada.

El mago se incorporó bruscamente, sacó un objeto de su túnica y lo dejó caer en la mesa delante de ella.

Sonea aspiró aire de golpe al reconocer aquella daga. Había visto muchas veces cómo la afilaban con cuidado y cariño.

Recordaba un día, muchos años atrás, en que el tosco dibujo de un roedor familiar había sido grabado en el filo.

—Veo que la reconoces. —Ahora Fergun estaba de pie a su lado, con los ojos centelleantes—. Tengo al dueño de este cuchillo encerrado en un cuartucho oscuro que nadie de aquí conoce. —Sus labios se estiraron en una fea sonrisa—. Y es mejor que no lo conozcan, porque podría preocuparles saber lo grandes que se pueden hacer algunos de estos roedores. —Se puso en cuclillas y apoyó las manos en los brazos de la silla de Sonea.

Ella se encogió, horrorizada por su mirada malévola.

—Haz lo que yo te diga y liberaré a tu amigo. Cáusame algún problema y lo dejaré ahí para siempre. —Sus ojos se entrecerraron—. ¿Comprendido?

Aturdida e incapaz de hablar, Sonea no pudo más que asentir.

—Escúchame atentamente —dijo él—. Voy a decirte lo que has de hacer. En primer lugar, dirás a Rothen que has decidido quedarte. Cuando lo hagas, él anunciará que has alcanzado el Control, para poder meterte en el Gremio antes de que puedas volver a cambiar de opinión. Dentro de una semana habrá Reunión, y después se celebrará una Vista para decidir quién va a ser tu tutor.

»En esa Vista vas a decir a todo el mundo que, durante la Purga, yo te vi antes que Rothen. Les dirás que te miré después de que la piedra brillara al atravesar la barrera y antes de golpear.

»Cuando les digas eso, los magos superiores no tendrán más remedio que concederme tu tutela. Entrarás en el Gremio, pero te aseguro que no será por mucho tiempo. Una vez hayas hecho un pequeño encargo para mí, volverás al lugar que te corresponde. Tú conseguirás lo que quieres, y yo también. No pierdes nada por ayudarme, pero… —Recogió la daga y pasó un dedo por el filo—. Perderás a ese amiguito tuyo si no lo haces.

El mago sostuvo la mirada de Sonea mientras volvía a deslizar la daga dentro de su túnica.

—Que Rothen no se entere de esto. Soy el único que sabe dónde está ese pequeño Ceryni, y si no puedo llevarle comida le va a entrar mucha, mucha hambre.

Se incorporó, llegó a la puerta moviéndose con habilidad y la abrió una rendija. Giró la cabeza e hizo una mueca de desprecio a Sonea. El corazón de la chica dio un tumbo al recordar de pronto dónde había visto antes al mago. Era el mago que había dejado inconsciente durante la Purga.

—Espero enterarme de que Rothen ha proclamado su éxito mañana mismo. Después te veré a ti. —Dicho esto, se deslizó por la puerta y la cerró tras él.

Sonea escuchó cómo se alejaban con rapidez sus pasos suaves, y luego se apretó las manos contra los ojos. «Magos.» Susurró una maldición. «Nunca, nunca jamás volveré a confiar en ellos.»

Entonces pensó en Rothen y se le disipó la rabia. Aunque la había engañado para que no supiera que había logrado el Control, estaba segura de que tenía buena intención. Probablemente lo había ralentizado todo para concederle tiempo y que pudiera decidir si realmente quería marcharse. Si era así, el mago no había hecho nada que no habría hecho ella misma, de estar en su lugar… y estaba segura de que la ayudaría si ella se lo pedía.

Pero no podía pedírselo. Una impotencia abrasadora la invadió. Si no hacía lo que le había dicho Fergun, Cery moriría.

Se hizo un ovillo en su asiento y se abrazó las piernas. «Oh, Cery —pensó—. ¿Dónde estás? ¿No te dije que fueras con cuidado de que no te cogieran?»

Suspiró. ¿Por qué hacía eso Fergun? Pensó en la primera vez que había visto su mueca de desdén y tembló.

«Venganza.» Simple y mezquina venganza por la humillación de que lo hubiera dejado inconsciente una losde rebelde. Debía de haberle enfurecido que, en lugar de castigarla, la hubieran invitado a unirse al Gremio. Pero ¿por qué molestarse si ella no tenía intención de quedarse allí?

Pensó en las palabras de Fergun: «Una vez hayas hecho un pequeño encargo para mí, volverás al lugar que te corresponde». Haberse unido al Gremio y luego ser expulsada… Y tanto que iba a asegurarse de que Sonea recibía su castigo por golpearlo.

Iba a asegurarse de que nunca fuera capaz de cambiar de idea y regresar al Gremio.