Dannyl llegó al final del pasillo de la universidad y se detuvo al abrirse la puerta del despacho del administrador. Una figura ataviada con túnica azul salió por ella en dirección al recibidor de entrada.
—Administrador —llamó Dannyl.
Lorlen se detuvo y dio media vuelta. Sonrió al ver acercarse a Dannyl.
—Buenos días, lord Dannyl.
—Justamente venía a verlo. ¿Tiene un momento?
—Por supuesto, pero solo un momento.
—Gracias —dijo Dannyl, frotándose lentamente las manos—. Anoche recibí un mensaje del ladrón. Pregunta si conocemos el paradero de un hombre que acompañaba a Sonea cuando se escondía de nosotros. He pensado que podría ser el joven que intentó rescatarla.
Lorlen asintió.
—El Gran Lord ha recibido una consulta parecida.
Dannyl parpadeó, sorprendido.
—¿El ladrón contactó con él directamente?
—Sí. Akkarin ha asegurado a Gorín que se lo hará saber si encuentra al hombre.
—Yo enviaré la misma respuesta, entonces.
Los ojos de Lorlen se cerraron un poco.
—¿Es la primera vez que los ladrones establecen contacto con usted desde que capturaron a Sonea?
—Sí —respondió Dannyl con una sonrisa apesadumbrada—. Había dado por hecho que nunca volvería a saber de ellos. El mensaje me ha sorprendido bastante.
Lorlen levantó las cejas.
—Lo que nos sorprendió bastante a todos fue que usted se hubiera dedicado a hablar con ellos.
Dannyl notó que se sonrojaba.
—No a todos. El Gran Lord lo sabía, aunque no tengo ni la menor idea de cómo.
—Bueno, eso sí que no me sorprende —contestó Lorlen con una sonrisa—. Puede que Akkarin no aparente ningún interés, pero no piense que no presta atención. Sabe más sobre la gente, aquí y en la ciudad, que ninguna otra persona.
—Pero usted debe de saber más que él en lo relativo al Gremio.
Lorlen negó con la cabeza.
—Oh, siempre sabe más de lo que yo puedo averiguar. —Calló un momento—. Voy a reunirme ahora con él. ¿Quiere que le pregunte alguna cosa?
—No —se apresuró a responder Dannyl—. Tengo que irme yo también. Gracias por su tiempo, administrador.
Lorlen inclinó la cabeza, se volvió y empezó a alejarse. Dannyl regresó por el pasillo y pronto se vio cruzando un grupo de aprendices y magos. Con las primeras clases del día a punto de empezar, el edificio bullía de actividad.
Volvió a pensar en el mensaje del ladrón. La carta llevaba implícito un matiz de acusación, como si Gorín sospechase que el Gremio era responsable de la desaparición de aquel hombre. Dannyl no creía que el ladrón fuera a acusar al Gremio de sus problemas con tanta facilidad como lo hacía el típico losde… o que se pusiera en contacto con el Gran Lord sin tener un buen motivo.
Por tanto, Gorín debía de creer que el Gremio era capaz de encontrarle a ese hombre. Dannyl rió por lo bajo al ocurrírsele lo irónico de aquella situación. Los ladrones habían ayudado al Gremio a encontrar a Sonea, y ahora querían un favor del mismo tipo a cambio. Se preguntó si la recompensa también sería tan cuantiosa.
Pero ¿por qué pensaba Gorín que el Gremio sabía dónde estaba el joven? Dannyl parpadeó al pensar la respuesta.
Sonea.
Si Gorín creía que Sonea conocía la situación de su amigo, ¿por qué no había hablado directamente con ella? ¿Pensaba que ella no iba a decírselo? Habían sido los ladrones quienes la habían vendido al Gremio, al fin y al cabo. Y su compañero podría tener buenas razones para desaparecer, además.
Dannyl se frotó la frente. Podía preguntar a Sonea si sabía qué estaba pasando, pero si no sabía que su amigo había desaparecido, quizá la noticia la perturbara. Podría sospechar que el Gremio era el causante de la desaparición. Y arruinar todo lo que Rothen había logrado.
Entre los aprendices que tenía delante apareció una cara conocida. Notó una pequeña punzada de terror, pero Fergun no levantó la mirada. El guerrero se cruzó con él, apresurado, y giró por un pasillo lateral.
Dannyl, sorprendido, detuvo sus pasos. ¿Qué podía absorber tan por completo a Fergun para que ni siquiera se fijara en su viejo enemigo? Dannyl retrocedió y echó un vistazo al pasillo lateral, donde vislumbró una túnica roja antes de que el guerrero doblara otro recodo.
Fergun llevaba algo en las manos. Dannyl paseó un momento junto a la entrada del pasillo, tentado de seguirlo. Cuando era aprendiz, habría aprovechado cualquier oportunidad para descubrir algún secretillo de Fergun.
Pero ya no era aprendiz, y Fergun había ganado esa guerra mucho tiempo atrás. Encogiéndose de hombros, volvió una vez más por el pasillo hacia el aula de Rothen. La clase empezaba en menos de cinco minutos, y no tenía tiempo para hacer de espía.
Los sentidos de Cery se habían agudizado después de pasar una semana en la oscuridad. Sus orejas captaban el ajetreo de las patas de insectos, y sus dedos podían notar las ligeras rugosidades allí donde el óxido mordisqueaba la estaca metálica que había sacado del dobladillo de su abrigo.
Mientras apretaba el pulgar contra la punta afilada, notó que hervía de rabia. Su captor había regresado en dos ocasiones con comida y agua. Cada vez, Cery había intentado averiguar por qué estaba prisionero.
Todos sus esfuerzos por entablar conversación con Fergun habían fracasado. Había probado con zalamerías, con exigencias, incluso había suplicado una explicación, pero el mago había hecho caso omiso de cada palabra suya. «Eso no estuvo bien», refunfuñó Cery. Se suponía que los villanos tenían que revelar sus planes, ya fuera por error o en un arrebato de fruición.
Llegó a sus oídos el más leve golpeteo. Levantó la cabeza y luego se puso en pie de un salto cuando el sonido fue creciendo hasta definirse en pasos. Agarró la estaca con fuerza, se agachó tras la puerta y esperó.
Los pasos terminaron fuera de la puerta. Oyó cómo chasqueaba el pasador y tensó los músculos mientras la puerta empezaba a deslizarse hacia dentro. La luz inundó la habitación, iluminando el plato vacío que había dejado justo delante de la puerta. El mago dio un paso hacia allí, se detuvo y giró hacia el abrigo y los pantalones que Cery había dejado semiocultos bajo una manta en el rincón.
Cery saltó hacia delante y dirigió la estaca hacia la espalda de Fergun, apuntando al corazón.
La estaca golpeó contra algo duro y se le escurrió de los dedos. El mago empezó a girarse y algo arrolló el pecho de Cery, tirándolo hacia atrás. Oyó un crujido al golpear la pared, y un dolor atroz le recorrió el brazo. Se vino abajo hasta el suelo, acunándose el brazo y jadeando.
Desde detrás llegó un suspiro largo y exagerado.
—Eso ha sido una estupidez. Mira lo que me has obligado a hacer.
Fergun estaba de pie junto a él, cruzado de brazos. Cery, haciendo rechinar los dientes, miró furioso al mago.
—No es forma de agradecerme todas las molestias que me he tomado trayéndote mantas.
Fergun movió la cabeza a los lados y se puso en cuclillas.
Intentar alejarse de él solo sirvió a Cery para sufrir otra oleada de dolor. Cery ahogó un grito cuando Fergun le agarró la muñeca del brazo herido. Intentó retirarla, pero el movimiento supuso otra dolorosa punzada.
—Está roto —murmuró el mago.
Sus ojos parecían estar fijos en algo que había mucho más allá del suelo polvoriento. El dolor de Cery se calmó de repente, y por su brazo se extendió poco a poco el calor.
Cery comprendió que lo estaba sanando, y se obligó a no moverse. Estudió los rasgos de Fergun, fijándose en la afilada mandíbula y los finos labios. El pelo rubio, que normalmente llevaba peinado hacia atrás, ahora le tapaba las cejas.
Supo que recordaría aquella cara el resto de su vida. «Un día me cobraré la venganza —pensó—. Y como hayas hecho algo a Sonea, más vale que te prepares para una muerte lenta y dolorosa.»
El mago parpadeó y soltó el brazo de Cery. Se incorporó, hizo una mueca de dolor y se pasó una mano por la frente.
—No está curado del todo. No puedo desperdiciar todo mi poder contigo. Trátalo con delicadeza o se te volverá a separar el hueso. —Y, entrecerrando los ojos, añadió—: Si vuelves a intentar algo parecido, tendré que atarte… para evitar que te hagas daño, ya me entiendes.
Miró al suelo. El plato que llevaba se había roto y la comida estaba desperdigada. La botella estaba al lado, con una grieta cerca del corcho por donde perdía agua lentamente.
—Yo no la desperdiciaría, si fuera tú —dijo Fergun.
Se inclinó, recogió la estaca de Cery y salió de la habitación.
Cuando la puerta se cerró, Cery se tumbó boca arriba y gimió. ¿De verdad había esperado asesinar a un mago con una estaca? Poniendo mucho cuidado, se palpó el brazo con los dedos. Lo tenía un poco sensible, eso era todo.
En la oscuridad ganó fuerza el olor a pan recién hecho, y su estómago lanzó un gruñido en respuesta. Suspiró pensando en la comida que estaba por el suelo. Su única indicación sobre el paso del tiempo era el hambre, y había estimado que transcurrían dos días o más entre visita y visita del mago. Si no comía, se iría debilitando. Pensar en las cosas que se arrastrarían hacia la comida desde el rincón que utilizaba para sus otras funciones corporales era incluso peor. Empezó a avanzar a gatas, registrando con las manos el suelo polvoriento.
Sonea se quedó sin respiración cuando entró el mago de la túnica azul en la habitación. Alto, delgado, con el pelo negro atado a la nuca, podría haber sido el asesino que ella había visto en el sótano de la casa del Gran Lord. Pero entonces el hombre se volvió hacia ella y Sonea vio que no tenía los rasgos tan duros como los del hombre que recordaba.
—Este es el administrador Lorlen —le dijo Rothen.
Sonea inclinó la cabeza.
—Es un honor conocerte.
—Es un honor conocerte a ti, Sonea —respondió el hombre.
—Por favor, sentémonos —dijo Rothen, señalando las sillas con un gesto.
Mientras se acomodaban, Tania sirvió la bebida amarga que parecía gustar a todos los magos. Sonea aceptó un vaso de agua y observó cómo el administrador tomaba unos sorbos de su copa. Sonrió, complacido, pero al mirarla se le apagó la expresión.
—A Rothen le preocupaba que fueras a asustarte si venía a hablar contigo cuando llegaste aquí —dijo—, así que debes disculparme por no presentarme antes. Como administrador del Gremio, querría ofrecerte nuestras disculpas formales por los problemas y la angustia que te hemos causado. ¿Ahora comprendes por qué debíamos encontrarte?
Sonea notó que se le enrojecían las mejillas.
—Sí.
—Me reconforta mucho saberlo —le dijo con una sonrisa—. Tengo algunas preguntas para ti; si tú tienes alguna que hacerme, por favor, no dudes en preguntar. ¿Tus lecciones de Control van bien?
Sonea lanzó una mirada a Rothen y recibió una inclinación de cabeza, animándola.
—Creo que estoy mejorando —contestó—. Las pruebas se me van haciendo más fáciles.
El administrador pensó en aquello, asintiendo con lentitud.
—Es un poco lo mismo que aprender a andar —dijo—. Al principio tienes que pensar en ello, pero cuando llevas un tiempo haciéndolo ya no has de prestarle ninguna atención.
—Solo que no andas en sueños —matizó ella.
—Normalmente no. —El administrador rió, y luego aguzó la mirada—. Rothen me ha contado que no deseas quedarte con nosotros. ¿Es cierto?
Sonea asintió.
—¿Puedo preguntarte por qué?
—Quiero irme a casa —dijo la joven.
El administrador se inclinó hacia delante.
—No vamos a impedirte que veas a tu familia ni a tus amigos. Podrías ir de visita los dialibres.
Sonea negó con la cabeza.
—Ya lo sé, pero no quiero quedarme aquí.
Con un asentimiento, Lorlen se relajó contra su respaldo.
—Vamos a lamentar la pérdida de alguien con tanto potencial —le dijo—. ¿Estás segura de que quieres renunciar a tus poderes?
El corazón de Sonea saltó al recordar las palabras de Fergun.
—¿Renunciar a mis poderes? —repitió lentamente, mirando fijamente a Rothen—. No es así como lo describió Rothen.
—¿Qué es lo que te ha dicho? —preguntó Lorlen con las cejas levantadas.
—Que no podré usarlos porque no sabré cómo hacerlo.
—¿Crees que podrías aprender sola?
Ella guardó silencio un momento.
—¿Podría?
—No. —El administrador sonrió—. Lo que te ha dicho Rothen es cierto. Pero sabiendo que el éxito de tus lecciones dependía de que se mantuviera la confianza entre vosotros, ha preferido que sea yo quien te explique las leyes relativas a la despedida de magos del Gremio.
A medida que Sonea se iba dando cuenta de que el administrador estaba a punto de confirmar si Fergun le había contado la verdad, el corazón de Sonea se aceleraba.
—La ley estipula que todo hombre o mujer cuyos poderes estén activos debe unirse al Gremio o sufrir el bloqueo de sus poderes —le dijo—. El bloqueo no puede practicarse hasta que se establezca un Control pleno, pero una vez llevado a cabo, evita efectivamente que un mago utilice la magia en modo alguno.
En el silencio que siguió a aquella afirmación, los dos magos la miraron atentamente. Ella apartó la vista para evitar sus ojos.
Así que Rothen sí le había estado ocultando algo.
Sin embargo, comprendía por qué lo había hecho. Saber que los magos iban a interferir en su mente no habría facilitado que Sonea confiara en él.
Pero Fergun había tenido razón…
—¿Tienes alguna pregunta, Sonea? —preguntó Lorlen.
Ella titubeó, recordando otra cosa que había dicho Fergun.
—¿El bloqueo ese no será… incómodo?
—No notarás nada —dijo Lorlen, moviendo la cabeza—. Hay una sensación de resistencia si intentas practicar la magia, pero no es dolorosa. Como no estás habituada a emplear la magia, dudo mucho que llegues a notar el bloqueo en absoluto.
Sonea asintió despacio.
El administrador la observó en silencio, y luego sonrió.
—No voy a intentar convencerte de que te quedes —dijo—. Solo deseo que sepas que aquí tienes un sitio si lo quieres. ¿Alguna otra pregunta?
Sonea negó con la cabeza.
—No. Gracias, administrador.
El hombre se puso de pie y su túnica emitió un susurro.
—Ahora debo regresar a mis obligaciones. Volveré a visitarte, Sonea. Quizá podamos tener una conversación más larga.
Ella asintió y vio cómo Rothen acompañaba al administrador a la puerta. Cuando se cerró, Rothen se volvió para observarla.
—Bueno, ¿qué te ha parecido Lorlen?
Ella meditó un momento.
—Parece buen tipo, pero es muy formal.
—Sí, puede serlo —dijo Rothen riendo.
Se metió en su dormitorio y volvió con una capa puesta. Sonea, sorprendida, lo vio regresar hacia ella con paso decidido. Llevaba otra capa plegada sobre el brazo.
—Levanta —dijo—. Quiero ver si te viene bien.
Sonea se puso de pie y se quedó quieta mientras el mago le pasaba la capa por los hombros. Llegaba casi al suelo.
—Es un poco larga. La llevaré a que te la acorten. De momento, tendrás que ir con cuidado de no tropezar.
—¿Es para mí?
—Sí. Para reemplazar la que tenías. —Sonrió—. Vas a necesitarla: fuera hace bastante frío.
Ella le dirigió una mirada intensa.
—¿Fuera?
—Sí —respondió el mago—. He pensado que podríamos dar un paseo. ¿Te gustaría?
Asintió mirando a un lado, ya que no quería que le viera la cara. La idea de ir al exterior la había llenado de una intensa nostalgia. Llevaba menos de tres semanas en aquellas habitaciones, pero se sentía como si hubieran pasado meses.
—Abajo nos espera Dannyl —dijo Rothen, caminando hacia la puerta.
—¿Ya?
Él asintió y le indicó por gestos que lo siguiera. Respirando hondo, Sonea se acercó a la puerta.
A diferencia de la vez anterior, el pasillo no estaba vacío. A unos pasos a su derecha había un par de magos, y por la izquierda andaba una mujer con un vestido normal, con dos niños a los lados. Todos se quedaron mirando a Sonea con expresión de sorpresa y curiosidad.
Rothen saludó al público con un movimiento de cabeza y echó a andar hacia la escalera. Tras él, Sonea resistió el impulso de mirar atrás. No apareció ningún mago flotando por el centro de la escalera mientras ellos descendían. Abajo sí les esperaba un mago alto y conocido.
—Buenas tardes, Sonea —dijo Dannyl con una sonrisa.
—Buenas tardes —respondió ella.
Volviéndose, Dannyl gesticuló teatralmente hacia un par de enormes portones que había al fondo del pasillo de la planta baja. Se abrieron lentamente, dejando entrar una ráfaga de aire frío.
Al otro lado estaba el patio que Sonea recordaba de cuando había estado explorando el Gremio con Cery. Entonces era de noche. Ahora lo iluminaba una tenue luz crepuscular, que daba un aspecto difuminado e irreal a todo.
Siguió a Rothen al otro lado de los portones y notó la dentellada del aire frío. Aunque empezó a tiritar, le resultó agradable. Estaba fuera…
El calor se extendió por toda su piel mientras notaba una vibración en el aire que la rodeaba. Sorprendida, miró a su alrededor, pero no vio nada que indicara cambio alguno. Rothen la estaba mirando.
—Un truco simple —dijo—. Es un escudo mágico que retiene el calor. Puedes entrar y salir de él. Prueba.
Retrocedió unos pasos hacia las puertas y notó el frío en la cara. Su aliento empezó a condensarse en el aire. Estiró un brazo y sintió que su mano volvía a entrar en calor.
Rothen le dedicó una sonrisa de ánimo y le hizo una seña. Sonea se encogió de hombros y regresó a su lado.
La parte trasera de la universidad se alzaba a su izquierda. Miró en todas direcciones e identificó la mayoría de los edificios que había visto en el plano de Dannyl. Una extraña estructura que había en el lado opuesto del patio atrajo su atención.
—¿Qué es eso?
Rothen siguió su mirada.
—Eso es la Cúpula —dijo—. Hace siglos, antes de que construyéramos la Arena, era ahí donde los guerreros hacían casi todo su entrenamiento. Por desgracia, los únicos que podían ver lo que ocurría eran quienes estaban dentro, así que los profesores tenían que ser bastante fuertes para protegerse de cualquier magia mal dirigida que pudieran desatar sus alumnos. Ya no la utilizamos.
Sonea contempló la estructura.
—Parece una pelota inmensa que se ha hundido en el suelo.
—Es lo que es.
—¿Cómo se entra?
—Por un pasadizo subterráneo. Hay una puerta parecida a un tapón gigante, que solo puede abrirse hacia dentro. Las paredes tienen tres pasos de grosor.
Se abrieron las puertas del alojamiento de los discípulos. Salieron tres chicos corriendo, envueltos en capas. Recorrieron todo el patio, dando palmadas a las farolas que había al borde del adoquinado. Cuando las tocaban, estas empezaban a brillar.
Una vez que estuvieron encendidas todas las farolas del patio, los tres chicos se dispersaron y corrieron en direcciones distintas. Uno avanzó en paralelo a la fachada del alojamiento de los aprendices, otro desapareció en los jardines al otro lado de la universidad y el tercero se lanzó a la carrera entre las termas y el alojamiento de los magos, por un largo camino que se curvaba y ascendía hacia el bosque.
Dannyl dirigió una mirada interrogativa a Rothen. Aunque los dos magos se pinchaban mutuamente como amigos, Sonea se había fijado en que Dannyl siempre trataba con deferencia a su antiguo tutor.
—¿Hacia dónde?
Rothen señaló el bosque con la cabeza.
—Por aquí.
Sonea se mantuvo junto a Rothen mientras el mago cruzaba el adoquinado y emprendía el camino. El aprendiz, que ya había terminado de encender las farolas, regresaba a toda prisa a su edificio.
Pasaban por la fachada trasera del alojamiento de los magos cuando un movimiento en una ventana atrajo su atención. Miró hacia allí, vio a un mago de pelo rubio mirando y se sobresaltó al reconocerlo. El mago se retiró veloz hacia la oscuridad. Preocupada, devolvió su atención al camino. No sabía cuándo volvería a visitarla Fergun, pero cuando lo hiciera querría saber si pensaba aceptar su oferta. Tendría que tomar una decisión pronto.
Hasta su conversación con Lorlen no sabía si eran ciertas todas las afirmaciones que había hecho Fergun. Había buscado oportunidades de desviar sus charlas con Rothen hacia los juramentos y las tutelas, o hacia el propio Fergun, pero no había encontrado muchas. ¿Podía hacerle preguntas directas sin que recelara?
Rothen le había explicado lo que hacía un tutor, pero no había mencionado que él pretendía ser el suyo. No se sorprendería si Rothen hubiera decidido que no necesitaba saberlo a menos que decidiera quedarse.
Cuando dominara el Control, tenía dos opciones: volver a las barriadas con los poderes bloqueados o ayudar a Fergun a conseguir su tutela para poder regresar con sus poderes intactos.
Llegaron al bosque y Sonea contempló el laberinto de troncos. El plan de Fergun la inquietaba. Requería una buena dosis de engaño, y también de riesgo. Debería fingir que optaba por quedarse, seguramente mentir para garantizar que Fergun obtuviera su tutela, prestar un juramento que no tenía intención de cumplir, y luego romper dicho juramento —y la ley del rey— al dejar el Gremio.
¿Se había encariñado tanto con Rothen que la idea de mentirle se le hacía incómoda? «Es un mago —se recordó a sí misma—. Guarda lealtad al Gremio y al rey.» Aunque no creía que quisiera encerrarla para siempre, por ejemplo, lo haría si se lo ordenaban.
¿O lo que le preocupaba era la perspectiva de romper un juramento? Harrin y sus amigos engañaban y robaban a la gente a todas horas, pero consideraban que faltar a un juramento era un delito terrible. Evitaban a toda costa hacerlos, para poder mantener su prestigio ante los demás.
Claro que si no había más remedio que jurar algo, podían evitarse muchas situaciones embarazosas si las frases del juramento eran lo bastante vagas…
—Esta noche estás muy callada —dijo Rothen de pronto—. ¿No hay preguntas?
Sonea miró a Rothen y descubrió que él la observaba con afecto. Al ver su sonrisa, Sonea decidió que era el momento de arriesgarse a hacer algunas preguntas que no vinieran a cuento.
—Estaba pensando en el juramento que hacen los magos.
Para su alivio, sus cejas no bajaron recelosas, sino que se alzaron sorprendidas.
—En realidad hay dos. El Juramento de los Aprendices y el Juramento de los Magos. El primero lo pronuncian los aprendices al entrar en el Gremio; el segundo, el día de su graduación.
—¿Qué es lo que juran?
—Cuatro cosas. —Rothen levantó los dedos de su mano izquierda—. Los aprendices juran que nunca dañarán deliberadamente a ningún hombre o mujer si no es en defensa de las Tierras Aliadas. —Se dio un golpecito en el primer dedo, y luego en los otros mientras continuaba—: Que obedecerán las órdenes de Gremio, que obedecerán las leyes del rey y las de cualquier mago a menos que esas órdenes supongan violar una ley, y que nunca utilizarán la magia sin el permiso de un mago.
Sonea frunció el ceño.
—¿Por qué los aprendices no pueden usar la magia si no se lo dice un mago?
Rothen soltó una risita.
—Muchos aprendices se han hecho daño mientras experimentaban sin orientación. Pero los magos también deben tener cuidado. Todos los maestros saben que si le dicen a un aprendiz que «vaya a practicar», sin especificar exactamente lo que deben practicar, el aprendiz interpretará la orden como «vete a practicar lo que te apetezca». Recuerdo que una vez utilicé ese razonamiento para justificar que me había pasado un día entero pescando.
Dannyl soltó un bufido.
—Eso no es nada.
Mientras el mago más joven empezaba a contar sus propias hazañas de cuando era aprendiz, Sonea repasó mentalmente el Juramento de los Aprendices. No incluía nada que no se hubiera esperado. No sabía cuáles eran todas las reglas del Gremio. Quizá fuera el momento de preguntar a Rothen sobre ellas. Las dos últimas partes parecían estar añadidas con la única intención de tener a los aprendices a raya.
Si dejaba el Gremio sin que le hubieran bloqueado los poderes, estaría violando la segunda parte del juramento. Por extraño que pareciera, no había sentido ningún rechazo a quebrantar la ley, a menos que significara romper un juramento.
Cuando Dannyl terminó de contar su anécdota, Rothen continuó con su explicación.
—Las dos primeras partes del Juramento de los Magos son las mismas —dijo a Sonea—, pero la tercera se convierte en la promesa de servir al gobernante del país del mago, y la cuarta en una promesa de no utilizar jamás formas malignas de magia.
Sonea asintió. Si Fergun la dejaba escapar, estaría violando una ley y también el Juramento de los Magos.
—¿Cuál es el castigo para un mago que rompe ese juramento?
Rothen alzó los hombros.
—Depende de la forma de romperlo, de la tierra donde vive el mago y del juicio de su gobernante.
—¿Qué pasa si es kyraliano?
—El castigo más duro es la muerte, que se reserva para los asesinos. Por lo demás, el más severo es el exilio.
—Entonces… bloqueáis los poderes del mago y lo expulsáis.
—Sí. No lo aceptarán en ninguna de las Tierras Aliadas. Eso formaba parte del acuerdo.
La joven asintió. No podía preguntarle a qué se enfrentaría Fergun si la dejaba escapar con sus poderes intactos. Sin duda, una pregunta como esa despertaría las sospechas de Rothen.
Si aceptaba el plan de Fergun, tendría que esconderse bien o sufriría un castigo similar. El Gremio no le ofrecería otra oportunidad de unirse a ellos. No le quedaría más remedio que confiar en otro ladrón para que la escondiera otra vez… aunque estaba segura de que Farén estaría encantado de hacerlo si tenía los poderes sin bloquear y controlados.
¿Qué le pedirían que hiciera a cambio? Puso una mueca mientras consideraba la expectativa de pasar el resto de su vida escondiéndose y cumpliendo los encargos de un ladrón. Lo único que ella quería realmente era estar con su familia.
Mirando la nieve que cubría el terreno a ambos lados del camino, Sonea se sintió preocupada al imaginarse a sus tíos temblando de frío en algún cuartucho. Estarían pasando una época difícil. Tendrían pocos clientes. Con el bebé de Jonna creciendo y la pierna mala de Ranel aterida por el frío, ¿cómo estarían haciendo las entregas? Debería regresar para ayudarles, no dedicarse a hacer magia para un ladrón.
Pero si volvía con magia, seguro que Farén se encargaría de que sus tíos vivieran bien, y ella podría curar a la gente…
Aunque si colaboraba con Rothen, podría estar de vuelta con sus tíos en unas semanas. Los planes de Fergun podrían llevarle meses…
Era difícil decidirse.
Llena de frustración, deseó como muchas otras veces no haber descubierto nunca sus poderes. Le habían arruinado la vida. Casi la habían matado. La habían obligado a agradecer a sus odiados magos que le salvaran la vida. Lo único que quería era librarse de ellos.
Rothen aflojó el ritmo. Sonea levantó la mirada y se dio cuenta de que el sendero terminaba en una calzada de losas un poco más adelante. Mientras iban hacia ella empezaron a ver varias casas pequeñas y cuidadas.
—Eso son las residencias —dijo Rothen.
En los huecos que había entre algunos edificios se hallaban las estructuras ennegrecidas de unas pocas casas. Rothen no le explicó nada sobre ellas. Siguió adelante hasta el lugar donde la calzada terminaba en un gran círculo para que los carruajes pudieran dar la vuelta. Anduvo hasta un tronco caído que había junto al adoquinado y se sentó.
Mientras Dannyl doblaba sus largas piernas y se unía al mago más mayor, Sonea echó un vistazo al bosque. Entre los árboles distinguió una hilera de formas oscuras en la nieve, demasiado regulares para ser naturales.
—¿Qué son esas cosas?
Rothen miró hacia aquel lugar.
—Eso es el viejo cementerio. ¿Quieres que lo veamos?
Dannyl se giró de repente para clavar la mirada en su amigo.
—¿Ahora?
—Ya hemos llegado hasta aquí —dijo Rothen, poniéndose de pie—. No nos hará daño alejarnos un poco más.
—¿No podríamos volver por la mañana? —Dannyl miró con preocupación las formas lejanas.
Rothen levantó la mano y apareció de repente una diminuta mota de luz justo encima de su palma. Se expandió rápidamente hasta formar un globo de luz que ascendió hasta flotar por encima de sus cabezas.
—Supongo que no. —Dannyl suspiró.
La nieve crujió bajo sus botas mientras avanzaban en dirección al cementerio. La sombra de Sonea se extendía a un lado, pero pronto se le unió una segunda cuando se materializó otra esfera de luz encima de la cabeza de Dannyl.
—¿Te da miedo la oscuridad, Dannyl? —dijo Rothen por encima del hombro.
El mago más alto no contestó. Con una risita, Rothen superó un tronco caído y llegó al claro. En la penumbra se distinguían varias filas de piedras.
Rothen se acercó y envió su luz hacia delante para que flotara justo encima de una de aquellas piedras. La nieve se derritió enseguida, y reveló las marcas que había en la superficie. Mientras la luz volvía a elevarse, indicó a Sonea que se acercara.
En el borde de la losa había grabado un motivo decorativo, y se apreciaban unas marcas en el centro que podían haber sido palabras tiempo atrás.
—¿Puedes leerlo? —pidió Rothen.
Sonea pasó los dedos por los grabados.
—Lord Gamor —leyó—. Y hay un año… —Arrugó la frente—. No, me habré equivocado.
—Creo que dice veinticinco de Urdon.
—¿Esto tiene siete siglos?
—Los tiene, sin duda. Todas estas tumbas tienen como mínimo cinco siglos de antigüedad. Son un misterio.
Sonea contempló las hileras de losas.
—¿Por qué son un misterio?
—Aquí no se ha enterrado a ningún mago desde entonces, y tampoco se entierra a ninguno fuera del Gremio.
—¿Dónde se entierran?
—No se entierran.
Sonea se giró para mirarlo. Entre los árboles cercanos se oyó un tenue susurro y Dannyl se volvió hacia ellos bruscamente, con los ojos como platos. La joven notó que se le empezaba a erizar el pelo en la nuca.
—¿Por qué no? —preguntó. Rothen se adelantó y bajó la mirada hasta la tumba.
—Un mago de hace cuatro siglos describió la magia como su compañero constante. Puede ser una amiga servicial, decía, o una adversaria mortífera. —Se giró para mirar a Sonea, con los ojos ocultos por la sombra de sus cejas.
«Piensa en todo lo que has aprendido sobre la magia y su control. Tus poderes se desarrollaron de forma natural, pero la mayoría de nosotros necesitamos que nos libere la capacidad otro mago. Cuando se hace eso, nos vemos ligados por las exigencias de nuestros poderes para el resto de la vida. Debemos aprender a controlarlo, y debemos mantener ese control. Si no lo hacemos, nuestra magia terminará destruyéndonos. —Dejó de hablar un momento—. Nos ocurre a todos: cuando llega el momento de la muerte, se debilita nuestro dominio sobre el poder, y se libera la magia que nos queda. Literalmente, morimos de magia.
Sonea volvió a mirar la tumba. A pesar del escudo de calor que había levantado Rothen, notaba el frío en los huesos.
Había pensado que se libraría de la magia cuando hubiera aprendido Control, pero ahora sabía que nunca la abandonaría. Daba igual lo que hiciera, siempre estaría ahí. Un día, en alguna casa de las barriadas, simplemente dejaría de existir de una llamarada…
—Si morimos de muerte natural, no suele ser un problema —añadió Rothen—. Lo normal es que la intensidad de nuestra energía disminuya en los últimos años. Si la muerte no es natural… Hay un viejo dicho: solo un idiota, un mártir o un genio puede asesinar a un mago.
Mirando a Dannyl, Sonea entendió de pronto por qué estaba tan incómodo. No era la presencia de los muertos lo que lo inquietaba, sino recordar lo que iba a ocurrirle cuando muriera. Pero él había elegido aquella vida, pensó Sonea. Ella no.
Ni Fergun tampoco. Sus padres lo habían obligado a hacerse mago, y ahora se enfrentaba a ese final como los demás. Se preguntó cuántos magos entrarían en el Gremio sin desearlo. Sorprendida por su recién descubierta comprensión, posó la mirada en la lápida.
—Entonces ¿por qué están aquí estas tumbas?
Rothen levantó los hombros.
—No tenemos ni idea. No deberían estar. Muchos de nuestros historiadores creen que estos magos drenaron todo su poder al saber que se les acababa la vida, y luego se aseguraron de morir en el punto de agotamiento apuñalándose o tomando veneno. Tenemos constancia de que eligieron a otros magos para que estuvieran presentes en el momento de su muerte. Tal vez el trabajo del acompañante era asegurarse de que morían en el momento apropiado. Basta con que quede un poco de poder para destruir un cuerpo, así que la coordinación debió de ser importante, sobre todo teniendo en cuenta que los magos de aquella época eran extraordinariamente poderosos.
—Eso no sabemos si es cierto —intervino Dannyl—. Puede que las historias sobre sus poderes se exageraran. Los héroes tienden a adquirir una fuerza improbable con el tiempo, cuando sus historias se repiten una y otra vez.
—Tenemos libros que fueron escritos mientras vivían —le recordó Rothen—. Incluso algunos diarios de los propios magos. ¿Por qué iban a exagerar sus capacidades?
—Claro, ¿por qué? —replicó Dannyl con sequedad.
Rothen dio media vuelta y empezó a guiarlos de regreso, sobre sus propias huellas en la nieve.
—Yo creo que esos primeros magos sí eran más poderosos —dijo Rothen—. Y que desde entonces nos hemos debilitado.
Dannyl negó con la cabeza y luego miró a Sonea.
—¿Tú qué crees?
Sonea se sorprendió por la pregunta.
—No lo sé. A lo mejor tenían alguna forma de hacerse más fuertes.
—No hay ninguna manera de aumentar la fuerza de un mago —refutó Dannyl—. Cada mago se queda con lo que tiene al nacer.
Llegaron a la calzada y siguieron adelante. La noche había caído por completo y las luces brillaban en las ventanas de las casas que tenían a ambos lados. Al pasar por una ruina quemada, Sonea tuvo un escalofrío. ¿Se había derrumbado al fallecer su ocupante?
Los magos recorrieron la calzada sin hablar. Llegaron al principio del sendero y Rothen envió su luz hacia delante para alumbrarlo. Durante aquel alto en la conversación, el cricrí de los insectos forestales parecía más intenso.
Cuando empezaron a ver el alojamiento de los magos, Sonea pensó en todos los que vivían allí, manteniendo su poder bajo control incluso mientras dormían. Tal vez quienes trazaron los planos de la ciudad tenían otra razón para entregar a los magos una cuaderna entera para su uso.
—Creo que esta noche ya no necesito más ejercicio —dijo Rothen de repente—. Y se nos ha hecho la hora de cenar. ¿Nos acompañas, Dannyl?
—Por supuesto —respondió el mago más joven—. Me encantaría.