—Hoy no ha habido clase.
Rothen miró por encima del libro que estaba leyendo. Sonea estaba apoyada en el alféizar de la ventana, formando un pequeño círculo de niebla en el cristal con su aliento.
—No —respondió—. Es dialibre. El último día de la semana nunca hay clases.
—¿Y entonces qué hacéis?
—Eso depende del mago —dijo Rothen, encogiéndose de hombros—. Algunos van a las carreras, o se dedican al deporte o a sus aficiones. Otros visitan a sus familias.
—¿Y los aprendices?
—Lo mismo, aunque los alumnos más mayores suelen pasar el día estudiando.
—Y aun así, también tienen que despejar los caminos.
Los ojos de la joven estaban siguiendo el progreso de algo que pasaba bajo la ventana. Adivinando qué era, Rothen rió.
—Despejar los caminos es uno de los muchos quehaceres de los que se encargan durante su primer año de estudio. Pasado el año, solo se les imponen tareas como castigo.
Ella lo miró con las cejas levantadas.
—¿Castigo?
—Por travesuras infantiles, o por faltar al respeto a sus mayores —explicó Rothen—. Ya están crecidos para darles un bofetón.
Una comisura de la boca de Sonea, que volvía a mirar por la ventana, se crispó.
—Por eso está enfurruñado.
Notando que Sonea tamborileaba suavemente contra el marco de la mampara, Rothen suspiró. Sonea había aprendido muy deprisa durante dos días, dominando los ejercicios de Control más rápido que ningún otro aprendiz a quien él hubiera enseñado. Pero hoy le había fallado varias veces la concentración. Lo había ocultado bien, demostrando que había mejorado su disciplina mental, pero resultaba evidente que tenía la cabeza en otro sitio.
Al principio se había culpado a sí mismo. No había hablado a Sonea de la visita que iba a hacerles Dannyl, pensando que la idea de conocer a un extraño la distraería de sus lecciones. Ella había notado que Rothen le ocultaba algo y por eso estaba recelosa.
Comprendiendo su error, el mago le había hablado de la visita.
—Ya me preguntaba cuándo iba a conocer a más de vosotros —había dicho Sonea.
—Si no quieres ninguna visita esta noche, puedo decirle que venga otro día —se había ofrecido Rothen.
Ella se había negado.
—No, me gustaría conocer a tu amigo.
Sorprendido y encantado con su reacción, Rothen había intentado seguir con el entrenamiento. Pero Sonea había seguido teniendo dificultades para poner atención en los ejercicios, y el mago había notado cómo crecían en ella la frustración y la impaciencia. En cada descanso que se habían tomado, ella había vuelto a la ventana para mirar hacia fuera.
Rothen volvió a mirarla y pensó en el tiempo que llevaba encerrada en sus aposentos. Era fácil olvidar que sus habitaciones eran una cárcel para ella. Debía de estar cansada de aquel entorno, y probablemente se aburría.
Lo cual hacía que fuera un momento oportuno para presentarle a Dannyl, decidió. El mago intimidaba con su estatura a quienes no lo conocían, pero su actitud amistosa nunca tardaba en tranquilizarlos. Esperaba que la joven se acostumbrara a la compañía de Dannyl antes de que llegara Lorlen.
¿Y después? Mirando los dedos que tamborileaban, sonrió. La sacaría de allí y le enseñaría el Gremio.
Una llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos. Se incorporó y abrió la puerta principal. Fuera estaba Dannyl, con la expresión un poco tensa.
—Llegas pronto —comentó Rothen.
Los ojos de Dannyl se iluminaron.
—¿Quieres que vuelva más tarde?
—No, pasa —respondió Rothen.
Rothen vio por encima del hombro la cara que puso Sonea cuando Dannyl entró en la sala. La chica dedicó una mirada calculadora al mago.
—Dannyl, esta es Sonea —dijo.
—Es un honor conocerte —dijo Dannyl, inclinando la cabeza.
Sonea respondió con un asentimiento.
—Igualmente. —Estrechó un poco los ojos y le asomó una sonrisa a la cara—. Creo que ya nos conocemos de antes —añadió, bajando la mirada—. ¿Cómo tienes la pierna?
Dannyl se sorprendió, y luego torció la boca componiendo media sonrisa.
—Mejor, gracias.
Rothen, que ya tenía una mano tapándose la boca, intentó sin éxito contener una carcajada. Fingió que tosía e hizo un gesto hacia las sillas.
—Sentaos. Voy a preparar un poco de sumi.
Sonea dejó la ventana y se sentó enfrente de Dannyl. Los dos se miraron con cautela. Rothen fue a una mesa lateral y colocó los utensilios de preparar sumi en una bandeja.
—¿Cómo van tus clases? —preguntó Dannyl.
—Creo que bien. ¿Y las tuyas?
—¿Las mías?
—Estás dando las clases de Rothen, ¿verdad?
—Ah. Sí. Es… una labor exigente. Nunca había enseñado, así que me siento casi como si tuviera más que aprender que los aprendices.
—¿A qué te dedicas normalmente?
—Hago experimentos. Sobre todo, proyectos pequeños. A veces ayudo en alguno más grande.
Rothen llevó la bandeja a la mesa y se sentó.
—Háblale de la imprenta de pensamiento —sugirió.
—Bueno, eso es solo una afición —dijo Dannyl, quitándole importancia con un gesto—. No le interesa a nadie.
—¿Qué es? —preguntó Sonea.
—Es una forma de transferir imágenes de la mente al papel.
La expresión de Sonea se llenó de interés.
—¿Eso puede hacerse?
Dannyl aceptó la taza de sumi que le ofrecía Rothen.
—No, aún no. Lo han intentado muchísimos magos a lo largo de los siglos, pero nadie ha podido encontrar una sustancia que retenga mucho tiempo la imagen. —Hizo una pausa para tomar un sorbo de la bebida caliente—. Yo he creado un papel especial con hojas de cepa anívopa, que aguanta la imagen durante unos días, pero los bordes se ponen borrosos y los colores empiezan a perder intensidad al cabo de unas dos horas. Lo ideal sería que la imagen fuera permanente.
—¿Para qué serviría?
Dannyl se encogió de hombros.
—Hacer identificaciones, para empezar. Por ejemplo, nos habría venido muy bien poder usar la imprenta cuando te estábamos buscando. El único que te había visto era Rothen. Si hubiéramos podido elaborar imágenes de ti, podríamos haberlas llevado encima para enseñarlas a la gente.
Sonea asintió lentamente.
—¿Cómo son las imágenes después de perder el color?
—Apagadas. Borrosas. Pero aún se puede ver lo que eran, en algunos casos.
—¿Puedo… puedo ver alguna?
—Desde luego —contestó Dannyl, sonriente—. Me traeré algunas aquí.
Los ojos de Sonea brillaron de curiosidad. Si Dannyl organizaba su experimento allí, meditó Rothen, Sonea podría verlo por sí misma. Miró a su alrededor y se imaginó llevando el revoltijo de viales y prensas de la sala de invitados de Dannyl a la suya…
—Estoy seguro de que a Dannyl no le importará que vayamos a sus aposentos para hacer la demostración —dijo.
Los ojos de Dannyl se pusieron totalmente redondos.
—¿Ahora?
Rothen abrió la boca para tranquilizar a su amigo, pero dudó si debía hacerlo. Sonea tenía una mirada ansiosa. Rothen consideró a sus dos invitados.
Era evidente que Dannyl no la intimidaba en absoluto. De ellos dos, ella era la que menos preocupada estaba por la presencia del otro. Las habitaciones de Dannyl estaban en el piso inferior del alojamiento de los magos, por lo que no tendrían que ir muy lejos.
—No veo motivos para no hacerlo —respondió.
¿Estás seguro de que es buena idea?, envió Dannyl.
Los ojos de Sonea se posaron en él al instante. Rothen dejó pasar la pregunta y miró atentamente a Sonea.
—¿Te gustaría?
—Sí —respondió ella, y mirando a Dannyl añadió—: Si no te importa.
—Para nada —dijo Dannyl, echando un vistazo a Rothen—. Es que …mis habitaciones están un poco desordenadas.
—¿Un poco? —Rothen levantó su taza para acabarse el sumi.
—¿No tienes ningún sirviente? —preguntó Sonea.
—Sí —contestó Dannyl—. Pero le he dicho que no toque nada de mis experimentos.
Rothen sonrió.
—¿Por qué no vas tú primero y nos preparas algún sitio donde podamos sentarnos?
Suspirando, Dannyl se levantó.
—Muy bien.
Rothen acompañó a su amigo a la puerta y salió un momento al pasillo. Dannyl no tardó ni un instante en volverse y mirarlo fijamente.
—¿Te has vuelto loco? ¿Y si os ve alguien? —susurró—. Si te ven sacándola de tu habitación, Fergun dirá que no tienes motivos para evitar que la visite.
—Pues le dejaré visitarla —replicó Rothen, levantando los hombros—. La única razón por la que la tenía aislada era evitar que viniera de visita en un momento en que cualquier mago desconocido podía asustarla. Pero si esta así de calmada y confiada contigo, no creo que se vaya a preocupar por Fergun.
—Muchas gracias —respondió Dannyl en tono seco.
—Porque tú tienes un aspecto más amenazador que él —explicó Rothen.
—¿Ah, sí?
—Y él tiene mucho más encanto —añadió Rothen con una sonrisa. Señaló la escalera—. Venga, baja. Cuando estés preparado, y el pasillo esté despejado, avísame. Pero no tardes mucho en limpiar, o los dos pensaremos que tienes algo que ocultar.
Su amigo se marchó y Rothen volvió a la habitación. Sonea estaba de pie junto a su silla, algo ruborizada. Volvió a sentarse mientras el mago recogía la mesa.
—No parece que le gusten las visitas —dijo, dudosa.
—Le gustan —le aseguró Rothen—. Lo que no le gusta son las sorpresas.
Recogió la bandeja, la llevó a la mesa lateral, sacó un papel de un cajón y escribió una nota rápida para Tania, haciéndole saber dónde estarían. Al terminar, oyó que Dannyl le llamaba.
Aquí ya hay un poco de espacio. Bajad.
Sonea se puso de pie y miró a Rothen esperanzada. Sonriendo, el mago fue hasta la puerta y la abrió. Los ojos de Sonea se movieron de un lado a otro al salir, recorriendo el amplio pasillo y sus numerosas puertas.
—¿Cuántos magos viven aquí? —preguntó la joven mientras emprendían el paso hacia la escalera.
—Más de ochenta —dijo Rothen—, con sus familias.
—Entonces ¿aquí hay personas que no son magos?
—Sí, pero solo las esposas e hijos de los magos. No se permiten más familiares.
—¿Por qué no?
Él soltó una risita.
—Si tuviéramos aquí a todos los familiares de todos los magos, tendríamos que meter el Círculo Interno entero en los terrenos del Gremio.
—Por supuesto —replicó Sonea, mordaz—. ¿Qué pasa cuando los niños crecen?
—Si tienen potencial mágico, por lo general entran en el Gremio. Si no, deben marcharse.
—¿Adonde van?
—A vivir con parientes en la ciudad.
—En el Círculo Interno.
—Sí.
Sonea pensó en aquello y luego miró a Rothen a los ojos.
—¿En la ciudad vive algún mago?
—Unos pocos. No está bien visto.
—¿Por qué?
Él le dedicó una sonrisa pícara.
—Se supone que tenemos que controlarnos entre nosotros, ¿te acuerdas?, para asegurarnos de que ninguno se implica demasiado en política ni se mete en conspiraciones contra el rey. Es más difícil si muchos viven fuera del Gremio.
—Entonces ¿por qué a algunos se les permite?
Habían llegado al final del pasillo. Rothen empezó a bajar la escalera de caracol, seguido de Sonea.
—Por muchos motivos, según el individuo. Edad avanzada, enfermedades…
—¿Hay algún mago que haya decidido no unirse al Gremio? ¿Que haya aprendido Control pero no la forma de usar la magia?
Rothen negó con la cabeza.
—No. Los jóvenes que entran en el Gremio aún no tienen los poderes liberados. Después de liberarlos, aprenden Control. Recuerda: que tu poder se haya desarrollado por sí mismo es un caso único.
Sonea frunció el ceño.
—¿Alguien ha abandonado el Gremio alguna vez?
—No.
La joven pensó en aquello con la expresión abstraída. De abajo les llegó la voz de Dannyl, y también otra. Rothen aflojó el paso para que Sonea tuviera tiempo de asimilar la presencia de otro mago.
Entonces la chica se hizo a un lado, dando un respingo al ver a un mago que flotaba escalera arriba sin apoyar los pies más que en el aire. Rothen reconoció al mago y sonrió.
—Buenas tardes, lord Garrel.
—Buenas tardes —respondió el mago, enarcando las cejas al ver a Sonea.
Sonea miró al mago con los ojos como platos. Cuando los pies de Garrel llegaron al nivel del piso superior, el mago dio un paso hacia la superficie sólida del pasillo. Bajó la mirada una vez hacia Sonea con la expresión iluminada de interés, y luego se alejó.
—Levitación —dijo Rothen—. Impresiona, ¿verdad? Requiere bastante habilidad. La mitad de nosotros, más o menos, sabe llevarla a cabo.
—¿Tú sabes? —preguntó ella.
—Antes lo hacía a todas horas —le contó Rothen—, pero ahora estoy desentrenado. Dannyl sí que sabe.
—Ah, pero yo no soy tan fanfarrón como Garrel.
Rothen miró hacia abajo y vio a Dannyl esperando al pie de la escalera.
—Yo prefiero usar las piernas —dijo Rothen a Sonea—. Mi viejo tutor siempre decía que el ejercicio físico es tan necesario como el mental. Si descuidas el cuerpo…
—… también estás descuidando la mente. —Dannyl terminó la frase con un gruñido—. Su tutor era un hombre sabio y recto —dijo a Sonea cuando llegaron junto a él—. Lord Margen incluso era contrario al vino.
—Lo cual debe de ser el motivo por el que a ti nunca te cayó demasiado bien —observó Rothen, sonriente.
—¿Tutor? —repitió Sonea.
—Es una tradición que hay aquí —explicó Rothen—. Lord Margen eligió guiar mi formación cuando yo era aprendiz, igual que yo decidí guiar la de Dannyl.
Sonea se adaptó al paso de Rothen, que había empezado a andar hacia las habitaciones de Dannyl.
—¿Cómo lo guiaste?
Rothen se encogió de hombros.
—De muchas maneras. Sobre todo, lo que hice fue completar los huecos que había en sus conocimientos. Algunos existían por negligencia de algunos profesores, y otros por su propia vagancia o falta de interés. —Sonea lanzó un vistazo a Dannyl, que estaba sonriendo y asintiendo, pues estaba de acuerdo con las palabras de su amigo—. Además, al ayudarme en mi trabajo, Dannyl aprendió por experiencia propia más de lo que habría aprendido en las clases. La idea de la tutela es ayudar a que un aprendiz sobresalga.
—¿Todos los aprendices tienen tutores?
Rothen meneó la cabeza.
—No. No es lo normal. No todos los magos quieren responsabilizarse de la formación de un aprendiz, ni tienen tiempo para hacerlo. Solo tienen tutor los aprendices más prometedores.
Sonea enarcó las cejas.
—Entonces ¿por qué…? —Frunció el ceño y luego movió la cabeza en señal de negación.
Llegaron a la puerta de Dannyl, quien la tocó levemente. La madera giró hacia dentro y dejó salir al pasillo un leve olor a productos químicos.
—Bienvenidos —dijo Dannyl, haciéndolos pasar.
La sala de invitados tenía la misma extensión que la de Rothen, pero la mitad de esta estaba ocupada por bancos de trabajo.
Las superficies estaban abarrotadas de artilugios, y tenían cajas amontonadas debajo. Sin embargo, el trabajo de Dannyl estaba bien distribuido y organizado.
Sonea contempló la habitación, interesada a todas luces. Rothen había visto muchas veces los aposentos de Dannyl, pero seguía pareciéndole extraño encontrar un experimento de alquimia organizado en habitaciones pensadas para habitarlas. La universidad tenía el espacio limitado, por lo que los pocos magos que, como Dannyl, querían trabajar en algo que les interesaba, a menudo tenían que utilizar sus propias habitaciones.
Rothen suspiró.
—Es fácil comprender por qué Ezrille considera que buscarte esposa es una batalla perdida, Dannyl.
Como de costumbre, su amigo hizo una mueca.
—Soy demasiado joven para casarme.
—Tonterías —replicó Rothen—. Lo que pasa es que aquí no cabría.
Dannyl sonrió e hizo un gesto a Sonea. Ella se acercó a los bancos y escuchó mientras él le explicaba sus experimentos. Trajo algunas imágenes descoloridas y Sonea las examinó atentamente.
—Puede hacerse —concluyó el mago—. El único problema es evitar que la imagen termine desapareciendo.
—¿No podrías hacer que un pintor la copiara antes? —sugirió ella.
—Podría —dijo Dannyl, frunciendo el ceño—. Con eso evitaríamos el problema, supongo. Tendría que ser un buen pintor. Y rápido.
Sonea le devolvió las muestras y se aproximó a un mapa enmarcado que había en una pared cercana.
—No tienes ningún cuadro —comentó, mirando toda la habitación—. Son todo mapas.
—Sí —respondió Dannyl—. Colecciono mapas y planos antiguos.
Ella se acercó a otro de ellos.
—Esto es el Gremio.
Rothen se colocó a su lado. El mapa tenía una leyenda muy clara, escrita con la pulcra caligrafía del arquitecto más famoso del Gremio, lord Coren.
—Nosotros estamos aquí —señaló Dannyl—, en los alojamientos de los magos. —Movió el dedo hasta un rectángulo similar—. Eso son los alojamientos de los aprendices. Ahí viven todos los aprendices que vienen al Gremio a aprender, aunque tengan casa en la ciudad.
—¿Por qué?
—Para que podamos convertir sus vidas en un infierno —respondió Dannyl.
Sonea le dirigió una mirada muy directa, y luego resopló suavemente.
—Alejamos a los aprendices de la influencia de sus familias cuando vienen aquí —le explicó Rothen—. Tenemos que apartarlos de las pequeñas intrigas en que las Casas andan siempre enzarzadas.
—Tenemos muchísimos aprendices que nunca han tenido que levantarse de la cama antes de mediodía —añadió Dannyl—. Se llevan buenos sustos cuando se enteran de lo pronto que han de levantarse para ir a clase. Si vivieran en sus casas, no habría forma de conseguir que llegaran a tiempo a las aulas.
Dannyl señaló el edificio circular que había en el plano.
—Esto es el alojamiento de los sanadores. Algunos sanadores viven ahí, pero casi todas las habitaciones se reservan para tratar a enfermos y para las clases. —Su dedo pasó a un círculo más pequeño que había dentro del jardín—. Esa estructura es la Arena. La usan los guerreros como zona de prácticas. Tiene un escudo alrededor, sostenido por unos mástiles, que absorbe y contiene la magia de los que hay dentro y protege el exterior. Todos añadimos nuestro poder al escudo de vez en cuando para mantenerlo fuerte.
Sonea miró con atención el plano, mientras el dedo de Dannyl pasaba al edificio curvo que había junto al alojamiento de los magos.
—Esto son las termas. Están construidas en el lugar donde antes había un riachuelo, que bajaba por la colina desde un manantial que hay arriba, en el bosque. Hemos canalizado el agua al interior del edificio, donde se puede meter en tinas y calentarla. Al lado está los Siete Arcos, que tiene salas donde pasar el tiempo libre.
—¿Qué son las residencias? —preguntó Sonea, llamando la atención de Dannyl hacia la leyenda de una flecha que señalaba fuera de la página.
—Son unas pocas casitas donde viven nuestros magos más ancianos —le explicó Dannyl—. Mira, puedes verlas en este otro mapa más viejo.
Fueron al otro lado de la habitación, donde había un mapa de la ciudad que amarilleaba. Dannyl señaló una hilera de cuadraditos.
—Ahí, al lado del viejo cementerio.
—En este mapa el Gremio solo tiene unos pocos edificios —comentó Sonea.
Dannyl sonrió.
—Este mapa tiene más de trescientos años. No sé si sabes mucha historia de Kyralia. ¿Has oído hablar de la guerra Sachakana? —Sonea asintió—. Pues después de la guerra Sachakana, en Imardin no quedaba mucho en pie. Cuando se reconstruyó la ciudad, las Casas más importantes aprovecharon la oportunidad para trazar un plano nuevo.
«Puedes ver que se construyó en círculos concéntricos. —Señaló el centro—. En primer lugar se levantó una muralla alrededor de los restos del antiguo Palacio Real, y después otra que rodeaba la ciudad. La Muralla Exterior se construyó unas décadas más tarde. A la ciudad vieja se le dio el nombre de Círculo Interno, y la zona más nueva se dividió en las cuatro cuadernas.
El dedo del mago rodeó el Gremio.
—A los magos se les otorgó la Cuaderna Oriental entera, en agradecimiento por expulsar a los invasores sachakanos. No fue una decisión tomada a la ligera —añadió—. Por aquel entonces, el Palacio y el Círculo Interno se abastecían del agua del manantial, y construir el Gremio alrededor del suministro significaba reducir la posibilidad de que alguien la envenenara, como había ocurrido durante la guerra.
Señaló el pequeño rectángulo que había dentro de los terrenos del Gremio.
—La primera estructura levantada fue el Salón Gremial —siguió diciendo Dannyl—. Lo construyeron con la piedra gris y dura que había en el terreno. Ahí vivían tanto los magos como los aprendices, y aún quedaba sitio para la enseñanza y para salas de reuniones. Los libros de historia cuentan que entre nuestros predecesores había llegado a imperar un espíritu de unidad. Al compartir sus conocimientos, se descubrieron nuevas formas de utilizar y conformar la magia. Antes de que pasara mucho tiempo, el Gremio se había convertido en la escuela de magos más grande y poderosa del mundo conocido —dijo con una sonrisa.
»Y siguió creciendo. Cuando Lonmar, Elyne, Vin, Lan y Kyralia forjaron la Alianza, una parte del acuerdo fue que los magos de todas las tierras se formarían aquí. De pronto, el Salón Gremial se quedó pequeño, así que tuvieron que construir algunos edificios más.
Sonea frunció el ceño.
—¿Qué pasa con los magos de otras tierras cuando terminan su aprendizaje?
—Normalmente vuelven a su país de origen —le dijo Rothen—. A veces se quedan aquí.
—Entonces ¿cómo los tenéis controlados?
—Tenemos embajadores en cada país que registran las actividades de los magos extranjeros —dijo Dannyl—. Al igual que nosotros nos comprometemos a servir al rey y proteger Kyralia, ellos prestan juramento de servidumbre a sus gobernantes.
La atención de Sonea pasó a otro mapa de la región que estaba colgado cerca.
—No me parece muy inteligente enseñar a magos de otras tierras. ¿Y si invaden Kyralia?
Rothen sonrió.
—Si no los aceptáramos en el Gremio, fundarían uno propio, como ya hicieron en el pasado. No vamos a evitar una invasión entrenándolos o no, pero haciéndolo controlamos lo que aprenden. Les enseñamos lo mismo que a los nuestros, por lo que saben que no los estamos tratando injustamente.
—De todas formas, no se atreverían a atacarnos —añadió Dannyl—. Los kyralianos tenemos linajes mágicos muy poderosos. De nosotros salen más magos que de ninguna otra raza, y también más fuertes.
—Los vindeanos y los lanianos son los más débiles —dijo Rothen—, razón por la que no es muy habitual verlos aquí. Nos llegan más aprendices de Lonmar y Elyne, pero sus poderes pocas veces impresionan.
—Los sachakanos solían ser magos poderosos —añadió Dannyl, mirando el mapa—, pero eso se acabó con la guerra.
—Y nos convirtió en la nación más poderosa de toda la zona —terminó Rothen.
Sonea cerró un poco los ojos.
—¿Por qué no invade otros países el rey?
—Se firmó la Alianza para evitar eso —dijo Rothen—. Como bien me recordaste la primera vez que hablamos, el rey Palen rechazó firmarla al principio. El Gremio le dio a entender que tal vez dejara de apartarse de la política si no lo hacía.
Los labios de Sonea se curvaron en una leve sonrisa.
—¿Qué impide que las otras tierras luchen entre ellas?
—Un trabajoso esfuerzo diplomático —dijo Rothen con un suspiro—, que no siempre funciona. Desde la Alianza ha habido varios enfrentamientos menores. Para el Gremio siempre es una situación incómoda. Por lo general, las disputas son por las fronteras y…
Dejó de hablar al oír una tímida llamada a la puerta. Miró a Dannyl y comprendió, por la expresión de su amigo, que los dos estaban pensando lo mismo. ¿Fergun ya se había enterado de que Sonea había salido de su habitación?
—¿Esperas a alguien?
Dannyl negó con la cabeza y se acercó a la puerta. Al abrirla, Rothen escuchó la voz de Tania y dio un suspiro de alivio.
—Les he bajado la cena —dijo la sirvienta, entrando en la habitación.
Detrás de ella llegaron otros dos sirvientes, portando bandejas. Lo dejaron todo en la única mesa desocupada, hicieron una reverencia y se marcharon.
Dannyl hizo un sonido de aprobación mientras el aroma a comida llenaba la sala.
—No me había dado cuenta de que había pasado tanto tiempo —dijo.
Rothen contempló a Sonea.
—¿Tienes hambre?
Ella asintió, sin poder quitar ojo de encima a la comida. Rothen sonrió.
—Pues entonces creo que ya basta de historia por ahora. Cenemos.