Mientras avanzaba con prisa por el pasillo del alojamiento de los magos, Rothen fue objeto de no pocas miradas de interrogación por parte de los magos con los que se cruzaba. A algunos los saludó con la cabeza, y sonrió a quienes conocía más, pero no redujo el paso. Llegó a la puerta de sus aposentos, agarró el pomo y ejerció su voluntad para que se abriera la cerradura.
Al abrirse la puerta empezó a oír dos voces en la sala de invitados.
—… mi padre era sirviente de lord Margen, el mentor de lord Rothen. Mi abuelo también trabajaba aquí.
—Entonces debes de conocer a mucha gente.
—A unos pocos —aceptó Tania—. Pero muchos lo han dejado por algún puesto en las Casas.
Las dos mujeres estaban sentadas, la una junto a la otra, en las sillas. Al ver al mago, Tania se incorporó de un salto, sofocada.
—No dejéis de hablar por mí —dijo Rothen, moviendo una mano.
Tania inclinó la cabeza.
—No he acabado el trabajo, milord —le dijo. Con la cara aún brillante, se metió a la carrera en el dormitorio de Rothen.
Sonea la miró, claramente divertida.
Me parece que ya no le doy miedo.
Rothen observó cómo su sirvienta reaparecía con un fardo de prendas y ropa de cama bajo el brazo.
No. Os lleváis bien, vosotras dos.
Tania se detuvo y miró fijamente a Rothen, antes de echar un vistazo especulativo a Sonea.
¿Puede saber cuándo estamos hablando de esta manera?, preguntó Sonea.
Ve cómo nos cambia la expresión. Con poco tiempo que pases en compañía de magos, ya sabes que es una señal clara de que está teniendo lugar una conversación silenciosa.
—Discúlpanos, Tania —dijo Rothen en voz alta.
Tania levantó las cejas, pero encogió levemente los hombros y dejó el fardo de ropa en una cesta.
—¿Eso será todo, lord Rothen?
—Sí, Tania, muchas gracias.
Rothen esperó a que la puerta se hubiera cerrado detrás de la sirvienta antes de sentarse junto a Sonea.
—Supongo que ya es hora de que te diga que no se considera de buena educación comunicarse con la mente si hay gente delante, sobre todo si no tienen la capacidad de unirse. Es como susurrar a espaldas de alguien.
Sonea puso cara de preocupación.
—¿He ofendido a Tania?
—No. —La expresión de alivio que puso Sonea despertó una sonrisa a Rothen—. De todas formas, también debo advertirte que la comunicación mental no es tan privada como podrías imaginarte. Los otros magos pueden captar conversaciones mentales, sobre todo si están intentando escucharlas.
—Entonces ¿puede que alguien nos haya estado escuchando hace un momento?
El mago meneó la cabeza.
—Es posible, pero lo dudo. Inmiscuirse se considera una grosería y una falta de respeto… y además requiere concentración y esfuerzo. De lo contrario, las conversaciones de otra gente nos distraerían tanto que seguramente acabaríamos volviéndonos locos.
Sonea pensó en aquello.
—Si no oyes nada hasta que te pones a escuchar, ¿cómo lo sabes cuando alguien quiere hablar contigo?
—Cuanto más cerca estás de un mago, más fácil es oírlo —explicó Rothen—. Si estás en la misma habitación, por lo general puedes detectar los pensamientos que proyectan hacia ti. Si estás lejos, sin embargo, primero han de llamar tu atención.
»Si quisieras hablar conmigo —dijo Rothen, y se puso una mano en el pecho—, mientras estoy en la universidad, por ejemplo, tendrías que proyectar mi nombre con fuerza. Lo oirían otros magos, pero no responderían ni abrirían su mente para escuchar la conversación que tenga lugar. Cuando yo respondiera gritando tu nombre, sabrías que te he oído y podríamos empezar a hablar. Si los dos fuésemos muy hábiles y conociéramos bien la voz mental del otro, podríamos dificultar que nos oyeran otros, enfocando nuestros pensamientos al proyectarlos, pero hacer eso es casi imposible en distancias largas.
—¿Nadie ha roto esa regla nunca?
—Probablemente. —Rothen se encogió de hombros—. Por eso debes recordar que la comunicación mental no es privada. Aquí tenemos un dicho: los secretos, mejor voceados que dichos.
Sonea dio un suave soplido.
—Eso no tiene sentido.
—Si se toma al pie de la letra, no. —Rothen rió—. Pero aquí en el Gremio, los verbos «decir» y «escuchar» tienen otros significados. Aunque exista una norma general de cortesía, es increíble la cantidad de veces que la gente descubre que el secreto que tanto intentaban ocultar se ha vuelto la comidilla del Gremio. Nos olvidamos demasiado a menudo de que los magos no son los únicos que pueden oírnos.
Los ojos de Sonea brillaron de interés.
—¿Ah, no?
—No todos los niños en los que se descubre potencial mágico terminan entrando en el Gremio —le explicó—. Si el niño es el hermano mayor, por ejemplo, puede tener más valor para su familia como heredero. En muchas tierras existen leyes que prohíben a los magos involucrarse en política. Por ejemplo, un mago no puede ser rey. Esa es la razón de que no sea una maniobra inteligente tener a un mago como cabeza de familia.
»La comunicación mental es una capacidad inherente al potencial mágico. A veces, aunque es raro que pase, un individuo que no se ha hecho mago descubre que se le ha desarrollado naturalmente la capacidad de comunicarse con la mente. A esa gente se le puede enseñar lectura de la verdad, que puede ser una habilidad de lo más útil.
—¿Lectura de la verdad?
Rothen asintió.
—No se puede practicar sobre alguien que se resista, por supuesto, así que solamente resulta de valor cuando alguien quiere enseñar a otra persona lo que ha visto u oído. En el Gremio tenemos una ley sobre las acusaciones. Si alguien acusa a un mago de falsedad o de cometer un delito, debe permitir que se le haga una lectura de la verdad o, de lo contrario, retirar su acusación.
—No me parece justo —dijo Sonea—. El que ha hecho algo malo es el mago.
—Sí, pero así evitamos que se nos acuse en falso. El acusado, sea mago o no, puede impedir fácilmente cualquier lectura de la verdad. —Dejó de hablar un momento—. Pero hay una excepción.
Sonea frunció el ceño.
—¿Sí?
Rothen se reclinó y entrelazó los dedos.
—Hace unos años trajeron al Gremio a un hombre acusado de cometer unos asesinatos particularmente malévolos. El Gran Lord, nuestro líder, le leyó la mente y confirmó que era culpable. Para superar los bloqueos de una mente que se resiste hace falta una gran habilidad. Akkarin es el único de nosotros que lo ha logrado, aunque he oído que los magos del pasado podían hacerlo. Es un hombre extraordinario.
Sonea se tomó tiempo para asimilar todo aquello.
—Pero ¿al asesino no le bastaría con poner sus secretos a puerta cerrada, como tú me enseñaste?
Rothen se encogió de hombros.
—Nadie está seguro de cómo lo hizo Akkarin, pero una vez consiguió entrar en la mente del hombre, no pasaría mucho tiempo antes de que lo traicionaran sus pensamientos. —Hizo una pausa, y entonces miró fijamente a Sonea—. Tú ya sabes que hace falta un poco de práctica para guardar los secretos a puerta cerrada. Cuanto más preocupado estás de que se revelen, más difícil es ocultarlos.
Sonea abrió un poco más los ojos y luego apartó la mirada, con una expresión repentina de cautela.
A Rothen le bastó mirarla para adivinar qué estaba pensando. Cada vez que había entrado en su mente, los objetos y personas que la joven había querido ocultarle se deslizaban hasta hacerse visibles. Ella siempre se asustaba tanto que lo echaba a él de su mente.
Todos los aprendices reaccionaban de la misma forma que ella, en mayor o menor medida. Rothen nunca comentaba con ellos ningún secreto de los que vislumbraba. Las preocupaciones ocultas de sus jóvenes alumnos solían girar alrededor de los vicios personales y las costumbres físicas —y también algún escándalo político que otro—, por lo que eran fáciles de pasar por alto. Como Rothen no hablaba de ellas, el aprendiz ganaba confianza en que se respetaba su privacidad.
Pero el silencio no estaba dando ninguna confianza a Sonea, y se estaban quedando sin tiempo. Lorlen haría su primera visita a finales de semana, y esperaría que ya hubieran empezado con las lecciones de Control. Si quería aprender Control en algún momento, tenía que superar aquellos miedos.
—Sonea.
La joven lo miró a los ojos con reticencia.
—¿Sí?
—Creo que deberíamos hablar de tus lecciones.
Ella asintió. Rothen se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas.
—Por lo general nunca hablo de lo que un aprendiz me muestra en su mente. Eso facilita que confíen en mí, pero no está funcionando entre tú y yo. Sabes que he visto cosas que deseas mantener ocultas, y fingir que no es así no está siéndonos de ninguna ayuda.
Sonea clavó la mirada en la mesa, mientras los nudillos se le ponían blancos al agarrar con fuerza la silla.
—Para empezar —siguió diciendo el mago—, ya me esperaba que registraras mis habitaciones. Yo habría hecho lo mismo si estuviera en tu situación. No me molesta. Olvídalo.
Las mejillas de Sonea enrojecieron un poco, pero siguió callada.
—En segundo lugar, ni tus amigos ni tu familia corren ningún peligro por parte nuestra. —Ella levantó la mirada hacia sus ojos—. Te preocupa que amenacemos con herirlos si no colaboras. —El mago le sostuvo la mirada—. No vamos a hacerlo, Sonea. Amenazarlos sería violar la ley del reino.
Ella volvió a mirar hacia otro sitio, con la expresión endurecida.
—Ah, pero sigues preocupada. No tienes motivos para creer que respetemos la ley del rey —comprendió Rothen—. No tienes motivos para confiar en nosotros. Lo cual me lleva a tu tercer miedo: que yo descubra tus planes para huir.
La cara de Sonea perdió lentamente todo el color.
—No es necesario que lo planees —dijo él—. No te obligaremos a quedarte si tú no quieres. Cuando hayas aprendido Control, podrás marcharte o quedarte, como decidas. Para convertirse en mago hay un juramento que todos debemos pronunciar… un juramento que nos ata de por vida. No es un compromiso que deba tomarse sin desearlo.
Sonea lo miró fijamente, con la boca entreabierta.
—¿Me dejaréis marchar?
Rothen asintió, y eligió sus siguientes palabras con sumo cuidado. Era demasiado pronto para explicarle que el Gremio no la dejaría salir sin antes bloquearle los poderes, pero aun así necesitaba saber que perdería todas sus capacidades mágicas.
—Sí, pero debo advertirte: sin entrenamiento, no podrás usar tus poderes. Lo que hacías antes dejará de ser posible. No podrás usar la magia en absoluto. —Se quedó un momento callado—. No servirás de nada a los ladrones.
Para su sorpresa, aquello pareció tranquilizarla. A sus labios asomó el fantasma de una sonrisa.
—Por eso, no habrá problema.
Rothen escrutó sus rasgos.
—¿Estás segura de que quieres volver a las barriadas? No tendrás forma de defenderte.
Sonea levantó los hombros.
—No será diferente de como era antes. No me fue mal.
Rothen frunció el ceño, impresionado por la confianza que tenía y sin embargo asustado ante la idea de enviarla de vuelta a la pobreza.
—Sé que quieres reunirte con tu familia. Unirte al Gremio no significaría que tuvieras que abandonarlos, Sonea. Pueden venir a visitarte, o puedes ir tú.
Ella movió la cabeza.
—No.
Rothen hizo un mohín.
—¿Tienes miedo de asustarlos, de traicionar a todos los losdes por convertirte en lo que odian?
La mirada rápida y penetrante que le dirigió Sonea le reveló que se había acercado a la verdad más de lo que ella esperaba.
—¿Qué deberías hacer para seguir siendo aceptable a sus ojos?
Ella resopló.
—¡Como si el Gremio, o el rey, fueran a dejarme hacer lo que quisiera para complacer a los losdes!
—No voy a engañarte diciéndote que sería fácil —respondió Rothen—, pero es una posibilidad que deberías tener en cuenta. La magia no es un don habitual. Mucha gente entregaría gustosa todos sus bienes a cambio de tenerla. Piensa en lo que podrías aprender aquí. Piensa en cómo podrías usarlo para ayudar a los demás.
La mirada de Sonea vaciló por un momento, y acto seguido se le endureció la expresión.
—Solamente estoy aquí por el Control.
El mago asintió lentamente.
—Si eso es todo lo que quieres, entonces es todo lo que podemos darte. Para todos los de aquí será una gran sorpresa enterarse de que eliges regresar a las barriadas. Muchos no podrán entender cómo alguien que ha vivido toda su vida en la pobreza rechaza una oferta como esta. Yo te conozco lo bastante para saber que no te importan mucho las riquezas y los lujos. —Alzó los hombros y sonrió—. Y no seré el único que te admire por hacerlo. De todos modos, deberías saber que voy a intentar convencerte de que te unas a nosotros con todas mis fuerzas.
Por primera vez, que recordara Rothen, Sonea sonrió.
—Gracias por el aviso.
Complacido consigo mismo, Rothen se frotó las manos.
—Bueno, una cosa solucionada. ¿Empezamos con las lecciones?
La joven vaciló, y luego giró su silla para que estuviera encarada a la del mago. Divertido por la impaciencia de Sonea, Rothen cogió las manos que le ofrecía.
El mago cerró los ojos, redujo el ritmo de su respiración y buscó la presencia que lo guiaría hasta la mente de su aprendiz. Ahora Sonea tenía bastante práctica visualizando, y al instante Rothen se vio de pie ante un umbral abierto. Lo cruzó y entró en una sala que ya le era familiar. Sonea estaba en el centro.
El aire estaba impregnado de un sentimiento de decisión. Rothen esperó a que algo perturbara la escena como ocurría siempre, pero en la habitación no apareció ningún objeto indeseado. Sorprendido y satisfecho, inclinó la cabeza a la imagen de Sonea.
Muéstrame la puerta que da a tu poder.
Ella miró a un lado. Siguiendo su mirada, Rothen se halló delante de una puerta blanca.
Ahora ábrela y escucha con atención. Voy a enseñarte cómo controlar ese poder tuyo.
Cery se quedó de rodillas y siseó, frustrado.
Había revisado la habitación a fondo, conteniendo el aliento cada vez que notaba a un farén de ocho patas escurrirse bajo sus manos. Había descubierto que las paredes estaban hechas de grandes ladrillos de piedra, y el suelo, de polvo apisonado. La puerta era una gruesa lámina de madera con grandes goznes de hierro.
Lo primero que había hecho al dejar de oír los pasos del mago fue sacar una ganzúa del abrigolargo, y lo segundo recorrer la habitación a tientas para dar con la puerta. Una vez localizada la cerradura, la había manipulado hasta oír cómo giraba el mecanismo, pero al tirar de la puerta no se había abierto.
Recordaba haber soltado una carcajada en aquel momento, cuando comprendió que no había sido el mago quien había pasado aquel cerrojo. Acababa de hacerlo él mismo.
Había vuelto a manipularla, solo para averiguar que la puerta seguía firmemente cerrada. Recordó que había oído cómo giraba una llave, así que había decidido que tenía que haber otra cerradura. Había buscado un segundo ojo.
Al no encontrarlo, decidió que el mecanismo que mantenía fija la puerta solo podía tener salida al exterior. Cogió su ganzúa y la insertó en la grieta que había entre la puerta y el marco. Pareció que se enganchaba con algo.
Satisfecho de haber encontrado la cerradura al primer intento, había tirado de la ganzúa para sacarla, solo para descubrir que estaba atascada.
Se había doblado cuando Cery la había retorcido para poder extraerla. Le daba miedo romperla, así que había dejado la herramienta alojada en la grieta y había sacado otra. Esta la había introducido un poco por encima de la primera. Antes de tener ocasión de hurgar para encontrar lo que estuviera reteniendo a su primera ganzúa, la segunda ya estaba atrancada. Maldiciendo, Cery había tirado de ella con todas sus fuerzas, pero lo único que había conseguido fue doblarla.
Había buscado una tercera ganzúa en su abrigo, la había deslizado por el hueco entre el suelo y la puerta. Se había atascado nada más entrar. No importaba la fuerza con que tirara: la ganzúa se había quedado allí. Había intentado sacar las otras dos, sin ningún éxito.
Según iban transcurriendo las oscuras horas, Cery había hecho varios intentos de recobrar sus herramientas. No se le ocurría ningún dispositivo que pudiera agarrar y retener una ganzúa con tanta rapidez. Nada excepto, por supuesto, la magia.
Comenzó a tener calambres en las piernas por el frío, así que se incorporó. Empezó a darle vueltas la cabeza y puso una mano contra la pared para equilibrarse. Su estómago hacía ruido, diciéndole que hacía demasiado tiempo desde la última vez que había comido, pero la sed era peor. Ardía en deseos de tomar una jarra de bol, o un vaso de zumo de pachi, o incluso un poco de agua.
Volvió a preguntarse si lo habrían metido en aquella celda para dejarlo morir. Pero si el Gremio lo hubiera querido muerto, estaba seguro de que lo habrían solucionado antes de esconder su cuerpo en alguna parte. Eso le daba algo de esperanza. Quería decir que posiblemente los planes de los magos dependieran de que él siguiera vivo… por ahora. Sin embargo, si esos planes fracasaban, podría terminar pasando mucha hambre.
Pensando en el otro mago, el de la túnica azul, Cery no recordó que hubiera ningún signo de engaño en su conducta. O bien el mago tenía una gran habilidad para inspirar confianza, o bien no había sabido nada del inminente cautiverio de Cery. Si lo segundo era cierto, todo aquello era una estratagema de Fergun.
Fuera o no una conspiración exclusiva del mago rubio, Cery solo veía dos posibles motivos para tenerlo encerrado: los ladrones o Sonea.
Si los magos pretendían utilizar a Cery para manipular a los ladrones, iban a llevarse una decepción. Farén no necesitaba a Cery ni se preocupaba por él hasta tal punto.
Podrían intentar torturarlo para sacarle información. Aunque prefería pensar que era capaz de resistirse a la persuasión, no iba a engañarse a sí mismo. No sabría si sería capaz de guardar silencio hasta que se enfrentara a una prueba como aquella.
Era posible que los magos pudieran leerle la mente de todos modos. Si lo hacían, descubrirían que sabía bien poco que se pudiera utilizar contra los ladrones. Cuando se dieran cuenta de eso, probablemente lo dejarían en la oscuridad para siempre.
Pero dudaba mucho que su objetivo fueran los ladrones. A aquellas alturas, ya lo habrían interrogado.
No, las únicas preguntas que le habían formulado eran sobre Sonea. Durante su trayecto a la universidad, Fergun le había preguntado qué clase de relación tenía con ella. Si los magos querían saber si Cery era importante para la joven, probablemente tenían intención de usarlo para chantajearla y que hiciera algo que no quería.
La idea de que podía haber empeorado la situación de su amiga lo atormentaba tanto como, y a veces más que, el miedo a que lo dejaran morir allí. Si no se hubiera dejado tentar para ver la universidad… Cuantas más vueltas le daba Cery, más se maldecía a sí mismo por su curiosidad.
Entre una respiración y la siguiente, oyó el sonido de unos pasos lejanos. Cuando fueron ganando intensidad, remitió su rabia y el corazón empezó a latirle más deprisa.
Los pasos cesaron al otro lado de la puerta. Hubo un débil chasquido metálico, seguido del leve golpeteo de sus ganzúas cayendo al suelo. Apareció una larga rendija de luz amarilla al abrirse la puerta.
Fergun entró de lado en la habitación, seguido por su luz. Deslumbrado y parpadeando, Cery vio que el mago lo contemplaba con ojos entrecerrados, y luego bajaba la mirada al suelo.
—Vaya, fíjate en esto —murmuró Fergun.
Se giró hacia un lado y soltó la bandeja y la botella que llevaba. En lugar de caer, descendieron lentamente hasta el suelo. Separó los dedos y las ganzúas se elevaron obedientes hacia su mano.
El mago enarcó las cejas al examinarlas. Miró a Cery y sonrió.
—No pensarías que esto iba funcionar, ¿verdad? Ya me esperaba que tuvieras alguna experiencia en estos asuntos, así que tomé precauciones. —Sus ojos se posaron en la ropa de Cery—. ¿Tienes más cosas de estas escondidas en algún sitio?
Cery se tragó la negativa que ya le venía a los labios. Fergun no iba a creerle. El mago sonrió y extendió una mano.
—Dámelas.
Cery dudó. Si sacrificaba algunos de los objetos que llevaba escondidos entre la ropa, tal vez podría quedarse con algunas de sus posesiones más valiosas. Fergun dio un paso adelante.
—Venga, ¿de qué te sirven aquí? —Meneó los dedos—. Dámelas.
Lentamente, Cery metió la mano en el abrigo y sacó un puñado de sus posesiones menos útiles. Mirando con furia al mago, las dejó caer en la mano extendida.
Fergun contempló las ganzúas con expresión pensativa, y luego levantó la mirada para cruzarla con la de Cery.
—¿De verdad esperas hacerme creer que esto es todo lo que tienes?
Flexionó los dedos. Cery notó que algo invisible le empujaba el pecho, y retrocedió dando tumbos hasta chocar con la pared. Lo envolvió una fuerza que lo mantuvo apretado contra los ladrillos.
Fergun se acercó y examinó el abrigo de Cery. Rasgó el forro con un tirón brusco y dejó a la vista varios bolsillos ocultos. Los vació y luego pasó a prestar atención al resto de la ropa.
Cuando sacó las navajas de sus botas, Fergun soltó un pequeño gruñido de satisfacción, y luego un «ah» más satisfecho cuando encontró las dagas de Cery. Irguió la espalda y sacó una de las armas de su vaina. Examinó la parte más ancha del filo, donde había un burdo grabado del pequeño roedor que daba su nombre a Cery.
—Ceryni —dijo el mago.
Miró a Cery a los ojos.
Cery le aguantó la mirada, desafiante. Fergun soltó una risita y se alejó. Sacó una tela grande y cuadrada de su túnica, envolvió las herramientas y las armas y se dirigió hacia la puerta.
Comprendiendo que el mago iba a marcharse sin darle ninguna explicación, Cery se sobresaltó.
—¡Espera! ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me tienes aquí?
Fergun no le hizo ningún caso. Mientras la puerta se cerraba, se desvanecieron las ataduras mágicas y Cery se tambaleó hacia delante hasta caer de rodillas. Jadeando y furioso, se palpó el abrigo y lanzó maldiciones al confirmar que se había llevado casi todas sus herramientas. Lo que más lamentaba era la pérdida de sus dagas, pero unas armas de ese tamaño eran difíciles de ocultar.
Se sentó sobre sus talones y dejó escapar un largo suspiro. Aún le quedaban algunos objetos. Podrían venirle bien. Lo único que necesitaba era que se le ocurriera algún plan.