Cery bostezó. Desde que se habían llevado a Sonea, el sueño se había vuelto esquivo. Se le escapaba cuando le era necesario y lo acechaba cuando no lo era. Ahora mismo necesitaba estar más despierto que nunca en su vida.
Un viento helado azotaba los árboles y los setos, llenando el aire de ruido y de alguna ramita u hoja de vez en cuando. El frío le había entrado en los músculos y le daba calambres. Con cuidado, cambió el peso de su cuerpo, se estiró y empezó a frotarse una pierna primero, y luego la otra.
Volvió a mirar a la ventana y decidió que si pensaba «asómate» con más fuerza, le explotaría la cabeza. Estaba claro que el talento de Sonea para sentir las mentes no se extendía a la detección de visitantes inesperados al otro lado de su ventana.
Observó las bolas de nieve que había hecho y volvió a dudar. Si lanzaba una a la ventana, tendría que impactar con el suficiente ruido para despertarla, pero no tanto como para atraer la atención de todos los demás. Ignoraba por completo si Sonea seguía en aquella habitación, y también si estaba sola.
Al llegar allí había una luz encendida, pero se había extinguido poco después. Las ventanas a la izquierda de la de Sonea estaban oscuras, pero las de la derecha seguían brillando. Miró con nerviosismo el edificio de la universidad, que se alzaba imponente a su izquierda. Ninguna ventana tenía luz. Desde la primera noche en que había visto a Sonea, Cery no había encontrado más rastros del misterioso observador.
Vio con el rabillo del ojo cómo se apagaba una luz. Miró de nuevo el edificio de los magos. La luz de las habitaciones contiguas a la de Sonea había desaparecido. Cery sonrió con tristeza y se dio un masaje en las entumecidas piernas. Solo un poco más…
Cuando apareció una cara pulida en la ventana, pensó, por un momento, que se había quedado dormido y estaba soñando. Miró, con el corazón retumbando, a Sonea echando un vistazo a los jardines y luego girando la cabeza hacia la universidad. Entonces se apartó de la ventana.
El cansancio se había esfumado por completo. Los dedos de Cery se cerraron alrededor de una bola de nieve. Sus piernas se resintieron mientras se arrastraba al otro lado del seto. Apuntó y, tan pronto como la bola se separó de su mano, volvió al seto.
A sus oídos llegó el más sordo de los ruidos cuando la bola impactó contra la ventana. El corazón le saltó triunfal en el pecho al aparecer de nuevo la cara de Sonea. Miró fijamente la salpicadura de escarcha en el cristal y empezó a escrutar el jardín.
Cery comprobó las otras ventanas y no vio a nadie más mirando. Reptó para salir un poco del seto y llegó a tiempo de ver la cara de pasmo que se le quedó a Sonea al distinguirlo. Detrás de la sorpresa vino una amplia sonrisa.
Cery saludó y luego hizo una pregunta por señas. Ella le devolvió un «sí». No le habían hecho ningún daño. Dio un suspiro de alivio.
El código de señas que empleaban los ladrones se limitaba a los significados simples, como «¿listo?», «ya», «espera», «fuera de aquí» y los típicos «sí» y «no». No había ninguna señal para decir «Estoy a punto de rescatarte, ¿la ventana está cerrada con llave?». Se señaló a sí mismo, hizo movimientos de escalada, pasó a los gestos de abrir una ventana, la señaló, luego a sí mismo y terminó con la seña de «fuera de aquí».
Ella respondió con un «espera» y luego se señaló a sí misma, envió «fuera de aquí» y negó con la cabeza.
Cery frunció el ceño. Aunque Sonea conocía las señas de los ladrones mejor que casi nadie en las barriadas, nunca las había dominado tanto como él. Podría estar diciéndole que no la dejaban marcharse, o que no quería irse ahora mismo, o que Cery debería volver más tarde. Se rascó la cara y luego hizo las señas de «fuera de aquí» y «ahora».
Ella movió la cabeza de un lado a otro, y entonces le llamó la atención algo a su izquierda y abrió mucho los ojos. Se apartó un poco de la ventana y empezó a repetir la seña de «fuera de aquí» una y otra vez. Cery se agachó y retrocedió al interior del seto, esperando que el viento tapara el crujido de las hojas.
No escuchó ningún paso, y empezó a considerar qué podría haberla asustado, y entonces notó un aire cálido deslizándose por su piel y se le erizaron los pelos de la nuca.
—Sal —dijo una voz culta e incómodamente cercana—. Sé que estás ahí dentro.
Por entre el arbusto Cery distinguió los suaves pliegues de una túnica, a solo un brazo de distancia. Una mano empezó a remover las hojas. Cery se retorció para alejarse, saliendo del seto, y se apretó contra el edificio con el corazón desbocado. El mago se incorporó rápidamente. Sabiendo que estaba a la vista, Cery echó a correr junto a la fachada lateral del edificio, en dirección al bosque.
Algo le dio un trompazo en la espalda y lo tiró a la nieve. Lo mantuvo allí un peso que apretaba con tanta fuerza que apenas le permitía respirar y la nieve helada le quemaba en la cara. Oyó unos pasos que se acercaban y el pánico empezó a dominarlo.
«Calma. Tranquilízate —se dijo—. Nunca has oído decir que mataran a los intrusos… aunque tampoco has oído decir que encontraran intrusos…»
La aplastante presión remitió. Mientras se ponía a gatas, Cery notó que alguien le agarraba con fuerza el brazo. Lo puso en pie de un tirón y lo arrastró, a través del seto, hasta el camino.
Cery miró a su captor y tuvo un escalofrío cuando reconoció al mago. Los ojos de este se entrecerraron.
—Tu cara me suena… Ah, ya me acuerdo. El apestoso losde que intentó darme un golpe. —Miró por encima de su hombro a la ventana de Sonea y puso una sonrisita de suficiencia—. Conque Sonea tiene un admirador. Qué dulce.
Miró a Cery con aire pensativo y por sus ojos pasó un brillo fugaz.
—¿Qué voy a hacer contigo? Creo que normalmente los intrusos se interrogan y luego se escoltan al exterior del Gremio. Será mejor que vayamos empezando.
Cery forcejeó mientras el mago empezaba a tirar de él por el camino, en dirección a la universidad. La fina mano del mago era sorprendentemente fuerte.
—¡Suéltame! —exigió Cery.
El mago suspiró.
—Como sigas insistiendo en sacudirme el brazo así, me veré obligado a usar medios menos físicos para retenerte. Por favor, colabora. Estoy tan ansioso por que acabe todo este asunto como sin duda estarás tú.
—¿Adonde me llevas?
—Para empezar, a algún lugar resguardado de este viento ruidoso. —Llegaron al final del edificio de los magos y siguieron hacia la universidad.
—Lord Fergun.
El mago se detuvo y miró a su espalda. Se acercaban dos sombras con túnica. Cery notó una tensión repentina en la mano que lo retenía, pero no supo si debía sentir alivio o preocupación acerca de los recién llegados. Era evidente que a Fergun no le era grata su intromisión.
—Administrador —dijo Fergun—. Qué casualidad. Justamente iba a despertarlo a usted. He descubierto a un intruso. Parece que ha estado intentando contactar con la chica de las barriadas.
—Eso me han dicho. —El mago más alto lanzó una mirada a su acompañante.
—¿Lo interrogará usted? —La voz de Fergun sonaba esperanzada, pero apretó más fuerte el brazo de Cery.
—Sí —respondió el mago alto. Hizo un gesto distraído y, con una llamarada, se materializó sobre ellos una bola de luz.
Cery notó que lo invadía el calor y desaparecía el viento. A su alrededor aún veía doblarse a los árboles, pero los tres magos no se veían afectados.
Los colores brillaban en las tres túnicas bajo la fuerte luz. El mago alto vestía de azul, su compañero —un hombre más viejo— de color violeta, y el que había capturado a Cery iba de rojo. El mago alto contempló a Cery y sonrió levemente.
—¿Quieres hablar con Sonea, Cery?
Cery parpadeó, sorprendido, y al momento arrugó la frente. ¿Cómo podía saber su nombre aquel mago? Se lo debía de haber dicho Sonea. Si ella hubiera querido avisar a Cery, les habría proporcionado otro nombre… a menos que se lo hubieran sacado con engaños, o que lo hubieran leído en su mente, o que…
¿Qué importaba? Lo habían cazado. Si tenían malas intenciones, ya estaba perdido de todos modos. Ya puestos, vería a Sonea.
Asintió. El mago alto miró a Fergun.
—Suéltelo.
Fergun le dio un apretón en el brazo antes de retirar sus dedos. El mago de la túnica azul hizo un gesto a Cery para que lo siguiera, y empezó a caminar hacia el edificio de los magos.
Las puertas se abrieron ante ellos. Muy consciente de los dos magos que iban tras él a modo de guardia, Cery siguió al mago alto por un corto tramo de escalones hasta el piso superior. Recorrieron un amplio pasillo hasta llegar a una de entre muchas puertas sin adornos. El mago más anciano dio un paso adelante para tocar la manecilla, y la puerta se abrió hacia dentro.
Era una habitación lujosa, con sillas acolchadas y muebles caros. En una de las sillas estaba sentada Sonea. Sonrió al ver a Cery.
—Adelante —dijo el mago de la túnica azul.
Con el corazón dándole tumbos, Cery entró en la habitación. La puerta se cerró y, al volverse hacia ella, se preguntó si acababa de meterse en una trampa.
—Cery —dijo Sonea con un hilo de voz—. Me alegro tanto de verte…
Él se giró de nuevo para estudiarla. Sonea volvió a sonreír, pero la sonrisa se esfumó enseguida.
—Siéntate, Cery. He pedido a Rothen que me deje hablar contigo. Le he dicho que ibas a seguir intentando rescatarme si no te explicaba por qué no puedo marcharme.
Sonea señaló un asiento. Cery se sentó a regañadientes.
—¿Por qué no puedes marcharte?
Ella suspiró.
—No sé si te lo puedo explicar para que le veas el sentido. —Se echó hacia atrás en su silla—. A los magos hay que enseñarles cómo se controla la magia, y eso solo te lo puede enseñar otro mago, porque se tiene que aprender de mente a mente. Si no aprenden a controlarlo, la magia funciona cada vez que el mago tiene alguna emoción. Esa magia toma formas sencillas y peligrosas, más y más fuertes cuando va creciendo. Al final… —Puso una mueca—. Yo… casi morí el día que me encontraron, Cery. Ellos me salvaron.
Cery se estremeció.
—Lo vi, Sonea. Los edificios… ya no están.
—Habría sido peor si no me hubieran encontrado. Habría muerto gente. Mucha gente.
Cery se miró las manos.
—Entonces no puedes volver a casa.
Ella soltó una risita, un sonido tan inesperado y alegre que se la quedó mirando, aturdido.
—No me pasará nada —dijo ella—. Cuando haya aprendido Control, ya no estaré en peligro. Estoy empezando a comprender cómo funcionan las cosas aquí. —Le guiñó un ojo—. ¿Y por dónde andas tú ahora?
Él sonrió.
—Por donde siempre. La mejor casa de bol de todas las barriadas.
Sonea asintió.
—¿Y tu… amigo? ¿Sigue dándote trabajo?
—Sí. —Cery negó con la cabeza—. Pero lo mismo deja de darme cuando se entere de lo que he hecho esta noche.
Mientras Sonea daba vueltas a aquello, entre sus cejas aparecieron las familiares arrugas de preocupación. Cery notó que algo le oprimía el corazón hasta hacer que le doliera. Apretando los puños, miró hacia una pared. Quería soltar toda la culpabilidad y el miedo que había sentido desde que la habían capturado, pero la idea de que pudiera haber gente escuchando le ahogó las palabras en la garganta.
Contempló el lujo que los rodeaba y se consoló pensando que al menos la estaban tratando bien. Sonea bostezó. Cery recordó que era tarde.
—Supongo que mejor me voy yendo. —Se puso de pie y se quedó quieto, reacio a abandonarla.
Ella sonrió, esta vez con tristeza.
—Dile a todo el mundo que estoy bien.
—Se lo diré.
No podía moverse. La sonrisa de la joven se marchitó un poco bajo la mirada de Cery, y entonces le hizo un gesto en dirección a la puerta.
—Estaré bien, Cery. Confía en mí. Ve.
De alguna manera, se obligó a caminar hasta la puerta y llamar con los nudillos. La madera se abrió hacia dentro. Los tres magos lo miraron fijamente cuando salió al pasillo.
—¿Acompaño a nuestro visitante hasta la puerta? —se ofreció Fergun.
—Sí, gracias —respondió el mago de la túnica azul.
Por encima de la cabeza de Fergun apareció un globo de luz. El mago miró con impaciencia a Cery, que vaciló mientras observaba al mago de la túnica azul.
—Gracias.
El mago respondió con un asentimiento. Cery dio media vuelta y anduvo hacia la escalera, con el mago rubio a su espalda.
Mientras bajaban, meditó las palabras de Sonea. Ahora sus señas tenían sentido. Tenía que esperar hasta que supiera controlar su magia, pero cuando lo hiciera intentaría escapar. No había mucho que él pudiera hacer para ayudarla, excepto encargarse de que tuviera un lugar seguro al que volver.
—¿Eres el marido de Sonea?
Cery miró al mago, sorprendido.
—No.
—¿Su, hum… amante, entonces?
El joven notó que se ruborizaba. Apartó la mirada.
—No, solo un amigo.
—Ya veo. Ha sido un acto muy heroico venir aquí.
Decidiendo que no tenía por qué replicar a aquello, Cery salió del edificio de los magos, se adentró en el viento frío y viró hacia el jardín. Fergun dejó de andar.
—Espera. Permite que te lleve cruzando por la universidad. Así pasarás menos frío.
El corazón le dio un brinco. La universidad.
Siempre había querido ver aquel gran edificio por dentro. No volvería a tener una oportunidad como aquella después de que Sonea hubiera escapado. Se encogió de hombros como si le diera igual y echó a andar hacia la entrada trasera de la enorme construcción.
Se le fue acelerando el corazón mientras subían los escalones. Pasaron a una sala llena de escaleras minuciosamente decoradas. La luz del mago desapareció mientras seguían por una puerta lateral y por un ancho pasillo que parecía no tener final.
A ambos lados había puertas y más pasillos. Cery miró en todas direcciones, pero no pudo identificar la fuente de la luz. Era como si las mismas paredes brillaran.
—Sonea nos dio una buena sorpresa —dijo Fergun de repente, con una voz que rebotó en las paredes—. Nunca antes habíamos encontrado talento alguno en las clases bajas. Por lo general, se restringe a las Casas.
Fergun miró expectante al joven; era obvio que quería entablar conversación.
—Para ella también fue sorprendente —respondió Cery.
—Por aquí. —El mago guió a Cery por uno de los pasillos laterales—. ¿Alguna vez has oído hablar de otro losde que tenga magia?
—No.
Doblaron un recodo, entraron en una habitación pequeña por una puerta y luego cruzaron otra que daba a un pasillo ligeramente más ancho. A diferencia de los anteriores, las paredes de aquel pasillo estaban revestidas de madera, y había cuadros colgados a intervalos regulares.
—Este sitio es bastante laberíntico —dijo Fergun con un leve suspiro—. Ven, te llevaré por un atajo.
Se detuvo junto a un cuadro y metió una mano detrás de él. Una parte de la pared se deslizó a un lado, dejando un rectángulo de oscuridad del tamaño de una puerta estrecha. Cery miró dudoso al mago.
—Siempre me han encantado los secretos —dijo Fergun, con los ojos brillantes—. ¿Te sorprende que nosotros también tengamos pasadizos subterráneos? Este lleva hasta el Círculo Interno; es un camino seco y sin viento. ¿Vamos?
Cery miró el umbral y luego al mago. ¿Pasadizos debajo del Gremio? Era demasiado raro. Dio un paso atrás y movió la cabeza de lado a lado.
—Ya he visto muchos pasadizos —dijo—, y el frío no me importa. Son más interesantes todas las cosas hermosas que hay en este edificio.
El mago cerró los ojos y asintió.
—Ya veo. —Enderezó la espalda antes de sonreír—. En fin, es bueno saber que no te importa el frío.
Algo empezó a empujar la espalda de Cery, acercándolo al rectángulo por la fuerza. El joven gritó y se agarró a los bordes del hueco, pero el impulso era demasiado fuerte y le resbalaron los dedos de la lustrosa madera. Mientras caía hacia delante, apenas pudo levantar las manos para protegerse la cara antes de darse de bruces contra una pared.
Aquella fuerza lo sostuvo con firmeza contra los ladrillos. No podía mover ni un dedo. El corazón parecía a punto de saltarle del pecho, y se maldijo por haber confiado en los magos. Oyó un chasquido a su espalda. La puerta secreta se había cerrado.
—Ya puedes gritar si quieres —dijo Fergun con una risita grave y desagradable—. Los demás no bajan aquí nunca, así que nadie se preocupará.
Cayó un trozo de tela sobre los ojos de Cery, y Fergun se lo ató firmemente a la nuca. Bajó las manos del joven hasta juntárselas en la espalda y se las ató con más tiras de tela. Mientras cedía la presión contra su espalda, una mano lo agarró por el cuello de la camisa y lo empujó hacia delante.
Cery trastabilló pasadizo abajo. Unos pocos pasos después llegó a una escalera abrupta. Tanteó con los pies para bajar, y luego las manos que lo guiaban le fueron dando empujones por una ruta que describía una curva suave.
La temperatura del aire descendió bruscamente. Tras algunos cientos de pasos, Fergun hizo un alto. A Cery se le revolvió el estómago al oír el sonido de una llave girando en una cerradura.
Le quitó la venda de los ojos. Cery estaba junto a la puerta de una habitación espaciosa y vacía. La tela que le sujetaba las muñecas se desató.
—Adentro.
Cery miró a Fergun. Sus manos ansiaban empuñar las navajas que llevaba, pero sabía que si intentaba luchar contra el mago solo conseguiría perderlas. O entraba por sí mismo en la habitación o Fergun lo empujaría.
Lento y aturdido, entró en la celda. La puerta se cerró de golpe, dejándolo de pie en la oscuridad. Oyó cómo giraba la llave, y luego el sonido amortiguado de unos pasos que se alejaban.
Suspirando, se puso en cuclillas. Farén se iba a cabrear muchísimo.