Aunque lord Rothen había entrado innumerables veces en el Salón Gremial desde su graduación, treinta años antes, pocas veces había oído el resonar de tantas voces en él.
Observó a los hombres y mujeres vestidos con túnica que tenía delante. Los magos hablaban en grupos, y lord Rothen advirtió que ya se habían formado las habituales camarillas y facciones. Otros magos iban de corrillo en corrillo. Agitaban las manos con gestos expresivos, y de vez en cuando se oía alguna exclamación o negación.
Por lo general las Reuniones eran ceremonias ordenadas y dignas, pero hasta que llegaba el administrador para organizarlas, los participantes vagaban charlando por el centro de la estancia. Mientras Rothen se adentraba en la habitación, captó fragmentos de conversaciones que parecían emanar del techo. El Salón Gremial amplificaba los sonidos de una forma extraña e inesperada, sobre todo cuando se levantaba la voz.
No se trataba de un efecto mágico, como daban por hecho quienes carecían del don, sino de una consecuencia involuntaria de la reconversión de un edificio en salón de reuniones. Aquella era la primera y más antigua construcción del Gremio, y originalmente contenía habitaciones para los magos y sus aprendices, además de aulas y salas de juntas. Cuatro siglos después, ante el rápido crecimiento del número de afiliados, los magos construyeron nuevos edificios. No querían demoler su primer hogar, así que derribaron los tabiques y añadieron asientos, y desde entonces celebraban allí todas las Reuniones Gremiales, las Ceremonias de Aceptación y Graduación, y las Vistas.
Un hombre alto y ataviado con una túnica púrpura se apartó del grupo y se acercó a Rothen con paso firme. Viendo la expresión ansiosa del mago más joven, Rothen sonrió. Dannyl se había quejado en muchas ocasiones de que en el Gremio nunca pasaba nada demasiado emocionante.
—Bueno, viejo compinche, ¿cómo ha ido? —preguntó Dannyl.
Rothen se cruzó de brazos.
—¿Cómo que «viejo compinche»?
—Mi viejo berrinche, entonces —replicó Dannyl, zanjando el tema con un gesto de la mano—. ¿Qué te ha dicho el administrador?
—Nada. Solo quería que le relatara lo sucedido. Al parecer, soy el único que vio a la chica.
—Por suerte para ella —dijo Dannyl—. ¿Por qué los otros intentaron matarla?
Rothen negó con la cabeza.
—No creo que fuera eso lo que pretendían.
El sonido de un gong tapó el zumbido de las voces, y el timbre amplificado del administrador gremial llenó el salón.
—Por favor, que todos los magos tengan la amabilidad de ocupar sus puestos.
Rothen miró atrás y vio cerrarse los enormes portones. Los grupos se dispersaron y los magos se dirigieron hacia las butacas de ambos lados de la sala. Dannyl señaló al frente con la barbilla.
—Hoy tenemos una compañía poco habitual.
Rothen siguió la mirada de su amigo. Los magos superiores estaban ocupando sus lugares. Para señalar su posición y autoridad dentro del Gremio, los asientos se hallaban organizados en cinco graderías situadas al frente del salón. Dos escaleras estrechas subían a aquellas tribunas. En el centro de la fila más alta había una gran butaca embellecida en oro y adornada con el incal del rey: un ave nocturna de elegantes formas. La butaca estaba vacía, pero los dos asientos que la flanqueaban estaban ocupados por magos con fajines dorados en la cintura.
—Los consejeros reales —musitó Rothen—. Interesante.
—Sí —convino Dannyl—. Me preguntaba si el rey Merin consideraría esta Reunión lo suficientemente importante.
—No lo bastante para acudir en persona.
—Desde luego. —Dannyl sonrió—. Tendremos que comportarnos.
Rothen se encogió de hombros.
—No hay ninguna diferencia, Dannyl. Aunque sus consejeros no estuvieran aquí, nadie diría nada que se hubiera callado ante el rey. No; solo han venido para asegurarse de que hacemos algo más que hablar sobre la chica.
Llegaron a sus asientos y se sentaron. Dannyl se recostó en el respaldo y observó el salón.
—Y todo esto por una mugrienta golfilla de la calle.
Rothen dejó escapar una risita.
—Menudo revuelo ha armado, ¿eh?
—Fergun no ha venido… —Dannyl observaba los asientos de la pared opuesta—. Pero sus seguidores sí.
Rothen no aprobaba que su amigo expresara en público su antipatía hacia otro mago, pero no pudo reprimir una sonrisa. La costumbre que tenía Fergun de meterse donde nadie lo llamaba le granjeaba pocas simpatías.
—Por lo que recuerdo del informe del sanador, Fergun estaba muy confundido y agitado por el impacto. Ha considerado apropiado recetarle un sedante.
Dannyl soltó un suave gorjeo de placer.
—¡Fergun dormido! ¡Cuando se entere de que se ha perdido esta Reunión se pondrá furioso!
Sonó un gong y el silencio se fue adueñando de la sala.
—Y, como ya imaginarás, al administrador Lorlen le ha decepcionado muchísimo que lord Fergun no haya podido contar su versión de los hechos —añadió Rothen en susurros.
Dannyl ahogó una carcajada. Rothen vio que al otro lado de la sala todos los magos superiores habían tomado asiento. Solo quedaba en pie el administrador Lorlen, con el gong en una mano y el mazo en la otra.
La expresión de Lorlen era de gran solemnidad. Rothen recobró la compostura al comprender que aquella era la primera crisis que afrontaba el administrador desde que había salido elegido. Lorlen ya había demostrado su valía para lidiar con los asuntos cotidianos del Gremio, pero en ese momento eran muchos los magos que se preguntaban cómo se enfrentaría a aquella crisis.
—He convocado esta Reunión para tratar los acontecimientos que han tenido lugar esta mañana en la plaza Norte —dijo Lorlen—. Debemos abordar dos asuntos de suma gravedad: la muerte de un inocente y la existencia de una maga fuera de nuestro control. Empezaremos por el primero y más serio de estos asuntos. Llamo a declarar a lord Rothen como testigo de los hechos.
Dannyl miró sorprendido a Rothen y luego sonrió.
—Deben de haber pasado años desde la última vez que estuviste ahí abajo. Buena suerte.
Mientras se levantaba, Rothen fulminó a su amigo con la mirada.
—Gracias por recordármelo. No habrá problema.
Los magos se giraron para ver a Rothen bajar de su asiento y cruzar el salón hasta situarse ante los magos superiores. Inclinó la cabeza en dirección al administrador. Lorlen le respondió con un leve asentimiento.
—Cuéntenos lo que presenció, lord Rothen.
Rothen permaneció un momento en silencio para elegir sus palabras. Cuando alguien se dirigía al Gremio, se esperaba de él que fuera conciso y evitara las florituras.
—Cuando llegué esta mañana a la plaza Norte, lord Fergun ya estaba en su puesto —empezó—. Me coloqué a su lado y añadí mi poder al escudo. Algunos de los vagabundos más jóvenes empezaron a lanzarnos piedras pero, como de costumbre, no les hicimos caso. —Levantó la vista hacia los magos superiores y constató que lo observaban con atención. Reprimió un acceso de nerviosismo. Ciertamente hacía mucho tiempo que no se dirigía al Gremio—. Luego vi un resplandor azul con el rabillo del ojo y noté una perturbación en el escudo. Vislumbré fugazmente un objeto que venía hacia mí, pero antes de que yo pudiera reaccionar ya había impactado contra la sien de lord Fergun y lo había dejado inconsciente. Lo sostuve para evitar que cayese, lo tendí en el suelo y me cercioré de que la herida no era grave. Luego, cuando llegaron otros para ayudar, busqué al que había arrojado la piedra. —Rothen sonrió con ironía mientras recordaba—. Vi que, mientras la mayoría de los chavales parecían confusos y sorprendidos, una joven se miraba las manos anonadada. Mis colegas me pidieron que se la señalara. —Rothen meneó la cabeza—. Cuando lo hice, pensaron que señalaba a un joven que había junto a ella… y tomaron represalias.
Lorlen le indicó con un gesto que se detuviera. Paseó la mirada por los magos de la tribuna que tenía debajo hasta posarla en lord Balkan, líder de guerreros.
—Lord Balkan, ¿qué ha podido averiguar de quienes golpearon al joven con sus azotes?
El mago, vestido con una túnica roja, se puso en pie.
—Los diecinueve magos implicados creyeron que el atacante era uno de los muchachos de la multitud porque les pareció imposible que una chica hubiera recibido formación de un mago rebelde. Pretendían dejarlo aturdido, no querían hacerle daño. Según la descripción de los azotes proporcionada por los testigos, estoy convencido de que así fue. Esos mismos informes me llevan a concluir que algunos de los azotes de paro se combinaron para formar un azote de fuego desenfocado. Y eso fue lo que mató al chico.
El recuerdo de aquella forma en ascuas asaltó la mente de Rothen. Asqueado, bajó la mirada al suelo. Aunque los azotes no se hubieran combinado, diecinueve azotes de paro habrían sido demasiado para el cuerpo del chico. No pudo evitar sentirse culpable. Si hubiera actuado antes de que los otros reaccionaran…
—El asunto es complicado —dijo Lorlen—. La gente seguramente no nos creerá si nos limitamos a decir que cometimos un error. Una disculpa no bastará. Debemos realizar alguna compensación. ¿Indemnizar a los familiares del joven?
Varios magos superiores asintieron, y Rothen oyó murmullos de aprobación a su espalda.
—Eso si los encontramos —matizó uno de los magos superiores.
—Me temo que indemnizarlos no reparará el daño causado a nuestra reputación. —Lorlen frunció el ceño—. ¿Cómo vamos a recuperar el respeto y la confianza del pueblo?
Se oyeron murmullos, luego se alzó una voz:
—La indemnización es suficiente.
—Dejemos que pase el tiempo; la gente lo olvidará —dijo otra.
—Hacemos todo lo que podemos.
Y con voz más baja, a la derecha de Rothen:
—… un chico de las barriadas. ¿A quién le importa?
Rothen suspiró. Aunque aquellas palabras no le sorprendieron, despertaron en él una conocida rabia. Según la ley, el Gremio existía para proteger a los demás, y esa ley no hacía distinción entre ricos y pobres. Pero había oído a algunos magos afirmar que los de las barriadas eran una pandilla de ladrones que no merecían la protección del Gremio.
—Poco más podemos hacer —intervino lord Balkan—. Las clases altas aceptarán que la muerte del chico fue un accidente. Los pobres no, y nada de lo que hagamos o digamos les hará cambiar de opinión.
El administrador Lorlen miró uno por uno a los magos superiores. Todos asintieron.
—Muy bien —dijo por fin—. Volveremos sobre este tema en la próxima Reunión, cuando hayamos tenido tiempo de evaluar los efectos de la tragedia. —Inspiró profundamente, irguió la espalda y barrió el salón con la mirada—. Ahora, pasemos al segundo asunto: la maga rebelde. Aparte de lord Rothen, ¿alguien vio a la chica o fue testigo de cómo lanzaba la piedra?
Silencio. Lorlen, decepcionado, arrugó la frente. En las Reuniones Gremiales, la mayoría de los debates terminaban dominados por los tres líderes de disciplina: lady Vinara, lord Balkan y lord Sarrin. Lady Vinara, líder de sanadores, era una mujer tenaz y práctica, pero podía hacer gala de una compasión sorprendente. El fornido lord Balkan era observador y analizaba los recovecos de cada asunto, aunque no vacilaba a la hora de tomar decisiones difíciles o rápidas. El mayor de los tres, lord Sarrin, podía ser duro en sus juicios, pero siempre admitía la validez de otros puntos de vista.
Lorlen se dirigió a estos tres magos.
—Debemos empezar examinando aquellos hechos que han sido confirmados por testigos. No hay duda de que una simple piedra, por extraordinario que parezca, atravesó un escudo mágico. Lord Balkan, ¿cómo es eso posible?
El guerrero se encogió de hombros.
—El escudo que se utiliza en la Purga para repeler piedras es débil: puede frenar los proyectiles, pero no la magia. Por el fogonazo azul y por la sensación anómala que han descrito quienes sostenían el escudo, está claro que se utilizó la magia. Aun así, para que la magia atraviese un escudo tiene que estar conformada a ese efecto. Creo que la atacante utilizó un azote, uno muy simple, y lo envió con la piedra.
—Pero ¿por que arrojó la piedra? —preguntó lady Vinara—. ¿Por qué no azotó directamente con magia?
—¿Para disimular el azote? —propuso lord Sarrin—. Si los magos hubieran visto el azote, les habría dado tiempo de reforzar el escudo.
—Es posible —dijo Balkan—, pero la fuerza del azote solo se usó para cruzar la barrera. Si la agresora hubiera tenido malas intenciones, lord Fergun tendría mucho más que una mejilla magullada.
Vinara parecía desconcertada.
—Así pues, la atacante no pretendía hacer daño… Entonces ¿para qué lo hizo?
—Para demostrar su poder… para desafiarnos, tal vez —respondió Balkan.
La cara arrugada de Sarrin mostró su desaprobación. Rothen negó con la cabeza. Balkan captó el movimiento y se volvió hacia él con una sonrisa.
—¿No está usted de acuerdo, lord Rothen?
—La chica no esperaba hacer nada —afirmó Rothen—. A juzgar por su expresión, estaba estupefacta y sorprendida por lo que había hecho. Creo que no ha recibido ninguna formación.
—Imposible. —Sarrin meneó la cabeza—. Alguien debe de haber liberado sus poderes.
—Pues esperemos que la haya entrenado para controlarlos —añadió Vinara—. De lo contrario, nos enfrentamos a un problema de otro tipo, y muy serio.
De pronto se elevaron las especulaciones por todo el Salón. Lorlen alzó una mano y silenció las voces.
—Cuando lord Rothen me contó lo que había visto, llamé a lord Solend a mi estancia para preguntarle si, en sus estudios de la historia gremial, había sabido de magos que hubieran desarrollado sus poderes sin ayuda. —Lorlen estaba muy serio—. Por lo visto, nuestra suposición de que solo un mago puede liberar el poder de otro mago es falsa.
«Según los registros, en los primeros siglos de existencia del Gremio, algunos individuos que solicitaban formación ya estaban usando la magia. Sus poderes se habían desarrollado naturalmente al ritmo de su maduración física. Hoy día solo aceptamos e iniciamos a los aprendices muy jóvenes, por lo que el desarrollo natural del poder no tiene lugar. —Lorlen señaló una de las graderías laterales—. He pedido a lord Solend que recopile cuanto se sabe sobre este fenómeno y nos explique lo que ha averiguado.
Una figura avejentada se levantó de entre las filas de hombres y mujeres con túnica y empezó a bajar la escalera. Todos esperaron en silencio a que el anciano historiador llegara a la tribuna y se colocara junto a Rothen. Solend inclinó la cabeza ante los magos superiores.
—Quinientos años atrás —empezó a decir el anciano con voz quejumbrosa—, cualquiera que deseara aprender magia acudía a un mago para convertirse en su discípulo. Se sometía a prueba a los aspirantes y los seleccionaban en función de su fuerza y de lo que podían pagar. Esta tradición explica que los aprendices fueran bastante maduros cuando empezaban su formación, pues solo muchos años de trabajo o una generosa herencia les permitía costearse el aprendizaje.
»Sin embargo, a veces aparecía un discípulo cuyos poderes ya estaban deslabonados, como decían en esos tiempos. Esas personas, a las que llamaban «natas», jamás eran rechazadas. El motivo era doble. En primer lugar, sus poderes siempre eran fortísimos. En segundo, era necesario enseñarles Control. —El anciano hizo una pausa y su voz subió de tono—: Si esa joven es nata, cabe esperar que su poder supere al de la mayoría de los aprendices y, posiblemente, incluso al de la mayoría de los magos. Si no la encontramos y le enseñamos Control, será un peligro para la ciudad.
Tras un corto silencio, un rumor alarmado recorrió las tribunas.
—Eso suponiendo que sus poderes hayan aflorado por sí mismos —dijo Balkan.
El anciano asintió.
—También cabe la posibilidad de que alguien la haya adiestrado, claro está.
—Entonces debemos encontrarla a ella y a su maestro —afirmó una voz.
Las discusiones volvieron a llenar la estancia, pero la voz de Lorlen se elevó por encima de todas.
—Si es una rebelde, la ley nos obliga a llevarlos a ella y a sus tutores ante el rey. Si es una nata, debemos enseñarle Control. Sea como sea, hay que encontrarla.
—¿Cómo? —gritó alguien. Lorlen miró hacia abajo.
—¿Lord Balkan?
—Procediendo a un registro sistemático de las barriadas —respondió el guerrero. Se volvió hacia los consejeros reales—: Necesitaremos ayuda.
Lorlen arqueó las cejas y siguió la mirada del guerrero.
—El Gremio solicita formalmente la asistencia de la Guardia Ciudadana.
Los consejeros se miraron y asintieron.
—Concedida —respondió uno.
—Deberíamos empezar cuanto antes —dijo Balkan—. Lo ideal sería esta misma noche.
—Si queremos que la Guardia nos ayude, necesitamos tiempo para organizarlo. Propongo que empecemos mañana por la mañana —respondió Lorlen.
—¿Y las lecciones? —preguntó una voz.
Lorlen miró al mago que estaba sentado a su lado.
—Creo que un día más de estudio individual no afectará al progreso de los aprendices.
—Un día no supone mucha diferencia. —El avinagrado rector de la universidad, Jerrik, se encogió de hombros—. Pero ¿bastará un día para encontrarla?
Lorlen apretó los labios.
—Si no la encontramos, nos reuniremos aquí mañana por la noche para decidir quién continuará la búsqueda.
—¿Me permite una sugerencia, administrador Lorlen?
Rothen dio un respingo al oír la voz. Se giró y vio a Dannyl de pie entre los magos.
—¿Sí, lord Dannyl? —respondió Lorlen.
—La gente de las barriadas dificultará la búsqueda, por supuesto, y probablemente la chica se haya escondido. Tal vez tendríamos más posibilidades si entráramos en las barriadas disfrazados.
Lorlen torció el gesto.
—¿Qué disfraz sugiere?
Dannyl se encogió de hombros.
—Cuanto menos llamemos la atención, más posibilidades de triunfar. Propongo que al menos algunos de nosotros se vistan como ellos. Es posible que nos identifiquen por la forma de hablar, pero…
—Definitivamente, no —gruñó Balkan—. ¿Qué pasaría si desenmascarasen a uno de nosotros vestido como un miserable mendigo? Se burlarían de nosotros en todas las Tierras Aliadas.
Se alzaron voces de apoyo. Lorlen asintió despacio.
—Estoy de acuerdo. Como magos, estamos autorizados a entrar en cualquier casa de la ciudad. Si no vistiéramos la túnica, la búsqueda sería mucho más difícil.
—¿A quién tenemos que buscar? —preguntó Vinara.
Lorlen se volvió hacia Rothen.
—¿Recuerda su aspecto?
Rothen asintió. Dio unos pasos atrás, cerró los ojos y evocó el recuerdo de una chica menuda y flaca, de rasgos finos e infantiles. Recurrió a su reserva de poder mientras abría los ojos y esforzaba su voluntad. Delante de él, en el aire, apareció un fulgor que enseguida tomó la forma de una cara semitransparente. La ropa se fue materializando a medida que la memoria de Rothen aportaba detalles: una bufanda sin color anudada al cuello, un jubón con capucha, pantalones. Completada la ilusión, Rothen miró a los magos superiores.
—¿Y eso es lo que nos ha atacado? —murmuró Balkan—. Pero si es una cría.
—Un paquetito con una sorpresa muy grande dentro —dijo Sarrin en tono seco.
—¿Y si ella no fuera la agresora? —preguntó Jerrik—. ¿Y si lord Rothen se ha confundido?
Lorlen miró a Rothen y esbozó una sonrisa.
—Por el momento no tenemos más remedio que creer que está en lo cierto. No tardaremos en saber si los rumores lo confirman, y tal vez hallemos algún testigo entre el público. —Señaló la ilusión con la cabeza—. Es suficiente, lord Rothen.
Rothen agitó una mano y la ilusión se desvaneció. Cuando volvió a levantar la cabeza, vio que lord Sarrin lo medía con la mirada.
—¿Qué haremos con ella cuando la encontremos? —intervino Vinara.
—Si es una rebelde, aplicaremos la ley —respondió Lorlen—. Si no lo es, le enseñaremos a controlar sus poderes.
—Claro, pero ¿y después? Entonces ¿qué?
—Creo que la cuestión que plantea lady Vinara es: ¿deberíamos aceptarla entre nosotros? —dijo Balkan.
De repente el salón se llenó de voces.
—¡No! ¡Seguramente es una ladrona!
—¡Ha atacado a uno de los nuestros! ¡Deberíamos castigarla, no recompensarla!
Rothen meneó la cabeza y suspiró mientras las protestas continuaban. Si bien no existían leyes que prohibieran probar a los niños de las clases bajas, el Gremio solo buscaba la magia en los niños de las Casas.
—Hace siglos que este Gremio no toma un aprendiz que no proceda de las Casas —dijo Balkan con voz suave.
—Pero si Solend está en lo cierto, esa chica podría ser una maga poderosa —le recordó Vinara.
Rothen reprimió una sonrisa. Casi todas las magas se convertían en sanadoras, y él sabía que lady Vinara estaría encantada de pasar por alto el origen de la chica si con ello conseguía otra ayudante poderosa.
—«La fuerza no es una bendición cuando un mago se demuestra corrupto» —citó Sarrin—. Podría ser una ladrona, o incluso una fulana. ¿Qué influencia ejercería en los demás aprendices alguien con esos antecedentes? ¿Cómo sabemos si hará honor a nuestro compromiso?
Vinara arqueó las cejas.
—Entonces ¿propone que le mostremos de qué es capaz y luego liguemos sus poderes y la devolvamos a la pobreza?
Sarrin asintió. Vinara miró a Balkan, pero este se encogió de hombros. Rothen se mordió la lengua y se obligó a permanecer en silencio. Desde la fila superior, Lorlen contemplaba en silencio a los tres magos; su expresión no reflejaba qué opinaba.
—Como mínimo deberíamos darle una oportunidad —insistió Vinara—. Si existe una posibilidad de que se adapte a nuestras reglas y se convierta en una joven responsable, deberíamos ofrecerle una oportunidad.
—Cuanto más se desarrollen sus poderes, más difícil será ligarlos —le recordó Sarrin.
—Lo sé. —Vinara se inclinó hacia delante—. Pero no es imposible. Piense en la imagen que daremos a los demás si la aceptamos entre nosotros. Un poco de generosidad y amabilidad pueden hacer mucho más por nuestra dañada reputación que bloquearle los poderes y devolverla a las barriadas.
Balkan arqueó las cejas.
—Cierto, y además, si hiciéramos correr la voz de que la aceptaremos aquí, tal vez no tendríamos que buscarla. Cuando se entere de que puede convertirse en maga, con la posición y riqueza que ello conlleva, acudirá a nosotros.
—Y la pérdida de esa riqueza tal vez baste para disuadirla de volver a sus despreciables costumbres anteriores —añadió Sarrin.
Lady Vinara asintió. Recorrió el salón con la mirada, la posó en lord Rothen y entrecerró los ojos.
—¿Usted qué opina, lord Rothen?
Rothen hizo una mueca.
—Estaba preguntándome si, después de lo de esta mañana, se creerá algo de lo que le digamos.
La expresión de Balkan se ensombreció.
—Hum, lo dudo. Probablemente no tendremos más remedio que capturarla y explicarle nuestras buenas intenciones.
—Entonces no tiene sentido esperar a que acuda a nosotros —zanjó Lorlen—. Empezaremos a buscarla mañana, como habíamos planeado. —El administrador apretó los labios y se volvió hacia la tribuna que tenía encima.
Rothen levantó la mirada. Entre el asiento del administrador y el del rey había un lugar reservado para el líder del Gremio, el Gran Lord Akkarin. El mago de túnica negra no había hablado en toda la Reunión, pero aquello no era algo inusual. Aunque Akkarin podía alterar el rumbo de un debate con sus palabras breves y suaves, por lo general permanecía callado.
—Grand Lord, ¿tenéis alguna razón para sospechar que existan magos rebeldes en las barriadas? —preguntó Lorlen.
—No. En las barriadas no hay rebeldes —replicó Akkarin.
Rothen estaba lo bastante cerca para ver la rápida mirada que intercambiaron Balkan y Vinara. Reprimió una sonrisa. Se rumoreaba que el Gran Lord tenía unos sentidos particularmente afinados, y casi todos los magos se sentían un poco intimidados en su presencia. Lorlen asintió y se encaró de nuevo al salón. Golpeó el gong, cuyo eco resonó en toda la estancia, y las voces se convirtieron en un susurro.
—La decisión de formar o no a la chica queda pospuesta hasta que la hallemos y evaluemos su temperamento. De momento nos centraremos en encontrarla. La búsqueda se iniciará aquí mañana en la cuarta hora. Los que consideren que tienen motivos para quedarse en el recinto del Gremio, hagan el favor de redactar una petición y entregarla esta noche a mi ayudante. Dicho esto, declaro finalizada la Reunión.
El frufrú de las túnicas y el repiqueteo de las botas contra el suelo llenó el salón. Cuando los magos superiores empezaron a descender de sus tribunas, Rothen abandonó el estrado y se dirigió hacia las puertas laterales. Se volvió y aguardó a que Dannyl se abriera paso entre los demás magos y se reuniera con él.
—¿Has oído a lord Kerrin? —protestó Dannyl—. Quiere que castiguemos a la chica porque atacó a Fergun, su amiguito del alma. Personalmente, creo que la chica no pudo elegir mejor su objetivo.
—Bueno, Dannyl… —empezó Rothen.
—… y ahora nos harán registrar los cubos de basura de las barriadas —dijo una voz detrás de ellos.
—No sé si es más trágico que mataran al chico o que no acertaran a la chica —replicó otro mago.
Rothen, horrorizado, se volvió para fulminar con la mirada al que había hablado, un viejo alquimista que caminaba mirando al suelo enfurruñado y que ni se dio cuenta. El mago siguió su camino y Rothen sacudió la cabeza.
—Estaba a punto de empezar a darte lecciones sobre la compasión, Dannyl, pero sería absurdo, ¿verdad?
—Desde luego —convino Dannyl, apartándose para dejar paso al administrador Lorlen y al Gran Lord.
—¿Y si no la encontramos? —preguntó el administrador a su acompañante.
El Gran Lord se carcajeó por lo bajo.
—Tranquilo, de una manera o de otra la encontraréis. Aunque yo diría que mañana casi todos apoyarán la opción más espectacular y menos agradable.
Rothen volvió a sacudir la cabeza cuando los dos magos superiores pasaron.
—¿Soy el único al que le preocupa lo que pueda pasarle a esa pobre chica?
Dannyl le dio una palmadita en el hombro.
—Claro que no, pero espero que no se te haya ocurrido darle lecciones a él viejo compinche.