Una semana entera, en la que el tiempo no había hecho más que empeorar, había logrado sepultar los terrenos del Gremio bajo una gruesa capa de nieve. El césped, los jardines y los tejados se habían ocultado bajo una brillante manta blanca. Dannyl, bien resguardado del frío bajo la protección de su escudo mágico, podía admirar el espectáculo sin sufrir la incomodidad.
Los aprendices merodeaban junto a la entrada de la universidad. Mientras entraba en el edificio, tres de ellos pasaron corriendo junto a él, con las capas bien ceñidas a los hombros. Supuso que formarían parte de los admitidos en el solsticio de invierno. Pasaban varias semanas de entrenamiento antes de que los nuevos aprendices supieran cómo desviar el frío.
Subió la escalera para encontrar un pequeño grupo de aprendices esperando fuera del aula de alquimia donde daba sus clases Rothen. Gesticuló hasta que entraron por la puerta y empezó a seguirlos.
—Lord Dannyl.
Dannyl reconoció la voz y contuvo un gemido. Se volvió hacia Fergun, que recorría el pasillo en su dirección con lord Kerrin al lado.
Fergun se detuvo a unos pasos de Dannyl y echó un vistazo a la puerta del aula.
—¿El aula donde está entrando usted es la de Rothen?
—Sí —respondió Dannyl.
—¿Les está dando usted las clases?
—Sí.
—Ya veo. —Fergun se volvió, con Kerrin pisándole los talones. En un tono más bajo, aunque modulado para que Dannyl lo oyera, añadió—: Me sorprende que se lo permitan.
—¿A qué te refieres? —preguntó Kerrin, con una voz que se hacía más débil a medida que se alejaban.
—¿No recuerdas todos los problemas en los que se metió cuando era aprendiz?
—¡Ah, eso! —Kerrin soltó una carcajada que levantó ecos en el pasillo—. Supongo que podría ser una mala influencia.
Rechinando los dientes, Dannyl se volvió y encontró a Rothen en el vano de la puerta.
—¡Rothen! —exclamó Dannyl—. ¿Qué haces aquí?
—Estaba en la biblioteca. —La mirada de Rothen no se apartó de la espalda de Fergun—. Me sorprende lo mucho que estáis prolongando vuestra rencilla. ¿Es que nunca pensáis dejar atrás el pasado?
—Para él no es una rencilla —gruñó Dannyl—. Es deporte, y disfruta demasiado para parar.
Rothen levantó las cejas.
—Bueno, si se comporta como un aprendiz vengativo, la gente considerará sus palabras en consecuencia. —Sonrió cuando tres aprendices llegaron corriendo por el pasillo y se escurrieron por la puerta del aula—. ¿Cómo van mis aprendices?
Dannyl hizo una mueca.
—No sé cómo puedes soportarlo, Rothen. No irás a abandonarme a su merced mucho tiempo, ¿verdad?
—No lo sé. Semanas. Tal vez meses.
Dannyl gimió.
—¿Crees que Sonea ya está preparada para empezar las lecciones de Control?
—No —dijo Rothen, acompañando la negativa con un gesto.
—Pero si ya ha pasado una semana.
—Solo ha pasado una semana. —Rothen suspiró—. Me extrañaría que confiara en nosotros aunque le diéramos seis meses para adaptarse. —Arrugó la frente—. No es que le caigamos mal como individuos, sino que no cree que el Gremio tenga buenas intenciones… y no lo creerá hasta que vea alguna prueba. No hay tiempo para eso. Cuando Lorlen venga de visita, esperará que hayamos iniciado ya las clases.
Dannyl agarró el brazo de su amigo.
—De momento, lo único que has de hacer es enseñarle Control, y para eso no hace falta que confíe en nadie más que en ti, Rothen. Eres simpático. Velas por sus intereses. —Vaciló—. Si no puedes decírselo, entonces muéstraselo.
Rothen empezó a poner cara pensativa y entonces, comprendiendo, abrió los ojos de par en par.
—¿Dejarle que vea mi mente?
—Sí. De esa forma sabrá que le estás diciendo la verdad.
—Es… no es necesario para enseñar Control, pero las circunstancias distan bastante de ser las habituales. —Rothen frunció el ceño—. Pero tendré que evitar que se entere de algunas cosas.
—Ocúltalas. —Dannyl sonrió—. Bueno, tengo un aula llena de tus aprendices esperándome, todos ellos ansiosos por probar las últimas bromas y travesuras torturamaestros conmigo. Olvídate de Lorlen; soy yo quien espera oír que has hecho tremendos avances, cuando nos veamos esta noche.
Rothen rió entre dientes.
—Sé razonable con ellos y ellos serán razonables contigo, Dannyl.
Mientras su amigo se giraba para marcharse, Dannyl soltó una carcajada corta y malhumorada. En algún lugar sobre sus cabezas, un mazo dio contra el gong de la universidad. Con un suspiro, Dannyl cuadró los hombros y entró en el aula.
Apoyada en el alféizar, Sonea vio cómo los últimos magos y aprendices se perdían rápidamente de vista. Sin embargo, no todos ellos habían respondido al gong de la universidad. Había dos personas de pie al otro lado de los jardines.
Una era una mujer con la túnica verde y un fajín negro: la líder de sanadores. «Entonces las mujeres sí que tienen alguna influencia en el Gremio», pensó.
El otro era un varón con túnica azul. Sonea repasó las explicaciones que le había dado Rothen sobre el código de colores, pero no recordaba que hubiese mencionado el azul. No era un color nada habitual, así que quizá también él fuera un mago influyente.
Rothen le había contado que los magos ocupaban puestos elevados cuando salían elegidos en votación por todos los miembros del Gremio. Aquel método de escoger a los líderes por acuerdo mayoritario era intrigante. Había esperado que fuese el mago más fuerte quien gobernara a los demás.
Según Rothen, los otros magos pasaban el tiempo enseñando, haciendo experimentos o trabajando en proyectos públicos. Eso último incluía tareas que iban de lo impresionante a lo ridículo. Le había sorprendido enterarse de que los magos habían dragado la bahía artificial donde estaba el Puerto, y le había divertido saber que un mago había pasado gran parte de su vida intentando hacer pegamentos cada vez más fuertes.
Tamborileando los dedos, volvió a mirar toda la habitación. Durante la última semana había tenido oportunidad de examinarlo todo, incluida la habitación donde dormía Rothen. Su meticuloso registro de todos los armarios, cofres y cajones le había revelado ropa y objetos cotidianos. Las pocas cerraduras presentes se habían rendido con facilidad a su habilidad para abrirlas, pero su única recompensa habían sido unos documentos antiguos.
Algo se movió en el límite de su visión y Sonea se volvió hacia la ventana. Los dos magos se habían separado, y el hombre de la túnica azul ahora caminaba por el borde del jardín hacia la residencia de dos pisos del Gran Lord.
Recordó la noche en que había curioseado en aquel edificio y se estremeció. Rothen no le había mencionado nada sobre magos asesinos, pero no era de extrañar. Estaba intentando convencerla de que el Gremio era amistoso y conveniente para ella. Si el mago de la túnica negra no era un asesino, ¿qué más podía ser?
El recuerdo de un hombre con la ropa ensangrentada le vino de golpe a la mente.
«Está hecho —había comentado el hombre—. ¿Has traído mi túnica?»
Casi dio un salto cuando la puerta se abrió con un chasquido a sus espaldas. Al girarse, exhaló mientras Rothen entraba en la habitación a zancadas, con la túnica arremolinada a su alrededor.
—Perdona que haya tardado tanto.
Era un mago, y aun así se estaba disculpando ante ella. Divertida, levantó los hombros como respuesta.
—Te he traído unos libros de la biblioteca. —Irguió la espalda y la contempló con seriedad—. Pero he pensado que podríamos empezar a trabajar en unos ejercicios mentales. ¿Qué opinas?
—¿Ejercicios mentales? —Sonea frunció el entrecejo, y luego se quedó helada al comprender lo que sugería el mago. ¿Pensaba que confiaba en él después de una sola semana?
«¿Confío?»
La estaba mirando atentamente.
—Probablemente no empezaremos con las clases de Control —le dijo—. Pero deberías acostumbrarte a la comunicación mental antes de que iniciemos las lecciones.
Sonea pensó en la última semana, sopesando lo que había logrado saber de él.
Rothen había pasado casi todo el tiempo enseñándole a leer. Al principio Sonea había sospechado que encontraría algo en los libros que él pudiera usar como cebo o soborno. Casi la había decepcionado verse leyendo simples relatos de aventuras, con poquísimas referencias a la magia.
A diferencia de Serin, que se había afanado en evitar enfurecerla, Rothen no dudaba a la hora de corregirla cuando cometía errores. Podía ser bastante terco, pero Sonea había descubierto, para su sorpresa, que aquel mago no le daba ningún miedo. Hasta le habían entrado ganas de pincharlo un poco cuando se ponía demasiado serio.
Cuando Rothen no estaba instruyéndola, intentaba charlar. Sonea sabía que no le estaba poniendo las cosas nada fáciles con su rechazo a tratar una buena cantidad de temas. Aunque el mago siempre se mostraba dispuesto a responder a sus preguntas, no intentaba engañarla ni obligarla a que revelara nada sobre sí misma a cambio.
¿La comunicación mental sería igual? ¿Seguiría siendo capaz de ocultar partes de sí misma?
«La única forma de saberlo es intentarlo», se dijo. Tragó saliva y asintió con rapidez.
—¿Cómo se empieza?
Rothen estudió la expresión de la joven.
—Si no quieres, podemos esperar unos días más.
—No —respondió Sonea, moviendo la cabeza—. Ahora está bien.
Él asintió y le señaló las sillas.
—Siéntate. Tienes que estar cómoda.
Sonea ocupó una silla y miró cómo él apartaba la mesa baja y movía otra silla hacia delante, frente a la de ella. Estaría sentado muy cerca, comprendió consternada.
—Voy a pedirte que cierres los ojos —dijo el mago—, y luego te cogeré las manos. No es necesario que estemos en contacto cuando hablamos, pero ayuda a enfocar la mente. ¿Estás lista?
Ella asintió.
—Cierra los ojos —pidió— y relájate. Respira lenta y profundamente. Escucha el sonido de tu propia respiración.
Sonea obedeció. Rothen dejó que pasara mucho tiempo en silencio. Al cabo de un rato, Sonea se dio cuenta de que los dos respiraban al mismo ritmo, y se preguntó si él habría adaptado su aliento al suyo.
—Imagínate que, cada vez que respiras, una parte de ti se relaja. Primero los dedos de los pies, luego los tobillos. Pantorrillas, rodillas, muslos… Descansa los dedos, las manos, los brazos, la espalda… Deja que caigan los hombros. Permite que la cabeza se suelte un poco hacia delante.
Aunque le parecieron unas instrucciones un tanto peculiares, Sonea hizo lo que él decía. A medida que la tensión abandonaba sus extremidades, fue siendo consciente de un cosquilleo en su estómago.
—Ahora voy a cogerte las manos —dijo el mago.
Las manos que envolvieron las suyas parecían mucho más grandes. Resistió el impulso de abrir los ojos para comprobarlo.
—Escucha. Piensa en lo que puedes oír.
Sonea fue repentinamente consciente de que la rodeaba un rumor constante de pequeños sonidos. Cada uno de ellos reclamaba su atención y le exigía que lo identificara: el ruido de los pasos en el exterior, las lejanas voces de magos y sirvientes que llegaban desde dentro y fuera del edificio…
—Ahora deja que se desvanezcan los sonidos de fuera de la sala. Olvídalos y concéntrate en los sonidos que hay dentro.
Dentro había más silencio. El único ruido era el de sus respiraciones, que ahora tenían distintos ritmos.
—Deja que esos sonidos también se desvanezcan. Ahora escucha los sonidos de tu propio cuerpo. Los lentos latidos del corazón…
Sonea frunció el ceño. Aparte de su respiración, no oía más sonidos dentro de su cuerpo.
—… el torrente de sangre que te recorre el cuerpo.
Se estaba concentrando mucho, pero no podía oír…
—… el sonido de tu estómago…
¿O sí? Había una cosa…
—… la vibración dentro de los oídos…
Entonces se dio cuenta de que los sonidos que describía Rothen no se oían: se sentían.
—… Y ahora escucha el sonido de tus pensamientos.
Por un momento Sonea se quedó perpleja ante aquella instrucción, y entonces sintió una presencia a las puertas de su mente.
Hola, Sonea.
¿Rothen?
Exacto.
La presencia se hizo más tangible. La personalidad que podía notar le era sorprendentemente familiar. Era como reconocer una voz, una voz tan particular que nunca podría confundirse con ninguna otra.
Así que esto es la comunicación, meditó.
Si. Por medio de ella, podemos hablar entre nosotros desde distancias enormes.
Se dio cuenta de que no estaba escuchando palabras, sino sintiendo el significado de los pensamientos que él había proyectado hacia ella. Aparecían de repente en su mente, y se comprendían con tanta rapidez y exactitud que sabía, certera y exactamente, lo que él quería que supiera.
¡Es muchísimo más rápido que hablar!
Sí, y hay menos margen para malentendidos.
¿Podría hablar así con mi tía? Podría hacerle saber que sigo viva.
Sí y no. Solamente los magos pueden comunicarse mente a mente sin contacto físico. Podrías hablar con tu tía, pero tendrías que estar tocándola. No hay razón por la que no puedas mandar un mensaje ordinario a tu tía, de todas formas…
Lo cual les revelaría su situación, comprendió. Sonea notó que flaqueaba su entusiasmo por la comunicación mental. Debía tener cuidado.
Entonces… ¿los magos siempre hablan así?
Normalmente no.
¿Por qué?
Esta forma de comunicación tiene sus inconvenientes. Cuando alguien te envía pensamientos, sientes las emociones que llevan detrás. Por ejemplo, es fácil detectar cuándo alguien miente.
¿Y eso es malo?
Por sí mismo, no, pero imagínate que te has dado cuenta de que tu amigo se está quedando calvo. El notaría la diversión que hay tras tus pensamientos y, aun sin saber lo que te hace tanta gracia, sabría que es a costa suya. Ahora imagínate que no fuera un amigo dispuesto a perdonarte, sino alguien a quien respetaras y quisieras impresionar.
Ya veo por qué lo dices.
Bien. Veamos, para la siguiente parte de la lección quiero que imagines que tu mente es una habitación, un espacio con paredes, suelo y techo.
Al instante Sonea se vio de pie en el centro de una habitación. Tenía algo familiar, aunque no recordaba haber visto antes ninguna parecida. Estaba vacía, no tenía puertas ni ventanas y las paredes eran de madera desnuda.
¿Qué ves?
Las paredes son de madera y está vacía, respondió Sonea.
Ah, ya la veo. Esta habitación es la parte consciente de tu mente.
Entonces… ¿puedes ver dentro de mi mente?
No, acabas de proyectarme una imagen. Mira, volveré a enviártela.
Por la mente de la joven pasó la imagen de una habitación. Estaba poco definida y borrosa, sin ningún detalle distinguible.
Es… distinta, como confusa, dijo Sonea.
Ocurre porque ha transcurrido algún tiempo y mi recuerdo de ella se ha marchitado. La diferencia que notas viene de que mi mente ha rellenado los detalles que le faltaban a mi memoria, como el color y la textura. Bueno, tu habitación necesita una puerta.
Se materializó una puerta ante ella.
Ve a la puerta. ¿Te acuerdas del aspecto que tenía tu poder?
Sí, era una bola de luz brillante.
Es una forma muy habitual de visualizarlo. Quiero que pienses al mismo tiempo en ella cuando era potente y peligrosa, y después de que menguara. ¿Te acuerdas?
Sí…
Pues abre la puerta.
Después de hacerlo, Sonea se vio en el umbral que daba a la oscuridad. Ante ella pendía una esfera blanca de brillante resplandor. Era imposible juzgar su lejanía. Un momento le parecía que la bola flotaba casi al alcance de la mano, al siguiente estaba segura de que era de tamaño colosal y flotaba a una distancia inconcebible de ella.
¿Cómo es de grande, en comparación con lo que recuerdas?
No tan grande como cuando era peligrosa. Le mandó una imagen de la bola.
Bien. Crece más deprisa de lo que esperaba, pero aún tenemos tiempo antes de que tu magia empiece a aflorar sin que tú quieras. Cierra la puerta y regresa a la habitación.
La puerta se cerró y desapareció, y Sonea se vio de pie, de nuevo en el centro de la sala.
Quiero que imagines otra puerta. Esta vez es la puerta que da al exterior, así que hazla más grande.
En su habitación apareció una puerta doble, que reconoció como la entrada principal de la casa de queda donde había vivido antes de la Purga.
Cuando abras esas puertas, verás una casa. Debería tener un aspecto parecido a éste.
Por su mente pasó la imagen de una casa blanca, similar a los hogares de los mercaderes en la Cuaderna Occidental. Cuando empujó la puerta doble de su mente para abrirla, vio el edificio delante. Entre su habitación y aquella casa había una calle estrecha.
Cruza hasta el edificio.
La casa tenía una puerta simple roja. La escena cambió y Sonea se halló delante de la puerta. Cuando tocó el pomo, la puerta se abrió hacia dentro y le permitió entrar en una gran habitación blanca.
Las paredes tenían cuadros colgados, y había un juego de butacas distribuidas ordenadamente en las esquinas de la sala. Le recordó un poco la sala de invitados de Rothen, pero más grandiosa. La sensación de su personalidad era intensa, como un perfume penetrante o el calor de la luz solar.
Bienvenida, Sonea. Estás en lo que podríamos llamar la antesala de mi mente. Aquí te puedo enseñar imágenes. Mira los cuadros.
Sonea fue hasta el cuadro más cercano. En él, se vio a sí misma vestida con túnica de maga, discutiendo acalorada con otros magos. Molesta, apartó la mirada.
Espera, Sonea. Mira el cuadro de al lado.
De mala gana, recorrió la pared. El siguiente cuadro la mostraba con una túnica verde, curando a un hombre que tenía la pierna herida. Se apresuró a darle la espalda.
¿Por qué te repele ese futuro?
No es quien yo soy.
Pero podría serlo, Sonea. ¿Ves ahora que te he dicho la verdad?
Mirando de nuevo los cuadros, comprendió de repente que sí le estaba diciendo la verdad. Ahí no podía mentirle. Le estaba mostrando unas posibilidades que eran reales. Era cierto que el Gremio quería que ella se uniera…
Entonces encontró una puerta negra que no había visto antes. Tan pronto como la miró, supo que estaba cerrada con llave y notó que volvían sus recelos. Tal vez no fuera capaz de mentir, pero quizá pudiera ocultar algunas verdades.
¡Me estás escondiendo cosas!, acusó al mago.
Sí, respondió él. Todos estamos capacitados para esconder las partes de nosotros que deseamos conservar en privado. De lo contrario, nadie dejaría que otra persona entrara en su mente jamás. Te enseñaré cómo se hace, ya que necesitas más privacidad que la mayoría de nosotros. Observa, y te permitiré vislumbrar lo que hay tras esa puerta.
La puerta se abrió hacia dentro. Por el hueco, Sonea vio una mujer tendida en una cama, con una palidez mortecina en la cara. Se extendió un sentimiento de intenso pesar. Sin avisar, la puerta volvió a cerrarse de sopetón.
Mi esposa.
¿Murió…?
Sí. ¿Comprendes ahora por qué oculto esa parte de mí?
Sí. Yo… lo lamento.
Fue hace mucho tiempo, y entiendo que necesites ver con tus propios ojos que digo la verdad.
Sonea dio la espalda a la puerta negra. En la habitación se había colado una ráfaga de aire perfumado, con una mezcla de flores y algo acre y desagradable. Los cuadros de ella vestida con túnica se habían inflado hasta llenar las paredes, pero los colores estaban diluidos.
Hemos conseguido mucho. ¿Regresamos a tu mente?
Al momento la habitación empezó a moverse bajo sus pies, empujándola hacia la puerta roja. Dio un paso afuera y levantó la mirada. La fachada principal de su casa se alzaba ante ella. Era un edificio de madera sin adornos, algo desgastado por el uso pero aún recio, el típico de las mejores zonas de las barriadas. Cruzó la calle y regresó a la antesala de su propia mente. Las puertas se cerraron tras ella.
Ahora vuélvete y mira fuera.
Cuando volvió a abrir las puertas, se sorprendió de encontrar allí de pie a Rothen. Parecía algo más joven, y tal vez también más bajo.
—¿No me invitas a pasar? —preguntó, sonriente.
Sonea dio un paso atrás y le hizo un gesto de bienvenida. Cuando cruzó el umbral, la sensación de su presencia llenó la habitación. Miró a su alrededor, y de repente Sonea se dio cuenta de que ya no estaba vacía.
El sentimiento de culpa fue intenso al ver que, en una mesa cercana, había una caja. Era la que había abierto sin permiso. La tapa colgaba a un lado y los documentos que tenía en el interior se veían claramente.
Entonces vio que Cery estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, sosteniendo tres libros que conocía.
Y en otro rincón estaban Jonna y Ranel…
Sonea.
Se volvió para descubrir que Rothen se había tapado los ojos con las manos.
Guarda lo que no quieras que vea a puerta cerrada.
Sonea recorrió la habitación con la mirada y se concentró en apartar cuanto veía. Todo se deslizó hacia atrás, atravesó las paredes y desapareció.
¿Sonea?
La chica se giró y se dio cuenta de que Rothen había desaparecido.
¿Te he echado a ti también?
Sí. Vamos a intentarlo otra vez.
De nuevo abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar pasar a Rothen. Captó un movimiento con el rabillo del ojo y miró, pero, fuera lo que fuese que hubiera allí, ya había vuelto a hundirse en las paredes. Se dio la vuelta y descubrió que había aparecido otra habitación detrás de la puerta. En el extremo más alejado de aquella habitación había otra puerta y ahora Rothen estaba en ella.
Cruzó el umbral y cambió todo. Había dos habitaciones entre ellos, luego tres.
¡Basta!
Notó que el mago le soltaba las manos. Repentinamente consciente del mundo físico, Sonea abrió los ojos. Rothen estaba reclinado en su silla, poniendo una mueca de dolor y frotándose las sienes.
—¿Estás bien? —preguntó, inquieta—. ¿Qué ha pasado?
—Estoy bien. —Dejó caer la mano y sonrió a duras penas—. Me has echado de tu mente a patadas. Es una reacción natural, y se puede aprender a controlar. No te preocupes, estoy acostumbrado. He enseñado a muchos aprendices antes que a ti.
Ella asintió y se frotó las manos.
—¿Quieres que lo volvamos a intentar?
Rothen negó con la cabeza.
—Ahora no. Descansaremos y trabajaremos con la lectura. A lo mejor esta tarde probamos otra vez.