Se había posado una luz tenue y delicada sobre los árboles y edificios del Gremio. Cery torció el gesto. La última vez que había mirado, la oscuridad lo envolvía todo. Debía de haberse quedado dormido, pero ni siquiera recordaba haber cerrado los ojos. Se frotó la cara, miró alrededor y pensó en la larga noche que había pasado.
Había empezado en compañía de Farén. Recobrado y con el estómago lleno, había vuelto a preguntar si el ladrón le ayudaría a rescatar a Sonea. La negativa de Farén había sido firme.
—Si la hubiera capturado la Guardia, o hasta si estuviera prisionera en Palacio, ya la habría recuperado… y habría disfrutado demostrando que puedo hacerlo. —Farén había lanzado una breve sonrisa, si bien se le endureció la expresión—. Pero estamos hablando del Gremio, Cery. Lo que propones está fuera de mi alcance.
—No es verdad —había insistido Cery—. No apostan guardias ni tienen barreras mágicas. Lo que…
—No, Cery —había interrumpido Farén con los ojos brillantes—. No es cuestión de guardias ni de barreras. El Gremio nunca ha tenido suficientes motivos para mover el trasero y encargarse de nosotros. Si la secuestráramos en su propio terreno, podría darles una razón para intentarlo. Créeme, Cery, nadie quiere averiguar si somos capaces de eludirlos o no.
—¿A los ladrones les dan miedo?
—Sí. —La expresión de Farén había sido inusualmente grave—. Nos dan miedo. Y con razón.
—Podríamos hacer que pareciera que la rescata otra gente…
—El Gremio podría seguir creyendo que somos nosotros. Escúchame, Cery. Te conozco lo suficiente para suponer que vas a intentar rescatarla por tu cuenta. En vez de hacerlo, piensa esto: los otros te matarán si creen que eres una amenaza. Nos están vigilando de cerca.
Cery no había respondido a aquello.
—¿Quieres seguir trabajando para mí?
Cery había asentido.
—Bien. Tengo otro encargo para ti, si lo quieres.
El encargo de Farén había llevado a Cery al Puerto, tan lejos del Gremio como era posible. Tras cumplirlo, Cery había cruzado la ciudad, había escalado la pared del Gremio y se había instalado en el bosque para mirar.
Mientras menguaba la actividad y se oscurecía la noche, Cery había distinguido movimiento en una ventana de la universidad. Había aparecido una cara. Un rostro de hombre, que observaba con atención el edificio de los magos.
El vigilante se quedó en su puesto durante media hora. Al final había aparecido una cara en una ventana del edificio de los magos, y el corazón de Cery había dado un vuelco. La reconoció incluso desde aquella distancia.
Sonea había pasado varios minutos mirando los jardines, y luego había descubierto a su espía. Al verlo, se había apartado con rapidez de su vista.
El vigilante se había esfumado poco después. Cery se había quedado allí toda la noche, pero no había visto ninguna otra actividad, ni de los magos ni de Sonea. Ahora que llegaba el alba, sabía que debía regresar con Farén. El ladrón no iba a estar de acuerdo con que Cery espiara, pero el joven ya había hecho planes. Admitir que Sonea estaba demasiado bien vigilada bastaría para aplacar al ladrón. Farén le había prohibido intentar un rescate, no recabar información, y ya debería suponer que Cery buscaría pruebas de que su amiga seguía con vida.
Cery se levantó y se desperezó. No iba a decirle a Farén lo que había averiguado haciendo guardia aquella noche, sin embargo. Aparte del vigilante misterioso, los magos no habían dispuesto ninguna guardia externa en sus edificios. Si Sonea estaba sola en aquella habitación, la esperanza no estaba perdida.
Sonriendo por primera vez en varios días, Cery empezó a cruzar el bosque en dirección a las barriadas.
Sonea se despertó sobresaltada y encontró a la sirvienta de Rothen mirándola.
—Discúlpeme, milady —se apresuró a decir la mujer—. Pero cuando he visto que la cama estaba vacía he pensado… ¿Por qué está durmiendo en el suelo?
Sonea se puso de pie y se desembarazó de las mantas.
—Es por la cama —dijo—. Se hunde muchísimo. Me da la impresión de que voy a caerme de ella.
—¿Se hunde? —La mujer parpadeó, sorprendida—. ¿Quiere decir que es demasiado blanda? —Se le iluminó la expresión—. Pero es porque usted seguramente no ha dormido nunca en un colchón de lana de reber. Mire.
Apartó las sabanas de la cama y dejó a la vista varias capas de colchón grueso y mullido. Agarró la mitad y las sacó de la cama.
—¿Cree que así le sería más cómodo? —preguntó, haciendo presión en las capas que quedaban.
Sonea dudó, y luego también apretó el colchón. La cama seguía siendo blanda, pero podía notar la base de madera que había debajo. Asintió.
—¡Maravilloso! —exclamó la sirvienta con voz aguda—. Bueno, le he traído agua para que se asee y… ¡Oh! Pero si ha dormido vestida. No importa. Le he traído ropa limpia. Cuando haya terminado, salga a la sala de invitados. Tomaremos unos pasteles y sumi para empezar el día.
Sonea observó entretenida cómo la mujer recogía los colchones y salía aparatosamente de la habitación. Cuando se hubo cerrado la puerta, se sentó en el borde de la cama y suspiró.
«Sigo aquí.»
Repasó la jornada anterior en su mente: las conversaciones con Rothen, su resolución de escapar, la gente que había visto de noche por la ventana. Con un suspiro, se levantó y examinó la pileta de agua, el jabón y la toalla que le había traído la sirviente.
Encogió los hombros, se desnudó, se lavó y se cambió de ropa, y luego fue hacia la puerta. Vaciló antes de agarrar la manecilla. Seguro que Rothen la estaba esperando al otro lado. Sintió una leve punzada de preocupación, pero ningún miedo.
Era una maga. Eso tendría que asustarla más, pero él le había dicho que no iba a hacerle daño, y ella había elegido creerle… de momento.
Dejar que entrara en su mente, sin embargo, no iba a resultarle tan fácil. Sonea no tenía ni la menor idea de si podía hacerle daño de aquella manera. ¿Y si era capaz de cambiarle la forma de pensar, y hacer que amara el Gremio?
«¿Qué opción me queda?» Tendría que confiar en que el mago no pudiera, o no quisiera, trastear con su mente. Era un riesgo que tenía que asumir, y preocuparse por ello no iba a facilitárselo lo más mínimo.
Irguió la espalda y abrió la puerta. La sala de invitados parecía ser en la que Rothen pasaba la mayor parte del tiempo. Había un grupo de sillas en torno a una mesa baja en el centro de la habitación. Contra las paredes había estanterías y mesas más altas. Rothen estaba sentado en una de las sillas acolchadas, y sus ojos azules iban de un lado a otro de la página de un libro.
Levantó la mirada y sonrió.
—Buenos días, Sonea.
La sirvienta estaba de pie junto a una mesa lateral. Sonea escogió la silla que estaba enfrente de Rothen. La sirvienta colocó sendas copas delante del mago y la joven y llevó una bandeja a la mesa. Rothen dejó el libro en la mesa.
—Esta es Tania —dijo, desviando la mirada hacia la mujer—. Mi sirvienta.
—Es un honor conocerla, milady —respondió la mujer, inclinándose.
Sonea notó que se le calentaba la cara de la vergüenza, y apartó la mirada. Para su inmenso alivio, Tania regresó a la mesa de la comida.
Observando a la mujer, que disponía los pastelitos en una bandeja, Sonea se preguntó si debería sentirse halagada por tanta deferencia. Quizá esperaban que le cogiera el gusto, a eso y a los lujos, y se mostrara más dispuesta a cooperar.
La mujer levantó la vista, consciente de que Sonea la estaba estudiando, y compuso una sonrisa nerviosa.
—¿Has dormido bien, Sonea? —preguntó Rothen.
Sonea lo miró y encogió los hombros.
—Un poco.
—¿Te gustaría que siguiéramos hoy con tus clases de lectura?
Sonea miró el libro que había estado leyendo el mago y arrugó la frente al darse cuenta de que lo conocía. Él siguió su mirada.
—Ah, las Anotaciones sobre el uso de la magia de Fien. He pensado que debería saber lo que has estado leyendo. Es un viejo libro de historia, no un libro de texto, y puede que la información que contiene esté desfasada. Podrías…
Lo interrumpieron unos golpes en la puerta. Rothen se puso de pie, se acercó a la puerta principal y la entreabrió. Sonea sabía que el mago no tendría ningún problema en evitar que escapara, por lo que comprendió que el objetivo deliberado de Rothen era impedir que viera al visitante… ¿o estaría evitando que el visitante la viera a ella?
—¿Sí? Lord Fergun. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Deseo ver a la chica.
La voz era suave y cultivada. Sonea se sobresaltó cuando Tania le colocó una servilleta en el regazo. La sirvienta frunció el ceño mirando la espalda de Rothen antes de apartarse.
—Todavía es demasiado pronto —replicó Rothen—. Está…
Vaciló un momento, pasó al otro lado de la puerta y la cerró a sus espaldas. Desde el otro lado de la puerta llegó a Sonea el leve murmullo de dos voces que continuaban la discusión.
Sonea vio que Tania se acercaba de nuevo a la mesa, esta vez llevando una fuente de pastelitos dulces. Sonea eligió uno y probó un sorbo de la copa que tenía delante.
Su boca se llenó de un sabor amargo que le provocó una mueca. Tania arqueó las cejas y señaló con la cabeza la bebida que Sonea tenía en la mano.
—Apuesto a que eso significa que no le gusta el sumi —dijo—. ¿Qué le gustaría tomar?
—Raka —respondió Sonea.
El gesto de disculpa de la sirvienta pareció genuino.
—Aquí no tenemos raka, lo siento. ¿Puedo traerle un poco de zumo de pachi?
—No, gracias.
—¿Agua, entonces?
Sonea le lanzó una mirada de incredulidad. Tania sonrió.
—Aquí el agua es limpia. Mire, le traeré un poco. —Regresó a la mesa del fondo de la habitación, llenó un vaso de una jarra y se lo llevó a Sonea.
—Gracias —dijo la joven.
Levantó el vaso y se sorprendió de que el líquido fuera claro. No tenía ni la menor partícula flotando. Probó un sorbo y no distinguió ningún sabor aparte de una leve dulzura.
—¿Lo ve? —dijo Tania—. Ahora le arreglaré la habitación. Estaré allí unos minutos, pero si necesita cualquier cosa no dude en llamarme.
Sonea asintió y escuchó los pasos de la sirvienta mientras se alejaba. Sonrió al cerrarse la puerta del dormitorio. Cogió el vaso y se lo bebió entero, y después limpió rápidamente la parte de dentro con la servilleta. Se acercó con pasos ligeros a la puerta, puso el vaso contra la madera y pegó su oreja a la base.
—… tenerla aquí dentro. Es peligroso.
Esa voz era la del desconocido.
—No hasta que recupere las fuerzas —respondió Rothen—. Tan pronto como eso ocurra, puedo enseñarle cómo descargar su poder sin riesgo, igual que hicimos ayer. El edificio no corre ningún peligro.
Hubo una pausa.
—De todos modos, no hay razón para mantenerla aislada.
—Como ya le he dicho, se asusta con facilidad, y su confusión no es poca. Lo último que necesita es una multitud de magos diciéndole lo mismo de doce formas distintas.
—No hablo de una multitud, solo de mí mismo… y lo único que pretendo es conocerla. Le dejaré todo el aprendizaje a usted. Sin duda, eso no puede hacer ningún daño.
—Lo comprendo, pero tendremos tiempo para todo esto más adelante, cuando haya adquirido algo de confianza.
—No existe ninguna ley que diga que puedes tenerla apartada de mí, Rothen —replicó el desconocido, con un nuevo matiz de advertencia en su tono.
—No, pero creo que la mayoría comprenderá las razones de mi postura.
El desconocido suspiró.
—Me preocupa tanto su bienestar como a ti, Rothen, y he invertido el mismo tiempo y esfuerzo buscándola. Creo que muchos coincidirán en que me he ganado el derecho a tener voz en este asunto.
—Tendrás tu oportunidad de conocerla, Fergun —replicó Rothen.
—¿Cuándo?
—Cuando esté preparada.
—Y serás tú, y solo tú, quien decida el momento.
—Por ahora.
—Eso ya lo veremos.
El silencio siguió a esas palabras, y al momento la manecilla de la puerta empezó a girar. Sonea volvió a su asiento a la carrera y se extendió la servilleta en el regazo de nuevo. Cuando Rothen entró en la sala, su expresión pasó del enfado al buen humor.
—¿Quién era? —preguntó Sonea.
El mago levantó los hombros.
—Alguien que quería saber cómo te iba.
Sonea asintió y luego se estiró para alcanzar otro pastelito.
—¿Por qué Tania me hace reverencias y me llama milady?
—Ah. —Rothen se dejó caer en la silla y cogió la copa llena de líquido amargo que le había dejado Tania—. Todos los magos reciben el tratamiento de lord o lady. —Se encogió de hombros—. Ha sido así desde siempre.
—Pero yo no soy maga —señaló Sonea.
—Bueno, Tania es un poco precoz —dijo Rothen con una risita.
—Yo creo… —Sonea puso mala cara—. Yo creo que me tiene miedo.
Rothen frunció el ceño a Sonea por encima de su copa.
—Solamente la pones un poco nerviosa. Puede ser peligroso estar cerca de un mago que no ha aprendido Control. —Esbozó una sonrisa—. Parece que ella no es la única que se preocupa. Ya que conoces mejor que nadie los peligros, ya te imaginarás lo que opinan algunos magos de que estés viviendo en su mismo alojamiento. No eres la única que durmió mal anoche.
La mente de Sonea volvió al momento en que la capturaron los magos, a las paredes rotas y a los escombros que había vislumbrado antes de caer inconsciente, y al recordarlo se estremeció.
—¿Cuánto falta para que puedas enseñarme Control?
La expresión de Rothen se volvió seria.
—No lo sé —admitió—. Pero no te preocupes. Si tus poderes empiezan a manifestarse otra vez, podemos gastarlos como ya hicimos.
Ella asintió, pero al mirar el pastel que tenía en la mano notó que se le cerraba el estómago. De pronto tenía la boca demasiado seca para algo tan dulce. Tragó saliva y lo dejó a un lado.
La mañana había sido tenebrosa y poco clara, y a media tarde los nubarrones bajos ya amenazaban la ciudad. Todo estaba envuelto en sombras, como si la noche no tuviera paciencia para esperar a que acabara el día. En días como aquel, el tenue fulgor que emanaba de las paredes interiores de la universidad se apreciaba con más claridad.
Cuando llegaron al pasillo de la universidad, Dannyl apretó el paso y Rothen soltó un suspiro. Intentó mantener el ritmo pero terminó rindiéndose.
—Qué raro —dijo a la espalda de Dannyl—. Parece que te ha desaparecido la cojera.
Dannyl se volvió y parpadeó, sorprendido de que Rothen se hubiera quedado tan atrás. Cuando empezó a caminar más despacio, regresó la leve vacilación en sus pasos.
—Ah, ahí está —asintió Rothen—. ¿Por qué tienes tanta prisa, Dannyl?
—Quiero quitármelo de encima de una vez.
—Solo vamos a presentar nuestro informe —le dijo Rothen—. Probablemente me corresponderá hablar a mí, en buena parte.
—Yo soy el que envió el Gran Lord para encontrar a los ladrones —murmuró Dannyl—. Seré yo quien contestará todas las preguntas que plantee.
—Solo tiene unos años más que tú, Dannyl. Igual que Lorlen, y él no te da tanto miedo como para perder la razón.
Dannyl abrió la boca para protestar, volvió a cerrarla y movió la cabeza a los lados. Habían llegado al final del pasillo.
Rothen se acercó a la puerta de la habitación del administrador y sonrió al oír a Dannyl dando un profundo suspiro. Al llamar Rothen, la puerta se abrió hacia el interior de una sala grande y con pocos muebles. Al fondo había un globo de luz flotando sobre una mesa e iluminando la túnica azul oscuro del administrador.
Lorlen alzó la mirada y les hizo un gesto para que se acercaran con la pluma que tenía en la mano.
—Pasen, lord Rothen, lord Dannyl. Tomen asiento.
Rothen examinó toda la habitación. No había nadie vestido con túnica negra reclinado en ninguna butaca, ni acechando en ningún rincón oscuro. Dannyl dejó escapar un largo suspiro de alivio.
Lorlen sonrió mientras los dos magos ocupaban las sillas que había frente a su mesa. Se inclinó hacia delante y cogió las hojas que le ofrecía Rothen.
—Tenía ganas de leer sus informes. Estoy seguro de que el de lord Dannyl será fascinante. —Dannyl hizo una mueca, pero no dijo nada—. El Gran Lord les manda sus felicitaciones. —Los ojos de Lorlen pasaron de Rothen a Dannyl—. Y yo añado las mías.
—Entonces nosotros respondemos con nuestro agradecimiento —replicó Rothen.
Lorlen asintió y luego puso una sonrisa picara.
—Akkarin está particularmente satisfecho porque ya puede dormir sin interrupciones, ahora que los rudimentarios intentos de hacer magia ya no lo despiertan a todas horas.
Dannyl puso los ojos como platos y Rothen, viéndolo, sonrió.
—Supongo que tener unos sentidos tan afinados tiene sus pegas.
Intentó imaginar al Gran Lord dando vueltas de noche por sus aposentos, maldiciendo a aquella chica de las barriadas tan elusiva. La imagen no terminaba de encajar con la del solemne líder del Gremio. Frunció el ceño. ¿Cuánto interés iba a tomarse Akkarin en Sonea, ahora que la habían encontrado?
—Administrador, ¿cree usted que el Gran Lord querrá conocer a Sonea?
Lorlen negó con la cabeza.
—No. Su mayor preocupación era que no la encontráramos antes de que sus poderes se volvieran destructivos… y que el rey había empezado a cuestionar nuestra capacidad para ocuparnos de los nuestros. —Sonrió a Rothen—. Creo que comprendo por qué me lo pregunta. Akkarin puede ser una persona bastante intimidante, especialmente con los aprendices más jóvenes, y Sonea será fácil de asustar.
—Eso me lleva a otro asunto —dijo Rothen, inclinándose hacia delante—. Tiene usted razón en que Sonea es muy fácil de asustar, y también se muestra muy suspicaz respecto a nosotros. Tardaré algún tiempo en vencer su miedo. Me gustaría tenerla aislada hasta que tenga un poco de confianza, y luego empezar a presentarle a la gente de uno en uno.
—Me parece razonable.
—Fergun quería verla esta mañana.
—Ah. —Lorlen asintió e hizo repiquetear los dedos contra la mesa—. Hum. Ya me imagino los argumentos que utilizará para salirse con la suya. Podría decretar que no se puede ir a verla hasta que esté preparada, pero no creo que Fergun se quede satisfecho hasta que yo especifique lo que significa «lista» y establezca una fecha límite. —Se levantó y empezó a caminar a un lado y a otro, detrás de su mesa.
»Las dos solicitudes de tutela también han complicado las cosas. La gente acepta que, como usted cuenta con gran experiencia a la hora de enseñar Control, debería ser quien enseñara esa parte a la chica. Pero si se excluye a Fergun del entrenamiento temprano de Sonea, la gente apoyará la tutela en manos de Fergun por compasión. —Hizo una pausa—. ¿Podrá ser Fergun una de esas personas a quienes la presente?
Rothen negó con la cabeza.
—Sonea es observadora, y capta enseguida los sentimientos de la gente. Fergun me guarda poco aprecio. Si debo convencerla de que somos personas amistosas y bienintencionadas, no me ayudará que vea conflictos entre cualesquiera de nosotros. Además, podría confundir la determinación de Fergun por verla con intenciones nocivas.
Lorlen contempló un momento al otro mago, y luego cruzó los brazos.
—Todos queremos que Sonea aprenda Control tan pronto como sea posible —dijo—. No creo que haya quejas y decido que no debe haber nada que la distraiga de ese objetivo. ¿Cuánto tiempo cree que le costará?
—No lo sé —confesó Rothen—. Ya he enseñado a aprendices que no tenían interés y se distraían enseguida, pero nunca he intentado enseñar Control a alguien que desconfía de los magos tanto como ella. Podría llevarme varias semanas.
Lorlen volvió a su silla.
—No puedo concederle tanto tiempo. Le daré dos semanas, tiempo suficiente para que decida quién podrá verla. Cuando hayan transcurrido, yo empezaré a visitarla cada pocos días para comprobar lo cerca que está de obtener un nivel aceptable de Control. —Calló un momento y dio unos golpecitos en la mesa con una uña—. Si es posible, cuando llegue ese momento debería haberle presentado al menos a otro mago. Le diré a Fergun que podrá verla después de que aprenda Control, pero recuerde, Rothen, cuanto más se demore usted, más simpatías ganará él.
Rothen asintió.
—Lo comprendo.
—La gente esperará que la Vista tenga lugar durante la primera Reunión después de que haya aprendido Control.
—Si es que puedo convencerla de que se quede —añadió Rothen.
Lorlen frunció el ceño.
—¿Cree que rechazará unirse al Gremio?
—Es demasiado pronto para saberlo —contestó Rothen—. No podemos obligarla a prestar el juramento.
Reclinándose contra el respaldo, Lorlen miró a Rothen con expresión pensativa; unas arrugas sobre las cejas delataban su preocupación.
—¿La joven es consciente de cuál es la alternativa?
—Todavía no. Como estoy intentando ganarme su confianza, me ha parecido mejor dejar esa noticia para más adelante.
—Lo comprendo. Es posible que, si elige usted el momento adecuado, sirva para convencerla de que se quede. —Ensayó una sonrisa irónica—. Si se marcha, Fergun estará convencido de que usted la instó a marcharse solo para fastidiarle a él. En todo caso, le esperan a usted algunos combates difíciles, Rothen.
Dannyl frunció el ceño.
—Entonces ¿su reclamación tiene fuerza?
—Es difícil de decir. En la decisión final puede pesar bastante la fuerza del apoyo que reúna cada uno de ustedes. Pero no debería hablar de esto antes de la Vista. —Lorlen se incorporó y miró de Rothen a Dannyl—. No tengo más preguntas. ¿Alguno de ustedes quiere hablar de alguna otra cosa?
—No. —Rothen se puso de pie e inclinó la cabeza—. Gracias, administrador.
Ya en el pasillo, Rothen se dirigió a su compañero.
—No ha ido tan mal, ¿verdad?
Dannyl levantó los hombros.
—Él no estaba.
—No.
Otro mago salió al pasillo e inmediatamente Dannyl moderó sus zancadas, pasando a renquear en cada paso. Rothen negó con la cabeza.
—¡Estás fingiendo la cojera de verdad!
Dannyl puso una expresión de sufrimiento.
—El corte fue profundo, Rothen.
—No tan profundo como eso.
—Lady Vinara dijo que la rigidez no se pasaría en unos días.
—Eso dijo, ¿eh?
Dannyl enarcó las cejas.
—Y no te hace ningún daño que recuerde a la gente lo que tuvimos que pasar para capturar a esa chica.
Rothen rió por lo bajo.
—Te agradezco sobremanera el sacrificio que estás haciendo con tu dignidad.
Dannyl emitió un leve sonido de disgusto.
—Bueno, si Fergun puede pasearse una semana entera con una venda enorme en el cortecito que tenía en la sien, yo puedo tener mi cojera.
—Ya veo. —Rothen asintió lentamente—. Siendo así, todo perfecto.
Llegaron a las puertas traseras de la universidad y se detuvieron. Fuera, los copos de nieve saturaban el aire. Cruzando miradas recíprocas de consternación, se adentraron en el remolino de blancura y se alejaron deprisa.