17. La determinación de Sonea


Sonea volvió a examinar la habitación. No era muy grande, pero sí lujosa. Era posible que se encontrara en cualquier casa del interior de la ciudad, pero lo dudaba mucho.

Se acercó a la ventana, corrió a un lado la mampara finamente decorada que la cubría, se quedó sin respiración y dio un paso atrás.

Los jardines del Gremio se extendían delante de ella. El edificio de la universidad se alzaba imponente a su derecha, y la casa del Gran Lord estaba, casi oculta detrás de los árboles, en el lado izquierdo. Sonea estaba en el segundo piso de la construcción que Cery había llamado «el edificio de los magos».

El Gremio era un hormiguero de magos. Mirara en la dirección que mirase, veía personas vestidas con túnica: en el jardín, en las ventanas o paseando por el camino rodeado de nieve que pasaba debajo de su ventana. Con un escalofrío, cerró la mampara y se apartó.

La invadió una sombría desolación. «Estoy atrapada. Nunca saldré de este sitio. No volveré a ver a Jonna ni a Ranel, ni a Cery, nunca más.»

Parpadeó varias veces cuando las lágrimas empezaron a nublarle la visión. Captó un movimiento con el rabillo del ojo y se volvió para verse reflejada en un brillante espejo ovalado. Contempló su cara de ojos enrojecidos. Su boca se torció en una mueca de desprecio.

«¿Me voy a rendir así de fácilmente? —preguntó a su reflejo—. ¿Voy a lloriquear como una chiquilla?»

«¡No!» El Gremio podía estar lleno de magos durante el día, pero ella lo había visto por la noche y sabía que era muy sencillo moverse por él sin que la detectaran. Si esperaba a la noche y conseguía escapar de la habitación, nada podría impedirle regresar a las barriadas.

Llegar al exterior sería la parte complicada, por supuesto. Probablemente los magos la tendrían encerrada. Sin embargo, el propio Rothen había admitido que los magos no estaban por encima de cometer errores. Se limitaría a esperar y mirar. Cuando llegara su oportunidad, estaría lista para aprovecharla.

Ahora la cara del espejo tenía los ojos secos y los rasgos tensos de resolución. Ya se sentía mejor, y fue hacia la mesita. Cogió un cepillo para el pelo y pasó una mano apreciativa por el mango de plata. Una cosa como aquella, si la negociaba en una casa de empeños, podía proporcionarle ropa nueva y mantenerla alimentada durante semanas.

¿Se le habría ocurrido a Rothen que ella pudiera robar todo aquello? Desde luego, los robos no le preocuparían demasiado si estaba seguro de que Sonea no podía escapar. Birlar objetos valiosos no le serviría de nada mientras estuviera atrapada en el Gremio.

Volvió a mirar a su alrededor y pensó que aquella era una cárcel muy rara. Había esperado una celda fría, no lujos y comodidades.

Quizá de verdad pretendieran invitarla a unirse al Gremio.

Se miró en el espejo y trató de imaginarse vestida con una túnica. Se le puso la piel de gallina.

«No —pensó—. Jamás podría ser uno de ellos. Sería como traicionar a todo el mundo… a mis amigos, a toda la gente de las barriadas, a mí misma…»

Pero tenía que aprender a controlar sus poderes. El peligro en que se hallaba era auténtico, y posiblemente Rothen tuviera la intención real de enseñarle algunas cosas, aunque fuera solamente para evitar que destrozara la ciudad. Sin embargo, no tenía claro que fuera a enseñarle nada más. Se estremeció al recordar la frustración y los horrores que había pasado las últimas seis semanas. Los poderes ya la habían metido en bastantes líos. No sentiría ninguna decepción si no volvía a utilizarlos nunca.

¿Qué le ocurriría entonces? ¿El Gremio la dejaría regresar a las barriadas? Poco probable. Rothen afirmaba que el Gremio deseaba que se uniera a ellos. ¿Ella? ¿Una chica de las barriadas? Poco probable, también.

Pero ¿qué sentido tenía ofrecérselo? ¿Qué otra razón había? ¿Un soborno? Podían ofrecerse a enseñarle magia si ella hacía… ¿qué? ¿Qué podría querer el Gremio de ella?

La respuesta saltó a su mente y le hizo fruncir el ceño.

«Los ladrones.»

Si escapaba, ¿estaría Farén interesado aún en ocultarla? Sí, sobre todo si sus poderes ya no eran un peligro. Una vez entrara en su círculo de confianza, no sería complicado trabajar en contra del ladrón. Podría usar sus poderes mentales para mandar información al Gremio sobre los grupos criminales de la ciudad.

Resopló. Aunque ella estuviera dispuesta a colaborar con el Gremio, los ladrones lo averiguarían más pronto que tarde. No había ningún losde tan estúpido para hacer la de blinga a los ladrones. Aunque fuera capaz de protegerse con magia, no podría evitar que hicieran daño a sus amigos ni a su familia. Los ladrones no mostraban ninguna piedad hacia quien los contrariaba.

Pero ¿tendría elección? ¿Y si el Gremio amenazaba con matarla si no ponía de su parte? ¿Y si eran ellos quienes amenazaban con dañar a su familia y amigos? Cada vez más alarmada, se preguntó si el Gremio conocería la existencia de Jonna y Ranel.

Descartó la idea, preocupada todavía por que cualquier emoción intensa pudiera debilitar su retención de la magia. Negó con la cabeza y se apartó del espejo. En la mesita de noche había un libro. Sonea cruzó la habitación y lo cogió.

Hojeó algunas páginas y encontró que estaban cubiertas de ordenadas líneas de texto. Se fijó más y comprobó que entendía casi todas las palabras. Las lecciones que le había dado Serin habían sido más beneficiosas de lo que había pensado.

El texto parecía tratar sobre barcos. Sonea leyó varias líneas y se dio cuenta de que la última palabra de cada dos líneas terminaba con el mismo sonido, igual que las canciones que interpretaban los cantantes callejeros en los mercados y las casas de bol.

Se quedó paralizada cuando alguien llamó a la puerta. Mientras se abría, Sonea devolvió rápidamente el libro a la mesa. Después miró y encontró a Rothen de pie en el vano, con un fardo envuelto en tela bajo el brazo.

—¿Sabes leer?

La joven consideró qué respuesta debía darle. ¿Tenía alguna razón para ocultar su habilidad? No se le ocurría ninguna, y sería agradable hacerle saber que no todos los losdes eran unos iletrados.

—Un poco —admitió.

El mago cerró la puerta y le señaló el libro.

—Enséñamelo —dijo—. Lee un poco en voz alta.

Sonea se notó algo dudosa, pero desechó aquella sensación. Volvió a levantar el libro, lo abrió y empezó a leer.

Al instante lamentó haberse metido en aquella situación. Bajo la atenta mirada del mago, le costaba concentrarse. La página que había elegido era más difícil que la primera, y notó que sus mejillas enrojecían al trastabillar con las palabras desconocidas.

—Es Mareena, no marinera.

Sonea cerró el libro y lo tiró encima de la cama, molesta por la interrupción. Con una sonrisa de disculpa, Rothen dejó caer el fardo a su lado.

—¿Cómo aprendiste a leer? —preguntó.

—Me enseñó mi tía.

—Y últimamente has practicado.

La chica miró hacia otro sitio.

—Siempre hay cosas que leer. Carteles, etiquetas, anuncios de recompensas…

El mago sonrió.

—Encontramos un libro sobre magia en una de las habitaciones donde estuviste. ¿Pudiste entender algo de él?

Un escalofrío de alerta le recorrió la espalda. Rothen no iba a creerla si negaba haber leído el libro, pero si lo admitía habría más preguntas, y tal vez ella revelara por descuido qué otros libros había leído. Si el mago sabía que faltaban los libros que había robado Cery, seguro que consideraba posible que Sonea se hubiera colado en el Gremio por la noche, y entonces se tomaría más en serio la tarea de mantenerla encerrada.

Evitando responder, Sonea señaló con la cabeza el fardo de tela que había en la cama.

—¿Qué es eso?

Rothen la observó un momento antes de encogerse de hombros.

—Ropa.

Sonea echó un vistazo al fardo con aire dudoso.

—Te dejaré tiempo para que te cambies y luego haré entrar a mi sirviente con la comida —dijo, volviéndose hacia la puerta.

Sonea esperó a que el mago se marchara antes de deshacer el paquete. Para su alivio, no le había traído una túnica de maga. Lo que encontró fue un par de pantalones sencillos, una camiseta interior y una camisa de cuello cerrado: ropa muy similar a la que llevaba en las barriadas, pero hecha de tejidos suaves y caros.

Se quitó la bata y el camisón y se probó la ropa nueva. Aunque ahora se sentía tapada y decente, seguía notando su piel extrañamente desnuda. Se miró las manos y vio que tenía las uñas cortadas y limpias. Las olisqueó y distinguió un aroma a jabón.

Todo su cuerpo se estremeció de inquietud e indignación. Alguien la había limpiado mientras dormía. Se quedó mirando la puerta. ¿Rothen?

No, decidió; esa clase de tareas se dejarían en manos de los sirvientes. Sonea se pasó las manos por el pelo y descubrió que también estaba limpio.

Transcurrieron unos cuantos minutos más, y oyó una suave llamada desde la puerta. Sonea recordó que el mago iba a enviar a un sirviente y esperó a que entrara aquel desconocido. Volvieron a llamar a la puerta.

—¿Milady? —dijo una mujer; su voz llegaba amortiguada desde el otro lado—. ¿Puedo pasar?

Con gesto divertido, Sonea se sentó en la cama. Nadie la había llamado «milady» jamás.

—Si quieres —respondió.

Entró una mujer de unos treinta años. Llevaba un blusón sencillo y gris, y pantalones a juego, y traía una bandeja cubierta.

—Hola —dijo la mujer con una sonrisa nerviosa.

Sus ojos encontraron los de Sonea un breve instante y luego huyeron a la carrera.

Sonea miró a la sirvienta mientras esta llevaba la bandeja a la mesa y la colocaba. La mano le tembló un poco cuando fue a levantar la tapa. Sonea frunció el ceño. ¿De qué tenía miedo la sirvienta? No sería de una simple chica de las barriadas…

La mujer ajustó algunos objetos de la bandeja, se volvió e hizo una profunda reverencia a Sonea antes de retirarse con rapidez de la habitación.

Durante varios minutos, Sonea no hizo otra cosa aparte de mirar a la puerta. La mujer le había hecho una reverencia. Eso era… raro. Perturbador. No comprendía qué significaba.

Entonces, el olor del pan caliente y de algo tentadoramente especiado llamó su atención hacia la bandeja. Un generoso cuenco de sopa y un plato de pasteles pequeños y dulces la reclamaban, y notó cómo le rugía el estómago.

Sonrió. Los magos iban a descubrir que no podían sobornarla para que traicionara a Farén, pero no hacía falta que se enteraran ya mismo. Si jugaba un poco con ellos, tal vez la siguieran tratando de aquella manera mucho tiempo.

Y no tenía ningún reparo en aprovecharse de ellos.

Sonea se deslizó hasta la habitación de invitados con todo el nerviosismo vigilante de un animal salvaje saliendo de una jaula. Sus ojos recorrieron todas las direcciones, entreteniéndose un poco en las puertas, antes de centrarse en Rothen.

—Esa de ahí da a un cuarto de baño pequeño —le dijo Rothen, señalando la puerta—. Mi dormitorio está por allí, y esa otra puerta da al pasillo principal del alojamiento de los magos.

Sonea contempló la puerta principal, y luego dio un vistazo a Rothen antes de acercarse a la biblioteca. Rothen sonrió, satisfecho de verla atraída por los libros.

—Coge cualquiera que te interese —la animó—. Yo te ayudaré a leerlos y te explicaré lo que no entiendas.

Ella volvió a mirarlo, arqueando las cejas, y se inclinó para ver más de cerca los libros. Alzó un dedo para tocar el lomo de un volumen, pero se quedó quieta cuando empezó a sonar el gong de la universidad.

—Eso es para indicar a los aprendices que es hora de volver a clase —aclaró Rothen.

Fue hacia una de las ventanas y le indicó mediante un gesto que mirara al exterior.

Sonea se acercó a la ventana contigua y miró. Al instante la cara se le puso tensa. Fijando los ojos en todas direcciones, miró a los magos y aprendices que regresaban a la universidad.

—¿Qué significan los colores?

—¿Colores? —preguntó Rothen, sin comprender.

—Las túnicas son de colores distintos.

—Ah. —El mago se apoyó en el alféizar y sonrió—. Antes tendría que hablarte de las disciplinas. Existen tres usos principales que pueden darse a la magia: sanación, alquimia y habilidades de guerrero. —Señaló un par de sanadores que paseaban lentamente en los jardines—. Los sanadores visten de verde. La sanación no comprende solo los métodos mágicos para curar heridas y enfermedades. También incluye el conocimiento de la medicina, lo que la convierte en una disciplina a la que se debe dedicar la vida entera.

Miró a Sonea y descubrió el interés en sus ojos.

—Los guerreros visten de rojo —le dijo—, y estudian estrategia y las formas en que puede usarse la magia para el combate. Algunos también practican formas de lucha tradicionales y esgrima.

Hizo un gesto hacia su propia túnica.

—El púrpura representa la alquimia, que es todas las demás cosas que se pueden hacer con magia. Incluye química, matemáticas, arquitectura y otros muchos usos de la magia.

Sonea asintió lentamente.

—¿Y qué pasa con las túnicas marrones?

—Esos son aprendices —dijo, indicándole un par de jóvenes—. ¿Ves cómo las túnicas solo les llegan hasta medio muslo? —Sonea asintió—. No reciben la túnica completa hasta que se gradúan, momento en el que ya han elegido qué disciplina seguir.

—¿Y si quieren aprender más de una?

Rothen soltó una risita.

—No hay bastante tiempo para ello, así de simple.

—¿Cuánto tiempo se pasan estudiando?

—Eso depende de cuánto les cueste aprender las habilidades que se requieren. Por lo general, cinco años.

—Ese de ahí… —Sonea señaló—. Lleva el cinturón de otro color.

Rothen bajó la mirada para distinguir a lord Balkan pasando a zancadas, con su severo rostro contraído como si estuviera cavilando sobre un problema difícil.

—Vaya, sí que eres observadora. —Rothen sonrió aprobador—. El fajín es de color negro. Eso significa que ese hombre que estás mirando es el líder de su disciplina.

—El líder de guerreros. —Sonea miró la túnica de Rothen y entrecerró los ojos—. ¿Qué tipo de alquimia estudias tú?

—Química. También doy clases.

—¿Eso qué es?

Rothen guardó silencio, buscando la mejor forma de explicárselo en términos que comprendiera.

—Nosotros trabajamos con sustancias: líquidos, sólidos y gases. Los mezclamos entre sí, o los calentamos, o los sometemos a otras influencias y vemos qué ocurre.

Sonea frunció el ceño.

—¿Para qué?

—Para ver si descubrimos alguna cosa útil —contestó Rothen con una sonrisa torcida.

La joven levantó las cejas.

—¿Qué cosas útiles has descubierto?

—¿Yo, o los químicos del Gremio?

—Tú.

El mago rió.

—¡No mucha cosa! Supongo que se podría decir que soy un alquimista fracasado, pero averiguándolo sí que descubrí una cosa importante.

—¿Cuál fue? —preguntó Sonea, con gesto curioso.

—Que soy muy buen profesor. —Rothen se apartó un poco de la ventana y dedicó su atención a la biblioteca—. Si me lo permites, podría ayudarte a mejorar tu habilidad lectora. ¿Estarías interesada en trabajarla esta tarde?

Sonea lo miró durante mucho tiempo con expresión cauta pero pensativa. Por fin dio un asentimiento brusco.

—¿Con cuál crees que debería probar?

Rothen fue a la estantería y recorrió los tomos con la mirada. Necesitaba algo que fuera fácil de leer, pero que captara su interés. Sacó un libro y lo hojeó.

La joven estaba más colaboradora de lo que había supuesto. Tenía una intensa curiosidad, y tanto su capacidad de leer como su interés en los libros de Rothen eran unas ventajas inesperadas. Ambas indicaban que podría adaptarse bien a una vida de estudio.

Asintió para sí mismo. Todo lo que tenía que hacer era convencerla de que el Gremio no era tan malo como ella pensaba.

Dannyl sonrió a su amigo. Desde que se habían reunido con Yaldin y su esposa para pasar la tarde, Rothen no había dejado de hablar. Dannyl nunca había visto a Rothen tan entusiasmado con un aprendiz potencial, aunque esperaba vagamente que su amigo hubiera puesto igual pasión en su propio entrenamiento.

—Eres un optimista redomado, Rothen. Casi ni la conoces y ya estás hablando como si fuera a ser la joya de la universidad.

Sonrió al ver en la expresión de su amigo que este se ponía a la defensiva.

—¿Ah, sí? —replicó Rothen—. Si no fuera optimista, ¿acaso habría tenido tantos éxitos con los aprendices durante todos estos años? Si los dejas por imposibles, no tienen motivos para intentarlo.

Dannyl asintió. Él no había sido precisamente el aprendiz más colaborador del mundo, y al principio se había resistido a los intentos de Rothen por apartar su mente de las riñas con Fergun y los otros aprendices. Por mucho que Dannyl intentara demostrar que Rothen se equivocaba, su maestro nunca se había rendido.

—¿Le has dicho que no pretendemos hacerle daño? —preguntó Ezrille.

—Le he explicado lo de la muerte del joven, y que queremos enseñarle a controlar sus poderes. Que se lo crea o no… —Se encogió de hombros.

—¿Le has dicho que se puede unir al Gremio?

Rothen puso una mueca.

—No he insistido con el tema. No le caemos demasiado bien. No es que nos haga responsables del estado de los pobres, pero opina que deberíamos hacer algo al respecto. —Arrugó el entrecejo—. Dice que nunca nos ha visto hacer nada bueno, lo que probablemente sea cierto. La mayoría del trabajo que hacemos para la ciudad no la afecta a ella ni a los demás losdes. Y además, está la Purga.

—Entonces no es de extrañar que no le guste el Gremio —dijo Ezrille—. Pero ¿cómo es ella?

Rothen meditó.

—Silenciosa, pero desafiante. Es evidente que está asustada, pero no creo que vayamos a ver ninguna lágrima. Estoy seguro de que comprende que debe aprender Control, así que no creo que de momento vaya a intentar escapar.

—¿Y después de que aprenda Control? —preguntó Yaldin.

—Esperemos que para entonces ya la hayamos convencido de que se una a nosotros.

—¿Y si rechaza la oferta?

Rothen inhaló profundamente y suspiró.

—No estoy seguro de lo que ocurrirá. No podemos obligar a nadie a que ingrese en el Gremio, pero por ley debemos impedir que existan magos fuera de él. Si se niega… —Hizo un gesto de pesar—. No tendremos más remedio que bloquear sus poderes.

Ezrille abrió un poco más los ojos.

—¿Bloquearlos? ¿Y eso es malo?

—No. Es… Bueno, sería traumático para la mayoría de los magos porque están acostumbrados a tener poder para invocar. En el caso de Sonea, tenemos a una persona que no está acostumbrada a blandir la magia, o al menos no de una forma provechosa. —Se encogió de hombros—. No los echará tanto de menos.

—¿Cuánto crees que te llevará enseñarle Control? —preguntó Yaldin—. No estoy tranquilo sabiendo que hay una maga descontrolada unas puertas más allá.

—Tardaré algún tiempo en ganarme su confianza —respondió Rothen—. Podría costarle varias semanas.

—¡No puede ser! —exclamó Yaldin—. Nunca cuesta más de dos semanas, ni para los aprendices más difíciles.

—Ella no es ninguna niña mimada y nerviosa de las Casas.

—Supongo que tienes razón. —Yaldin negó con la cabeza y suspiró—. Antes de que acabe esta semana ya estaré de los nervios.

Rothen sonrió y se llevó la copa a los labios.

—Ah, pero cuanto más tiempo le cueste, más tengo yo para convencerla de que se quede.

Sonea estaba sentada en la cama, escrutando los jardines por una rendija que dejaba la contraventana y jugando con una fina horquilla para el pelo. Fuera era de noche y había salido la luna. La nieve que bordeaba los senderos brillaba levemente con la suave luz.

Una hora antes había vuelto a sonar el gong. Mientras los magos y aprendices regresaban apresurados a sus alojamientos, ella había observado y esperado. Ahora todo estaba tranquilo salvo por algún que otro sirviente que pasaba a toda prisa, dejando atrás un rastro de aliento en el frío aire nocturno.

Se puso de pie, se aproximó con sigilo a la puerta y acercó la oreja. Aunque estuvo escuchando hasta que le hizo daño el cuello, no oyó ningún sonido procedente de la habitación que había al otro lado.

Miró el pomo. Era de madera suave y con lustre. Tenía incrustados algunos fragmentos de tono más oscuro, formando las líneas del símbolo gremial. Sonea recorrió el diseño con los dedos, maravillada ante la habilidad y el esfuerzo que se habían invertido en una mera manecilla.

Empezó a girar el pomo con lentitud y cautela. Solamente rotó un poco antes de que algo le bloqueara el movimiento. Tiró cuidadosamente de la puerta hacia dentro, pero el pestillo seguía trabado.

Sin inmutarse, Sonea empezó a girar el picaporte en el otro sentido. De nuevo, solamente se movió un poco antes de detenerse. Tiró de la puerta, pero esta permaneció en su sitio.

Se puso en cuclillas y levantó una mano para insertar la horquilla en la cerradura, pero no pudo. No había bocallave.

Sonea suspiró y se asentó sobre los talones. En ninguna de las ocasiones en que Rothen había salido de la habitación había oído girar ninguna llave, y ya se había fijado anteriormente en que la puerta no tenía pasadores por ningún lado. La puerta estaba cerrada con magia.

Tampoco es que hubiera podido ir a ningún sitio. Tenía que quedarse hasta que hubiera aprendido a controlar su magia.

Pero necesitaba poner a prueba sus ataduras. Si no buscaba formas de escapar, tal vez nunca encontrara ninguna.

Se incorporó para acercarse a la mesita de noche. Allí seguía el libro de canciones. Lo levantó y lo abrió por la primera página. Había algo escrito. Fue a la mesa y encendió la vela que le había dejado Rothen. «Para mi querido Rothen, en señal del nacimiento de nuestro hijo. Yilara.»

Sonea frunció los labios. Así que el mago estaba casado y tenía al menos un hijo. Se preguntó dónde estaría su familia. Teniendo en cuenta la edad de Rothen, posiblemente su hijo fuera un hombre adulto.

Parecía un tipo decente. Sonea siempre había considerado que juzgaba bien a las personas, habilidad que había aprendido de su tía. Su instinto le daba a entender que Rothen era amable y tenía buenas intenciones. Pero eso no significaba que pudiera confiar en él, se recordó. Seguía siendo un mago, obligado a hacer todo lo que quisiera el Gremio.

Llegó una risa suave y aguda desde el exterior, y Sonea volvió a concentrarse en la ventana. Apartó la mampara y vio a una pareja caminando por el jardín, con las túnicas verdes que llevaban bajo las capas reflejando el brillo de una luz flotante. Por delante de ellos corrían dos niños que se tiraban bolas de nieve entre ellos.

Mientras pasaban, Sonea siguió a la mujer con la mirada. Nunca había visto a ninguna maga en la Purga. Se preguntó si serían ellas quienes decidían no ir o si se lo impediría alguna norma.

Apretó los labios. Jonna le había contado que a las hijas de familia rica no se les quitaba ojo de encima hasta que se casaban con el marido que les habían elegido sus padres. Las mujeres no tomaban ninguna decisión importante en las Casas.

En las barriadas nadie concertaba los matrimonios. Las mujeres intentaban encontrar un hombre que pudiera mantener a la familia, pero por lo general se casaban por amor. Aunque Jonna pensaba que era mejor así, Sonea era más cínica. Había observado que las mujeres solían pasar mucho por alto cuando estaban enamoradas pero, en algún momento, el amor tendía a desvanecerse. Era mejor casarse con un hombre que te gustara y en quien confiaras.

¿También llevarían a las magas en bandeja de plata? ¿Las disuadirían de unirse a los hombres en el gobierno del Gremio? Tenía que ser frustrante ser poderosa con la magia y, sin embargo, vivir absolutamente bajo el control de otros.

La familia se perdió de vista y Sonea empezó a retirarse de la ventana, pero cuando dio un último vistazo a los terrenos, detectó movimiento en una ventana de la universidad. Levantó la mirada y se encontró con una pulida cara ovalada.

Dedujo por el corte de las prendas que aquel desconocido era un mago. En la oscuridad y a tanta distancia no podía estar segura, pero habría jurado que la estaba mirando. Con un escalofrío subiéndole por la espalda, se apresuró a cerrar la mampara.

Cruzó la habitación con los nervios a flor de piel y sopló la vela para apagarla antes de tumbarse en la cama y acurrucarse bajo las mantas. Se notaba exhausta, cansada de pensar, cansada de pasar miedo. Cansada de estar cansada… Pero mirando al techo supo que no le iba a ser fácil dormir.