Sonea observó el agua que se filtraba por una grieta alta que había en la pared, formaba una gotita, descendía por un gancho vacío para colgar fanales y saltaba hasta deshacerse contra el duro suelo. Miró de nuevo hacia arriba, donde ya empezaba a formarse una nueva gotita.
Farén había elegido cuidadosamente su último escondrijo. Era un viejo almacén subterráneo, con gruesas paredes y un banco de piedra en lugar de cama, que no contenía nada que fuera inflamable o valioso. Excepto ella misma.
La idea hizo que se extendiera una onda de miedo en su mente. Cerró los ojos y la apartó sin miramientos. No sabía cuánto tiempo había estado en aquella habitación. Podrían ser días, o tan solo horas. No tenía nada con que medir el tiempo.
Desde que llegó allí, no había notado su mente agitarse como había tomado por costumbre. La lista de emociones capaces de disparar sus poderes se había hecho tan larga que ya no llevaba la cuenta. Tumbada en el almacén, se había concentrado en estar calmada. Cada vez que un pensamiento perturbaba aquella calma, Sonea respiraba hondo y lo desechaba. Una cómoda indiferencia se había apoderado de ella. Tal vez estuviera causada por la bebida que le había dado Farén.
«Drogarla no va a hacer más que empeorar las cosas.» Se estremeció al recordar el extraño sueño que había tenido después del incendio. En él, había visitado a un mago en las barriadas. Pero aunque su mente había inventado a alguien que pudiera ayudarla, sus palabras no la habían reconfortado. Respirando profundamente, apartó el recuerdo.
Estaba claro que se había equivocado al pensar que debía guardar una reserva de rabia en su interior para invocarla cuando quisiera hacer magia. Ahora admiraba a los magos por el control de que hacían gala, pero saber que eran unos seres sin emociones no era ninguna razón para que le cayesen bien.
Alguien dio unos golpes suaves en la puerta, y luego empezó a abrirla. Sonea sofocó la sensación de alarma, se levantó y echó un vistazo por el resquicio que se ensanchaba. Al otro lado estaba Cery, haciendo una mueca por el esfuerzo de empujar la terca puerta metálica. Cuando la hubo abierto lo suficiente para entrar de lado, dejó de empujar y le indicó por signos que saliera.
—Hay que moverte otra vez.
—Pero si no he hecho nada.
—A lo mejor no te has dado cuenta.
Mientras pasaba por el hueco de la puerta, pensó en lo que podría significar aquello. ¿Tal vez la droga evitaba que notara cuándo se le escurría la magia de la mente? No había visto que nada explotara o se incendiara. ¿Seguían escapándose sus poderes, aunque fuera de forma menos destructiva?
Barruntar aquellas cuestiones la llevó peligrosamente cerca de sentir emociones fuertes, así que apartó la idea de su mente. Siguió a Cery, concentrada en seguir tranquila. El joven empezó a subir unos peldaños oxidados que estaban clavados a una pared. Abrió una trampilla hacia arriba y salió, mientras la nieve recién caída entraba en el pasadizo.
Sonea, siguiéndolo de cerca, notó el aire helado en la cara cuando salió a la luz del día. Estaban en un callejón desierto. Cery sonrió divertido al verla sacudirse la nieve de la ropa.
—Llevas nieve en el pelo —dijo. Estiró un brazo para quitársela, ahogó un grito y retiró la mano deprisa—. ¡Au! Pero ¿qué…? —Volvió a acercar la mano e hizo una mueca—. Has hecho una barrera de esas, Sonea.
—No he hecho nada —respondió ella, aún convencida de que no había utilizado la magia.
Estiró un brazo y notó un estallido de dolor cuando su mano topó con una invisible muralla de resistencia. Captó un movimiento por encima del hombro de Cery y miró hacia allí. Acababa de entrar un hombre en el callejón y estaba andando hacia ella.
—Detrás de ti —advirtió a su amigo, pero Cery estaba mirando algo sobre la cabeza de ella.
—¡Mago! —susurró él, señalando.
Sonea miró hacia arriba y tomó aire bruscamente. En el techo que había encima de ellos había un hombre de pie, que no les quitaba ojo de encima. Lo que vio Sonea hizo que se olvidara de soltar el aire: el hombre saltó del edificio pero, en lugar de caer, empezó a flotar hacia el suelo.
El aire vibró mientras Cery daba golpes a la barrera.
—¡Corre! —gritó—. ¡Vete de aquí!
Sonea retrocedió para alejarse del mago que bajaba. Renunció a todo esfuerzo por mantenerse calmada y corrió a toda velocidad por el callejón. El sonido de unas botas aplastando la nieve detrás de ella le indicó que el mago flotante ya estaba en el suelo.
El callejón se cruzaba con otro por delante de Sonea. Después de la intersección había otra persona avanzando hacia ella con paso decidido. Casi gritando, se lanzó hacia delante con toda la fuerza que le dio el pánico. Se sintió triunfante al llegar a la intersección varios pasos por delante del segundo mago.
Resbaló hasta perder el impulso, saltó hacia la callejuela que tenía a la derecha…
… y tuvo que agarrarse a las esquinas para detenerse. Allí había otro hombre, con los brazos cruzados. Dio un respingo y se impulsó con los brazos para alejarse de él.
Miró en derredor y dio un salto hacia el único callejón que le quedaba, pero tuvo que detenerse de nuevo. A pocos pasos había un cuarto hombre, vigilando su última ruta de escape.
Sonea maldijo y se dio la vuelta para ver lo que tenía detrás. El tercer hombre estaba mirándola fijamente, pero no se había movido. Se volvió de nuevo hacia el cuarto mago, que había empezado a andar hacia ella.
El corazón le latía enloquecido. Miró hacia arriba y pensó en las paredes. Estaban hechas del típico ladrillo basto, pero sabía que aunque tuviera tiempo para escalar, a los magos les costaría poco hacerla bajar. Un frío horripilante y profundo se apoderó de ella.
«Estoy atrapada. No hay salida.»
Miró a su espalda y notó una puñalada de miedo al ver que los dos primeros hombres se habían reunido con el tercero en la encrucijada, y una conocida agitación le atravesó la mente. Empezó a caer polvo y trozos de ladrillo cuando estalló parte de la pared que los hombres tenían encima. Los escombros rebotaron, inofensivos, en el aire que tenían sobre las cabezas.
Los magos miraron la pared y luego volvieron unos ojos calculadores hacia ella. A Sonea le dio miedo que pudieran pensar que los estaba atacando y se tomaran la revancha, por lo que retrocedió. Volvió a notar la agitación. Su pierna quedó envuelta por un calor abrasador. Vio que la nieve chisporroteaba y se convertía en un charco de agua a sus pies. Subió el vapor, llenando el callejón de una niebla cálida e impenetrable.
«¡No me ven!» Sintió una oleada de esperanza. «Puedo colarme por su lado.»
Dio media vuelta y echó a correr por el callejón. La sombra oscura de un hombre se movió para cerrarle el paso. Sonea vaciló un instante, y luego metió la mano en el abrigo. Sus dedos encontraron la fría empuñadura de su navaja. Esperó a que el mago extendiera los brazos para agarrarla y se agachó por debajo de sus manos para lanzarse contra él con todas sus fuerzas. El mago trastabilló hacia atrás, pero no cayó al suelo. Antes de que pudiera recobrar el equilibrio, la joven le clavó su arma afilada con fuerza en el muslo.
El filo se hundió profundamente en la pierna del mago con un sonido nauseabundo. El hombre gritó de sorpresa y dolor, provocando en Sonea una satisfacción cruel. Sacó el cuchillo de la herida y apartó al mago de un fuerte empujón. Mientras él caía contra la pared, gimiendo, ella se giró para salir corriendo.
Unos dedos le atraparon la muñeca. Gruñendo, se volvió y trató de retorcerse para quedar libre. El apretón se hizo más fuerte y empezó a dolerle, y sintió cómo se le resbalaba la navaja de la mano.
Una ráfaga de viento expulsó la neblina del callejón y reveló a los otros tres magos corriendo hacia ella. Notó crecer el pánico y empezó a forcejear sin ningún resultado, con los pies resbalando en el suelo húmedo. Su captor, con un gruñido de esfuerzo, tiró de su brazo hasta pasarla al otro lado y enviarla hacia los otros tres.
La invadió el terror cuando notó que unas manos le agarraban los brazos. Se retorció para intentar liberarse, pero la estaban reteniendo con fuerza. Unas manos la empujaron contra la pared y la inmovilizaron. Jadeante, se vio rodeada de magos, todos ellos mirándola con ojos relucientes.
—Es peleona —dijo uno de los hombres.
El herido soltó una breve carcajada compungida.
Sonea miró al mago que tenía más cerca y le sorprendió reconocerlo. Era el mago que la había visto durante la Purga. Ahora estaba mirándola atentamente a los ojos.
—No nos temas, Sonea —dijo—. No vamos a hacerte daño.
Un mago murmuró algo. El mago más viejo asintió y entonces los otros retiraron las manos con cautela.
La aprisionaba contra la pared una fuerza invisible. Incapaz de moverse, notó que la embargaba una gran desesperación, seguida de la familiar sensación de la magia agitándose fuera de su control. Los otros tres magos se echaron al suelo cuando estalló la pared que tenían detrás, rociando el callejón de ladrillos.
Por el hueco salió un hombre con delantal de panadero y la cara enrojecida de rabia. Vio a los cuatro magos y dudó, abriendo mucho los ojos. Un mago se volvió y le hizo un gesto brusco.
—Aléjate de aquí —ladró—. Y saca a todos de este edificio.
El hombre retrocedió y se perdió en la oscuridad de la casa.
—Sonea. —El mago más anciano la miraba con intensidad—. Escúchame. No vamos a hacerte daño. Vamos a…
Un calor ardiente se ciñó a su cara. Giró un poco la cabeza y vio que los ladrillos más cercanos estaban emitiendo un resplandor rojizo. Por la pared bajó un reguero de algún líquido. Oyó cómo uno de los magos profería una maldición.
—Sonea —dijo el mago más viejo, dejando que su voz se volviera adusta—. Deja de combatirnos. Terminarás haciéndote daño.
La pared que tenía detrás empezó a vibrar. Los magos extendieron los brazos a medida que el temblor se propagaba. Sonea ahogó un grito al notar que se formaban unas grietas en el suelo bajo sus pies y empezaban a expandirse.
—Respira más lentamente —la apremió el mago—. Procura calmarte.
Sonea cerró los ojos y a continuación negó con la cabeza. No servía de nada. La magia fluía desde ella como si fuera agua en una cañería rota. Notó que una mano le tocaba la frente y abrió los ojos.
El mago retiró la mano. Tenía las facciones en tensión. Dijo algo a los demás y luego la miró a los ojos.
—Puedo ayudarte, Sonea —dijo el mago—. Puedo enseñarte a detener todo esto, pero es imposible si no me lo permites. Ya sé que tienes motivos de sobra para temernos y desconfiar de nosotros, pero si no haces esto ahora, vas a hacerte daño a ti misma y a mucha, mucha gente de la zona. ¿Lo comprendes?
Sonea lo miró. ¿Ayudarla? ¿Por qué quería ayudar?
«Pero si hubiera pretendido matarme —comprendió de repente—, ya lo habría hecho.»
La cara del hombre empezó a titilar, y Sonea se dio cuenta de que el aire que la rodeaba había empezado a ondularse por el calor. Le ardía la cara y contuvo un grito de dolor. El mago y sus compañeros parecían inmunes, pero tenían expresiones adustas.
Aunque una parte de ella se resistía a la idea, sabía que ocurriría algo malo si no hacía lo que aquellos magos querían. El mago más viejo frunció el ceño.
—Sonea —dijo con severidad—. No tenemos tiempo para explicártelo. Voy a intentar mostrártelo, pero no debes resistirte.
El mago levantó una mano y le tocó la frente. Cerró los ojos.
Al instante la joven fue consciente de que había una persona a las puertas de su mente. Supo en aquel mismo momento que se llamaba Rothen. Al contrario que las mentes que había sentido mientras la buscaban, esta podía verla.
Cerró los ojos y se concentró en la presencia del mago.
Escúchame. Has perdido el control de tus poderes casi por completo.
Aunque Sonea no había escuchado ninguna palabra, el significado estaba claro… y daba miedo. Comprendió al momento que el poder que tenía iba a matarla si no aprendía a controlarlo.
Busca esto dentro de tu mente.
Algo… un pensamiento inarticulado… una instrucción de búsqueda. Fue consciente de que existía un lugar en su interior que le era al mismo tiempo familiar y desconocido. Se fue volviendo más claro cuanto más se centraba en él. Una enorme y cegadora esfera de luz, flotando en la oscuridad.
Esto es tu poder. Se ha convertido en un gran almacén de energía, aunque estés utilizándola. Debes liberarla… pero de forma controlada.
¿Aquello que veía era su magia? Intentó alcanzarla. De inmediato, una luz blanca escapó de la esfera. La envolvió el dolor, y en algún lugar lejano oyó una voz que gritaba.
No intentes alcanzarla. O al menos, no hasta que te enseñe cómo hacerlo. Ahora mírame…
El mago atrajo su atención. Sonea lo siguió a otro lugar, y fue consciente de otra esfera de luz.
Observa.
Sonea miró cómo el mago ejercitaba su voluntad, extraía poder de la esfera, lo conformaba y lo dejaba marchar.
Ahora prueba tú.
Centrada en su propia luz, Sonea la obligó a liberar un poco de energía. La magia inundó su mente. Solamente tenía que pensar en lo que quería que hiciese para que desapareciera.
Eso es. Ahora hazlo otra vez, pero sigue extrayendo poder hasta que hayas usado todo el que tienes.
¿Todo?
No tengas miedo. Se supone que eres capaz de manejar esa cantidad, y el ejercicio que acabo de enseñarte lo utilizará de forma que no cause ningún daño.
Su pecho se hinchó al respirar profundamente y soltar el aire. Invocó su poder de nuevo y empezó a conformarlo y liberarlo una y otra vez. Después de empezar a hacerlo, parecía que la energía estuviera ansiosa por responder a su voluntad. La esfera comenzó a encogerse, decreciendo lentamente hasta que no fue más que una chispa flotando en la oscuridad.
Muy bien, ya está.
Abrió los ojos y parpadeó mientras contemplaba la destrucción que había a su alrededor. En veinte pasos a la redonda no quedaban paredes en pie, solamente escombros en llamas. Los magos la contemplaban con recelo.
La pared que tenía detrás ya no existía, pero la fuerza invisible seguía sosteniéndola en pie. Cuando la liberó, Sonea notó que le fallaban las piernas, temblorosas por el cansancio, y cayó de rodillas. Casi incapaz de mantener la espalda recta, frunció el ceño al mago más viejo.
Él sonrió y se inclinó para ponerle una mano en el hombro.
Por el momento estás a salvo, Sonea. Has utilizado toda tu energía. Ahora descansa. Hablaremos pronto.
Mientras el mago la cogía en brazos, Sonea se vio envuelta por una sensación de mareo, que desencadenó una negrura que ahogó todo pensamiento.
Jadeando por el esfuerzo y el dolor, Cery se desplomó sobre la pared derrumbada. El grito de Sonea todavía le resonaba en los oídos. Presionó las manos contra la cabeza y cerró los ojos.
—Sonea… —susurró.
Con un suspiro, apartó las manos y oyó demasiado tarde el sonido de pasos a su espalda. Vio que había regresado el hombre que le había cortado la retirada por el callejón, y ahora no le quitaba ojo de encima.
Cery no le hizo ningún caso. Sus ojos habían encontrado un color brillante entre todo el polvo y los cascotes. Se agachó y tocó el hilo de color rojo que goteaba por el borde de un ladrillo rojo. Sangre.
Los pasos se acercaron. Junto a la sangre apareció una bota… dos botas, con botones que tenían la forma del símbolo del Gremio. La furia recorrió a Cery, y con un solo movimiento se levantó y lanzó un golpe, apuntando a la cara del hombre.
El mago atrapó el puño de Cery en el aire y lo retorció. Cery perdió el equilibrio, tropezó y cayó. Se dio un golpe en la cabeza contra la pared destrozada. Su visión se llenó de colores. Jadeando, se puso en pie a duras penas, apretándose la cabeza con las manos para intentar impedir que el mundo diera vueltas. El hombre soltó una risita.
—Estúpido losde —dijo.
Pasándose la mano por el pelo rubio y fino, el mago giró sobre sus talones y se marchó.