14. Un aliado reticente


Mientras se paraba a descansar en un callejón, Rothen cerró los ojos e invocó una pizca de poder para quitarse el agotamiento.

Abrió los ojos y contempló la nieve que se amontonaba contra las fachadas laterales de los edificios. El clima suave que habían disfrutado las últimas semanas no era más que un recuerdo lejano, ahora que las ventiscas invernales habían llegado a Imardin. Se preparó para salir a la calle comprobando que su túnica estuviera bien tapada por la capa.

Empezó a notar que se formaba un zumbido en su nuca y se quedó quieto. Bajó los párpados y maldijo entre dientes al comprender lo lejos que se hallaba de la fuente. Frustrado, salió a la calle.

¿Dannyl?

La he oído. La tengo a unas pocas calles de distancia ahora mismo.

¿Se ha desplazado?

Sí.

Rothen arrugó la frente. Si había huido, ¿por qué seguía utilizando sus poderes?

¿Quién más está cerca de ahí?

Nosotros estamos a menos distancia, llamó lord Kerrin. La chica no debe de estar a más de cien pasos de nosotros.

Sarle y yo estamos más o menos a la misma distancia, envió lord Kiano.

Acercaos más, les dijo Rothen. No os enfrentéis solos a ella.

Rothen cruzó la calle y acometió un callejón a toda prisa. Al pasar por delante, un viejo mendigo ciego lo miró sin verlo.

¿Rothen?, llamó Dannyl. Mira esto.

En la mente de Rothen apareció la imagen de una casa envuelta en llamas anaranjadas, expulsando humo al cielo. Con la imagen llegó una sensación de sospecha y terror.

¿Tú crees que ha…?

Estaríamos viendo algo mucho más espectacular que eso, replicó Rothen.

Llegó al final del callejón y salió a una calle más ancha. Aceleró el paso al ver la casa en llamas. La gente ya se estaba congregando para curiosear, y el mago, a medida que se acercaba, vio salir a los ocupantes de los edificios vecinos, cargados con sus pertenencias.

Una sombra estirada se desprendió de la oscuridad que imperaba en otro callejón y se dirigió hacia él.

—Tiene que estar cerca —dijo Dannyl—. Si podemos…

Los dos se pusieron tensos cuando un zumbido más fuerte y breve golpeó sus sentidos.

—Detrás de ese edificio —dijo Rothen, señalando.

Dannyl empezó a caminar hacia allí.

—Conozco la zona. Detrás de esa casa hay un callejón en el que desembocan otros dos.

Caminaron a buen paso hacia una zona oscura entre dos edificios. Rothen sintió una nueva y potente vibración cien pasos a la izquierda de la anterior, y subió el ritmo.

—Se mueve deprisa —murmuró Dannyl, iniciando una carrera ligera.

Rothen se apresuró para ponerse a su altura.

—Aquí falla algo —dijo jadeando—. Pasan semanas sin que escuchemos nada, y ahora esta semana todos los días… ¿por qué sigue usando los poderes?

—Quizá no pueda evitarlo.

—Entonces Akkarin tenía razón.

Rothen envió una llamada mental.

¿Kiano?

Se mueve hacia nosotros.

¿Kerrin?

Ha cruzado por delante de nosotros hace un momento, dirigiéndose al sur.

La tenemos rodeada, les dijo Rothen. Tened cuidado. Es posible que esté perdiendo el control de sus poderes. Kiano y Sarle, acercaos despacio. Kerrin y Fergun, manteneos a su derecha. Nosotros la abordaremos…

La he encontrado, envió Fergun.

Rothen frunció el ceño.

Fergun, ¿dónde estás?

Hubo una pausa.

Ella está en los túneles que tengo debajo. La veo por una rendija de la pared.

Quédate ahí, ordenó Rothen. No te aproximes a ella en solitario.

Un momento más tarde Rothen sintió otra vibración, y luego varias más. Sintió la alarma de los otros magos y corrió más deprisa.

¿Fergun? ¿Qué ocurre?

Me ha visto.

No te acerques a ella, le advirtió Rothen.

El zumbido de la magia cesó de repente. Dannyl y Rothen se miraron, y a continuación siguieron corriendo. Al llegar a un cruce, vieron a Fergun de pie en uno de los callejones, mirando por una rejilla de una pared cercana.

—Ha desaparecido —les dijo.

Dannyl llegó deprisa a la rejilla, la abrió y miró al interior del pasadizo.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Rothen.

—Estaba esperando a que llegara Kerrin cuando he oído ruidos que provenían de esa rejilla —contestó Fergun. Dannyl se incorporó.

—Así que te has metido tú solo y la has asustado.

Fergun miró al mago más alto con los ojos entrecerrados.

—No. He permanecido aquí, como se me ha ordenado.

—¿Ella le ha visto mirándola y se ha asustado de usted? —preguntó Rothen—. ¿Es por eso que ha empezado a usar sus poderes?

—Sí. —Fergun se encogió de hombros—. Hasta que sus amigos la han dejado inconsciente y han huido.

—¿No los has seguido? —preguntó Dannyl.

Fergun enarcó las cejas.

—No. Me he quedado aquí, como se me ha ordenado —repitió.

Dannyl dijo algo entre dientes y se retiró callejón abajo. Cuando llegaron los demás magos, Rothen se adelantó para recibirlos. Les explicó lo sucedido y los envió junto con Fergun de vuelta al Gremio. Halló a Dannyl sentado en un portal, dando forma de bola a un puñado de nieve.

—Está perdiendo el control.

—Sí —aceptó Rothen—. Voy a tener que cancelar la búsqueda. Una cacería o un enfrentamiento probablemente darán al traste con el poco control que pueda tener.

—¿Qué hacemos, entonces?

Rothen dirigió a su amigo una mirada significativa.

—Negociar.

El olor a humo seguía denso y áspero en los pulmones de Cery. Recorrió el pasadizo a la carrera, esquivando casi sin verlas las siluetas de otros hombres que viajaban por el Camino. Se detuvo ante una puerta y permaneció quieto, recuperando el aliento.

El guardia que abrió la puerta inclinó la cabeza brevemente al reconocer a Cery. El joven subió impaciente la estrecha escalera de madera que vigilaba el hombre, abrió la trampilla que había al final y pasó a la habitación casi sin iluminar.

Observó rápidamente a los tres fornidos guardias que acechaban en las sombras, al hombre de piel oscura que estaba de pie junto a la ventana y a la persona que dormía en una butaca.

—¿Qué ha pasado?

Farén se volvió para mirarlo.

—Le hemos dado un medicamento para que duerma. Estaba preocupada por si podía causar más daños.

Cery fue hacia la butaca para examinar la cara de Sonea. Tenía un cardenal oscuro e hinchado en una sien. Su piel estaba pálida y su pelo impregnado de sudor. Cery observó que tenía chamuscado el dobladillo de la manga y llevaba una mano vendada.

—El fuego se extiende —observó Farén.

Cery irguió la espalda y se acercó al ladrón, que estaba junto a la ventana. Tres casas ardían en la acera de enfrente, y las llamas, que se alzaban como un cabello anaranjado y revoltoso allí donde una vez había habido tejados, habían transformado sus ventanas en ojos brillantes. Por las ventanas de otra casa ya empezaba a salir humo.

—Ha dicho que estaba soñando… teniendo una pesadilla —le dijo Farén—. Al despertarse, había cosas ardiendo en su habitación. Demasiadas para poder apagarlas. Cuanto más se asustaba, más fuegos se iniciaban.

Él suspiró. Permanecieron callados durante mucho tiempo, hasta que Cery tomó una gran bocanada de aire y se giró para mirar al ladrón.

—¿Qué vas a hacer ahora?

Para su sorpresa, Farén sonrió.

—Presentar a Sonea al amigo de un viejo conocido nuestro. —Señaló a uno de los hombres que esperaban en las sombras—. Jarin, llévala en brazos.

Un hombre voluminoso y musculado salió de la penumbra a la luz anaranjada que llegaba de los incendios. Se inclinó para levantar a Sonea, pero cuando agarró los hombros de la chica, ella pestañeó hasta abrir los ojos. Jarin retiró las manos y se alejó con rapidez.

—¿Cery? —murmuró ella.

Cery fue corriendo a su lado. Sonea parpadeó lentamente, esforzándose para enfocar la mirada.

—Hola —dijo él con una sonrisa.

Los ojos de la joven volvieron a cerrarse.

—No nos han seguido, Cery. Nos han dejado marchar. ¿A que es raro? —Abrió los párpados de nuevo y miró por encima del hombro—. ¿Farén?

—Estás despierta —observó Farén—. Deberías haber dormido por lo menos otras dos horas.

—No me siento despierta —dijo entre bostezos.

Cery soltó una risita.

—Tampoco tienes pinta de estar despierta del todo. Duérmete otra vez. Necesitas descansar. Vamos a llevarte a un lugar seguro.

Sonea asintió mientras cerraba los ojos, y su respiración volvió a adoptar el ritmo lento del sueño. Farén miró a Jarin y señaló a la chica inconsciente con la cabeza.

El hombretón la levantó en brazos de mala gana. Los ojos de Sonea se movieron bajo sus párpados, pero siguió durmiendo. Farén cogió una lámpara, fue hasta la trampilla, la abrió de un puntapié y empezó a bajar la escalera.

Recorrieron los pasadizos en silencio. Cery miraba la cara de Sonea y notaba que el corazón le daba vuelcos. La vieja y conocida incomodidad se había transformado en la sensación más intensa que jamás había sentido. Lo mantenía despierto por las noches y lo atormentaba durante el día, hasta el punto de que le costaba recordar algún momento en que no se notara enfermo.

Se trataba, en buena parte, de temor por ella, aunque últimamente había empezado a temer estar a su alrededor. La magia se le había escapado entre los dedos. Todos los días, en ocasiones cada hora, algún objeto cercano a ella ardía en llamas o explotaba. Aquella mañana Sonea se lo había tomado a broma, diciendo que ya había cogido mucha práctica en extinguir fuegos y esquivar objetos voladores.

Cada vez que se le escapaba la magia, llegaban magos corriendo desde toda la ciudad. Cambiando de lugar constantemente y pasando más tiempo en los túneles que en los escondrijos de Farén. Sonea se sentía agotada y desdichada.

Cery apenas prestó atención al recorrido, sumido como estaba en sus pensamientos. En un momento dado descendieron unos escalones elevados, y a continuación pasaron por debajo de una enorme losa de piedra. Supo que estaban entrando en la Cuaderna Septentrional, ya que aquello era la base de la Muralla Exterior, y se preguntó quién sería el misterioso amigo de Farén.

Poco más adelante, Farén hizo un alto y ordenó al guardia que dejara a Sonea en el suelo. La joven despertó, y esta vez parecía más consciente de su entorno. Farén se quitó el abrigo y, con la ayuda de Jarin, metió los brazos de Sonea en las mangas y le puso la capucha.

—¿Crees que podrás andar? —le preguntó.

Ella se encogió de hombros.

—Lo intentaré.

—Si nos encontramos con alguien, procura que no te vean —le dijo.

Al principio necesitó que la ayudaran, pero al cabo de unos minutos había recuperado el sentido del equilibrio. Caminaron durante otra media hora, cruzándose cada vez con más gente en los pasadizos. Farén se detuvo delante de una puerta y llamó. El guardia que la abrió los dejó pasar a una sala pequeña, antes de llamar a una segunda puerta.

La abrió un hombre menudo y moreno, de nariz puntiaguda, que miró fijamente al ladrón.

—Farén —dijo—. ¿Qué te trae por aquí?

—Negocios —respondió Farén.

Cery frunció el ceño. La voz le resultaba conocida. Los ojos pequeños y brillantes del hombre se convirtieron en rendijas.

—Pasad, pues.

Farén cruzó el vano, se detuvo y señaló a sus guardias con el dedo.

—Quedaos aquí —dijo. Hizo un gesto a Cery y a Sonea—. Vosotros dos, venid conmigo.

El hombre torció el morro.

—Yo no he… —Vaciló, se fijó bien en la cara de Cery y entonces sonrió—. Ah, si es el pequeño Ceryni. Así que te has quedado al golfillo del hijo de Torrin, ¿eh, Farén? No sabía si lo harías.

Cery sonrió al comprender quién era aquel hombre.

—Hola, Ravi.

—Pasad.

Cery entró en la habitación con Sonea detrás de él. Al observar toda la estancia, su mirada se encontró con la de un anciano sentado en una silla, a un lado, mesándose su larga barba blanca. Cery lo saludó educadamente con la cabeza, pero el hombre no le devolvió el saludo.

—¿Quién es esta? —preguntó Ravi, señalando a Sonea.

Farén le quitó la capucha de la cabeza. Sonea intentó enfocar en Ravi unas pupilas negras y dilatadas por los efectos de la medicina.

—Esta es Sonea —respondió Farén, componiendo una sonrisa que no transmitía ningún rastro de humor—. Sonea, te presento a Ravi.

—Hola —dijo Sonea con un hilo de voz.

Ravi dio un paso atrás, con la cara lívida.

—¿Esta es… ella? Pero…

—¿Cómo te atreves a traerla aquí?

Todos se volvieron hacia la voz. El anciano se había puesto de pie y estaba mirando con rabia a Farén. Sonea ahogó un pequeño grito y retrocedió a trompicones.

Farén le puso las manos en los hombros para que se tuviera en pie.

—No te preocupes, Sonea —dijo en voz baja y tranquilizadora—. No se atrevería a hacerte daño. Si lo hiciera, tendríamos que explicárselo todo al Gremio, y a él no le interesa que se enteren de que no está muerto, como creen ellos.

Cery giró la cabeza para contemplar al anciano, comprendiendo al instante por qué aquel desconocido no se había molestado en responder a su saludo.

—Verás, Sonea —continuó diciendo Farén con tono altivo—, él y tú tenéis mucho en común. A ambos os protegen los ladrones, ambos tenéis magia y ninguno de vosotros desea que lo encuentre el Gremio. Y ahora que has visto aquí a Senfel, no le va a quedar más remedio que enseñarte cómo se controla tu magia… porque si no lo hace, los magos podrían localizarte y tú podrías hablarles de él.

—¿Es un mago? —dijo en voz muy baja, mirando al anciano con los ojos abiertos como platos.

—Un ex mago —puntualizó Farén.

Para alivio de Cery, los ojos de Sonea se llenaron de esperanza y no de temor.

—¿Puedes ayudarme? —le preguntó.

Senfel se cruzó de brazos.

—No.

—¿No? —repitió ella suavemente.

El anciano arrugó el entrecejo y sus labios formaron un mohín despectivo.

—Drogarla no va a hacer más que empeorar las cosas, ladrón.

Sonea aspiró aire de golpe. Cery vio cómo regresaba el miedo a sus ojos y se colocó a su lado para agarrarle las manos.

—No pasa nada —susurró—. Solo era un medicamento para que durmieras.

—Sí, sí que pasa —dijo Senfel. Dirigió una mirada fría a Farén—. No puedo ayudarla.

—No te queda elección —replicó Farén.

Senfel sonrió.

—¿Ah, no? Pues entonces, ve al Gremio. Diles que estoy aquí. Prefiero que me encuentren a morir cuando pierda el control de sus poderes.

Notando que Sonea se tensaba, Cery se volvió hacia el anciano.

—Deja de asustarla —siseó.

Senfel lo miró fijamente y después sus ojos pasaron a Sonea. Ella le devolvió una mirada desafiante. La expresión del anciano se suavizó un poco.

—Ve con ellos —la apremió—. No van a matarte. Lo peor que puede pasarte es que liguen tus poderes para que no puedas usarlos. Mejor eso que morir, ¿no?

Ella siguió fulminándolo con la mirada. Senfel hizo un gesto de indiferencia, se irguió y fijó unos ojos duros como el acero en Farén.

—Hay por lo menos tres magos cerca. Me costaría bien poco llamarlos, y estoy seguro de que podría evitar que os marcharais durante el tiempo que les cueste dar con esta sala. ¿Sigues pretendiendo revelar mi presencia al Gremio?

Farén movió la mandíbula mientras aguantaba la mirada del mago. Negó con la cabeza.

—No.

—Marchaos… y cuando esté lúcida, repetidle lo que le he dicho. Si no pide ayuda al Gremio, morirá.

—Pues entonces ayúdala tú —dijo Cery.

El anciano negó con la cabeza.

—No puedo. Mis poderes son demasiado débiles, y la chica ya ha ido demasiado lejos. Ahora solamente el Gremio puede ayudarla.

El tabernero de la casa de bol arrastró un barril que había debajo de la mesa y lo subió a la barra con un gruñido de esfuerzo. Dirigió a Dannyl una mirada llena de significado mientras empezaba a llenar jarras y a repartirlas por la mesa. Se inclinó hacia delante, dejó bruscamente una jarra frente a Dannyl y entonces se cruzó de brazos y esperó.

Distraído, Dannyl frunció el ceño al hombre y le entregó una moneda. La mirada del tabernero no vaciló. Dannyl miró la bebida y supo que no podía evitarlo más tiempo: tenía que beberse aquel mejunje.

Levantó la jarra y dio un sorbo de prueba, para parpadear enseguida de la sorpresa. Su boca se había llenado de un sabor dulce y complejo. El gusto le era conocido, y lo identificó al cabo de un momento. Salsa chebol, pero sin las especias.

Unos pocos sorbos más tarde notó cómo el estómago se le llenaba de calor. Alzó la copa hacia el tabernero y recibió un asentimiento de aprobación como respuesta. Sin embargo, el hombre no dejó de vigilarlo, y Dannyl no respiró tranquilo hasta que entró un joven en la casa de bol e inició una conversación.

—¿Cómo va el negocio, Kol?

El hombre levantó los hombros.

—Como siempre.

—¿Cuántos barriles vas a querer esta vez?

Dannyl escuchó a los dos hombres negociando. Cuando se pusieron de acuerdo en el precio, el recién llegado se dejó caer en una silla y suspiró.

—¿Dónde se ha metido ese tipo tan raro con el anillo brillante?

—¿El sachakano? —El tabernero se encogió de hombros—. Se lo cargaron hace unas semanas. Lo encontraron en el callejón.

—¿En serio?

—De verdad.

Dannyl bufó suavemente. «Un final apropiado», meditó.

—¿Te has enterado del incendio que hubo anoche? —preguntó el tabernero.

—Vivo cerca de allí. Arrasó una calle entera. Menos mal que no era verano. Podrían haberse quemado las barriadas enteras.

—Como si la gente de la ciudad fuera a preocuparse —añadió el tabernero—. El fuego no pasaría de la Muralla.

Una mano se posó en el hombro de Dannyl. El mago miró hacia arriba y reconoció al hombre flaco que los ladrones le habían asignado como guía. El individuo hizo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta.

Dannyl terminó su jarra de bol y la dejó en la mesa. Al levantarse, el propietario le dirigió un saludo amistoso. Dannyl se lo devolvió, sonriente, y siguió al guía hacia la puerta.