13. Una poderosa influencia


No había más de unos veinte magos reunidos en el Salón de Noche cuando entró Rothen. Vio que Dannyl no había llegado todavía y se dirigió a un grupo de butacas.

—La ventana estaba abierta. Quienquiera que fuese, entró por la ventana.

Rothen distinguió la angustia en aquella voz y se detuvo para buscar a quien había hablado. Cerca de él estaba Jerrik hablando con Yaldin. Le entró curiosidad por saber qué podía haber alterado tanto al rector de la universidad, y se acercó a los dos hombres.

—Saludos. —Rothen inclinó la cabeza educadamente—. Parece usted disgustado por algo, rector.

—Entre nuestros aprendices se esconde un hábil ladrón —explicó Yaldin—. Jerrik ha perdido unos cuantos libros valiosos.

—¿Un ladrón? —repitió Rothen, sorprendido—. ¿Qué libros faltan?

La sabiduría de los magos meridionales. Artes del archipiélago Minken y el Manual de la creación de fuego.

Rothen frunció el ceño.

—Extraña combinación de libros.

—Libros caros —lamentó Jerrik—. Me costó veinte monedas de oro que me hicieran esas copias.

Rothen silbó suavemente.

—En ese caso, nuestro ladrón tiene ojo para lo valioso. —Adoptó una expresión pensativa—. Unos libros tan poco comunes deberían ser difíciles de ocultar. Son unos volúmenes de buen tamaño, si no recuerdo mal. Podría usted autorizar un registro en el alojamiento de los aprendices.

Jerrik hizo una mueca.

—Esperaba que se pudiera evitar eso.

—Quizá alguien los ha tomado prestados —sugirió Yaldin.

—He preguntado a todo el mundo —Jerrik suspiró, negando con la cabeza—. No los ha visto nadie.

—A mí no me ha preguntado —señaló Rothen. Jerrik levantó la mirada de repente y Rothen se apresuró a añadir, entre risas—: No, no me los he llevado yo. Pero puede que también haya pasado usted a otros por alto. Quizá podría preguntarlo en la próxima Reunión. Es tan solo dentro de dos días, y tal vez para entonces ya hayan aparecido los libros.

Jerrik puso cara de disgusto.

—Supongo que será mejor que haga eso en primer lugar.

Rothen vio con el rabillo del ojo que entraba en el Salón de Noche una figura alta y conocida, y se disculpó. Fue al lado de Dannyl y llevó al mago aparte, a un rincón tranquilo de la sala.

—¿Ha habido suerte? —preguntó sin levantar la voz.

Dannyl se encogió de hombros.

—No, ni la más mínima, pero al menos esta vez no me ha seguido ningún extranjero con navaja. ¿Y tú?

Rothen abrió la boca para responder pero volvió a cerrarla cuando un sirviente se acercó para ofrecerles una bandeja llena de copas de vino. Estiró el brazo para coger una pero se quedó petrificado al ver aparecer la manga de una túnica negra acercándose a la bandeja desde detrás de Dannyl. Akkarin eligió una copa y rodeó a Dannyl para dirigirse a Rothen.

—¿Cómo está progresando la búsqueda, lord Rothen?

Los ojos de Dannyl se ensancharon mientras se giraba hacia el Gran Lord.

—Cuando más cerca estuvimos de atraparla fue hace dos semanas, Gran Lord —contestó Rothen—. Sus protectores emplearon un señuelo. Cuando nos dimos cuenta de que teníamos la chica que no era, la de verdad ya había escapado. Además, encontramos un libro de magia.

Al Gran Lord se le nubló el rostro.

—No son buenas noticias.

—Era un libro viejo y obsoleto —añadió Dannyl.

—Sin embargo, no podemos tolerar que esos libros estén fuera del Gremio —replicó Akkarin—. Debería bastar con un registro de las casas de empeños para saber si han llegado muchos más a la ciudad. Hablaré de ello con Lorlen, pero mientras tanto… —Miró a Dannyl—. ¿Has tenido algún éxito en restablecer el contacto con los ladrones?

La cara de Dannyl se puso blanca y luego se tiñó de rojo.

—No —respondió con voz ahogada—. Llevan semanas rechazando mis peticiones de audiencia.

Akkarin puso una sonrisa torva.

—Doy por hecho que intentarías hacerles ver los peligros que entraña tener a una maga sin adiestrar entre ellos…

Dannyl asintió.

—Sí, pero no pareció que se preocuparan.

—No tardarán en hacerlo. Sigue intentando reunirte con ellos. Si se niegan a verte en persona, mándales mensajes. Detalla los problemas con que se topará la chica a medida que su magia se vuelva incontrolable. Antes de que pase mucho tiempo comprenderán que dices la verdad. Mantenme informado de tus progresos.

Dannyl tragó saliva.

—Sí, Gran Lord.

Akkarin inclinó la cabeza ante ambos.

—Buenas tardes.

Se volvió y empezó a alejarse, dejando a los dos magos mirando su espalda boquiabiertos. Dannyl dejó escapar el aliento ruidosamente.

—¿Cómo lo ha sabido? —susurró.

Rothen se encogió de hombros.

—Se dice que Akkarin sabe más de los asuntos de la ciudad que el propio rey, aunque también puede ser que Yaldin se lo haya dicho a alguien.

Dannyl puso mala cara y su mirada cruzó el salón para posarse en el mago anciano.

—No es propio de Yaldin.

—No —coincidió Rothen. Sonrió y dio a Dannyl una palmadita en el hombro—. De todas formas, no parece que te hayas metido en líos. En realidad, parece que acabas de recibir un encargo personal del Gran Lord.

Sonea plegó el borde de una página y suspiró. ¿Por qué no podían los escritores del Gremio usar palabras normales y razonables? El de aquel libro parecía haber disfrutado organizando las frases de forma que no se parecieran en nada al habla normal. Ni siquiera Serin, el escriba de mediana edad que la estaba enseñando a leer, era capaz de explicarle muchos de los términos y oraciones.

Se frotó los ojos y reclinó la espalda. Había pasado varios días en el sótano de Serin. Era una estancia sorprendentemente cómoda, con una amplia chimenea y muebles resistentes, y sabía que le decepcionaría tener que abandonarla.

Después de que casi la capturaran, la noche en que Cery la había llevado al Gremio, Farén la había trasladado a la casa de Serin en la Cuaderna Septentrional. Había decidido que lo mejor sería que Sonea dejara de practicar la magia hasta que él pudiera conseguir unos escondites nuevos y mejor situados. Mientras tanto, le había dicho, ella pasaría el tiempo estudiando los libros que había traído Cery.

Volvió a mirar la página y suspiró. Tenía delante una palabra, una palabra desconocida, extraña y enervante, que se negaba a tener ningún sentido. Sonea la miró un tiempo, sabiendo que el significado de la frase entera orbitaba alrededor de esa exasperante palabra. Se frotó los ojos de nuevo, y entonces llamaron a la puerta y se sobresaltó.

Se levantó a mirar por la mirilla, sonrió y abrió.

—Buenas tardes —dijo Farén mientras pasaba sigiloso a la estancia. Le dio una botella—. Te he traído un regalito para darte ánimos.

Sonea descorchó la botella y olisqueó el contenido.

—¡Vino de pachi! —exclamó.

—Exacto.

Sonea fue hacia una cómoda y sacó dos tazas.

—No creo que sean las apropiadas para el vino de pachi —dijo—. Pero no tengo más… a no ser que quieras pedirle algo mejor a Serin.

—Servirán. —Farén acercó una silla a la mesa y se sentó. Aceptó una taza de licor verde, dio un sorbo, suspiró de satisfacción y se apoyó en el respaldo—. Claro que está más bueno con especias y templado.

—No sé qué decirte —respondió Sonea—. No lo había probado nunca.

Dio un sorbo y sonrió al llenársele la boca de un sabor dulce y fresco. A Farén le hizo gracia la expresión que puso.

—Ya pensaba que te gustaría. —Se desperezó y volvió a reclinarse en la silla—. También tengo noticias para ti. Tus tíos están esperando un bebé.

Sonea lo miró, aturdida.

—¿De verdad?

—Pronto tendrás un primito —dijo el ladrón. Tomó otro trago y le dirigió una mirada especulativa—. Cery me ha dicho que tu madre murió cuando tú eras muy pequeña, y que tu padre salió de Kyralia poco después. —Hizo una pausa—. ¿Alguno de ellos mostró alguna señal de que llevaba la magia en la sangre?

Sonea movió la cabeza de un lado a otro.

—Que yo sepa, no.

Farén apretó los labios.

—Le pedí a Cery que fuera a preguntar a tu tía. Dice que nunca ha visto ningún talento mágico, ni en tus padres ni en tus abuelos.

—¿Es importante?

—A los magos les gusta trazar su linaje —le explicó—. Mi madre tenía magia en el suyo. Lo sé porque su hermano, mi tío, es un mago, igual que el hermano de mi abuelo… si es que sigue vivo.

—¿Tienes magos en la familia?

—Sí, pero no he conocido a ninguno de los dos, y posiblemente no lo haré nunca.

—Pero… —dudó Sonea—. ¿Cómo puede ser?

—Mi madre era hija de un rico comerciante lonmariano —respondió él—. Mi padre era un marinero kyraliano que trabajaba para un capitán que solía transportar mercancías para el padre de mi madre.

—¿Cómo se conocieron?

—Por casualidad al principio, y luego en secreto. Los lonmarianos, como sabes, no dejan que nadie vea a sus mujeres. No les hacen pruebas para ver si tienen magia, ya que el único lugar donde podrían aprender a usarla sería el Gremio, y en Lonmar se cree que es indecoroso que las mujeres se alejen de su hogar… e incluso que hablen con otros hombres que no sean de su familia.

Farén hizo un alto para tomar un sorbo de vino. Sonea lo miró, impaciente, mientras tragaba. El ladrón sonrió brevemente.

—Cuando su padre averiguó que mi madre se había estado viendo con un marinero, mandó castigarla —siguió diciendo—. La azotaron y la recluyeron en una de sus torres. Mi padre abandonó el barco y se quedó en Lonmar para buscar alguna forma de liberarla. No tuvo que esperar mucho, ya que cuando la familia de ella descubrió que estaba embarazada, la repudió con deshonra.

—¿La repudió? ¿Lo normal no sería que le hubieran buscado un hogar al niño?

—No. —La expresión de Farén se oscureció—. Consideraban que estaba mancillada y era una vergüenza para la familia. Según su tradición, había que marcarla para que los otros hombres supieran el crimen que había cometido, y luego sería vendida en el mercado de esclavos. Tenía dos cicatrices muy largas en cada mejilla, y una que le bajaba por el centro de la frente.

—¡Qué horroroso! —exclamó Sonea. Farén se encogió de hombros.

—Sí, a nosotros nos parece horroroso. Sin embargo, los lonmarianos creen que son el pueblo más civilizado del mundo. —Tomó otro sorbo de vino—. Mi padre la compró, a ella y un pasaje para los dos hacia Imardin. Pero sus problemas no terminaron allí. Mi padre había provocado que el capitán del barco perdiera a un importante cliente, ya que la familia de mi madre no quería hacer negocios con él. Y ningún otro patrón de barco quería contratar a mi padre, así que se fueron empobreciendo. Construyeron una casa en las barriadas y mi padre aceptó un trabajo en un matadero de gorines. Yo nací poco después.

Se terminó la jarra. Mirándola, sonrió.

—¿Ves? —dijo—. Hasta un humilde ladrón puede tener magia en las venas.

—¿Un humilde ladrón? —repitió Sonea con sorna.

Farén nunca había estado tan hablador con ella. ¿Qué más podría contarle? Mientras servía más vino, hizo un gesto de impaciencia.

—Entonces ¿cómo es que el hijo de un matarife se convirtió en un líder de los ladrones?

Farén se llevó la taza a los labios.

—Mi padre murió en las batallas que hubo después de la primera Purga. Para poder alimentarnos, mi madre se hizo bailarina en una casa de putas. —Hizo una mueca—. La vida era difícil. Uno de sus clientes era un hombre influyente entre los ladrones. Le caí bien, y me adoptó como hijo propio. Al retirarse, yo ocupe su lugar y luego ascendí desde ese punto.

Sonea frunció los labios.

—¿Así que cualquiera puede hacerse ladrón? ¿Solamente hay que ser amigo de la persona adecuada?

—Hace falta algo más que ser una compañía agradable. —Sonrió—. ¿Estás haciendo planes para tu amigo, entonces?

Ella arrugó la frente, exagerando una expresión desconcertada.

—¿Amigo? No, estaba pensando en mí misma.

El ladrón echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas, y luego alzó su jarra hacia Sonea.

—Por Sonea, una mujer de pocas ambiciones. Primero maga, luego ladrona.

Apuraron las tazas al mismo tiempo, y entonces Farén miró la mesa. Estiró un brazo y le dio la vuelta al libro en su dirección.

—¿Lo vas entendiendo mejor?

La joven suspiró.

—Algunas cosas no las entiende ni Serin. Está escrito pensando en alguien que sabe más que yo. Necesito un libro para principiantes. —Miró directamente a Farén—. ¿Cery ha conseguido algo?

Él negó con la cabeza.

—Habría sido mejor que siguieras practicando. Eso habría distraído al Gremio. Durante esta semana han comprobado todas las casas de empeños, dentro y fuera de las murallas. Si había algún libro de magia en la ciudad, ahora ya no queda ninguno.

Sonea volvió a suspirar y se frotó las sienes.

—¿Qué hacen ahora?

—Siguen metiendo las narices por todas las barriadas —le contó Farén—. Esperan a que uses tu magia.

Sonea pensó en sus tíos, y en el bebé que esperaban. Hasta que los magos dejaran de buscarla, no podría verlos. ¡Cómo deseaba hablar con ellos! Bajó sus ojos al libro y sintió un impulso de frustración y rabia.

—¿Es que no van a dejarlo nunca?

La sobresaltó un sonoro estallido que despertó ecos en la estancia, seguido del ligero golpeteo provocado por algo desparramándose en el suelo. Sonea vio los pequeños fragmentos de un jarrón de cerámica blanca.

—Venga, Sonea —dijo Farén, moviendo un dedo delante de su cara—, no creo que esa sea forma de agradecer a Serin que… —Calló de repente, se dio una palmada en la frente y gimió—. Van a saber que estás en la ciudad. —Soltó una palabrota y a continuación puso cara de disgusto a Sonea—. Hay varias razones por las que te dije que no usaras la magia mientras estuvieras aquí, Sonea.

Ella se ruborizó.

—Lo siento, Farén, pero no quería hacerlo. —Se agachó y recogió un fragmento del jarrón—. Al principio no conseguía que pasara cuando quería, y ahora pasa cuando ni siquiera estoy pensando en ello.

La expresión de Farén se suavizó.

—Bueno, si no lo puedes evitar, no lo puedes evitar. —Movió una mano, se puso tenso y la miró fijamente.

—¿Qué? —preguntó Sonea.

El ladrón tragó saliva y miró hacia otro sitio.

—Nada. Solo… una cosa que se me ha ocurrido. Los magos no estarán tan cerca de nosotros como para averiguar tu posición, aunque seguramente mañana invadirán la Cuaderna Septentrional. No creo que haga falta moverte ya mismo… pero procura no volver a usar tu magia.

Sonea asintió.

—Lo intentaré.

—¿Larkin el mercader?

Dannyl se giró hacia un empleado de la casa de bol que estaba de pie junto a él. Asintió. El hombre hizo un movimiento rápido con la cabeza para indicar a Dannyl que lo siguiera.

Dannyl observó al hombre un momento, sin poder creer que por fin estuviera llegando a alguna parte, y a continuación se levantó deprisa del taburete. Mientras seguía al hombre entre la multitud, reflexionó sobre la carta que había enviado a Gorín. ¿Qué era lo que había convencido al ladrón para reunirse con él?

Fuera caía la nieve. El guía encogió los hombros y se ciñó el abrigo antes de echar a andar calle abajo a buen ritmo. Cuando llegaron a la entrada de un callejón cercano, salió de él un hombre con capa que se colocó delante de Dannyl, cerrándole el paso.

—Lord Dannyl. ¡Menuda sorpresa! ¿O debería decir «menudo disfraz»?

Fergun sonreía de oreja a oreja. Dannyl se quedó mirando al mago mientras su incredulidad se transformaba rápidamente en irritación. Recordó otros tiempos, muchos años atrás, en los que un Fergun más joven se había dedicado a martirizarlo y burlarse de él, y empezó a sentir punzadas de fastidio. Y entonces se enfadó consigo mismo. Al cuadrar los hombros, le produjo una pequeña satisfacción saber que le sacaba una cabeza al otro mago.

—¿Qué quieres, Fergun?

Las delicadas cejas de Fergun se enarcaron.

—Saber por qué está vagando por las barriadas en semejantes condiciones, lord Dannyl.

—¿Y esperas que te lo explique?

El guerrero levantó los hombros.

—Bueno, si no lo hace me está obligando a especular, ¿no es así? Estoy seguro de que a mis amigos les encantará ayudarme a adivinar sus motivos. —Se puso un dedo sobre los labios—. Hum, obviamente usted no desea que se sepa por qué está aquí. ¿Está ocultando algo escandaloso? ¿Se halla implicado en algo tan vergonzoso que ha de vestirse como un mendigo para evitar que lo descubran? ¡Ah! —Fergun abrió bien los ojos—. ¿Está visitando los burdeles?

Dannyl miró por encima del hombro de Fergun. Como esperaba, el guía había desaparecido.

—Ah, ¿lo había elegido a él? —preguntó Fergun, mirando atrás—. Un poco demasiado bruto. Claro que tampoco tengo idea de cuáles son sus gustos específicos.

La furia inundó a Dannyl como agua helada. Habían pasado años desde la última vez que Fergun se le había encarado de aquella manera, pero el odio que le despertaban sus chanzas era tan intenso como siempre.

—Quítate de mi camino, Fergun.

Los ojos de Fergun refulgieron de placer.

—No, no —dijo, ahora sin ningún rastro de burla en la voz—. No hasta que me explique qué se propone.

«No sería complicado tumbar a Fergun», rumió Dannyl. Se esforzó por controlar su rabia.

—Fergun, no podrías tener la boca cerrada, ni tampoco sacarla de la cloaca, aunque te lo propusieras… y eso lo sabe todo el mundo. Nadie va a creerse ni una palabra de lo que digas. Ahora quítate de en medio antes de que me vea obligado a dar parte de tu conducta.

Los ojos del guerrero se volvieron de acero.

—Estoy convencido de que a los magos superiores les interesarán más las acciones de usted. Por lo que recuerdo, existen leyes más bien estrictas sobre en qué lugares deben vestir túnica los magos. ¿Saben ellos que usted está saltándose esa norma?

Dannyl sonrió.

—No es un hecho ignorado por completo.

La mirada fija de Fergun se quebró por un asomo de duda.

—¿Tiene usted permiso?

—Ellos… o debería decir él… me encargó que lo hiciera —respondió Dannyl. Dejó que se le desenfocara la mirada y luego sacudió la cabeza—. Nunca soy capaz de saber si está mirando o no. Tiene que enterarse de esto. Tendré que decírselo cuando regrese.

La cara de Fergun estaba notablemente pálida.

—¡No es necesario! Yo mismo hablaré con él. —Se hizo a un lado—. Vaya. Termine su trabajo.

Dio un paso atrás, giró sobre sus talones y se marchó apresurado. Dannyl, sonriente, vio desaparecer al guerrero entre la nevada que arreciaba. Dudaba mucho que Fergun fuera a decir ni una palabra al Gran Lord.

La satisfacción se deshizo al verse solo en una calle vacía. Buscó en las sombras donde había desaparecido el guía. Por supuesto, había aparecido Fergun justo cuando por fin los ladrones habían accedido a encontrarse con él. Con un suspiro, Dannyl emprendió el regreso por la calle en dirección a la avenida Norte y al Gremio.

Unas veloces pisadas aplastaron la nieve recién caída por detrás de él. Se dio la vuelta y parpadeó, sorprendido por que fuese el guía quien venía por la calle. Se detuvo para dejar que el hombre lo alcanzara.

—¡Yep! ¿De qué iba todo eso? —preguntó el hombre.

—Uno de nuestros buscadores se ha metido donde no lo llamaban —dijo sonriendo—. Se podría decir que es un chismoso.

La sonrisa del hombre dejó ver unos dientes manchados.

—Ya te pillo. —Levantó un poco los hombros y luego hizo un gesto con la cabeza para indicar que Dannyl debía seguirlo.

Comprobó que Fergun no se había hecho el remolón para espiarlo y echó a andar de nuevo entre los copos de nieve.

—«Incremente la cantidad de poder gradualmente hasta que el calor derrita el cristal» —leyó Serin.

—¡Pero es que eso ni se parece a cómo funciona! —exclamó Sonea. Se levantó y paseó por la habitación—. Es más como un… como un odre lleno de agua con un agujero muy pequeño. Si aprietas el odre, sale un chorro de agua, pero no se puede dirigir ni hacer que…

Calló al oír que llamaban a la puerta. Serin se incorporó y dio un vistazo por la mirilla antes de abrir.

—Sonea —dijo Farén, despidiendo al escriba de la sala con un gesto—. Te traigo una visita.

Pasó a la estancia, sonriendo de oreja a oreja. Detrás de él había un hombre fornido con ojos somnolientos y una mujer bajita con una gruesa bufanda alrededor de la cabeza.

—¡Ranel! —gritó Sonea—. ¡Jonna!

Rodeó la mesa como una exhalación y dio un abrazo a su tía.

—Sonea. —A Jonna se le escapó un pequeño sollozo—. Nos tenías preocupadísimos. —Sostuvo a Sonea con los brazos extendidos y asintió en señal de aprobación—. Parece que estás bastante bien.

A la joven la divirtió que Jonna mirara a Farén con los ojos entrecerrados. El ladrón estaba apoyado en la pared opuesta, sonriente. Sonea fue hacia Ranel y lo abrazó. Su tío la miró de arriba a abajo.

—Harrin nos dijo que has estado haciendo magia.

Sonea hizo una mueca.

—Es verdad.

—Y los magos te están buscando.

—Sí. Farén me oculta de ellos.

—¿A cambio de qué? ¿De tu magia?

Sonea asintió.

—Eso es. Tampoco es que ahora mismo le esté sirviendo de mucho. No se me da muy bien.

Jonna resopló con suavidad.

—No puedes ser tan mala, o no te escondería. —Inspeccionó la habitación antes de asentir—. No está tan mal como creía.

Se sentó en una silla, se quitó la bufanda y suspiró profundamente. Sonea se acuclilló al lado de la silla.

—Me he enterado de que empezáis un negocio nuevo.

Su tía arrugó la frente.

—¿Un negocio nuevo?

—Fabricarme primos, me parece que es.

Las arrugas de Jonna se suavizaron y se dio unas palmaditas en la barriga.

—Vaya, entonces ya te has enterado. Sí, nuestra pequeña familia tendrá un miembro nuevo el verano que viene —dijo Jonna mirando ya a Ranel, que sonreía abiertamente.

Sonea no pudo mirarlos sin que la arrollaran el afecto y la añoranza. Se coló en su mente una sensación familiar y ahogó un grito. Se levantó y miró por todas partes, pero no vio nada que estuviese fuera de lugar.

—¿Qué pasa? —preguntó Farén.

—He hecho algo. —Se sonrojó al darse cuenta de que sus tíos la estaban mirando fijamente—. Bueno, he tenido la misma sensación que cuando lo hago.

El ladrón recorrió la habitación con la mirada y se encogió de hombros.

—Quizá has movido un poco de polvo detrás de las paredes.

Jonna parecía estar perpleja.

—¿De qué estás hablando?

—He hecho magia —explicó Sonea—. No tenía la menor intención. A veces pasa.

—¿Y no sabes lo que ha pasado? —La mano de Jonna apretó más su barriga.

—No —respondió Sonea, tragando saliva y apartando la mirada.

La alarma en los ojos de su tía la había entristecido, pero comprendía los motivos de Jonna para tener miedo. La idea de poder hacer daño por error a… «No —se dijo—. Ni lo pienses.» Inhaló profundamente y dejó que el aire saliera poco a poco.

—Farén, creo que deberías llevártelos. Por si acaso.

Él asintió. Jonna se puso de pie, con la cara tomada por la ansiedad. Se giró hacia Sonea y abrió la boca para hablar, pero negó con la cabeza y extendió los brazos. Sonea se abrazó fuerte a su tía antes de separarse.

—Ya nos veremos —les dijo—. Cuando se haya solucionado todo esto.

Ranel asintió.

—Cuídate.

—Lo haré —prometió ella.

Farén acompañó a la pareja afuera de la habitación. Sonea dio la espalda a la puerta y escuchó sus pasos, escalera arriba. Una mancha de color desconocida le llamó la atención en el suelo. La bufanda de su tía.

La recogió y salió corriendo por la puerta. Mientras subía los escalones, vio que sus tíos estaban con Farén en la cocina de Serin, sin apartar la mirada de algo que había allí. Al llegar vio qué era lo que los tenía tan abstraídos.

Antes el suelo estaba cubierto por grandes losas de piedra. Ahora era un revoltijo irregular de piedra y polvo. Lo más notable de la cocina había sido una gran mesa de madera, pero lo único que quedaba eran fragmentos retorcidos y astillados.

A Sonea se le secó la boca, y entonces se agitó su mente y de pronto la mesa estalló en llamas. Farén se giró hacia ella y pareció tener un debate interno antes de hablar.

—Como os estaba explicando —dijo—, probablemente solo sea que está atravesando una fase difícil. Sonea, vuelve abajo y prepárate la bolsa. Voy a llevar a casa a tus visitas y haré que venga alguien a apagar el fuego. Todo irá bien.

Asintiendo, Sonea dio la bufanda a su tía y corrió escalera abajo hasta el sótano.