Aunque el aire helado hacía evidente la llegada del invierno y el cielo estaba cargado de nubes grises, el humor de Rothen mejoró al hallarse en el exterior. Era dialibre. Para la mayoría de los magos, el quinto y último día de la semana era tiempo de ocio. Los aprendices, o al menos parte de ellos, lo dedicaban al estudio, y los profesores podían aprovechar el tiempo para corregir ejercicios y preparar las lecciones.
Rothen solía dedicar una hora a pasear por los jardines, y luego volvía a sus aposentos para trabajar en sus clases. Sin embargo, aquella semana no tenía nada que preparar. Había sido designado coordinador oficial de la búsqueda, por lo que sus obligaciones docentes se habían transferido a otro mago.
Pasaba casi todo el tiempo organizando a los voluntarios. Era una tarea agotadora, tanto para él como para los voluntarios que seguían sus instrucciones. Habían pasado las tres últimas semanas buscando a la chica, incluidos los dialibres. Rothen sabía que algunos de ellos dejarían de ayudar si seguía exigiéndoles que le dedicaran su tiempo continuamente, por lo que había decidido suspender la búsqueda durante un día.
Dobló una esquina y divisó la Arena del Gremio. De una base circular se elevaban ocho agujas curvadas, que servían de marco a un poderoso escudo que protegía el exterior de las fuerzas que se desplegaban allí en las clases de magia de guerrero. Dentro había cuatro aprendices, pero aquel día no estaba teniendo lugar ninguna demostración espectacular de poder.
Lo que estaban haciendo los aprendices, distribuidos en parejas, era blandir sus espadas con movimientos diestros y sincronizados. A unos pasos de distancia se hallaba Fergun, espada en mano, observando atentamente a los aprendices.
Rothen los miró y tuvo que esforzarse para no censurar todo aquello. Seguramente el tiempo de los aprendices estaría mejor invertido con el estudio que aprendiendo aquella superflua arte marcial…
La esgrima no formaba parte del programa de estudios universitarios. Los aprendices que decidían aprender el arte lo hacían sacrificándole su tiempo libre. Era una afición, y Rothen sabía que era saludable que los jóvenes tuvieran algún interés aparte de la magia, algo que los sacara de sus habitaciones mal ventiladas.
Sin embargo, siempre había creído que las túnicas y las espadas no casaban bien. Un mago ya tenía demasiadas maneras de hacer daño a los demás. ¿Qué necesidad había de añadir otra que no implicara magia?
Había dos magos de pie en las gradas que rodeaban la Arena, observando con atención. Rothen distinguió al amigo de Fergun, lord Kerrin, y a lord Elben, un profesor de alquimia. Los dos provenían de la poderosa Casa Marón, igual que Fergun. Rothen sonrió por lo bajo. Se suponía que los aprendices y los magos debían dejar atrás las alianzas y enemistades de las Casas al unirse al Gremio, pero muy pocos lo hacían.
Mientras Rothen miraba, Fergun ordenó a un aprendiz que se acercara a él. Maestro y aprendiz se saludaron antes de ponerse en guardia. Rothen contuvo el aliento cuando el aprendiz arremetió, haciendo brillar su espada en un envite confiado.
Fergun dio un paso adelante y su arma casi dejó de verse en medio de un borrón de movimiento. El aprendiz quedó inmóvil y bajó la cabeza para ver que el arma de Fergun le hacía presión contra el pecho.
—¿Le tienta unirse a las clases de lord Fergun? —preguntó a sus espaldas una voz conocida.
Rothen se giró.
—¿A mi edad, administrador? —Movió la cabeza en señal de negación—. Y aunque tuviera treinta años menos, no le vería el provecho.
—He oído que la esgrima agudiza los reflejos y enseña disciplina y concentración —dijo Lorlen—. Lord Fergun ha conseguido bastante apoyo para sus clases, y nos ha pedido que consideremos incluir la esgrima en los estudios de la universidad.
—Eso debe decidirlo lord Balkan, ¿no es así?
—En parte. El líder de guerreros debe plantear sus propuestas para someterlas al voto de los magos superiores. Pero él sigue siendo dueño de hacerlo, no hacerlo o cuándo hacerlo. —Lorlen hizo una pausa—. Me he enterado de que ha concedido un día de descanso a los buscadores.
Rothen asintió.
—Han estado trabajando mucho tiempo, a veces hasta bien entrada la noche.
—Han tenido ustedes cuatro semanas muy ajetreadas —convino Lorlen—. ¿Están haciendo progresos?
—No muchos —admitió Rothen—. Desde la semana pasada, ninguno. Cada vez que sentimos su magia, resulta que se ha desplazado a otro lugar.
—Como predijo Dannyl.
—Sí, pero hemos buscado repeticiones en sus movimientos. Si piensa volver a algunos de esos escondrijos, podríamos localizarlos del mismo modo que lo hicimos la primera vez, solo que empleando más tiempo.
—¿Qué me dice de ese hombre que la ayudó a escapar? ¿Cree que era uno de los ladrones?
Rothen levantó los hombros.
—Tal vez. Acusó a lord Jolen de invadir su territorio, lo cual sugiere que lo era, pero me cuesta creer que haya un ladrón lonmariano. Es posible que ese hombre fuera un mero protector y que su acusación fuera una excusa para atraer a Jolen hasta la trampilla.
—Por tanto, ¿existe la posibilidad de que la chica no esté involucrada con los ladrones?
—Existe, sí, pero es escasa. Dudo mucho que tenga dinero para pagarse protectores. Los hombres que encontró Jolen en el túnel y las cómodas habitaciones donde estaba ella indican que quien la esté cuidando es una persona bien organizada y financiada.
—Malas noticias, en cualquier caso. —Lorlen suspiró y miró a los aprendices de la Arena—. El rey no está nada contento con este asunto, y no lo estará hasta que la tengamos bajo nuestro control.
—Ni yo tampoco.
Lorlen asintió. Hizo un mohín y luego volvió a dirigirse a Rothen.
—Hay otro asunto que debería discutir con usted.
—¿Sí?
Lorlen se quedó callado, como si estuviera midiendo las palabras que iba a pronunciar.
—Lord Fergun desea reclamar su tutela.
—Sí, lo sé.
Lorlen arqueó las cejas.
—Está usted inesperadamente bien informado, lord Rothen.
Rothen sonrió.
—Inesperadamente, sí. Me enteré por casualidad.
—¿Todavía pretende usted solicitar la tutela?
—Aún no lo he decidido. ¿Debería solicitarla?
Lorlen movió la cabeza.
—No veo la necesidad de discutir este asunto hasta que la encontremos. Pero ¿comprende que deberé convocar una Vista cuando la tengamos, si los dos siguen reclamándola?
—Lo entiendo. —Rothen titubeó—. ¿Puedo hacerle una pregunta?
—Por supuesto —respondió Lorlen.
—¿Fergun tiene un argumento sólido que sustente su reclamación?
—Es posible. Dice que, como experimentó las consecuencias de la magia de la chica, fue el primero en identificar sus poderes. Usted dijo haberla visto después de que usara los poderes, y supuso que había sido ella por su expresión, lo que significa que ni la vio ni la sintió mientras usaba los poderes. En este caso, la aplicación de la ley no es nada obvia y, por lo general, cuando hay que adaptar una ley para aplicarla a una situación, los votos acaban favoreciendo la interpretación más simple.
Rothen frunció el ceño.
—Ya veo.
Lorlen indicó a Rothen que lo siguiera y echó a andar hacia la Arena, con paso lento y mesurado.
—Fergun está decidido a ir a por todas —dijo en voz baja—, y tiene muchos apoyos. Pero usted también reuniría bastantes.
Rothen asintió y dejó escapar un suspiro.
—No es una decisión fácil. ¿Usted preferiría que no revolucionara el Gremio por enfrentarme a su solicitud? Le crearía menos problemas.
—¿Me pregunta qué preferiría yo? —Lorlen rió suavemente y miró a Rothen a los ojos—. A mí no me supondría menos problemas de otro modo. —Esbozó una sonrisa torcida e inclinó a un lado la cabeza—. Que tenga buenos días, lord Rothen.
—Buenos días —respondió Rothen.
Habían llegado a las gradas que rodeaban la Arena. Ahora los aprendices estaban practicando los movimientos por parejas. Rothen se quedó allí plantado y se entretuvo observando a Lorlen descender hacia los dos magos que supervisaban la lección. Había algo en la última mirada del administrador que le dio a entender que insinuaba algo más.
Los dos espectadores se sorprendieron al ver aparecer a Lorlen junto a ellos.
—Saludos, lord Kerrin, lord Elben.
—Administrador. —Los dos inclinaron la cabeza y, cuando un aprendiz dio un grito de sorpresa, enseguida volvieron a mirar hacia la Arena.
—Es un gran profesor —sentenció lord Elben, señalando la Arena—. Precisamente estábamos comentando que lord Fergun sería un excelente tutor para esa chica de las barriadas. Con unos pocos meses de orientación estricta, tendrá tanto refinamiento y disciplina como el mejor de nosotros.
—Lord Fergun es un hombre responsable —contestó Lorlen—. No puedo expresar ninguna buena razón en contra de que guíe la formación de un aprendiz.
«Pero hasta la fecha nunca había mostrado ningún interés», pensó Rothen. Giró sobre sus talones y retomó su paseo por los jardines.
La tutela no era un proceso común. Cada año se favorecía con ella a unos pocos aprendices, pero solo a aquellos que habían demostrado un talento o un poder excepcional. Por mucha fuerza o aptitud que resultara tener la chica de las barriadas, iba a necesitar ayuda y apoyo para adaptarse a la vida del Gremio. Si Rothen se convertía en su tutor, podría asegurarse de que recibía esa ayuda.
Dudaba mucho que los motivos por los que Fergun deseaba la tutela fueran los mismos. Si se podía confiar en las palabras de lord Elben, Fergun pretendía disciplinar a la rebelde vagabunda hasta transformarla en una aprendiz dócil y obediente. Si tenía éxito, obtendría cierta cantidad de elogios y admiración.
Sería interesante ver cómo pensaba lograrlo Fergun, ya que los poderes de la chica eran especialmente fuertes y él era débil. Si a la joven se le metía entre ceja y ceja desobedecerle, Fergun no iba a ser capaz de detenerla.
Esa era una de las razones por las que se desaconsejaba que los magos tutelaran a aprendices con poderes más fuertes que los suyos. Los magos débiles rara vez ejercían de tutores ya que, si reclamaban un aprendiz menos poderoso que ellos, solo conseguían llamar la atención sobre sus propias carencias… y sobre la flaqueza del aprendiz.
Pero la chica vagabunda era diferente. Nadie se preocuparía, si las limitaciones de Fergun ponían trabas a su entrenamiento. Por lo que respectaba a muchos, ya tenía suerte de recibir la más mínima instrucción.
Y si no tenía éxito, ¿quién culparía a Fergun? Siempre podía usar la excusa de sus orígenes… y nadie cuestionaría sus actos si desatendía el entrenamiento de la chica…
Rothen sacudió la cabeza. Estaba pensando como si fuera Dannyl. Fergun estaba dispuesto a ayudar a la chica, lo cual ya era un gesto noble por sí mismo. Al contrario que Rothen, que ya había tutelado a dos aprendices, a Fergun aún le quedaba gloria por ganar. Y tampoco había nada malo en eso. Obviamente, Lorlen no pensaba que lo hubiera.
¿O tal vez sí? ¿Cuáles habían sido sus palabras exactas? «A mí no me supondría menos problemas de otro modo.»
Rothen rió entre dientes al comprender por fin lo que había querido decir Lorlen. Si estaba en lo cierto, Lorlen pensaba que aprobar la solicitud de Fergun le provocaría tantos problemas como la pelea por la tutela… y sin duda, esa pelea ya iba a darle un sinfín de quebraderos de cabeza.
Lo cual significaba que Lorlen había dado a Rothen una rara indicación de su apoyo.
Como de costumbre, los guardias de Sonea estuvieron callados durante todo el trayecto por los pasadizos. Dejando aparte las semanas que había pasado en el primer escondrijo, desde el día de la Purga no había dejado de moverse. La única y agradable diferencia era que ya no tenía miedo de ser descubierta mientras se desplazaba.
El guardia que iba en cabeza llegó a una puerta y llamó con los nudillos. En el vano apareció una cara oscura y conocida.
—Quedaos aquí y vigilad —ordenó Farén—. Entra, Sonea.
Pasó a la sala y su corazón se agitó al ver a la figura menos corpulenta que estaba de pie tras él.
—¡Cery!
Su amigo sonrió y le dio un abrazo breve.
—¿Cómo estás?
—Bien —dijo ella—. ¿Y tú?
—Contento de volver a verte. —Le examinó la cara—. Tienes mejor aspecto.
—No he tenido que enfrentarme a ningún mago en, hum, al menos unos cuantos días —dijo, mirando de soslayo a Farén. El ladrón rió.
—Sí, parece que los hemos burlado.
La habitación era pequeña pero acogedora. En la chimenea ardía una generosa hoguera. Farén los llevó a unas sillas.
—¿Algún progreso, Sonea?
Ella torció el gesto.
—No, nada todavía. Lo intento una y otra vez, pero nunca hace lo que yo quiero. —Se enfurruñó—. Aunque ahora, al menos, casi siempre hace algo. Antes lo tenía que intentar unas cuantas veces sin que pasara nada.
Farén se apoyó en el respaldo y sonrió.
—Eso es un progreso. ¿Los libros te han servido de algo?
—No los comprendo —dijo Sonea, negando con la cabeza.
—¿El escriba no habla claro?
—No, no es eso. Lee muy bien. Es solo que, bueno, hay demasiadas palabras raras y algunas cosas no tienen ningún sentido.
Farén asintió.
—Si tuvieras más tiempo para estudiarlas, a lo mejor les encontrarías el significado. Estoy buscándote más libros. —Apretó los labios y observó a los dos jóvenes—. Estoy investigando unos rumores. Desde hace años se dice que cierto ladrón ha entablado amistad con un hombre que sabe algo de magia. Siempre he pensado que era un invento para tenernos a raya a los demás, pero aun así estoy viendo qué hay de cierto en ello.
—¿Un mago? —preguntó Cery.
Farén se encogió de hombros.
—No lo sé. Me extrañaría. Lo más seguro es que no sea más que un tipo haciendo trucos que parecen magia. Pero si tuviera el menor conocimiento de la magia verdadera, nos podría ser útil. Os diré algo cuando sepa más. —Sonrió—. Esas son todas las noticias que tengo yo, pero creo que Cery trae más.
Cery asintió.
—Harrin y Donia han encontrado a tus tíos.
—¡Lo han conseguido! —Sonea se adelantó hasta el borde de la silla—. ¿Dónde están? ¿Están bien? ¿Han encontrado un buen sitio para quedarse? ¿Harrin les…? Cery agitó las manos.
—¡Yep! ¡De una en una!
Sonea, sonriente, se inclinó ansiosa hacia él.
—Lo siento. Dime qué sabes.
—Bueno —empezó él—, parece que no consiguieron habitación en el sitio donde vivíais antes, pero han encontrado una mejor a pocas calles de distancia. Ranel ha estado buscándote todos los días. Habían oído que los magos iban tras una chica, pero no pensaban que pudieras ser tú.
»Jonna tenía unas cuantas cosas que decir cuando Harrin le explicó que te habías juntado con nosotros en la Purga —dijo entre risas—, pero entonces él les contó lo que habías hecho. Al principio no se lo creyeron. Les dijo que habíamos estado escondiéndote, y lo de la recompensa, y que ahora te protegían los ladrones. Harrin dice que no se pusieron tan furiosos como él pensaba… Al menos, no después de explicárselo todo.
—¿Le dieron algún mensaje para mí?
—Le pidieron que te dijera que te cuides, y que vigiles en quién confías.
—Eso último es cosa de Jonna. —Sonea sonrió con melancolía—. Es maravilloso saber que han encontrado un sitio… y que saben que no me escapé de ellos.
—Me parece que Harrin se temía que Jonna fuera a azotarlo por invitarte a que vinieras con nosotros durante la Purga. Dice que los dos se pasarán de vez en cuando por la posada para que les dé noticias tuyas. ¿Quieres mandarles algún mensaje?
—Solo que estoy bien y a salvo. —Miró a Farén—. ¿Los traerás para que nos veamos?
Farén meditó antes de responder.
—Sí, pero no será hasta que esté seguro de que no hay riesgo. Aunque dudo que pase, es posible que los magos sepan quiénes son y que intenten encontrarte por medio de ellos.
Sonea cogió aire bruscamente.
—¿Y si de verdad saben quiénes son y me amenazan con hacerles daño si no me entrego?
El ladrón sonrió.
—No creo que lo hagan. Al menos, no abiertamente. Si lo intentaran en secreto… —Bajó la cabeza mirando a Cery—. Ya lo solucionaríamos, Sonea. No te preocupes por esas cosas.
Cery ensayó una débil sonrisa. Sonea, sorprendida por el compañerismo implícito, observó a su amigo con atención. Tenía los hombros tensos y le aparecía una arruga en el entrecejo cada vez que miraba a Farén. No es que pensara que Cery fuera a relajarse en presencia de un ladrón, pero parecía estar un poco ansioso, demasiado.
Se volvió para dirigirse a Farén.
—¿Nos das un poco de tiempo para que Cery y yo hablemos? —pidió—. ¿Nosotros solos?
—Por supuesto. —Se levantó y se dirigió a la puerta, desde donde miró atrás—. Cery, tengo algo para ti cuando acabes. No es urgente. Tómate el tiempo que quieras. Mañana nos vemos, Sonea.
—Mañana —respondió ella con un asentimiento.
Cuando la puerta se hubo cerrado tras el ladrón, Sonea se volvió hacia Cery.
—¿Aquí estoy a salvo? —preguntó en voz baja.
—De momento —dijo él.
—¿Y luego?
—Eso depende de tu magia —contestó, alzando los hombros.
A Sonea se le hizo un nudo en la garganta.
—¿Y si nunca consigo hacer que funcione?
Él se inclinó hacia ella y le cogió una mano.
—Lo conseguirás. Lo único que necesitas es práctica. Si fuera tan fácil no existiría el Gremio, ¿a que no? Dicen que los aprendices se pasan allí cinco años antes de ser tan buenos como para que les llamen «lord lo que sea».
—¿Eso lo sabe Farén?
Cery asintió.
—Te dejará tiempo.
—Entonces estoy a salvo.
—Sí —confirmó él con una sonrisa.
Sonea suspiró.
—¿Y qué me dices de ti?
—Yo estoy siéndoles útil.
Ella lo miró frente a frente.
—¿Siendo el esclavo de Farén?
Cery apartó la mirada.
—No tienes por qué estar aquí —dijo ella—. Yo estoy a salvo. Vete. Aléjate antes de que te enganchen del todo.
Cery se puso en pie mientras negaba con la cabeza, soltándole la mano.
—No, Sonea. Tú necesitas tener cerca a alguien conocido. A alguien en el que puedas confiar. No voy a dejarte sola con ellos.
—Pero no puedes convertirte en esclavo de Farén solo para que yo pueda hablar con un amigo. Vuelve con Harrin y Donia. Estoy segura de que Farén te dejará visitarme de vez en cuando.
Él caminó con tranquilidad hacia la puerta y luego se volvió hacia ella.
—Quiero hacerlo, Sonea. —Sus ojos brillaban—. Desde que tengo memoria, todo el mundo dice que trabajo para los ladrones. Esta es mi oportunidad de hacerlo real.
Sonea se lo quedó mirando. ¿De verdad era eso lo que quería? ¿Una persona tan buena como Cery elegiría convertirse en…? ¿En qué? ¿En un asesino avaricioso y despiadado? Apartó la mirada. Eso era lo que opinaba Jonna de los ladrones. Cery siempre había dicho que ayudaban y protegían a la gente en la misma medida con que se implicaban en el contrabando y los robos.
Ella no podía —no debía— prohibirle lo que siempre había querido hacer. Si el trabajo resultaba ser peor de lo esperado, era lo bastante listo para dejarlo. Tragó saliva; de repente se le había hecho un nudo en la garganta.
—Si es lo que quieres… —le dijo—. Pero ten cuidado.
Cery hizo un gesto de indiferencia.
—Siempre lo tengo. La joven sonrió.
—Será estupendo que te puedas pasar por aquí a menudo.
La sonrisa de Cery abarcó toda su cara.
—Nada podría mantenerme alejado.
El burdel se hallaba en la parte más oscura y sucia de las barriadas. Al igual que en la mayoría de aquellos establecimientos, la planta baja era una casa de bol y las habitaciones de arriba estaban reservadas para las chicas más hermosas. Todas las demás transacciones tenían lugar en las caballerizas que había en la parte trasera del edificio.
Cery recordó las palabras de Farén mientras entraba en el local. «Él conoce casi todas las caras. Pero a ti no te reconocerá. Finge que eres nuevo en el negocio. Ofrécele un buen precio por lo que tenga. Tráeme la mercancía.»
Se le acercaron varias chicas mientras cruzaba la estancia. Todas tenían un aspecto pálido y cansado. A un lado de la sala ardía en el hogar un fuego enfermizo que apenas daba calor. Había un camarero encorvado detrás de la barra, dando conversación a dos clientes. Cery sonrió a las chicas, mirándolas a todas como si le costara decidirse, y luego, siguiendo las instrucciones, se acercó a una muchacha elynea rellenita que llevaba una pluma tatuada en el hombro.
—¿Quieres pasártelo bien? —le preguntó ella.
—A lo mejor después —respondió Cery—. He oído que tenéis una sala de reuniones.
Sorprendida, la joven se apresuró a asentir.
—Es cierto. Arriba. La última a la derecha. Yo te acompaño.
Lo cogió de la mano y lo guió hasta la escalera. Temblaba un poco y lo agarraba con poca fuerza. Volvió la vista mientras subía los escalones y descubrió que muchas de las chicas estaban mirándolo, con miedo en los ojos.
La inquietud le hizo mirar a su alrededor con cautela en el rellano superior antes de abordar el pasillo. La chica tatuada le soltó la mano y señaló las habitaciones del fondo.
—Es la última puerta.
Cery le puso una moneda en la mano y siguió andando. Abrió la puerta poco a poco y escrutó el interior. Era una habitación diminuta, dotada solo de una mesa pequeña y dos sillas. Cery entró y lo inspeccionó todo en un instante. Habían taladrado algunas mirillas en las paredes. Sospechaba que había una trampilla bajo el gastado tapete simba del suelo. Un ventanuco ofrecía vistas a una pared, y poco más.
Abrió la ventana y examinó la pared de enfrente. Para el tipo de establecimiento que era, aquel burdel estaba demasiado tranquilo. Se abrió una puerta cerca de la habitación y se aproximaron unos pasos por el pasillo. Cery volvió a la mesa y compuso sus rasgos en una expresión desconfiada. Un hombre cruzó el umbral.
—¿Tú eres el desagüe? —preguntó con voz ronca.
Cery se mostró indiferente.
—Así me gano la vida.
Los ojos del hombre recorrieron toda la estancia. Su cara podría haber sido agradable si no fuera tan delgada, o si la luz que tenía en los ojos no fuera tan fría y salvaje.
—Tengo una cosa para vender —dijo.
Sacó las manos, que había tenido hundidas en los bolsillos. Una estaba vacía; la otra sostenía un brillante collar. Cery inspiró de golpe; no debía fingir sorpresa. Una pieza como aquella por fuerza debía de haber pertenecido a una persona muy rica… si es que era auténtica.
Cery alargó un brazo para coger el collar pero el hombre lo apartó con rapidez.
—Tengo que comprobar que no es falso —señaló Cery.
El hombre arrugó el ceño, con los ojos endurecidos de desconfianza. Presionó los labios y luego, de mala gana, extendió el collar sobre la mesa.
—Míralo —dijo—, pero no lo toques.
Cery suspiró y se inclinó para estudiar las gemas. No tenía ni la menor idea de cómo distinguir las gemas reales de las falsas, desventaja que tendría que remediar algún día, pero se había fijado en lo que hacían los dueños de las casas de empeños cuando examinaban joyas.
—Dale la vuelta —ordenó.
El hombre hizo girar el collar. Cery lo miró de cerca y distinguió un nombre grabado en el engaste.
—Levántalo para que la luz pase por las piedras.
Sosteniendo el collar con una mano, el hombre observó cómo Cery entornaba los ojos.
—¿Qué me dices?
—Me lo llevo por diez de plata.
El hombre bajó la mano.
—¡Pero si vale por lo menos cincuenta de oro!
Cery soltó un bufido.
—¿Quién va a darte cincuenta de oro en las barriadas?
El hombre movió un labio con nerviosismo.
—Veinte de oro —dijo.
—Cinco —propuso Cery.
—Diez.
Cery hizo una mueca.
—Siete.
—En la mesa.
Cery hurgó en el bolsillo del abrigo, contó las monedas con la punta de los dedos y sacó la mitad de ellas. Añadió otras, procedentes de los distintos lugares donde había ocultado el dinero de Farén, para construir seis montones de monedas, cada pila equivalente a un oro, y suspiró antes de sacarse de la bota una brillante moneda de oro.
—Suelta las gemas —dijo Cery.
El collar aterrizó en la mesa al lado del dinero. Mientras el hombre acercaba la mano a las monedas, Cery cogió el collar y se lo guardó en el abrigo. El tipo contempló la pequeña fortuna que tenía en las manos y sonrió, con los ojos iluminados de regocijo.
—Un buen trato, chico. Esto se te va a dar bien. —Salió de la habitación sin darle la espalda, dio media vuelta y se esfumó a toda prisa.
Cery avanzó hasta el umbral y vio al hombre llegando a otra puerta y cruzándola. Al salir al pasillo, oyó que una chica chillaba sorprendida.
—Ya no nos separaremos nunca —dijo la voz ronca.
Cery pasó junto a la habitación y echó un vistazo. La chica del tatuaje estaba sentada en un lado de la cama. Alzó la mirada hacia Cery, con los ojos muy abiertos por el miedo. El hombre estaba plantado junto a ella, mirando las monedas que llevaba en la mano. Cery siguió adelante y se encaminó a la planta baja.
Mientras bajaba a la casa de bol compuso una expresión huraña y decepcionada. Las chicas interpretaron su cara y lo dejaron en paz. Los clientes varones le echaron un vistazo, pero no lo llamaron ni se acercaron a él.
Fuera solo hacía un poco más de frío que dentro. Vista la falta de clientes en el burdel, sintió cierta pena por las rameras mientras cruzaba la calle y se metía en la penumbra de un callejón.
—Pareces aburrido, pequeño Ceryni.
Cery se giró a un lado y a otro. Pasó un tiempo largo y desconcertante buscando antes de ver al hombre de piel oscura oculto entre las sombras. Incluso después de localizar a Farén, se inquietó al descubrir que solamente podía ver un par de ojos amarillos y el esporádico destello de los dientes.
—¿Tienes lo que te he mandado recoger?
—Sí. —Cery sacó el collar y lo sostuvo en la dirección aproximada de Farén.
Notó que unos dedos enguantados rozaban los suyos y a continuación el peso de la joya abandonó su mano.
—Ah, este es. —Farén suspiró y miró el burdel—. El trabajo de esta noche no se ha acabado, Cery. Quiero que hagas otra cosa.
—¿Sí?
—Quiero que vuelvas ahí y lo mates.
Cery notó que el frío hacía presa en su estómago, una sensación demasiado parecida a lo que imaginaba que dolería un cuchillo atravesándole las entrañas. Por un momento no pudo pensar, y luego su mente empezó a funcionar como un rayo. Era otra prueba. Farén solo quería saber hasta qué punto podía presionar a su nuevo hombre.
¿Qué debía hacer? No tenía ni idea de lo que ocurriría si se negaba. Y quería negarse. Desde luego. Comprender aquello supuso al mismo tiempo un alivio y una preocupación. Que no quisiera matar no significaba que no fuera capaz de hacerlo… Y aun así, cuando consideraba la opción de cruzar la calle y hundir su navaja en los órganos vitales de un hombre, no podía obligarse a dar ni un paso.
—¿Por qué? —Mientras lo decía supo que había fallado la primera prueba.
—Porque lo necesito muerto —replicó Farén.
—¿Por… por qué lo quieres muerto?
—¿Te hace falta que lo justifique?
Cery hizo acopio de valor. «A ver hasta dónde puedo llevar esto.»
—Sí.
Farén soltó un ruidito; aquello le había hecho gracia.
—Muy bien. El hombre con quien has cerrado el trato se llama Verran. Antes trabajaba para otro ladrón, pero a veces usaba lo que había aprendido en el trabajo para ganarse un poco de dinero por su cuenta. El ladrón lo consentía hasta hace algunas noches, cuando Verran decidió hacer una visita inesperada a cierta casa en particular. La casa pertenecía a un rico mercader que tenía un trato con el ladrón. Cuando Verran entró, en la casa estaban la hija del mercader y un puñado de criados. —Farén dejó de hablar y Cery percibió un siseo de rabia—. El ladrón me ha concedido el derecho de castigar a Verran. Aunque la chica hubiera sobrevivido, él sería hombre muerto. —Los ojos amarillos se posaron en Cery—. Por supuesto, te preguntas si me lo estoy inventando. Tienes que decidir si confías en mí o no.
Cery asintió y luego miró el burdel, al otro lado de la calle. Siempre que debía tomar una decisión sin estar seguro de la verdad, confiaba en su instinto. ¿Qué le estaba diciendo ahora?
Pensó en la mirada fría y salvaje que había en los ojos del hombre, y el miedo en los de la chica rellenita. Sí, ese tipo era capaz de cometer maldades. Entonces le vinieron a la mente las otras putas, la tensión que se respiraba, los pocos clientes. Los únicos dos hombres que había en el establecimiento habían estado hablando con el propietario. ¿Serían amigos de Verran? Ahí estaba pasando algo más.
¿Y Farén? Cery repasó todo lo que sabía de aquel hombre. Sospechaba que el ladrón podía ser despiadado si lo obligaban, pero por lo demás, Farén siempre había sido justo y honesto. Y su voz se había teñido de rabia al describir el crimen de Verran.
—Nunca he matado a nadie —confesó Cery.
—Lo sé.
—No sé si puedo.
—Lo harías si alguien amenazara a Sonea. ¿Tengo razón?
—Sí, pero esto es distinto.
—¿Lo es?
Cery miró al ladrón con los ojos casi cerrados. Farén suspiró.
—No, no me refería a eso. Yo no trabajo así. Te estoy examinando. Eso ya debes de saberlo. No tienes que matar a ese hombre. Lo importante es que aprendas a confiar en mí y que yo conozca tus límites.
El corazón de Cery dio un vuelco. Ya esperaba tener que enfrentarse a pruebas. Pero Farén le había encargado tantas tareas distintas que Cery había empezado a preguntarse qué estaba buscando el ladrón. ¿Tenía pensado algo para él? ¿Algo diferente?
Quizá Cery tuviera que volver a afrontar esa prueba, cuando fuera más mayor. Si se demostraba incapaz de matar o reacio a hacerlo, podría ponerse en peligro a sí mismo o a otros en momentos de necesidad. Y si esos otros incluían a Sonea…
De pronto la duda y la indecisión se esfumaron.
Farén miró de nuevo el burdel y suspiró.
—De verdad que quiero muerto a ese hombre. Lo haría yo mismo, solo que… No importa. Ya lo volveremos a localizar. —Dio media vuelta y recorrió unos cuantos pasos por el callejón antes de darse cuenta de que Cery no lo seguía. Se detuvo—. ¿Cery?
Cery metió las manos en el abrigo y volvió a sacarlas empuñando sus dagas. Los ojos de Farén se posaron en las armas durante una fracción de segundo, mientras captaban la tenue luz de las ventanas del burdel. Dio un paso atrás. Cery sonrió.
—Vuelvo enseguida.