Rothen llegó al final del pasillo y alzó la vista. Después de ver tanta devastación en la ciudad, la majestuosidad intacta del Gran Salón le pareció alentadora y, en cierto modo, vergonzosa. La Invasión ichani, que era el nombre con que se conocía a aquellos cinco días de muerte y destrucción, había sido una batalla entre magos. Que nada en el recinto del Gremio hubiese resultado dañado mientras que gran parte del Círculo Interno estaba en ruinas no le parecía justo.
Pero Rothen se recordó que los imardianos de a pie podrían haber salido mucho peor parados. Habían muerto pocos no-magos. En cambio, el número de magos del Gremio había quedado reducido casi a la mitad. Corría el rumor de que los magos superiores estaban planteándose si reclutar a nuevos miembros entre las familias de mercaderes ricos que no pertenecían a las Casas.
Cruzó hacia el Salón Gremial y se coló entre las puertas. Durante la semana siguiente a la Invasión, las reuniones de los magos superiores se habían celebrado en las pequeñas salas de preliminares situadas en la parte delantera del salón. Mientras no se eligiese a un nuevo administrador, se consideraba inapropiado utilizar el despacho de Lorlen.
Rothen se detuvo ante la sala de preliminares y llamó a la puerta, que se abrió sola al cabo de unos instantes. Cuando entró, se fijó en los magos que se hallaban presentes, consciente de que estaba contemplando los rostros de aquellos que en el futuro dirigirían el Gremio.
Lord Balkan caminaba de un lado a otro de la habitación. A juzgar por el modo en que los demás habían acudido a él en busca de liderazgo, saltaba a la vista que era un candidato con muchas posibilidades de ocupar el cargo de Gran Lord. Lord Osen observaba a Balkan con serenidad. Aunque se notaba que todavía estaba afectado por la muerte de Lorlen, había adoptado una actitud de silenciosa determinación cuando se le había asignado la tarea de organizar la reconstrucción de la ciudad. Lorlen había preparado a Osen durante los últimos años para que se convirtiera en su sucesor, por lo que no sorprendería a nadie que el joven fuera elegido administrador.
Habían muerto tantos guerreros que había muy pocos candidatos para convertirse en líder de guerreros. Lord Garrel había asistido a las últimas reuniones, que en opinión de Rothen no auguraban nada bueno. Balkan se había estado ocupando también de las funciones del director de estudios de guerra, pero Rothen le había oído insinuar que alguien más debía asumir ese puesto, por lo que tal vez el carácter taimado y estrecho de miras de Garrel quedaría compensado por un guerrero de naturaleza más sensata.
Lady Vinara seguiría siendo líder de sanadores. El rector Jerrik no había dado muestras de querer cambiar de cargo, y nadie había sugerido que lo hiciera. Lord Telano seguramente se mantendría como director de estudios de sanación. Por el momento, no se había propuesto a nadie para desempeñar el papel de administrador expatriado.
Parecía claro que lord Peakin sustituiría a lord Sarrin. Rothen supuso que el puesto de director de estudios alquímicos se concedería a uno de los profesores más veteranos. No podía evitar preguntarse de vez en cuando quién sería su superior inmediato, pero casi siempre estaba ocupado en asuntos más importantes. Como Sonea.
Y ella era evidentemente el motivo por el que los magos superiores lo habían convocado ese día. Cuando Balkan reparó en su presencia, se detuvo.
—¿Cómo se encuentra?
Rothen suspiró y sacudió la cabeza.
—No mucho mejor. Le llevará un tiempo.
—No tenemos tiempo —farfulló Balkan.
—Lo sé —Rothen apartó la mirada—. Pero tengo miedo de lo que podría pasar si la presionáramos.
Vinara frunció el entrecejo.
—¿A qué te refieres?
—No estoy seguro de que quiera recuperarse.
Los presentes intercambiaron miradas de preocupación. Vinara no parecía muy sorprendida.
—Entonces debe convencerla por otros medios —dijo Balkan—. La necesitamos. Si ocho desterrados pueden causar tantos destrozos, ¿qué no haría un ejército? Aunque el rey de Sachaka no se aproveche de nuestra debilidad, un solo ichani más sería nuestro fin. Necesitamos a un mago negro. Necesitamos que ella asuma esa responsabilidad, o que nos enseñe magia negra a los demás.
Balkan tenía razón, pero eso no era justo para Sonea. Akkarin había muerto hacía solo una semana. Su dolor era algo natural, comprensible. Había pasado muchas penalidades. ¿Por qué no podían dejarla en paz durante un tiempo?
—¿Y los libros de Akkarin? —preguntó Rothen.
Balkan sacudió la cabeza.
—Sarrin no fue capaz de aprender nada de ellos. Y yo no he tenido más éxito…
—Entonces hable con ella —dijo Vinara al guerrero—, y cuando lo haga, debe estar en condiciones de explicarle exactamente cuál será su posición entre nosotros. No podemos pedirle que consagre su vida a nuestra protección mientras su futuro sea incierto.
Balkan asintió y exhaló un profundo suspiro.
—Tiene razón, por supuesto —dirigió la vista a los otros magos—. Bien, debemos celebrar una reunión para discutir su cargo y sus limitaciones.
—Ya las discutimos, cuando elegimos a Sarrin —señaló Peakin.
—Las limitaciones deben definirse mejor —dijo Garrel—. Por el momento, los únicos requisitos son que no salga de los terrenos del Gremio, que no ocupe un puesto de responsabilidad y que no imparta clases. Hay que especificar que no debe utilizar sus poderes a menos que todos los demás se lo pidamos.
Rothen reprimió una sonrisa. ¿«Todos los demás»? No cabía duda de que Garrel estaba seguro de que sucedería a Balkan.
—Bueno, para empezar, tendríamos que modificar esa prohibición de dar clases —agregó Jerrik.
Vinara se volvió hacia Rothen.
—¿Qué sugieres, Rothen?
Él titubeó, pues sabía que no les gustaría lo que iba a decir.
—Dudo que Sonea acepte ninguna norma que la obligue a permanecer dentro del recinto del Gremio.
Balkan arrugó el ceño.
—¿Por qué?
—Ella siempre ha querido usar sus poderes para ayudar a los pobres. Ese fue uno de sus motivos para unirse a nosotros, y es algo a lo que puede aferrarse en tiempos difíciles —miró de reojo a Garrel—. Si quieren que siga con vida, no le arrebaten eso.
Vinara esbozó una sonrisa.
—Y supongo que si le propusiéramos que realizase alguna labor benéfica en la ciudad, eso le daría una razón para quedarse con nosotros.
Rothen asintió.
Balkan cruzó los brazos. Tamborileó con los dedos sobre su manga.
—Eso también nos ayudaría a ganarnos de nuevo a la gente. No demostramos ser unos protectores demasiado eficaces. Incluso he oído que algunos nos culpan de la invasión.
—¡Imposible! —exclamó Garrel.
—Es cierto —dijo Osen en voz baja.
Garrel puso cara de indignación.
—Esos losdes son unos ingratos.
—En realidad, fueron ciertos miembros de las Casas quienes expresaron esa opinión tras volver a la ciudad —añadió Osen—, entre ellos algunos de la Casa de Paren, si mal no recuerdo.
Garrel se quedó perplejo y luego se sonrojó.
—¿Extendemos la zona de confinamiento a la ciudad, entonces? —sugirió Telano.
—El propósito del confinamiento era asegurarnos de que nuestro mago negro no tuviese acceso a un gran número de víctimas si se volvía ambicioso —dijo Peakin—. ¿De qué sirve establecer una zona de confinamiento que resulta ser la más densamente poblada del país?
Rothen rió entre dientes.
—Además, habría que convencer al rey de que redefiniera los límites de la ciudad. No creo que Sonea quiera privar de su ayuda a quienes estén fuera de la Muralla Exterior.
—Queda claro que el confinamiento no es viable —dijo Vinara—. Propongo que se le asigne una escolta.
Todas las miradas se centraron en ella. Balkan hizo un gesto de aprobación.
—Y si lo que quiere es prestar ayuda como sanadora, aún le faltan muchos años de formación —Vinara se volvió hacia Rothen.
Él asintió.
—Estoy seguro de que es consciente de ello. Mi hijo ha expresado su deseo de instruirla. Su intención era animarla un poco, pero si ha de ayudarla en esa tarea, puede llegarse a un arreglo más formal.
Vinara frunció los labios.
—No sería apropiado que volviera a clase. Por otro lado, no conviene que un sanador tenga un solo profesor. Yo también colaboraré.
Rothen movió la cabeza afirmativamente, pues se había quedado sin habla, abrumado de pronto ante tanta generosidad. Se limitó a escuchar mientras los demás proseguían el debate.
—Entonces ¿seguiremos llamándola Maga Negra? —preguntó Peakin.
—Sí —respondió Balkan.
—¿Y de qué color será su túnica?
Hubo un breve silencio.
—Negro —respondió Osen en voz baja.
—Pero la del Gran Lord es negra —objetó Telano.
Osen asintió.
—Tal vez ha llegado el momento de que el Gran Lord lleve una túnica distinta. El negro siempre hará que la gente piense en la magia negra, una práctica que, a pesar de todo, no queremos que se considere por completo positiva y atractiva. Necesitamos algo… novedoso: un toque de frescura.
—Blanco —dijo Vinara.
—Sí —convino Osen.
Mientras los demás se mostraban de acuerdo, a Balkan le dio algo parecido a un sofoco.
—¡Blanco! —exclamó—. No puede estar hablando en serio. Es muy poco práctico, e imposible de mantener limpio.
Vinara sonrió.
—¿Y qué actividad de un Gran Lord podría llevarlo a manchar su túnica blanca?
—¿Un ligero exceso en el consumo de vino, tal vez? —murmuró Jerrik.
Los demás soltaron una risita.
—Entonces, decidido: la túnica será blanca —dijo Osen.
—Un momento —Balkan paseó la vista de un mago a otro y sacudió la cabeza—. ¿Por qué tengo la impresión de que todos ya lo han decidido y de que discutir no me va a servir de nada?
—Es una buena señal —dijo Vinara—. Indica que hemos seleccionado a personas de carácter firme para que sean nuestros magos superiores —recorrió al grupo con la mirada y sonrió cuando sus ojos se posaron en los de Rothen—. Aún no lo has adivinado, ¿verdad, lord Rothen?
Él la miró fijamente, desconcertado por su repentina pregunta.
—¿Qué es lo que no he adivinado?
—Naturalmente, falta someterlo a votación, pero dudo que nadie se oponga.
—¿A qué?
La sonrisa de Vinara se hizo más amplia.
—Enhorabuena, Rothen. Serás nuestro próximo director de estudios alquímicos.
Desde lo alto de la casa de dos plantas se alcanzaba a entrever que los escombros formaban un círculo perfecto. Era una visión que daba que pensar.
«Otra más para añadir a mi lista —pensó Cery—, junto con las ruinas de las murallas, las largas hileras de cadáveres dispuestos por el Gremio sobre el césped, delante de la universidad, y la mirada de Sonea cuando Rothen por fin la había convencido de que se apartara del cuerpo de Akkarin.»
Se estremeció e hizo un esfuerzo por mirar de nuevo hacia abajo. Cientos de trabajadores escarbaban entre los escombros. Habían encontrado a algunas personas con vida, sepultadas en las afueras de las zonas arrasadas. Era imposible saber cuántas estaban escondidas en las casas cuando las habían destruido. La mayoría seguramente había muerto.
Y todo por culpa suya. Debía haber prestado más atención a las advertencias de Savara sobre lo que ocurriría cuando muriese un mago. Pero había estado demasiado obsesionado con encontrar la manera de matar a un mago para pensar en cómo iba a sobrevivir su gente a las consecuencias.
—¿Otra vez aquí?
Unos brazos le rodearon la cintura. Un aroma especiado que le era familiar inundó sus sentidos. Por un momento, alivió el dolor en su corazón, aunque por muy poco tiempo.
—¿De verdad tienes que irte? —susurró.
—Sí —respondió Savara.
—Nos vendría bien tu ayuda.
—No. No me necesitáis. Al menos, como maga sachakana, desde luego que no. Y tenéis a un montón de voluntarios que se encargan de las tareas que no requieren magia.
—Yo te necesito.
—No, Cery… —Savara suspiró—. Necesitas a alguien en quien puedas confiar de forma absoluta e incondicional. Yo jamás seré esa persona.
Cery asintió. Ella tenía razón.
Pero eso no hacía más fácil la despedida.
Savara lo estrechó con más fuerza.
—Te echaré de menos —agregó con suavidad—. Si… si soy bienvenida, te haré una visita cada vez que mis obligaciones me traigan por aquí.
Cery se volvió hacia ella y arqueó una ceja, como si se lo pensara.
—A lo mejor me queda alguna que otra botella de Anuren oscuro.
Savara sonrió de oreja a oreja, y Cery no pudo evitar sentirse mejor, aunque solo por un momento. Desde la batalla final, lo embargaba un miedo terrible a la pérdida, y había intentado disuadirla de que se marchara. Pero el lugar de Savara no estaba en Kyralia, al menos por el momento. Y él estaba dejando que las exigencias de su corazón se impusiesen al sentido común. Eso era algo que un ladrón no debía hacer jamás.
Le colocó un dedo debajo de la barbilla para alzarle la cabeza y la besó, despacio y con firmeza. Después, se apartó un poco.
—Adelante, pues. Vete a casa. No me gustan las despedidas largas.
Savara sonrió y dio media vuelta. Cery la observó alejarse con paso tranquilo hacia la trampilla del tejado y descender por ella. Cuando se hubo marchado, se puso a contemplar de nuevo a los trabajadores.
Muchas cosas habían cambiado. Debía estar preparado para lo que pudiera suceder. Habían llegado hasta él retazos de información, y seguramente no era el único que comprendía las posibles repercusiones de aquello. Si el rey planeaba derogar de verdad la Purga anual, los ladrones tendrían un motivo menos para trabajar juntos. Y luego estaban los rumores sobre ciertos pactos entre los otros jefes de los bajos fondos.
Sonrió y enderezó los hombros. Se había preparado para el día en que Akkarin dejara de darle apoyo. Había hecho contactos útiles y poderosos. Había acumulado riqueza y recabado información. Tenía una posición consolidada.
No tardaría en comprobar si estaba lo bastante consolidada.
El carruaje cabeceaba suavemente sobre sus muelles. Fuera, campos extensos y alguna que otra casa de labranza desfilaban sin prisas. Dentro, Dannyl y Tayend hacían entrechocar sus copas de vino.
—Brindo por lord Osen, quien decidió que le serías más útil al Gremio como embajador en Elyne —dijo Tayend—, y por dejarnos viajar por tierra.
—Por Osen —respondió Dannyl, y tomó un sorbo de vino—. Sabes que si me lo hubiera pedido, me habría quedado.
Tayend sonrió.
—Sí, y yo me habría quedado contigo, aunque me alegro de que no sea necesario. Los kyralianos son asfixiantemente conservadores —se llevó la copa a los labios, y después apartó la mirada y adoptó una expresión seria—. Pero es astuto de su parte enviarte de vuelta. Ahora mucha gente pondrá en tela de juicio la autoridad del Gremio. Ha demostrado no estar demasiado bien preparado para la guerra.
Dannyl soltó una risita.
—No, demasiado seguro que no.
—Más personas tenderán a pensar como Dem Marane —prosiguió Tayend—. Tendrás que convencerlas de que el Gremio sigue controlando todo lo que tiene que ver con la magia.
—Lo sé.
—Y luego está ese asunto de la magia negra. Tendrás que asegurar a la gente que al Gremio no le queda otro remedio que volver a aprenderla de nuevo. Ah, te esperan unos meses moviditos.
—Lo sé.
—Quizá incluso te lleve años —Tayend sonrió—. Y, por supuesto, no hay ningún motivo para que no te quedes en Elyne cuando concluya tu etapa como embajador, ¿verdad?
—No —Dannyl le devolvió la sonrisa—. Osen me otorgó el cargo con carácter indefinido.
Tayend abrió los ojos al máximo y luego desplegó una gran sonrisa.
—¿En serio? ¡Eso es estupendo!
—Dijo algo así como que Elyne era un lugar más adecuado para mí que Kyralia. Y que no debía permitir que el miedo a los rumores me impidiera cultivar y disfrutar nuestra amistad.
El académico enarcó las cejas.
—¿De verdad? ¿Crees que sabe lo nuestro?
—No estoy seguro. No noté el menor tono de reproche en su voz. Pero tal vez esté dando a sus comentarios una interpretación que no tienen. Acaba de perder a un buen amigo y mentor —Dannyl titubeó—. Aunque todo esto me lleva a preguntarme hasta qué punto cambiarían las cosas si la gente lo supiera.
Tayend frunció el entrecejo.
—Pobre de ti como se te ocurra hacer alguna tontería. Si lo revelaras al Gremio, y ellos se escandalizaran y te desterraran, yo iría a buscarte. Y cuando te encontrara, te daría una buena patada por ser tan idiota —hizo una pausa y sonrió—. Te adoro, pero también adoro de ti que seas un mago importante del Gremio.
Dannyl se rió entre dientes.
—Menos mal. Puedo dejar de ser importante, o incluso dejar de pertenecer al Gremio, pero lo de ser mago no es optativo.
Tayend sonrió.
—Oh, dudo que cambie de idea sobre ti. Me temo que tendrás que aguantarme durante mucho tiempo.