35. Atrapado


—Siéntate, Sonea —la apremió Cery—. Quedaos aquí los dos, mientras yo voy a buscar algo de comer.

Sonea escrutó el rostro de Cery. Por lo visto no recordaba nada de la historia entre ella y Regin. Entonces Cery le guiñó el ojo, y Sonea comprendió que sí se acordaba de Regin.

—Bueno, os dejo —dijo—. Seguro que tenéis muchas cosas que contaros.

Sonea se sentó de mala gana. Miró a Farén, pero el ladrón se había ido al otro extremo de la habitación y estaba cuchicheando con su segundo. Takan caminaba de un lado a otro, en un rincón. Regin la miró, apartó la mirada, se frotó las manos y carraspeó.

—Bueno —dijo—, ¿has matado ya a algunos sachakanos de esos?

Sonea reprimió una carcajada. Era una manera extraña, pero a la vez bastante apropiada, de entablar una conversación con su viejo enemigo.

—A un par —respondió Sonea.

Regin asintió.

—¿Al de las barriadas?

—No. A uno en el Paso del Sur, y antes de eso a otra, en la ciudad.

Él bajó la vista al suelo.

—¿Fue difícil?

—¿Matar a alguien? —Sonea hizo una mueca—. Sí y no. Supongo que no le das muchas vueltas cuando lo que intentas es evitar que la otra persona te mate a ti. Solo piensas en ello después.

Regin esbozó una sonrisa.

—Me refería a si son difíciles de matar.

—Ah —Sonea desvió la mirada—. Seguramente. Si lo conseguí con esos dos fue porque los engañé.

—¿Seguramente? ¿No sabes la fuerza que tienen?

—No. Ni siquiera estoy segura de la fuerza que tengo yo. Supongo que lo averiguaré cuando tenga que luchar contra uno.

—En ese caso, ¿cómo sabes si puedes vencerlos en batalla?

—Es que no lo sé.

Regin la contempló con incredulidad. Entonces, sonrojado, miró hacia otro lado.

—Todos te lo hemos hecho pasar mal —murmuró—. Lord Fergun, los aprendices, yo… y el Gremio entero cuando se enteró de que habías aprendido magia negra. Pero aun así, has vuelto. Sigues dispuesta a arriesgar la vida para salvarnos —sacudió la cabeza—. Si hubiera sabido lo que estaba pasando, no habría sido tan duro contigo durante ese primer año.

Sonea lo miró fijamente, debatiéndose entre el escepticismo y la sorpresa. ¿Acaso Regin se estaba disculpando?

Él la miró también.

—Solo quiero… Si salgo vivo de todo esto, intentaré compensarte —se encogió de hombros—. Es lo menos que puedo hacer si salgo vivo.

Ella asintió. Ahora le resultaba más difícil todavía pensar en algo que decirle. La sacó del apuro una figura alta que apareció entre las columnas de cajas.

—¡Akkarin! —Se levantó de un salto y corrió hacia él.

Akkarin le dedicó una sonrisa sombría.

—Sonea.

—¿Has visto lo que han hecho los losdes?

—Sí, estaba observando a través del anillo, y he visto las consecuencias.

Sonea arrugó el entrecejo. Él tenía el rostro tenso, como si intentara disimular el dolor de una herida.

—¿Qué ocurre? —susurró ella—. ¿Qué ha pasado?

Los ojos de Akkarin se posaron en Regin, que estaba detrás de Sonea. La tomó del brazo, se alejó unos pasos por el pasillo con ella, bajó la mirada y exhaló un profundo suspiro.

—Lorlen ha muerto.

¿Lorlen? ¿Muerto? Clavó la vista en él, horrorizada, y al percibir el dolor en su semblante la invadió una oleada de compasión. Lorlen había sido el mejor amigo de Akkarin, y sin embargo este se había visto obligado a mentirle, a hacerle chantaje y a controlarlo por medio del anillo. Los últimos años habían sido terribles para ambos. La pena que ella arrastraba desde que se había enterado de la muerte de Rothen de pronto se había vuelto insoportable.

Sonea abrazó a Akkarin por la cintura y apoyó la frente en su pecho. Él la atrajo hacia sí y la estrechó con fuerza. Al cabo de un momento respiró hondo y la soltó poco a poco.

—He visto a Dannyl y a Osen —dijo Akkarin en voz baja—. Estaban con Lorlen, así que ya saben de nuestra presencia. Les he advertido que no se lo digan a los demás y… he cogido el anillo de Lorlen.

—¿Y el resto de los miembros del Gremio?

—Dudo que quede alguno que no esté agotado o al borde del agotamiento —respondió—. Los ladrones se han llevado a unos cuantos a los túneles. Otros se han retirado al recinto del Gremio.

—¿Cuántos han muerto?

—No lo sé. Veinte. Cincuenta. Tal vez más.

Eran muchos.

—Y ahora ¿qué hacemos?

Akkarin la retuvo entre sus brazos unos instantes y luego la apartó extendiendo los brazos, para mirarla.

—Kariko está en el Palacio con los otros cuatro. Avala sigue vagando sola por las calles. Debemos encontrarla antes de que se reúna con ellos.

Sonea asintió.

—Ojalá hubiera sabido lo que los ladrones habían planeado hacer al ichani en las barriadas. Si tú o yo hubiéramos estado cerca, habríamos podido absorber toda su energía.

—Sí, pero ahora hay un ichani menos de quien ocuparnos —la soltó, y emprendieron el regreso por el pasillo—. Hay que reconocer que tu amigo Cery tiene ideas interesantes. Creo que si Kyralia sobrevive, el Gremio se dará cuenta de que la Purga se ha convertido en una práctica peligrosa.

Sonea sonrió.

—Creía que yo ya los había convencido de ello.

—No de la forma en que lo habrían hecho los amigos de Cery.

Cuando llegaron al fondo del almacén, Sonea vio que Cery había vuelto con la comida que había prometido. Takan devoraba la suya, y mostraba un aspecto bastante menos preocupado que antes. Regin paseaba la vista de ella a Akkarin, con un brillo de curiosidad en los ojos.

—Regin de Winar —dijo Akkarin. Sonea reconoció el deje de desagrado en su voz—. Me dicen que te han rescatado los ladrones.

Regin se levantó e hizo una reverencia.

—Me han salvado la vida, milord, y espero poder devolverles el favor.

Akkarin asintió y miró a Takan.

—Creo que la oportunidad se te presentará muy pronto.

—¿Adónde vamos?

Dannyl se volvió hacia Farand. El joven mago no había abierto la boca durante la última media hora. Había seguido a Dannyl confiadamente y sin rechistar, hasta ese momento.

—Tengo que encontrarme con un amigo —dijo Dannyl.

—Pero tu antiguo Gran Lord ha dicho que deberíamos irnos de la ciudad.

—Así es —Dannyl asintió—. Ha dicho que los ichanis están en el Palacio. Tengo que reunirme con Tayend mientras esté a tiempo. Supongo que podrá darnos ropa corriente también.

—¿Tayend? ¿Está en Imardin?

—Sí.

Dannyl echó una ojeada a la calle siguiente y vio que estaba desierta. Farand dobló la esquina tras él. La mansión en la que Tayend se alojaba se hallaba solo una docena de casas más adelante. A Dannyl se le aceleró el pulso de la emoción.

—Pero si no acudió a la Vista —señaló Farand.

—No, llegó hace solo unos días.

—No escogió el momento más oportuno.

Dannyl soltó una risita.

—No, desde luego que no.

—¿Por qué no volvió a marcharse?

Se encontraban a medio camino de la casa. Dannyl intentó dar con una respuesta. «Porque Tayend tiene la idea demencial de que puede ayudarme a salir vivo de la batalla. Porque no quiere que me enfrente solo a la destrucción del Gremio. Porque yo le importo más que su propia seguridad.» Dannyl suspiró.

—Porque no era consciente de lo peligrosos que son los ichanis —dijo a Farand—, y yo no pude convencerlo de que los no-magos correrían tanto peligro como los magos. ¿Son tan testarudos todos los elyneos?

Farand rió por lo bajo.

—Tengo entendido que es un rasgo nacional.

Llegaron frente a la puerta de la casa. Dannyl sacó una llave, la acercó a la cerradura… y se le heló la sangre.

La puerta estaba abierta.

Se quedó mirando el resquicio entre la puerta y el marco, con el corazón golpeándole el pecho. Farand le tocó el hombro.

—¿Embajador?

—Está abierta. Tayend no la dejaría abierta. Alguien ha estado aquí.

—Entonces deberíamos irnos.

—¡No! —Dannyl respiró honda y pausadamente varias veces antes de volverse hacia Farand—. Tengo que saber si está bien. Puedes venir conmigo, esperarme en algún lugar cercano o marcharte y salir como puedas de la ciudad.

Farand levantó la mirada hacia la mansión. Inspiró profundamente y enderezó los hombros.

—Le acompaño.

Dannyl abrió la puerta. El recibidor estaba vacío. Recorrió la casa despacio y con cautela, una habitación tras otra, pero no encontró rastro alguno del académico salvo un baúl de viaje en una habitación y varias copas de vino usadas.

—Tal vez ha salido a conseguir comida —aventuró Farand—. Podríamos esperarlo, por si vuelve.

Dannyl sacudió la cabeza.

—No saldría a menos que alguien lo obligara. Al menos hoy —entró en la cocina, donde había una mesa grande con una copa de vino medio vacía y una botella encima—. ¿Queda algún rincón donde no haya buscado?

Farand apuntó con el dedo a una puerta.

—¿La bodega?

La puerta daba a una escalera que descendía a un gran sótano repleto de botellas y algunos alimentos. No había nadie. Dannyl regresó a la cocina. Farand señaló la copa medio llena de vino.

—Ha salido corriendo —murmuró— de esta habitación. Si yo estuviera aquí y algo me obligara a abandonar esta casa a toda prisa, ¿adónde iría? —Miró a Dannyl—. La puerta de servicio es la que está más cerca.

Dannyl asintió.

—Pues nosotros saldremos por allí también.

El recinto del Gremio estaba tan desierto y tranquilo como durante las vacaciones de mitad de curso. Sin embargo, el silencio era absoluto. Ni siquiera durante aquellas pocas semanas del año, en las que no había clases y la mayoría de los magos aprovechaba para visitar a la familia, reinaba tanta calma.

Nada más entrar en la universidad, Rothen empezó a preguntarse si el Gremio era el mejor sitio donde podía estar. Durante todo el trayecto a Imardin, no había pensado en otra cosa que en llegar a un lugar que le fuera familiar. Pero cuando se halló en el Gremio, no encontró en él la sensación de seguridad que tanto había anhelado y que lo había llevado hasta allí.

Sabía, por la mente de las víctimas de Kariko, que el Gremio se había enfrentado a los ichanis una última vez fuera del Palacio. Habían matado a un sachakano, pero para ello habían tenido que consumir todas sus fuerzas. Después de eso, las víctimas de Kariko habían sido guardias del Palacio, por lo que Rothen suponía que los ichanis seguían en el centro de la ciudad. ¿Adónde irían cuando hubiesen tomado todo el Palacio? Ante la puerta del Gran Salón, se quedó paralizado.

Irían al recinto del Gremio.

«Balkan lo sabe —pensó Rothen—. Habrá indicado a todos que abandonen la ciudad. Querrá que nos reunamos en otro sitio para recuperar las fuerzas y planear la reconquista de Imardin. Debería irme de aquí e intentar encontrarlos.»

Levantó la vista hacia el imponente techo del Salón y exhaló un sonoro suspiro. No le cabía la menor duda de que, uno o dos días después, todo aquello quedaría destruido. Sacudió la cabeza, apesadumbrado, y dio media vuelta para marcharse.

Se paró en seco al oír voces a su espalda.

Lo primero que pensó fue que los ichanis habían llegado, pero al reconocer las voces se quedó de una pieza. Giró sobre sus talones y echó a andar a toda prisa por el pasillo.

Balkan y Dorrien se encontraban ante la puerta del Salón Gremial. Discutían, pero Rothen no se detuvo a escuchar. Ambos volvieron la vista hacia él cuando se les acercó.

—¡Padre! —gritó Dorrien.

Una oleada de alivio y afecto recorrió a Rothen. «Está vivo.» Dorrien corrió a abrazarlo. Rothen se puso rígido al notar la punzada de dolor en el hombro.

—Dorrien —dijo—. ¿Qué hacéis aquí?

—Lorlen nos ha convocado a todos en Imardin —respondió Dorrien. Sus ojos se posaron en la cicatriz del corte que Kariko había hecho a Rothen en la mejilla—. Padre, creíamos que habías muerto. ¿Por qué no te pusiste en contacto con nosotros? —Miró el hombro de Rothen y frunció el ceño—. Te hirieron. ¿Qué pasó?

—Recurrir a la comunicación mental me parecía demasiado arriesgado. Lo habían prohibido, y… —Rothen titubeó; dudaba si contar a Dorrien lo del anillo—. Me rompí el hombro y el brazo durante la lucha, y se soldaron mal mientras dormía. Pero no me has contestado… o tal vez no te hecho la pregunta adecuada. ¿Qué hacéis aquí, en los terrenos del Gremio? Con toda seguridad los ichanis no tardarán en venir.

Dorrien se volvió hacia Balkan.

—Yo… no he combatido junto a los demás magos. Me he escabullido a la primera oportunidad.

Rothen contempló a su hijo, sorprendido. No era capaz de imaginarse a Dorrien rehuyendo un combate. Su hijo no era un cobarde.

Una mirada de intensa frustración asomó al rostro de Dorrien.

—Tengo mis razones —afirmó—, pero no puedo revelártelas. He hecho un juramento de silencio. Confía en mí si te digo que no debo arriesgarme a que me capturen los ichanis. Si me leen la mente, nuestra última oportunidad de acabar con ellos se malogrará.

—Ya hemos perdido nuestra última oportunidad —dijo Balkan, y entornó los ojos—. A menos que…

Dorrien negó con la cabeza.

—No hagas cábalas. Ya he dicho más de lo que debería.

—Si te preocupa tanto que los ichanis te lean la mente, ¿por qué estás aquí, en el recinto del Gremio, cuando lo más seguro es que no tarden en llegar? —pregunto Rothen.

—Desde el vestíbulo se tiene una buena vista de las puertas —contestó Dorrien—. Cuando se acerquen, los veré y podré marcharme a través del bosque. Si me adentro en la ciudad, las probabilidades de que me capturen aumentarán.

—¿Por qué no te marchas ahora? —inquirió Balkan.

Dorrien fijó en él la mirada.

—No me iré hasta que sea necesario. Si el secreto que guardo sale a la luz por otras causas, tendré las manos libres para ayudar.

Balkan frunció el ceño.

—Sin duda, si nos vamos contigo, podrás revelarnos el secreto.

La obstinación en el semblante de Dorrien resultó muy conocida a Rothen. El mago cabeceó.

—Me temo que tus intentos de tirarle de la lengua no servirán de mucho, Balkan. No obstante, creo que deberíamos irnos en cuanto detectemos el menor indicio de que los ichanis se dirigen hacia aquí. Lo que me lleva a preguntarme qué estáis haciendo aquí.

El ceño fruncido del guerrero dio paso a una expresión grave.

—Alguien debe ser testigo del destino de nuestro hogar.

Rothen asintió.

—Entonces los tres nos quedaremos hasta el final.

—Ambrosía dulce —susurró Farén, sosteniendo en alto una botellita—. Es prácticamente indetectable en el vino o en postres. Hace efecto muy rápidamente; o sea, que estad preparados.

Sonea miró al ladrón y puso los ojos en blanco.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

—Por alguna razón no me sorprende que sepas tanto de venenos, Farén.

Él sonrió.

—Debo reconocer que empecé a investigar sobre ellos por un capricho de imitar al animal al que debo mi nombre. Es un conocimiento que me ha resultado útil en ocasiones, pero en menos de las que crees. Tu amigo aprendiz parece especialmente interesado en el tema.

—No es mi amigo.

Sonea acercó de nuevo el ojo a la mirilla. Una gran mesa ocupaba casi toda la habitación que estaba al otro lado de la puerta. La cubertería de plata reflejaba un tenue brillo bajo la luz que se filtraba por dos ventanas pequeñas. Quedaba algo de comida, fría y reseca, en las fuentes de porcelana fina.

Estaban dentro de una de las grandes mansiones del Círculo Interno. Lo que veían era un comedor pequeño y privado con dos puertas de servicio, además de la entrada principal. Sonea y Farén se encontraban tras una puerta, y Akkarin tras la otra.

—Al parecer Cery creía que vosotros dos teníais una amistad especial —añadió Farén.

Sonea soltó un leve resoplido.

—Una vez se ofreció a matar a Regin. Fue una propuesta tentadora.

—Ah —respondió el ladrón.

Sonea se fijó en las copas que había sobre la mesa. Estaban llenas hasta diferentes alturas de vino. Varias botellas, algunas abiertas y otras no, se hallaban dispuestas en el centro. Todas estaban envenenadas.

—Entonces ¿qué es lo que ha hecho nuestro voluntario para merecer una oferta tan generosa de Cery?

—No es asunto tuyo.

—¿Ah, no? Qué interesante.

Sonea se sobresaltó cuando la puerta principal del comedor se abrió de golpe. Regin se plantó dentro de un salto y volvió a cerrarla. Rodeó la mesa a toda velocidad y corrió hacia la puerta de servicio tras la que aguardaba Akkarin. Llevó la mano al pomo y se detuvo.

La puerta principal se abrió de nuevo. Regin fingió forcejear con el pomo. Sonea notó que se le aceleraba el corazón cuando uno de los ichanis entró en la habitación. Miró a Regin y luego bajó la vista a la mesa.

—Supongo que no estarás muy ansiosa por salvarle el pellejo si el ichani no se traga el anzuelo —musitó Farén.

—Por supuesto que lo salvaré —murmuró Sonea—. Puede que Regin sea un… un… lo que sea, pero no merece morir.

Cuando el ichani devolvió la mirada a Regin, este se colocó con la espalda contra la puerta; estaba blanco como la cera. El ichani caminó en torno a la mesa. Regin se deslizó, pegado a la pared, manteniendo la mesa entre él y el sachakano.

El ichani rió entre dientes. Alargó el brazo, cogió una de las copas y se la llevó a los labios. Tomó un sorbo e hizo una mueca. Tras encogerse de hombros, tiró la copa, que se estrelló contra la pared y la dejó manchada de vino.

—¿Bastará con eso? —susurró Sonea.

—Lo dudo —contestó Farén—. Pero ha mordido el anzuelo y tal vez quiera tomarse algo más fresco.

El ichani empezó a caminar alrededor de la mesa. Regin dio unos pasos para alejarse de él. De pronto, dio un salto al frente y agarró una botella de vino por el cuello. El ichani soltó una carcajada mientras Regin la blandía con un gesto amenazador. El sachakano hizo un ademán brusco. Regin se tambaleó hacia delante como si hubiera recibido un golpe fuerte por detrás, y cayó despatarrado y boca abajo sobre la mesa.

El ichani lo asió de la parte de atrás del cuello para impedir que se levantara. Sonea aferró el pomo de la puerta, pero Farén la sujetó por la muñeca.

—Espera —dijo en voz baja.

El sachakano quitó a Regin la botella de la mano y la miró fijamente. El corcho salió despacio, agitándose de un lado a otro, y cayó al suelo. El ichani se acercó la botella a los labios y tomó varios tragos. Sonea oyó que Farén suspiraba, aliviado.

—¿Bastará con eso? —susurró Sonea.

—Oh, sí, sin duda.

Regin se retorcía sobre la mesa, y lanzaba platos y cubiertos en todas direcciones mientras luchaba por liberarse del control del ichani. El sachakano bebió un poco más de la botella y luego la estampó contra la mesa. Extendió el brazo hacia Regin, con el extremo roto de la botella en la mano.

—Esto no me gusta —comentó Farén—. Si hace un corte a Regin, el veneno…

La puerta situada tras el ichani se abrió. A Sonea el corazón le dio un vuelco, pero Akkarin no apareció. El pasillo que había al otro lado estaba vacío. Al oír el ruido, el ichani se volvió rápidamente y se quedó mirando la puerta abierta.

—Bien. Eso lo entretendrá un rato más —murmuró Farén.

Sonea contuvo la respiración. El pomo de la puerta estaba cubierto de sudor de su mano. Si ella y Akkarin se mostraban ante el ichani, él llamaría a Kariko. Sería mucho mejor que el hombre cayese fulminado por la droga.

—Ya empieza —dijo Farén por lo bajo.

El ichani soltó de pronto a Regin y retrocedió de la mesa trastabillando. Mientras se apretaba el vientre con las manos, Regin se levantó y salió a la carrera por la puerta principal.

¡Kariko!

¿Rikacha?

Me han… ¡Me han envenenado!

Kariko no respondió. El ichani cayó de rodillas y se dobló en dos. Dejó escapar un quejido prolongado y grave, antes de vomitar un líquido rojo. Sonea se estremeció al advertir que era sangre.

—¿Cuánto tardará en morir? —preguntó.

—Entre cinco y diez minutos.

—¿Y para ti eso es una muerte rápida?

—Podría haber utilizado roin. Es más rápido, pero amargo.

Akkarin apareció en la puerta abierta. Examinó al ichani y se quitó la camisa.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Farén.

—Creo que… —Sonea asintió mientras Akkarin entraba en el comedor y envolvía la cabeza del hombre en su camisa. El ichani profirió un grito de sorpresa e intentó quitársela.

Sonea.

La voz mental de Akkarin sonaba distinta, más clara, a través del anillo. Ella abrió la puerta y corrió a su lado.

Sujeta esto un momento.

Sonea aferró con fuerza la camisa. El ichani seguía resistiéndose, pero sus movimientos eran cada vez menos enérgicos. Akkarin desenvainó su daga, practicó un corte en el brazo del hombre y apretó una mano contra la herida.

Sonea notó que el cuerpo del ichani se quedaba laxo. Poco después, Akkarin lo soltó. Cuando la joven dejó de sujetar la camisa, el hombre se desplomó en el suelo, sin vida. Ella sintió arcadas.

Eso ha sido horrible.

Akkarin la miró.

Sí, pero al menos ha sido rápido.

—Ha funcionado. Qué bien.

Ambos alzaron la vista hacia Regin, que acababa de entrar en la habitación y observaba al ichani muerto con satisfacción.

—Sí —convino Sonea—, pero no podremos volver a hacerlo. El otro ichani le ha oído decir que lo habían envenenado. No caerán en la misma trampa.

—Pero se agradece tu ayuda —agregó Akkarin.

Regin se encogió de hombros.

—Ha valido la pena ver a uno de esos malnacidos recibir su merecido —se llevó una mano al cuello e hizo una mueca—. Pero no me apena saber que no tendré que volver a hacer eso. Ese por poco me rompe el gaznate.

«Todo hombre debe tener una ambición —se dijo Cery mientras pasaba por entre las puertas reventadas—. La mía es de lo más sencilla: solo quiero visitar todos los sitios importantes de Imardin.» Se enorgullecía del hecho de que, aunque todavía no había cumplido los veinte, había conseguido entrar en casi todos los edificios destacados de la ciudad. Le había resultado bastante fácil colarse en las zonas exclusivas del hipódromo disfrazado de sirviente, y su habilidad para forzar cerraduras le había permitido allanar algunas de las mansiones del Círculo Interno. Gracias a Sonea, había estado dentro del Gremio, aunque habría preferido conseguirlo por sus propios méritos que por haber caído prisionero de un mago entrometido y fanático.

No pudo evitar sonreír cuando cruzó el patio. El Palacio era el único lugar importante de Imardin en el que nunca había logrado colarse. Ahora que la Guardia había sido derrotada y las pesadas puertas del Palacio colgaban de sus bisagras, nadie iba a impedir que explorase un poco.

Ni siquiera los ichanis. Según los vigías apostados por los ladrones, los sachakanos se habían marchado del Palacio hacía una hora. Solo habían estado un par de horas dentro, y era imposible que lo hubiesen destruido todo en ese tiempo.

Pasó por encima de los cuerpos calcinados de unos guardias y echó un vistazo a través de las puertas destrozadas del edificio. Al otro lado se extendía un gran vestíbulo. Unas escalinatas de aspecto delicado ascendían a las plantas superiores. Cery suspiró, maravillado. Mientras pasaba al interior, se preguntó por qué los ichanis las habían respetado. Tal vez no querían malgastar sus poderes. O tal vez habían tenido la sensatez de dejarlas en pie para poder acceder a los pisos superiores.

Cery bajó la vista al símbolo del muluk que había en el suelo. Dudaba que el rey estuviera aún en el Palacio. Seguramente el soberano había abandonado Imardin en cuanto la Muralla Interior había caído.

—Avala va a ser un problema.

—Seguramente. Le gusta vagabundear por ahí. Supongo que sus vagabundeos no tardarán en alejarla de Kyralia.

—Me parece que tiene la vista puesta en Elyne.

Cery se volvió con rapidez. Las voces, inconfundiblemente sachakanas, procedían del exterior de la entrada del Palacio. Miró en torno a sí y echó a correr hacia un pasadizo abovedado que estaba al fondo del vestíbulo. Justo después de entrar en él a toda velocidad, oyó resonar las pisadas de los sachakanos sobre el suelo de la entrada.

—Todos hemos oído la llamada de Rikacha, Kariko —intervino una tercera voz—. Sabemos cómo ha muerto. Ha sido una estupidez que probara la comida de ellos. No entiendo por qué tenemos que volver aquí para hablar sobre su error, y creo que Avala e Inijaka estarán de acuerdo conmigo.

Cery sonrió. De modo que la sucia treta de Farén había dado resultado.

—Porque ya hemos perdido a tres —respondió Kariko—. Si perdiéramos a alguien más, ya no sería solo cuestión de mala suerte.

—¿Mala suerte? —se mofó el primer ichani—. El Gremio ha podido con Rashi porque era débil. Y es posible que Vikara siga vivo. Solo sabemos con certeza que nuestros esclavos están muertos.

—Tal vez —asintió Kariko, con aire distraído—, pero quiero enseñaros otra cosa. ¿Veis esas escaleras? Parecen frágiles, ¿verdad? Como si no pudieran soportar su propio peso. ¿Sabéis cómo impiden que se vengan abajo?

No obtuvo respuesta.

—Las refuerzan con magia. Fijaos en esto.

Siguió un silencio, y después un tintineo. El sonido se hizo más fuerte, hasta que un gran estrépito retumbó en el vestíbulo. Cery soltó un grito ahogado y se asomó a la entrada del pasadizo.

Las escalinatas se estaban derrumbando. A medida que Kariko tocaba un pasamanos tras otro, las preciosas estructuras se torcían y caían al suelo, lanzando escombros en todas direcciones. Un trozo salió volando hacia Cery. Un ichani se volvió hacia el pasadizo, y Cery se agachó rápidamente para esconderse.

Apoyado en la pared, Cery cerró los ojos. Le dolía en lo más hondo ver algo tan hermoso destruido con tal indiferencia. Oyó las carcajadas de Kariko en el vestíbulo.

—«Hecho por magos», como dicen ellos —comentó el ichani—. Apuntalan sus edificios con magia. La mitad de las casas del centro de la ciudad están construidas así. ¿Qué más da que la ciudad esté desierta? Podemos extraer toda la magia que necesitamos de los edificios —bajó la voz—. Dejad que los otros deambulen por ahí un rato. Si hubieran vuelto aquí, como os he indicado, también ellos lo sabrían. Venid conmigo y veremos cuánta energía nos ha dejado el Gremio —se oyeron unos pasos que cesaron poco después—. ¿Harikava?

—Voy a echar una ojeada por aquí. Seguro que este lugar está lleno de estructuras reforzadas con magia.

—Bueno, pero no comas nada —dijo el tercer ichani.

Harikava soltó una risita.

—Claro que no.

Cery oyó que las pisadas se alejaban hasta hacerse inaudibles. Pero no todas. Se le encogió el corazón al percatarse de que uno de los ichanis se estaba acercando.

«Viene hacia aquí.»

Miró a su alrededor y vio que estaba en una sala amplia. Había varias puertas arqueadas en las paredes, a izquierda y derecha. Se dirigió a toda prisa a la más cercana. Un pasillo discurría paralelo a la sala, y cada puerta conducía a un pasadizo perpendicular que lo cortaba. Cery se asomó con cautela.

El ichani se había detenido dentro de la sala. Echó un vistazo alrededor y dirigió la mirada hacia Cery. Mientras caminaba hacia el pasadizo, Cery sintió que se le secaba la boca.

«¿Cómo sabe que estoy aquí?»

No le apetecía quedarse para averiguarlo. Salió del pasadizo y arrancó a correr hacia el interior del Palacio.