31. Preparativos para la guerra


El guía condujo a Lorlen a una habitación espaciosa. El sol del amanecer entraba a raudales por los enormes ventanales laterales. Varios hombres rodeaban una mesa grande situada en el centro. El rey estaba en el medio, con lord Balkan a su izquierda y el capitán Arin, su consejero militar, a su derecha. El resto del grupo estaba integrado por capitanes y cortesanos, algunos de ellos conocidos, otros no.

El rey saludó a Lorlen con un movimiento de cabeza y devolvió su atención a un mapa de la ciudad trazado a mano que tenía desplegado ante sí.

—¿Y cuándo terminarán las labores de fortificación de las puertas de la Muralla Exterior, capitán Vettan? —preguntó a un hombre de pelo cano.

—Las Puertas Septentrionales y las de Poniente están listas. Las Meridionales quedarán completadas esta tarde —respondió el capitán.

—¿Puedo hacer una pregunta, majestad? —terció un joven vestido con finos ropajes que estaba al otro extremo de la mesa.

El rey alzó la vista.

—¿Sí, Ilorin?

Lorlen contempló sorprendido al joven. Era el primo del rey. El muchacho no superaba en edad a los aprendices de primer curso, y figuraba entre los posibles candidatos al trono.

—¿Por qué estamos fortificando las puertas, si la parte de la Muralla Exterior que protege el Gremio está en mal estado? —inquirió el joven—. Bastará con que los sachakanos envíen a una patrulla de reconocimiento a circundar la ciudad para que lo descubran.

El rey le dedicó una sonrisa sombría.

—Esperamos que los sachakanos no intenten hacer eso.

—Suponemos que nos atacarán directamente —dijo Balkan a Ilorin—, y puesto que esos esclavos son una fuente de energía para ellos, dudo que se arriesguen a perderlos enviándolos en misión de reconocimiento.

A Lorlen le llamó la atención que Balkan no mencionara la posibilidad de que los sachakanos conociesen ese punto débil tras leer la mente a los guerreros que estaban en el Fuerte, o en Calia. Tal vez el rey le había pedido que no revelase a su primo lo desesperado de la situación.

—¿Cree que las fortificaciones nos permitirán rechazar los ataques de los sachakanos? —preguntó Ilorin.

—No —contestó Balkan—. Frenarlos, tal vez, pero no rechazarlos. Su finalidad es obligar a los sachakanos a consumir parte de su energía.

—¿Qué ocurrirá cuando consigan entrar en la ciudad?

Balkan miró al monarca.

—Seguiremos combatiéndolos mientras podamos.

El rey se volvió hacia otro de los capitanes.

—¿Han sido evacuados ya los miembros de las Casas?

—La mayoría de ellos se ha marchado —respondió el hombre.

—¿Y el resto de la gente?

—Según la Guardia de Puertas, el número de personas que abandonan la ciudad se ha cuadruplicado.

El rey bajó de nuevo la vista hacia el plano y suspiró.

—Ojalá este mapa incluyera las barriadas —miró a lord Balkan—. ¿Nos causarán problemas durante la batalla?

El guerrero arrugó el entrecejo.

—Solo si los sachakanos deciden esconderse allí.

—Si lo hacen, podríamos prender fuego a los edificios —sugirió Ilorin.

—O prendámosles fuego ahora mismo para asegurarnos de que no los usen contra nosotros —añadió un cortesano.

—Arderían durante días —advirtió el capitán Arin—. El enemigo quizá aprovechara el humo para ocultarse, y las cenizas al rojo podrían incendiar el resto de la ciudad. Recomiendo no quemar las barriadas salvo como último recurso.

El rey asintió. Irguió la espalda y miró a Lorlen.

—Retírense —ordenó—. El administrador Lorlen y lord Balkan pueden quedarse.

La Guardia salió de inmediato. Lorlen se percató de que los dos consejeros reales se quedaban en la sala.

—¿Me trae usted buenas noticias? —preguntó el soberano.

—No, majestad —respondió Lorlen—. Lord Sarrin aún no ha desentrañado el secreto de la magia negra. Os envía sus disculpas y asegura que seguirá intentándolo.

—¿Cree al menos que le falta poco para desentrañarlo?

Lorlen suspiró y movió la cabeza.

—No.

El rey contempló el mapa con expresión grave.

—Los sachakanos llegarán dentro de un día, o dos si tenemos suerte —miró a Balkan—. ¿Lo ha traído?

El guerrero asintió. Sacó una bolsa pequeña de su túnica, la abrió y dejó caer su contenido sobre la mesa. A Lorlen se le cortó el aliento cuando reconoció el anillo de Akkarin.

—¿Tenéis la intención de llamar a Akkarin para que vuelva?

El rey hizo un gesto afirmativo.

—Sí. Es arriesgado, pero ¿qué más da si nos traiciona? Sin él perderíamos esta batalla de todos modos —cogió el anillo sin tocar la piedra y lo tendió a Lorlen.

—Pídale que regrese.

El anillo estaba frío. Lorlen se lo puso en el dedo y cerró los ojos.

¡Akkarin!

Esperó, pero no obtuvo respuesta. Después de contar hasta cien, llamó de nuevo, pero fue en vano. Negó con la cabeza.

—No responde.

—Tal vez el anillo no esté funcionando —aventuró el rey.

—Volveré a intentarlo.

¡Akkarin!

Seguía sin obtener respuesta. Lorlen hizo unos intentos más, pero al final suspiró y se quitó el anillo.

—Quizá esté dormido —dijo—. Puedo intentarlo de nuevo dentro de una hora.

El rey frunció el ceño y dirigió la vista a los ventanales.

—Llámenlo sin el anillo. Tal vez entonces responda.

Balkan y Lorlen intercambiaron una mirada de preocupación.

—El enemigo nos oirá —señaló el guerrero.

—Lo sé. Llámenlo.

Balkan asintió y cerró los párpados.

¡Akkarin!

Siguió el silencio. Lorlen también envió una llamada.

¡Akkarin! El Rey quiere que vuelvas.

Ak

¡AKKARIN! ¡AKKARIN! ¡AKKARIN! ¡AKKARIN!

Lorlen soltó un jadeo cuando otra mente irrumpió en la suya con la fuerza de un mazazo. Oyó otras voces mentales gritar el nombre de Akkarin en tono burlón antes de desconectar con un escalofrío.

—Vaya, eso ha sido desagradable —murmuró Balkan mientras se frotaba las sienes.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el rey.

—Los sachakanos han contestado.

—Con un azote mental —agregó Lorlen.

El monarca, con el rostro crispado y los puños apretados, se apartó de la mesa. Caminó de un lado a otro durante unos minutos y después se volvió hacia Lorlen.

—Inténtelo de nuevo dentro de una hora.

Lorlen movió la cabeza afirmativamente.

—Sí, majestad.

La casa a la que llegó Dannyl siguiendo las indicaciones de Tayend era una típica mansión diseñada por un mago. Unos balcones de un aspecto tan delicado que parecía imposible daban a la calle. Hasta la puerta estaba hecha por magos; era una placa de vidrio cuidadosamente esculpida.

Dannyl tuvo que esperar un buen rato después de llamar. Por fin se oyeron pasos que se acercaban, y una figura borrosa apareció al otro lado del cristal. La puerta se abrió, y Dannyl se encontró, no frente a un portero, sino ante Tayend, quien le dedicó una sonrisa y una reverencia.

—Tendrás que disculpar que tardara tanto —dijo este—. Toda la servidumbre de Zerrend ha partido hacia Elyne, así que no queda nadie, pero… —Frunció el entrecejo—. Tienes muy mala cara.

Dannyl asintió.

—Me he pasado la noche en vela. He… —se le hizo un nudo en la garganta de la emoción y no pudo continuar.

El académico hizo pasar a Dannyl al interior y cerró la puerta.

—¿Qué ha ocurrido?

Dannyl tragó saliva y parpadeó, porque empezaban a escocerle los ojos. Había mantenido la entereza durante toda la noche, mientras consolaba a Yaldin y a Ezrille, y luego a Dorrien, pero en ese momento…

—Rothen ha muerto —consiguió decir. Notó que se le saltaban las lágrimas.

Tayend, con los ojos desorbitados, se le acercó y lo abrazó.

Dannyl se puso tenso, y luego se odió a sí mismo por ello.

—Tranquilo —dijo Tayend—. Como ya te he comentado, estoy solo aquí. Ni siquiera hay sirvientes.

—Perdona —dijo Dannyl—. Es que…

—Te preocupa que nos vean, lo sé. Pero soy cuidadoso.

Dannyl tragó en seco.

—Detesto que tengamos que serlo.

—Yo también —dijo Tayend. Se inclinó hacia atrás y miró a Dannyl—. Pero así son las cosas. Seríamos unos ilusos si creyéramos que podemos cambiarlas.

Dannyl suspiró y se enjugó las lágrimas.

—Mírame. No soy más que un tonto.

Tayend le tomó de la mano y lo guió a través de la sala de invitados.

—No, no lo eres. Acabas de perder a un viejo y buen amigo. Zerrend tiene medicinas para eso, aunque es probable que mi querido primo segundo… ¿o era tercero?, se haya llevado las de las mejores cosechas consigo.

—Tayend —dijo Dannyl—, Zerrend se ha ido por una buena razón. Los sachakanos están a solo un día o dos de aquí. Tienes que marcharte.

—No voy a regresar a casa. He venido para ayudarte a sobrellevar todo esto, y eso es lo que haré.

Dannyl obligó a Tayend a detenerse.

—Hablo en serio, Tayend. Esos magos matan para hacerse más fuertes. Primero lucharán contra el Gremio, porque es su adversario más poderoso. Después querrán recuperar la energía que hayan perdido arrebatándola a otros. Los magos no les seremos de ninguna utilidad, pues habremos agotado nuestras fuerzas en el combate. Sus víctimas serán personas normales y corrientes, sobre todo las que poseen un potencial mágico sin desarrollar, como tú.

El académico lo miró desconcertado.

—Pero no llegarán tan lejos. Dices que lucharán primero contra el Gremio. Y el Gremio ganará, ¿verdad?

Dannyl clavó la vista en Tayend.

—A juzgar por las instrucciones que hemos recibido, no creo que nadie lo considere posible. Tal vez logremos matar a un par de ellos, pero no a todos. Tenemos órdenes de abandonar Imardin en cuanto hayamos agotado nuestras energías.

—Ah. Necesitarás ayuda para marcharte si estás agotado. Yo te…

—No —Dannyl sujetó a Tayend por los hombros—. Debes irte cuanto antes.

El académico negó con la cabeza.

—No me iré sin ti.

—Tayend…

—Además —añadió—, seguramente los sachakanos invadirán Elyne después. Prefiero pasar unos días aquí contigo y correr el riesgo de que me maten antes de tiempo, a volver a casa y arrepentirme de haberte abandonado por unos pocos meses más de seguridad. Me quedo, quieras o no, así que más vale que lo aproveches.

Tras la oscuridad de las alcantarillas, la luz del sol resultaba cegadora. Cuando Sonea salió por la trampilla, notó algo bajo la bota y tropezó. Después oyó a alguien mascullar una palabrota.

—Eso era mi pie —refunfuñó Cery.

A ella se le escapó una sonrisa.

—Perdona, Cery. ¿O debería llamarte Ceryni?

Cery soltó un gruñido de repugnancia.

—Llevaba toda la vida intentando librarme de ese nombre, y ahora tengo que usarlo. Estoy seguro de que no soy el único al que le gustaría decir un par de palabras al ladrón que decidió que todos debíamos tener nombres de animales.

—Tu madre debió de adivinar el futuro cuando te puso tu nombre —dijo Sonea. Se hizo a un lado para dejar a Akkarin emerger del túnel.

—Con sólo un vistazo sabía qué gorreros intentarían irse corriendo sin pagar —rememoró Cery—. Y siempre decía que mi padre se metería en alguna rascada.

—Mi tía también debía de tener ese don. Siempre decía que tú acabarías por meterte en líos —hizo una pausa—. ¿Has visto a Jonna y a Ranel últimamente?

—No —respondió Cery, al tiempo que se agachaba para volver a poner la tapa de la alcantarilla en su sitio—. Hace meses que no los veo.

Sonea suspiró y sintió que la noticia de la muerte de Rothen lastraba su cuerpo como un peso muy grande.

—Me gustaría verlos, antes de que todo esto…

Cery alzó una mano para hacerla callar, y los tomó del brazo, a ella y a Akkarin, para llevarlos hasta un portal que estaba medio oculto. Gol regresó a toda prisa de la entrada del callejón y se escondió con ellos. Dos hombres doblaron la esquina y avanzaron en silencio hacia ellos. Cuando se acercaron, Sonea reconoció al que tenía el rostro más moreno. Notó que una mano la empujaba con suavidad por la parte baja de la espalda.

—Vamos —le susurró Cery al oído—. Pégale el susto de su vida.

Al volverse, Sonea vio un brillo malicioso en sus ojos. Esperó a que los dos hombres estuvieran cerca, y entonces les salió al paso, quitándose la capucha.

—Farén.

Los dos hombres se encogieron y la miraron de hito en hito. Uno de ellos ahogó un grito.

—¿Sonea?

—Me has reconocido, después de tanto tiempo.

Él arrugó el entrecejo.

—Pero creía que te habías…

—¿Marchado de Kyralia? —Cruzó los brazos—. He decidido volver y ajustar algunas cuentas.

—¿Cuentas? —Miró a su acompañante con aire nervioso—. Entonces no es a mí a quien buscas.

—¿Ah, no? —Se le acercó y, para su satisfacción, vio que él reculaba—. Creo recordar un pequeño trato que teníamos. No me digas que lo has olvidado, Farén.

—¿Cómo iba a olvidarlo? —farfulló él—. Recuerdo que tú no cumpliste con tu parte. De hecho, redujiste a cenizas más de una de mis casas cuando yo te estaba protegiendo.

Sonea se encogió de hombros.

—Supongo que no te fui demasiado útil. Pero no creo que unas cuantas casas achicharradas justifiquen el haberme vendido al Gremio.

Farén dio otro paso hacia atrás.

—No fue idea mía. No tenía elección.

—¿Que no tenías elección? —exclamó Sonea—. Por lo que he oído, sacaste una buena tajada. Dime, ¿cobraron los otros ladrones su parte de la recompensa? Tengo entendido que tú te quedaste con todo.

Farén tragó saliva de forma audible y retrocedió aún más.

—Como compensación —dijo con la voz ahogada.

Sonea avanzó de nuevo hacia él, pero se oyó un resoplido procedente del portal, que pronto dio paso a una risotada.

—Sonea —dijo Cery—. Debería contratarte como mensajera. Das bastante miedo cuando quieres.

Ella esbozó una sonrisa lúgubre.

—No eres el único que me ha dicho eso últimamente —pensar en Dorrien la llevó a acordarse de Rothen otra vez. Volvió a sentir el peso del dolor, y luchó por ahuyentarlo. «No puedo pensar en eso ahora. Tengo demasiado que hacer», se dijo.

Farén miró a Cery, entornando sus ojos amarillos.

—Debería haberme imaginado que tú estabas detrás de esta pequeña encerrona.

Cery sonrió.

—Oh, solo he sugerido que nos divirtiésemos un poco a tu costa. Ella tiene todo el derecho. Al fin y al cabo, es verdad que la entregaste al Gremio.

—La estás llevando a la reunión, ¿verdad?

—Así es. Ella y Akkarin tienen muchas cosas que decir.

—¿Akkarin…? —repitió Farén con un hilillo de voz.

Sonea oyó unos pasos a su espalda y se volvió para ver a Akkarin y a Gol salir del portal. Akkarin, que se había afeitado la barba incipiente y se había recogido el pelo en una cola, volvía a tener una presencia imponente.

Farén dio otro paso hacia atrás.

—De modo que te llamas Farén, ¿no? —dijo Akkarin amablemente—. ¿Eres negro, con ocho patas y venenoso?

Farén asintió.

—Sí —contestó—. Bueno, salvo por lo de las patas.

—Es un honor conocerte.

El ladrón asintió de nuevo.

—Igualmente —se volvió hacia Cery—. Vaya, parece que la reunión va a ser entretenida. Seguidme.

Farén se encaminó hacia el final del callejón, y su acompañante miró a Sonea y a Akkarin con curiosidad antes de echar a andar tras él a toda prisa. Cery dirigió la vista hacia Sonea, Akkarin y Gol, y les hizo señas. Lo siguieron hasta un pasadizo estrecho entre dos edificios, al fondo del callejón. A medio camino, un hombre corpulento cerró el paso a Farén.

—¿Quiénes son? —preguntó, señalando a Sonea y a Akkarin.

—Invitados —contestó Cery.

Tras dudar unos instantes, el hombre atravesó de mala gana una puerta. Farén entró tras él en el edificio. Al final de un pasillo corto había una escalera. Después de subirla, Farén se detuvo frente a una puerta y se volvió para mirar a Cery.

—Deberías haber pedido permiso antes de traerlos.

—¿Y dejar que se pasen horas discutiendo? —Cery sacudió la cabeza—. No tenemos tiempo.

—Bueno, luego no digas que no te lo advertí.

Farén abrió la puerta. Sonea los siguió y contempló aquella lujosa sala. Unas sillas acolchadas formaban algo parecido a un círculo. Siete de ellas estaban ocupadas. Supuso que los siete hombres apostados de pie tras ellas eran los protectores de los ladrones.

No le costó adivinar quién era cada uno de los ladrones. El calvo delgado obviamente era Sevli. La pelirroja de nariz aguileña seguramente era Zill, y el hombre de barba y cejas pobladas debía de ser Limek. Mirando en torno a sí, Sonea se preguntó si los nombres de los ladrones se debían a su parecido físico con esos animales, o si, por el contrario, se arreglaban para asemejarse a la criatura que habían elegido. Seguramente ambas cosas, pensó ella.

Algunos ocupantes de las sillas los miraban a ella y a Akkarin con expresión de ira e indignación, y otros, con perplejidad. Un rostro le resultaba familiar. Sonea sonrió cuando su mirada se encontró con la de Ravi.

—¿Quiénes son estas personas? —preguntó Sevli con aire autoritario.

—Unos amigos de Cery —dijo Farén. Se acercó a una de las sillas vacías y se sentó—. Ha insistido en traerlos.

—Ella es Sonea —respondió Ravi para que los otros ladrones lo supieran. Sus ojos se posaron en Akkarin—. Eso significa que tú debes de ser el depuesto Gran Lord.

La indignación y la perplejidad cedieron el paso al asombro y la estupefacción.

—Es un honor conoceros a todos por fin —dijo Akkarin—. Sobre todo a ti, lord Senfel.

Sonea alzó la vista hacia el hombre que estaba de pie tras la silla de Ravi. El viejo mago se había afeitado, y seguramente por eso ella no lo había reconocido de inmediato. La última vez que lo había visto, cuando Farén había intentado chantajearlo para que enseñara magia a Sonea, llevaba una larga barba blanca. A ella la habían drogado, en un intento vano de controlar su magia, por lo que creyó que había soñado ese encuentro hasta que, más tarde, Cery tomó la palabra en la reunión. El hombre miró a Akkarin y palideció.

—Vaya —dijo—. Al final me has encontrado.

—¿Al final? —Akkarin se encogió de hombros—. Conozco tu secreto desde hace mucho tiempo, Senfel.

El anciano parpadeó, sorprendido.

—¿Lo sabías?

—Por supuesto —declaró Akkarin—. Tu muerte fingida no fue muy convincente. Sigo sin entender del todo por qué nos dejaste.

—Vuestras reglas me parecían… asfixiantes. ¿Por qué no hiciste nada al respecto?

Akkarin sonrió.

—¿Sabes lo mal que habría hecho quedar a mi antecesor? Ni siquiera se percató de que habías desaparecido. Aquí no hacías ningún daño, así que decidí dejar que te quedaras.

El viejo mago soltó una carcajada breve y desagradable que más bien sonó como un ladrido.

—Veo que tienes cierta costumbre de romper las reglas, Akkarin de Delvon.

—Y estaba esperando a que me hicieras falta —añadió Akkarin.

Senfel se puso serio.

—El Gremio te ha estado llamando —dijo—. Al parecer les hacías falta tú a ellos. ¿Por qué no has respondido?

Akkarin paseó la vista por el círculo de ladrones.

—Porque el Gremio no debe saber que estamos aquí.

Los ojos de los ladrones brillaron con interés.

—¿Y por qué no? —preguntó Sevli.

Cery dio un paso al frente.

—La historia de Akkarin no se cuenta en un momento. ¿Podemos traer más sillas?

El hombre que los había recibido en la puerta salió de la sala y regresó con dos austeras sillas de madera. Cuando todos se hubieron sentado, Akkarin recorrió con la mirada el círculo de rostros y respiró hondo.

—Primero os contaré cómo mi camino se cruzó con el de los sachakanos —comenzó.

Mientras refería brevemente su encuentro con Dakova, Sonea observó la cara de los ladrones. Al principio escuchaban con serenidad, pero cuando Akkarin describió a los ichanis sus semblantes pasaron a reflejar alarma y preocupación. Les habló de los espías y de cómo había reclutado a Cery para que los localizase; en ese momento miraron al viejo amigo de Sonea con asombro y fascinación. Entonces, cuando Akkarin tocó el tema de su exilio en Sachaka, Sevli profirió una exclamación de disgusto.

—Los miembros del Gremio son unos idiotas —dijo—. Deberían haberte retenido allí hasta averiguar si los ichanis existían o no.

—Tal vez sea una suerte que no lo hicieran —repuso Akkarin—. Los ichanis no saben que estoy aquí, y eso nos da una ventaja. Aunque soy más fuerte que cualquier mago del Gremio, no puedo vencer a ocho ichanis. Entre Sonea y yo podríamos derrotar a uno, siempre que esté aislado de los demás. Sin embargo, si los ichanis supieran que estamos aquí, formarían una piña para darnos caza —miró a los ladrones de uno en uno—. Por eso no he respondido a las llamadas del Gremio. Si ellos se enteran de que estoy aquí, los ichanis lo averiguarán en cuanto lean la mente al primer mago que capturen.

—Pero en cambio has dejado que nosotros lo sepamos —observó Sevli.

—Sí. Es un riesgo, pero no muy grande. Confío en que todos los presentes en esta sala se mantengan fuera del alcance de los sachakanos. Cualquier otro rumor sobre nuestra presencia se considerará fruto de los deseos generalizados de la población y se le restará credibilidad.

—Bueno, ¿y qué queréis de nosotros? —preguntó Ravi.

—Quieren que les ayudemos a separar a un sachakano de los demás —respondió Zill.

—Sí —confirmó Akkarin—, y también que nos deis acceso al Camino de los Ladrones por toda la ciudad y nos facilitéis guías.

—Hay partes del Círculo Interno a las que no se puede llegar por allí —advirtió Sevli.

—Por otro lado, casi todos los edificios están vacíos —dijo Zill—. Están cerrados con llave, pero podemos ocuparnos de eso.

Sonea frunció el ceño.

—¿Por qué están vacíos?

La mujer miró a Sonea.

—El rey ha ordenado a las Casas que abandonen Imardin. No sabíamos por qué, hasta hace un momento, cuando Senfel nos ha contado lo de la derrota en el Fuerte y en Calia.

Akkarin asintió.

—El Gremio debe de haber comprendido que todos los habitantes de Imardin son una fuente potencial de energía para los ichanis. Habrán aconsejado al rey que evacue la ciudad.

—Pero sólo ha pedido a los de las Casas que se vayan, ¿no? —dijo Sonea. Al ver el gesto afirmativo de los ladrones, la rabia se apoderó de ella—. ¿Y el resto de la gente?

—Como los de las Casas se han ido, los demás se huelen que algo está pasando —contestó Cery—. Por lo que he oído, miles de personas están liando los bártulos y marchándose al campo.

—¿Qué hay de los losdes? —preguntó ella.

—Se atrincherarán —aseguró Cery.

—En las barriadas, fuera de las murallas de la ciudad, el primer sitio al que llegarán los ichanis —Sonea sacudió la cabeza—. Si los ichanis deciden hacer una parada para fortalecerse, los losdes no tendrán la menor oportunidad de sobrevivir —notó que la ira crecía en su interior—. Del rey me esperaba una estupidez así, pero del Gremio no. Debe de haber cientos de magos potenciales en las barriadas. Habría que evacuarlos a ellos primero.

—¿Magos potenciales? —Sevli adoptó una expresión ceñuda—. ¿A qué te refieres?

—El Gremio solo busca potencial mágico entre los niños de las Casas —explicó Akkarin—, pero eso no significa que el resto de la gente no tenga potencial mágico. Sonea es una prueba de ello. Solo se le permitió ingresar en el Gremio porque sus poderes eran tan grandes que se desarrollaban sin ayuda. Seguramente hay cientos de magos potenciales entre las clases bajas.

—Y son víctimas más atractivas para los ichanis que los magos —añadió Sonea—. Los magos agotan sus fuerzas al contraatacar, por lo que cuando son derrotados no queda mucha energía que arrebatarles.

Los ladrones intercambiaron miradas.

—Creíamos que los invasores no nos prestarían atención —murmuró Ravi—. Pero por lo visto van a recolectarnos como si fuéramos una especie de cosecha mágica.

—A menos que —Sonea contuvo la respiración y miró a Akkarin—. A menos que alguien absorba su energía antes que los ichanis.

Akkarin puso cara de sorpresa al comprender lo que ella estaba insinuando, pero entonces frunció el entrecejo.

—¿Se prestarían a ello? Me niego a absorber la energía de un kyraliano por la fuerza.

—Creo que la mayoría lo haría voluntariamente, si comprendiera el motivo.

Akkarin no estaba tan convencido de ello.

—Pero sería imposible organizar algo así. Tendríamos que hacer pruebas a miles de personas y explicar a cada una lo que estamos haciendo. Solo nos queda un día para prepararnos.

—¿Estás pensando lo que yo creo? —inquirió Senfel.

—¿Qué? —Sevli parecía confundido—. Senfel, si tú lo entiendes, explícamelo.

—Si logramos encontrar a los habitantes de las barriadas con potencial mágico, Akkarin y Sonea podrán absorber su energía —dijo Senfel.

—De ese modo, no solo dejaremos a los ichanis sin su cosecha, sino que nuestros magos se harán más fuertes —dijo Zill, y enderezó la espalda en su asiento.

«¿“Nuestros magos”? —Sonea reprimió una sonrisa—. Por lo visto, los ladrones nos han aceptado.»

—Pero ¿accederán a ello los losdes? —preguntó Akkarin—. No tienen demasiada simpatía a los magos.

—Accederán si se lo pedimos nosotros —aseveró Ravi—. Piensen lo que piensen de nosotros, reconocen que luchamos por ellos durante la primera Purga, y también después. Si pedimos ayuda para combatir a los invasores, contaremos con miles de voluntarios al final del día. Podemos decirles que tenemos algunos magos propios. Si creen que no sois del Gremio, es más probable que se animen a echaros una mano.

—Veo un problema a este plan —dijo Sevli—. Si lo ponemos en práctica, miles de losdes os verán. Aunque no sepan quiénes sois, verán vuestra cara, y si los ichanis les leen la mente…

—Puedo ayudar a reducir ese riesgo —terció Senfel—. Realizaré pruebas a todos los voluntarios. Solo aquellos que tengan potencial verán a Sonea y a Akkarin. Eso significa que solo unos cien sabrán que ellos dos están aquí.

Cery sonrió.

—¿Lo ves, Senfel? Al final nos resultarás útil.

El viejo mago lo fulminó con la mirada antes de volverse de nuevo hacia Akkarin.

—Si convencemos a los voluntarios de que se alojen juntos en algún lugar, un refugio con camas confortables y provisiones abundantes, recuperarán sus fuerzas y vosotros podréis volver a incrementar vuestra energía mañana.

Akkarin miró fijamente al mago y asintió con la cabeza.

—Gracias, Senfel.

—No me des las gracias todavía —replicó Senfel—. Quizá salgan corriendo en cuanto me vean.

Sevli soltó una risita.

—Por una vez podrías intentar ser encantador, Senfel —sin hacer caso de la mirada hostil del anciano, contempló a quienes formaban el círculo—. Ahora que conocemos la naturaleza de esos ichanis, me parece que las sugerencias que iba a proponer para combatirlos no serían viables. Lo mejor que podemos hacer es no cruzarnos en su camino.

—Sí —convino Farén—, y advertir a los losdes que se escondan.

—O, mejor todavía —dijo Ravi—, alojarlos en los túneles. Estaremos algo apretados, y tal vez el aire se enrarezca un poco, pero… —alzó la vista hacia Senfel—. Por lo que me han contado, las batallas entre magos no duran mucho.

—Bueno, ¿cómo nos las ingeniaremos para separar a un ichani del grupo principal? —preguntó Zill.

—He oído que Limek tiene un buen sastre —dijo Cery, y dirigió una mirada cómplice al ladrón velludo.

—¿Tienes ganas de ponerte una túnica? —preguntó el hombre con voz grave.

—Oh, nadie se creería que alguien tan bajito sea un mago —se mofó Farén.

—¡Yep! —protestó Cery, y señaló a Sonea—. Hay magos bajitos.

Farén asintió.

—Supongo que si te pones una túnica de aprendiz, colará.

Sonea notó que algo le rozaba el brazo, y al volverse vio que los dedos de Akkarin le tocaban ligeramente la piel.

Esta gente es más valiente de lo que pensaba —envió—. Al parecer, tienen plena conciencia de lo peligrosos y fuertes que son los ichanis, y aun así están dispuestos a plantarles cara.

Sonea sonrió y le envió una imagen fugaz de unos losdes que arrojaban piedras a los magos durante la Purga, y luego otra del sistema de alcantarillado por el que Cery los había conducido al interior de la ciudad.

¿Por qué no iban a estarlo? Llevan años combatiendo y burlando a los magos.