«No, es demasiado pronto para despertarme —pensó Sonea—. Sigo estando muy cansada.»
Sin embargo, una inquietud creciente no la dejaba conciliar de nuevo el sueño. Tenía la espalda recostada contra algo tibio, en posición casi vertical. Respiró hondo y notó el peso de unos brazos en torno a ella. Eran los de Akkarin. Sonea sonrió y abrió los ojos.
Había cuatro patas delgadas y peludas delante de ella. Las patas de un caballo. Con el pulso acelerado, levantó la vista.
Unos ojos azules conocidos le devolvieron la mirada. Una túnica verde, cubierta en parte por una pesada capa negra, relucía bajo el sol de la mañana. Ella sintió una mezcla de alegría y alivio.
—¡Dorrien! —exclamó—. No te imaginas cuánto me alegro de verte.
Sin embargo, él mantuvo una expresión fría. El caballo piafó y sacudió la cabeza. Sonea oyó resoplar a otro cerca. Al volverse hacia un lado, vio a otros cuatro jinetes que aguardaban a unos pasos de distancia, vestidos con ropas sencillas.
Akkarin se rebulló e inspiró profundamente.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Dorrien.
—Pues… estamos… —Sonea sacudió la cabeza—. No sé por dónde empezar, Dorrien.
—Hemos venido a advertiros —respondió Akkarin. Sonea notó la vibración de la voz de él en su espalda—. Los ichanis planean invadir Kyralia dentro de pocos días.
Sus manos sujetaron a Sonea por los hombros y la empujaron con delicadeza hacia delante. Ella se levantó y se hizo a un lado mientras él se ponía de pie.
—Os han desterrado —dijo Dorrien en voz baja—. No podéis volver a este territorio.
Akkarin arqueó las cejas.
—¿No podemos? —preguntó, enderezándose y cruzando los brazos.
—¿Pretendes enfrentarte a mí? —inquirió Dorrien, con un centelleo amenazador en la mirada.
—No —repuso Akkarin—. Pretendo ayudarte.
Dorrien entrecerró los ojos.
—No te pedimos ayuda —le espetó—. Te pedimos que te marches.
Sonea fijó la vista en Dorrien. Nunca lo había visto así, tan distante y lleno de odio. Hablaba como un extraño. Como un extraño estúpido y airado.
Entonces se acordó de la pasión con que defendía a la gente de su aldea. Estaba dispuesto a arriesgarlo todo por protegerlos. Y si todavía sentía por ella lo mismo que hacía tiempo, descubrirla durmiendo en brazos de Akkarin seguramente no había contribuido a mejorar su humor.
—Dorrien —dijo Sonea—, no habríamos regresado si no nos hubiera parecido importante.
Dorrien se volvió hacia ella con el ceño fruncido.
—Que debáis volver o no es algo que corresponde decidir al Gremio. Se me ha ordenado que vigile el camino para impediros el paso si intentáis regresar —dijo—. Si os empeñáis en quedaros, primero tendréis que matarme.
A Sonea el corazón le dio un vuelco. La imagen de la esclava muerta le vino de pronto a la memoria. Akkarin no podía ser capaz de…
—No necesito matarte —replicó Akkarin.
Los ojos de Dorrien parecían dos témpanos de hielo. Abrió la boca para decir algo.
—Nos iremos —se apresuró a afirmar Sonea—, pero al menos deja que os comuniquemos la noticia que traemos —posó una mano sobre el brazo de Akkarin.
Está pensando con el corazón. Si le damos tiempo para recapacitar, quizá sea más razonable.
Akkarin la miró con mala cara, pero no protestó. Cuando ella se volvió, descubrió a Dorrien mirándola de hito en hito.
—Muy bien —dijo este con una renuencia evidente—. Contadme vuestras noticias.
—Como estás vigilando el Paso, sin duda Lorlen te habrá informado sobre la amenaza de Sachaka. Ayer por la mañana, Sonea y yo conseguimos evitar a duras penas que nos capturase un ichani llamado Parika —explicó Akkarin—. Por su conversación con su esclava nos enteramos de que Kariko y sus aliados planean entrar en Kyralia en los próximos días. Sonea y yo teníamos la intención de quedarnos en Sachaka hasta que el Gremio se convenciera de que los ichanis existen y representan una amenaza, pero se acaba el tiempo. Si el Gremio quiere que regresemos y le prestemos ayuda en la batalla que se avecina, tenemos que estar lo bastante cerca de Imardin para llegar allí antes que los ichanis.
Dorrien contempló a Akkarin con el rostro impasible.
—¿Eso es todo?
Sonea se disponía a hablarle de los ichanis apostados en el Paso del Sur, pero se imaginó a Dorrien cabalgando hacia las montañas para investigar por sí mismo. Los ichanis lo matarían. Así pues, se mordió la lengua.
—Por lo menos deja que nos quedemos hoy a descansar —suplicó—. Estamos agotados.
Los ojos de Dorrien se clavaron en los de Akkarin y se entrecerraron. A continuación, se volvió hacia los otros jinetes, que estaban detrás de él.
—Gaden, Forren. ¿Puede el Gremio tomar prestados vuestros caballos por un día?
Sonea observó a los hombres por encima del costado de la montura de Dorrien. Intercambiaron una mirada y descabalgaron.
—No poseo autoridad para concederos un día, o una hora siquiera, en Kyralia —dijo Dorrien, muy rígido, mientras los hombres guiaban a los caballos hacia delante—. Os escoltaré hasta el Paso.
Los ojos de Akkarin llamearon, desafiantes. Sonea notó que estaba tenso. Le sujetó el brazo con más fuerza.
¡No! Deja que hable con él por el camino. A mí me escuchará.
Él la miró con expresión de escepticismo. Sonea sintió que se sonrojaba.
Durante una época fuimos casi íntimos. Creo que está enfadado porque me apartaste de él.
Akkarin enarcó las cejas y clavó los ojos en Dorrien con afán escrutador.
¿De verdad? A ver qué puedes hacer, entonces. Pero no tardes demasiado.
Cuando uno de los hombres se acercó, Akkarin dio un paso hacia él y cogió las riendas que le ofrecía. El hombre retrocedió con timidez y lanzó a Dorrien una mirada nerviosa. El joven mago permaneció callado mientras Akkarin subía de un salto a la silla de su caballo. Sonea se acercó a la otra montura y consiguió auparse sobre su lomo. Akkarin se volvió hacia Dorrien, que estaba detrás.
—Después de ti —dijo el sanador.
El caballo de Sonea los siguió mientras Akkarin hacía girar a su caballo y lo arreaba hacia el camino. Avanzaban en fila de a uno, por lo que entablar conversación resultaba imposible. Mientras atravesaban el bosque, Sonea notaba los ojos de Dorrien fijos en su espalda.
Cuando llegaron al camino, Sonea tiró de las riendas para que su cabalgadura aminorase la marcha. Una vez que se emparejó con la de Dorrien, echó una mirada al sanador, pero de pronto no se le ocurría qué decirle. Temía hacerlo enfadar aún más.
Pensó en los días que había compartido con él en el Gremio. Tenía la impresión de que había transcurrido mucho tiempo desde entonces. ¿Abrigaba él la esperanza de recuperar su interés algún día? Aunque Sonea no le había prometido nada, sintió una punzada de culpabilidad. Su corazón pertenecía a Akkarin. Dorrien nunca le había inspirado sentimientos tan intensos.
—Cuando Rothen me lo dijo, al principio no le creí —murmuró Dorrien.
Sonea se volvió hacia él, sorprendida de que hubiese roto el silencio.
Dorrien estaba observando a Akkarin.
—Sigo sin creerlo —sus cejas se juntaron—. Después de que me explicara los motivos de Akkarin para arrebatarle tu tutela, entendí por qué te habías distanciado de mí. Temías que, al ver lo desdichada que eras, me pusiera a hacerte preguntas —la miró—. Esa fue la razón, ¿verdad?
Sonea asintió.
—¿Qué ocurrió? ¿Cuándo consiguió que te volvieras contra nosotros?
Ella se sintió culpable de nuevo.
—Hace unos… dos meses me pidió que lo acompañara a la ciudad. Yo no quería, pero pensé que podría enterarme de algo que el Gremio pudiese utilizar en su contra. Me llevó a ver a un hombre, un sachakano, y me enseñó a leerle la mente. Lo que vi en ella no podía ser otra cosa que la verdad.
—¿Estás segura? Si el hombre estaba convencido de cosas que no eran verdad, tú…
—No soy tonta, Dorrien —le sostuvo la mirada—. Los recuerdos de ese hombre no podían ser falsos.
Él frunció el entrecejo.
—Continúa.
—Después de enterarme de la existencia de los ichanis, y de que su líder podría conseguir apoyo suficiente para invadirnos si demostraba la debilidad del Gremio, no podía quedarme cruzada de brazos mientras Akkarin se encargaba de todo. Le pedí… no, le exigí que me dejara ayudarle.
—Pero… la magia negra, Sonea. ¿Cómo pudiste aprender algo así?
—No fue una decisión fácil. Sabía que era una responsabilidad tremenda y que entrañaba un grave riesgo. Pero si los ichanis atacaban, el Gremio sería destruido. Seguramente yo acabaría muerta de todos modos.
Dorrien arrugó la nariz como si le molestara algún olor.
—Pero es maligna.
Sonea movió la cabeza en señal de negación.
—El Gremio de los primeros tiempos no opinaba lo mismo. Y creo que yo tampoco. Aun así, no me gustaría que el Gremio empezara a utilizarla de nuevo. Solo de imaginar un poder semejante en manos de alguien como Fergun o como Regin… —Se estremeció—. No es una buena idea.
—Pero ¿tú sí eres digna de poseerlo?
Se puso muy seria. Esa pregunta seguía corroyéndola.
—No lo sé. Eso espero.
—Confesaste haberlo usado para matar.
—Sí… —suspiró—. ¿Piensas que haría algo así solo para hacerme más fuerte? ¿No crees que podía tener una buena razón?
Él desvió la vista hacia Akkarin.
—No lo sé.
Sonea siguió la dirección de su mirada. El caballo de Akkarin avanzaba unos veinte pasos más adelante.
—Pero sí que consideras a Akkarin capaz de matar por conseguir más poder, ¿verdad?
—Sí —admitió Dorrien—. Reconoció que había matado ya muchas veces.
—De no haberlo hecho, seguiría siendo un esclavo en Sachaka, o estaría muerto, y el Gremio habría sido atacado y destruido hace años.
—Sí, si lo que él dice es cierto.
—Lo es.
Dorrien meneó la cabeza y miró hacia el bosque.
—Dorrien, debes advertir al Gremio que los ichanis se aproximan —rogó—. Y… deja que nos quedemos a este lado de las montañas. Los ichanis saben que cruzamos la frontera anoche. Si regresamos, nos matarán.
Él clavó los ojos en ella, con una expresión a medio camino entre la alarma y la incredulidad.
Entonces una figura les salió al paso.
Sonea reaccionó instintivamente, pero el escudo con que se envolvió a sí misma y a Dorrien cedió ante un azote de fuerza. La joven se vio lanzada hacia atrás, y el golpe que se dio contra el suelo expulsó todo el aire de sus pulmones. Oyó a Dorrien maldecir, y se apresuró a crear otro escudo cuando los cascos de caballos retumbaron en torno a ella. Sonó un relincho agudo, seguido del estruendo de las bestias que huían a galope.
«Levántate —se dijo Sonea—. ¡Levántate y encuentra a Akkarin!»
Se dio la vuelta y se puso de pie apresuradamente. Miró con el rabillo del ojo y vio a Dorrien cerca, en cuclillas. Akkarin se encontraba a varios pasos.
Entre ella y Akkarin estaba Parika.
Sonea sintió que se le encogía el estómago de miedo. Akkarin estaba demasiado débil para luchar contra un ichani. Su ayuda no le serviría de mucho, y la de Dorrien menos aún.
Algo destelló en el aire cuando Akkarin atacó al ichani. Parika contraatacó con azotes potentes.
—Sonea.
Ella se volvió hacia Dorrien cuando este se situó a su lado.
—¿Es un ichani?
—Sí. Se llama Parika. ¿Me crees ahora?
Dorrien no contestó. Sonea lo agarró de la muñeca.
Akkarin no tiene energía suficiente para combatirlo. Tenemos que ayudarlo.
De acuerdo. Pero no lo mataré hasta estar seguro de que es lo que tú dices.
Acometieron al ichani a la vez y golpearon su escudo con fuerza. El ichani se detuvo unos instantes y miró por encima del hombro. Sus labios se torcieron en una mueca de desprecio cuando posó la vista en Dorrien. Entonces sus ojos se fijaron en Sonea. La mueca se transformó en una sonrisa perversa. Dio la espalda a Akkarin y echó a andar hacia ella.
Sonea retrocedió. Le lanzaba un ataque tras otro, pero no conseguía frenar su avance. Dorrien también emitía fogonazos contra él, pero sus esfuerzos tampoco parecían surtir efecto. Akkarin castigaba sin cesar el escudo de Parika, sin embargo el ichani hacía caso omiso de él.
Dorrien empezó a apartarse de Sonea, y ella comprendió que pretendía desviar la atención de Parika hacia un lado. El ichani no le prestó la menor atención. Sus azotes eran cada vez más fuertes, y la chica se dejó empujar a lo largo del camino.
«Piensa —se dijo—. Tiene que haber una salida. Recuerda las lecciones de lord Yikmo.»
Atacaba el escudo de Parika desde todas direcciones, pero descubrió que era uniforme e impenetrable. Repasó mentalmente todos los ataques falsos y las trampas que había empleado en clase, pero casi todos se basaban en que el adversario debilitase su escudo para ahorrar fuerza. No podía hacer otra cosa que engañarlo de alguna manera para que agotase su energía.
De pronto, Dorrien se interpuso entre ella y el ichani. El rostro de Parika se ensombreció. Se detuvo y arrojó varias descargas de energía contra el sanador. Dorrien se tambaleó hacia atrás, con el escudo dañado. Sonea se abalanzó hacia delante y extendió su escudo sobre el de él. Al hacerlo, sintió que su propia fuerza empezaba a flaquear. Dorrien la asió del brazo.
¡Es muy poderoso!
Sí, y yo no podré aguantar así durante mucho tiempo.
Tenemos que huir. La agarró de un brazo y tiró de ella hacia el camino.
Pero Akkarin…
Se las está arreglando bastante bien. No podemos hacer nada más por él.
No le quedan fuerzas suficientes.
Entonces todos estamos perdidos.
Otra descarga sacudió a Sonea. Se dejó llevar por Dorrien, que había arrancado a correr. El siguiente golpe los impulsó hacia delante. Ella invocó su reserva de energía, consciente de que era toda la que le quedaba.
Cuando el azote siguiente hizo añicos su escudo, soltó un grito ahogado. Volvió la vista atrás y vio a Parika dirigirse hacia ella a grandes zancadas. Akkarin lo seguía a toda prisa. Sonea se lanzó a la carrera.
Entonces una fuerza le impactó en el costado. Sintió que se quedaba sin aire y que su hombro chocaba contra el suelo. Por un momento, solo pudo quedarse tendida boca arriba, aturdida por ambos golpes. Luego se incorporó apoyándose en los codos.
Dorrien se hallaba a unos pasos de ella, pálido e inmóvil. Alarmada, Sonea intentó ponerse de pie, pero otro ataque la dejó tumbada de nuevo. Cuando notó el hormigueo de un escudo que se deslizaba sobre ella, se le heló la sangre. Una mano la cogió del brazo y tiró de él para ponerla de rodillas. Parika la contemplaba desde arriba, con la boca torcida en una sonrisa cruel. Ella le devolvió la mirada, presa del terror y la incredulidad.
«Todo no puede acabar así.»
El escudo del ichani vibraba con los golpes que recibía una y otra vez. Vio a Akkarin a solo unos pasos, con una expresión aterradora. El ichani deslizó la mano por el brazo de Sonea hasta asirla por la muñeca, y se llevó la otra al interior del abrigo.
Al ver la daga curva que desenfundó, la mente de Sonea se quedó en blanco a causa del miedo. Intentó forcejear, pero fue inútil. Entonces el dolor que sintió cuando la hoja le abrió la piel le trajo a la memoria el recuerdo de un tajo que ella había hecho.
«Sánate —había indicado Akkarin—. Siempre debes sanarte cuanto antes. Incluso los cortes a medio sanar son brechas en tu barrera.»
Prácticamente había agotado sus fuerzas, pero mientras viviese, siempre le quedaría un poco de energía. Además, sanar un corte tan pequeño solo requería… «¡Ya está!»
Parika se quedó inmóvil, mirándole el brazo. La daga descendió despacio y volvió a tocarle la piel. Sonea centró su voluntad y notó que el dolor remitía. El ichani, con la mirada desorbitada, le practicó otro corte, esta vez más profundo, y soltó una exclamación de incredulidad cuando la herida se cerró ante sus ojos.
«No saben sanar.» La invadió una sensación de triunfo, pero le duró muy poco. No podía seguir sanándose indefinidamente. Al final el cansancio se lo impediría.
Pero ¿había otra manera de utilizar esa habilidad a su favor?
«Por supuesto que la hay.»
El ichani le estaba aferrando la muñeca. Piel contra piel. Esto lo hacía casi tan vulnerable a los poderes de sanación de Sonea como ella lo era a la magia negra. Cerró los ojos y proyectó la mente hacia el brazo de Parika. Estuvo a punto de perder la concentración al sentir la punzada de otro tajo. Tras una breve pausa para sanarse, se adentró en el cuerpo del ichani. Hasta el hombro. Hasta el pecho. Notó el dolor de otro corte…
«Ya lo tengo —pensó eufórica—. Su corazón.» Con las escasas fuerzas que le quedaban, lo sujetó y lo retorció.
El ichani profirió algo a medio camino entre un alarido y un jadeo, y la soltó. Sonea cayó hacia atrás y se alejó dando traspiés, mientras él caía de rodillas y se llevaba las manos al pecho.
Se quedó paralizado, al borde de la muerte. Fascinada, Sonea contempló cómo su rostro se volvía azul.
—¡Apártate de él!
Sonea se sobresaltó al oír el grito de Akkarin. Se abalanzó hacia delante y recogió la daga que el ichani había dejado caer. Con un amplio movimiento de brazo, le asestó una cuchillada en la nuca, y acto seguido apretó la herida con la mano.
Cuando comprendió lo que estaba haciendo, Sonea se tranquilizó. No había motivo para que Akkarin no absorbiese la energía restante de Parika. El ichani iba a morir de todos modos, e incluso era posible que aún tuviese una reserva considerable de fuerza.
De pronto comprendió el porqué de la advertencia de Akkarin. Si Parika moría con magia acumulada en su interior, esa energía consumiría su cuerpo y seguramente haría saltar en pedazos todo lo que había alrededor. Se apresuró a ponerse de pie y a alejarse de él.
Akkarin se irguió. Tiró la daga y dejó que Parika se desplomase en el suelo. Dio unos pasos más y abrazó a Sonea, con tanta fuerza que casi la asfixiaba.
—Creía que te había perdido —susurró con voz ronca. Respiró hondo, de forma entrecortada—. Deberías haber puesto tierra por medio en cuanto ha aparecido él.
Aunque ella se sentía magullada y agotada, cuando la magia sanadora comenzó a fluir desde Akkarin, notó que le volvían las fuerzas.
—Ya te lo he dicho. No voy a dejarte. Si morimos, moriremos juntos.
Akkarin se apartó un poco y la miró con aire divertido.
—Eso es muy halagador, pero ¿qué hay de Dorrien?
—¡Dorrien!
Él masculló una palabrota y se volvió hacia Dorrien, que yacía a unos pasos de allí. Sonea y Akkarin corrieron a su lado. Dorrien tenía los ojos abiertos y vidriosos a causa del dolor.
Akkarin posó una mano sobre la cabeza del sanador.
—Estás malherido —dijo—. Procura no moverte.
Dorrien dirigió la vista a Akkarin.
—Ahorra tus energías —musitó.
—No seas idiota —replicó Akkarin.
—Pero…
—Cierra los ojos y ayúdame —atajó Akkarin con severidad—. Tú conoces esta disciplina mejor que yo.
—Pero…
—Me serás mucho más útil vivo que muerto, Dorrien —repuso Akkarin con sequedad y con cierta autoridad—. Podrás restituirme la fuerza que utilice para sanarte luego, si te empeñas.
Dorrien expresó su conformidad con los ojos.
—Ah… —hizo una pausa y miró a Sonea—. ¿Qué ha sido del sachakano?
Sonea sintió que le ardían las mejillas. Utilizar la energía sanadora para matar le parecía el peor abuso posible de la disciplina.
—Está muerto. Te lo contaré más tarde.
Dorrien cerró los ojos un instante. Sonea miró a su amigo con atención y advirtió que el color le volvía poco a poco a la cara.
—Deja que adivine —dijo Akkarin en voz baja—. Has hecho que su corazón deje de latir.
Cuando alzó la vista, Sonea advirtió que la estaba observando. Akkarin señaló a Dorrien con la cabeza.
—Se ha hecho cargo de la sanación —dijo—. Yo solo le proporciono la fuerza para ello —se volvió hacia el sachakano—. ¿Estoy en lo cierto?
Sonea echó un vistazo a Dorrien y asintió.
—Has dicho que Parika no entraría en Kyralia.
Akkarin frunció el entrecejo.
—Tal vez quería vengarse de la muerte de sus esclavos. Los esclavos fuertes son difíciles de encontrar, y los ichanis se enfadan cuando les matan o les arrebatan a uno. Es como perder un caballo premiado. Aunque no entiendo por qué se ha tomado la molestia de venir. Hemos llegado hace varias horas, y él debía de saber que le resultaría difícil encontrarnos después de que abandonáramos el camino.
Dorrien se removió y abrió los ojos.
—Ya es suficiente —dijo—. Me siento como si me hubieran hecho pedazos y luego alguien los hubiese vuelto a juntar, pero sobreviviré.
Con cuidado, se apoyó en los codos y se mantuvo incorporado. Dirigió la mirada hacia el ichani muerto. Sintió un escalofrío y se volvió hacia Akkarin.
—Os creo. ¿Qué queréis que haga?
—Que te alejes del Paso —Akkarin ayudó a Dorrien a ponerse de pie—. Y que comuniques una advertencia al Gremio. ¿Tienes un…?
¡Lorlen!
¿Makin?
¡Unos desconocidos están atacando el Fuerte!
Sonea clavó la vista en Akkarin, quien le devolvió la mirada. A la joven le vino a la mente la imagen de un camino avistado desde arriba. Lo reconoció como el que conducía al Fuerte desde el lado sachakano. Varios hombres y mujeres, con atuendos parecidos a los de Parika, estaban formados en fila. El aire vibraba con sus azotes.
—Es demasiado tarde para las advertencias —murmuró Dorrien—. Ya están aquí.