25. Un encuentro fortuito


Rothen había descubierto que los gorines avanzaban a una lentitud desesperante. Aun así, aquellas enormes bestias eran las preferidas por los mercaderes. Eran fuertes, dóciles, fáciles de conducir y de guiar, y mucho más resistentes que los caballos.

Pero era imposible hacerlos andar deprisa. Rothen suspiró y volvió la vista atrás, hacia Raven, pero el espía dormitaba entre los sacos de tela que llevaban en la carreta, con la cara tapada por un sombrero de ala ancha. Rothen se permitió sonreír y centró de nuevo su atención en el camino. La noche anterior, habían dormido en unas habitaciones situadas encima de una casa de bol en una ciudad llamada Puentefrío. El espía, que se hacía pasar por primo de Rothen, había bebido más bol del que nadie debería ser capaz de soportar y se había pasado la noche yendo y viniendo entre su cama y el evacuatorio.

Lo que seguramente quería decir que Raven se estaba esmerando mucho más que Rothen en su papel de mercader intrépido. «¿O se supone que soy el primo mayor y sensato?»

Rothen se arregló la camisa. Aquella prenda tan ajustada resultaba mucho menos cómoda que la túnica. Sin embargo, se alegraba de llevar un sombrero de viajero, pues, aunque era temprano por la mañana, el día se anunciaba caluroso.

Una nube de polvo flotaba en el aire, sobre el camino, y hacía que el horizonte se viera borroso. Aún no se vislumbraban montañas a lo lejos, pese a que llevaban dos días de viaje. Rothen sabía que el camino conducía casi en línea recta hasta Calia, donde se bifurcaba. El ramal izquierdo discurría en dirección norte, hacia el Fuerte; el derecho, en dirección nordeste, hacia el Paso del Sur. Era allí adonde se dirigían Raven y él.

Resultaba extraño viajar con rumbo nordeste hacia algo llamado «Paso del Sur», pensó Rothen. Seguramente el Paso debía su nombre a su situación respecto a las montañas, y no respecto a Kyralia en general. Había pasado cerca de allí una vez, hacía cinco años, cuando visitó a su hijo durante las vacaciones de verano.

Pensó con preocupación en Dorrien. Su hijo estaba vigilando el camino del Paso, por lo que el encuentro era inevitable. Rothen tendría que explicarle adónde iba y por qué, y a Dorrien no le iba a gustar.

«Probablemente se empeñará en acompañarnos —Rothen soltó un resoplido suave—. No es una discusión que esté ansioso por tener.»

Sin embargo, aún faltaban varios días para que tuviera que encararse con su hijo. Según Raven, se tardaban seis o siete jornadas en llegar al Paso del Sur en carreta. «Para entonces, Sonea llevará quince días en Sachaka —se dijo Rothen—. Si es que sobrevive durante tanto tiempo.»

Se había sentido aliviado cuando Lorlen le informó de que Akkarin se había puesto en contacto con los magos superiores; de eso hacía ya cinco días. Sonea estaba viva entonces. Lorlen también había descrito una conversación entre dos sachakanos que inquietó a Rothen profundamente. «Fueran o no ichanis, era evidente que querían matar a Akkarin y a Sonea.»

—Los llamaban «los kyralianos» —había dicho Lorlen.

«Espero que eso no signifique que dan el mismo recibimiento a todos los kyralianos que llegan a Sachaka. Los mercaderes llevan realizando viajes entre Kyralia y Arvice desde hace años, y dicen que no ven motivos para que eso haya cambiado recientemente. Solo hay que ir con cuidado…»

—Alguien se acerca —avisó Raven—. Por detrás.

Rothen miró al espía. Este se removió ligeramente, y un ojo asomó por debajo del ala de su sombrero. Al fijarse en el camino a sus espaldas, Rothen alcanzó a ver movimiento tras la polvareda que levantaba su carreta. Caballos y jinetes emergieron de la nube, y Rothen sintió que se le aceleraba el pulso.

—Magos —dijo—. Los refuerzos que Balkan envía al Fuerte.

—Más vale que se aparte a un lado del camino —aconsejó Raven—. Y mantenga la cabeza gacha. No conviene que le reconozcan.

Rothen tiró con suavidad de las riendas. Los gorines sacudieron la cabeza con poco entusiasmo y se dirigieron lentamente hacia la izquierda del camino. El golpeteo de los cascos se oía cada vez más cercano.

—Pero no tenga reparos en quedarse boquiabierto mirándolos —añadió Raven—. Es lo que esperan.

El espía se había incorporado. Rothen se dio la vuelta y observó por debajo del ala del sombrero a los magos que se acercaban. El primero en adelantar la carreta fue lord Yikmo, el guerrero que había sido el tutor especial de Sonea el año anterior. El mago no dirigió ni una mirada a Rothen y a Raven.

Los otros magos pasaron estruendosamente, dejando tras sí una densa estela de polvo. Raven tosió y agitó la mano.

—Veintidós —dijo al tiempo que subía al pescante junto a Rothen—. Eso doblará el número de efectivos en el Fuerte. ¿Ha enviado el Gremio magos al Paso del Sur?

—No lo sé.

—Bien.

Rothen miró a Raven, divertido.

—Cuanto menos sepa, menos pueden averiguar los ichanis a través de usted —explicó el espía.

Rothen asintió.

—Sí sé que el Paso del Sur está bajo vigilancia. Si los ichanis cruzan por allí, se pondrá al Gremio sobre aviso. Quienes se encuentran en el Fuerte deberían tener tiempo suficiente para cabalgar de regreso a Imardin a fin de unirse a las filas del Gremio. La distancia es más o menos la misma desde ambos pasos.

—Hummm —Raven chasqueó la lengua, como solía hacer cuando se concentraba—. Si estuviera en el lugar de los ichanis, elegiría el Paso del Sur. Allí no hay ni magos ni fuerte alguno, por lo que pueden entrar sin consumir energía en el combate. Me temo que esto no presagia nada bueno para nosotros. Aunque, por otro lado… —arrugó el ceño—. Esos ichanis no saben luchar como un solo hombre. Si el Gremio entero les plantase cara, podría matar a uno o dos. Sin embargo, si los miembros del Gremio están dispersos, ese peligro no existe. Tal vez el Fuerte sea la mejor opción.

Rothen se encogió y dedicó su atención a guiar a los gorines de nuevo hacia el centro del camino. Raven se quedó callado y pensativo durante un rato más.

—Claro que los ichanis podrían ser una invención del depuesto Gran Lord —dijo al fin—, una ficción concebida simplemente para convencer al Gremio de que lo deje con vida. Y su antigua aprendiz le creyó.

Al ver que su compañero lo miraba de reojo, Rothen puso cara de pocos amigos.

—No deja de recordármelo.

—Si queremos que nuestra colaboración resulte eficaz, necesito saber qué hay entre Sonea y usted, y entre ustedes y su compañero —dijo Raven en un tono respetuoso pero decidido—. Sé que no se ofreció usted voluntario para esta misión motivado únicamente por la lealtad.

—No —Rothen suspiró. Raven seguiría tirándole de la lengua hasta estar convencido de haber obtenido toda la información posible—. Ella significa más para mí que cualquier aprendiz. La saqué de las barriadas e intenté enseñarle a encajar.

—Pero nunca acabó de encajar.

—No.

—Entonces Akkarin la tomó como rehén, y usted no pudo hacer nada al respecto. Ahora se le ha presentado la oportunidad.

—Tal vez. Me gustaría poder entrar a hurtadillas en Sachaka y traerla de vuelta, sin más —Rothen miró al espía—. Por algún motivo, dudo que vaya a resultar tan fácil.

Raven soltó una risita.

—Nunca lo es. ¿Cree que Sonea podría estar enamorada de Akkarin?

Rothen sintió un arranque de ira.

—No. Lo odiaba.

—¿Lo bastante para aprender magia negra y seguirlo en su destierro, a fin de asegurarse de que él sobreviviera durante el tiempo suficiente para que el Gremio entrara en razón, según sus palabras?

Rothen respiró hondo y ahuyentó de su mente un temor acuciante.

—Si ella cree que los ichanis existen, a él no le habrá costado convencerla de que hiciera todo eso por el bien del Gremio.

—¿Por qué habría de hacerlo, si los ichanis fueran imaginarios?

—Para que ella lo siguiera. La necesita.

—¿Por qué?

—Por su energía.

—Entonces ¿por qué le enseñó magia negra? Eso no lo beneficiaba en nada.

—No lo sé. Sonea declaró que se lo había pedido ella. Tal vez él no podía negarse sin perder su apoyo.

—O sea, que ella es ahora tan peligrosa en potencia como él. Si descubrió que él mentía, ¿por qué no regresó a Imardin, o por lo menos informó al Gremio?

Rothen cerró los ojos.

—Porque… Porque sí.

—Sé que esto resulta angustioso —dijo Raven en voz baja—, pero debemos examinar todas las motivaciones y consecuencias posibles antes de encontrarnos con ellos.

—Lo sé. —Rothen meditó sobre la pregunta e hizo una mueca—. El hecho de que Sonea haya aprendido magia negra no significa que sea poderosa. Los magos negros se fortalecen absorbiendo energía de otros. Si ella no ha tenido ocasión de hacer eso, Akkarin es seguramente mucho más poderoso. También es posible que él la mantenga débil arrebatándole toda su fuerza a diario, y tal vez haya amenazado con matarla si se comunica con el Gremio.

—Entiendo —Raven frunció el entrecejo—. Esto tampoco presagia nada bueno para nosotros.

—No.

—Detesto decirlo, pero espero que encontremos a la que fue su aprendiz en esa situación. La alternativa es mucho peor para Kyralia —chasqueó la lengua—. Bueno, hábleme de su hijo.

Cuando Akkarin se detuvo, Sonea suspiró aliviada. Aunque se había acostumbrado a las largas caminatas, agradecía cualquier descanso. El cálido sol de la mañana la inducía a dormir.

En lo alto de una colina baja, Akkarin la esperaba mientras ella subía a paso cansino. Cuando llegó, Sonea vio que otra grieta se interponía en su camino. Esta era ancha y poco profunda. Cuando bajó la vista, Sonea se quedó sin aliento.

Una franja azul discurría por el medio. El agua corría por el fondo del barranco; rodeaba rocas y descendía en pequeñas cascadas antes de alejarse hacia el páramo. Las orillas del angosto río estaban repletas de árboles y otras plantas. La vegetación se extendía en algunos puntos por las paredes de roca laterales.

—El río Krikara —murmuró Akkarin—. Si lo seguimos, llegaremos al camino que lleva al Paso del Sur.

Dirigió la vista a las montañas. Sonea miró también y advirtió que el barranco se ensanchaba considerablemente en la hondonada situada entre las cumbres de ambos lados. Sintió una punzada de emoción y de nostalgia. Kyralia estaba al otro lado de esa hondonada.

—¿Estamos muy lejos del Paso?

—A una jornada larga de marcha —Akkarin arrugó el entrecejo—. Deberíamos llegar lo más cerca posible del camino y esperar a que anochezca —bajó la mirada hacia el barranco—. Aunque seguramente llevamos a Parika al menos un día de ventaja, sus esclavos estarán allí, montando guardia.

Se levantó y se volvió hacia ella. Al adivinar lo que pretendía hacer, Sonea lo tomó de las manos.

—Déjame a mí —pidió con una sonrisa.

Invocó su reserva de poder y creó un disco bajo sus pies, que los elevó a ambos por encima del borde del barranco. Descendieron entre los árboles y se posaron en una extensión de hierba.

Al alzar la vista, sorprendió a Akkarin observándola con atención.

—¿Por qué me miras así?

—Por nada —respondió él con una sonrisa. Apartó la mirada y echó a andar a lo largo del río. Sonea sacudió la cabeza y lo siguió.

Después de caminar durante tantos días por las áridas laderas de las montañas, ver toda aquella agua cristalina y corriente rodeada de vegetación le levantó el ánimo. Se imaginó la lluvia en las altas cumbres, formando regueros y después arroyos que se juntaban para convertirse en el río que fluía por el cañón. Sonea echó un vistazo hacia atrás y se preguntó dónde desembocaría. ¿Continuaría su descenso a través del yermo páramo?

No obstante, los árboles y el sotobosque dificultaban su avance. Akkarin se acercó a las sombras próximas a la pared para evitar al máximo la vegetación. Una hora después, llegaron a un denso bosque que parecía extenderse a lo ancho del cañón y ocultaba el río. Caminando uno detrás de otro, se abrieron paso a través de la maleza, mientras el rumor del agua al pasar por encima de las piedras sonaba más fuerte. Cuando salieron de nuevo a la luz, vieron que una extensa laguna obstaculizaba su camino.

Sonea tomó aire. Ante ellos se alzaba una pared rocosa desde la que el río se despeñaba en amplias cortinas de agua que alimentaban la laguna. Tras el silencio de las montañas, el rugido de la cascada resultaba ensordecedor. Sonea se volvió hacia Akkarin.

—¿Podemos hacer un alto? —preguntó ansiosa—. Podemos quedarnos aquí un rato, ¿verdad? Hace semanas que no me doy un baño como es debido.

Akkarin sonrió.

—Supongo que no pasará nada por hacer una parada breve.

Ella le devolvió la sonrisa y se sentó en una roca cercana para quitarse las botas. Cuando metió los pies en la parte poco honda de la laguna, soltó un grito ahogado.

—¡Está helada!

Centró su mente en irradiar calor al agua. Sus tobillos empezaron a calentarse. Se adentró en la laguna, caminando despacio. Descubrió que podía mantener el agua en torno a sí a una temperatura agradable si no se movía con demasiada brusquedad, lo que provocaba remolinos de frío.

Sus pantalones, al empaparse, se volvieron más pesados. Vio que la laguna era mucho más profunda hacia el centro. Cuando el agua le llegaba a la rodilla, se detuvo, se sentó y se sumergió hasta el cuello.

Las piedras del fondo estaban recubiertas de una capa viscosa, pero eso le dio igual. Se inclinó hacia atrás y dejó poco a poco que su cabeza se hundiera. Cuando se asomó a la superficie para respirar, oyó un chapoteo cercano. Al volverse, vio a Akkarin entrando en el agua. El mago se quedó mirando fijamente la laguna, y de pronto se zambulló. Las ondas de agua gélida envolvieron a Sonea y soltó una maldición.

Lo observó deslizarse bajo la superficie. Cuando emergió, tenía el largo cabello pegado a la cara. Se lo echó hacia atrás con la mano y se volvió hacia ella.

—Ven aquí.

Sonea vio los pies de Akkarin agitarse bajo el agua. Estaba en la parte honda de la laguna. Movió la cabeza de un lado a otro.

—No sé nadar.

Él se le acercó un poco, y se tendió boca arriba.

—Mi familia pasaba todos los veranos junto al mar —contó—. Nadábamos casi a diario.

Sonea intentó imaginarlo de niño, dándose un chapuzón en el mar, pero no lo consiguió.

—Yo viví en varios sitios que estaban cerca del río, pero allí nadie nada.

A Akkarin se le escapó una risita.

—Al menos voluntariamente.

Se colocó boca abajo de nuevo y nadó hacia la cascada. Cuando llegó, sus hombros emergieron y él se quedó contemplando el agua que caía. Pasó la mano de un lado a otro de la cortina de agua y luego dio un paso al frente para atravesarla.

Por un momento solo resultó visible su silueta borrosa, y luego esta desapareció. Sonea aguardó a que regresara. Al cabo de unos minutos la asaltó la curiosidad. ¿Qué había encontrado Akkarin allí detrás?

Se puso de pie y rodeó la laguna. El agua, que al principio le llegaba al tobillo, se hacía más profunda conforme se acercaba a la cascada. Para cuando llegó a los pies de la cortina, estaba sumergida hasta la cintura, aunque notó que el lecho rocoso formaba una pendiente ascendente bajo la cascada.

Deslizó la mano por la cortina de agua que tenía ante sí. Estaba fría y caía con fuerza. Sonea se armó de valor, se impulsó hacia delante y sus rodillas toparon con la roca.

Se había formado una cornisa detrás de la cascada, más o menos a la altura de los hombros. Akkarin estaba sentado en ella, con la espalda contra la pared y las piernas cruzadas. Sonrió a Sonea.

—Es un rincón bastante íntimo, aunque un poco estrecho.

—Y ruidoso —añadió la chica.

Se aupó a la cornisa y se dio la vuelta para apoyar la espalda en la pared. Los tonos verdes y azules del mundo exterior teñían de colores la cortina de agua.

—Es precioso —comentó Sonea.

—Sí.

Al sentir que unos dedos se cerraban sobre su mano, Sonea bajó la vista.

—Estás fría —observó Akkarin.

Le levantó la mano y la sujetó entre las suyas. Su contacto provocó un escalofrío a Sonea. Al mirar a Akkarin, se percató de que los pelos que le recubrían la barbilla le habían crecido considerablemente. «Tal vez dejarse barba le favorecería —pensó—. Y su ropa deja muy poco a la imaginación cuando está mojada.»

Él arqueó una ceja.

—¿Por qué me miras de ese modo?

Ella se encogió de hombros.

—Por nada.

Akkarin soltó una risotada, y desvió la mirada de sus ojos hacia abajo. Sonea bajó la vista y notó que se sonrojaba al darse cuenta de que también tenía la ropa adherida al cuerpo. Hizo ademán de taparse, pero las manos de Akkarin apretaron las suyas con fuerza. Al levantar la mirada, vio un brillo travieso en los ojos de él y sonrió.

Con una risita, Akkarin la atrajo hacia sí.

Todos los pensamientos sobre el tiempo, los ichanis y una indumentaria seca y decente se esfumaron de su mente. Había asuntos más importantes que reclamaban su atención: el calor de la piel contra la piel, el sonido de su respiración, el placer que se encendía como una llama en su cuerpo, y después la sensación de comodidad cuando se acurrucaron juntos sobre la cornisa.

«La magia tiene su utilidad —pensó—. Puede convertir un espacio frío y reducido en un lugar cálido y acogedor. Puede aliviar los músculos cansados de caminar. Y pensar que en otra época yo habría renunciado a todo esto por mi odio hacia los magos…

»De haberlo hecho, no estaría ahora con Akkarin.

»No —pensó cuando cobró conciencia de la dura realidad—. Sería una feliz e ignorante habitante de las barriadas, y no me imaginaría siquiera que unos magos inmensamente poderosos estaban a punto de invadir mi tierra. Unos magos que harían que, en comparación, el Gremio pareciera humilde y generoso.»

Extendió los brazos hacia el agua que caía. Cuando sus dedos tocaron la cortina, esta se separó. A través del resquicio vio los árboles y la laguna del exterior… además de una figura.

Se puso rígida y apartó la mano rápidamente.

Akkarin se rebulló.

—¿Qué ocurre?

Sonea tenía el corazón desbocado.

—Hay alguien al otro lado de la laguna.

Él se apoyó sobre los codos y frunció el entrecejo.

—Guarda silencio un momento —musitó.

El sonido de voces apagadas llegó hasta sus oídos. A Sonea se le heló la sangre. Akkarin escrutó la pared de agua y sus ojos se posaron en una abertura natural en la cortina, en una parte más apartada de la cornisa. Se puso lentamente a cuatro patas y gateó hasta el hueco.

Cuando llegó se detuvo, y sus facciones se tensaron en un gesto de disgusto. Se volvió hacia ella y articuló con los labios una palabra: Parika.

Sonea recogió su camisa y sus pantalones, y se los enfundó a toda prisa. Akkarin parecía estar escuchando. Se le acercó sigilosamente.

—… mala intención. Solo quería estar preparada para cuando regresara usted —dijo una mujer dócilmente—. ¿Lo ve? He recogido moras erizo y nueces tiro.

—No deberías haberte ido del Paso.

—Riko está allí.

—Riko está durmiendo.

—Pues castigue a Riko.

Se oyó una protesta inarticulada seguida de un golpe sordo.

—Perdóneme, amo —gimió la mujer.

—Levántate. No tengo tiempo para esto. Hace dos días que no duermo.

—Entonces ¿iremos directamente a Kyralia?

—No, hasta que Kariko esté listo. Quiero estar descansado cuando llegue ese momento.

Siguió el silencio. Sonea vio movimiento a través de la cortina de agua. Akkarin se alejó lentamente de la abertura y se dirigió hacia ella. Sonea notó que le rodeaba la cintura con el brazo y se inclinó contra el calor de su pecho.

—Estás temblando —observó él.

Sonea respiró hondo, estremeciéndose.

—Han estado a punto de descubrirnos.

—Sí —asintió el mago—. Menos mal que he escondido nuestras botas. A veces extremar las precauciones vale la pena.

Sonea sintió un escalofrío. Había tenido a un ichani a menos de veinte pasos largos de distancia. Si no hubiera decidido darse un baño, y si Akkarin no hubiera descubierto aquel recoveco detrás de la cascada…

—Está delante de nosotros —dijo ella.

Akkarin la sujetó con más fuerza.

—Sí, pero al parecer Parika es el único ichani en los alrededores del Paso. También me ha dado la impresión de que Kariko planea lanzar la invasión en los próximos días —suspiró—. He intentado contactar con Lorlen, pero no lleva el anillo. Hace días que no se lo pone.

—¿Qué hacemos? ¿Esperamos a que Parika entre en Kyralia, y luego lo seguimos?

—O podemos intentar adelantarlo esta noche, mientras duerme —hizo una pausa y apartó ligeramente a Sonea para mirarla—. No estamos muy lejos de la costa. Una vez allí, estarías a solo unos días de viaje de Imardin. Si te dirigieras hacia allí mientras yo…

—No —a Sonea le sorprendió la firmeza de su propia voz—. No voy a dejarte.

Akkarin adoptó una expresión grave.

—El Gremio te necesita, Sonea. No tendrán tiempo de aprender magia negra en mis libros. Necesitan que alguien los adiestre y luche por ellos. Si los dos atravesamos el Paso, podrían capturarnos y matarnos… a ambos. Al menos, si tú te encaminaras hacia el sur, uno de los dos podría llegar a Kyralia.

Sonea se soltó de sus manos. Lo que decía Akkarin era sensato, pero no le gustaba. Él pasó por su lado y comenzó a vestirse.

—Necesitas mi energía —dijo Sonea.

—Un día más de energía tuya no cambiará gran cosa. Aunque hubiera extraído energía de ti en las últimas semanas, no habría bastado para hacer frente a un ichani. Necesitaría a veinte como tú.

—No sería solo un día. Tardaríamos cuatro o cinco días en llegar desde el Paso hasta Imardin.

—Cuatro o cinco días tampoco supondrían una gran diferencia. Si el Gremio acepta mi ayuda, tendré a cientos de magos a mi disposición para extraer energía de ellos. Si no me aceptan, estarán perdidos de todos modos.

Sonea sacudió la cabeza despacio.

—Tú eres el valioso. Tú eres el que posee los conocimientos y la habilidad, así como la energía que hemos acumulado. Deberías dirigirte tú hacia el sur —lo miró y arrugó el ceño—. Si es más seguro, ¿por qué no vamos los dos al sur?

Akkarin recogió su camisa y suspiró.

—Porque yo no llegaría allí a tiempo.

Sonea lo miró fijamente.

—Y, por tanto, yo tampoco.

—No, pero si yo fracasara, podrías ayudar a lo que quedara del Gremio a reconquistar Kyralia. Al resto de las Tierras Aliadas no les hará mucha gracia tener por vecinos a magos negros sachakanos. Os ofrecerían…

—¡No! —exclamó ella—. No pienso permanecer lejos del Gremio mientras dure la batalla.

Akkarin se puso la camisa por encima de la cabeza, metió los brazos en las mangas y se colocó a su lado. La tomó de la mano y clavó en ella los ojos.

—Sería más fácil para mí enfrentarme a los ichanis si no tuviera que preocuparme por lo que te harían si yo fracasara.

Ella le devolvió la mirada.

—¿Crees que es más fácil para mí —repuso con suavidad— saber lo que te harán a ti?

—Al menos uno de los dos estaría a salvo si fueras hacia el sur.

—¿Por qué no vas tú, entonces? —replicó Sonea—. Yo me quedaré a resolver el pequeño problema del Gremio con los ichanis.

Akkarin apretó los dientes, pero acto seguido desplegó los labios en una sonrisa y rió.

—No vale. Tendría que acompañarte para ver eso con mis propios ojos.

Ella sonrió y acto seguido se puso muy seria.

—No permitiré que luches solo ni que asumas todos los riesgos. Los afrontaremos juntos —reflexionó unos segundos—. Bueno, seguramente conviene evitar afrontar éste en el Paso. Estoy segura de que entre los dos daremos con una alternativa.

La pila de cartas que había sobre el escritorio de Lorlen se inclinaba cada vez más hacia un lado. Osen logró evitar que se cayeran justo a tiempo y las repartió en dos montones.

—Esta prohibición de comunicarse mentalmente va a generar algo más de trabajo para nuestros mensajeros —observó el joven mago.

—Sí —convino Lorlen—, y para los artesanos que se dedican a hacer plumas. Seguramente las gastaré el doble de rápido. ¿Cuántas cartas nos quedan por contestar?

—Esta es la última —respondió Osen.

Tras firmarla y rubricarla, Lorlen procedió a limpiar la pluma.

—Me alegro de que hayas vuelto, Osen —dijo—. No sé cómo me las arreglaría sin ti.

Osen sonrió.

—No podrías, sobre todo ahora que tienes que desempeñar las funciones de administrador y de Gran Lord —al cabo de unos instantes, añadió—: ¿Cuándo elegiremos al nuevo Gran Lord?

Lorlen suspiró. Había estado evitando ese tema. Era incapaz de imaginar a alguien que no fuera Akkarin en el cargo. A pesar de ello, alguien debía ocuparlo tarde o temprano; mejor temprano que tarde, si las predicciones de Akkarin se cumplían.

—Puesto que el asunto de los rebeldes elyneos ya está zanjado, con toda seguridad se nombrará a los candidatos en la siguiente Reunión.

—¿Dentro de un mes? —Osen hizo una mueca y contempló la pila de cartas—. ¿No podéis empezar antes?

—Tal vez. Sin embargo, ninguno de los magos superiores ha propuesto que abordemos el tema antes.

Osen asintió. Lorlen lo notaba especialmente distraído esa mañana.

—¿Estás preocupado por algo?

El joven mago miró a Lorlen y frunció el ceño.

—¿Restituirá el Gremio a Akkarin en el cargo si su historia resulta ser cierta?

Lorlen torció el gesto.

—Lo dudo. Nadie querría tener a un mago negro como Gran Lord. Ni siquiera estoy seguro de que readmitieran a Akkarin en el Gremio.

—¿Y a Sonea?

—Desafió al rey. Si nuestro monarca permite que un mago negro forme parte del Gremio, elegirá a alguien que sepa que él o el Gremio puede controlar.

Osen arrugó la frente y desvió la mirada.

—O sea, que Sonea nunca completará su entrenamiento.

—No —en cuanto lo dijo, Lorlen comprendió que era verdad y sintió una punzada de tristeza.

—Ese hijo de perra… —siseó Osen al tiempo que se levantaba de su asiento—. Lo siento. Sé que era amigo tuyo y que todavía le tienes algo de respeto, pero ella habría podido llegar a ser… algo increíble. Yo sabía que no era feliz. Era obvio que él era culpable en parte, pero no hice nada.

—No podías hacer nada —señaló Lorlen.

Osen sacudió la cabeza.

—De haberlo sabido, me la habría llevado. Sin tenerla como rehén, ¿qué habría podido hacer él?

Lorlen se miró el dedo en que había llevado el anillo.

—¿Tomar el control del Gremio? ¿Matarte a ti y a Rothen? No te tortures, Osen. No lo sabías, y de nada habría servido que lo supieras.

El joven mago no respondió.

—Ya no llevas puesto el anillo —observó de pronto.

Lorlen levantó la vista.

—No. Me aburrí de él —la ansiedad se apoderó del administrador. ¿Sabía Osen lo bastante sobre las gemas de sangre para sospechar que la del anillo lo era? En caso afirmativo, y si recordaba que Lorlen lo había llevado durante año y medio, tal vez se daría cuenta de que conocía el secreto de Akkarin desde mucho antes de lo que aseguraba.

Osen cogió los dos montones de cartas y esbozó una sonrisa de fastidio.

—No me necesitas para lamentarte del pasado. Creo que será mejor que haga algo útil y entregue esto a los mensajeros.

—Sí. Gracias.

—Volveré cuando termine.

Lorlen miró a su ayudante mientras este cruzaba la habitación con grandes zancadas. Cuando la puerta se cerró tras él, se contempló de nuevo la mano desnuda. Había ansiado deshacerse del anillo desde hacía mucho tiempo, y, sin embargo, ahora estaba desesperado por recuperarlo. No obstante, lo habían guardado bajo llave en la biblioteca de los magos. Podía sacarlo de allí cuando quisiera…

¿De verdad podía? Sabía lo que diría Balkan. Era demasiado peligroso. Los otros magos superiores opinarían lo mismo.

¿Tenían que saberlo Balkan o los demás?

«Por supuesto. Además, tienen razón: es demasiado peligroso. Pero al menos me gustaría saber qué está pasando.»

Tras un suspiro, Lorlen devolvió su atención a las peticiones y cartas que tenía sobre el escritorio.