Algo apretaba ligeramente la espalda a Cery. Algo cálido. Una mano.
Se percató de que era la mano de Savara.
Su contacto lo devolvió al presente. Se dio cuenta de que había estado aturdido durante un rato. En el momento en que Sonea había matado a la sachakana, el mundo a su alrededor se había tambaleado y se había puesto a girar en torno a él. A partir de ese instante no había sido consciente de nada más que de lo que ella había hecho.
O casi de nada. Savara había dicho algo. Cery frunció el entrecejo. Que Akkarin tenía un aprendiz, o algo así. Se volvió hacia la mujer que tenía al lado.
—¿No vas a darme las gracias? —preguntó ella con una sonrisa torcida.
Él miró hacia abajo. Estaban sentados en una parte del tejado que seguía intacta. La azotea del escondrijo les había parecido un buen sitio desde donde presenciar el combate. El tejado estaba hecho de tablas de madera con algunas zonas cubiertas de tejas agrietadas, entre las que había muchas aberturas. Mientras mantuvieran su peso sobre las vigas, estarían más o menos a salvo.
Por desgracia, ni Cery ni Savara habían contemplado la posibilidad de que los combatientes derribaran la superficie sobre la que se encontraban.
Cuando el tejado se había derrumbado, sin embargo, algo había evitado que Cery se precipitase en el vacío. Antes de que pudiera entender cómo era posible que Savara y él estuvieran flotando en el aire, se habían visto transportados a la zona del tejado que quedaba, a salvo de la vista de los contendientes de abajo.
De pronto todo lo relacionado con Savara cobró sentido: cómo sabía cuándo llegaba un nuevo asesino, cómo podía estar tan bien informada sobre la gente contra la que luchaba el Gran Lord y por qué estaba tan segura de poder matar a los asesinos.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —preguntó.
Savara se encogió de hombros.
—Cuando te fiaras lo bastante de mí. Podría haber acabado como ella si te lo hubiera dicho desde el principio —bajó la vista hacia el cadáver que Gol y sus ayudantes se llevaban a rastras.
—Todavía puedes acabar así —repuso Cery—. La verdad es que cuesta distinguiros a los sachakanos.
Un destello de ira asomó a los ojos de Savara, pero su voz sonó serena.
—No todos los magos de mi país son como los ichanis, ladrón. En nuestra sociedad hay muchos grupos… facciones —sacudió la cabeza, contrariada—. En vuestro idioma no hay una palabra que lo defina con precisión. A los ichanis los desterraron a los páramos como castigo. Son lo peor de mi país. No nos juzgues a todos por sus actos.
»Mi propio pueblo siempre ha temido que los ichanis se uniesen un día, pero no tenemos la menor influencia sobre el rey ni podemos persuadirlo de que rompa con la tradición del destierro a los páramos. Llevamos cientos de años vigilándolos, y hemos matado a los más sospechosos de tener control sobre los demás. Hemos intentado prevenir lo que está pasando aquí, pero debemos tener cuidado de no mostrar nuestras cartas, pues en Sachaka muchos están esperando la menor excusa para atacarnos.
—¿Y qué es lo que está pasando aquí?
Savara titubeó.
—No estoy segura de cuánto debo contarte —Cery observó divertido cómo se mordisqueaba el labio, como una niña interrogada por su padre. Al oírlo reír, ella lo miró y frunció el ceño—. ¿Qué pasa?
—No pareces de esas que piden el visto bueno a los demás.
Ella le sostuvo la mirada con firmeza y luego la bajó. Al mirar en la misma dirección, Cery vio que Gol y el cuerpo ya no estaban.
—No esperabas verla, ¿verdad? —preguntó ella con suavidad—. ¿Te ha perturbado ver a tu amor perdido matar a alguien?
Cery la miró, súbitamente incómodo.
—¿Cómo sabes eso?
Savara sonrió.
—Se te nota en la cara, cuando la miras o hablas de ella.
Él contempló la habitación de abajo. La imagen de Sonea al acometer a la mujer le vino a la mente. Su rostro reflejaba una férrea determinación. Apenas quedaban en ella rastros de aquella chica que se había consternado tanto al descubrir que tenía poderes mágicos.
Entonces Cery recordó cómo había cambiado su expresión cuando Akkarin le había quitado algo del pelo.
—Fue un enamoramiento infantil —dijo a Savara—. Sé desde hace tiempo que ella no es para mí.
—No, no es verdad —replicó la sachakana, haciendo crujir el tejado al moverse del sitio donde estaba sentada—. No te habías enterado hasta hoy.
Cery se volvió hacia ella.
—¿Cómo puedes…?
Para su sorpresa, Savara se había acercado a él. Ella le colocó la mano en la nuca, lo atrajo hacia sí y lo besó.
Tenía los labios cálidos y firmes. Cery sintió que el calor le recorría el cuerpo. Extendió los brazos para estrecharla contra sí, pero la madera sobre la que se encontraba resbaló hacia un lado y él perdió el equilibrio. Sus labios se separaron cuando Cery comenzó a caer hacia atrás.
Algo lo estabilizó. Reconoció el contacto de la magia. Savara sonrió con picardía, se inclinó hacia delante y lo agarró de la camisa. Apoyó un hombro en el tejado y tiró de él con fuerza. Las vigas crujieron de un modo alarmante mientras ambos rodaban para alejarse de la zona que había cedido. Cuando se detuvieron, Savara estaba tendida encima de Cery y desplegaba aquella sonrisa sensual que siempre le cortaba el aliento y le aceleraba el pulso.
—Vaya —comentó él—. Esto no está mal.
La joven rió en voz baja y se inclinó para besarlo de nuevo. Cery vaciló solo por un momento cuando una sensación fugaz, una especie de premonición, cruzó su mente.
«El día que Sonea descubrió su magia, su lugar en el mundo pasó a ser otro. Savara también tiene magia, y su lugar en el mundo ya es otro.»
Pero en ese momento, eso le daba igual.
Lorlen arrugó el entrecejo, abrió los ojos y parpadeó. Su dormitorio estaba casi totalmente a oscuras. La luz de la luna llena bañaba las mamparas de sus ventanas en un brillo tenue, de tal modo que los símbolos dorados del Gremio aparecían como figuras negras recortadas contra el fino papel.
Entonces se dio cuenta de por qué estaba despierto. Alguien aporreaba su puerta.
«¿Qué hora es?» Se incorporó y se frotó los ojos en un intento de espantar el sueño. Los golpes en la puerta seguían sonando. Lorlen suspiró, se levantó y salió tambaleándose del dormitorio hacia la puerta principal de sus aposentos.
Al otro lado estaba lord Osen, despeinado y con aspecto desesperado.
—Administrador —susurró—, lord Jolen y su familia han sido asesinados.
Lorlen miró fijamente a su ayudante. Lord Jolen, uno de los sanadores, un hombre joven que se había casado hacía poco… ¿asesinado?
—Lord Balkan ha mandado llamar a los magos superiores —dijo Osen en tono apremiante—. Debes reunirte con ellos en el Salón de Día. ¿Quieres que regrese, mientras te vistes, para decirles que no tardarás en llegar?
Lorlen bajó la vista hacia su ropa para dormir.
—Por supuesto.
Osen asintió y se alejó a toda prisa. Tras cerrar la puerta, Lorlen volvió al dormitorio. Extrajo del armario una túnica azul y procedió a cambiarse.
Jolen había muerto. Su familia también. Asesinados, según Osen. Lorlen frunció el ceño mientras las preguntas empezaban a agolparse en su mente. ¿Cómo era posible? No era fácil matar a un mago. El asesino debía de ser una persona bien informada y astuta, o bien otro mago. «O, peor aún —pensó—, un mago negro.»
Contempló su anillo mientras las terribles posibilidades cobraban forma en su mente.
«No —se dijo—. Espera a conocer todos los detalles.»
Se ató el cordón de la túnica en torno a la cintura y salió a paso ligero de su habitación. Una vez fuera de los alojamientos de los magos, cruzó el patio hacia el edificio conocido como Siete Arcos. La estancia que se encontraba más a la izquierda era el Salón de Noche, y allí se celebraban todas las semanas las reuniones sociales de los magos. La habitación del centro era el Salón de Banquetes. En la parte derecha del edificio estaba el Salón de Día, espacio concebido para recibir y atender a los invitados importantes.
Cuando Lorlen entró, pestañeó ante aquel resplandor repentino. El Salón de Noche era de color azul marino y plateado, pero, en contraste, el de Día estaba decorado en tonos de blanco y dorado, y en aquel momento lo iluminaban siete globos de luz. El efecto hacía daño a la vista.
Había siete hombres en el centro de la estancia. Lord Balkan y lord Sarrin saludaron a Lorlen con un leve gesto de cabeza. El rector Jerrik estaba hablando con dos directores de estudios, Peakin y Telano. Lord Osen estaba junto al único hombre que no llevaba túnica.
Cuando Lorlen reconoció al capitán Barran, se le cayó el alma a los pies. Un mago había muerto, y el capitán que investigaba los extraños asesinatos estaba allí. Tal vez la situación era tan mala como se imaginaba.
Balkan avanzó para recibirlo.
—Administrador.
—Lord Balkan —respondió Lorlen—, supongo que prefiere que no haga preguntas hasta que lleguen lady Vinara, el administrador Kito y el Gran Lord.
Balkan titubeó.
—Sí, pero no he convocado al Gran Lord. Explicaré mis motivos en breve.
Lorlen se esforzó por parecer sorprendido.
—¿A Akkarin no?
—Todavía no.
La puerta se abrió y se volvieron hacia ella. Un mago vindeano entró. Por su calidad de administrador expatriado, Kito pasaba casi todo el tiempo fuera del Gremio y de Kyralia. Había regresado de Vin hacía pocos días con el propósito de ocuparse del mago descarriado que Dannyl iba a llevar allí para que lo juzgaran.
Lorlen recordó la predicción de Akkarin: «El Gremio perderá su interés por el asesino una vez que el embajador Dannyl llegue con el descarriado, Lorlen.»
«Si mis temores se confirman —pensó Lorlen—, creo que más bien ocurrirá lo contrario.»
Mientras Balkan saludaba a Kito, el capitán Barran se acercó a Lorlen. El joven guardia consiguió forzar una sonrisa.
—Buenas noches, administrador. Es la primera vez que el Gremio llama mi atención sobre un asesinato, y no al revés.
—¿En serio? —preguntó Lorlen—. ¿Quién le ha avisado?
—Lord Balkan. Por lo visto, lord Jolen ha conseguido establecer una comunicación breve con él antes de morir.
A Lorlen se le aceleró el corazón. ¿De modo que Balkan sabía quién era el asesino? Cuando se volvió hacia el guerrero, la puerta del Salón de Día se abrió de nuevo y lady Vinara entró con paso enérgico en la habitación.
Paseó la mirada a su alrededor para tomar nota mental de quién estaba presente, y asintió para sí.
—Están todos. Bien. Tal vez deberíamos sentarnos. Tenemos entre manos una situación grave y sobrecogedora.
Las butacas situadas cerca de las paredes flotaron hacia el centro de la sala. La expresión del capitán Barran denotaba una mezcla de fascinación y temor reverencial mientras observaba las butacas, que iban colocándose en círculo. Cuando todos se hubieron sentado, Vinara miró a Balkan.
—Creo que lord Balkan debería ser el primero en tomar la palabra —dijo—, puesto que es el primero a quien se ha dado parte de los asesinatos.
Balkan hizo un gesto en señal de conformidad. Recorrió el círculo con la vista.
—Hace dos horas, una llamada mental de lord Jolen reclamó mi atención. Era muy débil, pero oí mi nombre y detecté un miedo intenso. Cuando me concentré en ello, sin embargo, solo pude percibir la identidad de quien me llamaba, y la sensación de que alguien le estaba haciendo daño con magia antes de que la comunicación se interrumpiese bruscamente. Intenté llamar a lord Jolen, pero no obtuve respuesta.
»Avisé a lady Vinara de la comunicación, quien me dijo que lord Jolen estaba alojado en la ciudad con su familia. Ella tampoco podía ponerse en contacto con él, así que decidí acercarme a su casa. Cuando llegué, ningún sirviente fue a abrirme la puerta. Descorrí el cerrojo y dentro me encontré con una escena espantosa —la expresión de Balkan se ensombreció—. Todas las personas que estaban en la casa habían sido asesinadas. Registré el lugar y me topé con los cadáveres de los familiares y sirvientes de Jolen. Al inspeccionar a las víctimas no descubrí más que arañazos y contusiones. Entonces encontré el cuerpo de Jolen.
Hizo una pausa, y lord Telano soltó un carraspeo de desconcierto.
—¿Su cuerpo? ¿Cómo puede seguir entero? ¿Acaso agotó sus energías?
Lorlen advirtió que Vinara mantenía la mirada fija en el suelo, sacudiendo la cabeza.
—Después llamé a Vinara para pedirle que acudiera a examinar a las víctimas —prosiguió Balkan—. Cuando llegó, me encaminé a toda prisa al cuartel de la Guardia para comprobar si habían recibido informes de actividades extrañas en la zona. El capitán Barran estaba allí, pues acababa de interrogar a una testigo —guardó silencio unos instantes y agregó—: Capitán, creo que debería contarnos su testimonio.
El joven guardia miró a todos los que estaban sentados en círculo y se aclaró la garganta.
—Así es, milores… y milady —se retorció las manos—. Dado el aumento del número de asesinatos, me he entrevistado con muchos testigos últimamente, pero la mayoría de las declaraciones no me han sido de mucha utilidad. Algunos han acudido a mí con la esperanza de que algo que han visto, como un desconocido deambulando por su calle de noche, sea relevante. La historia de esa mujer era muy similar, salvo por un elemento sorprendente.
»Regresaba caminando a casa muy tarde después de llevar un pedido de fruta y verdura a una de las casas del Círculo Interno. A medio camino, oyó gritos procedentes de una casa, la residencia familiar de lord Jolen. Ella decidió apretar el paso, pero cuando llegó a la siguiente casa, oyó un ruido a su espalda. Asustada, se refugió en las sombras de un portal. Al mirar atrás, vio a un hombre salir por la puerta de servicio de la casa frente a la que acababa de pasar —Barran hizo una pausa y paseó la vista por el círculo—. Dijo que el hombre llevaba una túnica de mago. Una túnica negra de mago.
Los magos superiores se mostraron inquietos e intercambiaron miradas. Lorlen reparó en que todos excepto Balkan y Osen adoptaron una expresión de incredulidad. Vinara no parecía sorprendida.
—¿Estaba segura de que la túnica era negra? —preguntó Sarrin—. Cualquier color puede parecer negro en la oscuridad.
Barran asintió.
—Le hice esa misma pregunta. Estaba segura. El hombre pasó por delante del portal en el que ella se había escondido. Describió una túnica negra con un incal en la manga.
El escepticismo en las caras cedió el paso a la alarma. Lorlen clavó la vista en Barran, quien apenas podía respirar.
—Dudo que… —empezó a decir Sarrin, pero se quedó callado cuando Balkan le hizo una seña para que esperara.
—Adelante, capitán —dijo Balkan en voz baja—, cuénteles el resto.
Barran asintió de nuevo.
—La testigo dijo que el hombre tenía las manos manchadas de sangre y que llevaba una daga. La describió en detalle: hoja curva y piedras preciosas engastadas en la empuñadura.
Siguió un largo silencio, hasta que Sarrin respiró hondo para hablar.
—¿Qué credibilidad merece esa testigo? ¿Puede traerla aquí?
Barran se encogió de hombros.
—Anoté su nombre y la dirección de su lugar de trabajo, que figuraba en su ficha. A decir verdad, no di ningún crédito a su testimonio hasta que me enteré de lo que lord Balkan había descubierto en la casa. Desearía haberle hecho más preguntas, o haberla retenido más tiempo en el cuartel.
—Ya la encontrarán —aseguró Balkan, y se volvió hacia Vinara—. Creo que ha llegado el momento de escuchar lo que ha descubierto lady Vinara.
La sanadora enderezó la espalda.
—Sí, eso me temo. Lord Jolen vivía con su familia para poder cuidar de su hermana, cuyo embarazo presentaba complicaciones. Examiné antes de nada el cuerpo de él y descubrí dos cosas inquietantes. La primera… —Se llevó la mano al interior de la túnica y extrajo un trozo de tela negra con un bordado en hilo dorado—. La primera fue esto; lo sujetaba en la mano derecha.
Cuando sostuvo el trozo de tela en alto, Lorlen se quedó helado. El bordado formaba parte de un símbolo que le resultaba muy familiar: el incal del Gran Lord. Vinara le lanzó una mirada fugaz y arrugó el ceño con inquietud y conmiseración.
—¿Cuál ha sido el segundo descubrimiento? —preguntó Balkan con un hilo de voz.
Vinara reflexionó unos instantes e inspiró profundamente.
—La razón por la que el cuerpo de lord Jolen sigue existiendo es que alguien lo vació de energía por completo. La única herida en su cuerpo era un corte poco profundo en un lado del cuello. Los otros cadáveres presentaban la misma señal. La persona que me precedió en el cargo me enseñó a reconocerla —hizo una pausa para mirar a los demás—. A lord Jolen, su familia y sus sirvientes los mataron con magia negra.
Sonaron exclamaciones y gritos ahogados, y después se produjo un largo silencio cuando los presentes comprendieron qué implicaba esa información. Lorlen casi podía oírlos pensar en el poder de Akkarin y valorar las posibilidades que tenía el Gremio de derrotarlo en batalla. Descubrió el pánico reflejado en sus rostros.
Él, en cambio, se sentía curiosamente tranquilo y… aliviado. Había cargado durante dos años con el secreto del delito de Akkarin. Por fin, para bien o para mal, el Gremio había descubierto ese secreto por sí mismo. Miró en torno a sí a los magos superiores. ¿Debía confesar que estaba al corriente del crimen de Akkarin? «No mientras no sea imprescindible», pensó.
Entonces ¿qué debía hacer? El Gremio no había cobrado más fuerza, y Akkarin —si era culpable de aquellos asesinatos— desde luego no se había hecho más débil. Un temor que conocía bien ahuyentó su alivio.
«Para proteger al Gremio, debo hacer cuanto esté en mi mano por evitar que se enfrente a Akkarin. Pero si estas muertes son obra suya… No, no es posible. Sé que otros magos negros han estado matando a kyralianos.»
—¿Qué hacemos? —preguntó Telano con un hilo de voz.
Todas las miradas se centraron en Balkan. Lorlen sintió una ligera punzada de indignación. ¿Acaso no era él el líder del Gremio, en ausencia de Akkarin? Balkan posó la vista en él, expectante, y de pronto Lorlen se arrepintió; notaba el familiar peso de su responsabilidad sobre los hombros.
—¿Qué sugiere, administrador? Usted es quien mejor lo conoce.
Lorlen se obligó a sentarse derecho. Había ensayado muchas veces lo que les diría en esa situación.
—Debemos obrar con cautela —advirtió—. Si Akkarin es el asesino, será aún más poderoso. Propongo que meditemos muy bien lo que vamos a hacer antes de plantarle cara.
—¿Hasta qué punto es fuerte? —preguntó Telano.
—Venció fácilmente a veinte de nuestros magos más poderosos cuando lo pusimos a prueba para el cargo de Gran Lord —respondió Balkan—. La magia negra no permite determinar el poder real de un mago.
—Me pregunto cuánto tiempo lleva practicándola —dijo Vinara, taciturna. Se volvió hacia Lorlen—. ¿Había notado usted algo raro en Akkarin, administrador?
Lorlen no tuvo que fingir que le divertía la pregunta.
—¿Akkarin, algo raro? Siempre ha tenido una actitud misteriosa y reservada, incluso conmigo.
—Podría llevar años practicando —murmuró lord Sarrin—. ¿Cuánta fuerza le confiere eso?
—Lo que no me cabe en la cabeza es cómo adquirió ese conocimiento —añadió Kito serenamente—. ¿Lo aprendió durante sus viajes?
Lorlen suspiró mientras los demás se ponían a discutir todas las posibilidades que él había barajado desde que había descubierto la verdad. Dejó que hablaran durante un rato, y justo cuando se disponía a interrumpirlos, Balkan alzó la voz.
—Por el momento, da igual cómo o dónde haya aprendido magia negra. Lo importante es si podemos derrotarlo en un combate.
Lorlen asintió.
—Tengo dudas sobre nuestras posibilidades de éxito. Creo que tal vez deberíamos guardar esto en secreto…
—¿Está insinuando que finjamos que no ha pasado nada? —exclamó Peakin—. ¿Que permitamos que un mago negro siga gobernando el Gremio?
—No —Lorlen sacudió la cabeza—. Pero necesitamos tiempo para idear una manera segura de deshacernos de él si resulta que, en efecto, es el asesino.
—No nos estamos haciendo más fuertes —observó Vinara—. Él sí.
—Lorlen tiene razón. Es esencial planear el siguiente paso con todo cuidado —repuso Balkan—. Mi predecesor me enseñó las armas con las que se puede combatir contra un mago negro. No es fácil, pero tampoco imposible.
Lorlen sintió una pizca de interés y esperanza. Ojalá hubiese consultado al guerrero antes de que Akkarin se enterase de que Lorlen conocía su secreto. Tal vez existía alguna posibilidad de derrocar a Akkarin, después de todo.
Entonces recapacitó. ¿De verdad quería a Akkarin muerto? «Pero ¿y si de verdad había matado él a Jolen y a toda la gente que estaba en su casa? ¿No merece ser castigado por ello?
»Sí, pero más vale asegurarnos antes de que fue él.»
—También deberíamos contemplar la posibilidad de que no sea el asesino —dijo Lorlen, y miró a Balkan—. Tenemos la declaración de una testigo y un jirón de tela. ¿Puede otro mago haberse disfrazado de Akkarin, o haber puesto a Jolen esa tela en la mano? —De súbito, algo se le ocurrió a Lorlen—. Déjeme verla otra vez.
Vinara le tendió el trozo de tela. Lorlen la examinó y movió la cabeza afirmativamente.
—Fíjense, está cortado, no desgarrado. Si Jolen fue quien hizo esto, debía de tener algún tipo de arma blanca. En ese caso, ¿por qué no apuñaló a su agresor? Y ¿no les parece extraño que el asesino no se diera cuenta de que le habían cortado un pedazo de la manga? Un criminal astuto no dejaría una prueba tan comprometedora, ni saldría a la calle con el arma que acaba de utilizar en la mano.
—¿O sea, que cree que tal vez fue otro mago del Gremio, en un intento de convencernos de que Akkarin es culpable de sus crímenes? —preguntó Vinara con el ceño fruncido—. Supongo que es posible.
—O un mago que no es del Gremio —añadió Lorlen—. Si Dannyl ha encontrado a un descarriado en Elyne, puede que existan otros.
—No tenemos indicios de la presencia de un mago descarriado en Kyralia —objetó Sarrin—. Y los descarriados suelen ser ignorantes mal entrenados. ¿Cómo puede aprender magia negra un descarriado?
Lorlen se encogió de hombros.
—¿Cómo puede aprender magia negra cualquier mago? En secreto, naturalmente. Por mucho que nos repugne la idea, el asesino, ya sea Akkarin u otra persona, aprendió magia negra de alguna manera.
Los demás guardaron silencio para reflexionar sobre ello.
—Así que tal vez Akkarin no es el asesino —dijo Sarrin—. Si no lo es, sabrá que debemos llevar a cabo una investigación como de costumbre y colaborará con nosotros.
—Pero si lo es, tal vez se vuelva contra nosotros —señaló Peakin.
—Entonces ¿qué debemos hacer?
Balkan se puso de pie y comenzó a pasearse de un lado a otro.
—Sarrin tiene razón. Si Akkarin es inocente, colaborará. Por otro lado, si es culpable, creo que deberíamos actuar de inmediato. El número de muertes que se han registrado esta noche, sin el menor esfuerzo por ocultar las pruebas, parece la firma de un mago negro que se prepara para una pelea. Debemos enfrentarnos a él ahora, antes de que sea demasiado tarde.
A Lorlen el corazón le dio un vuelco.
—Pero ha dicho que necesitaba tiempo para planearlo.
Balkan sonrió con tristeza.
—He dicho que planearlo todo con cuidado es fundamental. Una de mis obligaciones como líder de guerreros es asegurarme de que siempre estemos listos para hacer frente a un peligro de esa magnitud. La clave del éxito, según mi predecesor, es pillar al enemigo por sorpresa, cuando esté aislado de sus aliados. Mi sirviente me ha comunicado que en la residencia del Gran Lord solo se quedan tres personas por la noche: Akkarin, Takan y Sonea.
—¡Sonea! —exclamó Vinara—. ¿Qué papel desempeña ella en todo esto?
—No aprecia a Akkarin —dijo Osen—. Incluso me atrevería a decir que lo odia.
Lorlen se volvió hacia su ayudante, sorprendido.
—¿Cómo es eso? —preguntó Vinara.
Osen se encogió de hombros.
—Es algo que observé cuando ella se convirtió en su predilecta. Y en la actualidad sigue sin agradarle su compañía.
Vinara se quedó pensativa.
—Me pregunto si ella sabe algo. Podría ser una testigo muy valiosa.
—Y una buena aliada —agregó Balkan—, siempre que Akkarin no la mate para absorber su energía.
Vinara se estremeció.
—Bueno, ¿cómo vamos a separarlos?
Balkan sonrió.
—Tengo un plan.
Regresaron por los pasadizos subterráneos guiados por el mismo chico de mirada dura. Mientras lo seguían, el torbellino de pensamientos que Sonea tenía en la cabeza dio paso a una calma razonable. Cuando el guía los dejó, nuevas preguntas se habían agolpado en su mente.
—Ella era ichani, ¿verdad?
Akkarin la miró.
—Sí, una bastante débil. No me imagino cómo la persuadió Kariko para que viniese. Con un soborno, tal vez, o haciéndole chantaje.
—¿Enviarán a más como ella?
El Gran Lord se quedó pensando durante unos instantes.
—Quizá. Ojalá hubiese tenido la oportunidad de leerle la mente.
—Lo siento.
Él torció la comisura de los labios para dibujar una leve sonrisa.
—No te disculpes. Prefiero que sigas viva.
La chica sonrió. Durante el camino de vuelta Akkarin se había mostrado distante y poco hablador, pero en ese momento parecía ansioso por regresar. Sonea lo siguió por el pasadizo. Llegaron al túnel con el montón de losas. Akkarin fijó la vista en él, y las piedras empezaron a formar una escalera. Sonea esperó a que cesara el roce de piedra contra piedra antes de plantear su pregunta siguiente.
—¿Por qué había un anillo de la Casa de Saril y un chal caro en el escondrijo?
A media escalera, Akkarin se detuvo y se volvió hacia ella.
—¿Eso había? No… —dirigió la mirada a un punto situado detrás de Sonea. La misma expresión reflexiva que había mostrado durante todo el trayecto apareció de nuevo. Entonces su semblante se ensombreció.
—¿Qué ocurre? —preguntó la joven.
El Gran Lord levantó una mano para hacerla callar. Mientras Sonea lo observaba, él soltó un grito ahogado y abrió mucho los ojos. Entonces masculló una palabrota que ella creía que solo los de las barriadas conocían.
—¿Qué ocurre? —repitió.
—Los magos superiores están en mi residencia. En la cámara subterránea.
A Sonea se le cortó la respiración. El frío se apoderó de su cuerpo.
—¿Por qué?
Akkarin estaba contemplando algo que sucedía al otro lado de las paredes del pasadizo.
—Lorlen…
Sonea sintió que se le hacía un nudo en el estómago. No podía creer que Lorlen hubiese azuzado al Gremio contra Akkarin.
Algo que detectó en la cara de Akkarin hacía que las preguntas se le quedaran atoradas en la garganta. Supuso que estaba muy concentrado, tomando decisiones difíciles. Al fin, tras un largo silencio, Akkarin inspiró profundamente y soltó el aire despacio.
—A partir de este momento, todo cambia —dijo, mirándola—. Debes hacer lo que yo te diga, por muy difícil que te parezca —añadió en voz tensa pero baja.
La chica asintió e intentó ahuyentar un temor que crecía en su interior.
Akkarin reanudó su ascenso por la escalera hasta que ambos quedaron frente a frente.
—Lord Jolen fue asesinado anoche, junto con su familia y sus sirvientes, seguramente por la mujer que acabas de matar. Por eso tenía un chal y un anillo de la Casa de Saril: sospecho que eran trofeos. Vinara encontró un trozo de mi túnica en la mano de Jolen (seguramente la ichani lo recortó de mi manga durante nuestro primer enfrentamiento) y ha reconocido la magia negra como la causa de las muertes. Una testigo vio a alguien vestido como yo salir de la casa con una daga en la mano —apartó la vista—. Me pregunto dónde consiguió la ichani la túnica, y dónde la dejó…
Sonea lo miró fijamente.
—O sea, que el Gremio cree que sois el asesino.
—Están considerando esa posibilidad, sí. Balkan ha deducido, con razón, que si soy inocente colaboraré, y si soy culpable deben atacarme cuanto antes. Estaba pensando cómo debía lidiar con esto, y qué debías hacer y decir tú, cuando la situación ha cambiado de golpe —hizo una pausa y exhaló un suspiro profundo—. Balkan, con buen juicio, ha planeado aislarme de ti y de Takan. Ha enviado a un mensajero a transmitir la noticia de la muerte de Jolen y a convocar a los magos superiores a una reunión. Cuando se ha enterado de que yo no estaba en la residencia, ha mandado a alguien a buscarte. No había discutido con los demás qué haría si tú tampoco estabas allí, así que he supuesto que los consultaría al respecto enseguida y que me enteraría de sus intenciones a través de Lorlen. Pero ya debía de tener un plan —se le formó una arruga entre las cejas—. Claro que lo tenía.
Sonea sacudió la cabeza.
—Todo esto ha pasado mientras íbamos caminando de regreso, ¿verdad?
Akkarin asintió.
—No podía decir nada delante de nuestro guía.
—Entonces ¿qué ha hecho Balkan?
—Volver a la residencia y registrarla.
Sonea sintió un escalofrío al pensar en los libros y objetos que Balkan encontraría en la cámara subterránea.
—Ah.
—Sí, «ah». Al principio no han entrado en la cámara subterránea, pero como han encontrado libros de magia negra en tu habitación, han decidido no dejar un rincón sin revisar.
A Sonea se le heló la sangre. Libros de magia negra. En su habitación.
«Lo saben.»
El futuro que había imaginado pasó ante sus ojos. Dos años más de formación, después la graduación, elegir una disciplina, tal vez persuadir a los sanadores para que ayudasen a los pobres, quizá incluso convencer al rey de que aboliese la Purga…
Nada de eso se haría realidad. Nunca.
El Gremio sabía que ella había mostrado interés por la magia negra. La pena por ese delito era la expulsión. Si se enterasen de que además había aprendido magia negra y la había usado para matar…
Pero lo había hecho, y había comprometido su futuro, por una buena razón. Si los ichanis los invadían, ella tampoco llegaría a graduarse ni a detener la Purga.
«Rothen se va a disgustar. Mucho.»
Desterró esa idea de su mente con cierto esfuerzo. Tenía que pensar. Ahora que el Gremio lo sabía, ¿qué debían hacer ella y Akkarin? ¿Cómo iban a seguir luchando contra los ichanis?
Era evidente que no podían regresar al Gremio. Tendrían que esconderse en la ciudad. Evitar que el Gremio los descubriese lo haría todo más difícil, pero no imposible. Akkarin conocía a los ladrones. Ella tenía algún que otro contacto útil, también. Se volvió hacia Akkarin.
—Y ahora ¿qué hacemos?
Él bajó la vista a la escalera.
—Regresar.
Sonea clavó los ojos en él.
—¿Al Gremio?
—Sí. Les contaremos lo de los ichanis.
Sonea se estremeció.
—Habéis dicho que dudáis que os crean.
—Así es, pero tengo que darles esa oportunidad.
—Pero ¿y si no os creen?
Akkarin bajó la mirada.
—Siento haberte metido en esto, Sonea. Te protegeré de lo peor, si puedo.
Ella aguantó la respiración y luego se maldijo en silencio.
—No os disculpéis —dijo con firmeza—. Fue decisión mía, y era consciente de los riesgos. Decidme lo que he de hacer, y lo haré.
Los ojos de Akkarin se agrandaron ligeramente. Abrió la boca, y su mirada se tornó distante de nuevo.
—Se están llevando a Takan. Debemos darnos prisa.
Desapareció escalera abajo y Sonea le fue a la zaga. Cuando enfilaron el laberinto de pasadizos, la chica echó un vistazo hacia atrás.
—¿La escalera?
—Déjala.
Sonea arrancó a correr para alcanzarlo. Le costaba seguir el ritmo de sus largas zancadas, y reprimió un comentario sobre su falta de consideración hacia las personas que tenían las piernas más cortas que él.
—Debemos proteger a dos personas mientras dure todo esto —dijo el Gran Lord—: a Takan y a Lorlen. No menciones nada sobre el anillo de Lorlen o lo que él ya sabía de este asunto. Es posible que le necesitemos en el futuro.
De improviso, Akkarin aminoró el paso y se detuvo ante la puerta de la cámara subterránea. Se quitó el abrigo, lo plegó y lo dejó junto a la puerta. A continuación se desabrochó el cinturón con la funda de la daga y lo colocó encima. Con un destello, un globo de luz apareció sobre sus cabezas. Akkarin cerró la portezuela del farol y la depositó al lado del abrigo.
Se quedó un rato largo contemplando la puerta de la cámara subterránea, con los brazos desnudos cruzados sobre su chaleco negro. Sonea aguardaba en silencio junto a él.
Le parecía increíble que aquello hubiese ocurrido. Se suponía que el día siguiente aprendería a sanar costillas rotas. Pocas semanas después, comenzarían los exámenes de mitad de curso. Sintió un impulso de caminar hacia la puerta, la extraña sensación de que bastaba con que se metiese en la cama para despertar y comprobar que todo seguía como antes.
Pero seguramente la habitación que había al otro lado estaba repleta de magos que esperaban el regreso de Akkarin. Sabían que ella se había informado sobre la magia negra. Sospechaban que Akkarin había matado a Jolen. Estarían preparados para pelear.
Aun así, Akkarin permanecía inmóvil. Sonea empezaba a preguntarse si iba a cambiar de idea cuando él se volvió para mirarla.
—Quédate aquí hasta que te llame.
Acto seguido, Akkarin fijó la vista en la puerta con los ojos entornados y esta se abrió silenciosamente.
Dos magos que estaban de espaldas a ellos obstruían la entrada de la habitación. Más allá, Sonea vislumbró a lord Balkan, que caminaba de un lado a otro despacio. Lord Sarrin, sentado junto a la mesa, contemplaba los objetos que había encima con una expresión de desconcierto.
No se percataron de que la puerta se había abierto. Uno de los magos que estaba de pie frente a la entrada se estremeció y echó un vistazo por encima del hombro. Al ver a Akkarin, ahogó un grito y retrocedió unos pasos, arrastrando a su compañero consigo.
Todas las cabezas se volvieron cuando Akkarin entró en la habitación. Incluso sin la parte exterior de su túnica, tenía un aspecto imponente.
—Vaya, cuántas visitas —comentó—. ¿Qué os trae a todos a mi residencia a estas horas de la noche?
Balkan enarcó las cejas y dirigió la mirada hacia la escalera. Se oyeron unos pasos apresurados, y Lorlen apareció. El administrador miró a Akkarin con inesperada impasibilidad.
—Lord Jolen, su familia y su servidumbre fueron asesinados anoche —anunció en un tono sereno y comedido—. Se han encontrado indicios que nos llevan a sospechar que vos sois el asesino.
—Entiendo —dijo Akkarin en voz baja—. Es un asunto grave. Yo no maté a lord Jolen, pero eso tendréis que confirmarlo por vuestra cuenta —hizo una pausa—. ¿Queréis explicarme cómo murió Jolen?
—Lo mataron con magia negra —respondió el administrador—. Y como acabamos de encontrar libros sobre magia negra en vuestra casa, incluido el dormitorio de Sonea, tenemos otro motivo para sospechar de vos.
Akkarin asintió lentamente.
—Así es, los habéis encontrado —la comisura de sus labios se curvó hacia arriba—. Y sin duda dicho descubrimiento os ha dado un susto de muerte. Tranquilos. No tenéis nada que temer. Me explicaré.
—¿Vais a cooperar? —preguntó Lorlen.
—Por supuesto.
El alivio se reflejó en todos los rostros.
—Pero os pongo una condición —añadió Akkarin.
—¿De qué se trata? —inquirió Lorlen con recelo. Balkan le echó una mirada.
—Mi sirviente —respondió Akkarin—. Prometí hace tiempo a Takan que nadie volvería a arrebatarle su libertad. Traedle aquí.
—¿Y si nos negamos? —preguntó Lorlen.
Akkarin dio un paso a un lado.
—Sonea quedará libre en su lugar.
A Sonea se le puso la carne de gallina cuando los magos se percataron de que estaba en el pasadizo. Se estremeció al imaginar lo que debían de estar pensando. ¿Había aprendido magia negra? ¿Era peligrosa? Solo Lorlen abrigaría la esperanza de que se rebelara contra Akkarin; los demás no conocían la auténtica razón por la que se había convertido en aprendiz del Gran Lord.
—Si los traen a los dos, tendrá a dos aliados a su disposición —advirtió Sarrin.
—Takan no es mago —repuso Balkan con tranquilidad—. Mientras permanezca fuera del alcance de Akkarin, no supondrá una amenaza para nosotros —miró a los otros magos superiores—. La pregunta es: ¿a quién prefieren tener bajo custodia, a Sonea o al sirviente?
—A Sonea —contestó Vinara sin dudarlo. Los demás hicieron un gesto afirmativo.
—Muy bien —dijo Lorlen. Adoptó una mirada distante por un momento y después agregó—: He ordenado que lo traigan.
Siguió un silencio prolongado y tenso. Al fin, se oyeron unas pisadas que bajaban por la escalera, y Takan apareció, con los brazos firmemente sujetos por un guerrero. El sirviente estaba pálido y nervioso.
—Perdonadme, amo —dijo—. No he podido impedirles la entrada.
—Lo sé —dijo Akkarin—. Deberías haber tenido la sensatez de no intentarlo, amigo mío —se alejó varios pasos de la entrada al pasadizo y se detuvo junto a la mesa, en un lado de la habitación—. Las barreras están desactivadas y he dejado la escalera abierta. Encontrarás lo que necesitas justo al otro lado de la puerta.
Takan asintió con la cabeza. Se miraron durante unos segundos, y el sirviente asintió de nuevo. Akkarin se volvió hacia el pasadizo.
—Adelante, Sonea. Cuando Takan quede en libertad, ve hacia Lorlen.
Sonea respiró hondo y entró en la cámara. Miró al guerrero que sujetaba a Takan, y después a Lorlen. El administrador movió la cabeza afirmativamente.
—Suéltelo.
Mientras Takan se apartaba de su captor, Sonea empezó a acercarse a Lorlen. En el momento en que se cruzaron, el sirviente se detuvo y le dedicó una reverencia.
—Cuide de mi amo, lady Sonea.
—Haré lo que pueda —prometió ella.
De pronto se le hizo un nudo en la garganta. Cuando llegó frente a Lorlen se dio la vuelta para ver a Takan marcharse. Este se inclinó ante Akkarin y salió al pasadizo. Cuando hubo desaparecido en la oscuridad, el panel se deslizó hasta cerrar la salida.
Akkarin se volvió hacia Lorlen y bajó la vista a la mesa y los sillones que tenía al lado. La parte exterior de su túnica seguía colgada del respaldo de uno de ellos. El Gran Lord recogió la negra prenda y se la puso.
—Bien, administrador, ¿cómo podemos ayudarte Sonea y yo en tu investigación?